La pella
Por José Ángel Mañas
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Precuela de "Ciudad rayada", la gran novela de José Ángel Mañas sobre el mundo actual de la noche, las drogas y los turbios tipos humanos que giran alrededor, "La pella" es una narración breve, pero de enorme intensidad y magnífico ritmo, en que el lector se va sintiendo a cada página atrapado en una absurda espiral de trapicheo de drogas, de deudas adquiridas de pronto y casi sin querer, de nuevas deudas para pagar las anteriores, de delitos más grandes que se suman a otros, de gente que acaba por perder completamente el control dentro de ese amplio y difuso universo que son los «antecedentes penales».
Como en el caso de "Ciudad rayada", el lenguaje insólito, la jerga del mundo de la noche, los diversos tipos (en especial el memorable de «Kiko», chanchullero y buscalíos compulsivo siempre en su afán de «ayudar a los colegas»), la variedad de ambientes a la que los protagonistas se ven arrastrados en busca de unas «pirulas», la cercanía y cotidianeidad que desprende todo ello, son los grandes valores de esta novela tan opresiva como divertida y progresivamente acelerada.
José Ángel Mañas
José Ángel Mañas nació en Madrid en 1971. Su primera novela, "Historias del Kronen" fue finalista del Premio Nadal 1994 e inspiró una de las películas españolas más taquilleras de los noventa. Seleccionada por el diario El Mundo como una de las 100 mejores novelas españolas de todos los tiempos, "Historias del Kronen", se ha consolidado, por méritos propios, como un auténtico clásico contemporáneo, un punto de referencia ineludible en la literatura española contemporánea. Desde entonces ha publicado 9 novelas. "Mensaka" (1995), "Soy un escritor frustrado" (1997), "Ciudad rayada" (1998), "Sonko 95" (1999), "Mundo burbuja" (2001) y "Caso Karen" (2005). La más desconcertante, "El secreto del Oráculo" (2007), fue una ambiciosa recreación de la epopeya de Alejandro Magno. Con "La pella" (2008) y "Sospecha" (2010), las dos últimas, Mañas ha vuelto al universo realista que fue el escenario de sus primeros éxitos. Tres de sus novelas han sido adaptadas a la gran pantalla. De "Ciudad rayada" dejó dicho el crítico Rafael Conte: «un bloque verbal de primera magnitud, una verdadera creación lingüística tan poderosa como fascinante» donde «el lenguaje argótico y potente se eleva a unos niveles de creación artística desconocidos en nuestras letras»
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La pella - José Ángel Mañas
José Ángel Mañas
1ª Edición Digital
Noviembre 2013
Smashwords edition
© José Ángel Mañas 2008
© de esta edición:
Literaturas Com Libros
Erres Proyectos Digitales, S.L.U.
Avenida de Menéndez Pelayo 85
28007 Madrid
http://lclibros.com
ISBN: 978-84-15414-86-5
Diseño de la cubierta: Benjamín Escalonilla
Fotografía del autor: Thomas Canet
Smashwords Edition, License Notes
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Índice
Copyright
Primera parte
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
Segunda parte
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
36
Sobre el autor
Sobre la editorial
Primera parte
1
—Kiko, tío, ez que no me ezcuchaz.
—¡Venga, chicos! ¡Todos p'arriba!
Kiko se estaba poniendo cuatro «tiros» sobre la billetera con la ayuda de su carné de identidad. Lo hacía con una agilidad sorprendente y sin apartar la vista de los diminutos futbolistas que correteaban por la pantalla de una antiquísima Grundig.
A Kiko solo le faltaba un hoyuelo para tener la misma barbilla que Kirk Douglas. Era grandullón y, como había sido deportista de joven, tenía buen cuerpo. Vestía una sudadera con capucha con el logotipo de Adidas impreso en azul a la altura del pecho y las inevitables zapatillas New Balance.
Era, por lo demás, dos años mayor que Borja.
—Tronco, qué pase más bueno. Igual que Laudrup. Qué hostias. ¡Mejor! Quien tuvo retuvo, y el Rafa es la hostia. No tenían que habérselo llevado a Italia. ¡No pinta nada con tanto macarroni! Mira Pietro. Te coloca una farlopa pésima, y de paso, si puede, te levanta la novia...
—Tío, que mi novia ez italiana.
—Pero es una tía. Son ellos los que me rayan. No tienen moral, tronco.
Borja esnifó lo suyo y devolvió la billetera.
Kiko rebañó lo que quedaba con el dedo gordo.
—¡Qué porterazo, tronco! Menudo profesional, Buyo...
Le arrancó el filtro de algodón al pitillo. Luego lamió el borde para pasarlo por los restos de polvo y hacerse lo que llamaba un «nevadito».
—Te eztoy diciendo que me ha telefoneado el Nacle, ¿me ezcuchaz?
—¡El Rafita, tronco! ¡Mari Pili! Insoportable cuando tiene la regla. Y Buyo, jodido gallego. Qué chicharro nos han metido. ¡Pero qué coño haces...!
—He venido para que hablemoz —insistió Borja, que había apagado la tele.
Parecía la única manera de que le prestara atención.
—Zi vaz a zeguir haciendo el chorra, me piro.
En eso sonó el teléfono.
Borja meneó la cabeza y se dejó caer en el sofá de flores.
Resultaba imposible hablar con su amigo en serio.
Mientras se entretenía con el pañito de ganchillo que protegía el brazo del sofá, oyó a Kiko en la cocina: «Tronco. No me des la vara con tus Ray-Ban, que no soy tu niñera. Llama al Ruso, y a mí me dejas en paz. Se te va la olla y luego pasa lo que pasa. No agobies, Pentium, que tengo cosas que hacer. Hala, con Dios».
Aquello hizo que Borja sonriera a su pesar.
—A ver. Y tú, ¿qué? —dijo Kiko, nada más volver.
—Puez nada. Que en ezte último mez no zé qué ha pazado, pero al Nacle le debo máz de cien mil pelaz, y no para de llamarme. Me eztá agobiando, y le he prometido que el lunez le pagamoz parte. Habíaz dicho que ezta zemana ibaz a conzeguir cincuenta talegoz. ¿Loz tienez o no, tío?
—Pues mira —Kiko se rebuscó en los bolsillos, muy serio—. Me parece que en estos momentos no llevo nada suelto...
—Tío, te eztáz quedando conmigo. Porque la coca noz la hemoz ventilado juntoz, pero quien debe pelaz al Nacle zoy yo. Ezto me paza por juntarme con un cocainómano...
Aquello le ganó un empujón.
—Borja, te estás pasando. Tío, ¡te has pasado!
Kiko se salió meneando la cabeza al balcón, que daba sobre la Emetreinta.
Anochecía y docenas de pares de luces circulaban por la autopista. En la otra orilla del nudo de O'Donnell se podía ver el Pirulí, la torre de Televisión Española, erguida y puntiaguda como una catedral.
Borja se acodó a su lado en la barandilla; pero, antes de que abriera la boca, el otro lo interrumpió con un gesto.
—¡Te pasas el día lloriqueando, tronco! Te crees que tienes muchos problemas. Que eres el ombligo del mundo. ¡Pues desengáñate! Todos tenemos movidas, y no tenemos familias como la tuya para sacarnos las castañas del fuego...
—No zé a qué viene ezo ahora.
—Viene a que llevas toda la tarde jodiéndome la marrana...
Kiko se encendió otro pitillo. Le dio un par de caladas rápidas.
—Te pasas la puñetera vida dando la vara con tus movidas, sin darte cuenta de a quién se las cuentas. A ver, ¿te he agobiado yo alguna vez con mis marrones...?
Borja musitó que lo dejase. Se sentía muy estúpido. Sin embargo a Kiko, cuando le daban cuerda, era difícil pararlo. Ahora no dejaba de gesticular, con el cigarro en la mano.
—¡Hay que fastidiarse! Vienes a mi casa, te pones hasta las orejas, me llamas cocainómano y luego quieres que lo dejemos... A ver, tipo listo. ¿Sabes cuánto debo yo? Si tuvieras a un mafioso como el Tijuana detrás de ti, sabrías lo que son problemas. ¡Eso sí que es serio! Y no el Nacle —enseñó un colmillo desdeñoso—. ¡Menudo payaso! Al Nacle lo llamo yo mañana y