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Análisis

Educación

La perversión de la ‘constituyente universitaria’

Bogota junio 7 de 2024.  Asamblea triestamentaria de la universidad nacional en el auditorio Leon de Greiff
Fotos: @miltondiazfoto / El Tiempo Crédito: CEET Fotógrafo: MILTON DÍAZ

Asamblea de la Universidad Nacional en el auditorio Leon de Greiff (7 de junio de 2024). Los temas centrales fueron la autonomía universitaria y la elección del rector.

Foto:Milton Díaz. EL TIEMPO

La parálisis de la Universidad Nacional y el irregular nombramiento del rector obligan a repensar la autonomía universitaria desde el poder del conocimiento científico.

La constituyente universitaria no tiene nada que ver con la autonomía universitaria. De manera equivocada se ha dicho que la constituyente es la expresión superior de la autonomía. ¡Todo lo contrario! La constituyente niega la esencia de la autonomía universitaria.

Conforme a los criterios de

La autonomía universitaria nace de la ciencia y de la escuela del saber. Según Alfonso Borrero, en este proceso de búsqueda insaciable del conocimiento, la universidad tiene que ser capaz por sí misma de fijarse sus propios métodos y normas, y los alcances de su expansión y propósitos, pues no existe facultad ni poder externo competente para señalarle a la ciencia los caminos de su propio desarrollo. A la ciencia y al saber se los acepta y reconoce. Es el dicho popular: “El que sabe, sabe”.
La autonomía se consigue a través de un cuidadoso proceso meritocrático, que está anclado en el poder intrínseco de la ciencia.
La reforma universitaria de Córdoba (1918) se equivocó porque supuso que la comunidad universitaria es una “república de iguales”. Y de allí se concluyó que los procesos democráticos son la concreción de la autonomía universitaria. Desde esta mirada, la autonomía no se fundamenta en el poder de la ciencia, sino en la fortaleza de las prácticas de la democracia representativa.
Este enfoque es errado porque la universidad no es un espacio de igualdad entre sus miembros, sino de las jerarquías derivadas de la búsqueda del conocimiento. 

Democracia en las aulas

A nivel del conjunto de la sociedad, es necesario aceptar que el espacio de la universidad es cualitativamente diferente al de la participación política. Esta distinción no niega el compromiso político de la universidad, sino que marca la especificidad de sus aportes.
El campus académico brinda las condiciones propicias para pensar despacio (en palabras de Daniel Kahneman), y permite consolidar la ciencia, la tecnología y la innovación. El mundo de la democracia y de la participación política tiene una dinámica y unas propiedades que son muy diferentes a las del quehacer universitario.
Tiene que existir complementariedad entre la universidad y el conjunto de la sociedad, pero reconociendo que se trata de espacios cualitativamente diferentes. Ambas dinámicas deben llevar a la consolidación de los valores que cada sociedad considera legítimos.
En el Foro Internacional sobre Autonomía Universitaria del 2004, Guillermo Hoyos habló sobre la relación entre universidad, Estado y sociedad:
“Solo en esta complementariedad se va logrando la constitución de una sociedad civil con base en procesos inclusivos y públicos, en los cuales se obtiene la formación de la opinión pública y de la voluntad común de ciudadanos capaces de concertar y de reconstruir el sentido de las instituciones y del Estado de derecho. Sin que para ello haya que concebir como procesos diferentes la formación en valores y una educación de calidad para la ciencia y la tecnología”.
La igualdad ante la ley, que tiene sentido en la república de los ciudadanos kantianos, no se aplica al saber. Frente al conocimiento hay diferencias notables. Unos saben y enseñan. Otros no saben y aprenden. Las sociedades siempre han distinguido a los maestros que sepan interpretar aquello que la mayoría no tiene capacidad de percibir.
En el mismo foro, Guillermo Páramo habló sobre los fundamentos conceptuales de la autonomía universitaria:
“En todas las culturas —no importa si se trata de los esquimales o de los pigmeos del África Central, de nuestros indígenas del Amazonas o de los sabios de la antigua Grecia, de los de la Edad Media o de los del presente— hay unas personas llamadas a romper las escalas del conocimiento y ver lo que es enormemente pequeño o enormemente grande, lo que sucede en picosegundos o en años luz, lo ocurrido en el remoto pasado o lo que pasa más allá de las fronteras del hábitat doméstico; son ellos los llamados a hablar de los orígenes, de la terra incognita, del más allá; a trazar mapas del mundo y del interior de los objetos e inventar cosas para la vida práctica o para la imaginación. En todas las sociedades se necesitan esos seres para descubrir el puesto en el universo, la propia identidad, la propia potencia y la propia necesidad para poder orientarse en la historia y en la vida. Yo creo que en esta cultura se creó para eso la universidad”.

Mérito académico

La constituyente universitaria pretende introducir lógicas de participación democrática en el espacio universitario —que, por su misma naturaleza, es jerárquico—. Sin maestros visionarios no es posible avanzar. Los científicos interpretan realidades que el saber convencional no logra conocer. Las mentes brillantes y formadas son las únicas que pueden “romper las escalas del conocimiento”.
Y para reconocer a estos individuos, a los maestros, se requiere el juicio de los pares. En el mundo especializado de la ciencia, el par reconoce la virtud de quien propone visiones nuevas.
La facultad de conocer, y de reconocer al que sabe, se alcanza en las comunidades académicas a través de un ejercicio complejo de ensayo y error. Esta virtud privilegiada no la poseen los estudiantes reunidos en la constituyente universitaria. Más allá de la buena voluntad y del deseo de conocer, el aprendiz no está en capacidad de entender las artes de quien se ha constituido en maestro.
Y no tiene sentido que estas asambleas definan el camino que debe seguir la ciencia y la universidad, según Alfonso Borrero.
Lamentablemente, los reformistas (de Córdoba) olvidaron que, si, como ciudadanos, todos nacemos iguales en cuanto al derecho fundamental, a la vida y a la libertad, como universitarios, nuestro derecho al saber es una paulatina conquista estudiosa y laboriosa a lo largo de la vida. Ignoraron los reformistas que así la democracia garantice mejor la libertad de pensamiento, filosóficamente no la fundamenta. Pasaron por alto que el poder del saber no es delegable ni objeto de representación, sino de adunada participación cogestiva de la ciencia. (…) La reforma de Córdoba nació subyugada por la ambición de mando, depuesta la pasión estudiosa del saber. De donde en muchos avatares resulta que los estamentos universitarios, apiñados en torno a la ambición del repartido poder de mando y en muchos casos politizados, pretendiendo ser autónomos terminan electoralmente militando en contra la autonomía del poder del saber, insignia cimera de la universidad. 
Además, las proclamas a favor de la constituyente universitaria dejan de lado la secular discusión de la filosofía moral sobre el tránsito de los valores individuales a la elección colectiva. La comprensión de este problema, que no tiene una solución óptima, ha sido un permanente dolor de cabeza de las ciencias sociales.
En el campo de la democracia, dejando de lado el del saber científico, siempre será discutible la legitimidad de un mandato resultante de una asamblea de 1.500 estudiantes reunidos en el León de Greiff frente a la voluntad desconocida de los 56.000 estudiantes de la Universidad Nacional.
En el terreno del conocimiento científico, la constituyente universitaria es tan desenfocada como la “asamblea popular y científica” impulsada por la ministra de la Ciencia y la Tecnología.
En 1965 la Asociación Internacional de Universidades concretó la autonomía universitaria en cinco aspectos:
  • 1. Decisión sobre la selección, incorporación y régimen de los estudiantes.
  • 2. Selección de los recursos humanos, académicos y administrativos, y de los procesos de contratación.
  • 3. Estructuración de los programas académicos y las metodologías pedagógicas.
  • 4. Determinación de la naturaleza y métodos de los programas investigativos.
  • 5. Autogestión financiera.
Las discusiones que ya han comenzado en el seno de la llamada constituyente universitaria empiezan a abordar estos temas. Y, de nuevo, las decisiones sobre estos asuntos complejos pueden terminar en espacio de “república de iguales”, y no en el del mérito académico.

La autonomía universitaria

En las discusiones alrededor del nombramiento del rector, la Nacional ha dejado de lado un examen autocrítico. La autonomía tiene que conquistarse en el quehacer cotidiano. La sociedad reconocerá la autonomía únicamente si la universidad hace bien su tarea, si sus ejercicios en la búsqueda del conocimiento son responsables.
Y, claramente, esta autonomía no es absoluta. La tarea de conocer debe tener en cuenta los fines sociales y la pertinencia del conocimiento. La justicia establece los límites a los que podría llevar el desarrollo de la ciencia por la ciencia misma.
En ‘La Universidad Nacional de Colombia ya no es prioridad. Análisis de la evolución de sus finanzas (1867-2015)’ mostramos que, entre 1867 y 2015, el Gobierno nacional ha disminuido el presupuesto de la Universidad Nacional hasta un nivel históricamente bajo. Y concluimos que, poco a poco, a lo largo del tiempo y a través de muy diversos gobiernos, la Nacional ha ido dejando de ser una prioridad.
Desgraciadamente, frente a esta tendencia claramente negativa, la institución no ha reaccionado. Sorprende su pasividad, que quizás se pueda explicar por la predominancia de una mirada autocomplaciente y por la falta de una reflexión crítica.
Si la menor financiación está amenazando la autonomía académica, es inexplicable que no se hagan las transformaciones estructurales necesarias para avanzar en la investigación y que la sociedad reconozca la importancia de la actividad universitaria.
La situación actual es delicada y está llevando a una dinámica endógena perversa. Y este lento proceso de deterioro se va a agudizar ahora por las arbitrariedades que se cometieron en el nombramiento del rector con el argumento improcedente del respeto a la democracia electoral.

Movimiento estudiantil

Para el Gobierno actual, el valor de la Nacional no está en su capacidad de aportar al proceso intrínseco de conocer, sino en las potencialidades políticas del movimiento estudiantil. Esta distorsión del papel de la universidad retrasa la conquista de la autonomía.
La pérdida de relevancia de la Nacional se agrava porque la institución se niega a reconocer esta realidad. Y la llamada “constituyente universitaria” es un paso en falso, que, en lugar de consolidar la autonomía, acaba con las jerarquías propias del conocimiento científico. La lógica igualitaria subyacente a la constituyente termina acabando con el Studium, que es la esencia misma de la universidad.
EDNA BONILLA SEBÁ(*) Y JORGE IVÁN GONZÁLEZ(**)
RAZÓN PÚBLICA (***)
(*) Profesora de la Universidad Nacional de Colombia. Ha sido Secretaria de Educación de Bogotá (2020-2023) y Secretaria de Hábitat.
(**) Filósofo de la Universidad Javeriana, magíster en economía de la Universidad de los Andes y doctor en economía de la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica. Fue decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional (1993-1996) y director del Centro de Investigaciones para el Desarrollo.
(***) Razón Pública es un centro de pensamiento sin ánimo de lucro que pretende que los mejores analistas tengan más incidencia en la toma de decisiones en Colombia.
PUBLICADO EN LA EDICIÓN IMPRESA DEL DOMINGO
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