Barbara Cartland - La Princesa Secreta
Barbara Cartland - La Princesa Secreta
La princesa secreta
Título original: The secret princess
Colección: Barbara Cartland nº 344
Protagonistas: Aleza Lane y Victor Wrex
Argumento:
1
Capítulo 1
1892
- ¡Lesa!
La voz áspera resonaba por los pasillos desnudos y Aleza Lane, que se
encontraba en uno de los dormitorios, se estremeció como siempre que oía su
nombre mal pronunciado.
Aquello formaba parte de la humillación que sufría todos los días.
Estaba trabajando en el internado para señoritas más selecto de toda
Inglaterra.
Se había sentido muy complacida cuando obtuvo el puesto de doncella
personal de las alumnas, porque cuando menos estaría en compañía de gente
educada, que su madre habría aprobado.
Sin embargo, una vez que estuvo instalada en el internado y ganando un
sueldo muy bajo, descubrió que todo era muy diferente a como lo imaginaba.
La directora esperaba que fuera una especie de esclava para todo el
colegio y, por desgracia, Aleza no estaba en situación de mostrarse rebelde.
A menos que lo que la pidiera le resultara insoportable, lo prefería antes
que volver al orfanato.
- ¡Lesa! ¡Lesa! – gritaban su nombre con mayor apremio.
Rápidamente, soltó el libro que estaba leyendo y, cogiendo un vestido
que debía planchar, se dirigió hacia el lugar de donde provenían los gritos.
La señora Strickland la esperaba.
Era, pensaba Aleza con frecuencia, exactamente como los caricaturistas
dibujaban a la típica directora de un internado.
Alta y delgada, llevaba el cabello canoso recogido hacia lo alto de la
cabeza en un pequeño moño.
El cuello con ballenas de su blusa hacía que casi pareciera una jirafa.
Las gafas, sujetas por una cadena de oro, las llevaba siempre caídas sobre
la punta de la nariz.
- ¿Dónde estabas metida, Lesa? - ¡Llevo horas llamándote!
- Lo siento, señora – dijo Aleza en tono de excusa. Estaba en la habitación
de Lady Jean. He ido a recoger este vestido que necesita plancharse.
- Pasas demasiado tiempo con Lady Jean – dijo la señora Strickland con
voz aguda. Estás aquí para cuidar de todas las señoritas y debes dedicar a todas
el mismo tiempo, ¡no lo olvides!
- Trato de hacerlo, señora, pero son demasiadas.
- ¡Cielo santo! No irás a quejarte de que trabajas demasiado; cuando eres
una perezosa y te pasas el tiempo leyendo. ¡Métete en la cabeza que estás aquí
para trabajar, no para aprender como las jóvenes damas que pagan por ese
privilegio!
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Aleza no contestó. Ya había oído aquello antes.
La señora Strickland se alejó muy tiesa, y sólo cuando la directora hubo
desaparecido, cayó Aleza en la cuenta de que no le había dicho para qué la
quería.
Sin duda era para darle más trabajo del que ya tenía.
Con un leve suspiro de alivio, pensó que en esta ocasión había escapado
sin mucha dificultad.
Las mejores ocasiones que tenía para leer o buscar un libro interesante
eran cuando las alumnas estaban de recreo en el jardín, o bien en los dos días
semanales en que iban a cabalgar, un servicio por el cual habían de pagar
aparte.
Y había tantos libros que atraían a Aleza.
El colegio poseía una gran biblioteca, donada por el agradecido padre de
una alumna, y para Aleza estaba llena de tentaciones irresistibles.
Algunas veces pensaba que cualquier cosa era soportable mientras
pudiera leer.
Los libros eran demasiado caros para ella pudiera comprarlos, y tal vez
no tuviera oportunidad de leer si se iba a trabajar a otra parte.
¡Cuánto habría disfrutado su madre con los libros que allí había!
Pero su madre estaba muerta.
Algunas veces, Aleza lloraba al pensar en lo sola que se había quedado.
No existía nadie que se preocupara por ella ni que tuviera el menor
interés por lo que el futuro le deparaba.
Ella sólo podía pensar que consistiría siempre en la misma rutina: lavar,
planchar, remendar, limpiar …
Era lo que hacía mañana, tarde y noche en el selecto internado para
señoritas de la señora Strickland.
Tal vez estuviese condenada a trabajar en colegios como aquél, o aún
peores, hasta que muriera de vieja.
Para ahuyentar las negras ideas, se dirigió aprisa al cuarto destinado al
planchado y arreglo de la ropa de las afortunadas alumnas.
La señora Strickland siempre procuraba mostrársele a los padres que
visitaban el internado, pues sabía que les causaba muy buena impresión.
- Nos gusta que nuestras queridas jovencitas anden siempre muy bien
arregladas – decía con la voz especial que reservaba para las personas con las
cuales quería congraciarse, muy distinta de la que empleaba para hablar con las
alumnas … y aún más del tono agrio con que increpaba a Aleza y los sirvientes.
Procedía luego a enumerar a los padres los servicios especiales de que
podían disponer las alumnas; servicios que las convertirían luego en las
debutantes más elegantes e inteligentes de la temporada.
Aleza pensaba que, considerando los honorarios astronómicos que
cobraba, la señora Strickland no proporcionaba a las alumnas nada excepcional
… aparte de la biblioteca, desde luego.
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Había, sí, clases especiales, pero había que pagarlas aparte; por ejemplo,
lecciones de idiomas, de arte, de música y baile …
Casi asombraba que la señora Strickland no exigiera honorarios
extraordinarios por respirar o sonreír.
Sin embargo, pensaba Aleza, ella no podía permitirse el lujo de criticar y
cada noche, en el desván donde dormía, daba gracias a Dios por haberla llevado
allí.
Cualquier cosa era mejor que enfrentarse a otra horrible situación como
la que había padecido en su primer empleo.
El desván era gélido en invierno y asfixiante en verano, pero al menos
allí estaba sola.
Cuando se tendía en el duro colchón y se cubría con las viejas mantas,
podía leer hasta que la vela chisporroteaba y se apagaba.
Entonces se dejaba llevar a un mundo fantástico, muy diferente al real en
el que vivía.
Podía, gracias a los libros, visitar con la imaginación países como Francia,
Alemania, Italia, Rumania y, por supuesto, Grecia.
Además, de éstos, el país que más le interesaba de todos era Rusia.
Con frecuencia recordaba la impresión de oír de los labios de su madre,
poco antes de fallecer ésta, que era medio rusa.
- No me queda mucho de vida, queridita – le había dicho – y yo …
considero justo que conozcas la verdad sobre ti misma.
- ¿La verdad, mamá? – preguntó Aleza sorprendida.
- Es algo que llevo queriendo decirte desde hace tiempo … pero temía que
te alterase demasiado.
Aleza no entendía las palabras de su madre. ¿Acaso deliraba?
Estaba muy enferma. Los médicos le habían detectado un tumor que
crecía incesante.
Y, sin embargo, Elizabeth Lane continuaba siendo muy hermosa.
Aleza podía imaginar con facilidad lo bella que debía haber sido cuando
tenía su edad.
Algunas veces su madre decía:
- Te pareces mucho a mí cuando yo tenía dieciocho años. Y, desde luego,
te pareces mucho también a …
Aleza siempre esperaba oírla decir a “a tu padre”, pero, extrañamente,
tales palabras parecían ahogarse en la garganta de su madre.
Tal vez fuese debido a que todavía echaba de menos, desesperadamente,
al que había sido su esposa.
Sin embargo, llevaba mucho tiempo muerto.
En realidad, Aleza no recordaba haberlo visto nunca. Era demasiado
pequeña cuando su padre aún vivía.
Todo esto vino a su mente mientras sentada junto a la cama, oprimía
cálidamente la mano de su madre.
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La señora Lane dijo con lentitud, como si hablara consigo misma:
- Sí … es justo que sepas lo que he guardado en secreto durante todos
estos años.
- ¿Un secreto, mamá? – preguntó Aleza. Lo que decía su madre era cada
vez más extraño.
La señora Lane añadió:
- Como sabes, tu abuelo, mi padre, era maestro de escuela en el pequeño
pueblo de Brierly, en Worcestershire.
- Sí, lo sé – murmuró Aleza.
- Era un caballero – continuó su madre – un hombre muy inteligente que
hubiera podido ocupar una posición más destacada en la vida … pero lo que él
deseaba sobre todas las cosas eran traducir al inglés libros y poemas escritos
originalmente en griego.
Hizo una pausa, porque le cansaba mucho hablar, antes de proseguir
evocando:
- La escuela era pequeña y los alumnos, hijos de obreros, no le quitaban
mucho tiempo.
- Pero así era feliz … - murmuró Aleza, que ya había oído aquello
anteriormente y se preguntaba cuándo llegaría su madre al secreto que acababa
de mencionar.
- Sí, yo también fui muy feliz con mis padres – dijo la señora Lane.
Teníamos un caballo que podíamos montar y en aquella parte del condado
había chicos y chicas de mi edad que eran mis amigos …
La expresión de la señora se ensombreció cuando prosiguió relatando:
- Luego … cuando yo tenía dieciocho años, murió mi madre. Con su
muerte cesó de llegarnos la pequeña renta que ella percibía y quedamos en una
situación económica bastante difícil.
- ¿Los libros del abuelo no daban dinero? – preguntó Aleza.
- Muy poco. Por eso, yo pensé que debía tratar de ayudar a papá ganando
dinero también.
La dama sonrió con melancolía.
- Estaba muy bien educada, porque mi padre me había dado lecciones …
cuando se acordaba de hacerlo, es verdad, e incluso le había ayudado a traducir
aquellos poemas. Me parecían tan hermosos, hija mía, que por eso te enseñé
griego, tanto antiguo como moderno.
- Pero nunca lo hablaré tan bien como tú – suspiró Aleza.
- En cambio, tu francés es perfecto – la consoló su madre, quien de
inmediato se sumergió nuevamente en el pasado. Por mediación del
representante de la Corona en el condado, un hombre que fue siempre muy
bondadoso con mis padres, obtuve un empleo que me pareció el más
maravilloso que una muchacha de dieciocho años podía tener.
- Recuerdo que me lo contaste, mamá – dijo Aleza: enseñaba a los hijos
más pequeños de Lord Vernon, un caballero muy distinguido, y de su esposa,
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que era una gran belleza.
- Sí, un día te mostré una foto suya que publicaron en el Diario de las
Damas, ¿verdad? … Es realmente muy hermosa. Me fui con ellos a Londres,
donde tenían una mansión impresionante.
- ¿Cómo eran los niños, mamá?
- ¡Adorables! Una niña de once años y un niño de ocho, los dos preciosos y
con unos modales exquisitos.
La señora Lane se complacía en rememorar un nuevo pasaje de su
existencia.
- Yo era su institutriz, pero tenía una doncella para ayudarme con ellos,
así que podía concentrarme en darles las lecciones, sin preocuparme
excesivamente de lo demás.
- ¿Y tuviste tiempo para explorar Londres?
- Lo tuve y lo aproveché.
- Fui al Museo Británico, a la Galería Nacional y a muchos otros museos.
Y luego, después de Navidad, recibí una noticia que me emocionó muchísimo:
me comunicaron que Lord Vernon había alquilado una villa en Montecarlo e
íbamos a pasar allí la Pascua.
Esto era nuevo para Aleza, que escuchaba a su madre con los ojos muy
abiertos.
- Los periódicos venían llenos de historias sobre Montecarlo y su famoso
Casino: cartas de miembros de la Iglesia que reprobaban los juegos de azar,
fotos y entrevistas de las celebridades que visitaban el principado y lo habían
convertido en uno de los lugares más de moda en toda Europa.
- No tenía idea de que hubieras estado allí – dijo Aleza. Nunca me lo
habías contado.
- Lo estoy haciendo ahora. Montecarlo resultó ser tan emocionante como
yo esperaba con su mar, era tan azul, las mimosas en flor y el casino que,
parecía una tarta de merengue y chocolate.
Aleza rio al oír esta descripción.
- ¡Es cierto! – afirmó su madre. Yo nunca entré en él, pero todo el mundo
habla de la excitación que se producía en su interior cuando alguien hacía saltar
la banca o perdía hasta el último céntimo e intentaba suicidarse.
Aleza escuchaba casi sin parpadear a su madre y ésta le siguió contando:
- Lord Vernon había alquilado una villa lindísima, con un jardín lleno de
buganvillas, pelargonios y muchas otras flores propias del Mediterráneo.
Lanzó un profundo suspiro antes de decir:
- Fue allí, en aquel jardín, donde conocí al gran duque Ivor.
- ¿Quién era ese duque, mamá?
- Uno de los visitantes más distinguidos de Montecarlo: ¡El gran duque
Ivor de Rusia!
Aleza sabía que, en Rusia, un gran duque era el hijo o el nieto del zar; así
que su título equivalía al de infante en España o al de “hijo de Francia” en
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Francia.
- ¿Era bien parecido? – preguntó.
- ¡El hombre más apuesto que he visto en mi vida! Era también muy
inteligente y poseía una fascinación irresistible.
- ¿Y hablaste con él, mamá?
- No sólo eso … ¡me enamoré de ti! – declaró la señora Lane y cerró los
ojos.
Su hija la miraba asombrada.
¡Era extraordinario que nunca le hubiese hablado de aquello!
Hubo una larga pausa antes de que la señora Lane abriese los ojos y
confesara:
- Yo trataba de no oírlo … pero era irresistible y … terminé por hacer …
lo que él quería.
Aleza la miró desconcertada.
- ¿Y qué era?
- Me pidió que … cuando Lady Vernon y los niños volvieran a … Londres,
yo … me fugara con él.
- ¿Y lo hiciste?
- Él decía que me amaba, que no podíamos vivir el uno sin el otro. Era lo
que yo sentía también … y me fue imposible decir que no.
- No … no entiendo – dijo Aleza. ¿Por qué no te casaste con él?
- Porque, queridita mía, ¡él tenía mujer e hijos en Rusia!
- ¡Oh, no, mamá!
- Ya temía yo que te escandalizaran – suspiró la señora Lane. Es imposible
expresar mi situación … Aunque yo sabía que aquello estaba mal … no pude
rechazar al gran duque. Volví con Lady Vernon y los niños a Londres, pero
renuncié a mi puesto y partí al día siguiente hacia París.
- ¿Tenías dinero para ello, mamá?
La señora Lane sonrió.
- ¡El gran duque lo hacía todo a lo grande! Un comisionado suyo me
esperaba en la estación y, cuando llegué, me condujo a un vagón reservado. Él
viajaba en el compartimento contiguo por si yo necesitaba algo. Tuve el mejor
camarote disponible en el barco en el que cruzamos el Canal … y otro vagón
reservado en el tren que me llevó a París.
Apareció una luz repentina en los ojos de la dama cuando dijo con
mucha suavidad:
- Allí me estaba esperando Ivor.
Aleza casi no podía dar crédito a lo que estaba oyendo, pero fue incapaz
de hablar y, después de un silencio que le pareció muy largo, su madre dijo:
- ¡Fuimos increíblemente felices! Yo sentía como si Ivor me llevara al cielo
con su amor. Desde luego, todo era muy diferente a cuanto yo había conocido
hasta entonces.
- ¿En qué sentido, mamá?
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- Ivor había alquilado una casa cerca del Bois de Boulogne. Era muy
grande, muy cómoda y había muchos sirvientes para cuidar de nosotros.
- ¿Estabas allí sola con él?
- Eso era lo que los dos queríamos, estar solos y decirnos uno al otro
cuánto nos amábamos.
La señora Lane parecía tener la mirada perdida en el pasado y estar
viendo todo aquello que evocaba.
- Ivor me regaló vestidos maravillosos, joyas, pieles … ¡cuanto yo
deseaba! Pero nada de eso tenía importancia para mí aparte de él mismo. Yo
creía que nuestra felicidad era para siempre.
- ¿Y no fue así, mamá? – preguntó Aleza.
Vibraba una nota de tristeza en la voz de su madre cuando repuso:
- Viví en la gloria, en la felicidad absoluta, durante dos años. Luego …
Ivor tuvo que volver a Rusia.
- ¡Te dejó! – exclamó Aleza.
- El zar quería verlo y él no podía negarse.
- Pero, sin duda alguna, volvió … ¿no?
- Esperé y esperé. Esperaba y rezaba para que no se entretuviera
demasiado tiempo. Por fin … recibí una carta suya. En ella me decía que el zar
le había dado un puesto en la Corte y eso significaba que no podría salir de
Rusia.
- ¡Oh, mamá …! ¿Sería cierto? – preguntó Aleza.
- Yo sabía que lo era – contestó su madre. Lo sabía y comprendí. Si Ivor
hubiera desobedecido al zar, él y su familia habrían sido enviados a Siberia.
- ¡Dios mío! ¡Qué desdichada te sentirías!
- Sólo quería morir y creo que me hubiera matado, de no ser por ti.
- ¿Por mí, mamá?
- ¡Sí, yo esperaba ansiosa que Ivor volviera para decirle, segura de lo
mucho que lo ilusionaría, que iba a tener un hijo suyo.
- ¿Te refieres … a mí? – preguntó Aleza con un hilo de voz.
- Sí, hija mía, era a ti a quien yo esperaba. Cuando le escribí a Ivor para
comunicárselo, me contestó que … esperaba que tu llegada hiciese más fácil
para mí el haberlo perdido a él.
- ¿Y fue así?
- En cierto modo, sí. Pero yo tenía mucho tiempo porque estaba sola y no
sabía lo que hacer.
Aleza escuchaba atónita, tratando de asimilar lo que oía.
¿Cómo era posible que su verdadero padre fuera el gran duque Ivor de
Rusia?
Ella siempre había creído que su padre era un hombre muy diferente.
- Por fin, después de pensarlo mucho – seguía contando su madre –
comprendí que debía volver a Brierly y vivir con mi padre.
- ¿Él sabía lo del gran duque?
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- No, claro que no. Le había escrito para decirle que había cambiado de
empleo y estaba trabajando en París.
La señora Lane hizo una pausa antes de agregar:
- Luego … cuando comprendí que había perdido a Ivor definitivamente,
tuve que forjarme otra vida muy diferente …, tanto para mí como para ti.
- Así que volviste a casa.
- Volví al lado de mi padre y le dije que me había casado, mientras estaba
en París, con un oficial de la Marina apellidado Lane.
- ¿Por qué un oficial de la Marina?
- Eso explicaba que mi supuesto marido estuviera ausente. Tal como
aseguré a todo el mundo, se hallaba en el mar.
- ¿Y el abuelo te creyó?
- Por supuesto que me creyó … no había ninguna razón para que dudara
de mi palabra. También conté que los padres de mi marido habían muerto y no
tenía hermanos.
La señora Lane suspiró profundamente.
- Luego, todos se mostraron muy amables y llenos de compasión cuando,
aproximadamente, un mes después de mi llegada, los periódicos informaron de
que un barco de la Marina de guerra se había hundido durante una tormenta …
y yo dije que mi marido iba en él.
- Y luego nací yo – dijo Aleza en voz muy baja.
- Naciste tú y eras tan bonita como yo esperaba. Siendo hija de Ivor no
podía ser de otro modo.
- Nunca había pensado … ¡nunca había soñado siquiera que pudiera ser
medio rusa! – exclamó Aleza.
- Algunas veces me recuerdas mucho a tu padre. Era el hombre más
apuesto que he visto nunca y también muy inteligente, igual que tú, hija mía.
- Supongo – dijo Aleza en voz muy baja – que debería sentirme orgullosa
de que mi padre fuera de sangre real.
- Tal vez hizo algo malo a los ojos del mundo – murmuró su madre – pero
el amor es avasallador, irresistible, y no se puede hacer nada frente a él. Por mi
parte, ¡nunca me arrepentiré de haber amado a Ivor ni de haberte tenido a ti
gracias a él!
Hubo un silencio y luego la señora Lane dijo con voz más débil:
- Estoy muy cansada … pero quería, mi adorable niña, que supieras la
verdad. Es algo que nunca podrás contarle a nadie … y sería mejor que no
volviéramos a hablar de ello … nunca.
Casi antes de terminar de hablar se quedó dormida. Entonces Aleza salió
de puntillas de la habitación.
Le llevó mucho tiempo aceptar por completo aquella revelación y
comprender de que modo habían afectado tales hechos en la vida de su madre.
Nunca volvieron a hablar de ello.
Al morir el abuelo de Aleza, ésta y su madre se habían quedado a vivir
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solas en la casita de Brierly.
La señora Lane disponía de una considerable suma de dinero que el gran
duque le había dado antes de abandonar París.
Pero, como cabía esperar, el dinero se fue agotando, y las joyas de la
dama tuvieron que ser vendidas una tras otra.
Parte del dinero se destinó a la educación de Aleza. Profesores de un
pueblo cercano le enseñaron idiomas, literatura y también música, para la cual
tenía una gran facilidad, tal vez debido a su sangre rusa, ya que ni su madre ni
su abuelo se habían mostrado nunca particularmente interesados por el arte de
los sonidos.
Y luego, cuando murió su madre, el mundo se le vino encima.
Aleza no se había dado cuenta del poco dinero que le quedaba hasta
después de haber pagado el funeral.
Supo entonces por el banco que incluso se había excedido en los gastos,
así que se encontró sin un penique y sin saber cómo ganarse la vida.
Tenía la suerte, sin embargo, de que su abuelo hubiera sido el dueño de
la casa en que vivían, que ahora pasaba a ser suya como herencia de su madre.
Empezó por pensar que podía tomar un huésped, tal vez dos, lo que
significaría la posibilidad de seguir viviendo allí.
Pero la mujer del pueblo que iba a limpiar todos los días, de forma
inadvertida prendió fuego a la casa.
A los bomberos les fue imposible llegar a tiempo, puesto que su cuartel
estaba a varias millas de Brierly.
La casa quedó convertida en cenizas.
Fue entonces cuando Aleza hubo de marcharse al orfanato que, como
prácticamente todo el pueblo, pertenecía al terrateniente de la zona, un hombre
ya muy anciano, a quien le fallaba la memoria.
Las personas que llevaban el orfanato la conocían desde niña y trataron
de ayudarla, pero encontraban difícil que les alcanzase el poco dinero que
recibían para sostener la institución.
No obstante, proporcionaron a Aleza un techo y ella correspondió
ayudando con los niños más pequeños.
Lamentablemente, no podían tenerla allí de manera definida.
Por lo general, los huérfanos eran enviados a trabajar a las fábricas
cuando cumplían los doce años.
Aleza era demasiado mayor para eso, y por fin le sugirieron que aceptara
un empleo en casa de un hombre que había solicitado al orfanato a alguien que
trabajase para él.
Necesitaba una muchacha que limpiara la casa que utilizaba como
vivienda y oficina.
Aleza no tardó en darse cuenta de que la casa era, en realidad, un lugar
de reunión para muchos personajes de dudosa reputación.
Aquellos visitantes era, de un modo u otro, fuente de ingresos para el
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dueño.
Debido a que era inteligente y perspicaz, Aleza pronto descubrió que
aquel individuo vivía en buena parte de la extorsión y era posible que actuara
también como intermediario en la venta de objetos robados.
Era un hombre maduro, soltero, y cuando trató de acariciar a Aleza, ella
retrocedió horrorizada.
- ¡Vamos, no seas tonta! – le dijo él. Yo me encargaré de ti y te daré una
vida mucho más cómoda de la que ahora llevas.
- ¡Si me toca, pediré ayuda a gritos! – le advirtió Aleza.
- Si lo haces te echaré a la calle y me aseguraré de que no encuentres nunca
otro empleo – le amenazó él.
- No me importa. Me voy de aquí de cualquier modo – replicó Aleza,
mostrando más valor del que en realidad sentía. Y si trata usted de hacerme
daño o dice cosas falsas sobre mí, contaré a la policía a qué se dedica usted.
Como su patrón quedó boquiabierto, sin respuesta al parecer, ella
aprovechó para subir corriendo la escalera y disponer su escaso equipaje.
Dejó la casa sin cobrar el modesto salario a que tenía derecho, pero se
sintió aliviada y agradecida de poder escapar de allí.
En realidad, había sido muy tonta, se reprochó. Debía haberse ido en
cuanto comprendió el tipo de sinvergüenza que era aquel sujeto.
Volvió al orfanato, cuyos responsables quedaron horrorizados ante lo
que ella les contó.
Fue posteriormente, por mediación de una dama del condado, cuando se
enteraron de la existencia de la señora Strickland, quien buscaba alguien que
trabajar en su distinguido establecimiento docente.
- Allí estarás a salvo – le dijo la bondadosa directora del orfanato. Hicimos
muy mal, considerando tu apariencia, al dejarte ir a trabajar con un hombre.
Ahora vas a un internado selecto, sólo para jóvenes damas. Es un golpe de
suerte para ti, porque, desafortunadamente, son las muchachas bonitas las que
encuentran mayores dificultades a la hora de trabajar.
Aleza, recordando lo que le había sucedido a su madre, se estremeció.
Trataba de no sentirse escandalizada por lo que le había contado, pero no
podía dejar de pensar que era un pecado.
Por eso, cada noche rezaba para que a ella nunca le sucediera nada
semejante.
Sin embargo, reflexionaba, existía un mundo de diferencia entre el gran
duque Ivor de Rusia y un malvado y repulsivo como el señor Tranter.
“¡Por favor, Dios mío, protégeme de hombres como ése!”, imploraba.
Era de suponer que, como aseguraba la directora del orfanato, estuviese
a salvo en un colegio para señoritas.
Lo que no cabía esperar, por el contrario, era que el trabajo fuese tan
duro.
El señor Tranter, a pesar de todos sus defectos, no la hacía trabajar desde
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el amanecer hasta bien entrada la noche, algo a lo que la señora Strickland sí la
obligaba.
Aleza era el miembro más joven de todo el servicio y también el menos
importante.
Por lo tanto, no sólo la señora Strickland, sino todas las maestras,
esperaban que fuese poco menos que una esclava para ellas.
Era siempre lo mismo: “Lesa, haz esto, Lesa haz lo otro, arregla lo de más
allá, baja, trae, lleva …” y siempre “aprisa, aprisa, aprisa …!
A la hora de irse a la cama, Aleza estaba ya tan cansada, que tenía que
subir la escalera casi arrastrándose y se quedaba dormida de puro agotamiento,
lo cual le sucedía a veces, aunque estuviera leyendo uno de los emocionantes
libros que se subía a escondidas de la biblioteca.
“Pero al menos aquí estoy sola”, se decía con frecuencia para consolarse.
Sin embargo, ¡cuánto ansiaba tener a alguien con quien hablar …!
Alguien que la tratara como a un ser humano y no se limitase a darle órdenes.
Y un día llegó Lady Jane al internado.
Lady Jean, hija del conde de Normanford, era bonita, mimada y
perezosa.
En cuanto vio que Aleza estaba allí para servir a las alumnas, empezó a
tratarla como si fuera su doncella personal.
Aleza la oía, la admiraba y hablaba con ella como si fuera una amiga.
Lady Jean quería que Aleza la ayudara a vestirse, la peinara e incluso le
atara los zapatos.
A cambio de ello le regalaba bombones y le compraba pastelillos y otras
golosinas cuando salía.
- ¡Estoy harte de este estúpido colegio! – se quejaba. ¡Sólo he venido
porque papá prometió dar en mi honor el baile más excitante que Londres haya
visto nunca!
- ¿Cuándo tendrá lugar? – preguntó Aleza.
- En junio. Voy a ser presentada en mayo, en el primer “salón” que se
celebre. ¡Imagínate lo emocionante que será! Me convertiré en la debutante más
distinguida de la temporada. ¡Ah, espero que montones de jóvenes guapísimos
se enamoren de mí y me propongan matrimonio!
- Estoy segura de que así será – manifestó Aleza, a quien Lady Jean le
parecía fascinante.
Como hasta entonces nunca había tenido a nadie de su propia edad con
quien hablar, pasaba cuantos momentos le era posible con aquella muchacha
rica y caprichosa, cuyo dormitorio era diferente a todos los otros del internado.
Lady Jean había llevado consigo una colcha calada, almohadas con orla
de encaje y una gruesa alfombra para el suelo, aparte de un gran espejo
giratorio donde poder contemplarse a su gusto.
La habitación, además, estaba adornada con toda clase de objetos fuera
de lo corriente: muñecas y animales de tela que, según Lady Jean, eran sus
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mascotas; fotos de sus parientes y de la gran casa solariega de la familia,
recuerdos de fiestas, funciones de teatro y bailes a los que había asistido …
- ¡Mira estas flores que recibí en la última fiesta a la que asistí! – exclamó
ufana. ¡Ninguna recibió más flores que yo!
Para Aleza, todas aquellas cosas formaban parte de un mundo cuya
existencia ella apenas sospechaba.
Sin embargo, empezaba a comprender que era el mismo mundo en que
su padre, cuyo nombre jamás mencionaba, había vivido.
Tal vez por eso, quería saber lo más posible acerca de él y no perdía
palabra de lo que le contaba Lady Jean, cuyos padres se movían en el ambiente
de la Casa Marlborough, en torno al príncipe heredero, y visitaban con
frecuencia Montecarlo y París.
Así, Aleza empezó a enterarse de cuanto se refería a la alta sociedad, un
mundo hacia el cual se sentía instintivamente atraída.
Sustrayéndose a las fantasías, empezó a planchar el vestido de Lady Jean
y entonces se dio cuenta de que había varios vestidos más en espera de plancha.
¡Debía dejarlos todos listos antes de irse a la cama!
Miró el reloj que había sobre la repisa de la chimenea. A aquella hora,
Lady Jean debía de haber vuelto ya con las demás alumnas que habían estado
jugando al tenis en el jardín, bajo las instrucciones de un hábil profesor.
“Le llevaré su vestido”, decidió, “y después vendré a planchar los otros”.
Lady Jean, la alumna más importante que había tenido hasta entonces el
internado, tenía el mejor dormitorio, situado en el primer piso. Daba al jardín y
era mucho más espacioso que los de sus condiscípulas.
Al entrar, Aleza encontró a Lady Jean recostada en una tumbona.
- ¡Ah, eres tú, Aleza! – dijo. Esperaba que vinieras a quitarme los zapatos
de tenis.
Aleza colgó en el armario el vestido que llevaba y preguntó:
- ¿Ha estado bien el partido?
- ¡Oh, sí! He vencido a mis dos contrincantes – respondió Lady Jean – pero
me aburre tanto jugar con chicas.
- ¡Le resultaría más difícil vencer a un hombre! – rio Aleza y se arrodilló
para quitarle a Lady Jean los blancos zapatos de tenis.
Vio que necesitaban limpieza y lo puso en su cuenta de tareas para el día
siguiente.
- Tengo algo importante que decirte – anunció Lady Jean de pronto.
Aleza la miró con curiosidad.
- ¿Qué sucede?
- Recibí carta de mamá. Me dice que puedo dejar el internado el próximo
sábado. No ha terminado todavía el curso, pero hay una fiesta a la que quiere
que yo asista, porque se da en casa de la duquesa de Devonshire.
- ¿Se va usted? – casi gritó Aleza. ¡No soporto siquiera la idea de que se
vaya! La echaré mucho de menos.
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- Y yo a ti – declaró Lady Jean.
Porque no quería que la otra joven viera sus lágrimas, Aleza se dio la
vuelta. Cuando Lady Jean se hubiera ido, pensaba, no tendría nadie con quien
hablar, nadie que la tratara con normalidad, ni habría ilusión alguna en su vida.
Sería una esclava día y noche, obligada a trabajar para gente que sólo le
daba órdenes y encontrarle defectos a lo que ella hacía.
Sabía, desde luego, que esto iba a suceder antes que pasara mucho
tiempo; pero como todavía faltaban tres semanas para que terminara el curso,
había preferido no pensar en ello.
Se daba cuenta de lo mucho que Lady Jean significaba para ella. Era la
única persona, desde la muerte de su madre, con quien había podido charlar y
reír.
- Estás muy callada – observó Lady Jean. ¿En qué estás pensando, Aleza?
- Estaba pensando … en lo horrible que será todo cuando usted se haya
ido – contestó Aleza y su voz estuvo a punto de quebrarse. Me siento contenta
cuando estoy con usted …
- Y a mí también me gusta mucho estar contigo – dijo Lady Jean y lanzó
un grito repentino. ¡Pero qué estúpida soy!
- ¿Por qué? – Aleza la miró sobresaltada. ¿Qué ocurre?
- Sencillamente, que soy tonta y tú también.
- No … no sé a qué se refiere usted.
- Escucha: mamá me dice en su carta que buscará una doncella que me
atienda a mí sola. Bien, pues no necesita molestarse: ¡ya la he encontrado yo!
Aleza la miró fijamente.
- No … no entiendo.
- ¿Qué no? Pues óyeme: ¡dejarás este horrible colegio y vendrás conmigo!
¡Sería imposible para mí encontrar una doncella mejor que tú!
Capítulo 1
Hubo una enorme conmoción antes de que, por fin, partieran por
ferrocarril hacia el campo.
El vagón privado del conde iba enganchado a un tren que salía de
Paddington a las dos en punto.
Lady Jean cambiaba a cada momento de opinión sobre lo que iba a llevar
y no iba a llevar consigo.
Aleza sólo consiguió tenerlo todo listo gracias a que se quedó sin
almorzar.
Luego, ya en el último minuto, hizo apresuradamente y sin orden su
propio equipaje y fue la última en subir al carruaje que llevaba al personal de
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servicio a la estación.
Aunque jadeaba por las prisas como si hubiera corrido varias millas sin
detenerse o participado en una carrera de obstáculos, le parecía muy
emocionante ir al campo.
Se preguntó si habría alguna oportunidad de que pudiera montar uno de
los caballos del conde.
Había tenido mucho cuidado, desde que estaba con Lady Jean, de no
mostrarse exigente con ella en ningún aspecto.
Había aceptado la ropa que le ofrecía por una simple razón : no quería
que Lady Jean se sintiera avergonzada de su doncella personal.
“Al menos puedo ir a las caballerizas … aunque sólo sea a ver los
caballos”, se dijo para consolarse.
Ford Park resultó ser más impresionante aún de lo que parecía en las
fotos que Lady Jean tenía en su dormitorio del internado.
La mansión era grande y mejestuosa.
Aleza comprendía perfectamente que el conde estuviera tan orgulloso de
ella.
Al entrar en el enorme vestíbulo con techo en forma de cúpula, pensó
divertida que hasta el presuntuoso Lord Wrexhampton debía de sentirse
impresionado allí.
Pronto descubrirá que estaba equivocada.
Cuando estaba ayudándola a vestirse para la cena, Lady Jean le dijo:
- No vas a creerlo, pero le pregunté a Lord Wrexhampton qué pensaba de
mi casa y dijo: “Espero tener ocasión de mostrarle la mía. Es más antigua y no
pretendo ser grosero al asegurarle que también mucho más hermosa”.
- ¡Dios mío, qué arrogancia! – se admiró Aleza.
- Ya te dije lo importante que se cree – le recordó Lady Jean. Ninguna de
mis amigas lo va a creer cuando les diga que me propuso matrimonio … ¡si es
que lo hace!
- Es una lástima que todas las hijas de la reina estén ya casadas – dijo
Aleza con falsa seriedad y Lady Jean se echó a reír.
- Pues te equivocas – dijo. Como es jacobita, sólo consideraría digna de él
a una Estuardo.
Aleza miró con fijeza a Lady Jean y ésta continuó:
- Cree que la familia real es un detestable grupo de arribistas alemanes.
¡No me sorprendería que estuviera convencido de que es él quien debería
ocupar el trono!
Esto parecía tan gracioso, que las dos se echaron a reír
inconteniblemente.
- Debo verlo en algún momento, sea como sea – dijo Aleza.
- ¡Naturalmente que sí! Te diré lo que puedes hacer. Hoy no va a tocar
ninguna orquesta, así que puedes subir durante la cena a la galería de los
trovadores y, a través de la celosía de madera, vernos a él y a todos.
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Aleza pensó que ésta era una excelente idea y cuando Lady Jean hubo
bajado poco antes de la cena, ella descendió a su vez por la escalera de servicio
que terminaba en la despensa del mayordomo.
Una vez segura de que no había nadie allí, cruzó corriendo el pasillo y,
siguiendo las indicaciones que Lady Jean le había dado, abrió una pequeña
puerta de roble desde la cual partía la escalera que llevaba a la galería de los
trovadores.
Había en ésta un piano, varias sillas y atriles para las partituras. A la
sazón se hallaba solitaria y Aleza esperó emocionada, contemplando a través de
la celosía el gran salón comedor de cuyo techo pendían tres enormes lámparas
de cristal.
La pulida mesa estaba puesta para la cena.
Aleza sabía ya que, entre los miembros de la familia y los invitados,
había treinta personas hospedadas en la casa.
La mesa se veía enorme con sus candelabros de oro y sus mantelitos
individuales, en el centro de los cuales se veía el escudo condal bordado con
hilo de oro.
Los lacayos se apresuraron a ocupar su puesto, uno detrás de cada silla.
Los invitados entraron en comitiva que encabeza el conde, llevando del
brazo a la más importante de las damas invitadas.
El padre de Lady Jean lucía la cinta azul de la orden de la jarretera sobre
el pecho, y todas las señoras mayores llevaban tiara.
Cuando se hubieron sentado, la mesa cobró un aspecto resplandeciente.
A Aleza le parecía aquello un cuento de hadas y después, cuando
identificó a Lord Wrexhampton, pensó que era tal como ella se lo imaginaba.
Se le veía tan orgulloso, que parecía imposible para él inclinar la cabeza.
Aleza creyó captar una expresión de desdén en su rostro, como si hiciera
una concesión al estar presente allí y el conde debiera considerarse muy
afortunado por tenerlo como invitado.
“Si Lady Jean se casa con él, será muy desgraciada”, pensó.
Examinó después a los otros hombres sentados a la mesa; los más
jóvenes respondían al clásico arquetipo del caballero inglés, pero entre ellos
había uno que parecía diferente a los demás.
Era algo mayor, moreno y bien parecido.
Aleza no hubiera podido explicar en qué consistía, pero la de aquel
hombre era una personalidad extraña.
Estaba hablando seriamente con una mujer anciana que estaba sentada a
su derecha y lo escuchaba muy atenta.
Los otros hombres reían y bromeaban, excepto Lord Wrexhampton, que
parecía demasiado rígido para disfrutar de un chiste.
Aleza estuvo en su puesto de observación durante casi una hora y luego,
cuando vio que el mayordomo y los lacayos procedían a servir los postres, se
marchó.
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Debido a que era viernes, las damas subieron a acostarse más temprano
que de costumbre.
Aleza estaba aún despierta cuando Lady Jean entró en su dormitorio.
- He ido a la galería de los trovadores, como usted me dijo – le contó
mientras le desabrochaba el vestido. ¡Qué espléndido se veía el comedor! Todo
el grupo era tan hermoso, que casi no parecía real.
- Pues lo era – rio Lady Jean. ¿Y qué te ha parecido Wrexhampton?
- Creo que sería usted muy desdichada si se casara con él – respondió
Aleza sin pensar.
- ¿De veras? Pues yo creo que sería muy feliz si pudiera usar las joyas de
su familia, vivir en su castillo y mostrarme tan orgullosa como su señoría.
- Había otro hombre, sentado frente a él, que me ha parecido más
interesante – dijo Aleza. Es moreno y ha estado hablando la mayor parte del
tiempo con la dama que llevaba una tiara de diamantes y amatistas.
Lady Jean se echó a reír.
- ¿Apuestas por el segundo caballo en lugar de hacerlo por el favorito?
Dado que Aleza no parecía comprender, le explicó:
- Ése es el hermano de Lord Wrexhampton, Victor Wrex.
- Pues se le ve muy diferente a su señoría.
- Lo es, y por cierto, me sorprende que aceptar la invitación de papá.
- ¿Por qué?
- Porque es un hombre muy extraño y, si puede evitarlo, no asiste a
reuniones de tipo social.
- ¿A qué se dedica?
- Viaja. Según me contó papá, está más interesado por Oriente que por
Occidente.
Lady Jean se encogió de hombros con desdén.
- De cualquier modo, a mí no me interesa Victor. ¡No tengo intención de
casarme con un segundón!
Aleza sabía, por relato de su madre, que en las familias aristocráticas el
hijo primogénito se quedaba con todo. Heredaba el título, las propiedades y el
dinero, y el resto de la familia tenía que conformarse prácticamente con las
migajas.
- ¡Pero eso es injusto, mamá! – había protestado Aleza al oír aquello.
- Tal vez, pero en realidad es la única forma de preservar intactas las
grandes propiedades y asegurarse de que el poseedor del título pueda
permitirse el lujo de vivir en la casa solariega y ser un buen terrateniente.
Aleza podía comprender estas razones, pero no por ello dejaba de
parecerle injusto el desigual reparto.
Se preguntaba ahora si Victor Wrex no estaría resentido por el hecho de
que su hermano lo tuviera todo.
- No soy la única que anda detrás de Lord Wrexhampton – continuaba
diciendo Lady Jean. Mi amiga Lucy está decidida a casarse con él y también lo
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está Charlotte, que tiene muchas probabilidades de lograrlo.
- ¿Por qué? – preguntó Aleza.
- Porque su familia es casi tan antigua como la de Lord Wrexhampton.
Esta noche le he oído decir a él que ya ha examinado el árbol genealógico de
Charlotte.
Aleza suspiró.
- Estoy segura de que ése no es un buen sistema para casarse – dijo. Lo
que se desea en el matrimonio es amor y sin él se puede ser muy desgraciada.
Lady Jean no contestó.
Aleza, sin embargo, vio su expresión reflejadas en el espejo y adivinó que
sus palabras le parecían absurdas.
Cuando por fin se fue a la cama, a Aleza le costó trabajo conciliar el
sueño durante un largo rato.
Lady Jean la preocupaba. Temía que al perseguir a Lord Wrexhampton
tal vez estuviese arruinando su vida.
“¿Cómo puedo ayudarla para que vea que está haciendo algo
equivocado?”, se preguntaba.
Estaba convencida de que era el amor lo más importante.
A través de los siglos, la humanidad había buscado siempre el amor de
una manera o de otra.
Los músicos que componían melodías que expresaban su idea del amor,
los pintores repetían el tema eterno de Venus y Cupido, los poetas escribían
poemas eróticos …
Todos se inspiraban en el amor y trataban de describirlo.
A lo largo de la historia, millones de personas habían buscado anhelantes
lo que, a fin de cuentas, es más importante para el hombre que cualquier otra
cosa.
“Es el amor lo que nos impulsa a alcanzar las estrellas”, decía Aleza. “Tal
vez podamos tocarlas, pero al menos lo intentamos …”
Aún creía ver a Lord Wrexhampton sentado a la mesa, con aquella
expresión de que nada era lo bastante bueno para él.
“Debo procurar que Lady Jean vea las cosas con claridad”.
Éste fue su último pensamiento antes de quedarse dormida.
Capítulo 3
A la noche siguiente iba a darse una cena aún mejor que la del día
anterior, y que sería seguida de un baile, al cual habían sido invitados también
algunos amigos de mansiones cercanas.
- No es un baile propiamente dicho – le explicó Lady Jane a Aleza – pero
mamá pensó que sería divertido, en vista de que hay muchos jóvenes, que
tuviéramos oportunidad de bailar.
- Me encantaría poder verlo – dijo Aleza.
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- También yo quisiera que pudieras hacerlo; pero, por desgracia, no hay
galería de trovadores en el salón de recepciones.
Aleza ayudó a Lady Jean a ponerse un vestido nuevo muy bonito,
adornado con pequeñas rosas en la falda y alrededor del escote. En el cabello
llevaría un tocado de rosas muy parecidas.
- ¡Está usted realmente preciosa! – la elogió Aleza. Seguramente, todos
dirán que es una auténtica rosa inglesa.
Lady Jean suspiró cómicamente.
- He oído eso hasta el cansancio. ¡Si insisten en decírmelo, me convertiré
en un cardo!
Y entre risas, Lady Jean salió para bajar al salón.
Aleza oyó como empezaban a llegar los invitados. Habría unos cincuenta
para la cena y luego llegarían otros tantos a la hora del baile.
Pensó con tristeza que era exactamente la clase de fiesta a la cual su
madre hubiera querido que asistiera, pues habría tenido más oportunidad de
hablar con muchachos jóvenes que en otra más formal y protocolaria.
“Eso es algo que nunca me sucederá”, pensó suspirando, pero al
momento se dijo que era una ingrata.
Debía sentirse afortunada de no estar ya en el internado, sino con Lady
Jean, a quien tenía verdadero cariño.
“Da gracias por lo que tiene”, se recomendó a sí misma.
Además, no era cuestión de deprimirse cuando la esperaba tanto que
hacer.
En efecto, estuvo tan atareada, que no pudo dirigirse al dormitorio de
Lady Jean hasta cerca de la medianoche.
De abajo llegaba rumor de música y risas que parecían llenar la casa de
felicidad.
Casi había llegado a la habitación de Lady Jean cuando la señorita Smith
salió del gabinete de la condesa.
- Quería preguntarle si podría hacerme el favor, señorita Lane – le dijo a
Aleza con un tono bastante más agradable de lo habitual.
La joven se apresuró a contestar:
- Naturalmente. ¿De qué se trata?
- Tengo un terrible resfriado y todavía no he sacado al perro de milady.
¿Podría hacerme el favor de sacarlo por mí?
- Desde luego, con mucho gusto.
El perro favorito de la condesa era un pequeño spaniel rey Carlos
llamado César.
Aleza lo tomó en brazos y bajó con él por la escalera que conducía a la
sección de la casa que ocupaba la servidumbre.
Más allá del comedor había una puerta que daba a una parte del jardín
sombreada de arbustos. Éstos ocultaban el área de las cocinas.
Al salir, Aleza dejó al perrito en el suelo.
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César empezó a corretear entre los arbustos y ella lo siguió.
Mientras lo hacía contempló el cielo. La luna estaba en lo alto y las
estrellas brillaban en todo su esplendor.
¡Qué hermosa era la noche!, ¡y qué afortunada Lady Jean al tener una
casa tan grande y bonita!
Debido a que estaba mirando hacia las estrellas, pensó en su madre y en
silencio, le pidió que la ayudara y guiara.
“Estoy segura de que tú me trajiste a este hermoso lugar, mamá … y
aunque no pueda participar en el baile, al menos puedo oír la música e
imaginar que estoy bailando como los demás”.
Se echó a reír de su ingenua fantasía, pero de pronto, con cierto
sobresalto, recordó que estaba a cargo de César y no había señales del perrito.
Estaba a punto de llamarlo cuando, sorprendida, oyó voces.
Supuso que se trataba de alguna pareja que había salido al jardín entre
un baile y otro prosiguió su búsqueda del perro; pero, según avanzaba, las
voces se iban haciendo más claras.
Súbitamente se detuvo porque, asombrada, distinguió que eran dos
hombres los que hablaban y lo hacían en griego, un idioma que nunca hubiera
esperado oír allí.
Ganada por la sorpresa, sin pensarlo se quedó quieta y escuchando.
- ¿Estás seguro de que has buscado los documentos por todas partes? –
preguntó uno de los hombres.
- ¡Por todas partes! – contestó el otro. Es evidente que no los ha traído.
- Entonces debe de tenerlos en Londres o tal vez en el castillo Wrex.
Aleza se estremeció al comprender que estaban hablando de Lord
Wrexhampton, dueño de aquel castillo.
- Tendremos que esperar – continuó el hombre tras una pausa. Busca con
todo cuidado cuando vuelvas a Londres. Si no están allí, los seguiremos cuando
se vayan a Wrex.
- Ten cuidado con lo que haces – dijo el otro hombre. ¡No me haría ningún
favor el verme mezclado en un asesinato!
- Tendré cuidado – gruñó su interlocutor. ¡Pero juro que te estrangulo si
descubro que ha tenido esos papeles aquí todo el tiempo!
- ¡Te aseguro que he buscado por todas partes!
El hombre que había hablado primero suspiró, cansado al parecer.
- Está bien, tendré que irme con las manos vacías. Ha sido un viaje inútil
que no quisiera tener que repetir.
Parecía que iba furioso al alejarse de ahí.
Aleza podía oír sus pisadas sobre lo que sin duda era un sendero
pedregoso.
Se sentía desconcertada y al mismo tiempo horrorizada por lo que había
oído.
De pronto advirtió que César había aparecido un poco más allá de donde
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ella estaba.
Lo tomó en brazos y dio la vuelta para regresar a la casa.
Al hacerlo se percató de que el hombre que se había quedado iba en la
misma dirección que ella, pero por el otro lado del seto de rododendros que los
separaba.
Hacía un ruido bastante perceptible al andar.
Aleza se alegró de llevar, en cambio, unas zapatillas de casa que no
hacían ruido alguno, así que el hombre no la descubriría.
Dado que aquel individuo se dirigía hacia la mansión, tuvo curiosidad
de ver quién era.
No le parecía posible que Lord Wrexhampton estuviera relacionado en
ningún sentido con griegos ni con documentos secretos.
El hombre iba ya varios metros por delante de ella.
Aleza procuraba mantenerse a la sombra de los arbustos, los cuales
terminaban frente a la puerta por la que ella había salido al jardín.
Esta puerta tenía una ventana a cada lado, por las cuales la luz del
interior se proyectaba al jardín, lo que permitía ver la zona de entrada con toda
claridad.
Esperó, con César acurrucado en sus brazos, y por fin vio que el hombre
aparecía por el extremo del seto y se dirigía a la puerta.
Al abrirla se detuvo para mirar hacia atrás.
Era casi como si pretendiera ver a su amigo o, tal vez, asegurarse de que
nadie lo había visto a él.
Aleza contuvo con esfuerzo una exclamación de sorpresa cuando
reconoció al hombre.
Era el ayuda de cámara de Lord Wrexhampton.
Nunca había hablado con él, porque en el comedor del ama de llaves se
sentaba al otro lado de donde ella lo hacía.
Sin embargo, había reparado en que era un hombre de aspecto sombrío y
desagradable.
“¡El ayuda de cámara de Lord Wrexhampton!”, se dijo asombrada.
“¡Y está intrigando de algún modo en contra de su amo!”.
Tal vez la mención de un asesinato había sido sólo una broma.
Pero también podía significar algo mucho más grave.
“¿Qué voy a hacer?”, se preguntaba Aleza.
Esperó varios minutos después de que el ayuda de cámara hubiera
entrado a la casa.
Después abandonó la protección de los arbustos y, procurando actuar
con la mayor naturalidad, rodeó la casa para dirigirse a la entrada principal.
Sabía que, dado su posición, no debía hacerlo; pero el instinto le avisaba
que tuviera cuidado.
Aquellos hombres no debían sospechar siquiera que alguien los había
oído.
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Dejó libre a César para que la siguiera y, al llegar ante la puerta, volvió a
tomarlo en brazos.
La alfombra roja que había sido puesta para los invitados aún cubría la
escalinata de piedra.
La puerta estaba entreabierta y, cuando Aleza la empujó para entrar, los
dos lacayos que estaban de servicio la miraron sorprendidos.
- ¡Ah, es usted, señorita Lane! – exclamó uno de ellos. Pensé que era
Cenicienta que llegaba al baile.
- ¡Ojalá lo fuera! – contestó Aleza. He sacado a pasear un poco al perro de
la señora condesa … ¡y él se considera con derecho a entrar por la puerta
grande!
Los dos lacayos rieron al oír esto, pero contenidamente para evitar que
los reprendieran.
Por fortuna, no había señales del mayordomo y Aleza pudo subir por la
escalera principal sin ningún contratiempo.
Le llevó a César a la señorita Smith, que estaba en el dormitorio de la
condesa. Al dejarlo en el suelo dijo:
- Creo que ha hecho suficiente ejercicio. ¡Y qué noche tan bonita hace!
- Gracias, señorita Lane – dijo la señorita Smith y estornudó.
Aleza dio las buenas noches y salió de la habitación.
Esperaba que la señorita Smith no mencionase al ayuda de cámara de
Lord Wrexhampton que ella había salido al jardín.
Esto no era probable, pero tenía la impresión de que debía ser muy
cuidadosa.
Allí estaba sucediendo algo grave y podía ser muy peligroso mezclarse
en ello.
“No diré nada a nadie”, decidió mientras iba hacia su dormitorio. “¡Es un
asunto que a mí no me incumbe!”.
Pero de inmediato pensó que su madre se sentiría escandalizada.
¿Cómo podía permitir que Lord Wrexhampton fuera robado y tal vez
lastimado, porque ella había guardado silencio?
“¿Qué voy a hacer?”, se preguntó de nuevo … y seguía haciéndose la
misma pregunta dos horas más tarde, cuando Lady Jean subió a acostarse.
- He pasado la velada más maravillosa que puedas imaginarte, Aleza –
dijo al entrar en el dormitorio. ¡Y no vas a creer lo que ha sucedido!
- ¿Le ha propuesto matrimonio Lord Wrexhampton?
- No exactamente, pero ha hecho algo muy parecido.
- ¿Qué quiere decir con eso? – preguntó Aleza mientras la desabrochaba el
vestido a Lady Jean.
- Me ha invitado a pasar el próximo fin de semana en el castillo Wrex.
- ¿De veras? – exclamó Aleza. ¡Estoy segura de que eso es muy
significativo!
- Lo es, lo es realmente … ¡aunque ha invitado también a Betty y a
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Charlotte!
Aleza pensó en ello un momento y preguntó después:
- ¿La ha invitado a usted primero?
- Pues sí, así ha sido.
- Entonces eso significa que, si usted hubiera rechazado la invitación, su
Señoría no habría invitado a las otras dos.
- ¡Tienes razón! ¡Qué lista eres, Aleza! Y te diré más, ha bailado conmigo
dos veces y sólo una con Betty.
- ¡Vaya, me alegro mucho por usted!
Aleza se preguntó, al decir eso, si debía confiarle a Lady Jean lo que
había oído en el jardín.
Decidió que sería un error hacerlo.
Lady Jean se lo diría a Lord Wrexhampton, porque seguramente se
sentiría obligado a hacerlo. Entonces ella, Aleza, tendría que admitir que
entendía el griego, cosa que llamaría la atención en una sirvienta y podría
suponer el descubrimiento de su personalidad …
Además, el comentario sobre un asesinato, se dijo de nuevo, podía haber
sido una simple broma, y si acusaba sin motivo al ayuda de cámara, éste se
convertiría en un terrible enemigo suyo.
“De cualquier modo”, razonó, “si el ayuda de cámara no encuentra los
papeles en Londres, nada sucederá hasta que Lord Wrexhampton vaya al
castillo Wrex en el próximo fin de semana. Entonces yo también estaré allí con
Lady Jean y, si noto algo siniestro, puedo advertir a su señoría … aunque dudo
mucho que preste atención a algo que yo le diga”.
Era todo tan preocupante, que se fue a la cama pensando aún en lo
sucedido.
Capítulo 4
Durante los siguientes días, Aleza empezó a pensar que estaba viviendo
en un sueño.
¿O era una pesadilla?
En todo momento, que no estaba lavando o planchando la ropa de Lady
Jean, recibía instrucciones de las dos jóvenes, quienes le decían lo que debía y lo
que no.
Mientras su temor crecía, Lady Jean y Lady Betty disfrutaban del asunto
como si fuera un juego que estaban decididas a ganar.
Lady Betty, aunque era hija de Sir Ralph Harlow, décimo baronet de una
familia muy distinguida, dijo con toda franqueza que había comprendido desde
el primer momento que Lord Wrexhampton no la consideraría digna de ser su
esposa.
- De cualquier modo, lo considero un insulto – declaró. Es humillante que
un hombre escoja esposa por su pedigree, por decirlo así, y no porque la ame.
Aleza pensaba lo mismo.
Sin embargo, se daba cuenta de que las dos jóvenes estaban decididas a
casarse con el pretendiente que tuviera la mejor posición, tanto económica como
social.
No había olvidado que si Lady Jean deseaba que Lord Wrexhampton
pidiera su mano no era porque le amara, sino por su situación prominente en
los círculos aristocráticos.
Era, como ella solía repetir, el soltero más codiciado del país.
“¡Todo este asunto me asquea!”, pensaba pero no lo decía. Al fin y al
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cabo, a nadie le interesaba su opinión.
En manos de Lady Jean y Lady Betty se sentía como una simple
marioneta sin voluntad propia.
Sin embargo, no habría sido humana si no le hubieran emocionado los
vestidos que le proporcionaban.
Antes no habría querido aceptar los vestidos de noche de Lady Jean,
porque no tendría ocasión de ponérselos.
Ahora tuvo que probárselos, mientras Lady Jean y Lady Betty la
examinaban con ojos críticos.
- ¡No son lo bastante elegantes! – decidió la primera.
Aleza hubo de contener una exclamación de protesta, porque a ella le
parecían preciosos.
Sólo uno obtuvo la aprobación de las otras jóvenes.
Era azul turquesa y hacía que Aleza pareciera muy joven, realzando de
modo perfecto su cabello oscuro y su piel nacarada.
- Cuando se lo ponga – dijo Lady Betty – estará espectacular con el
aderezo de turquesa de mamá.
- ¡Ah, sí, lo recuerdo! – dijo Lady Jean. Es magnífico, pero … ¿te lo dejará
tu madre?
- Mamá estará ausente una semana, visitando a su hermana que está
enferma. Puedo recogerlo de la caja fuerte … y ella nunca se enterará.
Aleza hubiera querido protestar, pero no hacían caso a nada de lo que
ella decía.
Por fin, el día anterior al de la partida hacia el castillo Wrex, tenía oculta
en el equipaje una colección de joyas tan valiosas, que la aterraba pensar en
ellas.
“¿Y si pierde alguna?”, se inquietaba. “Nadie creerá que no alenté a Lady
Jean y Lady Betty a prestármelas”.
Lady Betty tenía una hermana mayor que había dejado mucha ropa en
Londres al irse a París durante una temporada.
- ¿No le disgustará que haya usted tomado sus cosas para mí? – preguntó
Aleza, cada vez más inquieta.
- Si conozco bien a mi hermana, volverá de París con un nuevo
guardarropa completo, y dirá que puedo quedarme con lo que dejó o tirarlo a la
basura.
Había sombreros, zapatos y guantes con los cuales Aleza, según le
dijeron, parecía exactamente una princesa.
Luego decidieron hacer algo con su cabello.
El peluquero de la condesa fue llamado para atender a Lady Jean, que
iba a asistir a una fiesta.
Cuando terminó de peinarse a la última moda, ella le dijo:
- Quiero pedirle el favor de que le arregle el pelo a mi doncella personal
con uno de sus nuevos peinados. Me gustaría poder copiarlo cuando esté en el
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campo, y me es difícil observar lo que hace en mi propio cabello, porque no
puedo verme la parte posterior de la cabeza.
El peluquero, que era muy famoso en Mayfair, se echó a reír:
- Entiendo, milady, y, por supuesto, será un placer para mí hacer lo que
me pide.
Aleza se sentó frente al espejo y el peluquero le recogió el largo cabello
alrededor de la cabeza, en el estilo que había puesto de moda la princesa
Alejandra.
Este peinado le dio altura, dignidad y una elegancia muy diferente a la
de las debutantes.
Lady Jean aplaudió entusiasmada.
- ¡Maravilloso! Pero … dudo que mi cabello sea lo bastante largo como
para poder copiar con exactitud ese peinado.
- Será mejor que espere hasta que yo pueda hacérselo, milady – dijo el
peluquero con aire complaciente.
Aleza sospechó que, deliberadamente, le había hecho un peinado que
Lady Jean no pudiera copiar.
Pero ella lo había observado sin perder detalle y estaba segura de que,
con un poco de práctica, podría repetirlo.
El inicio de la gran prueba llegó al fin el viernes por la mañana.
Debían viajar por ferrocarril en el vagón privado de Lord Wrexhampton,
junto con otros invitados de éste.
La primera dificultad, por supuesto, consistía en evitar que los sirvientes
de los condes se dieran cuenta del cambio de personalidad que iba a efectuarse
en Aleza.
Finalmente decidieron que lo mejor era irse a casa de Lady Betty y se
cambiara allí, donde ninguno de los sirvientes la conocía, ni siquiera de vista.
Lady Betty podía decir que era una amiga suya.
Todo hubo de ser planeado con mucho cuidado.
Lady Jean y Aleza salieron de la Plaza Belgravia por la mañana temprano
y, con un baúl lleno de ropa; llegaron a casa de Lady Betty antes que ésta
hubiera terminado de desayunar.
Lord y Lady Harlow se habían ido ya de viaje.
Subieron inmediatamente al dormitorio de Lady Betty, quien no tenía
doncella personal. Solía atenderla la de su madre, pero ésta se la había llevado.
En el dormitorio de Lady Betty, Aleza se puso un elegante traje de viaje,
cuya ajustada chaqueta de terciopelo estaba adornada con trencilla.
Las jóvenes aristócratas insistieron en que se pusiera pendientes de zafiro
y diamantes, así como un broche de las mismas piedras.
Cuando Aleza se miró en el espejo, le pareció que estaba viendo a una
desconocida.
Había logrado peinarse de la misma forma en que lo había hecho el
peluquero.
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Al mirar su imagen comprendió que Lady Betty tenía razón: se la veía
inconfundiblemente rusa.
No conocía personalmente a ningún ruso, pero había visto gran número
de retratos.
Precisamente, los periódicos habían publicado numerosos reportajes
fotográficos sobre el zar Nicolás II, elevado al trono cuatro años antes.
Era evidente que existían muchas mujeres hermosas en su corte.
Aleza habría tenido que ser muy tonta para no darse cuenta de que podía
compararse con cualquiera de ellas.
- ¡Estás fantástica! – exclamó Lady Betty.
- No me han dicho todavía cómo voy a llamarme – observó Aleza.
- ¡Cielos, me había olvidado de eso! – dijo Lady Jean.
- Pero yo estuve pensando en ello – intervino Lady Betty. El príncipe
Vasilaw Kropothin es alguien que he oído mencionar a mi padre varias veces.
- Sí, ha de ser el nombre de una persona real – aprobó Lady Jean. No creo
que haya un libro con todos los títulos de nobleza rusos; pero si lo hay seguro
que Lord Wrexhampton tiene uno.
- ¡Y como libro de cabecera! – apostilló Lady Betty entre carcajadas.
- ¿Y cuál será mi nombre de pila? – preguntó Aleza.
- ¿Por qué no el tuyo? – propuso Lady Betty. A mí me suena ruso y será
mucho más fácil para todas recordarlo.
Ya habían explicado a Aleza que iban a presentarla como condiscípula
suya del colegio, esto explicaría que fueran tan amigas.
Como era algo próximo a la verdad, Aleza se tranquilizó un poco.
Detestaba decir mentiras.
Era algo que su madre siempre había despreciado. “Una mentira siempre
conduce a otra”, solía decir, y Aleza comprendía, llena de tristeza, que a su
madre le remordía la conciencia por la farsa que estaba representando desde
que el gran duque la dejó.
- Por favor – rogó a las jóvenes aristócratas – digamos el menor número de
mentiras posible. Yo soy muy mala para fingir y me aterra pensar que puedo
hacer sospechar algo a su señoría.
- Muéstrate vaga respecto a todo – le aconsejó Lady Betty. Supongo que
sabes algo sobre Rusia.
Aleza sonrió, recordando cuántos libros había leído sobre aquel país.
Lo sabía casi todo acerca de los zares, la política rusa y el sufrimiento del
pueblo.
- Trataré de cometer errores – dijo.
- En mi opinión, lo único que tienes que hacer – dijo Lady Jean – es estar lo
más preciosa posible, sonreír a Lord Wrexhampton y tratar de fascinarlo.
- ¡Estoy segura de que eso no lo conseguiré nunca! – exclamó Aleza.
- ¡Pues tienes que intentarlo! – insistió Lady Jean en tono agudo.
Aleza comprendió que sería un error tratar de discutir con ella.
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Sobre todo, antes de que hubiera empezado siquiera lo que ella
consideraba una farsa sin pies ni cabeza.
- Les prometo que haré cuanto pueda – dijo con suavidad.
Lady Jean reaccionó en el acto.
- Sé bien que lo harás – dijo en un tono diferente. Tanto Betty como yo
creemos que eres maravillosa.
- ¡Claro que sí! – confirmó la mencionada y miró el reloj que había en la
repisa de la chimenea. Si ya estamos listas, opino que debemos irnos a la
estación. Sería conveniente que llegáramos temprano y nos sentáramos al fondo
del vagón privado de su señoría. Así podremos observar a los otros invitados,
en lugar de ser observadas por ellos.
Aleza pensó que ésta era una buena idea.
Lady Betty llamó a un lacayo para que bajara el baúl, al que Lady Jean ya
le había puesto una etiqueta con el nombre de la supuesta princesa: Aleza
Kropothin.
Lady Jean y Lady Betty no dejaron de hablar en todo el trayecto hasta la
estación de Paddington.
Aleza iba callada.
Estaba tratando de pensar con calma y de rezar para no cometer errores.
Ya había cometido uno al subir al carruaje.
Cuando salía en coche con Lady Jean y su madre, siempre se sentaba en
el pequeño asiento que la hacía quedar de espaldas a los caballos y ahora,
automáticamente, se dirigió hacia él.
Debido a que las estaba ayudando un lacayo, Lady Jean sólo pudo darle
un leve empujón, pero fue suficiente para que comprendiera.
Una vez que partieron, Lady Jean le dijo:
- Recuerda, Aleza: ¡eres una princesa de sangre real! Tú irás del brazo de
su señoría cuando nos dirijamos al comedor, porque eres socialmente mucho
más importante que nosotras. Irás siempre delante de nosotras y te sentarás en
los mejores puestos, ¿entiendes?
- Trataré de recordarlo – dijo Aleza y pensó que iba a ser algo difícil para
ella, después de haber estado en el orfanato, después al servicio del señor
Tranter y por último en el internado.
Como doncella personal, había tratado de hacerse notar lo menos posible
y … ahora tendría que actuar a la inversa.
Miró pensativamente el elegante bolso de mano que Lady Jean le había
prestado, los guantes de piel, que debían de ser carísimos, y se dijo que más le
valía disfrutar de su momento de gloria. ¡No duraría mucho!
Cuando ya se acercaba a la estación, Lady Jean le dijo:
- No olvides que nuestra carabina será la hermana de Lord Wrexhampton,
la marquesa de Ludlow. La conozco y puedo asegurarte que es mucho más
agradable que su hermano mayor.
Había en la voz de Lady Jean la nota aguda que aparecía siempre que
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mencionaba a Lord Wrexhampton.
Aleza pensó que esto era un error e iba a decirlo así, cuando Lady Betty
lo hizo por ella.
- Si le hablas a su señoría en un tono así – dijo - ¡sospechará algo en el acto!
Lady Jean se quedó pensativa un momento y contestó:
- Tienes razón. Hemos de hacerle pensar que tú y yo estamos locamente
enamoradas de él. Y, desde luego, mostrarnos emocionadas cada vez que nos
diga una palabra amable.
Betty se echó a reír.
- Las dos sabemos que son palabras hipócritas y que milord nos considera
indignas de él. Pero en tanto no logremos nuestra venganza, debemos tener
mucho cuidado y no dejarle sospechar que nos traemos algo entre manos.
- Eso es lo sensato – convino Lady Jean. Y debemos empezar por
mostrarnos impresionadas por el castillo Wrex y todo lo que su señoría posee.
Llegaron a la estación de Paddington y de inmediato se dirigieron al
andén donde estaba el vagón privado de Lord Wrexhampton enganchado al
tren de Buckinghamshire, el condado en que se hallaba el castillo Wrex.
La única persona que había en el vagón cuando llegaron era la marquesa
de Ludlow, una mujer atractiva, de cerca de cuarenta años y mucho más
agradable que su hermano.
Lady Jean corrió hacia ella y le dijo casi jadeante:
- Espero, señora, no haber hecho algo imperdonable, pero he traído
conmigo a mi gran amiga la princesa Aleza Kropthin, que llegó anoche de Rusia
inesperadamente.
La marquesa pareció sorprendida y Lady Jean continuó:
- No podía dejarla sola en Londres, ya que mis padres están fuera de la
ciudad, y tampoco quería perderme este maravilloso fin de semana en el castillo
Wrex.
La marquesa sonrió.
- No se preocupe. Ha hecho lo único que cabía hacer: traer a la princesa
consigo.
Y le tendió la mano a Aleza diciendo:
- Estoy segura, alteza, de que mi hermano se sentirá encantado de darle la
bienvenida.
Después procedió a saludar a Lady Betty y, mientras las jóvenes
aristócratas le contaban la patraña de que habían estado juntas en el colegio, se
dirigieron las cuatro hacia el fondo del vagón.
Desde allí podían observar a los invitados que empezaban a llegar.
Eran gente joven en su mayor parte; pero había también varios amigos
de la marquesa, todos muy aficionados al bridge.
Cuando el tren se puso en marcha, Aleza pensó que, al menos, ya habían
saltado el primer obstáculo.
Esta idea la hizo recordar que en el castillo podría cabalgar a placer.
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Lady Jean había insistido en que llevara uno de sus trajes de amazona y
ella le preguntó:
- ¿Acaso podré montar?
- Por supuesto que lo harás, si nosotras lo hacemos – contestó Lady Jean.
- En cuanto a mí, estoy ansiosa por ver los caballos de Lord Wrexhampton,
manifestó Lady Betty. Hablaba muy orgulloso de ellos y dejo bien claro que, en
su opinión, los caballos de papá eran muy inferiores a los suyos.
- Supongo que piensa lo mismo de todos los caballos ajenos – dijo Lady
Jean con tono despectivo. Es una lástima que Aleza no haya traído un caballo
ruso que pudiese vencer al mejor que tenga su señoría.
Estas palabras hicieron que las tres jóvenes se echaran a reír.
Ahora, el corazón de Aleza saltaba de alegría por la perspectiva de poder
cabalgar.
Hacía mucho tiempo que no montaba y empezaba a pensar que no
volvería a hacerlo nunca.
Algunos de los jóvenes invitados ya conocían a Lady Jean y a Lady Betty,
porque solían asistir a las mismas fiestas y charlaban y reían animadamente con
ellas.
Aleza se limitaba a escucharlos, pensando que su conversación era un
tanto pueril.
Se dijo que tal vez la consideraba así porque estaba acostumbrada a
hablar con su abuelo.
Los amigos de éste eran por lo general inteligentes y, cuando iban de
visita, a ella le encantaba oírlos hablar de temas que, seguramente Lady Jean y
Lady Betty ignoraban por completo.
No dispondría de mucho tiempo en el castillo Wrex, pero estaba segura
de que habría allí una magnífica biblioteca.
Estaba decidida a leer, si tal cosa era posible, algunos de aquellos libros.
Poco después de la partida, lacayos con la librea de Lord Wrexhampton
sirvieron un delicioso almuerzo regado con champán.
Aleza, prefirió no beber, pues hacía mucho tiempo que no probaba el
champán, en realidad sólo lo tomaba en Navidad y por su cumpleaños y temía
que se le subiese a la cabeza.
“Y ahora lo más importante”, se dijo, “es pensar antes de hablar y,
ciertamente, antes de actuar”.
Llegaron a las doce y media a la estación privada del castillo Wrex,
donde había una hilera de carruajes esperando a los viajeros.
La marquesa invitó a Aleza y a Lady Jean a ir con ella.
Aleza no pudo dejar de encontrar gracioso que Lady Jean y un joven
aristócrata se sentaran en el pequeño asiento en que iban de espaldas a los
caballos, mientras que la marquesa y ella ocupaban los mejores puestos.
La primera visita que tuvo del castillo la hizo lanzar una exclamación
ahogada.
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Esperaba que fuera impresionante, pero no tan hermoso y magnífico.
El castillo original, que ahora formaba uno de los extremos, proclamaba
su antigüedad.
El sol brillaba en todo su esplendor, reflejándose en los cientos de
ventanas y en el lago que había delante del edificio.
Era todo tan hermoso, que a Aleza no la habría sorprendido que se
esfumara en el aire al acercarse, cual si fuera un espejismo.
Pero no ocurrió así.
El carruaje se detuvo ante la escalinata cubierta con una alfombra roja y,
al ver el gran número de sirvientes que aguardaban en el vestíbulo, Aleza
comprendió que todo era maravilloso, pero también real.
Después de haber saludado a la marquesa, el mayordomo se adelantó
para abrir la puerta de una amplia sala y anunciar con voz engolada:
- ¡La honorable marquesa de Ludlow!
Lord Wrexhampton estaba en el extremo opuesto de la estancia, en pie y
de espaldas a la chimenea.
Con paso lento y difuso avanzó hacia su hermana, que lo besó
afectuosamente diciendo:
- ¡Aquí estamos, Stanhope, y te traemos una sorpresa!
- ¿Una sorpresa? – preguntó Lord Wrexhampton.
La marquesa hizo adelantarse a Aleza.
- Quiero presentarte a su alteza, la princesa Aleza Kropothin, que llegó
ayer para hospedarse en casa de su amiga, Lady Jean Norman. Muy
sensatamente, Lady Jean pensó que no podía dejarla sola en Londres.
- ¡Por supuesto que no! – dijo Lord Wrexhampton, tendiéndole la mano a
Aleza. Encantado de dar a su alteza la bienvenida al castillo Wrex.
- Gracias – contestó Aleza, pensando que estaba tomándose la inesperada
situación de manera muy diplomática.
Después su señoría saludó a Lady Jean, que dijo en tono preocupado:
- Espero que no se enfade conmigo … Como le dije a su hermana, mis
padres están fuera de la ciudad y yo pensé que no podía dejar a mi pobre amiga
sola en Londres.
- Claro que no – reconoció Lord Wrexhampton. Además, estoy seguro de
que su alteza disfrutará de la estancia en el castillo – su tono revelaba que se
habría sentido muy asombrado si alguien no hubiera estado a gusto en su casa.
Lady Jean y Aleza subieron juntas para que les mostraran sus respectivos
dormitorios y cambiarse antes del té.
Según iba viendo el castillo, Aleza tuvo que admitir que el castillo era
realmente tan sensacional como su dueño lo consideraba.
Su madre le había enseñado mucho acerca de cuadros y muebles, por lo
que pudo darse cuenta de que todo lo que había en la sala, los corredores y su
propio dormitorio era inapreciable.
Pensó lo mismo cuando tuvo tiempo de examinar las porcelanas, así
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como una notable colección de cajitas de rapé.
El ama de llaves, que portaba un gran llavero de plata en la cintura, las
llevó primero a un lujoso dormitorio asignado a Aleza.
Lady Jean le explicó que Lane, la doncella personal, había enfermado en
el último minuto.
- Sentiría mucho causarle problemas – añadió. Su alteza pensaba
conseguir una doncella inglesa para que la atendiera mientras está en nuestro
país, pero como teníamos que partir hoy mismo hacia aquí, le dije que podía
compartir la mía mientras estábamos en el castillo. Sin embargo, cuando íbamos
a salir, Lane se puso tan enferma, que fue imposible traerla.
- No se preocupe por eso, milady – contestó el ama de llaves. Yo me
encargaré de que una de las mejores doncellas se ponga a disposición de su
alteza y que otra la atienda a usted debidamente, milady.
- Gracias, es usted muy amable – contestó Lady Jean, y dejando a Aleza, se
fue con el ama de llaves al dormitorio que le habían asignado.
Poco después fue subido el equipaje y una mujer de edad madura entró
para encargarse de deshacerlo.
Aleza había aprendido muchas cosas al lado de Lady Jean y, por lo tanto,
advirtió que la doncella era muy experta.
Cuando terminó con el equipaje, peinó a Aleza y no tuvo ninguna
dificultad en hacerlo tan bien o mejor que el peluquero de la madre de Lady
Jean.
Después ayudó a Aleza a ponerse uno de los bonitos vestidos de tarde
que había llevado.
Cuando Lady Jean se reunió con ella, bajaron juntas la escalera.
- ¿Va todo bien? – le preguntó en voz baja Lady Jean.
- Hasta ahora, todo marcha a la perfección – contestó Aleza. Pero, por
favor, ¡cuide de mí!
- Bien sabes que lo haré. Y empieza a tutearme, por favor – dijo Lady
Jean, cogiéndola de la mano.
Así, juntas, entraron en el salón principal, donde ya estaba servido el té y
Lord Wrexhampton las esperaba.
- ¡Ah, están aquí! – exclamó. Espero que mi ama de llaves las haya
atendido bien.
Miraba a Aleza al decir esto y ella repuso con el grado suficiente de
admiración en su voz:
- ¡Todo, milord, es perfecto en su magnífico castillo! – y Lord
Wrexhampton pareció complacido.
Los demás invitados se les fueron uniendo gradualmente.
Todos estaban disfrutando del té cuando apareció el hermano del conde.
Besó a su hermana y después recorrió el salón saludando a todos.
Cuando fue presentado a Aleza la miró, según pensó ella, con sorpresa.
Alexa sintió un estremecimiento de temor, porque tuvo la inquietante
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impresión, aunque pareciese absurda, de que Victor Wrex, con sus ojos
extraordinariamente penetrantes, se había dado cuenta de que era una farsante.
Después, mientras la marquesa le servía una taza de té, él se sentó en un
sofá junto a Aleza, diciendo:
- Así que acaba de llegar de Rusia. ¿Cómo van las cosas en su turbulento
país?
- Igual que siempre – dijo Aleza. Pero me alegra mucho haber vuelto a
Inglaterra.
- ¿Había estado aquí antes, su alteza?
- Sí, estuve en el colegio con Jean y Betty.
- Creo que en Rusia está ahora de moda tener maestros ingleses,
institutrices inglesas y, desde luego, también niñeras inglesas. Supongo que eso
explica el modo perfecto en que habla usted inglés.
- ¡Espera que lo sea! – rio Aleza. Tiene que serlo, considerando que cursé
la mayor parte de mis estudios aquí. Pero en casa hablamos francés.
Aleza dijo esto porque había leído que los aristócratas rusos siempre
hablaban el idioma galo, y sería una buena excusa si, por casualidad, alguien
descubría lo limitadísimo que era su ruso.
Había aprendido unas cuantas frases leídas en libros, pero no estaba muy
segura de su pronunciación, pues nunca había conocido a nadie que pudiera
enseñarle aquel idioma.
- Su alteza parece muy preocupada – dijo Victor Wrex inesperadamente.
¿Qué puede preocuparle si ahora está en Inglaterra, donde no hay policía
secreta que la vigile?
Aleza pensó que era un hombre demasiado perspicaz y podía ser
peligroso.
- Si estoy preocupada – repuso en tono ligero – es sólo porque temo haber
impuesto mi presencia a su hermano al presentarme aquí sin ser invitada. Por
desgracia, la carta en la que avisaba a Jean de mi llegada a Londres no llegó a
tiempo.
- Eso no me sorprende. El correo ruso es tradicionalmente errático.
- Eso se debe a las grandes distancias y a las inclemencias del tiempo,
siempre impredecible.
Aleza pensó al decir esto, que estaba haciendo bastante bien su papel.
Sin embargo, se sintió aliviada cuando Lord Wrexhampton se la llevó al
otro lado del salón para mostrarle una caja de rapé que tenía en el centro una
miniatura de Catalina la Grande.
Era una pieza evidentemente valiosa.
- Sólo sus compatriotas son capaces de realizar un trabajo como éste – dijo
Lord Wrexhampton. Este casi es uno de mis tesoros favoritos.
- No me sorprende – manifestó Aleza. ¿Ha estado su señoría en Rusia
alguna vez?
- No, pero es algo que pienso hacer en el futuro. He visto a la zarina aquí
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en varias ocasiones, y estoy seguro de que me daría la bienvenida en San
Petersburgo.
- Es muy hermosa – comentó Aleza, recordando las fotos que había visto
de la princesa Alejandra de Hesse, antes de que se casara con el zar.
- ¡Casi tan hermosa como usted! – dijo Lord Wrexhampton.
El cumplido sorprendió tanto a Aleza, que lo miró con los ojos muy
abiertos.
- Al verla entrar en el salón al lado de mi hermana – continuó diciendo el
caballero – pensé que era usted la mujer más hermosa que había visto en toda
mi vida.
Con tono más bajo, pero más intenso, añadió:
- Después, cuando subió usted a cambiarse y dejé de verla, me dijo que
sólo podía ser una ilusión … ¡Cuánto me alegra que no sea así! Es usted tan
bella como la preciosa pieza que tiene en sus manos
Cogió al decir esto la caja de rapé y la guardó de nuevo en la vitrina.
La pausa le dio tiempo a ella para recobrar la compostura.
- Su señoría es muy adulador – logró decir cortésmente. Sólo espero no
causarle una desilusión.
- Eso sería imposible – aseguró Lord Wrexhampton.
Cuando subieron a vestirse para la cena, Aleza le contó a Lady Jean la
escena.
Lady Jean la miró como si pensara que no podía ser cierto.
Después palmoteó exclamando:
- ¡Lo lograste! ¡Oh, qué lista, pero que lista eres, Aleza! Lo tienes ya
cautivado.
- No saques conclusiones precipitadas – opuso Aleza. Un cumplido no es
una proposición de matrimonio.
- Pero indica que el viento sopla en la dirección conveniente. ¡Oh, Aleza,
juega tus cartas con habilidad esta noche y aliéntalo de todas las maneras
posibles!
Antes de que Aleza pudiera contestar, apareció su doncella y Lady Jean
tuvo que marcharse a su propio dormitorio.
Mientras disfrutaba por primera vez en su vida de un baño perfumado
frente al fuego de la chimenea, Aleza se sintió un poco avergonzada de lo que
estaba haciendo.
No le parecía bien intrigar contra el dueño de aquel magnífico castillo.
Era incorrecto tratar de humillar a un hombre que, aunque tal vez pecara
de vanidoso, tenía todas las razones para enorgullecerse de su ascendencia y su
posición social.
“Me gustaría ser una invitada común y corriente”, se dijo y esta idea la
hizo reír.
¡Era absurdo pensar que Lord Wrexhampton, sabiendo que se trataba de
una simple doncella, la hubiese admitido en su castillo!
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El comedor era mucho más espléndido que el de la casa del conde.
En cuanto al ambiente, resultaba muy parecido al que Aleza había
podido contemplar desde la galería de los trovadores.
Entonces le había parecido como si estuviera viendo una obra teatral …
¡y ahora formaba parte del elenco!
La marquesa y sus amigas llevaban tiaras magníficas, los diamantes con
que se adornaban resplandecían casi deslumbrantes.
Por indicación de Lady Jean, Aleza se había puesto el vestido azul
turquesa, junto con el aderezo de esas piedras preciosas, pertenecientes a la
madre de Lady Betty: collar, pendientes y pulseras a juego.
Debido a que era soltera, no podía usar una tiara.
- ¿No es esto demasiado elegante para la primera noche? – había opuesto
a la sugerencia de Lady Jean. Deberíamos reservarlo para el baile del sábado.
Lady Jean movió al cabeza de un lado a otro.
- Las primeras impresiones son siempre las más importantes. Hemos de
lograr que su señoría esté consciente de ti desde un principio.
Aleza pensó que, ciertamente, eso ya lo había logrado.
Luego, cuando se dirigía hacia el comedor del brazo del anfitrión, se dijo
que no era ella en realidad. Estaba interpretando un papel que habría de olvidar
cuando bajara el telón.
¡Y entonces tendré que volver al comedor del ama de llaves!, se dijo con
tristeza.
Era imposible no sentirse emocionada de comer en vajilla de oro y beber
champán en copas de cristal tallado, grabadas con el escudo de los
Wrexhampton.
Los candelabros que había sobre la mesa, las fuentes de porcelana de
Sèvres llenas de melocotones y uvas moscatel, así como las grandes lámparas
que pendían del techo, componían un cuadro tan deslumbrante que apenas
podía describirse con palabras.
A Aleza se le hacía difícil escuchar lo que Lord Wrexhampton estaba
diciendo.
Ella quería ver y recordar todo lo que la rodeaba.
De pronto advirtió que, desde el otro lado de la mesa, Victor Wrex la
estaba observando y, una vez más, sintió un leve estremecimiento de temor.
Había pensado, al verlo por primera vez, que era diferente a los otros
hombres, y ahora comprobó que tenía una presencia mucho más imponente que
la de su hermano.
No podía explicarse en qué consistía, pero percibía sus vibraciones y
comprendió que la de Victor Wrex era una observación crítica.
“¡Me da miedo!”, pensó y se volvió para oír a Lord Wrexhampton, como
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si éste pudiese protegerla de su hermano.
Pasaron a otro magnífico salón después de la cena.
Había música, que podían escuchar si así lo deseaban, y varios juegos de
mesa en los cuales participar: ajedrez, backgammon, piquet, bridge e incluso
una pequeña ruleta.
Aleza hubiera preferido oír la música interpretada por un trío de piano,
violín y violonchelo; pero Lord Wrexhampton insistió en mostrarle sus cuadros.
Le enseñó primero los que había en el salón y después los de la galería de
retratos.
Para alivio de Aleza, Lady Jean los acompañó cuando salieron del salón.
Lord Wrexhampton pareció complacido de tener un auditorio mayor
para sus explicaciones eruditas.
Los cuadros eran ciertamente magníficos.
Aleza trató de recordar todo lo que su madre le había enseñado sobre
pintura y decir algo inteligente acerca de cada obra que veían.
Fue evidente que había logrado impresionar a su anfitrión, quien le dijo
cuando volvieron al salón:
- Es un gran placer, alteza, encontrar a alguien que conoce tanto sobre mis
posesiones. Espero tener la oportunidad de mostrarle mañana algunas más.
- Será un placer para mí, milord – contestó Aleza – y muchas gracias por
haberme aceptado con tanta amabilidad como su huésped.
Lord Wrexhampton se inclinó galantemente sobre su mano.
Aleza pensó, al subir más tarde la escalera, que había hecho su papel a la
perfección.
Iba por la mitad cuando volvió la cabeza con intención de sonreír
encantadoramente a su señoría … pero se encontró con los ojos penetrantes de
Victor Wrex, que acababa de abandonar el salón con otros invitados y la
observaba gravemente, sin el menor vestigio de sonrisa en sus labios.
Sobrecogida a su pesar, Aleza subió casi corriendo la escalera, como si
huyera de algo que no acababa de comprender.
Llevaba sólo unos minutos en su dormitorio cuando Lady Jean se reunió
con ella.
- ¡Has estado brillante, Aleza, absolutamente brillante! Me he dado cuenta,
cuando hemos ido a la galería de retratos, que su señoría está cautivado por ti.
Se sentó a los pies de la cama y continuó diciendo:
- ¿Cómo sabes tanto de pintura? ¡Me has dejado impresionada!
- No sé tanto … tenía miedo de decir algo equivocado.
- ¡Bah, ni se habrían fijado! Lo único que veían era lo preciosa que estabas.
Los hombres decían tantas cosas halagadoras sobre ti, que empezaba a sentirme
celosa.
Aleza se echó a reír.
- ¿Cómo puede decir algo tan absurdo?
- No es absurdo – le aseguró Lady Jean. Sin embargo, estás actuando tal
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como yo quería que lo hicieras, ¡así que me siento orgullosa de mi protegida!
- ¡Mantén cruzados los dedos! Aún nos quedan mañana y pasado, antes
de poder cantar victoria – le recordó Aleza, mientras se quitaba el aderezo de
turquesas para guardarlo cuidadosamente en el estuche forrado de terciopelo.
Después preguntó:
- ¿Cuándo piensas decirle a su señoría que lo hemos estado engañando?
Hubo una larga pausa antes que Lady Jean contestara:
- Betty y yo no lo hemos decidido todavía. Queremos esperar a ver si se
enamora de ti o por lo menos a que, orgulloso de tener por huésped a una
persona de sangre real, te invite a inaugurar una exposición floral o algo por el
estilo.
- Creo que sería mucho mejor que esperásemos hasta habernos ido de
aquí – dijo Aleza. Entonces puedes escribirle diciendo que has descubierto que
soy una impostora.
Lady Jean pensó un momento y reconoció:
- Es una idea, ciertamente … ¡Pero es que quiero estar presente, quiero ver
su cara y poder jactarme ante él cuando se descubra todo!
- Yo creo que eso sería un gran error – opinó Aleza.
- Bueno, es demasiado pronto para tomar ninguna decisión al respecto.
¡Deja las cosas como están y diviértete, querida Aleza! Esto no volverá a
sucederte nunca.
Aleza no pudo reprimir su tristeza al decir:
- No, tienes mucha razón … esto no volverá a sucederme … nunca.
Capítulo 5
61
Cuando Aleza estaba ya vestida para la cena, entró Lady Jean en su
dormitorio y se mostró encantada de su apariencia.
Aleza se había puesto un vestido que pertenecía a la hermana de Lady
Betty.
Su dueña lo había comprado el año anterior para un baile que se
celebraba en su honor.
La amplia falda era de gasa blanca sobre lamé plateado, cuyo brillo hacía
que, a cada movimiento, Aleza pareciera estar rodeada de agua. Los volantes
que orlaban el bajo reforzaban esta impresión con su aspecto de olas
espumosas.
La cintura se ceñía con una banda plateada, y corpiño y mangas estaban
adornadas con marcasita y encaje.
- ¡Pareces una princesa de cuento! – exclamó Lady Jean.
- ¡Eso es lo que yo pensaba también, milady! – contribuyó al elogio la
doncella.
- Debes ponerte tu collar de diamantes esta noche – dispuso Lady Jean.
Y … sí creo que también las estrellas de diamantes en el cabello.
Mientras se adornaba con las joyas pertenecientes a la madre de Lady
Jean, Aleza pensó lo aterrador que sería perder alguna de ellas.
Al parecer, la joven aristócrata pensó lo mismo, porque hizo que la
doncella se asegurase de que todo iba bien prendido.
Cuando entraron en el salón, Aleza vio la admiración reflejada en los ojos
de Lord Wrexhampton.
También se dio cuenta de que la mirada de Victor Wrex brillaba
alegremente.
Ya en el comedor, Lord Wrexhampton le dijo:
- Su alteza engalana mi mesa mejor que cualquier otra mujer que jamás
haya estado en el castillo.
Aleza comprendió que aquél era el más alto cumplido que le había
dedicado hasta entonces y contestó sonriendo:
- Me siento profundamente honrada de que su señoría lo piense así, pero
mucho me temo que un buen número de sus invitadas no estarían de acuerdo si
le oyeran.
- Puedo asegurarle que ninguna de mis invitadas ha sido tan hermosa
como usted – insistió el Lord, cuya evidente sinceridad turbó un poco a Aleza.
Por lo tanto, se sintió aliviada cuando la dama sentada al otro lado del
caballero atrajo su atención.
Los comensales de aquella noche eran más numerosos que los de la
noche anterior, porque Lord Wrexhampton había invitado a muchos de sus
vecinos. Cuando las damas salieron del comedor, la sobrina del anfitrión le
manifestó a Aleza su impaciencia.
62
- Creí que nunca íbamos a dejar de comer – dijo. A tío Stanhope le gusta
tanto presumir de la comida que sirve en su mesa como de sus caballos.
Hablaba con cierto menosprecio y Aleza pensó que sería un error
contestarle.
Por fortuna, los caballeros no tardaron en reunirse en el jardín.
De allí, Lord Wrexhampton los condujo al salón de baile.
Pretendía sorprenderlos y lo consiguió realmente.
La enorme estancia había sido convertida en una especie de festival
vienés.
Estaba hecho con mucho ingenio.
Uno de los extremos lo ocupaba un gran cuadro de la Escuela española
de Equitación, donde se veía haciendo una exhibición a sus célebres caballos
lipizianos.
Las otras paredes estaban decoradas con grandes racimos de uvas negras
y blancas. La pequeña orquesta era vienesa. Sus músicos vestían a la usanza
tradicional y tocaban animados valses de Johann Strauss.
- ¿Le gusta a su alteza? – preguntó Lord Wrexhampton a Aleza.
- ¡Es lo más bonito que he visto en mi vida! – exclamó ella. ¡Tengo la
impresión de que por fin visito Viena!
- ¿Nunca ha estado allí?
- ¡No … hasta ahora!
Aleza notó que Lord Wrexhampton quedaba encantado con su
respuesta.
Le vio extender los brazos y comprendió que pretendía iniciar el baile
con ella.
Por fortuna, Aleza había aprendido a bailar el vals observando, siempre
que podía, las clases de danza de las alumnas del internado.
Más tarde, en su habitación, practicaba los pasos que el maestro había
enseñado aquel día.
Como era muy ligera, le fue fácil seguir los movimientos de Lord
Wrexhampton.
Supuso que Victor Wrex se estaría riendo de ella, pero no dejaba de ser
una gran emoción, desconocida hasta entonces, el que la llevaran girando sobre
el reluciente pavimento.
El resto de los presentes no tardó en unirse a ellos.
Lord Wrexhampton sólo dejó de bailar con ella cuando hubo de dar la
bienvenida a otros invitados que vivían en las cercanías y acababan de llegar.
A Aleza no le faltaron parejas. Radiante de hermosura y contento, bailó
con cuantos se lo pidieron; en realidad, todos los caballeros con dos únicas
excepciones: Victor Wrex y el vizconde de Settington, que no tenía ojos más que
para Lady Jean.
Más tarde, los dos desaparecieron del salón de baile y Aleza no pudo
menos que preguntarse si la marquesa de Ludlow se habría dado cuenta de
63
ello.
Estaba segura de que aquello era algo que su madre no hubiese
aprobado. Recordó que le había advertido:
- Nunca debes bailar más de dos piezas con el mismo caballero, a menos
que quieras exponerte a que se hable de ti, lo que sería un gran error en una
jovencita.
Volvió a evocar el consejo cuando, más tarde, Lord Wrexhampton le
pidió una tercera pieza y la ciñó con más fuerza que antes, según le pareció a
ella por lo menos.
Disfrutó luego de un delicioso refrigerio, mientras las risas y las
conversaciones de los presentes subían de volumen, dominando casi las
melodías que, yendo de mesa en mesa, tocaban los violinistas.
Debía de ser más de medianoche cuando Lord Wrexhampton le dijo a
Aleza:
- Estoy ansioso de mostrar a su alteza el invernadero. Lo he hecho
iluminar esta noche de manera especial y hay algunas orquídeas que están
floreciendo. Seguro que le gustará verlas.
- Me parece una idea excelente – repuso ella por compromiso.
No le gustaba la idea de dejar el salón de baile, pero pensó que tal vez
pareciese grosera si no aceptaba la sugerencia de Lord Wrexhampton.
El invernadero estaba a poca distancia del salón de baile.
Cuando iba hacia él, Aleza se preguntó si el Lord no la estaría alejando
de la fiesta por alguna razón particular.
Entraron en el invernadero y Aleza se quedó fascinada por las flores,
sobre todo los lirios y claveles en floración.
La ingeniosa iluminación parecía provenir del suelo más que del techo y
hacía resaltar la belleza de las orquídeas que Lord Wrexhampton le mostró con
especial interés.
Entonces, mientras se encontraba mirándolas, tuvo una idea repentina
que le provocó un estremecimiento: Lord Wrexhampton iba a proponerle
matrimonio.
Era lo que Lady Jean y Lady Betty esperaban, lo que ansiaban que
sucediera …
Pero el instinto le indicó a Aleza que llevar las cosas a tal extremo sería
perverso y cruel.
Lord Wrex podía ser altanero y estirado, pero era un hombre que tenía
sentimientos como los demás.
Su hermano había dicho que en la infancia había sido desgraciado.
Por lo tanto, Aleza sospechó que muchas de sus jactancias no se debían a
que fuera vanidoso y altanero, sino a que, en realidad, no estaba seguro de ser
tan magnífico como pretendía.
Tal vez, bajo todas las apariencias, eran también un hombre sensible.
Aleza se dijo que, por mucho que Lady Jean y Lady Betty quedaran
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desilusionados, no podía hacer lo que ellas querían.
No podía incitarlo, si ésta era la palabra adecuada, a que le propusiera
matrimonio.
Sin embargo, ya era demasiado tarde.
Advirtió que Lord Wrexhampton se acercaba un poco más a ella.
- La he traído aquí … - empezó a decir.
- ¡Sus orquídeas son maravillosas – lo interrumpió ella – absolutamente
maravillosas! ¡Cómo me habría gustado que las viera mi prometido!
Hubo una larga pausa antes de que Lord Wrexhampton preguntara con
voz ahogada:
- ¿Su … prometido?
Aleza se llevó una mano a los labios.
- ¡Oh, qué indiscreción por mi parte! – exclamó. Se supone que nuestro
compromiso matrimonial es todavía secreto. Claro que … yo sé que puedo
confiar en la discreción de su señoría.
Lord Wrexhampton no dijo nada y ella continuó explicando:
- Estoy comprometida para casarme; pero debido a que mi novio está de
luto por la muerte de su madre, no podremos hacerlo en público hasta dentro
de seis meses.
No se atrevía a mirar a Lord Wrexhampton, quien, según sospechaba, se
estaba obligando a actuar con la debida calma.
- Por eso decidí venir a Inglaterra – prosiguió – para que el tiempo se me
pase más aprisa. Espero que su señoría acepte asistir a la boda. Seguro que toda
mi familia querrá agasajarlo.
Por fin pareció que Lord Wrexhampton se había repuesto de la
impresión.
- Su alteza es muy amable – dijo. Desde luego, esperaré impaciente tan
feliz acontecimiento.
La llevó de regreso al salón de baile y no volvió a acercarse a ella en el
resto de la noche.
Sin embargo, Aleza tuvo otras muchas parejas.
Victor Wrex estaba en el salón de baile y ella tuvo la impresión de que la
observaba, pero no la invitó a bailar.
“Seguramente pensará que he hecho lo más correcto que podía hacer”, se
dijo.
Pero de pronto se sintió triste, porque recordó que no había razón para
que él se enterase de lo que había hecho.
Era ya de madrugada cuando los invitados que no estaban hospedados
en la casa se despidieron por fin, asegurando a Lord Wrexhampton que era la
mejor fiesta a la que habían asistido en mucho tiempo.
Su sobrina le dijo lo mismo.
- ¡Ha sido una velada preciosa, absolutamente preciosa, tío Stanhope! ¡Por
favor, organiza otro baile muy pronto!
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Las jóvenes que la escuchaban se manifestaron de acuerdo.
- ¡Sí, sí, hágalo usted, milord! – le suplicaron. ¡Aunque sería difícil pensar
en algo más original que traer Viena al castillo Wrex!
- Tendré que poner en juego toda mi imaginación – prometió Lord
Wrexhampton sonriendo.
Luego, siguiendo a la marquesa, las damas subieron a sus dormitorios
respectivos.
Tal y como había hecho la noche anterior, Aleza se detuvo en mitad de la
escalera para mirar hacia atrás.
Lord Wrexhampton no estaba en el vestíbulo.
Pero allí, junto a varios jóvenes, vio a Victor Wrex.
No pudo menos que mirarlo fijamente para darle las gracias en silencio
por ser tan bondadoso con ella.
Pareció como si él la comprendiera, porque sonrió y levantó la mano
derecha a modo de saludo.
Debido a lo inesperado del ademán y a que él le sonreía, a Aleza le
pareció como si aquel fuera el broche dorado de la encantadora velada y, a su
vez, alzó la mano en respuesta.
Después subió casi corriendo la escalera, mientras sentía que su corazón
bailaba a los acordes de El Bello Danubio Azul.
Capítulo 6
75
Aleza debió de quedarse dormida poco antes del amanecer.
Cuando la despertó la doncella, se incorporó con un estremecimiento y,
al instante, los acontecimientos de la noche anterior acudieron en tropel a su
mente.
Hubiera querido preguntar si había sucedido algo, pero comprendió que
hacerlo sería un error.
Por lo tanto, esperó a que la doncella le llevara una bandeja con el té.
- La señora marquesa me pidió le dijese a su alteza que saldrán para la
estación a las nueve y media en punto – le comunicó la doncella.
- Entonces será mejor que me levante cuanto antes.
- Tengo ya lista el agua caliente para que su alteza pueda asearse.
Fue algo más tarde, mientras le ayudaba a vestirse, cuando la doncella le
comentó a Aleza:
- ¡No va a creer su alteza lo que sucedió anoche!
- ¿Es que … sucedió algo? – preguntó Aleza con el ánimo en suspenso.
- ¡Y tanto que sucedió! Aunque le parezca increíble un ladrón se metió en
la casa y el señor Wrex lo descubrió.
- ¿Y … y qué ocurrió entonces?
- ¡Pues nada! Que el ladrón atacó al señor Wrex con un cuchillo, pero el
señor Wrex se las arregló para herirlo a él tan malamente, que tuvieron que
bajarlo entre tres lacayos.
Aleza sintió por un momento como si la habitación diera vueltas en torno
suyo.
- El señor Wrex … ¿no está herido?
- ¡No, gracias a Dios! El cuchillo, que según dicen era muy afilado, se clavó
en la almohada con que se protegió. Entonces lo sacó rápidamente y atacó con
él al ladrón, cuando éste se le echó encima. ¡Hay sangre por toda la alfombra!
Por cierto, que a su señoría eso no va a gustarle nada cuando lo vea.
Aleza dejó escapar un profundo suspiro. Víctor estaba a salvo y eso era
lo que importaba.
- Es raro – continuó la doncella, deseosa sin duda de comentar el suceso –
que el ladrón se metiera en el dormitorio del señor Wrex … Seguramente creyó
que era el de su señoría.
- ¿Se lo han llevado ya? – preguntó Aleza.
- Sí, se lo llevaron al hospital. El señor Wrex mandó llamar a la policía …
Por cierto que Nicolás, el ayuda de cámara de su señoría, se fue con la policía
también … Supongo que querían preguntarle si faltaba algo.
Durante el rato que le llevó peinar a Aleza, la doncella estuvo hablando
de lo asombroso que resultaba todo.
- ¿Nadie oyó nada? – preguntó Aleza después, mientras se ponía el
sombrero a juego con su ropa de viaje.
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- No, alteza, hasta que el señor Wrex llamó a los lacayos de guardia.
“¿Cómo pudo ser tan astuto y valiente?”, se preguntó Aleza, admirada.
No obstante, lo que la doncella le había dicho, estaba ansiosa de bajar a
desayunar para ver por sí misma a Victor.
Quería estar absolutamente segura de que no le había pasado nada.
En torno a la mesa del desayuno, todos hablaban de lo ocurrido, pero no
había señales del “héroe del día”, como alguien lo llamó.
- Todavía no puedo entender cómo entró a la casa – decía la marquesa de
Ludlow. Y me parece todavía más extraño que se metiera en el dormitorio de
Victor.
- Supongo que cuando vuelva nuestro hermano, podrá contarnos cómo
sucedió todo – dijo Lord Wrexhampton. Y por el momento, ¡me parece que ya
hemos oído más que suficiente del asunto!
Su tono hizo sospechar a Aleza que sabía del asunto más de lo que
aparentaba. Quizá estaba al tanto de lo que buscaba el griego y que no era,
como suponían todos, joyas, dinero u objetos de plata.
Como nadie quería desagradar a su anfitrión, los hombres empezaron a
alabar sus caballos, manifestando lo mucho que habían disfrutado al montarlos.
Lady Jean estaba sentada junto al vizconde de Settington y era evidente
que nada le interesaba aparte de él.
Terminado el desayuno, todos se apresuraron porque los coches estaban
dispuestos y los equipajes habían sido cargados ya en la carreta donde también
irían a la estación los ayudas de cámara y las doncellas.
Tal como había sucedido a la llegada del castillo, Aleza iba en el mismo
coche que la marquesa, con Lady Jean y el vizconde sentados frente a ellas.
En la escalinata, Aleza se despidió de Lord Wrexhampton.
- Ha sido un gran honor y un privilegio tenerla en mi casa – le dijo él
cortésmente.
- Para mí ha sido una estancia deliciosa – contestó ella. Gracias, muchas
gracias por todas sus atenciones.
Lord Wrexhampton bajó la escalinata junto a ella.
Aleza tuvo la impresión de que, cuando los vehículos se pusieron en
marcha, él se daba la vuelta con un suspiro de alivio.
“Aun si me ama, lo cual dudo mucho”, pensó, “pronto me olvidará. ¡Le
queda su castillo, que es su verdadero amor!”.
No podía reprimir la desilusión que le causaba no haber podido
despedirse de Victor Wrex.
Esperaba que volviese antes que ellos se fueran y, como no fue así,
supuso que lo que tenía que comunicar a la policía debía de llevar mucho
tiempo.
Las cosas serían, sin duda, muy complicadas para él.
Si los documentos eran secretos, esto significaba que no podía revelar a
nadie su contenido.
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“¡Es tan valiente!”, pensó. “¿Volverá a Grecia después de esto?”.
Entonces se reprochó a sí misma el haber sido tan tonta.
Cuando le dijeron que él era un gran viajero, debía haber comprendido
que aquellos griegos hablaban de él y no de su hermano.
Y había otra pista: Lord Wrexhampton le dijo que iba a visitar Grecia al
año siguiente, dando a entender que él nunca había estado en ese país.
Si Victor Wrex hubiera sido encontrado muerto por la mañana, como era
la intención de su agresor, Aleza no se habría perdonado nunca a sí misma.
Pero, aunque estuviera sano y salvo, ella no lo volvería a ver …
Sin embargo, ¡jamás le olvidaría!
El vagón privado de Lord Wrexhampton fue enganchado al tren que se
detuvo en la estación unos minutos después que hubieran llegado a ella los
viajeros del castillo.
Aleza advirtió que Lady Jean prefería que ella no tuviera el menor
contacto posible con el vizconde, así que se instaló lejos de ellos.
Por fortuna, Lady Jean se las arregló, cuando llegaron, para dejarlo a él
primero en su casa.
Se detuvieron en la Park Avenue, que era donde vivía Settington, antes
de dirigirse a casa de Lady Betty.
El vizconde inclinó la cabeza cortésmente sobre la mano de Aleza y
después se volvió hacia Lady Jean.
- Te veré esta noche, cariño – le oyó decir Aleza, aunque habló en un
susurro.
Cuando reanudaron el camino, Lady Jean exclamó radiante:
- ¡Oh, Betty, soy tan feliz …!
- Sé que lo eres – dijo Betty – pero por el momento debemos pensar en lo
de Aleza.
- Sí, desde luego – reconoció Lady Jean. Las dos debemos contar la misma
historia.
- Es muy fácil – dijo Lady Betty. Explicaremos simplemente que la estaba
esperando un telegrama en el cual se le pedía que volviera a Rusia
inmediatamente.
- Sí … es buena idea – dijo Lady Jean con tono vago, y Aleza adivinó que
en realidad, estaba pensando en el vizconde.
Habían decidido que se cambiara de ropa en casa de Lady Betty; pero
ésta, cuando la vio quitarse el sombrero, le dijo:
- Sé que tienes que buscar otro empleo, Aleza, y creo que tendrás mayor
posibilidad de conseguirlo si llevas puesto ese vestido y ese sombrero.
Quédatelos. Sé que mi hermana no volverá a usarlos nunca. En cambio, es
posible que quiera el vestido de noche.
- ¡Oh, deja que se quede con él también! – le pidió Lady Jean. Sabes tan
bien como yo que tu hermana volverá de París con un nuevo guardarropa como
hace siempre.
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Lady Betty se echó a reir.
- Es cierto. ¡Bien, quédate con todo, Aleza! Lo mereces después de haber
hecho tu papel a la perfección. Su señoría, ni sospechas tiene de que no seas
más que lo que aparentabas. Nadie lo sospecha en realidad.
- Lo que deberías hacer, Aleza – sugirió Lady Jean – es convertirte en
actriz. ¡Sé que tienes dotes para el teatro!
- Es una idea – dijo Aleza en tono ligero – pero no tienen que preocuparse
por mí. Las dos han sido muy ambles conmigo.
Mientras hablaban, se había puesto la ropa que usaba como doncella de
Lady Jean y se recogió el cabello en la nuca como de costumbre.
Mientras lo hacía le pareció que estaba despertando de un sueño para
volver a la realidad.
Las otras dos jóvenes ya habían sacado todas las joyas de su baúl.
Al ir a guardar la ropa que había utilizado aquella mañana, Aleza
titubeó.
- ¿Están seguras de que quieren que me quede con todas esas cosas? –
preguntó. Me parece un abuso por mi parte.
- Por supuesto que debes quedarte con ellas – le aseguró Lady Jean. Y no
es ningún abuso. Además, te prometo darte algo de dinero antes que me dejes.
- ¡Ah, no, eso sí que no! – protestó Aleza. Me basta con mi salario.
- ¡No seas tonta! – intervino Lady Betty. Has contribuido a que nos
divirtamos muchísimo y las dos estamos dispuestas a pagar tu ayuda.
Al decir esto, sacó diez libras de su bolso y las puso en la mano de Aleza.
- Esto te ayudará un poco – dijo. Trataré de darte algo más antes que dejes
el servicio de Lady Jean.
- Son las dos muy buenas – dijo Aleza, a punto de llorar.
Se daba cuenta de que, aunque no le agradara, sería una tontería no
aceptar lo que le ofrecían.
Al menos por un tiempo, no tendría que acudir al orfanato a pedir
ayuda.
Su baúl, que había sido separado del resto del equipaje en la estación de
Paddington, fue bajado ahora y cargado de nuevo en el carruaje.
Aleza se preguntó si al cochero y al lacayo del conde no les parecería
extraño tener que llevárselo de nuevo.
Cuando la vio salir de casa de Lady Betty detrás de Lady Jean, el lacayo
le sonrió.
Era evidente que no tenía idea de que la señorita Lane era la supuesta
princesa que poco antes había bajado del carruaje con tanta arrogancia.
Aleza correspondió a la sonrisa y él le guiñó un ojo.
Cuando el coche se puso en marcha, la joven pensó que la comedia había
llegado a su fin. ¡Abajo el telón!
Ahora estaba donde había empezado y pronto tendría que empezar a
buscar empleo, otro sitio donde habría de servir de un modo u otro.
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“¡Ayúdame, mamá … por favor, ayúdame!”, rogó.
Al mismo tiempo, sin que ella pudiera evitarlo, su corazón decía con
cada latido:
“¡Le amo! ¡Le amo! ¡Le amo!”.
Capítulo 7
92
FIN
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