Un Año Con Melissa
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Respeto por el ambiente, por los animales y por nosotros mismos, eso es de lo que tratan los diálogos entre Melissa, una niña de seis años con muchos deseos de comprender el mundo, y el Señor Gato, un sagaz gato vagabundo.
Seis historias para contar un año de vida de la niña y para compartir un poco de la sabiduría que el gato ha reunido por las calles del mundo.
Entre una historia y la otra, el gato se dirige a los padres y a los adultos en general para pedirles también a ellos el detenerse un momento y reflexionar sobre temas importantes de ecología, dolor y amistad.
Un libro para niños, pero también un libro para grandes que saben todavía encontrar tiempo para hablar con los pequeños. Y con los gatos.
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Un Año Con Melissa - Alessandro Caselli
A quien ama a los gatos.
A quien tiene los ojos verdes..
A quien sabe dar sabios consejos...
Introducción
Si no crees que los gatos pueden hablar la lengua de los humanos, entonces puedes cerrar este libro y volverlo a colocar en el librero de donde lo has tomado.
Si, por el contrario, crees en la fantasía, en la magia que se revela incluso a través de los pequeños gestos cotidianos y en los efectos que puede tener también en un mundo en el que ha sido, poco a poco, sustituida por la tecnología, entonces puedes continuar con la lectura. Descubrirás cómo es que la magia y la tecnología se funden para acompañar a Melissa en su viaje al conocimiento de la ecología.
El Gato y el automóvil
Melissa se había despertado antes aquella mañana. Un rayo de sol se había filtrado por la ventana y le había besado en la mejilla. Luego había escuchado la voz de su papá que se lamentaba por el hecho de que ya era tarde y pedía a mamá que se apresurara para preparar el desayuno, mientras él corría a rasurarse.
Papá era un hombre muy importante en la fábrica donde trabajaba: era siempre uno de los primeros en llegar y uno de los últimos en irse. Y como trabajaba muy lejos de casa, había días en los que Melissa no lo veía en absoluto, porque papá partía cuando ella dormía todavía y volvía cuando ya había caído por el sueño, exhausta por los muchos juegos jugados con sus amigos (aquellos que mamá y papá no podían ver), o aburrida después de haber sido abandonada por horas delante del televisor.
Melissa estaba feliz por saber que podría ver a su padre aquella mañana, por lo que se levantó a toda prisa y corrió a la sala. Cuando papá y mamá la vieron, le escondieron sus rostros tensos, le dieron los buenos días y la abrazaron.
—Papá...
—Lo siento, tesoro, pero no tengo tiempo para jugar ahora, estoy muy atrasado y debo darme prisa...
—Siéntate un poco en el diván —agregó mamá—, que cuando papá esté listo prepararé el desayuno para nosotras dos.
Melissa era una niña decidida y un poco testaruda, y no comprendía por qué su papá no podía detenerse ni siquiera un minuto para estar con ella quien, en cambio, había abandonado tan aprisa la comodidad de su cama para ir a saludarlo.
—Papá, ¿por qué tienes que ir aprisa?
El papá respondió desde el baño con voz alta, mientras preparaba la espuma de afeitar para rasurarse: la rasuradora eléctrica le producía una fastidiosa irritación en el rostro y él tenía que encontrarse perfectamente pulcro cuando tenía que ir a la oficina.
—Ya lo sabes, tesoro, te lo he dicho miles de veces... Debo recorrer muchas calles para poder llegar al trabajo... —Melissa escuchaba a su papá y miraba su reflejo en el espejo mientras se daba las primeras pinceladas con la espuma—. Debo trabajar mucho para ganar mucho dinero... Y este dinero me servía para comprarte muchos bellos regalos... Tú, en cambio, eres afortunada, tienes todo el tiempo para dormir, disfrútalo mientras puedas porque la vida se volverá dura...
A Melissa no le importaba el trabajo, el dinero, los regalos o dormir: quería solo pasar un poco de tiempo con su papá quien, mientras tanto, había comenzado a rasurarse.
—Ahiaaa... —Rasurarse aprisa es mucho más peligroso que colocarse la espuma aprisa, y ahora papá tendría que medicarse el rostro, tendría que perder más tiempo y estaría de pésimo humor, por lo que Melissa decidió seguir el consejo de su mamá y se fue a sentar en el diván, delante de la televisión perennemente encendida. Un cuarto de hora después, papá se había colocado un ungüento y estaba listo para partir—. Mis superiores me darán un buen sermón... —dijo dirigiéndose a mamá— No lograré nunca pasar mi tarjeta a las 8:30, y todo por culpa de esas navajas económicas que compraste en oferta... ¿Acaso no traigo a casa suficiente dinero? ¿No podemos permitirnos navajas de marca, de esas que cortan los vellos y no la cara? ¡Cuando se trata