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Análisis

Lecturas Dominicales

¿Por qué Megalópolis, la nueva película de Francis Ford Coppola, puede ser uno de los mayores fracasos de todos los tiempos?

Coppola presentó Megalópolis en el Festival de Cannes. France, on May 17, 2024. (Photo by Valery HACHE / AFP)

Coppola presentó Megalópolis en el Festival de Cannes. France, on May 17, 2024. (Photo by Valery HACHE / AFP)

Foto:AFP

La nueva película del director de El Padrino parece ser un delirio que pocos se atreverán a ver.

iván gallo
El director de El Padrino y Apocalypse Now se gastó su fortuna en una película que nadie se ha atrevido a aplaudir, ¿fue el delirio de un viejo marihuanero o la última genialidad de un dios? 

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En 1981, Coppola era considerado por los grandes estudios como “mercancía dañada”. El prestigio ganado en las dos primeras partes de El Padrino se había evaporado en Filipinas. Entre 1976 y 1977, durante 286 días, rodó en el país de Ferdinand Marcos un viejo guion de su amigo John Milius que prometía no ser una película del Vietnam, sino “el Vietnam mismo”. El presupuesto se había disparado de 15 a 40 millones de dólares. Y cuando presentó el montaje final los críticos se dividieron. Algunos no entendieron nada, creían que era el delirio de un loco. Apocalypse Now es un clásico indiscutible, una obra única que ha influenciado a generaciones de cineastas y que, paradójicamente, significó el derrumbe para quien fuera el director más poderoso de todos los tiempos.
Los excesos que ocurrieron en el rodaje, las extravagancias, el maltrato al personal que la filmó y que incluyó la muerte de un técnico filipino, el desfile de conejitas Playboy frente a su esposa, el cambio en la mitad del rodaje del protagonista, Harvey Keitel por Martin Sheen –quien además sufrió un infarto en plena filmación–, los caprichos de Marlon Brando, que llegó al plató demasiado gordo y sin haber leído una sola página de la novela en la que estaba inspirada la película, El corazón de las tinieblas, los tifones que se llevaron dos veces el megamillonario decorado montado por el diseñador Dean Tavoularis, todo eso provocó el retraso, el aumento de costos. Coppola, obsesionado por el control creativo, asumió la sangría: hipotecó sus propiedades en el Valle del Napa y a su productora Zoetrope con la que soñaba montar su propio imperio cinematográfico y darle el golpe mortal a Hollywood y sus películas comerciales. 
Francis Ford Coppola y su esposa Eleanor en la entrega del Óscar de 2022.

Francis Ford Coppola y su esposa Eleanor en la entrega del Óscar de 2022.

Foto:Javier Rojas /EFE

Pero todo se fue al garete. Sabemos lo grande que es Apocalypse, llena de escenas icónicas como la presentación de la cabeza calva del coronel Kurtz, mostrada en claroscuro por el maestro Vittorio Storaro, director de fotografía de la película, como si fuera un dios, por eso duele aceptar que esta película mató al cine de autor. Con todo lo que puso en juego, Coppola estaba obligado a romper las taquillas como hizo con El Padrino –150 millones de dólares, en ese momento la más taquillera de todos los tiempos–, pero no fue así. En los primeros dos años recaudó 70 millones y la mitad se usó para apagar incendios.

La gloria de El Padrino

Coppola pertenece a la generación de directores de cine que se tomaron por asalto a la industria. En 1969, Easy Rider, un proyecto de 600.000 dólares dirigido por dos hippies, Peter Fonda y Dennis Hopper, supo captar el espíritu libertario del momento y se convirtió en un bombazo taquillero: 26 millones de dólares. Los viejos productores querían seguir haciendo películas perfectamente iluminadas, con actores rubios y dicción optimista. Pero los tiempos habían cambiado. Directores como Scorsese, William Friedkin, Peter Bogdanovich, Paul Schrader y Bob Rafelson querían contar historias reales y disipar un poco la nube de anestesia que flotaba sobre Hollywood. Había que mostrar las heridas de un país que mandaba a sus jóvenes a matarse en el sinsentido de la guerra del Vietnam. Estuvieron a punto de transformar Hollywood para siempre, de convertirlo en un lugar donde los directores serían los que tomaran las decisiones.
Coppola lideró el movimiento que sería conocido en la historia como el nuevo Hollywood. En el casting de El Padrino buscó a actores italoamericanos desconocidos, como un tal Al Pacino. El productor de la película, Robert Evans, quería que Michael Corleone fuera encarnado por Robert Redford. Cuando vio a Pacino en los primeros copiones le preguntó a Coppola: “¿Y quién es esta rata de alcantarilla?”. Y él se mantuvo en sus trece. Eligió esa oscuridad que persigue como una sombra a Marlon Brando, los susurros de los actores, algunos diálogos en dialecto siciliano. En las primeras visionadas del filme los jefes de la Paramount estaban preocupados: era una película que ni se veía ni se escuchaba. Pero no había mucho que perder. Era un proyecto menor de apenas 3 millones de dólares. Coppola había hecho una apuesta, si la taquilla llegaba a los 20 millones, la Paramount le compraría una limusina Mercedes 600, un auto rarísimo que solo tenía el general Franco. Recaudó 150 millones de dólares. Era la primera vez que se veía un número así.
Película El padrino, de Francis Ford Coppola

Película El padrino, de Francis Ford Coppola

Foto:Archivo. EL TIEMPO

Francis pretendía que el éxito de El Padrino le diera la independencia económica que buscaba. Sin embargo, la Paramount lo buscó para hacer El Padrino II. Al principio no quería escuchar ni hablar del tema. Un artista de su tamaño no estaba para seguir haciendo películas de mafiosos. Obsesionado con la tecnología quería hacer una adaptación de diez horas, en tres dimensiones, de Las afinidades electivas de Goethe. De ese tamaño era su ambición. Recomendó al productor Robert Evans hablar con Martin Scorsese, otro de sus discípulos, quien acababa de estrenar Calles peligrosas (Mean Streets), una película en la que brillaba un jovencísimo Robert de Niro. Pero a Evans le parecía poca cosa el futuro creador de Toro salvaje. Francis era el ungido. Lo convencieron, le dejaron “un camión de basura lleno de billetes de cien dólares”, como lo comentó en su momento Coppola. Y filmó El Padrino II y fue un triunfo creativo y de taquilla. Con las alforjas llenas pensó terminar de cimentar su poder dos años después con Apocalypse Now. Pero su vocación hacia la apuesta y la provocación terminaría, a la larga, convirtiendo esa obra maestra en un desastre.
Con los restos del naufragio decidió, autodestructivo, rodar Corazonada en 1981, un musical en una época en la que nadie hacía musicales. Un proyecto que debió costar un millón de dólares, terminó costando veinte y solo recaudó uno. Era su fin y el de Zoetrope. Y fue en ese momento cuando mostró lo que realmente es, un jugador compulsivo, y lejos de sentirse acosado, destruido, anunció que su próximo proyecto sería la historia de un arquitecto que reconstruiría Nueva York después de un ataque nuclear soviético. Un proyecto que tuvo 300 versiones de guion, que fue leído por Robert de Niro, Al Pacino, Paul Newman, que intentó rodarse en Cinecittà en Roma en el 2001, pero que fue interrumpido por los ataques del 9-11. Un parto que se demoró cuarenta y cuatro años y que vio la luz el pasado 14 de mayo en Cannes.
La película se llama Megalópolis. Un nombre acorde con las ambiciones de Coppola. Los rumores que circulaban en Cannes sobre el rodaje no eran buenos. Justo ese día se empezó a hablar de la denuncia contra Coppola por parte de varias extras por comportamiento inapropiado, abuso sexual y consumo de drogas. The Guardian sacó un artículo describiendo el infierno caótico que se vivió durante los cuatro meses en los que se rodó la película. Como en un bucle temporal, volvía la megalomanía, la locura que exhibió en 1978. Un miembro del diseño de producción de la película le dijo al medio inglés: “Teníamos unos hermosos diseños..., pero nunca se conformaba con ninguno”. El director, displicente y autoconsciente de su genialidad le dijo: “¿Cómo puedes imaginar cómo es Megalópolis cuando ni siquiera yo sé cómo es Megalópolis?”.
Sofía Coppola en los Premios Cannes 2013.

Sofía Coppola en los Premios Cannes 2013.

Foto:Georges Biard

Según el crítico Peter Biskind, Coppola descubrió la marihuana durante el rodaje de Apocalypse Now. Desde entonces no paró. Es epiléptico y bipolar, toma grandes cantidades de litio para no llegar a estados catalépticos. Según afirmaron algunos miembros del equipo de Megalópilis, Coppola aparecía en el estudio con las primeras luces de la mañana. Se encerraba en su casa rodante, no hablaba con nadie y se quedaba mudo durante 12 horas, borrado por el humo del porro.
Nunca en la historia del cine hubo un cineasta tan preocupado por ser considerado un genio, un autor. Cuando tenía a su lado gente de carácter, como el productor Robert Evans o el director de fotografía Gordon Willis, Coppola entraba en conflicto, pero al menos no tenía la libertad para salir disparado a la estratósfera. Así pudo hacer una obra de culto como Tucker, un éxito de taquilla como El Padrino III y otra obra maestra como es Drácula. Desde 1992, el creador del nuevo Hollywood no ha hecho nada relevante. Tanto Jack como El pacificador son productos realizados sin inspiración, para consumir y olvidar. En Rumania, más tarde, filmó una película sin repercusiones: Juventud sin juventud. Y luego aterrizaría en Argentina.
Lo conocí en Buenos Aires, en el 2008. Ese año empezó el aparatoso rodaje de Tetro, un proyecto que pretendía ser la gran película sobre la inmigración italiana al sur del continente. Pronto estallaron los escándalos de abusos laborales durante el rodaje. Francis seguía siendo Francis. Zoetrope, por cerca de un año, funcionó en una vieja casa del barrio San Telmo. En ese lugar me invitaron a ver el primer copión. En la improvisada sala de proyección estaba parte del glorioso viejo equipo que lo acompañó en todas las empresas, Walter Murch en la cabina de sonido, Eleanor Coppola, su compañera y polo a tierra que murió durante el rodaje de Megalópolis. Francis estaba sentado, como emperador romano, con una sonrisa que poco a poco se fue apagando a medida que veía a su protagonista, Vincent Gallo, naufragar por las carreteras patagónicas. La película también fue un fracaso.
Tetro fue el golpe que lo centró, por fin, en Megalópolis. La preproducción duró 15 años. La complejidad de su guion espantó a los pocos productores en Hollywood que preguntaron por el proyecto. A finales del 2021, Coppola decidió que los 120 millones de dólares que costaba recrear su ciudad del futuro los pondría de su propio bolsillo. A los 85 años sentía que no tenía nada que perder. Contrató a los actores del momento, Adam Driver, Aubrey Plaza y Giancarlo Esposito. Sería su gran obra maestra, donde vertería todo su conocimiento sobre el Imperio romano, Séneca y Platón. El rodaje empezó en julio del 2022 y, como era previsible, empezó a alargarse. Llevaban 16 semanas, una barbaridad, cuando fueron despedidos la mayoría de los miembros de los equipos de arte y efectos visuales. “Coppola parecía un tipo que jamás hubiera dirigido”, dijeron los despedidos. Cuando terminó el rodaje, su esposa, Eleanor, murió a los 86 años.
En Cannes se habilitó la legendaria sala Bazin para su estreno. Los nombres de los personajes, Craso, Cícero, César, dejaban en claro las pretensiones del director. Hubo incomodidad entre los espectadores. A sus 85 años Coppola no ha perdido el ímpetu de provocador, la fiebre dostoyevskiana de jugador. Si tiene que arriesgar 120 millones de dólares de su bolsillo, lo hará. ¿A qué le puede temer el hombre que estuvo detrás de El Padrino? A nada, por eso, en plena proyección, la película se interrumpe y aparece un personaje en la sala, se para en la tarima y encara a Adán Driver, el protagonista, preguntándole por los hechos que se desencadenarán en el desenlace del filme. Difícilmente este happening se repetirá, pero Coppola no pierde la esperanza de que este interregno ocurra en todas las salas.
La historia del cine es una serpiente que se muerde la cola. Este mismo desconcierto que ha acompañado a los pocos críticos que han visto Megalópolis es casi el mismo que se sintió en 1979, cuando Coppola por fin pudo proyectar en Cannes Apocalypse Now. La defenestraron, la acabaron, nadie la pudo entender. Era una obra que venía del futuro. Con Coppola siempre hay que dejar un espacio para lo imposible. Es probable que Megalópolis sea el inicio de una nueva era en el cine.
IVÁN GALLO
Especial para LECTURAS

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iván gallo
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