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Sobre el derrotismo / columna de José Manuel Robles

Es uno de los mecanismos que permite que el populismo se transforme en la forma de hacer política.

José Manuel Robles
El populismo es un fenómeno político ubicuo que adopta formas dispares. Recientemente ha adquirido la condición de gobierno en Italia, lo tenemos en Colombia y España y es reconocido internacionalmente en Estados Unidos o Francia. No obstante, y más a allá de sesudos estudios sobre su definición y condiciones de emergencia, el populismo pone de manifiesto una contradicción que, al menos así lo creo, está en la raíz misma de nuestras vidas sociales; la creencia de que todo puede solucionarse y la tendencia a dejarnos vencer por las circunstancias.

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Que todo tiene solución, es una creencia muy extendida e, incluso, yo diría natural. Especialmente en un contexto científico y tecnológico tan avanzado, tendemos a suponer que todo es reversible. Encontraremos una cura para el cáncer, dirían algunos. Esto es cosa de tiempo, dirán otros. En esta línea, la Unión Europea acaba de aprobar una normativa por la que, a partir de 2035, todos los carros que se adquieran en el territorio común serán eléctricos. Con ello, se entiende, ayudaremos a revertir los efectos del consumo de hidrocarburos sobre el medio ambiente.
Sin embargo, por muy extendida que esté esta idea, no tiene porqué ser cierta. Al menos, no en todos los casos. Nuestros colegas los físicos nos advierten de que hay procesos, ellos los llaman histéresis, que no cuentan con esta opción de “marcha atrás”. Me explico mejor con un ejemplo. Cuando uno aumenta la temperatura de una barra de metal, esta se dilata. Aumenta su tamaño. Por el contrario, cuando provocamos que la temperatura baje, la barra se contrae y vuelve a su estado anterior. Se trata, por lo tanto, de un proceso reversible. Sin embargo, cuando uno aumenta tanto la temperatura a la que exponemos a la barra como para que el metal se derrita, ya no hay opción de volver al estado original. El estado de la barra ha cambiado para siempre.
José Manuel Robles.

José Manuel Robles.

Foto:José Manuel Robles

Tengo la sensación de que el populismo es un proceso de este tipo. Es una suerte de histéresis de la política. Cada vez estamos más habituados al “todo vale”, a la posverdad, a los discursos simplificadores en los que solo hay buenos y malos, ellos y nosotros, a una gran polarización y crispación pública, etc. Esto ha permeado también los debates ciudadanos tanto en las redes sociales como en la misma vida cotidiana. En mi país, al menos, algunos hemos empezado a no querer hablar de determinados temas con amigos y familiares bajo la más que fundada sospecha que el entendimiento será desgraciadamente imposible. Cuando esto pasa, cayo y pienso “esta situación es irreversible”. La fractura es insalvable.
Sin embargo, no toda la culpa es de los demás. No siempre la culpa es del político populista, del gestor corrupto, de mal alcalde, el vecino incívico, etc. Esta salida es la fácil y es, además, muy populista. Una de las máximas, simplista y dicotómica, de los populistas reza “los ciudadanos somos virtuosos y los líderes son corruptos”. Esto no es siempre así y, además, ¿no tendremos también algo que ver nosotros, los ciudadanos virtuosos, con la emergencia del populismo? Yo creo que sí, y mi respuesta se llama derrotismo.

Derrotismo es fruto de un cansancio que nos hace aceptar la irreversibilidad de los acontecimientos.

El derrotismo no es solo una actitud hacia la vida. Aquella que nos lleva a ver todo lo que pasa a nuestro alrededor de la forma más negativa posible. Ni si quiera se trata, únicamente, de la sensación de que los elementos nos han vencido. Derrotismo es fruto de un cansancio que nos hace aceptar la irreversibilidad de los acontecimientos.
Creo que los lectores de este artículo conocen bien esta sensación y conviven con ella todos los días. Es esa sensación que uno tiene cuando se queja del agujero en el piso de su calle día tras día y piensa que, por mucho que uno haga, nada va a cambiar. Que el agujero quedará ahí por mucho tiempo. Es esa sensación que uno experimenta cuando está en presencia de personas que a penas tienen para vivir y mira para otro lado diciéndose así mismo “pobre persona”. El problema del derrotismo es que rápidamente genera ideas que legitiman el orden de las cosas. Así, no serán pocos los que digan, “bueno…si no tiene para vivir, algo habrá hecho mal en su vida. Algún error habrá cometido” o “si el agujero del piso no se arregla es porque los políticos están usando los recursos públicos para otros fines”. Podríamos poner aquí mil ejemplos, pero creo que es fácil de tender mi punto de vista.
Esta actitud, la actitud derrotista, es la temperatura que funde el metal. Hace que el estado de nuestra vida pública cambie para siempre. Hace posible que determinados procesos se transformen en histéresis. Es uno de los mecanismos, necesariamente no el único, que poco a poco va dejando que el populismo se transforme en la forma de hacer política y, peor aún, de hacer vida en común. Esto no es un llamamiento a héroes. Es, simplemente, una invitación a la reflexión. A veces, pensando, se logra más que actuando.
JOSÉ MANUEL ROBLES
José Manuel Robles
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