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Tricolores

Nos une la ilusión de que los líderes sean lo que crean y lo que quieran ser, pero no sean cizañeros.

Ricardo Silva Romero
Si seguimos por donde vamos, o sea por la vía de esa frivolidad febril que ve nazis en todos los titulares de prensa, pronto serán llamados “de extrema derecha” los demócratas de izquierda. Y sin embargo, como lo reconocen los cambios en los ministerios del Gobierno, no es necesario ni sensato ir por donde vamos. Hace una semana larga, el presidente Petro declaró no solo que el fútbol nos junta, sino que prueba que el orgullo de ser colombiano sí existe, pero hace un par de días aseguró, como jurándolo por sí mismo, que nosequé medios calumniosos –los que su cruzada ve– quieren “la sangre de siempre”: podría decirse, pues, que nos unen el suspenso y la fiesta de los partidos de Colombia, y este liderazgo atrincherado y maniqueo que luego nos separa.

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Hace diez años nomás, James Rodríguez, el 10 nuestro que ha vuelto a ser él mismo, lideró ese equipo extraordinario que terminó protagonizando la Copa Mundial de Brasil: era gol de Yepes. Redimió un poco a esta nación que lidiaba una campaña presidencial a muerte que terminó partiéndola en dos: entonces empezó el pulso empobrecedor, de Patria Loca, del país del sí con el del no. La selección de la Copa América de este año, capitaneada hasta la final por Rodríguez, juega con tanta gracia, con tanta fe en el juego, que hace evidente que vivir aquí puede ser también esa alegría. Dijo Petro: “Nos une la selección Colombia”. Pero después, resignado a desunir lo que se una, gritó “la extrema derecha se lanza en contra” cuando los transportadores escribieron que su constituyente es caprichosa, redundante.

Podría pensarse que nuestra historia –de la Regeneración hasta hoy– ha sido un llamado a la unidad con modos de ultimátum.

Hace treinta y tres años apenas, el jueves 4 de julio de 1991, EL TIEMPO dio la gran noticia de estos tiempos: “Murió la Constitución del 86”. Retrató luego el milagro: las gentes irreconciliables del Partido Liberal, de la Alianza Democrática M-19, del Movimiento de Salvación Nacional, del Partido Conservador, de la Unión Cristiana, de la Unión Patriótica y los Movimientos Indígenas habían sido capaces de escribir lo que esa nación de ventanas con cintas –en la que era imposible ser indiferente a la guerra– les había encomendado. Hoy nadie aparte de Petro pide constituyentes. Nadie. Los militantes de las redes no pretenden convivir, sino prevalecer. Y los trabajadores solo quieren que estos políticos fanatizados, remedos de troles, hagan su trabajo: que dejen vivir con dignidad, ver el partido y dormir en paz.
Hace dos jornadas ya, se exclamó, desde este gobierno en mora de asumir el Estado, el lema justo “que el país nos una”. Sonaba a “Dios proveerá”, pero, tal como la vocación del nuevo ministro del Interior a acordar, a “hacer política” en el sentido leal a la expresión, al menos iba en contra de la furia calumniosa y plagada de erratas con la que el Presidente responde a los reparos: hace dos días, en pleno llamado a la unión, Petro se permitió afirmar que los críticos del nuevo ministro de Educación seguramente habrían cuidado los bienes de la mafia. Qué error. Qué ceguera. Podría pensarse que nuestra historia –de la Regeneración hasta hoy– ha sido un llamado a la unidad con modos de ultimátum. Nos une la ilusión de que los líderes sean lo que crean y lo que quieran ser, pero no sean cizañeros.
Quizás ya estamos irremediablemente unidos. Quizás baste volver a ver los paisajes insólitos, y las violencias, y las víctimas, y los acuerdos de paz, y las crónicas valientes, y las ficciones catárticas, y las mamaderas de gallo, y los minutos eternos de esa semifinal heroica con solo diez hombres, para caer en cuenta de que lo desquiciado –lo contra natura– es separarse, y el llamado cuerdo es a la convivencia. Quizás la reforma que falta sea esta: que lo que Colombia ha unido no lo separe el colombiano.
Ricardo Silva Romero
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