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Lecturas Dominicales

Rebecca Solnit: 'Lo que dijo el presidente Petro en la COP 28 fue asombroso'

La escritora estadounidense, entre otras cosas, es reconocida por el término 'mansplaining'.

La escritora estadounidense, entre otras cosas, es reconocida por el término 'mansplaining'.

Foto:Cortesía Hay Festival Cartagena

La autora de 'Los hombres me explican cosas' es una de las estrellas del Hay Festival. Entrevista.

diego felipe gonzález gómez
Rebecca Solnit es una autora imprescindible. Heredera de intelectuales como Simone de Beauvoir, Hannah Arendt o Simone Weil, sus artículos y ensayos han transformado, o han ayudado a definir, el camino intelectual del feminismo y el activismo medioambiental. No por nada es la referente de figuras como la actriz Emma Watson y escritoras como Margaret Atwood se han declarado fanáticas de sus libros.

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Rebecca Solnit es autora de 'Los hombres me explican cosas', ensayos sobre la desigualdad de género.

Rebecca Solnit es autora de 'Los hombres me explican cosas', ensayos sobre la desigualdad de género.

Foto:Jude Mooney

Desde que publicó su ensayo 'Los hombres me explican cosas', que dio origen al término mansplaining, su carrera ha sido la de una superestrella filosófica. Con más de 30 libros publicados, Solnit es una de las voces más importantes de EE.UU. tanto que el New York Times la definió cómo la “voz de la resistencia”. Pero sus libros van desde El arte de perderse o el de caminar (Wanderlust) hasta su autobiografía Recuerdos de mi inexistencia o una biografía sobre George Orwell, Las rosas de Orwell, un libro brillante en el que su obsesión por las rosas incluso la llevan a los cultivos en Bogotá. Ganadora de la beca Guggenheim ha sido también columnista de revistas como Harper y escribe en periódicos como The Guardian.
Desde 1980 ha participado en movimientos por los derechos humanos, por el fin de la energía fósil y fue una activista empedernida contra las guerras desatadas durante las administraciones de los Bush. Sin embargo, también ha escrito sobre arte, los peligros de la tecnología y las amenazas a la democracia. En su más reciente libro en español ¿De quién es esta historia?, que presentará en el Hay Festival de Cartagena, trata problemas que van desde la sexualidad en el capitalismo hasta cómo las ciudades son espacios diseñados para hombres y no para mujeres.

Un tema que es fundamental en toda su obra es el feminismo y cómo este movimiento ha sido fundamental para la obtención de derechos civiles. Sin embargo, hoy muchos de esos logros y derechos están amenazados de nuevo. ¿Por qué cree que hay una reacción, en muchos casos muy violenta, contra estas transformaciones que ayudó a fomentar el feminismo?

Hay muchas piezas para responder a esta pregunta. Una es que la gente cree que no tiene que luchar por las cosas que ya tiene. En el caso de los EE.UU. la sociedad es muy pacífica cuando decíamos que los derechos de los hombres, de los blancos y de los heterosexuales eran los derechos supremos, los únicos válidos y no importaba si los otros grupos sociales no tenían derechos. Entonces, por eso, ves a la gente tratando de tomar de nuevo eso que sintieron que perdieron, porque sienten que ese pastel de los derechos –que era solo de ellos– ahora hay que repartirlo. Igual, creo que mucho de este rechazo es manipulado. Tenemos a una minoría de gente tratando de impulsar estas agendas en formas que el autoritarismo y el fascismo lo han hecho para tratar de capturar por lo menos a una parte de la población. Esto va desde Putin en Rusia a Trump en los EE.UU., en donde las historias que cuentan dicen buscar recuperar un pasado y una gloria perdida, que tiene que ver más con un nacionalismo militante y con una idea de superioridad masculina cristiana. De esta reacción es que nace la transfobia, la misoginia, el racismo, los movimientos antiinmigración o antisemitas. Todo se siente muy manufacturado. En el caso de mi país, por supuesto, que mucha gente nunca dejó de ser racista, pero durante la presidencia de Trump mucha gente sí se volvió racista porque esta narrativa la encontraron muy convincente y fue como ponerse un abrigo que los mantenía calientes. Ahora, no creo que muchas ideas triunfen sin oposición cuando realmente transforman la sociedad. La gran lucha por estos derechos es de largo aliento.

Pero cómo explicar los retrocesos en materia de derechos para acceso al aborto en los Estados Unidos, por ejemplo.

Sí, quitaron el derecho al aborto, pero hay que ver que esto fue culpa de nuestra extremadamente corrupta Corte Suprema, que tiene tres jueces que nunca debieron ser siquiera nominados, uno de ellos acusados por violencia sexual. Lo que nunca esperaron fue que muchas mujeres jóvenes, llenas de rabia por ver sus derechos arrancados, impulsaran las victorias demócratas en muchos Estados. Con esto no quiero desconocer a todas las mujeres que mueren y están en situaciones horribles por culpa de gobiernos liderados por la derecha. Lo contradictorio es que estos mismos gobernantes que dicen preocuparse por los niños rechazan utilizar el dinero federal para ayudar a los niños que mueren de hambre. A largo plazo, las mujeres, al igual que la población afroamericana que nunca volvió a creer que la segregación estaba bien, van a aceptar que no tener derechos reproductivos o los mismos derechos que los hombres sea algo normal. Puedes ganar a corto plazo, pero la batalla cultural es de largo aliento. Es muy diciente que el partido Republicano, ese extraño experimento, haya escogido el discurso en que prefieren evitar que la gente salga a votar en vez de ampliar su base de electores a una más diversa. Es un momento muy delirante en este país porque vemos a un partido que se convirtió en antidemocrático, casi fascista, que miente, sobre todo, desde la salud y las vacunas hasta el clima y la historia de la esclavización.

Hace un poco más de 15 años que se publicó su ensayo Los hombres me explican cosas. ¿Cómo ve y siente ese texto hoy? Sobre todo luego del impacto que tiene una palabra y un concepto como el mansplaining.

Muy orgullosa y también muy sorprendida que siga siendo tan importante, pues todo nació de un chiste que hice en un desayuno en marzo de 2008 y contaba la historia de un hombre que quiso explicarme mi propio libro. Era una anécdota cómica, inofensiva, nadie murió como resultado de ella. No como la historia que me contó un hombre de una mujer que salió corriendo de su casa a la mitad de la noche gritando que su esposo la iba a matar y el único comentario del narrador de esta historia fue que seguro ella estaba loca y que su marido, un buen señor, no la trató de asesinar. Muchas mujeres mueren porque la gente no les cree. Ahí fue cuando entendí de qué iba realmente el ensayo; la relación entre violencia física, política y el uso del lenguaje. Para ser iguales, nuestras palabras deben tener consecuencias y credibilidad y deben ser escuchadas. Lo que quiere decir que cuando una mujer dice que una casa está en llamas o que la quieren matar es cierto y no como pasa ahora que mucha gente se inclina a creer que las mujeres que hablan son mentirosas, poco fiables o enfermas mentales.

No es solo que los hombres expliquen cosas sino que aprendan a escuchar a las mujeres como iguales, ¿no?

De acuerdo. Porque esto es un cambio muy grande. Al escribir el libro también me di cuenta de cómo la violencia física es también inseparable de la violencia cultural. En un mundo donde las mujeres fueran realmente iguales, un caso como el de Harvey Weinstein no hubiese pasado, porque a la primera mujer que él hubiese violado en ese mundo ella hubiese podido ir a la policía a denunciarlo y esta le hubiese creído y él hubiese ido a prisión por este primer crimen; no como en nuestro mundo donde cometió cientos de crímenes en un periodo de casi cuatro décadas. Puede que hasta no hubiese cometido ningún crimen porque sabría que la palabra de una mujer tendría consecuencias, tendría credibilidad y sería escuchada. Mucha de esa violencia de la que hablo está dirigida a buscar que las mujeres que quieren hablar o tener agencia sean silenciadas. Hoy no me arrepiento de nada de lo que dije en ese ensayo y creo que es una descripción muy útil de ciertas actitudes coercitivas contra las mujeres que han tenido eco tanto en California como en Corea.
Su más reciente título, ¿De quién es esta historia?, busca cuestionar las narrativas hegemónicas en Occidente

Editorial Lumen, 224 páginas

Su más reciente título, ¿De quién es esta historia?, busca cuestionar las narrativas hegemónicas en Occidente Editorial Lumen, 224 páginas

Foto:Editorial Lumen

Lo que no entienden muchos hombres es que esto no quiere decir que se busque silenciarlos…

No, nunca he aspirado a vivir en un mundo donde las mujeres puedan hablar y los hombres no. Lo que he buscado es eso que llamo una democracia de voces, en donde las palabras de todos tengan credibilidad, sean escuchadas y tengan consecuencias. Los hombres me explican cosas trata sobre cosas que pasan en la vida social y profesional, pero también en momentos de vida o muerte. Mucha gente habla hoy del mansplaining en la vida profesional, pero esto va más allá del típico señor que le explica a una atleta profesional cómo practicar su deporte. Tiene que ver más con asuntos como creerles a las víctimas de abusos sexuales o que les crean a las mujeres cuando le dicen a un médico sobre sus dolores y enfermedades y que no solo les digan que tienen cuerpos frágiles. Me gustaría que el término volviese a su concepción más seria y un poco más sombría.

¿Por qué cree entonces que una de las respuestas de algunos hombres hacia esta discusión, y hacia el feminismo, sea de rechazo, miedo y en algunos casos violencia?

Supongo que hay hombres que realmente piensan que dominar a las mujeres es su derecho y que es algo gratificante; es una forma asquerosa de ser persona y una forma inhumana de existir. También es interesante ver cómo no tenemos una opinión muy favorable de las personas blancas que no quieren que las personas no-blancas tengan derechos, pero a menudo se nos dice que tenemos que simpatizar con los hombres que no quieren que las mujeres tengan derechos y a menudo esa falta de derechos es mucho más íntima, está en el hogar, en la familia. Otra gran pieza de este fenómeno es que los hombres no han visto las formas en que ellos están oprimidos y parte de ese mansplaining –y la misoginia– viene del sentimiento de los hombres de creer que tienen que estar a cargo de todo, de ser dominantes, de tener el control. Lo que yo veo es que ese macho patriarcado demanda de los hombres cosas imposibles y de ahí ese sentimiento de fracaso por no ser los jefes o los reyes en ese mundo de multimillonarios. Monstruos como Andrew Tate (un exboxeador e influencer de extrema derecha) están empujando a los hombres jóvenes hacia estándares inalcanzables. ¿Cómo sería esta liberación masculina? Una en que los hombres puedan tener toda una variedad de emociones, que puedan ser vulnerables. Mucha de esa masculinidad les prohíbe que les gusten ciertos colores, cierta comida, ciertas películas y me imagino que hasta ciertos artistas. No sé qué tanto a los hombres les dejan ser fans de Taylor Swift.

Entonces, ¿esa masculinidad “tóxica” exige muchas renuncias a cambio?

Por supuesto. Y eso es una prisión que no vale la pena habitar. Esa masculinidad te promete ciertas cosas, pero el solo hecho de pensar que el ejercicio de dominación sobre las mujeres sirve para algo hace que toda esta idea no tenga sentido y no te hace feliz. Lo que hay que entender es que cuando las mujeres buscan esa liberación, los hombres se benefician también. Ya no serán los únicos responsables de ganar dinero, hasta les liberaremos de muchas de sus responsabilidades. En EE.UU. han existido movimientos de este tipo, ahora recuerdo una pancarta que sostenía un hombre en una de esas manifestaciones que decía: “No soy solo un objeto de éxito”.

Su carrera como escritora ha estado ligada al activismo en muchos frentes. Uno de ellos es el cambio climático y en especial el peligro de las energías fósiles. Más allá de los grados de temperatura que suba la tierra, ¿qué peligros conlleva el cambio climático en nuestras sociedades?

Cientos de millones de personas serán, en el peor de los casos, desplazadas de lugares como Centroamérica, partes de la India y de Medio Oriente. Estos lugares se volverán inhabitables, pero como dijo un activista por el medioambiente: Gaza será inhabitable con o sin sequías, con o sin la subida de los niveles del mar. Sería bueno que la humanidad apreciara más a ese mundo natural e inorgánico que parece una orquesta afinada. La cual alteramos si le quitamos las cuerdas al violín, si ponemos basuras en las flautas, si apagamos la luz, si le damos drogas a los músicos o si hacemos que sea tan caliente el lugar donde toca la orquesta que esta comienza a caerse a pedazos. No obstante, este sistema tan delicado, que ha sido dañado, lo podemos salvar o por lo menos a unas partes de él. Lo mejor es que sabemos cómo hacerlo, el único obstáculo es político. Y tengo que decir que por eso lo que dijo el presidente Gustavo Petro en la COP 28 de apoyar el tratado de no proliferación de combustibles fósiles fue tan emocionante y asombroso. Creo que Colombia es el país más grande que apoya este tratado. Escuchar esas palabras y esas acciones me conmovió tanto. Muchas personas piensan que no existen soluciones, piensan que a nadie le importa ya y ese es otro relato que hay que cambiar, sí hay soluciones para el cambio climático. Esta es otra revolución a largo plazo.

Ahora que habla de revolución, en su libro Las rosas de Orwell hay una idea importante: que toda revolución o todo cambio debe estar acompañado por la belleza y cita el poema de James Oppenheim, inspirado en muchos movimientos feministas alrededor del mundo, que dice: “Si, es por el pan por lo que luchamos, pero por las rosas también”. ¿Por qué la belleza puede ser revolucionaria?

Portada del libro de Rebecca Solnit

Portada del libro de Rebecca Solnit

Foto:Archivo particular

Cuando empecé a investigar sobre Orwell y las rosas esto incluyó un viaje a Bogotá para ver la industria de las flores allí. Cuando vi cómo esas hermosas rosas eran producidas comprendí el emocionante significado que tiene esa frase “luchamos por el pan, pero por las rosas también”. Y es que pedimos para los pobres, para los trabajadores, para todo el mundo no sólo que se cubran las necesidades básicas para sostener la vida y nuestros cuerpos. También pedimos por cosas que sostengan nuestros corazones, nuestras almas y nuestra imaginación. Pedimos belleza, placer y gozo. Al mismo tiempo una naturaleza, una cultura y un tiempo para poder disfrutarlas. Por otro lado, las rosas también fueron la forma de hacer de Orwell una figura más cercana para mucha gente queer o no-blanca o no-masculina. Porque, ¿qué figura más heterosexual, más blanca que Orwell, no? Pero al mostrar a ese escritor que combatió en la Guerra Civil Española plantando rosas y cuidando un jardín me permitió revelar esa faceta que él apreciaba: el ocio, el placer y la belleza.

En su ensayo ¿De quién es esta historia (y este país) ?, usted habla de la importancia de las historias y en especial sobre quién las cuenta y cómo se cuentan. ¿Cuál cree que es el camino para hacer que estos relatos que ponen el foco en otros personajes sean cada vez más conocidos?

Siento que ya está sucediendo, pero no lo suficiente. Con el auge del autoritarismo, el supremacismo, la homofobia y los discursos misóginos están tratando de empujar hacia atrás estos relatos distintos. Aquí en los EE.UU., por ejemplo, en los últimos treinta años los pueblos indígenas se han hecho mucho más visibles. Mucha gente ya no dice que Colón descubrió un continente inhabitado o entre los progresistas –como yo– podemos decir que en vez de ir a caminar cerca al Golden Gate Bridge vamos a la tierra de los Coast Miwok. Más allá del reconocimiento, lo importante es señalar, y creo que tiene que ver con lo que escribo y una ola mucho más grande del feminismo, es que las mujeres empezamos a contar nuestra realidad, pero no solo eso, también empezamos a tener mujeres juezas, detectives policiales, abogadas, editoras en medios de comunicación. Esto muestra que empezó a derrumbarse la vieja suposición de que las mujeres son poco fiables y que los hombres son los fiables, de que las mujeres mienten y los hombres no, de que las violaciones no ocurren realmente, etc. Todo eso comenzó a desvanecerse hasta cierto punto. Y es una tarea que sigue en proceso, que necesita expandirse.
Cenicienta liberada
Editorial Lumen
64 páginas

Cenicienta liberada Editorial Lumen 64 páginas

Foto:Editorial Lumen

Una muestra de eso es su reinterpretación de la historia de Cenicienta. ¿Cuál cree que es el efecto de reescribir estos cuentos universales?

Lo primero que puedo decir es que me interesé por la historia de Cenicienta gracias a las ilustraciones de Arthur Rackham, porque tienen una característica genial y es que no siguen el estereotipo de las siluetas norte europeas. Estas siluetas podrían fácilmente ser iraníes, japonesas, peruanas, etíopes y eso es lo que las hace universales. Luego me puse a pensar ¿qué era lo que todavía era mágico de la historia de Cenicienta? ¿Qué era lo que me interesaba guardar y qué era lo que me interesaba cambiar? Al final pensé que había que remodelar una casa antigua donde toca sacar todo lo que está podrido, lo que es tóxico y peligroso, pensando, al mismo tiempo, en cómo podremos habitar en esa bella estructura que la sostiene.

En su versión el cambio radical está en el rol de todas las mujeres de la historia…

En esa pregunta de cómo hacer esa casa habitable, una de las cosas que vi es que los cuentos de hadas casi siempre muestran que la única ambición de las mujeres jóvenes es casarse, y el matrimonio no es la principal elección de las jóvenes en esta época. Hoy casi todas ganamos nuestros propios ingresos y si nos casamos nos podemos separar o seguir trabajando. Por eso no quise contar la historia centrada en el matrimonio ni en el típico esquema de chico conoce chica. Hasta que en un momento tuve la siguiente revelación, la Hada madrina y Cenicienta son colaboradoras creativas haciéndole una nueva vida a Cenicienta y dije: “eso es una relación interesante”. Por otro lado, es una manera en que la protagonista tenga cierta agencia que no había visto antes. Después está el hecho que muchos de los niños son moldeados por las actitudes de sus padres y volví a decirme: ¿por qué tenemos que odiar a las hermanas de Cenicienta, por qué queríamos verlas castigadas?, si ellas solo obedecen. Ellas también merecían otra historia, otra oportunidad para ser seres humanos decentes. Y ni hablar del papel del príncipe que me parecía igual de restrictivo.

¿Por qué?

Porque los príncipes no deciden cómo va a ser su vida. Todo el mundo les dice qué hacer, desde qué ponerse hasta cómo comportarse. Para mí el papel del príncipe muestra cómo están confinados también los hombres en sus papeles masculinos. Por eso mi libro se llama Cenicienta liberada, porque todos los personajes se desprenden de los roles que les asignó una sociedad pasada. Esto me gustó tanto que luego escribí una nueva versión de Blancanieves.

En muchas de sus entrevistas y conferencias usted habla del pasado, del presente y de ese lugar no escrito que es el futuro. ¿Qué es el futuro para usted y cómo se lo imagina?

Una cosa que une a los pesimistas, a los optimistas, a los cínicos y a los desesperados es el supuesto de que todos sabemos cómo va a ser el futuro y que no hay mucho que podamos hacer. Eso nos libera de la obligación de participar en los posibles cambios. Nosotros hacemos el futuro en el presente y a menudo cito a las películas de Terminator donde un robot viene y nos advierte sobre el futuro y cómo podemos cambiarlo. Solo que no entendemos qué hacemos eso todo el tiempo en el presente con nuestras decisiones y que lo podemos cambiar. Yo encuentro en esa radical incertidumbre del futuro las bases para el cambio, pero no ese optimismo que solo dice que todo va a estar bien, sino en la sensación de que vale la pena intentarlo, porque en esa incertidumbre está la posibilidad de influir en el resultado. Si no puedes imaginar un mundo sin combustibles asumes que es imposible, pero los límites de la imaginación no son los límites de la realidad y de hecho mucha gente puede imaginar un mundo sin combustibles fósiles y ese puede ser nuestro futuro. Hay una relación muy profunda entre memoria, imaginación y esperanza que viene de saber cómo el mundo cambió en el pasado y cómo puede cambiar en el futuro. Es decir: buscar las formas de encontrar la esperanza en la oscuridad.
Entrevista de Diego Felipe González
LECTURAS DOMINICALES Enero 2024
diego felipe gonzález gómez
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