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Noticia

Lecturas Dominicales

Irreverente, salvaje, exuberante y desconocido: las maravillas del 'Momo' del Villar en Bogotá

La exposición del Momo del Villar en La Casita (Calle 86 no. 27-85) es una oportunidad única para conocer a un monstruo poco conocido de la pintura colombiana.

La exposición del Momo del Villar en La Casita (Calle 86 no. 27-85) es una oportunidad única para conocer a un monstruo poco conocido de la pintura colombiana.

Foto:Fernando Gómez

La casita (calle 86 no. 27-85) presenta una exposición imperdible del 'Momo' del Villar, un monstruo de la pintura en Colombia del poco se habla.

eduardo serrano

Hernando del Villar (1944–1989) el conocido “Momo” fue un artista que no obstante su muerte prematura dejó una marca indeleble y profunda en la historia del arte colombiano. Su obra le otorgó luz y alegría al panorama más bien dramático y opaco de la plástica nacional de la segunda mitad del siglo XX, y expandió los límites de la pintura moderna no solo cromáticamente sino argumental y estéticamente. Su personalidad extrovertida y entusiasta delataba su origen costeño, al igual que lo haría su pintura, pero no sin antes indagar acerca de la abstracción y de la expresión visual precolombina.

Su producción se inició en los tempranos años sesenta bajo el influjo del arte pop según lo manifiestan sus primeras representaciones de estrellas cinematográficas y personajes de moda. Con ellas se hizo clara su convicción de que el arte está estrechamente relacionado con la vida, y poniendo en práctica esta ideología bautizó sus obras con títulos tomados de la música popular como: María Tomasa la resbalosa sufrió un desmayo cuando el temblor, los cuales son fiel reflejo de su descomplicada aproximación al arte y de su contagioso sentido del humor. Se trata de pinturas acrílicas las cuales trabajó con gran preponderancia circular y con los colores planos y minuciosamente estudiados que habrían de convertirse en característica de su producción. 

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Una de las coloridas mujeres del Momo.

Una de las coloridas mujeres del Momo.

Foto:Fernando Gómez

Durante una corta estadía en Washington, el Momo del Villar estudió con Gene Davis artista conocido por sus composiciones rítmicas de múltiples y coloridas rayas verticales quien lo reaseguró en sus valores y aplaudió su concentración en el color. Pero la pintura de Momo no seguiría rumbos ajenos y a su regreso a Colombia va haciéndose cada vez más esquemática, más sintética hasta llegar a la abstracción geométrica. En este período formas simples enfatizan su estructura a través del color y buena parte de sus composiciones obedecen a una armoniosa correspondencia formal.
Su regreso al arte de representación se inició con la interpretación de la topografía y la naturaleza de la costa atlántica a través de imágenes reduccionistas siguiendo la consigna minimalista de que menos, es más. A pesar de su simplicidad, son obras que transmiten claramente su deleite con el planeta, con la luz tropical y con la vida. Para Momo, el arte no estaba condenado a expresar solo “bilis negra” (como llamaba Hipócrates a la insistencia en aspectos negativos de la realidad) sino que puede expresar también esperanza, animación y regocijo, sentimientos tan humanos e inevitables como la muerte que apareció apresuradamente en su destino.
Un fabuloso tiburón del Momo del Villar.

Un fabuloso tiburón del Momo del Villar.

Foto:Fernando Gómez

Durante algunos períodos, Del Villar definió sus paisajes y figuras con una línea del lienzo a la vista, la cual fue recta en su etapa geométrica, época de luminosa simetría y de imaginativas inversiones cromáticas. Muchas de estas obras se nutren de la abstracción precolombina la cual fue durante un tiempo su principal referente, especialmente, la cultura Tairona.

La beca Fullbright a la que se hizo acreedor en 1971 representó para Momo del Villar una valiosa oportunidad, tanto de confrontar su obra en los ámbitos neoyorquinos como de compartir sus conocimientos e inquietudes con profesores de unánime reconocimiento artístico como Keneth Noland y Sol Lewitt. Este último, considerado uno de los padres del conceptualismo, para quien el dibujo existe como una idea que permite a otros realizarla, escogió a del Villar para que ejecutara su obra en la exposición Color presentada en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, dando fe de su confianza en el talento y percepción del artista samario.
Los colores del Momo del Villar son toda una declaración de principios.

Los colores del Momo del Villar son toda una declaración de principios.

Foto:Fernando Gómez

Pero como se había mencionado, la obra de Del Villar no siguió planteamientos de nadie continuando con su propio e intuitivo derrotero. La línea de los bordes empieza a perder rigidez y a seguir los contornos multiformes de la naturaleza y de las cosas. Ahora es una línea híbrida conceptualmente, y de propósito dual, que deviene de la gráfica por cuanto tiene a su cargo la definición de los contornos, pero que también es pictórica puesto que cumple la función de mediadora entre colores.

En su producción de esos años del Villar pinta con emotiva luz imágenes de la fauna y la flora nacional. Palmeras que dan cobijo a formas abstractas que sugieren astros; botes a punto de zarpar; cruceros acercándose al muelle, y horizontes que implantan cierta quietud yacente, reiteran la cálida temperatura que transmite su obra. Enfocó, así mismo, lugares iconográficos de la Costa, en algunos de los cuales se identifica la silueta, por ejemplo, de la Catedral de Santa Marta, en primer plano, contundente, o se divisa a lo lejos el perfil de la ciudad que Momo no se cansaba de repetir que “es la más antigua del país”.

Cartagena, el mar y el color del Momo del Villar

El mar, presentado con frecuencia a través de numerosos fragmentos policromos de formas elongadas que llegan a imponer un ritmo frenético, constituye un referente geográfico, pero, sobre todo, poético en su visión de un mundo cuya experiencia es digna de testimoniar creativamente.
Las dimensiones de las pinturas del Momo del Villar en La Casita son monumentales.

Las dimensiones de las pinturas del Momo del Villar en La Casita son monumentales.

Foto:Fernando Gómez

Resulta altamente significativo en relación con la independencia del artista. que se hubiera propuesto manifestar el mundo a través de formas abstractas puesto que es un gesto que encierra una negativa radical a las pretensiones de purismo del modernismo. La mezcla de pintura abstracta y figurativa tuvo en esa época, cuando la discusión artística versaba acerca de movimientos y tendencias, pocos pintores afortunados como Momo quien realmente logró consolidar su manera de pintar, su lenguaje, a través de la mencionada conjunción pictórica.

La figura humana empezó a reaparecer en sus composiciones, y fue integrándose a sus espacios y a su temática cada vez más soleada, más radiante, conduciendo a Marta Taba a declarar que “a pesar de las experiencias impactantes que le había brindado la Universidad de Nueva York, Del Villar volvió reforzado en sí mismo”.
El Momo pintó la riqueza visual y cromática de Cartagena.

El Momo pintó la riqueza visual y cromática de Cartagena.

Foto:Fernando Gómez


Pero también volvió menos reduccionista, con una obra más compleja y nacionalista, o mejor, más regionalista, actitud que le permitió visibilizar su fe en que el mundo es uno solo y que son los aportes aparentemente lejanos los que dan la razón al todo.
A primera vista pareciera identificarse cierta relación de algunas de sus obras con la pintura del “color field” (campos de color) norteamericano, sobre todo si se piensa en sus temporadas en los Estados Unidos, Pero si existiera alguna relación entre ellas, sería muy lejana ya que provienen de argumentos radicalmente diferentes: la policromía de del Villar es pasional, y la mayor parte de su obra es de representación.
A pesar de ese acendrado nacionalismo pictórico un viaje a Estambul causó tan honda impresión en el artista que dio inicio de inmediato a una serie de pinturas recordando el rostro de esa ciudad. Se trata de trabajos en los cuales prosigue con el tipo de visión agitada de sus versiones de Santa Marta y con los mismos colores brillantes que demandan un pequeño esfuerzo para separar los sujetos, del espacio que los rodea. En algunas de estas obras las cúpulas y minaretes son testimonio de la gran excitación de Momo al representarlos, pero, sobre todo, de hacerlo con la mirada samaria, es decir, sesgada, expresionista, intensa y policromada.

Ya al final de su vida Del Villar se concentró en Cartagena, ciudad que plasmó literalmente encerrada por el “corralito de piedra”, aunque por encima de las murallas se permite apreciar su talante heroico y su evolución histórica.

La pintura de Hernando del Villar es ruidosa, exuberante, y original. Buscó una expresión plástica innovadora en ruptura con las reglas y cánones del arte establecido, y lo consiguió. Simultáneamente logró una manera particular de compartir su sensibilidad, ideas y emociones con la intensidad requerida. Su obra no podía estar más lejos del mimetismo de antaño, puesto que antepone a sus realizaciones pensamientos enfáticamente plásticos, colores imposibles, reflejos inauditos, formas que reiteran la independencia y la imaginación exaltada con que el artista confrontó el arte de la pintura.
EDUARDO SERRANO
​Crítico de arte
​Para EL TIEMPO

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