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Entrevista

Bocas

'El gargajo era parte del pogo en Medellín. El que más gargajos recibiera era el más propio': Dilson Díaz, líder de La Pestilencia

Dilson Díaz, líder de La pestilencia, recuerda en esta entrevista de BOCAS cómo nació la banda de punk más potente de todos los tiempos en Colombia.

Dilson Díaz, líder de La pestilencia, recuerda en esta entrevista de BOCAS cómo nació la banda de punk más potente de todos los tiempos en Colombia.

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

Dilson Díaz recuerda sus días más punk en esta gran entrevista de Revista BOCAS.

alejandro zapata peña
El líder y vocalista de una de las bandas más emblemáticas de Colombia creció en un barrio donde entrenaban los lugartenientes de Pablo Escobar. Su mejor amigo jugaba al fútbol con ‘Pinina’ y terminó asesinado, y uno de los motociclistas del barrio fue uno de los sicarios de Rodrigo Lara Bonilla. Su familia, el punk y los pasos de Sandro lo salvaron de la locura. Se hizo amigo de Héctor Buitrago en Bogotá y fundaron La Pestilencia. Esta es la historia privada de la banda que habló por primera vez del hedor de un país en el ‘fango, fango, fango’.

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A los diez años las canicas y el patinaje en la calle eran la vida de Dilson Alberto Díaz Gómez. Era un crack para jugar bolas, las que ganaba las guardaba en las medias y en la camisa hasta que no le cabía una más. En esos días se arrojaba en patineta por la calle 78 de Medellín. Se tiraba sentado en la tabla y sus amigos le avisaban en cada cuadra si pasaban carros o no. Al terminar el recorrido de las lomas más empinadas derrapaba en una cuadra que todos conocían y saltaba por una rampa improvisada para que el final fuera más espectacular. De los 7 a los 10 años se veía más como patinador que como músico. Desde su casa, en el barrio Campo Valdés, iba hasta la unidad deportiva del estadio para entrenar. En camino a sus prácticas, con los patines en el morral, vio una banda de rock probando sonido. Los integrantes de Fénix empezaron a tocar Black Sabbath, Dilson soltó su mochila y se quedó mirando fijamente la guitarra de uno de los integrantes. Era la primera vez que escuchaba una banda en vivo, y los patines empezaron a pesarle más en la espalda.
La pestilencia debutó con un disco clásico: La muerte es un compromiso de todos.

La pestilencia debutó con un disco clásico: La muerte es un compromiso de todos.

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

Dilson Díaz es el vocalista y cofundador de La Pestilencia, la banda de hardcore punk, metal alternativo y rock que nació en 1986 en el barrio Los Alcázares de Bogotá, y que ha puesto a poguear a medio país. Pasó de dormir varias veces en las bancas de cualquier parque bogotano a convertirse en el gran ícono del punk colombiano. En 1999, en el primer concierto de Metallica en Colombia, ‘la Peste’ fue encargada de calentar a 100.000 almas ansiosas en el Parque Simón Bolívar y sus clásicos no desentonaron ni un solo segundo. El primer álbum de la agrupación nació con olor a fango, crestas, taches, pogos, sudor y gargajos. La Pestilencia empezó a sentirse en el ambiente con su primer álbum, La muerte... un compromiso de todos, estrenado en 1989.
Canciones como Fango, SiCAIros y Vive tu vida fueron los primeros versos de cuatro jóvenes que narraban parte de la realidad de la nación: Podredumbre y corrupción / Todo es caos en la nación / Burocracia y ambición / Anarquía es la solución / Fango, fango, fango, fango / Trece millones desterrados / Un ministro asesinado / Otros masacrados / Barco ha naufragado / Fango, fango, fango, fango.
La Pestilencia lleva más de 35 años en la escena punk del país, ha sacado siete álbumes y múltiples sencillos que retratan la violencia del país, el conflicto armado, la crítica a las reglas de la sociedad y sobre todo la aversión política, en discos como El amarillista (1996), Balística (2001), Productos desaparecidos (2005) y su más reciente álbum de estudio es País de titulares (2018).
Dilson se fue de Medellín en su adolescencia, llegó a Bogotá con sus casetes piratas de Black Sabbath y de un sinfín de bandas paisas que grababan en garajes y hacían conciertos en coliseos de colegio. La voz de la música y Radio musical, recuerda, fueron las emisoras que les despertaron el interés roquero a muchas personas en la Medellín de los 80, la que denominó “La ciudad roquera de Colombia... la meca... la más pesada”. Las emisoras fueron cruciales para la vida de Dilson, por medio de ellas conoció al compañero fundacional de la banda, otro ‘crestudo’ y punkero: Héctor Buitrago, futuro cocreador y bajista de Aterciopelados. A ellos se le sumaron el baterista Jorge León Pineda y el guitarrista Francisco Nieto, que conformaron el cuarteto originario de la Peste.
Díaz fue el único de los cuatro fundadores que siguió con la banda, conoció más amigos que querían seguir aportando al proyecto y en algún momento oyó a los que le decían: “Hey... pasen a otra cosa más” y esa ‘otra cosa más’ fue irse a Estados Unidos a seguir cantando.
Dilson Díaz fundó La pestilencia con otro roquero de leyenda: Héctor Buitrago.

Dilson Díaz fundó La pestilencia con otro roquero de leyenda: Héctor Buitrago.

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

Dilson ajusta 54 años y unas rastas que le llegan hasta los codos, es delgado, usa pantalones negros con botas rojas, tiene una camisa del sencillo Hasta el amanecer (2020), pero en su figura destaca una chaqueta con franjas negras y blancas con taches plateados y las carátulas de los álbumes de la banda en forma de parches. El chaquetón lo hizo su esposa, Nathalia Gaviria, diseñadora de modas, que conoció en una noche hace 23 años en el bar In Vitro de Bogotá.
Díaz estudió psicología en la Universidad San Buenaventura, sin embargo, no terminó la carrera. Decidió dedicarse a la ingeniería de sonido y montó su propio estudio musical. Su rutina es levantarse, llevar a su hija Martina de 15 años al colegio mientras escuchan Ken Carson o las guitarras de Slayer, trota una hora de lunes a viernes, regresa a la casa y no deja de leer la actualidad política de Colombia. Ayuda a su esposa a comprar algunas telas para su tienda y taller, pero no le gusta ‘lolear’. En la parte trasera de la factoría está su estudio, donde compone con un bajo y una computadora; ha trabajado con bandas como Odio a Botero, El Sie7e y Liturgia, entre otras bandas de metal y punk colombiano.
La Pestilencia ha participado en ocho Rock al Parque, ha tocado junto a bandas internacionales como Molotov, A.N.I.M.A.L., Dead Kennedys y Metallica, ha producido discos con Universal Music y varios videoclips en el viejo MTV. Pero el mejor concierto que ha dado –según el propio Dilson– fue el 12 de abril del 2024 en la Plaza de Bolívar cuando se subió al escenario de corbata, con un atril y vestido como político al lado del Congreso, rememorando cómo vivió una de las épocas más fuertes del país, un periodo que le bastó para narrar lo que veía junto con sus amigos de juventud en Bogotá. En ese momento también recordó esa niñez en Medellín y cómo en su barrio los ‘pistolocos’ se preparaban para asesinar a ministros, políticos y candidatos presidenciales.
Dilson Díaz conoció a Byron de Jesús Velásquez, el hombre que condujo la moto desde la que perpetraron el magnicidio del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla en 1984. Vivía cerca de su casa y todos los niños lo veían en su moto. El que le enseñó a escuchar metal y punk fue su amigo Álex, ‘la Chicharra’, un joven habilidoso para el fútbol que jugaba con John Jairo Arias, alias ‘Pinina’, jefe de sicarios de Pablo Escobar y quinto al mando del cartel de Medellín. La mayoría de los amigos de Díaz murieron por la violencia de esa época. Dilson sobrevivió para cantarles a las balas que no pudieron callarlo.

¿Cómo conoció al que sería uno de los sicarios del ministro Lara Bonilla?

Por esa época llegó el monopatín y el skate a Campo Valdés. Es un barrio con unas lomas larguísimas, pero montábamos sentados, no de pie, con las piernas arriba. En cada esquina poníamos a dos amigos a que nos dijeran a gritos “¡Siga! ¡Siga, siga, que no viene carro!”. Llegábamos hasta el Jardín Botánico y hacíamos un giro en donde teníamos una rampa que era de cemento pegada a la calle y saltábamos con el impulso que traíamos de tres cuadras. Esa rampa después se volvió el paso de los manes que empezaron a trabajar para Escobar; pasaban con sus motos por ahí y se volvió un circuito. Uno de esos manes era Byron de Jesús Velásquez. Fue de los primeros que empezaron a pasar por la rampa y era el que mejor lo hacía de todos. Era flaco, alto, blanco. Mientras los niños jugábamos al monopatín, los adolescentes de 17 y 18 lo hacían en moto. Era el show. Hacía piques con su Yamaha y le decían ‘Quesito’ porque era muy blanco.
¿Cuándo supo que él ayudó a matar al ministro de Justicia?
Hay una toma de él cuando lo cogen. Yo vi la cara y dije: “Ayy, marica, ese es ‘Quesito’". Lo vi por televisión y ya vivía en Bogotá. Yo en ese momento me dije: "estos manes ya estaban metidos en todo ese cuento". Era la confirmación de que la moto y todo ese rollo eran para otra cosa.
¿En Fango, cuando dice ‘Un ministro asesinado’ se inspiró en él?
No por ‘Quesito’, sino por el ministro Lara Bonilla. Héctor Buitrago, que la compuso en 1989, y parte de ese tema es tomado de una canción de The 4 Skins.
¿Y en ese mundo de Medellín cómo fue su amistad con Álex?
La música me gustaba mucho, pero el deporte también, y en esos barrios el fútbol es el que manda. Tampoco era que yo fuera el más calidoso; me gustaba, jugaba de defensa y tenía equipo, pero no era el mejor. El pelado, Álex, jugaba en un barrio que se llama Lovaina, un espacio de tolerancia en esa época. Se juntaban a jugar Calavera, la Yayita, Pinina, la Urraca y otros muchachos que no terminaron bien. Ellos hacían torneos de microfútbol en una calle sin salida de esa parte de la comuna. Nos recogían en un jeep, Álex decía: “Hey, voy con mi parcero” y me montaba con él para ir a jugar. A Álex le pagaban por partido en esa época, pero finalmente era un ambiente de fútbol, y en ese entonces no había tanta violencia. Él fue el que me dijo: “Venga, escuche esto”, él ya tenía casetes de Sex Pistols, Dead Kennedys, Scorpions, el primer álbum de Metallica (Kill ‘Em All), que cuando llegó fue la locura más tenaz en Medallo. Íbamos y grabábamos a una casa que le decíamos ‘La casa de los amplificadores’, tenían unos parlantes gigantes y grabábamos ahí. Uno pagaba por la grabada. Me unté de otro mundo. Ahí yo dije: “quiero un instrumento, esto es lo que yo quiero, quiero tocar esto, quiero tener una banda de rock, tener chaqueta negra y moto”. Eso era con toda la actitud: “quiero una moto roquera, no la moto de ‘Quesito’”.
¿Qué pasó con Álex?
Yo me fui a vivir a Bogotá y tiempo después me lo encontré ya no vestido de negro ni con taches, ni nada roquero; nos vimos y me dijo: “es que ando escuchando mucha salsa, ando yendo a esto y a lo otro”, y yo “ahh, bueno”. Yo seguí con la música y Álex empezó a molestar con armas y a juntarse con gente maluca, a hacer ‘cruces’. No duró ni seis meses. Lo mataron en el barrio de una. Era menor de edad, murió de 16 años. Yo ya no vivía ahí, vivía en Bogotá y cuando volví otra vez me dijeron: “Mataron a Álex..., asesinaron a tal, a tal”. Uff, a un montón. “Que mataron a Albeiro, que cayó Peluca...”, esos manes eran de mi edad, de mi parche, pero les daban un fierro y empezaban a güevonear por ahí y a tratar de camellar con Pablo Escobar.
El pogo en Medellín, recuerda Dilson, era tan punketo que había alguien en el centro dispuesto a recibir cientos de escupitajos.

El pogo en Medellín, recuerda Dilson, era tan punketo que había alguien en el centro dispuesto a recibir cientos de escupitajos.

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

A pesar de toda esa violencia, usted se salvó, ¿cómo era su familia?, ¿es cierto que su héroe era Sandro?
Ufff… Él tenía un paso increíble, se paraba y empezaba a temblar desde el pie y lo subía así, así, así [mueve el cuerpo paulatinamente], hacia arriba y quedaba todo tembloroso; quedaba en un éxtasis todo sexi y yo chiquito me monté en esa película. Empecé a moverme igual y aprendí a mover el pie. Mi mamá me decía: “Si usted no baila bien, no tira bien, entonces aprenda a bailar, mijo”. Yo soy único hijo, pero entonces por una época un tío se divorció y quedaron los primos, siete hijos que tenía el tío: no había televisor y bailaba muy bien [risas]. Entonces quedaron los peladitos casi sin hogar y mi mamá los llevó a vivir a la casa. Hacíamos fiestas de baladas en las casas de los amigos y las mamás nos las prestaban, ellas pensaban: “Preferible que estén aquí y no que se vayan a la calle”. Entonces éramos todos los amiguitos juntos en esos bailes de baladas en los que poníamos Air Supply. Tuve una niñez muy sana, una familia muy unida. A mí me crio mi mamá con mi abuela y un papá no ausente. En mi casa vivíamos mi mamá, mi abuela y mi abuelo, que me adoraban. Yo era el nieto preferido de 40 que tuvieron. En esa época estaba con Air Supply, pero toda mi vida ha sido Black Sabbath. Desde el principio. Había una emisora en Medellín que se llamaba La voz de la música, importantísima; esa emisora cambió muchas cosas en Medallo, por eso Medellín en una época fue muy roquera: la ciudad roquera de Colombia.
Y luego se fue a vivir a Bogotá, ¿cómo se contagió más del punk y del metal?
Llegué a Bogotá con toda esa música. En esa época había un programa de rock que se llamaba La nave rockosa. Escuché al man que lo dirigía y un día cogí todos esos casetes y me fui a la emisora Radio Fantasía, conocí al señor y le dije: “Mire, es que yo tengo estos casetes, tengo todo”. Yo tenía 14 años y él era un señor y veía a un pelao de esa edad diciéndole: “Déjeme hacer un programa, yo le cuento qué es el metal, qué es el punk, déjeme hacerlo con usted y le cuento cómo es el pogo en Medellín”.  

¿Y cómo era el pogo en Medellín?

Era tirarse gargajos, literalmente, en la cabeza; en esa época eso era verdad. Había un pelao que le decían ‘la Gallina’, muy paisa, blanco, y todo el mundo le tiraba gargajos. El man era punkerísimo. No lo exagero, el gargajo era parte del pogo. Yo con eso me hice el marica todo el tiempo, los evadía. No era tan punkero. En Medellín eran 2.000 o 3.000 punkeros y como 5.000 metaleros. Eso de los gargajos fue por una época corta, el que más gargajos recibiera era el más propio, y ‘la Gallina’, allá en Campo Valdés, era el que estaba en la escena.
¿Y cómo conoció a Héctor Buitrago?
En la emisora me abrieron los micrófonos y empecé a hablar de ese pogo, de los gargajos; al señor del programa también le parecía muy chistoso. Hicimos ese espacio y al terminarlo llamó Héctor Buitrago y dijo: “Óigame, ¿puedo hablar con el que está ahí?”, y me dijo: “Yo escucho esa música, veámonos para que intercambiemos”, y yo le dije: “Listo, nos pillamos mañana”. Al otro día nos vimos, yo le roté casetes, él me prestó discos y desde ahí empezamos a ir a la calle 19 a oír música y a intercambiar con la gente.
¿Y con Héctor empezaba a oler a La Pestilencia?
Héctor me prestó una vez un disco de una banda italiana, Raw Power, que tiene una canción que se llama Fuck Authority. Ese fue el comienzo. Y empecé a cantar como el vocalista de esa banda, y más fuerte; un día en la 19 pusieron la canción, estábamos pogueando en plena calle, empecé a cantar así y Héctor dijo: “¡Jueputa!, ¡usted canta una chimba!”. Héctor había tenido una banda que se llamaba La Brigada Criminal; era él con un baterista y llegaron a dos canciones y chao. Me remató diciendo: “¿Por qué no cantamos?”, y yo le dije: “De una, hagámosle”. A partir de esa canción se formó La Pestilencia. En la Caseta de John. A los dos o tres meses, me dijo: “Ve, ya tengo guitarrista, un man que toca bien”, ya también tenía un baterista. En el primer ensayo, que fue en El Tunal, no había micrófono, pero la voz me daba, y dije: “Démosle”, con un amplificador conectamos bajo y guitarra y Jorge León Pineda fue el que nos asentó con la batería.
¿Cuál fue el primer toque?
Héctor me llamó y me dijo: “Hey, vamos a tocar” y yo dije “¡Ayyy, jueputa, primer concierto!”, eso fue en el barrio Bavaria, al frente de la fábrica. Empezamos a tocar covers, unos en español, otros en inglés; yo me aprendí la letra y tocamos Postmortem de Slayer, uno de Venom, Ratos de Porão, de Brasil, y dos canciones propias.
¿Cómo estuvo la convocatoria?
Eran amigos, dijimos: “Vayan, vayan”, así llenamos el lugar. En el pogo me rompieron las cejas y todo el rollo.
Tenían un amigo al que le decían ‘Marrano’ y que los protegía de esos golpes, ¿cómo era el hombre?
Al principio llegó a cascarnos, pero después se volvió tan amigo que ya era el que nos cuidaba. Era todo fortachón, llegó a Bogotá a imponer el “Somos paisas y pa’ las que sea”, entonces nos volvimos muy amigos y terminó diciendo más de una vez: “¡No te metás pues con Dilson que te levanto, gonorrea!”
Héctor Buitrago se separó de La pestilencia para fundar Aterciopelados con Andrea Echeverri. Buitrago y Dilson Díaz no se ven frecuentemente, pero Díaz dice que cambió su vida.

Héctor Buitrago se separó de La pestilencia para fundar Aterciopelados con Andrea Echeverri. Buitrago y Dilson Díaz no se ven frecuentemente, pero Díaz dice que cambió su vida.

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

Después de esos primeros toques y pogos llegó La muerte... un compromiso de todos, ¿cómo fue el proceso?
Algunas canciones de este álbum las grabé muy afónico y lo teníamos que grabar, porque si no terminábamos en tal fecha los precios se subían. Mucha gente me preguntaba que cuántos vocales había ahí y yo les decía: “No, soy solo yo”. Tras eso yo estaba quedándome en la casa de un amigo, pero la mamá de él me decía: “Si a las nueve no está acá, no le abro”. Me tocó quedarme en una banca del Parque Nacional sentado, ahí me acompañó un amigo toda la noche hasta que llegó la mañana y volvimos a grabar. Eso me pasó por dos noches. Con ese disco empezamos a creernos, éramos los que organizábamos los conciertos. Siempre había mierdero, me acostumbré a lidiar con ellos y no me asustaba cuando el pogo estaba muy fuerte y lo tenía que calmar. Fuimos el origen de eso. Me fui con esos discos para Medellín, llegué a vivir otra vez con mi mamá y yo mismo los vendí. El primer concierto de La muerte... un compromiso de todos fue en el Coliseo Menor de Pereira, lo llenamos y me di cuenta de que La Pestilencia ya era también Medellín, Pereira y todo lado. Fue el primer concierto de La Pestilencia después de haber lanzado el disco y el último de los cuatro integrantes originales.
¿Por qué el último?
Estábamos en el hotel, el baterista nos dijo que quería encontrar a Jesús; él siempre fue muy espiritual, en esa época hacía yoga, no comía carne. El man estaba en una búsqueda interna. Después nos llamaron a tocar en la plaza de toros de Armenia y Héctor, por esa época, montó un bar que se llamaba Barbarie (con Andrea Echeverri, la que sería su compañera y llave creativa en Aterciopelados). Le estaba yendo muy bien, yo lo llamé para avisarle el próximo concierto y me dijo: “Uy, no, Dilson, no me sale ir para allá, yo ya estoy con lo del bar”.
¿Y le gusta Aterciopelados?
Obviamente. El Dorado me gusta mucho, además canciones como Maligno y Bolero falaz.
El concierto de La pestilencia, como teloneros de Metallica, fue un verdadero hito del hard core en Colombia.

El concierto de La pestilencia, como teloneros de Metallica, fue un verdadero hito del hard core en Colombia.

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

¿Cómo es su relación con Héctor?
Si nos vemos hay un trato bien, nos saludamos y preguntamos temas de la vida, el cómo estamos y todo. Pero nos vemos cada nunca. Es por coincidencia de la vida que nos encontramos. Las únicas veces que nos hemos visto fue para aclarar el tema de quién o quiénes son los dueños de La muerte... un compromiso de todos. No hay bronca, he tenido momentos de gente que ha cambiado mi vida, Héctor es de esa gente; tanto él para mí como yo para él.
¿Hace cuánto no se ven?
Hace 10 años.
¿Cuando Héctor ganó el primer Grammy con Aterciopelados lo felicitó?
Claro. Creo que cuando lo ganó nosotros estábamos sacando El amarillista y yo le pasé 10 copias y él se las llevó y se las entregó a varia gente.
¿Al desintegrarse la banda sintió el bajón?
Al estar en Medellín busqué a Juancho (Juan Gómez) a tocar el bajo y el Gato (Germán Villa) a tocar la batería, un baterista muy profesional. Mi visión siempre está con un buen baterista. Siempre. Entonces no, no sentí el bajonazo porque me conseguí un batero ni el hijueputa, que con él grabamos el segundo álbum Las nuevas aventuras de La Pestilencia, donde está Soldado mutilado, que es una de las canciones… ¡boom!
Entonces siguió La Peste y llegó el concierto de Metallica, ¿cómo se dio cuenta de que tocaría en el mismo escenario de la banda más brava de todos los tiempos?
Yo estaba por esa época en una finca en Santa Elena (Medellín) y me llamó el mánager en esa época, Juan Carlos Pinzón, y me dijo: “¿Marica, ¿dónde está? Compre un pasaje para Bogotá mañana que vamos a tocar con Metallica” y yo: “¿Sí?, ja, ja, ja”, me cagué de la risa y le encimé: “Estoy borracho, hablamos mañana”, y le colgué. Volvió y llamó: “Marica, es en serio, coja un vuelo mañana que vamos a firmar contrato, vamos a tocar con Metallica”.
¿Qué recuerda del escenario y todo ese ambiente?
Era un escenario inmenso porque Metallica trajo parte de la tarima y eran dos alas enormes y uno corría por ahí, y me dijeron: “Úsela, papá, todo bien, hágale”. Nos dejaron probar sonido, nos permitieron usar la tarima. O sea, usar toda la tarima. Yo corrí por donde iba a correr James Hetfield, yo pensé: “¡Hijueputa, increíble!”. Llegaron panfletos (supuestamente de la guerrilla) diciendo que iban a sabotear el concierto, y llevaron a Metallica en carros blindados. Tocaron, terminaron, bajaron, saludaron, un abrazo y Jason Newsted me dijo: “Gracias por habernos entretenido a la gente y que no se les haya hecho tan larga la espera”, porque cuando empezamos a tocar, Metallica venía apenas del vuelo de Bahamas. Solamente teníamos 30 minutos, pero me dijeron: “Toque que ahí tiene pa’ rato”, y alargué a una hora. Eso nos cambió el chip. Tocamos para 100.000 personas.
Ese cambio de chip los llevó a Estados Unidos, ¿qué pasó de ahí en adelante con la banda?
Metallica nos dijo: “Pasen a otra cosa más”. Ya habíamos tocado con ellos, con Sepultura, con Café Tacuba, con A.N.I.M.A.L. Esos conciertos fueron en Medellín y en Bogotá, cosas muy grandes. Venía algo nuevo (Balística, 2001) y salió la oportunidad de hacerlo en el Indigo Ranch (un reconocido estudio de rock en Los Ángeles).
Con todos los cambios que supuso trasladarse a Estados Unidos, ¿cómo conoció a los que actualmente conforman la agrupación?
A Marcelo Gómez (baterista) lo conocí cuando él tenía 13 años. En esa época estaba tocando con Masacre, un grupo en el que hice de bajista por 12 años e hicimos un concierto con Abadón, la banda en la que estaba tocando Marcelo. Mucho tiempo después un amigo nos prestó un lugar de ensayo que necesitábamos para un toque, entonces llegamos a ese ensayo, vi otra vez a Marcelo y estaba tocando mucho mejor. Por esos días nos quedamos sin baterista y entonces ahí le comenté a él: “Nos gustaría que tocaras con La Pestilencia” y el man dijo: “¡De una!”. Luego con Beto (Carlos Marín, guitarrista) también lo conocía porque tocaba guitarra en una banda que se llamaba Agony, parchábamos mucho, íbamos a muchos lugares. Le hice la propuesta y aceptó; en ese momento estábamos lanzando Balística, ya lo habíamos grabado y llegó él para la gira, empezó a ensayarlo y parecía que hubiera tocado en La Pestilencia toda la vida. Luego llegó Isa (Isabel Valencia, bajista). La que se roba los aplausos en vivo es ella.
¿Qué hace allá en Los Ángeles?
Actualmente con mi esposa tenemos una tienda de ropa, ella es diseñadora de modas, nos conseguimos un plante para montar la tienda y nos ha ido bien. Tengo un estudio de producción musical en la parte de atrás de la tienda de Nathalia. Cada uno tenemos nuestro laboratorio y tenemos gente en la tienda y todo el rollo. Sigo en producción musical de La Pestilencia. En Estados Unidos las bandas grandísimas viven de la música, pero con las bandas que ponen un éxito en algún lado, dos años después uno puede encontrarse al líder trabajando en Guitar Center. ¿Me entiendes? Toca también rebuscar.
¿Y qué viene en camino?
Un disco nuevo, se llamará Buen provecho. Cuando vea la carátula entenderá por qué. El plan es sacarlo a finales de diciembre. 

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