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María Carolina Lorduy
maría carolina lorduy

El desmadre de la papa

No hay papa en el país ni para la industria ni para los
consumidores, y por la misma escasez el precio está disparado. 

María Carolina Lorduy
POR:
María Carolina Lorduy

No hay papa en Colombia. Simplemente no la hay ni para la industria ni para los consumidores, y por efecto de la escasez el precio está disparado. La situación es tan crítica para estos últimos, que hasta las señoras más encopetadas, aquellas que por lo general jamás se enteran de lo que les cuesta el mercado, ya comentan que “como está de cara la papa”.

Están en lo cierto. Y lo peor es que desde hace rato lo saben los productores, el gobierno, el gremio de los paperos y la industria que la procesa. De hecho, en un recorrido por las zonas de producción más importantes todos ellos constataron que no había papa suficiente. Al mismo tiempo, el impacto en el precio para el consumidor no se hizo esperar: entre el 2015 y lo que va corrido del 2016 su precio se ha incrementado en 30 por ciento, el índice más alto que se ha registrado en los últimos años.

Son varios los factores que han incidido en esta situación, pero el que más peso ha tenido es el fenómeno de ‘El Niño’, que afectó dramáticamente la producción, a lo que se suma el acaparamiento y la especulación. Fenómeno climático que, valga decirlo, no tendría un impacto tan dramático si el dinero para los distritos de riego se hubiera utilizado en estos.

Es tal la gravedad del asunto, que los procesadores se están quedando sin materia prima, pues no hay papa fresca en el mercado para cubrir la demanda de la industria para la fabricación de los productos alimenticios derivados del tubérculo.

Y el gobierno, consciente de esta realidad, no ha tomado cartas en el asunto. El Ministerio de Agricultura ha impedido que el ICA dé vía libre a la importación de 5.000 toneladas de papa. En realidad, se requiere mucho más, pero se ha solicitado apenas la cantidad justa para evitar la parada de las plantas. Se le ha pedido paciencia a la industria –probablemente en espera de una próxima cosecha– sin embargo, las industrias no se pueden dar el lujo de parar sus plantas hasta que los programas y proyectos gubernamentales se planeen, se concerten, se implementen y den sus frutos.

El estado del sector es crítico. No hay papa fresca suficiente, pese al esfuerzo descomunal que ha venido haciendo la industria, en compañía de Fedepapa, para conseguir un bulto aquí y otro allá. Esfuerzo que se le reconoce a este gremio, pero que, desafortunadamente, no tiene por virtud hacer aparecer el tubérculo en donde no lo hay.

¿Quién pierde aquí? Tristemente, algunos cantarán victoria al creer haberle ganado un ‘pulso’ a la industria. Efímera e inútil victoria porque, en primer lugar, la industria es su aliado y no su contradictor, y segundo, porque aquí nadie gana, aquí perdemos todos. Pierden las industrias, porque no cuentan con materia prima adecuada ni suficiente; los cultivadores, porque la papa que hoy no ponen en el mercado –y que no se permite importar para dar estabilidad a la producción del tubérculo procesado– es la que tendrán mañana, pero para la que no habrá demanda, pues las que consumiremos los colombianos ya estarán siendo procesadas en otros lares. De hecho, entre el 2012 y el 2015, las importaciones de papa procesada se incrementaron en más del 150 por ciento, alcanzando las 38.343 toneladas en el 2015, lo cual equivale a unas 70.000 toneladas de papa fresca cultivada en el extranjero y procesada en el extranjero.

Y como siempre, pierden los consumidores para quienes, por un lado, esta se volvió producto de lujo, y por otro, porque las papas listas para el consumo estarán al vaivén (que ahora es más un ‘va’ que un ‘ven’, y así parece que seguirá) de la tasa de cambio y demás fenómenos macroeconómicos que impactan las importaciones. Por último, pierde el país, porque incrementa su debilidad en la provisión de condiciones atractivas para que la competencia global por la localización industrial tenga a Colombia como opción viable.

Tenemos que ser capaces de tener la flexibilidad suficiente para afrontar como país problemas coyunturales, y aquí volvemos a lo mismo de siempre: el problema no es de posibilidades, el problema es de mentalidad y, en algunos casos, de una miopía desconcertante.

Coletilla: las amenazas a funcionarios de la industria –y a nadie– son inadmisibles, aun si el Gobierno hubiese permitido las importaciones. Dar a entender algo distinto es de suma gravedad.

María Carolina Lorduy
Directora Ejecutiva de la Cámara de Alimentos de la Andi

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