Un reto único y un objetivo cumplido

Nicolás Samper elogia y le agradece a la Selección Colombia, finalista de Copa América 2024.

Nicolás Samper, columnista invitado.

Foto: Archivo Particular

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11 de julio 2024 , 06:06 a. m.

Pasó Colombia a la final de la Copa América 2024. Pasó además demostrando un juego consistente, muy capaz, con escasas fisuras que no han sido lo suficientemente profundas como para pensar en que a través de esas filtraciones se pueda resquebrajar el sueño de repetir un título de América, después de haber esperado alcanzar esta instancia 23 pacientes años.

Y aunque suene conformista, acá, parafraseando un poco a Jorge Drexler, más allá del desenlace que el domingo se pueda dar, la trama ha sido un cordón umbilical que ha hecho que hasta el colombiano más escéptico por naturaleza -me incluyo en este grupo temeroso- haya entendido que la posibilidad de que la realidad va más allá de la ficción que nos creamos en distintos escenarios. Es en ese punto en donde la meta ya se ha conseguido, porque los futbolistas que hacen parte de este plantel colombiano y su cuerpo técnico, encabezado por Néstor Lorenzo -un DT colosal, con el mapa de las ideas claro y con colaboradores que hacen que su trabajo sea todavía más perfecto-, han alcanzado un sitio maravilloso a partir del juego prolijo, del no ahorro de esfuerzos, del compañerismo y esa admiración que se debe sentir cuando se comparte un plantel con tipos que son admirables y pueden ser campeones del certamen.

Pero, y digo yo que la meta no necesariamente será levantar el trofeo (y si lo ganamos va a ser hermoso), sino entender que de nuevo tuvimos fe. Que el grupo de jugadores que se visten con los colores de este país tan atribulado, tan contradictorio, tan injusto, tan desequilibrado, tan delirante, tan violento, nos devolvieron hacia ese sentimiento tan maravilloso que es el de saber que hay tipos que han dado el alma por uno, sin siquiera conocernos. Y ese gesto hace que en cada uno de nuestros corazones haya fe en ellos.

Insisto que ese punto, el de saber que el objetivo de volver a enamorarnos de la Selección y de sentirnos seguros de estar asidos a ese dogma tricolor que hoy nos hace ilusionarnos, se debe a ellos, a los mismos que en algún momento nos desilusionaron por el resbalón rumbo a Qatar.

Ya para el domingo habrá un escenario hermoso: jugar ante el actual campeón del mundo, enfrentar al genial Dibu Martínez, provocador y arquero que gana títulos, pero también será disputar el título frente al mejor jugador de los últimos años, Lionel Messi, que siempre está listo para convertir lo ordinario en extraordinario sin hacer el mayor esfuerzo (un mérito con el que solamente pueden contar los iluminados, los distintos, los elegidos) y con él su tropa de amigos que también la rompen: De Paul y su laboriosa tarea en el mediocampo; Di María, uno de esos que, a pesar del maltrato general de su gente, se salió con la suya y en vez de mandar callar bocas, se dedicó a disfrutar y claro, Lionel Scaloni el hombre que en silencio fue convirtiéndose en una leyenda tan valiosa como Menotti o Bilardo.

Y volviendo a lo de la fe, esa palabra que apareció en este texto tantas veces, sentimos internamente que no llegamos a ese juego con simples partenaires, como sparrings, claro, sabiendo quiénes son, entendiendo lo que han ganado, respetando al adversario como corresponde, pero comprendiendo que hay manera de mirarlos directamente a los ojos.

Ese hecho, ese fuego en el pecho, intangible como vívido, lo han reverdecido James, Lucho, Muñoz (que no va a estar), Vargas, Córdoba, Lerma -¡qué Copa América extraordinaria-, Ríos, Arias, Mojica, Dávinson -otro de nivel superlativo- Cuesta y el resto de jugadores.

Y sentir de nuevo eso en el corazón vale más que cualquier Copa. A ellos, Gracias.

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