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Sociedad o suciedad, ¡despierta!

Promovamos modelos colombianos de pequeños actos que creen un efecto dominó, como el del Grupo Despi

Pedro Medina
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Pedro Medina

Cuando mi hijo Felipe, ahora de 18 años, tenía 14, lo llevé a Cartagena a que me acompañara a uno de los talleres que hago con las reinas de belleza. Teníamos un rato libre y quería concientizarlo sobre la 'otra Cartagena', la que no aparece en las revistas. Nos fuimos a Bazurto.

Encontramos un par de niños de 7 y 9 años descalzos, sin camisa con un calzoncillo cada uno. Les preguntamos si estudiaban y nos dijeron que no. Indagando el por qué, ellos dijeron que "no tenían para el uniforme". Les preguntamos cuánto costaba y no lo sabían.
Seguimos caminando sin darnos cuenta que nos estaban siguiendo. Uno de ellos me tiró de la camisa y me dijo: "'Docto, docto', ¿nos regala pa' mantequilla?" Yo les pregunté, "para qué quieren mantequilla". Me respondió, "pues pa' comer pan con mantequilla". Les pregunté dónde vendían mantequilla y me señalaron un local cercano. Entré y pedí a la señora medio kilo de mantequilla. Ella tomó una bolsa, se la puso de guante y la metió en una caja grande con mantequilla que había encima del mostrador. Sacó una manotada de mantequilla. La pesó y me la dio. Le pedí también dos chocolatinas Jet. Salí con esto del almacén y detrás de mí salió mi hijo seguido por los dos niños. Les pregunté "¿ustedes se quieren ganar esto?". Me dijeron que sí.

Les pedí me dijeran algo bueno que tiene Cartagena. No se les ocurrió nada. Les soplé que Cartagena tiene 11 kilómetros de murallas y les di la mantequilla y las cholatinas. Se fueron con una sonrisa de oreja a oreja.

Felipe y yo no procesamos lo que nos había ocurrido en voz alta, pero a los dos nos impactó esta experiencia. Dos semanas después, me encontraba de viaje y recibí un correo de él -el primer correo que me envía en su vida-.

Me decía que hablando con un amigo sobre 'la sociedad colombiana', o más bien, decía Felipe en su correo, "la suciedad colombiana, que no se da cuenta que si no educa a su gente, nunca saldrá adelante", ellos habían decidido hacer algo al respecto y querían que yo los aconsejara. Formaron un grupo y se engancharon con una fundación en Suba, que trabaja con jóvenes desescolarizados. Durante varios meses, se conectaron con varios jóvenes de su misma edad quienes no estudiaban. Esos sábados eran unos días mágicos, y la magia la hacían jóvenes que estudiaban y jóvenes que no estudiaban a través de partidos de fútbol -con balón o sin balón-, de talleres de cocina,de artesanías y de lectura, de amistad real, desinhibida, cargada de energía.
Un día, íbamos en el carro y Felipe me preguntó que si me podía mostrar algo, sin que yo me pusiera bravo. Señaló un cerramiento temporal con un graffiti: "despierta, la educación de un niño vale $50.000 al año; cuánto llevas puesto en el bolsillo". Iba firmado por el Grupo Despierta. Me di cuenta que la responsabilidad social de estos jóvenes incluía un factor crítico que es el contagio.

Al final de ese año escolar, Despierta, se levantó un millón de pesos para 20 becas. En una ceremonia sencilla y profundamente emotiva, entregaron las bolsas plásticas con monedas y billetes, producto de la venta de dulces, chicles y cosas que ya no utilizaban.

En medio de la situación en que se encuentra Colombia -un momento coyuntural, único en su historia y a la vez, unas brechas inmensas-, necesitamos mirar lo que todos ven y pensar algo diferente. El momento coyuntural le abre la mente a la gente sobre la oportunidad de inventarse posibilidades; las brechas crean el sentido de urgencia y el sentido de responsabilidad. Promovamos modelos colombianos de pequeños actos que creen un efecto dominó, como el del Grupo Despierta, que logró despertar a dos grupos de jóvenes y enseñarles a construir puentes, a tejer redes y a inventarse trampolines.

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