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Entrevista

Lecturas Dominicales

Alpe d'Huez: la novela del día cuando Lucho Herrera se convirtió en una leyenda del ciclismo mundial

Ricardo Silva Romero (Bogotá, 1975), es autor también de 'Historia oficial del amor'.

Ricardo Silva Romero (Bogotá, 1975), es autor también de 'Historia oficial del amor'.

Foto:Milton Díaz/ EL TIEMPO

Reproducir Video

Ricardo Silva Romero narra toda la épica de la etapa que consagró al 'jardinerito de Fusagasugá'. 

Lisandro Rengifo
No cabía un alma más. La calle 26 y la plaza de Bolívar de Bogotá se quedaron pequeñas para literalmente millones de personas que se volcaron a la calle para ver al campeón, al primer hombre en la historia del ciclismo colombiano en ganar una ‘grande’ del ciclismo mundial, la Vuelta a España. La gente esperaba con sus banderitas en la mano a Luis Alberto Herrera Herrera.

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Días antes, el fusagasugueño había hecho trizas las aspiraciones de los principales favoritos para obtener una histórica victoria. En el paseo de la Castellana de Madrid, las ilusiones de hombres como Laurent Fignon, Pedro Delgado y Reimund Dietzen quedaron en el olvido, en el piso, y a esos portentosos pedalistas les tocó bajar la cabeza ante un jardinero colombiano que con sus piernas movió relaciones impresionantes en los extensos y fuertes ascensos de etapas como la de Lagos de Covadonga para ponerse la camiseta amarilla de líder y coronarse como el campeón de la carrera de tres semanas.
El plan del desfile era que la caravana llegara a la Casa de Nariño, donde el presidente de la época (1987), Virgilio Barco, esperaba a Herrera, el hombre que obligó a los colombianos a recuperar la fe en el deporte, en el ciclismo y a olvidarse de los momentos dramáticos y las tristezas que dejaban a su paso la violencia y el narcotráfico.
Allí, cerca del presidente Barco, un muchachito a punto de cumplir 12 años correteaba por los pasillos. Su mamá, Marcela Romero, era la secretaria jurídica del Gobierno, y el mejor regalo para su hijo Ricardo era llevarlo a que se topara cara a cara con su ídolo, con el ciclista que le despertaba toda su admiración, con el que se la jugaba para obtener la victoria en las carreras con las tapas de gaseosa que hacía con sus amigos del barrio en la calle o en el patio de su casa.
El presidente Virgilio Barco se puso la camiseta amarilla de Lucho Herrera.

El presidente Virgilio Barco se puso la camiseta amarilla de Lucho Herrera.

Foto:Archivo particular

Era tan amante del ciclismo que con su hermano Eduardo cogían las monedas de cinco pesos de la época, hacían las siluetas de los ciclistas y sus uniformes y comenzaban a jugar. Y Ricardo siempre tomaba el nombre de Lucho Herrera, el pedalista con el que vibraba con cada triunfo encima de la bicicleta.
La Casa de Nariño también estaba abarrotada. Barco salió al balcón y se enfundó la camiseta amarilla que le regaló Herrera. Luego de los discursos y los aplausos le llegó el turno a Ricardo, quien tomó unas cuatro hojas de papel que le pasaron y se le acercó al ‘jardinerito de Fusagasugá’ para que le regalara su autógrafo, el único de una persona famosa que tiene bien guardado en su casa. Silva ha tenido la oportunidad de hablar con personalidades de la literatura, la televisión y el cine, pero a ninguno de ellos se le ha acercado para que le firme un papel porque con que el de Herrera es más que suficiente.
Ricardo Silva Romero (Bogotá, 14 de agosto de 1975) fue otro de los colombianos que tres años atrás celebraron a rabiar el triunfo de Herrera en la etapa del Tour de Francia que terminó en Alpe d’Huez, la primera victoria en una jornada de un colombiano, de un pedalista latinoamericano en la carrera más importante del mundo. Estaba en su casa. Se levantó temprano ese 16 de julio de 1984, cogió el transistor, lo encendió y siguió paso a paso la jornada. Luego, cuando llegó la señal de televisión, se sentó al frente del monitor y siguió la memorable e histórica jornada para Herrera, para Colombia y para él, pues el deportista que admiraba destrozó a sus rivales en esa mítica subida de 21 curvas, de 1.850 metros de altura, una famosa estación de esquí en invierno, de una extensión de 13,5 kilómetros, con rampas cuya inclinación era del ocho por ciento en promedio y que por primera vez se subió en el Tour en 1952, cuando el famoso Fausto Coppi se convirtió en el primer pedalista en obtener el triunfo en ese alto.
Alpe d'Huez, la nueva novela de Ricardo Silva Romero.

Alpe d'Huez, la nueva novela de Ricardo Silva Romero.

Foto:Archivo particular

Los últimos kilómetros de la fracción duraron una eternidad. Ricardo apretaba los puños, gritaba desaforado mientras Luchito movía la relación, cambiaba de ritmo y le sacaba metros a un Fignon que quería la victoria y ser el líder del Tour. El niño quería ‘meterse en el televisor’ para empujar al ser humano que jadeaba, movía la cabeza de izquierda a derecha y miraba por debajo del brazo cada vez que tomaba una curva para saber si el francés estaba cerca o se había alejado.
Los 500 metros finales fueron feroces. Herrera tomó la curva a la izquierda y se fue en busca del triunfo, rompió a su rival y el país enteró se enloqueció tanto como Ricardo, que ese día no podía ni siquiera soñar que en el futuro ese espectacular momento se convertiría en un ‘cuento de hadas’ en sus manos, una realidad hecha ficción, en uno de sus libros, la novela que acaba de publicar: Alpe d’Huez.
Ricardo se graduó de bachiller del Gimnasio Moderno, donde las clases del poeta Ángel Marcel fueron como el plato y el piñón de una bicicleta para impulsarlo a escribir poemas a sus 15 años. Mientras estudiaba Literatura en la Universidad Javeriana seguía de cerca los partidos de su Millonarios del alma, de la Selección Colombia de fútbol y estaba pendiente de lo que hacían los ‘escarabajos’ en el ciclismo de Europa. Entre 1999 y 2000 hizo una maestría en Cine en la Universidad Autónoma de Barcelona (España), tiempo en el que escribió algunos guiones.
Y en 2001 lanzó su primera novela, Relato de Navidad en La Gran Vía, el punto de partida para una carrera que lo ha ubicado como uno de los escritores más sólidos del país. Silva también es columnista de EL TIEMPO y autor de otra novela memorable que tiene el ADN del deporte: Autogol, una historia que tiene como base el asesinato del defensa colombiano Andrés Escobar tras el Mundial de 1994, todo porque en una jugada fortuita anotó en arco de Óscar Córdoba en el partido contra Estados Unidos.
Silva dice que hace cinco años no monta en bicicleta, pero volvió a forrarse en la licra, acomodarse el casco a la medida de la cabeza, calzarse las zapatillas, ponerse los guantes, no para salir a la carretera, sino en su imaginación, para sentarse frente al computador y, tras una exhaustiva investigación y un ir y volver por sus recuerdos, escribir Alpe d’Huez, una novela que narra kilómetro a kilómetro la hazaña de Luis Herrera, su ídolo, ese hombre al que considera como un monje zen, al que admira dentro y fuera del ciclismo.
Lucho Herrera en plena acción de la etapa del Alpe D’Huez en 1984, en el Tour de Francia.

Lucho Herrera en plena acción de la etapa del Alpe D’Huez en 1984, en el Tour de Francia.

Foto:ARCHIVO EL TIEMPO

¿Cuál fue el primer pedalazo para darle forma a Alpe d’Huez?
El ciclismo me ha gustado siempre, desde niño. Me fascina ver las etapas, el espectáculo, pero también verlo como el trabajo que es. Me gustaba tanto que jugaba a las carreras con tapitas de gaseosa. Con mi hermano cogíamos una moneda de cinco pesos, le hacíamos la silueta y ahí se hacía el uniforme. La mitad del círculo era la pantaloneta y la otra, la camiseta, jugábamos con pistas en la calle o en la casa. Pero lo claro es que Luis Herrera siempre fue mi ídolo. Es el colombiano al que más he admirado y el que más me ha fascinado.
¿Su ídolo?
Sí. El único autógrafo que tengo en mi vida es el de Lucho Herrera. No tengo de nadie más, no me ha interesado: ni escritores, ni artistas, el único que tengo es de Herrera, y ese ha sido mi gran ídolo. Me lo firmó en 1987, en la Casa de Nariño, cuando vino de ganar la Vuelta a España y le regaló la camiseta al presidente Virgilio Barco.
Usted entrevistó a Lucho Herrera para SoHo hace varios años, ¿cómo puede describir al hombre que tuvo al frente?
Es como un monje zen, un tipo que no quiere que le perturben su paz, para él es medio jarto que le interrumpan el día, porque tiene una rutina que cumple con tranquilidad. Es un tipo en paz, y creo que siempre lo fue y debió ser muy perturbador para él el ruido de las carreras y las entrevistas. Luis contrasta mucho con los ciclistas de ahora, que se van muy jóvenes y hacen carreras europeas, él se resistió mucho a irse, le parecía terrible. Incluso hay testimonios de la mamá diciendo que no quería que se fuera porque le hacía mucha falta. No le ve gracia a la fama. Cuando le hacen homenajes uno siente que igual está pensando en volver a la casa, y no es ni de arrogancia ni de soberbia, sino que es como un jardinero, es decir, como un tipo que está pendiente de otras cosas y no tiene esa cosa de la fama en la cabeza, ni la importancia de ganar.
¿Tiene algo de irreal?
Cuando lo entrevisté vi que se siente orgulloso de haber hecho todo lo que hizo. Es muy escueto y me parece que cree que eso fue su trabajo, que hizo lo que pudo, pero además piensa que estuvo bien su trabajo en la jardinería. Es como un tipo que tiene despejada la mente y no tiene ruidos, ni tiene intención de que le perturben esa paz. Creo que él es zen instintivamente, no como la gente del mundo más urbano que se empieza a desesperar del estrés, de la ansiedad y terminan tratando de encontrar paz en la meditación o en modos de terapia orientales como el yoga.
Ricardo Silva Romero hizo otra novela en la que se narra un momento deportivo clave para el país: Autogol.

Ricardo Silva Romero hizo otra novela en la que se narra un momento deportivo clave para el país: Autogol.

Foto:MILTON DÍAZ

¿Por qué centró la novela en la etapa de Alpe d’Huez?
Es que yo tengo muy fresco ese día. Tenía ocho años y ya iba para cerca de los nueve. Eran las vacaciones del colegio y entonces la vi en el televisor bueno, porque en esa época había un televisor malo y uno bueno en la casa, el que tenía el control, ¡ya empezaba a haber controles remotos! Vi esa etapa con mucha emoción. Yo coleccionaba la revista Mundo Ciclístico y era emocionante hasta ver quién había ganado la Vuelta al Táchira, todas esas carreras que en ese momento eran importantes.
Pero esa afición la agarró en el colegio...
Siempre había el que tenía la radio entre el pupitre y ese iba contando lo que pasaba en la etapa. En mi caso era Cardoso, que era el que me quedaba al frente, era el que estaba metido entre el escritorio oyendo para decirnos cómo iba todo. Es pura emoción infantil y me emociona recordarlo. Incluso, cosas que están en el libro como ‘haga el cambio con Rimula’ y toda esa transmisión, eso a mí me fascinaba. Y lo del transmóvil uno, el dos, las diferencias sutiles que había entre el que sabía de datos, el que era el sabio, como Julio Arrastía, la narración de Alfredo Castro. En el otro lado estaba la versión de RCN, eran Héctor Urrego, José Churio o Rubén Darío Arcila.
La novela también puede leerse como un homenaje a esa forma de la radio que hizo conocer al ciclismo…
En mi casa al almuerzo se oía La barra de las trece, con Alberto Piedrahíta. Uno aprendía los nombres de todo el mundo y uno tenía los narradores que quería y los que eran detestables. Eran muy importantes, eran representantes del país y además tenían unas personalidades así, gigantes, y a mí me fascinaba oírlos. Y entonces el contraste era Andrés Salcedo, que era como el mesurado e irónico, como con esos apodos chistosos. Sé que son chistosos y que dicen barbaridades muchas veces. A veces se ponen poéticos y les sale mal, pero en todo caso a mí me fascinan y esa gente me parece especial. Mi mamá se levantaba y prendía la radio para oír las noticias. Todo pasaba por la radio y yo creo que todavía pasa, pero en ese momento sí que era cierto que la gente ponía el televisor y prendía la radio. Estos locos narradores agrandan todo, así uno esté viendo el partido y ve como que la jugada no fue tan buena, pero con la narración parece mucho mejor. La voz sí empuja las imágenes, y creo que ahí está el homenaje para ellos.

Autogol y el asesinato de Andrés Escobar

¿De qué manera Autogol, su libro sobre el asesinato de Andrés Escobar, tuvo que ver con esta nueva novela de deportes?
Uno nunca está ni orgulloso ni avergonzado de su país, porque uno nació ahí, le tocó, y sobre todo cuando es niño tampoco le da muchas vueltas. Cuando yo estaba niño ya Colombia estaba muy cruzada con lo gringo, pero al mismo tiempo era muy nacional, es decir, sí se veía la televisión y a todos les fascinaba El Chinche, Dejémonos de vainas, en fin. Recuerdo haberme sentido orgulloso en esa etapa de Lucho en Alpe d’Huez, me acuerdo de ese orgullo, pero también, 10 años después, llegó la vergüenza del asesinato de Andrés Escobar. ¿Cómo explica uno que eso pasa acá? ¿Cómo se le dice a un danés que matan a un tipo porque se lo encuentran en una discoteca y era justo el que hizo el autogol en el Mundial de 1994 y mandan a un chofer a que lo mate? Me costó volver al fútbol y ese asesinato es el origen de Autogol. Ese hecho fue brutal, salvaje, inesperado en una sociedad muy jodida, muy dada a la aniquilación, a acabar con el que pase por ahí. Sí quedó pendiente contar el orgullo, porque ya había quedado contada la vergüenza, lo trágico de ser colombiano, y en cambio Alpe d’Huez es como lo cómico de ser colombiano. En esa etapa arrancó supermal y es como lo que les pasa a los personajes cómicos, es decir que al final les sale bien. El ciclismo es lo más admirable de Colombia y lo más conmovedor del país.
Pero ¿tiene algo más que orgullo?
Lo que mejor retrata la parte buena de Colombia son cosas de pocas palabras, gente trabajadora y disciplinada y corajuda, por eso Alpe d’Huez es una respuesta a Autogol, pues se fue de lo violento a lo bueno.
Ganar una etapa en el Tour de Francia demanda mucha preparación, pero al mismo tiempo, guardando las proporciones, escribir un libro es algo similar, ¿tuvo algún momento en el que quiso retirarse y echar pie a tierra?
(Risas) Lo tenía muy organizado porque me metí a los archivos. Tengo muchas revistas y mucho de ese momento, entonces hasta tengo el tono de cómo se hablaba, cómo escribía Héctor Urrego. Fue reconstruir metro a metro esa etapa. EL TIEMPO hacía 10 páginas por día del Tour de Francia, con José Clopatofsky, Daniel Samper, recuadros de Jorge Tengo, Raúl Mesa, técnicos; de Arrastía. Con eso uno tiene como una cámara casi que kilómetro por kilómetro. También miré diarios de la época de Francia y de España, y uno ahí encontraba la visión local, lo de Laurent Fignon, Bernard Hinault, Julián Gorospe, Pedro Delgado.
¿Y cómo canalizó esa información?
Crucé todo eso con lo que tenía, más las entrevistas que tenía de Lucho y Alfredo Castro. Conté con una buena reconstrucción. Eso fue un reto porque esa etapa se puede contar en un párrafo o en cinco páginas, y esto es una novela. Entonces hay que ir de personaje en personaje y ese era el reto más difícil.
¿Cómo pasó de la realidad a la ficción?
Me puse como tarea ir cambiando de personajes, pasar de Hinault al ciclista que me inventé, Manfred Zonderban, que es un gregario, un corredor que me fascinaba cuando era pequeño y hablábamos de ídolos de otras partes, a mí me fascinaba Sean Kelly, Joop Zoetemelk, Pascal Simon y Greg Lemond, que me quedó la impresión de que no era como tan buen tipo.
Lucho Herrera, ganador en Alpe d'Huez en el Tour de Francia de 1984.
Foto Archivo Mundo Ciclístico.

Lucho Herrera, ganador en Alpe d'Huez en el Tour de Francia de 1984. Foto Archivo Mundo Ciclístico.

Foto:Foto Archivo Mundo Ciclístico.

¿Con quién habló para recopilar los datos de ese día?
El ‘Comandante’ Alfredo Castro siempre ha sido para mí el más, como mi jefe de radio, el que me explicó cómo funcionaban todas las carreras, dónde se paraban, desde qué teléfono llamaban porque todo eso era muy rudimentario, pues les tocaba a punta de ingenio.
¿Por qué otra vez el periodista Pepe Calderón Tovar es uno de los protagonistas, como en Autogol?
Castro me dio todos los testimonios de él, incluso alcanzó a escribir como un borrador de sus memorias y me las regaló. Me decía: “Esto no me quedó bien… Yo no fui capaz porque yo no soy capaz de hacer esto, pues no tengo ese talento y entonces úselo”, y lo usé, sobre todo en Autogol, cosas de su vida, muy conmovedoras y están en el personaje de Pepe Calderón. También había descripciones de las etapas de la época. Me asesoraba mucho y le preguntaba por momentos clave de las etapas. Los mejores testimonios son los de la transmisión radial. Samper Pizano también me ayudó y ellos mismos en sus en sus escritos. Las crónicas de Clopatofsky cuentan mucho detalle. Realmente es una novela muy posible de hacer porque está todo ahí. El testimonio de Herrera es muy completo sobre esa etapa.
En la clasificación general de sus libros, ¿qué lugar ocupa Alpe d’Huez y a cuántos minutos está del líder?
Tuve una etapa de hacer libros que quería la gente que tengo cerca. Mi papá, Eduardo, antes de morir estaba con muchas ganas de que yo escribiera una novela sobre la Bogotá del siglo XIX, entonces la hice, se llama El libro de la envidia, que es sobre el asesinato de José Asunción Silva. Luego hice una novela que mi mamá quería: Historia oficial del amor, que es la historia de mi familia que va hacia atrás y va contando lo que le pasó. Mi esposa quería que yo hiciera una y escribí Cómo perderlo todo, una novela sobre parejas en 2016. Y Alpe d’Huez es un libro para mí, el libro que me pedí a mí mismo.
Pero ¿tiene la camiseta amarilla o está a segundos?
Esa reconstrucción de Rimula o de hablar sobre los comerciales, eso es lo que a mí me encanta y lo que disfruto, en un tono más cómico, más esperanzado. Se acerca más a lo que yo soy y lo pondría en la clasificación general bien arriba, o sea, disputándole la camiseta amarilla a Autogol, de pronto con el que le digo, El libro de la envidia, Cómo perderlo todo, Historia oficial el amor. Este pelea la general porque es como si se hubiera hecho para el niño que uno es.
¿Cuál es la diferencia de haber visto a Herrera y luego a Nairo Quintana?
A mí me impresionó cuando Nairo ganó el Giro de Italia y la Vuelta a España. Me volví a parar para ver las etapas, cosa que uno hace cuando es niño. Es como cuando uno ve el partido y cuando se va perdiendo, pues no lo puede ver sentado, toca pararse a verlo pegado al televisor. Eso me dice que uno sigue siendo esa persona que vio la etapa del Alpe d’Huez y esa fue otra motivación para escribir esa novela.
¿Cuál fue el rival más duro de vencer al escribir?
Me interesaba escribir o describir lo que se siente cuando lo están retirando. Lo que sentía Hinault, porque llegaba Fignon con los cascos y bicicletas nuevas, todo tan tecnológico, haciéndolo sentir como el viejo de la época de Eddy Merckx. Es eso de que ya lo están haciendo sentir a uno viejo. En mi caso, haciendo novelas a estas alturas, qué se cree, eso también es como un libro para el niño que uno sigue siendo, pero también con el contenido que a uno le haya pasado, eso lo que uno siente cuando los papás están viejos y uno es responsable de todo el mundo, desde los hijos hasta los papás, toda esa época está contada ahí, es muy personal y tiene cómo disputarse la general.
¿Cuál es el mensaje al describir kilómetro a kilómetro lo que pasó ese inolvidable 16 de julio de 1984?
En Autogol es clara la cultura de la aniquilación que hay en Colombia. Aquí se mata como abriendo trocha, con un criterio muy brutal. La gente se permite acabar con el otro con una facilidad muy grande. Hay una cosa envenenada que yo creo es producto de las desigualdades y de los líos sociales. Hay mucha rabia, mucha envidia, muchas ganas de aniquilar lo que sea. Alpe d’Huez es el reconocimiento paralelo a esa cultura de aniquilación, nos dice que hay una cultura del coraje, de alegría. Hay empuje y capacidad de sobrevivir al vía crucis, a la tortura, la que se vive en una etapa de esas de más de siete horas. No sé cómo esos cuerpos aguantan. Es que ni en el boxeo siente uno que sea tan salvaje para el cuerpo.
O sea, ¿para usted el ciclismo se identifica con el colombiano normal?
Creo que es muy colombiano esa capacidad de aguante, esa capacidad de soportar, la disciplina. De verdad uno hubiera creído que va a haber un momento que va a poder descansar, que va a llegar a un cielo algún día, entonces hay que aguantar y aguantar y hay un coraje especial. Yo sí creo que hemos aguantado una violencia muy particular que nadie aguanta, y el ciclismo es una muestra de ese coraje y esa alegría que es el lado de los ganadores.
Siempre se ha dicho que las victorias de los deportistas del país son una distracción para que el colombiano de a pie se olvide de todo lo malo que se vive, ¿cree que esa victoria de Herrera sigue ese mismo derrotero o es algo más que un triunfo?
Sí, lo creo. En esa época había un afiche que decía ‘Lucho es paz’, antes del Tour, con las imágenes de Herrera porque era un ídolo nacional, estaba muy en el mapa y tenía muchos seguidores. Antes de ese Tour, el gobierno de Belisario Betancur estaba en las conversaciones con las Farc y en ese Tour ya habían matado al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. Ese asesinato fue el primer descuaderne colombiano. Si matan al ministro de Justicia, a quién no van a matar. Había narcos peligrosos y al ciclismo se le estaba exigiendo que nos hiciera no solo olvidar, sino que también le mostrara al mundo que no éramos solo asesinos. El deporte ha respondido, y le hemos exigido el doble y hemos sido hasta injustos con algunos deportistas cuando no ganan, porque les delegamos la Cancillería, y les pedimos demostrar que no somos unos hampones.
Laurent Fignon (q. e. p. d.) no era muy querido entre los aficionados al ciclismo del país, ¿qué retrato le queda del hombre que, al final, fue el campeón de ese Tour de 1984?
Lo que pasa cuando uno no está haciendo periodismo, sino novelas es que a uno le cae bien todo el mundo, en mi caso es diferente ser columnista a ser novelista. En la columna uno tiene que decir con lo que está o no está de acuerdo. Fignon escribió barbaridades, que los colombianos eran periqueros y que vivían drogados y que por eso les iba bien. Eran unas cosas muy infames, muy desleales en ese mundo del ciclismo. Me parece que él dejó una imagen muy dura, pero vino al Clásico RCN y fue toda una atracción. Se ve que era adorado, que estaba feliz en el país, abrazado por todo el mundo, todos felices porque el tipo era sencillo.
Si para Herrera esa victoria le costó sangre, sudor y lágrimas, ¿escribir ese glorioso momento en 275 páginas también fue coronar el Alpe d’Huez?
Yo la sudé, sobre todo, para hacerla siempre interesante, porque de cierto modo verse una etapa de siete horas no lo aguanta ni el más aficionado. Cómo hacer que eso sea apasionante siempre es la pregunta para una novela de 300 páginas. Lo que fue el sudor de esta novela fue ir de un personaje a otro, pasar de un comentarista a otro, ir de Hinault a Fignon, luego al gregario inventado y después ir con Lucho.
¿Y tuvo pinchazos? ¿Cuántas veces llamó al carro acompañante para que lo ayudara?
Hubo cosas que me hicieron sudar como las descripciones, porque uno es limitado, porque uno escribe “arranca Herrera, se para en los pedales”, es un momento donde uno ya dijo todo lo que se podía decir y hay que darle vueltas a esa vaina. En esta novela eso era el reto, era hacer que todo esto fuera divertido, ahora se fue Robert Millar y cómo decimos que arranca la etapa sin decir de nuevo arranca Robert Millar.
Para usted, ¿cuál es el mejor ciclista colombiano en la historia del Tour, Herrera, Nairo Quintana o Egan Bernal?
Yo me voy por Lucho, no tengo la menor duda. Por su contexto, con lo que había en esas épocas es extraordinaria esa carrera. Es que Egan, Nairo y todos estos ya corrían afuera, en Europa, ya tenían la información que no tenían Herrera ni sus compañeros. Fue un pionero con lo poco que tenía. Fue una proeza lo que hizo encima de la bicicleta. En cambio, los nuevos ya han salido a correr desde pequeños, es otro contexto. Lo de Herrera es extraordinario, fueron unos pioneros, ganaron a pura garra, todos esos ciclistas eran unos berracos.

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