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Noticia

Bocas

Dani Levinas: murió uno de los coleccionistas de arte más importantes de América Latina

La colección de Levinas era de más de 800 obras de arte.

La colección de Levinas era de más de 800 obras de arte.

Foto:Camilo Rozo / Revista BOCAS

El argentino Dani Levinas le dio una de sus últimas entrevistas a la Revista BOCAS.

juanita samper ospinaDirector de revista Bocas y Lecturas. Ed...

El argentino Dani Levinas respiraba arte. A sus 20 años hizo su primera exhibición, luego se hizo coleccionista y tenía aproximadamente 800 piezas de arte contemporáneo, particularmente latinoamericano: “Una colección pequeña”, afirmaba. Vivía en Madrid, nació en Buenos Aires hace 74 años y emigró para Estados Unidos hace 43 años, donde llegó a ser Presidente del Consejo de Administración de The Phillips Collection. Hace unos meses lanzó Los guardianes del arte, un libro que recoge 34 entrevistas a diferentes coleccionistas. Esta fue su entrevista con Revista BOCAS. Levinas falleció este martes en Miami.

En su apartamento el arte está hasta en el piso. Literalmente: tan pronto se atraviesa la puerta, hay un tapete que es un cuadro. También las paredes están forradas, las esculturas surgen de rincones inesperados e incluso las lámparas son piezas artísticas. Juegos de mesa que son arte; libros, muchos libros, de arte; cuadros pintados por él. Dani Levinas, que nació en Buenos Aires hace 74 años, respira el arte. No solo lo crea, sino que durante años ha ocupado puestos directivos en museos, ha coleccionado y ahora, incluso, lo convierte en letras: acaba de sacar Los guardianes del arte, un libro que recoge 34 entrevistas a diferentes coleccionistas. Y eso es lo curioso: no entrevista artistas, como suele pasar, sino a aquellos que han dedicado buena parte de sus vidas a reunir arte. Para ello viajó durante tres años hasta donde se encontraban los personajes escogidos, con el fin de hablar con ellos en su ambiente. Figuran, por ejemplo, Alain Servais, Han Nefkens y Rafael Tous.

“Nunca fui escritor ni soy crítico de arte”, dice Levinas en la sala de su apartamento, situado en el barrio de Las Letras de Madrid. “Este libro para mí es una satisfacción personal; es un homenaje a mi mujer que me acompañó durante 51 años”. La presencia de Mirella, que murió el año pasado, no solo está detrás del libro, sino en la conversación de Levinas, en una foto sobre su mesa de noche y en las historias de los objetos de la casa. “También creo que es un libro que a mí me hubiera gustado leer cuando yo empecé a coleccionar”. Con él, aspira a que a los jóvenes se les quite el miedo a comprar arte y, por otra parte, a derrumbar lo que él llama un “preconcepto”: que los que coleccionan lo hacen por un motivo oculto: por lavar plata, evadir impuestos o para invertir dinero mal habido.

“Me parece interesante volver humanos a los coleccionistas”, explica. Y cuenta su fórmula: llegaba hasta los lugares donde ellos tienen sus colecciones, como un colega. “No soy un crítico de arte ni un periodista que está buscando engancharte en algo complicado”, les decía. Y así bajaban la guardia. “Yo quería hablar de ellos, de sus parejas, de sus hijos, de lo que sienten… porque son gente”. Gente que tiene la particularidad de coleccionar arte y que en muchos casos han creado sus propios museos para exhibirlo.

Uno de ellos es J. Tomlinson, uno de los mayores coleccionistas de arte en el mundo, que guarda el misterio sobre ser el posible comprador de un Caravaggio que se encontró en un desván y tiene un centro de arte privado en Nueva York. Otros son el matrimonio compuesto por Mitchell y Emily Wei Rales, que también son propietarios de un museo particular, cuya colección consta de más de 1300 piezas modernas y contemporáneas. También está Helga de Alvear, muy conocida en España, que tiene una pinacoteca en Cáceres y se caracteriza por la generosidad de sus compras en la feria de arte Arco (una de las más recientes fue un lienzo de Georg Baseliz por 2,5 millones de euros). Y el empresario Harald Falckenberg, cuya colección de periodos distintos, muestra una condición común: “está atravesada por un tono crítico, contemporáneo y social que hace pensar que quien la creó es, más que un coleccionista o un comisario, un artista”, en palabras de Levinas.

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La Fábrica publicó su libro Los guardianes del arte, una pieza deliciosa en la que entrevista a varios coleccionistas de todo el mundo.

La Fábrica publicó su libro Los guardianes del arte, una pieza deliciosa en la que entrevista a varios coleccionistas de todo el mundo.

Foto:Camilo Rozo / Revista BOCAS

Pantalones y saco azul oscuro; camisa azul clara; zapatos de hebilla de gamuza marrones. La pinta clásica —informal pero elegante— esconde bajo la manga un reloj con correa anaranjada fosforescente. Las gafas son redondas, con un marco grueso transparente que cobija otro más delgado. Barba medio canosa, figura delgada, conversación tranquila acompañada por alguna risa. Al margen de la entrevista, que transcurre al lado de una pequeña escultura de Dalí, habla de sus tres hijos y de sus nietos (y no disimula la debilidad por el más pequeño). Y de su mujer, siempre de ella.
Le encanta Colombia. Le encantan los colombianos: su manera de hablar y de pensar. Y sabe de arte colombiano, como era de esperarse. Suelta algunas pistas, ojo. “En Colombia hay excelentes dibujantes”, dice. “Hay muy buenos pintores también, pero la escuela de dibujo es extraordinaria. Los dibujos hoy en día no son difíciles de comprar aunque sean de artistas conocidos porque no son caros. Un profesional joven que está casado puede empezar a coleccionar sin problema. Te puedes hacer a una colección de dibujos fabulosa”. También elogia las ferias y galerías del país.

Otro consejo: “no hay que coleccionar pensando en el dinero”, asegura. “Pero uno tampoco es tonto. Si yo compro una obra de alguien y lo de ese artista sube, a mí me produce satisfacción puesto que es un reconocimiento a que ese artista era bueno, no porque lo vaya a vender”.

Levinas creció con arte porque a su madre le gustaba. Siempre se encargó que él y sus dos hermanos estuvieran en contacto con ese mundo. De hecho, uno de ellos llegó a ser propietario de una galería de renombre en su país. La primera vez que Dani viajó a Europa tenía 17 años y llegó con una lista de museos que la mamá le preparó. Él ya estudiaba pintura en Argentina, así que aprovechó al máximo la experiencia. Tuvo diferentes maestros en su país, aunque no acudió a la escuela de bellas artes. Ni fue su única carrera, pues en realidad es abogado.

No ha dejado los pinceles, eso sí, aunque ha atravesado periodos más productivos que otros. Cuando tenía un poco más de 20 años hizo su primera exposición en Argentina. Después se mudó a los Estados Unidos y a los 32 años presentó otra. Durante un tiempo se alejó de los lienzos porque su trabajo era muy exigente. “Sí tenía tiempo para coleccionar, pero no para pintar”, aclara. Retomó luego la pintura y ahora que está retirado y vendió sus empresas se dedica a pintar, a coleccionar, a entrevistar y a escribir sobre arte.
Su apartamento exhibe algunas de sus pinturas. Son cuadros pequeños, abstractos. Con trazos tranquilos y colores serenos, si es que se puede calificar así un tono en algo tan subjetivo como el arte.
La mayoría de las pinturas de su casa, decorada de manera que ellas se luzcan, son grandes y las hay hasta en su habitación. Y todas las piezas —pinturas, esculturas y objetos— tienen una historia. Para hablar sobre algunas de ellas, Levinas rebusca entre sus libros de arte. “Mi biografía son mis libros de arte”, dice mientras extrae un ejemplar de esos pesados, de tapa dura, preciosos. Muchos son catálogos de exposiciones que ha respirado en carne propia. Menciona nombres, lugares, fechas.
Vivió en Washington durante más de cuarenta años. Allí tenía una casa grande, cuyas puertas le gustaba abrir para compartir su colección con quienes querían verla. Considera que esta es pequeña —claro, la compara con la de archimillonarios y consagrados coleccionistas como los que entrevistó—, pero le gusta. Son cerca de 800 piezas. Está organizando dónde ubicarlas, mientras las tiene guardadas, porque, tras la muerte de su mujer, vendió aquella casa y decidió vivir entre Miami (donde está una hija suya) y Madrid (donde está el nieto mayor), en apartamentos más pequeños.
“Como ahora no tengo mucho lugar para pintar, ni en este piso ni en el de Miami, he frenado un poco mi trabajo como artista”, explica. “En todo caso voy a conseguir un sitio y voy a seguir”. De eso no cabe duda, porque por las venas de Dani Levinas no corre sangre sino óleo. 
El coleccionista colombiano José Darío Gutiérrez fue uno de los elegidos por Levinas en su libro.

El coleccionista colombiano José Darío Gutiérrez fue uno de los elegidos por Levinas en su libro.

Foto:Camilo Rozo / Revista BOCAS

Voy a empezar con algunas de las preguntas que le hizo a sus entrevistados. ¿Por qué colecciona?
Vivía siempre rodeado de arte y cuando viajaba, que era con frecuencia porque trabajaba en una empresa de modas que me obligaba a estar entre Europa y los Estados Unidos, iba a los museos y a las galerías los sábados y domingos. Al principio compraba afiches, por cuestión de dinero. Después poco a poco me fue yendo mejor y mi gusto se fue mejorando, y empecé a comprar. Cuando estaba en Argentina adquiría obras de Argentina y cuando me fui a los Estados Unidos empecé a comprar obras de artistas de Washington, que era donde yo estaba. En esa época había una escuela muy buena —ahora no, valga la aclaración— y muchas galerías. Empecé con obras locales, después de los Estados Unidos y pasé a adquirir de todo el mundo y a viajar para las ferias en Alemania, Italia, España, Inglaterra. Con mi mujer formamos una buena colección.

¿Por qué se fue de Argentina?
Porque no quería que mis hijos crecieran en un país donde no había libertad de expresión ni justicia. Tuvimos la suerte de que mi mujer era hija de diplomáticos y por ese motivo había nacido en los Estados Unidos (aunque al año se fue a vivir a Argentina) y tenía pasaporte americano, lo que nos facilitó emigrar en 1980. Mis tres hijos tenían 3, 5 y 7 años.

En Estados Unidos siguió, entonces, su relación con el arte.
Sí, hice parte del patronato del Gibson Museum, que es de arte contemporáneo, a lo largo de cinco años. Luego quise hacer un instituto de expresión contemporánea en un hermoso edificio del año 1800 y pico, que era del gobierno y estaba abandonado. Gané un concurso con la idea de montar un espacio para ballet, teatro, pintura, fotografía, etc. Me lo daban por un dólar y yo tenía que arreglarlo. Empecé el trámite para juntar el dinero con ese fin, pero hubo elecciones en Washington y el nuevo alcalde cambió todos los planes, así que no lo pude hacer. Sin embargo, mi nombre había salido en los periódicos, yo había juntado firmas entre los ciudadanos de Washington y, como sonaba, me llamaron del museo de la Philips Collection, que es el primero de arte moderno de los Estados Unidos, donde fui presidente del patronato por varios años hasta que lo dejé luego de la muerte de mi mujer. Desde hace tres o cuatro años, debido a que estoy metido en el mundo del arte y conozco mucha gente —galeristas, directores de museo, curadores— se me ocurrió que podía entrevistar a los coleccionistas. Se lo comenté a El País. Hicimos una prueba y salió bien. Después publicamos casi una por mes o mes y medio. Recorrí bastantes partes del mundo para hacer estas entrevistas y mi mujer siempre me decía que llegaría un momento en el que podría sacar un libro. Cuando ella falleció pensé que era el momento de hacerlo.

Otra de las preguntas que formula a algunos de sus entrevistados: ¿qué es el arte para usted?
Yo creo que el arte visual, el que se cuelga en las paredes, expresa algo que es difícil expresar de otra manera. Después del arte clásico, que se hacía para las iglesias, para los grandes mecenas y coleccionistas con escenas religiosas, históricas, de la mitología o retratos de los príncipes y los reyes, después de ese tipo de arte vino el impresionismo que se expresó de otra manera y todo eso cambió. Y luego el expresionismo, el arte abstracto, siempre expresiones de un mundo cambiante… Y, a la vez, tienes que sentir algo cuando estás en frente a la obra de arte.

Hablemos de su colección. ¿Qué tipo de arte le gusta?
Mi colección ha ido cambiando porque yo he ido cambiando. Empecé a coleccionar, como te dije, arte argentino. Un gran porcentaje de mi colección es arte de Latinoamérica, aunque no exclusivamente. Brasileños, colombianos, mexicanos y argentinos forman los grandes grupos. La colección fue cambiando porque mi mujer y yo fuimos cambiando, y mirábamos de maneras diferentes las cosas. También está el tema de las tendencias. Ahora de repente hay mucho arte figurativo, que había desaparecido porque todo era abstracto. En otra época en las ferias de arte había muchas fotografías, pero ahora ha decaído. En este momento todos están locos con el arte que viene de África. Tú puedes seguir las tendencias o no; yo no lo hacía. Siempre compré lo que me gustaba y lo que me impactaba. En un momento de mi vida, casi todo lo que tenía era blanco, negro y gris porque era lo que me atraía. Mi colección es variada y mucho de artistas jóvenes, emergentes, que después se volvieron conocidos. Siempre me interesó ayudar a la gente joven, seguir su trabajo y apoyarla. En Colombia, por ejemplo, uno de los artistas que a mí más me gusta es un chico que se llama Mateo López que ahora vive en Nueva York. Me gusta seguir a los artistas cuyas obras he comprado porque ellos evolucionan y uno también.  
Levinas falleció en Miami.

Levinas falleció en Miami.

Foto:Camilo Rozo / Revista BOCAS

Otra pregunta que usted formula a sus entrevistados: ¿qué va a pasar con su colección cuando ya no esté?
La mayor parte de la gente no tiene respuesta y, si la tiene, no te la dice. Se trata de gente y culta y preparada que, como todos, saben que se van a morir porque ¿quién no sabe que se va a morir? Lo que pasa es que no quieren pensar que va a ser mañana, entonces lo dejan de lado. Algunos crean una fundación y dejan un dinero para que se mantengan las obras. Otros abren museos privados. Mi colección es muy pequeña y no está al nivel de la mayoría de los que he entrevistado. Algunas obras terminarán en un museo, otras en manos de mis hijos y venderé algunas más para que mis ellos no tengan el peso de ocuparse de algo que quizás no les interesa.

¿Cuál es la diferencia entre un comprador y un coleccionista?
El coleccionista es el que ama lo que colecciona, tiene una pasión por eso que colecciona, que pueden ser autos, relojes u obras de arte. El comprador está pensando en el valor monetario porque luego puede venderlo más caro. No tiene nada de malo. Eso es lo que ellos hacen e inclusive hay fondos que invierten en arte. Pero no es lo mismo que la persona que compra porque le gusta, porque le interesa el artista y quiere seguir su trayectoria.

En el libro usted dice que estamos atravesando momentos de cambio (la pandemia, la guerra, la crisis climática…) y que lo mismo sucede con el arte. ¿Por qué?
Porque el arte es un reflejo de la humanidad. La pandemia fue un gran cambio; la gente empezó a pensar de otra manera. Ahora hay un tema muy polémico en general que se refleja también en el arte y es por qué no hay suficientes mujeres artistas en los museos. Están tratando de cambiar eso, y los museos tienen la presión del público, de los críticos y de la gente. Las mujeres siempre existieron pero ahora se valoran más. Lo mismo pasa con pintura que es pintada por los afroamericanos y con el arte indígena y de los aborígenes, cuyo arte era extraordinario, aunque no era mostrado. Picasso, por ejemplo, se inspiró mucho en África. Las caras de las mujeres de Las señoritas de Avignon están cubiertas con máscaras africanas. Ahora traen a los tipos que realmente hacen la máscara. Hay que reparar esos errores para que aparezca gente nueva en el mundo del arte. El arte, pues, está cambiando. El mundo cambia por diversos factores: la guerra, la pandemia, la tecnología. El otro día estuve con una persona que les compra a las familias de los pintores o de los artistas que han muerto el derecho de hacer obras con inteligencia artificial basadas en lo que el artista elaboraba. Agarran lo que hizo el artista, lo meten en una computadora y le piden que haga otras. Se llaman obras póstumas.

Hace un momento mencionó a Picasso. En el aniversario de su muerte hay una polémica porque algunos lo tildan de machista y de haber tratado mal a sus mujeres. ¿Usted piensa que eso afecta su arte? ¿Hay que separar al artista de su obra?
Es una cuestión muy difícil, pero creo que sí, que hay que separarlos. Hay muchos ejemplos, como Wagner, que era el compositor más querido por Hitler; era nazista antes que los nazis. Un músico tocó composiciones suyas en Israel y hubo gente que se levantó y se fue. Pero su música era maravillosa. Da Vinci tenía un novio de 16 años… Yo no justifico lo que hizo Picasso, pero no cabe ninguna duda que fue un hombre que revolucionó el mundo del arte. El arte hay que valorarlo por el arte. Hay artistas que han cambiado la historia de la pintura, pero son muy pocos. Los que inventan son escasos. Es el tiempo el que decide quienes quedan, quienes son buenos, y Picasso es uno de ellos.

Volvamos al libro. Después de las entrevistas, y bajo la idea de que cada uno es diferente, ¿puede delinear un perfil general del coleccionista?
Todos son distintos, coleccionan de manera diferente, exponen las obras de manera diferente. Cuando hago las entrevistas, abro los ojos para escuchar mejor, como leí en un artículo. La mayor parte de estas entrevistas las hice en las casas, en los museos o en sus espacios de arte. Abro los ojos para verlos a ellos, para ver las obras, para ver cómo ven las obras y para ver cómo las cuelgan. Todos son diferentes, pero a todos los une la pasión, el amor al arte.

Y el dinero…
La mayor parte de los que entrevisté tienen mucho dinero, pero no todos. El dinero ayuda, no cabe duda, aunque no es lo único: hay que tener buen ojo.
También se observa en el libro que hay muchas parejas coleccionistas. ¿Por qué?
Porque si tu mujer o tu marido no te acompaña es un poco más difícil. Siempre hay uno más fuerte que el otro en el sentido del interés por comprar. Hay unas parejas que compran juntos; otros, separados. Algunos tienen acuerdos sobre qué quieren y qué no.

En el libro comenta que hay coleccionistas que pueden comprar obras para las cuales los museos no tienen presupuesto. Es difícil pensar que, por ejemplo, el Museo del Louvre no pueda adquirir una pieza.
Los museos no tienen plata. Los grandes museos tienen todo lo que tienen porque alguien se lo dio. Hoy en día no les alcanza para pagar los salarios, la luz, el mantenimiento. Hay coleccionistas que sí pueden comprar, y al final las obras van a terminar en un museo.

También se nota un afán en los coleccionistas entrevistados por compartir…

Así los busqué. No hay nada mejor para un artista que su obra sea vista por la mayor cantidad de ojos posible. Así que me centré en los propietarios de colecciones que quieren compartir, mostrar el arte.

Usted comenta que hay un boom en el arte en estos momentos.
Sí, hay una burbuja que no se sabe cuándo va a explotar. Los precios han subido de una manera impresionante. Hay artistas que en cinco años pasaron de vender obras de cincuenta mil dólares a un millón. Debía haber un proceso más lento. Pero es la oferta y demanda. Hay artistas que tienen lista de espera. Les compran sin saber qué. Por otro lado, hay muchos que se mueren de hambre. Porque también hay una realidad: hay un número limitado de galerías de arte donde el artista puede exponer. Otra solución es que se presenten en concursos, pero hay que ganarlos. Es muy complicado mantener un equilibrio entre las galerías, las exposiciones, el tiempo que estas duran en vitrina y los precios de las obras…

Uno de sus entrevistados es el colombiano José Darío Gutiérrez, creador del Proyecto Bachué, que afirma lo siguiente: “el arte en Colombia no tiene ninguna, y repito, ninguna proyección internacional”. ¿Está de acuerdo?
El arte vale lo que vale el país. El arte español tiene la misma trascendencia que el arte colombiano: tampoco tiene relevancia internacional, al nivel que tienen los ingleses, los norteamericanos o los alemanes. España tuvo extraordinarios artistas, antes de la Guerra Civil, pero ahora no. Colombia y Argentina, lo mismo. Brasil está un poco mejor.

¿Qué me dice de Botero o Doris Salcedo, por ejemplo?
Doris Salcedo es extraordinaria. Botero es otra historia, de la que prefiero no hablar.

Sí, hable, adelante...
Que tú vendas arte no significa que vas a estar en los museos y que tu nombre va a ser reconocido por los grandes críticos de arte cuando mueras.

¿O sea que dentro de cien o doscientos años ya no se hablará de Fernando Botero?
Botero no sé. No quiero mencionar nombres. Lo cierto es que José Darío sabe mucho.  Hay muchos artistas colombianos buenos, pero son contados los que exponen internacionalmente.

Él también dice que en Colombia no les gusta prestar espacios a los coleccionistas porque valorizan su obra.
Hay una preconcepción: si un museo muestra la obra de un coleccionista esa obra se valoriza porque le está poniendo un sello, le da un reconocimiento. Los directores no quieren meterse en eso, validarla. Es una actitud egoísta, que se ve en muchas partes.

Uno de sus entrevistados, Harald Falckenberg, le dijo lo siguiente: “la corrección política es el fin de la libertad, que es la esencia del arte”.
Es verdad. Me sorprendió que lo dijera, pero es cierto. No se le pueden imponer límites a la libertad de expresión. Hay cosas que no se pueden hacer porque ponen en peligro a las personas (como gritar “¡fuego!” en una sala de cine porque crea pánico y la gente se mata), pero cuando un artista en su propio estudio pinta a un hombre teniendo sexo con una niña, que no lo compre nadie, pero no le podés decir que no lo pinte. El museo puede poner un cartel que advierta antes. Hay que separar la libre expresión del artista con los derechos que tiene el visitante para ver la obra, por eso se debe avisar y la persona decide si pasa a verla o no, como sucede con las películas o programas de televisión que tienen sexo o violencia. Pero siempre, desde que salí de Argentina cuando era joven, he estado siempre a favor de la libertad de expresión en cualquier parte del mundo.
juanita samper ospinaDirector de revista Bocas y Lecturas. Ed...
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