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Un pacto absurdo de amor

Hilda Strauss es una reconocida mujer de radio y televisión. Sigue con su programa radial.

Hilda Strauss es una reconocida mujer de radio y televisión. Sigue con su programa radial.

Foto:Archivo particular

Este sentimiento, en la celebración de su día, exige reflexión, afirma Hilda Strauss. 

El amor es la fuerza más grande del universo, es lo que nos une, la manifestación humana más importante, por lo tanto, exige una reflexión trascendental de nuestra parte.

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Las enseñanzas más comunes acerca del amor propio y del que damos a los demás, las recibimos en la tradición y en las grandes oleadas de contenidos acerca de los cacareados temas de superación personal, que son generados por miles y que se han impuesto en la humanidad por moda, generalmente, a través de una compuerta más que justificada: las relaciones personales y empresariales.
En esa instrucción, llena de comunes denominadores aglutinantes de gurús modernos, hay conceptos que todos conocemos o que de alguna manera han llegado a nuestros oídos.
He aquí algunos: "Si hay paz interior, es posible irradiar amor", "si tiene una buena autoestima, eso mismo es lo que proyecta hacia los demás", "si usted no se quiere, no puede querer a los demás", "si usted ve solo un panorama negativo en los demás, eso es lo que tiene y atrae en su interior".
(Tal vez quiera leer: Hilda Strauss no deja de trabajar)
Lo anterior es cierto, todos dicen lo mismo, es la idea general, lo que se estila, entre unos y otros solo cambian algunas palabras, son frases lógicas, bastante trilladas, pero tienen sentido y no hay razón para oponerse al establecimiento.
Pero más allá, existe una idea revolucionaria, una verdad hermosa que borra con un solo gesto todos esos artificios de curso certificado, una realidad interior que supera la frase postiza de "yo irradio lo que tengo". Y aquí va la propuesta: un pacto de amor absurdo, porque se rige bajo otros parámetros, porque debemos elevarnos por encima de lo material y comenzar a pensar en modo superior.
Debemos iniciar con una de esas frases del ejemplo: "La capacidad de dar amor depende de un prerrequisito: el amor que nos tenemos a nosotros mismos". Esa idea nos lleva a pensar en la autoestima y, exactamente en este punto, es en el que tendremos que superar la materia.
¿Y cómo hablar de autoestima desechando la opinión ajena, la apariencia y el cumplimiento de las expectativas externas?, ¿cómo pensar en autoestima sin los objetivos, retos y metas establecidos y sin el sistema mental del halago y la crítica? Vamos bien. Es necesario deshacerse de esas guías para crear ese pacto de amor que puede hacer cumplir en nosotros la sagrada misión de la felicidad.
Una autoestima que no necesite aprobación de los demás. Una autoestima que nos libere y que produzca relaciones felices con nuestra gente. Una autoestima que sea natural en nosotros y no impuesta con autosugestión o como un sentimiento forzado. Una autoestima confortable, libre de la angustia de pensar en el resultado. Una autoestima que no esté medida por mis expectativas y las de los otros, que con seguridad van a producir decepción o me llevarán a una carrera ansiosa interminable.
¿Y cuál es la autoestima tan especial que se escapa de las redes o entramados materiales? Es una autoestima espiritual superior, que rescata la personalidad del alma. Esa autoestima sale de la seguridad de la meditación, de esa energía propia que se desprende de la certeza de la luz que somos, pero esto hay que decirlo de manera más clara y más práctica.
En el momento de la meditación, vemos toda clase de imágenes en nuestra mente, las observamos con serenidad y control, esas virtudes debemos instalarlas en nuestro diario de vida. En ese estado nos sentimos seguros, con capacidad de crear, con la firme convicción de concentrar y proyectar energía. Tenemos que establecer ese poder en nuestra personalidad material.
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En la meditación no tenemos solamente los cinco sentidos comunes, tenemos intuición y otras facultades, entendemos grandes verdades en un segundo. Debemos fijar esa gracia en nuestra cotidianidad. En estado de meditación somos felices, expectantes, asombrados, amorosos, y esas características divinas deberán ser impregnadas en la vida común.
De esta manera, ese control, creatividad, poder, alegría, belleza espiritual sobrenatural, intuición y amor incondicional formarán parte de un carisma muy propio de cada uno, del que seremos conscientes y alimentaremos todos los días de la vida, y son el fundamento de la verdadera autoestima espiritual, que no depende de opiniones, elogios, apariencias, críticas y aprobación.
No es la autosugestión para instalarnos una seguridad artificial que no viene de nosotros, es una seguridad espiritual que viene del ser, que bajamos nosotros mismos, desde nuestra meditación hasta la vida de todos los días. En esa convicción, vivimos, hablamos, nos comunicamos, ayudamos. Es un carisma del alma que tiene la fortaleza de su origen espiritual, no es una autoestima frágil de creación material basada en los demás.
En esa realidad nunca tendremos baja autoestima. Proyectamos luz, somos referencia, tendremos alegría permanente aun en momentos críticos, seremos una cascada de soluciones frente a la adversidad, desarrollaremos genuino amor hacia los demás. Todo lo bueno que sentimos en estado de concentración bajará a nuestra manifestación mental en el mundo físico y así seremos sólidos, fuertes, únicos, poderosos, creativos, con la capacidad de lograr todo lo visualizado en meditación y podremos obsequiar a nuestra gente esos logros y ese amor a manos llenas.
Esa es la verdadera autoestima, la legítima, la nuestra, y es un pacto de amor absurdo, porque es absolutamente distinto a lo que dicen las certificaciones, las modas, los elegantes mentores modernos y algunos escandalosos instructivos de desarrollo personal, autoayuda, liderazgo y motivación.
Esto es distinto, esto se trata de la manifestación del alma, de la potencia de nuestro ser interior, de nuestro nombre carismático y feliz, estampado en las propias obras y en la meditación. De esa capacidad de reconstruirnos y de traer el cielo a la tierra es que nace el verdadero amor.
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