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Lecturas Dominicales

'Un ataque con cuchillo tiene un no sé qué de intimidad': Salman Rushdie

"El lenguaje puede ser ese tipo de cuchillo, que corta hasta la verdad", dijo Salman Rushdie.

"El lenguaje puede ser ese tipo de cuchillo, que corta hasta la verdad", dijo Salman Rushdie.

Foto:Clément Pascal para The New York Times

El último libro de Salman Rushdie aborda el brutal atentado en el que perdió un ojo a cuchilladas. 

MARTÍN FRANCO

La mañana del 12 de agosto de 2022, el escritor británico Salman Rushdie yacía herido de muerte en el piso del anfiteatro Chautauqua, en Nueva York. Un joven de 24 años, identificado como Hadi Matar, lo acababa de acuchillar quince veces en la cara, el cuello y el abdomen. 

Minutos antes del ataque, Rushdie había subido al escenario para hablar sobre la importancia de mantener a los escritores a salvo de todo riesgo. Toda una paradoja.
Cuando apenas había comenzado la charla, Salman vio a un joven que emergía entre el público y corría decidido hacia él. El escritor no le quitó la mirada. Habían pasado más de treinta años de la fetua que en 1989 decretó el ayatolá Jomeini de Irán, en la que alentó a los musulmanes a que acabaran con su vida. 

La publicación de su novela Los versos satánicos, decía Jomeini, era una ofensa contra el islam. Y Rushdie debía pagar un precio. Una sentencia de muerte que lo obligó a vivir durante una década en la clandestinidad, y que lo llevó a cambiar su nombre por un seudónimo que con los años se convertiría en el título de un libro en el que narra aquellos momentos difíciles: Joseph Anton. 

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Los versos satánicos desató la ira de los radicales y fue condenado a muerte.

Los versos satánicos desató la ira de los radicales y fue condenado a muerte.

Foto:Archivo particular

Hasta esa mañana, Rushdie llevaba más de veinte años viviendo en los Estados Unidos, donde había logrado llevar una vida más o menos normal y donde, al menos por momentos, olvidaba la amenaza que se cernía sobre su vida. Pero la certeza de que el miedo podría regresar jamás lo había abandonado, y por eso cuando el asesino subió al escenario y Rushdie vio el cuchillo, tan solo pudo pensar: “O sea que eres tú. Aquí estas”. Justo entonces el joven lo atacó, hundiendo el cuchillo una y otra vez sobre él durante 27 segundos.

Luego todo fue confusión. Como no había guardias de seguridad en el auditorio –algo inexplicable, teniendo en cuenta al personaje–, la gente del público inmovilizó al asesino y se acercó a socorrer a Rushdie. Un hombre que estaba cerca, gritó: “¡Córtenle la ropa para que podamos ver dónde están las heridas!”. Y entre todas las cosas que podría haber pensado alguien que se debatía entre la vida y la muerte, Rushdie solo se dijo a sí mismo: “Oh –pensé yo–. Mi bonito traje de Ralph Lauren”. 
Rushdie tiene una frase genial, una vez recibe las puñaladas, solo piensa en su bonito traje Ralph Lauren.

Rushdie tiene un apunte genial, una vez recibe las puñaladas, solo piensa en su bonito traje Ralph Lauren.

Foto:dpa/picture alliance via Getty I

Varias páginas más adelante de Cuchillo, el libro editado por Random House en el que narra el hecho y la manera en que logró sobrevivir, Rushdie retoma el episodio. Está hablando con su esposa, la poeta afroamericana Rachel Eliza Griffiths (a quien Rushdie llama simplemente Eliza), luego de recuperar la conciencia y el habla, y empezar a transitar una recuperación dolorosa. “Hoy es otro gran día”, le dice Eliza. “Otro gran día para ti y para mí, juntos”. 

“Es gracias a ti, todo el trabajo lo estás haciendo tú”, responde Salman. 

“Bueno, tú hiciste lo principal, no morirte”, vuelve ella.

Entonces Rushdie hace un silencio y al fin agrega: “Mi pobre traje Ralph Lauren”. 
“¿Sabe de qué ha tenido suerte?”, le pregunta uno de los médicos que lo tratan en su recuperación. Rushdie no sabe qué responder. “De que el hombre que lo agredió no tuviera ni idea de cómo matar a otro con un cuchillo”, agrega el doctor.

Suena irónico, pero tiene sentido: quince cuchilladas en la cara, el pecho y el abdomen que le cercenaron el ojo derecho y le provocaron una parálisis parcial del labio inferior no lograron acabar con su vida. No es deliberado que Rushdie escoja ese título para el libro: en sus páginas hay reflexiones sobre lo que implica un ataque con arma blanca (“Un tiroteo es acción a distancia –escribe–, pero un ataque con cuchillo tiene un no sé qué de intimidad; el cuchillo es un arma de proximidad y los crímenes que comete son encuentros íntimos”); ejemplos de escritores que, como él, estuvieron al borde de la muerte por cuenta de ataques similares (el egipcio Naguib Mahfuz fue apuñalado a los 82 años luego de salir de su casa y dirigirse a la cafetería que solía frecuentar en El Cairo); y evocaciones de curiosas coincidencias (la novela Shalimar el payaso, escrita por Rushdie en 2005, empieza con la imagen de un hombre tendido en el piso y otro, su asesino, mirándolo con un cuchillo ensangrentado en la mano).

Una última evocación al cuchillo. Hacia el final del libro, Rushdie cuenta que, luego de ser capturado, el asesino reveló que había dejado una bolsa al lado del escenario. “¿Es una bomba?”, le preguntaron. Él respondió que no. Solo eran cuchillos. Fueron a buscarla y ahí estaba: una bolsa llena de cuchillos que había logrado entrar al auditorio sin que nadie se hubiera molestado en requisarlo. 
Cuchillo, de Salman Rushdie.

Cuchillo, de Salman Rushdie.

Foto:Archivo particular

Muchas personas que viven una experiencia cercana a la muerte describen momentos intensos que no tienen una explicación científica. Rushdie no. “Es raro para cualquiera poder describir una experiencia de muerte casi inminente”, escribe en Cuchillo. “En primer lugar, diré lo que no pasó. No hubo nada sobrenatural, ningún túnel de luz, ninguna sensación de elevarme de mi yo corpóreo. De hecho, diría que nunca me he sentido tan conectado a mi cuerpo”. No recuerda haber sentido dolor, aunque varias de las personas que estuvieron ahí declararon a la prensa que el escritor “aullaba” tendido en el piso. Recuerda, sí, los gritos, la confusión, la gente yendo de aquí para allá.

Y recuerda haber pensado en su traje Ralph Lauren.

La experiencia tampoco lo hizo replantearse su ateísmo; más bien, le reafirmó la certeza de que la mezcla de religión y fanatismo ha sido la fuente primaria de sus desgracias. En un capítulo entero, Rushdie hace el ejercicio de escribir un diálogo imaginario con su atacante. Allí intenta averiguar por qué el joven realizó un acto así escudándose en su fe y trata de hacerle ver la contradicción que implica hablar de un Dios amoroso y un acto de barbarie como intentar matar a otro a cuchilladas. De paso, trata de reivindicar su posición frente al islam, que no ha sido nunca ofensiva, y defender Los versos satánicos, el libro que le cambió la vida para siempre: “¿Y si te dijera que hay escritores musulmanes que opinan que mi libro, ese que tú odias tras haber leído dos páginas, es un libro hermoso y sincero?”, le escribe a su atacante, a quien ha decidido no llamar por su nombre: tan solo le dice “el A”.

Hacia el final del libro, Rushdie regresa con su esposa Eliza al anfiteatro de Chautauqua. Ha pasado más de un año, su recuperación ha sido satisfactoria. Ya puede caminar por sí mismo, tiene un lente oscuro que le tapa el ojo que perdió y el labio inferior se inclina un poco hacia abajo cuando habla, como se vio en la entrevista que le dio a Anderson Cooper en CNN. Rushdie y su esposa reviven el momento del ataque y solo después Salman escribe:

“Me encontraba casi exactamente donde alguien había estado a punto de matarme, vestido, para más información con mi nuevo traje Ralph Lauren y me sentí… completo”.
MARTÍN FRANCO
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