La primera retrospectiva de la artista colombiana Beatriz González en México recorre su obra con una mirada original

El curador mexicano Cuauhtémoc Medina fue directo al punto y le dijo:

—La gente piensa que usted solo ha hecho Los suicidas del Sisga, o que solo ha pintado al presidente Turbay. Yo quiero mostrar que Beatriz González es mucho más que eso. 

A ella le gustó la idea. En ese momento su obra acababa de recorrer varios países, con exhibiciones en Francia, Alemania, España, Estados Unidos. “Pero eran muestras clásicas, cronológicas. Lo de México es distinto. Fue como barrer esa idea tradicional de Beatriz González”, dice la artista, sentada en la sala de su apartamento en el centro de Bogotá. Ya han pasado algunos meses desde que se inauguró la muestra Guerra y paz: una poética del gesto, en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM, en Ciudad de México. Es su primera retrospectiva en ese país. “Allá la gente me decía que no me conocía, pero no porque no hubieran visto antes obras mías, sino porque no tenían claro el desarrollo de mi mirada artística”, dice González. Esta exposición —que estará abierta hasta junio de este año en México y luego viajará a Holanda— recorre la creación de la artista colombiana desde un ángulo particular: el gesto.

A Cuauhtémoc Medina, curador en jefe del museo mexicano, la idea de una retrospectiva de Beatriz González lo venía persiguiendo desde años atrás. En cada visita a Bogotá, Medina analizaba su obra, la estudiaba. “Estaba convencido de la necesidad de romper con esa interpretación, vaga y general, que solía relacionar la obra de Beatriz con la representación de la violencia”, dice el curador, desde su oficina en Ciudad de México. El camino para lograrlo lo tuvo claro al ver una obra de González en particular: Zócalo del duelo (2018). Medina tuvo la oportunidad de estar el estudio de la artista, ver algunos de los bocetos que condujeron a la creación de esta obra, presenciar en parte la secuencia de su trabajo. “La imagen de estas dos mujeres en actitud de desconsuelo absoluto, el modo en que una de ellas se aferra a su teléfono móvil, me clarificó su intento de plantear una comunicación corporal y emocional —explica Medina—. Se me hizo evidente la decantación de la idea. Se trataba de pasar de una imagen apropiada a un gesto definitivo, de conseguir que algo adquiera la solidez comunicativa que tiene la pintura”.

A partir de ese momento, Medina encontró la manera de mirar la obra de Beatriz González desde otra óptica y detectó “tres grandes corrientes gestuales” que reinan en su trabajo, y que fueron la base para darle forma a la retrospectiva mexicana. La muestra presenta la obra de González desde sus inicios hasta hoy, pero no de forma cronológica sino reunida en diferentes ejes temáticos. El primero se titula ‘Apropiaciones críticas’. “Desde 1962, Beatriz González hizo uso de la pintura como medio para apropiarse e interpretar imágenes preexistentes, tanto de la pintura occidental como de la cultura popular y el fotoperiodismo”, dice el catálogo de la exposición para introducir este capítulo. Se muestran ahí, entre otras obras, Mural para fábrica socialista (1981) —su famoso “Guernica”–, Decoración de interiores (1981) o Naturaleza casi muerta (1970) —que fue el primero de sus muebles—.

Los siguientes ejes se centran puntualmente en las tres corrientes definidas por Medina. La capacidad de comunicación en las obras de González no se limita a los personajes que tienen vida. “Los cuerpos muertos siguen siendo emocionalmente muy presentes en su trabajo —dice Medina—. Hay una especie de gestualidad exánime”. Así, precisamente, se titula la siguiente sección de la muestra: ‘Exánimes’. Pueden verse en ella obras como Décima Piedad (2005), Retratos mudos (1990), Pancarta mortal (1990) o La corriente (1992). La retrospectiva continúa con ‘Duelos’, que reúne trabajos en los que González ha retratado el dolor. “No es casual que una gran parte de estas imágenes sean de mujeres, porque, como ha señalado la artista, ‘las mujeres siempre están tratando de comunicarse: contar su dolor, saber qué ha pasado con su familia”, dice el catálogo. En este espacio se reúnen obras como Empalizada (2001), su serie Las Delicias (1996-1998), Cada uno con su ofrenda (2010) o la ya citada Zócalo del duelo (2018), fundamental en la historia de esta exposición. Son mujeres que sufren, que lloran, que se cubren los ojos para no ver el horror. El desarrollo de la muestra sigue con ‘Labor interminable’, donde es protagonista el gesto en acciones como cargar cadáveres o cavar fosas, muy presentes en su pintura. “Entre las visiones más notables de la obra tardía de González están las escenas de hombres y mujeres ocupados con la consecuencia de la violencia”. Ahí están, entre otros, Los inundados (2012), Domingo de resurrección: Puerto Triunfo (2005), Angelus Local (2021), sus Cargueros y, por supuesto, una de sus creaciones más emblemáticas: Auras anónimas.

Esta retrospectiva de Beatriz González era, para el curador, una deuda pendiente con la artista colombiana. La artista había participado, años atrás, en una muestra colectiva en México que presentó pocas obras suyas y no tuvo mayor difusión. ¡Y nada más!, en un país con el cual ella ha tenido un vínculo cercano desde el inicio de su camino en el arte. Su primer viaje a México fue en 1953 y desde entonces lo ha visitado en varias ocasiones, casi siempre con el fin de participar en charlas o conferencias. “Me gusta su arquitectura, su pasado tan extraordinario —dice González—. México tiene muchas cosas admirables”.

—¿Su pintura ha tenido algún vínculo con ese país?

— No, yo veo lo mío muy diferente, no hay paralelo con cosas mexicanas —responde la artista—. Ellos también lo vieron así. Por eso ha llamado la atención esta exposición.

Guerra y paz: una poética del gesto ha tenido una acogida importante y una gran convocatoria: solo en el primer mes superó los 24.000 visitantes. “A nivel internacional, Beatriz González se conoce mucho por los muebles. Pero ella dejó de hacerlos en los años ochenta y en adelante sus preocupaciones han estado relacionadas con otros temas. Esta exposición muestra lo que ha trabajado recientemente”, dice Natalia Gutiérrez, que trabajó de la mano con Medina en la curaduría. En efecto: el arte de González no se ha detenido. De hecho, realizó dos grandes telones para esta exposición. Son los que le dan el nombre a la muestra: Guerra y Paz. La artista venía trabajando en ellos desde la firma del acuerdo de paz con las Farc. Había pintado algunos bocetos basados en dos imágenes que vio en un periódico de Santa Marta, donde ella suele pasar algunas temporadas. La primera imagen —encontrada en la sección de crónica roja del diario— fue la de unas prostitutas asesinadas a la orilla de un río. Ellas protagonizan el mural titulado Guerra. Su contraparte está basada en una foto que vio en el mismo periódico, en la que un grupo de indígenas de la Sierra Nevada celebraban la restitución de una tierra sagrada. Ellos protagonizan el telón llamado Paz. “El contraste de estas noticias, distanciadas por pocas semanas, me impactó —recuerda la artista—. Colombia se debate entre estas dos polaridades”.

Los telones son el cierre de Guerra y paz: una poética del gesto, una muestra que implicó dos años de trabajo, sin contar el tiempo que Medina tuvo la idea rondando en su mente. “Estoy convencido de que Beatriz no solo es una de las mayores pintoras activas en Latinoamérica, sino que debe ser vista como una pintora referencial en el arte global del cambio del siglo XX al XXI”, dice el curador. Nunca es tarde para que las cuentas pendientes se cumplan. A Beatriz González la esperaba México desde hace muchos años.