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Nicola Stornelli García

La Economía Colaborativa según…

El Gobierno Nacional no puede ceder ante las presiones de una minoría como la de los taxistas. Sí, son una minoría.

Nicola Stornelli García
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Nicola Stornelli García

La irrupción de las TIC en el mercado ha generado un fenómeno que recibe nombres disímiles: nueva economía («new economy»), economía colaborativa («sharing economy»), consumo colaborativo («collaborative consumption»), consumo conectado («connectec consumption») o consumo basado en el acceso («acces-based consumption»). En todo caso, pese a sus varios nombres, se trata de una noción que apunta a un mismo concepto: la prestación y adquisición de servicios económicos que giran en torno, principalmente, a (I) la fabricación de software (como el desarrollo y puesta en marcha de aplicaciones), (II) los negocios basados en internet y los servicios de comunicación, y (III) equipamiento para dar soporte a aquellos dos.

Se trata, entonces, de una realidad que desborda el uso de tecnologías ya no tan novedosas como el computador personal, y las reemplaza por otras más innovadoras, sofisticadas y eficientes como, por ejemplo, los dispositivos móviles y aplicaciones; en estas no sólo se intercambia información, se vende o se compra, sino que también se administra una nueva cotidianidad y se hacen actividades comunes del día a día (acceder a servicios bancarios o pagar impuestos) sin que, por regla general, sea necesario asistir físicamente a una oficina, establecimiento de comercio u otra entidad, en razón a que un sinnúmero de actividades puede hacerse fácilmente y a distancia, oprimiendo un solo botón.

La economía colaborativa tiene como características: (I) Costo promedio decreciente; (II) se centra en el producto, no en la empresa; (III) posee una amplia gama de producción; (IV) requiere modestos capitales; (V) representa altos índices de innovación; (VI) muestra entradas y salidas rápidas y frecuentes del mercado; (VII) se vale de economías de escala en el consumo; y (VIII) su principal producción es propiedad intelectual, bienes intangibles, sin importar que puedan comercializarse bienes o servicios físicos.

Uno de los efectos de la economía colaborativa ha sido la atenuación de algunos roles tradicionales, pues permite hablar de un actor distinto: el prosumidor («prosumer») que engloba la idea actual de que un consumidor no sólo se satisface de los bienes y servicios que están en el mercado, sino que también puede proveerlos. También permite identificar, por un lado, a un «proveedor par» («peer provider») que ofrece productos para alquilar, compartir o pedir en préstamo, y, por el otro, al «usuario par» («peer user») que consume los productos, pudiendo transitar entre ambos roles según su preferencia.

Acomodarse a un futuro que, como mucho, podemos percibir de manera borrosa, es un problema común en el derecho, que además casi con seguridad está creciendo. Por ejemplo, con respecto a los cambios rápidos en las comunicaciones electrónicas, cualquier intento de escribir leyes específicas en este momento está

destinado a la obsolescencia como esas reglas específicas de solo una generación atrás que no anticiparon, ni podrían haberlo hecho, el uso generalizado de los teléfonos móviles, el desarrollo y la predominancia de internet, y una densidad de comunicaciones por satélite que convierte en arcaica una lista de medios limitada a la radio, la televisión y las películas.

Los anteriores párrafos los tome de la sentencia de la Corte Suprema de Justicia para el caso de una demanda contra Uber cuyo magistrado ponente fue mi paisano y amigo personal Aroldo Quiroz Monsalvo. Sentencia que ha dado mucho que hablar y que ha hecho mucho más por la Economía Colaborativa que el famoso gobierno de la Economía Naranja. Debo aclarar que en los párrafos transcritos hay varios pies de página. Aquí está la sentencia.

La sentencia no resuelve todos los problemas que enfrenta hoy la Economía Colaborativa, pero contribuye mucho a esclarecer el enredado galimatías (valga el pleonasmo) que ha generado esta nueva forma de hacer las cosas al enfrentarse a lo tradicional, al statu quo.

Escribo esta columna en Valledupar, mi lugar de residencia, donde los taxistas han aprendido a convivir con In Driven, la aplicación de origen ruso, similar a Uber; Uber aquí no ha pegado. Y la escribo el día en que sé que Bogotá está colapsada por un paro de taxistas que reclaman, entre otras cosas, la supuesta ilegalidad de las aplicaciones de Economía Colaborativa para transporte. No sé en qué mundo viven los dueños de taxis porque sé que la mayoría de los conductores ha aprendido a competir con esas aplicaciones; incluso hay empresas de taxis en Bogotá y en otras ciudades del país que ya tienen su propia aplicación, dándoles otro canal de comunicación más transparencia y seguridad a sus usuarios.

El Gobierno Nacional no puede ceder ante las presiones de una minoría, sí, son una minoría, que busca devolver el país e impedir el desarrollo y la inserción del país en la ola de la Cuarta Revolución Industrial que ya llegó al mundo desarrollado. Mientras haya energúmenos con esa visión anacrónica del desarrollo del país, jamás nos montaremos en el tren de la Cuarta Revolución Industrial y mucho menos llegaremos a una Sociedad de la Información o del Conocimiento como quiere el presidente Petro.

NICOLA STORNELLI GARCÍA
Analista de Tendencias Digitales. Columnista de Portafolio y colaborador de El Tiempo, de DPL News y de Razón Pública
En X: @puertodigital
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