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Lecturas Dominicales

Millenials: miserias y fracasos de una generación desencantada; esta es la visión de Vincenzo Latronico

Las perfecciones, de Vincenzo Latronico, ha sido recibida con entusiasmo por la crítica.

Las perfecciones, de Vincenzo Latronico, ha sido recibida con entusiasmo por la crítica.

Foto:Marcuslieder.com

Las perfecciones, de Vincenzo Latronico, habla de las miserias de una generación desencantada.

sergio alzate 

Un niño migrante ahogado en el Mediterráneo. Un sándwich de kimchi con una caipiriña a un costado. Familias de refugiados intentando cruzar la alambrada de una frontera. Un lindo loft con piso de madera lacada y con una selva de monsteras –o costillas de Adán– en una esquina. Una niña en el Cuerno de África con la mirada vidriosa y el vientre abultado. Taylor Swift en un escenario con un vestido corto de lentejuelas y una guitarra en las manos. 

Un derrame de petróleo sobre el que flotan los cadáveres de peces, focas y albatros. Una pareja de influencers saltando y riendo en la verja del Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau.

A esta sucesión de imágenes promiscuas y heterodoxas, que se centran o se ocultan con el solo gesto de un pulgar, las llama el escritor italiano Vincenzo Latronico el tiempo imperfetto. Un cúmulo de sucesos horribles y violentos, una riada de alegrías y tristezas, una marabunta de rostros y cuerpos sin identidades que no dicen nada, que no significan nada. “Podemos pasar horas haciendo scroll en las redes sociales y al terminar no tener una narración de lo que presenciamos”, dice el autor de Las perfecciones.

Esta novela, recientemente traducida al español, trata sobre una pareja de freelancers italianos que trabajan en Berlín, gracias a la ubicuidad del internet. Anna y Tom son diseñadores gráficos, follan a veces, salen de fiestas con otros “expatriados”, leen medios liberales, creen en la bondad y combinan sus jornadas laborales con la necesidad de saber qué pasa en las redes. Son europeos que crecieron con la idea de que Europa era una, pero que con el paso de los años se dan de bruces con que en realidad es muchas y que ahora, gracias a la popularización del inglés, son invitados en su propia casa: los estadounidenses y sus dólares han ido a comprar los mejores trabajos y las mejores viviendas.

Las perfecciones habla de la desilusión de una generación a través de un lenguaje poético, hiperdetallista. Vincenzo Latronico, colaborador para distintos medios como freelancer, solía escribir para un periódico sobre arte. No le bastaba con que las fotos que acompañaban sus textos mostraran la pintura. “Me parecía que una fotografía no decía nada, que se quedaba corta (irónicamente) a la hora de describir una imagen”, cuenta. Por eso, en parte por celo profesional, en parte por reto personal, se dedicó a cultivar un estilo en el que lo que cuenta es el detalle descriptivo de los objetos, los espacios y los momentos.

Así, con mimo detallista, se embarcó a contar esta historia sobre millennials que empiezan a envejecer, sobre sueños truncados, desilusiones continentales, redes sociales que aíslan y trabajos precarios que se realizan en espacios gentrificados y cada vez más pequeños, incómodos. Imperfectos.

Una buena parte de la literatura actual parece dominada por la primera persona, la literatura del yo y las novelas de no ficción. Las perfecciones, en cambio, está escrita en tercera persona, ¿por qué tomó esa decisión?
Lo que quería hacer en ese sentido era darle al lector el suficiente espacio para proyectarse a sí mismo en la historia. La primera persona suele utilizarse para una experiencia única, individual, pero lo que yo realmente quería escribir era algo que en apariencia pudiera ser vivido por cualquiera. Pero también quería que la novela tuviera una suerte de distancia irónica. Algo en algún sentido emparentado con la antropología.

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Las perfecciones, de Vincenzo Latronico

Las perfecciones, de Vincenzo Latronico

Foto:Archivo particular

Justamente algo que me llamó la atención de la novela es su tono casi antropológico o sociológico, sin perder en ningún momento la belleza literaria. ¿Cómo fue construir este tono?
Me emociona que esto sea algo que se note, porque era justamente lo que quería hacer. A veces creo que uno de los problemas a la hora de narrar es que quien lee se ve, inevitablemente, sufriendo por lo que viven los personajes. Yo quería otro registro, que me permitiera hasta cierto punto narrar desde la calidez, pero también que me dejara maniobrar con cierta distancia y frialdad. En este caso, la sociología o la antropología me permitían este tipo de tono frío sin en ningún momento caer en el juicio. Este libro está muy inspirado en Las cosas, de Georges Perec, quien hizo algo similar con el París de los sesenta. Aunque él sí hace juicios de valor sobre sus personajes: se ríe de ellos. Yo no: ya quisiera yo vivir en apartamentos tan bonitos.

Ya que menciona a Perec... Las perfecciones tiene un epígrafe de él. ¿Quién es Perec para usted?
Tanto Georges Perec como Raymond Queneau son para mí grandes inspiraciones desde que era muy muy joven. Cuando yo tenía unos diecisiete años, alguien me compartió Cien mil billones de poemas de Queneau, que es un libro de poesía combinatoria. Esta experiencia me voló el cerebro totalmente. Pasé años y años intentando hacer lo mismo con cuentos. Algo que me emociona de ambos es que supieron, sin haber sido los primeros en decirlo, que la literatura no es un asunto de originalidad en la trama. Ellos sabían que todo se trata de cómo contamos las historias, de la manera en que jugamos con el lenguaje.

Muchas novelas son elogiadas por tener una construcción cinematográfica; Las perfecciones se siente, en un buen sentido, como un scroll en una red social, ¿cómo fue el trabajo literario para conseguir este efecto?
Eso era exactamente lo que quería lograr. El tiempo que pasamos en redes sociales es un tiempo imperfetto, como decimos en italiano. Una gran parte del libro, más de la mitad, está escrita de una manera extraña: un periodo de tiempo que pasa sin realmente construir ningún tipo de trama. La trama únicamente aparece cuando se habla del pasado. Y así mismo es la experiencia de las redes sociales: scroll, scroll, scroll. Podemos pasar horas haciendo eso, pero todo lo que vemos no crea ningún tipo de historia ni de narrativa. En redes sociales podemos atestiguar cosas cruciales y profundas: niños muriendo en Gaza, los efectos del cambio climático, el matrimonio de tu mejor amigo. Cosas trascendentales que terminan siendo vacías, porque en la experiencia de redes sociales dejan de ser sucesos para convertirse en simplemente scrolls de pantalla.
Los dirigentes de las compañías de redes sociales se han presentado a testificar ante el Congreso de EE.UU.

El gran referente de los millenials ha sido Mark Zuckerberg y la creación de su eterno universo de un scroll.

Foto:Getty Images

¿Cuál es su relación con las redes sociales? ¿Le gustan? ¿No le gustan? ¿Las usa?
Uf, esto es como si me preguntaras cuál es mi relación con los cocteles: me encantan, pero intento no dejarme llevar por ellos (risas). Cuando las redes sociales eran algo nuevo, yo tenía unos veinte años. En esa época eran algo genial, porque podías encontrar a cualquiera: a los amigos del colegio, a gente que habías olvidado, a la persona que te había gustado en el bar y a los dos días podías acostarte con esa persona. Las redes sociales se sentían como el futuro, como algo mágico, como la promesa de algo por venir. Una utopía en la que todos nos íbamos a conectar con todos. Ahora vemos que no era así. Hoy podemos ver los usos reales de las redes sociales. Mi generación (tengo cuarenta años) está desilusionada, porque esperábamos que cambiaran nuestras vidas para mejor, pero no fue así.

¿Por qué escribir sobre las redes sociales?

No creo que escriba como tal de las redes sociales, sino de la manera en que las redes sociales cambiaron nuestras formas de entender la política, de habitar nuestros apartamentos, de entender el ritual de la comida, de tener o no tener sexo.
Algo que esta novela me hizo pensar, y que como millennial evito pensar, es que esta generación ya no es el futuro: es el presente y dentro de muy poco será el pasado.

 ¿Cómo fue escribir sobre el envejecimiento de los millennials?
Era algo muy importante para mí, porque creo que hay (hasta donde conozco) muy pocas novelas que hablan sobre el efecto que los cambios tecnológicos tienen sobre las generaciones. Creo que esto se debe a que ahora las cosas cambian tan rápidamente, de un día para otro, que los autores tienen miedo de escribir sobre algo que puede que en cinco años ni siquiera exista o sea ya obsoleto. Por ejemplo, estoy editando una novela mía que salió hace doce años. Y hay toda una sección de la historia que gira alrededor de un periodista que usa una grabadora de audio totalmente externa a su celular porque en esa época los celulares no tenían esa funcionalidad. O, por ejemplo, hay otro caso: los blackberries no podían abrir archivos de formato PDF. Esto me hace sentir como un dinosaurio, un ser de otra época.

Esta también es una novela sobre cómo el concepto del trabajo ha cambiado. La literatura antes hablaba de los oficinistas y obreros, Las perfecciones se centra en dos freelancers…
Creo que la principal característica de nosotros los freelancers es que estamos completamente solos. No tenemos sindicatos, no podemos llamar a huelgas. Ni siquiera nos conocemos entre nosotros. Yo escribo para un par de periódicos en Italia y ni siquiera sé quiénes son mis colegas, fuera de una o dos personas en cada caso. Si tuviera jefes terribles, que afortunadamente no es así, no tendría a dónde ir para denunciar o compartir esta experiencia. Esto es una señal de la soledad de esta generación. Lo cual es triste, porque será una vejez solitaria y lo que esta conlleva (enfermedad, reducción de capacidades, etc.).

Otro tema muy presente en la novela es la globalización, que al inicio del milenio era una promesa, pero que en 2024 parece otra desilusión para toda una generación. ¿Cuáles cree que son los claroscuros de la globalización?

Si bien la novela habla de la globalización, en este caso el tema específico es un mito que es importante para mí: el de la Unión Europea. Crecí con esta idea de que el único destino posible para Europa era la unión cada vez más fuerte e incondicional. En estos momentos en que hacemos esta entrevista estoy en Cataluña, España. La última vez que estuve aquí, a los 17 años, tenía que cambiar las liras italianas por las pesetas españolas. Hoy en 2024 solo necesito los euros. Parecía que el euro era la moneda regional, que el inglés sería la lengua compartida y que Berlín estaba destinada a ser la capital cultural. Europa ya no está tan unida, se está fraccionando y el hecho de que se haya popularizado el inglés ha significado que los estadounidenses vengan a quedarse con los mejores trabajos y a gentrificar las ciudades que antes eran baratas para la mayoría de europeos. El mito de la Unión Europea ya no existe.
sergio alzate 
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