Final de Copa, una vida después

Opinión de Jenny Gámez sobre los 23 años que pasaron desde la última vez que Colombia fue finalista.

Jenny Gámez

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Foto: Casa Editorial El Tiempo

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11 de julio 2024 , 08:18 p. m.

En aquellos tiempos, Colombia era la misma maraña de problemas de hoy pero tenía a su favor la anestesia de su equipo nacional de fútbol. Era el inicio del siglo XXI y, temerosos como estábamos de que la profecía del fin del mundo en el año 2.000 todavía se pudiera cumplir con algo de 'delay', recibíamos una Copa América que se convirtió, más que en un compromiso deportivo, una excusa para una batalla que había que ganar sí o sí, después de una larga lista de desplantes y discriminaciones que hasta el presidente de la República usó como bandera.


Ok, visto así parece que no hubiera cambiado nada, pero no se engañe porque somos muchos los que podemos dar fe que sí, que 23 años después, el mundo, el país, el fútbol y hasta la Selección Colombia son una foto sepia, una que huele a museo, que sabe a nostalgia, que suelta un chillido de visagra oxidada imposible de imaginar para una generación completa que vivirá este domingo, en Miami, la primera final de su país en una Copa América.

Antes que ustedes poblaran el mundo, queridos centenials, Colombia jugó en su casa un torneo igual de apasionante: cabalgó en la primera fase con 9 puntos de 9 en juego (de hecho en la actual edición fueron 7 de 9), también goleó en cuartos de final, esta vez a Perú (3-0), superó a Honduras en la semifinal (2-0) y le ganó la final a México (1-0) en Bogotá.

Y en ese proceso hizo del desplante de Argentina, que renunció por motivos de seguridad y fue reemplazado por Honduras, o del del intento de boicot de Brasil y su nómina mixta, una guerra de fondo nacionalista que acabó dejando en las vitrinas vacías de la Federación Colombiana el primer, y hasta ahora único, título de su historia.

Parece que fue en otro siglo cuando los periodistas que cubríamos el evento íbamos en masa de ciudad en ciudad detrás de aquel equipo de Maturana, de Víctor Aristizábal y Mario Yepes, de Iván Ramiro Córdoba y Fabián Vargas, de Totono Grisales y 'Choronta' Restrepo, aquella familia cómplice que había hecho del desafío a toda Suramérica su combustible.

Eran años en los que llegábamos muchas horas antes de los partidos no para tomarnos fotos sino para invadir los baños y cubrir con bolsas de basura las ventanas, convirtiéndolos en improvisados estudios de revelado (hoy te recuerdo Felipe Caicedo, en esa maratón desde la cancha a lo más alto de las graderías, ¡qué crack!); eran días en los que suplicábamos que no se borraran los textos de nuestros primarios portátiles mientras bajábamos a las salas de prensa para enviar las notas, corríamos detrás de los taxis para que nos llevaran a los aeropuertos y pudiéramos convencer a desconocidos de llevarse los rollos y de entregarlos a otros desconocidos en Bogotá, para montar las páginas muchas horas después del final del partido.

Porque el desafío no era contarlo primero sino contarlo mejor, como pidiera, también en otro tiempo, Gabriel García Márquez. Porque nos esforzábamos en la escritura por encima de la inmediatez. Porque no había dueños de las noticias, solo había noticias. Porque teníamos tiempo, ese preciado regalo del que las actuales generaciones carecen.

Era un ejercicio que está a años luz de lo que se vive hoy: veíamos las prácticas completas y teníamos debates, no basados en especulaciones ni adivinanzas sino en lo que veríamos, fielmente, el día del partido en la cancha; elegíamos a quien entrevistar y nos aguantábamos que Miguel Calero (QEPD) nos hiciera chistes sobre nuestra estatura y se sentara en el césped para que no se nos encalambrara el brazo de tener tanto tiempo elevada la grabadora; revelábamos lo que importaba, respetábamos la vida privada de los protagonistas y ellos respetaban nuestro oficio... Era una vida sin redes sociales ni cámaras en los celulares, un absoluto privilegio de nuestra profesión.

Hoy pensar en eso casi huele al alcanfor. Pasó una vida en estos 23 años, una que sacrificó a muchos talentosos para premiar a otros que hoy lloran de felicidad antes las cámaras, conscientes, como solo ellos pueden estarlo, de cuánto costó este regreso.

Colombia ha vuelto a una final de Copa América y todo cambió, para bien y para mal. Ahora ni siquiera el elemento humano está en la escena: la nota la escribe la IA, la valida un algoritmo, la difunde una red social y llega al destinatario directamente al teléfono celular, sin filtros, sin lentos procesos de elaboración. Y sí, ya no huele a tinta, pero hay que aceptar que aún sabe a orgullo, a dulce revancha, a la más pura felicidad.

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