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Opinión

Editorial

Una estrategia frenada

El lento avance de la erradicación manual de cultivos de coca obliga al Gobierno a redoblar esfuerzos en una lucha integral.

Editorial .
Mientras hay positivas noticias en materia de incautación de cocaína, que va creciendo este año a niveles del 36 por ciento –pasó de 269,3 toneladas decomisadas entre enero y mayo del 2023 a 366,9 en el mismo lapso de 2024–, la otra cara de la lucha contra el narcotráfico se muestra en la erradicación de narcocultivos, que registra los resultados más bajos en el país desde que se llevan esas cuentas.

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Entre enero y junio del 2024, según cifras oficiales publicadas por este diario, solo fueron destruidas 2.278 hectáreas de coca, menos de la cuarta parte de la modesta meta de 10.000 hectáreas que se impuso este gobierno para el año completo. Bloqueados muchas veces por acción de comunidades azuzadas, cuando no amenazadas, por los actores ilegales, los equipos de erradicación de la Fuerza Pública avanzan a una velocidad 15 hectáreas de la hoja arrancadas por día.
Desde el 2020, cuando se destruyeron manualmente 130.000 hectáreas, la efectividad de esa estrategia ha venido a la baja, hasta las 20.325 hectáreas del año pasado. Todo esto cuando en el país hay, según las cifras del Sistema Integrado de Monitoreo de Naciones Unidas (Simci), un mar de coca que en 2022 llegó a las 230.000 hectáreas (26.000 más que en 2021).

El esfuerzo heroico de las autoridades en la incautación es loable, pero indica que hay más producción y más droga en las calles.

El presidente Gustavo Petro puso como prioridad en la lucha antinarcóticos concentrar esfuerzos en la incautación del alcaloide más que en lo que su gobierno denomina, no con demasiado rigor, la persecución de los campesinos cocaleros. En ese sentido, es casi un hecho que en 2024 se mantendrá la pendiente hacia arriba que vienen marcando los golpes de las autoridades contra los narcotraficantes desde hace ya una década. Así, mientras en 2014 se incautaron 148 toneladas, en 2021 fueron 669,3 toneladas; 659,1 en 2022, y el año pasado, 739,6 toneladas.
Se trata de un esfuerzo heroico de las autoridades colombianas, que son ejemplo ante el mundo en esta materia. Pero algo sobre lo que alertan los resultados de Naciones Unidas es que esas mayores incautaciones se explican –aparte de una más efectiva estrategia de la Policía, las Fuerzas Militares y de la Fiscalía– porque el país está produciendo cada vez más cocaína. Lo cual tiene relación directa con el crecimiento de las áreas sembradas y con la persistencia y resistencia de matas de coca, cada vez más productivas. Entre 2021 y 2022, según el Simci, la producción del alcaloide aumentó más de 300 toneladas, de 1.400 a 1.738 toneladas. Así, las cifras de incautación rompen récords cada año, pero también las de la cocaína que llega a las calles.
Acierta el Gobierno al asegurar que es en los eslabones más fuertes de la cadena del narcotráfico –los narcos propiamente dichos, sus laboratorios, avionetas y embarcaciones y en sus fortunas ocultas– donde se deben concentrar los mayores esfuerzos de la estrategia antidrogas. Pero cerrar los ojos ante la evidencia histórica y permitir el crecimiento desbordado de las matas de coca no solo incidirá en el resultado de más cocaína en los mercados internos y externos, sino que condena a las comunidades de las regiones donde hay narcocultivos al imperio de esas mafias –disidencias, Eln, ‘clan del Golfo’ y todas las otras– a las que les sirve y enriquece que ese flagelo siga existiendo. Hay, entonces, que redoblar esfuerzos, en una lucha integral.
Editorial .
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