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Jugada de laboratorio

Para que la estrategia de neutralizar a la derecha funcione, se debe generar un tema de discusión política.

Gabriel Cifuentes Ghidini
A Cristo le propusieron repetidas veces entrar al Gobierno. El ofrecimiento del ministerio no sorprende. Lo que llama la atención es que lo haya aceptado. Lejos de los críticos que lo califican de camaleón, hay que creerle cuando dice que busca aportarle al país. Es cierto que ha trabajado en varios gobiernos, como lo es también que en todos le apostó a un tema central: la paz.

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Menos afortunadas y creíbles resultan las explicaciones de su cambio de postura frente a la constituyente. Pero, más allá de la aparente incoherencia, surgen interrogantes sobre por qué a la cartera más importante del Gobierno llega una persona que, al margen de su habilidad como operador político, nunca destacó como un petrista entusiasta.
El curtido Cristo no ignora el costo político que asume. Sabe que en la tercera legislatura se enfrentará a un Congreso presto a desenfundar virulentos ataques contra el Gobierno y, también, a una agenda legislativa estéril. Cristo tiene claro que lograr un acuerdo político que le dé al Gobierno mayorías en su ocaso no es más que una ingenua consigna, máxime cuando ese acuerdo ya se buscó y lo dinamitaron desde Palacio. Pero, sobre todo, el ministro anticipa que adelantar una constituyente antes del 26 y por fuera de los cauces constitucionales es absolutamente inviable.
Entonces, ¿por qué sabiendo las limitaciones de su encargo y el riesgo que asume entra al Gobierno? Más aún, ¿por qué insiste en la idea de la constituyente? Dos son las posibles razones de un complejo y peligroso juego de laboratorio. Ahora, si no logra anotar un gol, podría lapidar su proyecto político y de paso el de quienes no les apuestan a los extremos.

Se convierte el arte de la política en un juego que logra su propósito solo si el país pierde su lucidez y empeña su energía en un duelo de dos bandos.

La primera razón es el miedo. Los magros resultados del Gobierno –confirmados por la creciente desaprobación– hacen pensar, afanosa y anticipadamente, que la derecha triunfará en 2026. En ese proyecto no solo no cabe la izquierda, el centro o los sectores afines a la paz. Quedan excluidos indefectiblemente los moderados y los “no reaccionarios”.
El temor a un movimiento pendular extremo acelera el tecleo de la calculadora política para evitar que, hundido el proyecto de izquierda de Petro, se condene de paso a los variopintos sectores de centro. El gran acuerdo al que apela, entonces, es un esfuerzo por recomponer las fuerzas tradicionales y evitar que cedan ante una derecha envalentonada.
El error, sin embargo, está en las matemáticas. Ese hipotético acuerdo no garantiza contrapeso alguno porque los partidos difícilmente se plegarán ante un gobierno que se ha mostrado inflexible. No querrán asumir el riesgo de prorrogar indefinidamente el mandato monolítico de la izquierda. De lo que no cabe duda es que pretender trasladar las fuerzas moderadas hacia el petrismo equivale a anular para estas cualquier posibilidad de tercería frente a los extremos, enterrando así a los políticos de centro no tradicionales.
La segunda razón se deriva de la primera. Para que la estrategia de neutralizar a la derecha funcione, se debe generar un tema de discusión política. Es allí donde el debate sobre la constituyente es instrumental y deliberadamente impuesto para que todo gire en torno a quienes la apoyan y a aquellos que se le oponen.
Con esta inconveniente apuesta se desvía el debate sobre los resultados, aciertos y desaciertos del Gobierno y se invita a una especie de referendo sobre la constituyente, que, como bien sabe el ministro, más que un proyecto serio es el perfecto caballo de batalla para la guerra política que se avecina.
Trágicamente se convierte el arte de la política en un juego que logra su propósito solo si el país pierde su lucidez y empeña su energía en un duelo de dos bandos contrapuestos sobre lo único que como sociedad nos ha alguna vez unido: la Constitución Política.
Gabriel Cifuentes Ghidini
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