Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
SJM (CC#1) House of Earth and Blood
SJM (CC#1) House of Earth and Blood
costo.
Si el libro llega a tu país, te animamos a adquirirlo.
No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en
sus redes sociales, recomendándola a tus amigos,
promocionando sus libros e incluso haciendo una reseña en tu
blog o foro.
¡No subas la historia a Wattpad ni pantallazos del libro a las redes
sociales! Los autores y editoriales también están allí. No solo nos
veremos afectados nosotros, sino también tu usuario.
CONTENIDO
Sinopsis Capítulo 26
Las cuatro Casas de Midgard Capítulo 27
PARTE I: EL VACÍO Capítulo 28
Capítulo 1 Capítulo 29
Capítulo 2 Capítulo 30
Capítulo 3 Capítulo 31
Capítulo 4 Capítulo 32
Capítulo 5 Capítulo 33
Capítulo 6 Capítulo 34
Capítulo 7 Capítulo 35
PARTE II: LA ZANJA Capítulo 36
Capítulo 8 Capítulo 37
Capítulo 9 PARTE III: EL CAÑÓN
Capítulo 10 Capítulo 38
Capítulo 11 Capítulo 39
Capítulo 12 Capítulo 40
Capítulo 13 Capítulo 41
Capítulo 14 Capítulo 42
Capítulo 15 Capítulo 43
Capítulo 16 Capítulo 44
Capítulo 17 Capítulo 45
Capítulo 18 Capítulo 46
Capítulo 19 Capítulo 47
Capítulo 20 Capítulo 48
Capítulo 21 Capítulo 49
Capítulo 22 Capítulo 50
Capítulo 23 Capítulo 51
Capítulo 24 Capítulo 52
Capítulo 25 Capítulo 53
Capítulo 54 Capítulo 77
Capítulo 55 Capítulo 78
Capítulo 56 Capítulo 79
Capítulo 57 Capítulo 80
Capítulo 58 Capítulo 81
Capítulo 59 Capítulo 82
Capítulo 60 Capítulo 83
Capítulo 61 Capítulo 84
Capítulo 62 Capítulo 85
Capítulo 63 Capítulo 86
Capítulo 64 Capítulo 87
Capítulo 65 Capítulo 88
Capítulo 66 Capítulo 89
Capítulo 67 Capítulo 90
PARTE IV: EL BARRANCO Capítulo 91
Capítulo 68 Capítulo 92
Capítulo 69 Capítulo 93
Capítulo 70 Capítulo 94
Capítulo 71 Capítulo 95
Capítulo 72 Capítulo 96
Capítulo 73 Capítulo 97
capítulo 74 Epílogo
Capítulo 75 Agradecimientos
Capítulo 76
SINOPSIS
Bryce Quinlan tenía la vida perfecta, trabajando duro todo el día y festejando
toda la noche, hasta que un demonio asesinó a sus amigos más cercanos, dejándola
desamparada, herida y sola. Cuando el acusado está tras las rejas, los crímenes
comienzan de nuevo y Bryce se encuentra en el centro de la investigación. Hará lo
que sea necesario para vengar sus muertes.
Hunt Athalar es un notorio ángel caído, ahora esclavizado por los Arcángeles
que una vez intentó derrocar. Sus habilidades brutales y su increíble fuerza se han
establecido para un propósito: asesinar a los enemigos de su jefe, sin hacer
preguntas. Pero con un demonio causando estragos en la ciudad, le han ofrecido un
trato irresistible: ayudar a Bryce a encontrar al asesino, y su libertad estará al
alcance.
Mientras Bryce y Hunt profundizan en el bajo vientre de la Ciudad Crescent,
descubren un poder oscuro que amenaza a todo y todos los que ellos aprecian, y
encuentran en el otro una pasión ardiente, una que podría liberarlos a ambos, si tan
solo la dejan.
Con personajes inolvidables, un romance chisporroteante y suspenso a cada
página, esta nueva y fantástica serie de fantasía de la exitosa autora número 1 del New
York Times, Sarah J. Maas, profundiza en la angustia de la pérdida, el precio de la
libertad y el poder del amor.
Crescent City #1
Para Taran…
La estrella más brillante en mi cielo
LAS CUATRO CASAS
DE MIDGARD
Establecido en 33 E.V., por el Senado Imperial
en la Ciudad Eternal
Para cuando Danika subió a la sala de exposiciones, Bryce había tolerado una
levemente amenazadora reprimenda de Jesiba sobre su ineptitud, un correo de una
clienta molesta demandando que Bryce hiciera el papeleo de la urna antigua que
había comprado para que pudiera presumirla a sus igualmente molestas amigas en
su fiesta del lunes, y dos mensajes de miembros de la manada de Danika husmeando
para saber si su Alfa estaba a punto de matar a alguien con respecto a la liberación
de Briggs.
Nathalie, la Tercera de Danika, había ido directo al grano: ¿Ya perdió su mierda
con respecto a Briggs?
Connor Holstrom, el Segundo de Danika, se tomó un poco más de tiempo con
respecto a lo que había mandado al éter. Siempre había una oportunidad de que se
filtrara información. ¿Has hablado con Danika? Fue todo lo que preguntó.
Bryce le estaba respondiendo a Connor:
Sí, tengo todo bajo control. Cuando un lobo gris del tamaño de un caballo
pequeño cerró la puerta de hierro de los archivos con una pata, sus garras haciendo
ruidos sobre el metal.
—¿Tanto odiaste mi ropa? —preguntó Bryce, levantándose de su asiento. Solo
los ojos caramelo de Danika permanecían iguales en esta forma, y solo esos ojos
suavizaban la amenaza y gracia pura que el lobo irradiaba con cada paso hacia el
escritorio.
—La tengo puesta, no te preocupes. —Largas y afiladas fauces se movieron con
cada palabra. Danika movió sus peludas orejas, tomando la computadora que había
sido apagada, y el bolso que Bryce había puesto en el escritorio—. ¿Vendrás
conmigo?
—Tengo que investigar algo para Jesiba —contestó Bryce mientras agarraba el
juego de llaves que abrían puertas a partes de su vida—. Ha estado molestándome
sobre encontrar de nuevo el Cuerno de Luna. Como si no hubiera estado intentando
encontrarlo sin parar desde la semana pasada.
Danika miró hacia una de las cámaras con vista a la sala de exposiciones,
montada detrás de una estatua sin cabeza de un fauno danzante que databa de hace
casi diez mil años. Su robusta cola se sacudió una vez.
—¿Para qué lo quiere?
Bryce se encogió de hombros.
—No he tenido las agallas para preguntarle.
Danika se dirigió hacia la puerta, cuidadosa de no permitir que sus garras
hicieran un solo rasguño a la carpeta.
—Dudo que vaya a regresarlo al templo como muestra de la bondad de su
corazón.
—Tengo el presentimiento de que Jesiba usaría el regresarlo para su
conveniencia —dijo Bryce. Anduvieron por la silenciosa calle una cuadra hacia
Istros, con el sol del mediodía calentando los adoquines, Danika siendo una muralla
sólida de pelaje y músculo entre Bryce y la acera.
El robo del cuerno sagrado durante el apagón había sido la mayor historia de
todo ese desastre: saqueadores habían usado el camuflaje de la oscuridad para
irrumpir en el Templo de Luna y llevarse la antigua reliquia Fae de su lugar de
descanso en el regazo de la deidad masiva situada en dicho lugar.
El mismo Arcángel Micah había ofrecido una pesada recompensa a cualquier
tipo de información relacionada con su recuperación, y prometido que los bastardos
irrespetuosos que lo habían robado serían castigados con justicia.
También conocida como crucifixión pública.
Bryce siempre había tenido un punto con respecto a no acercarse a la cuadra en
el DCC, donde usualmente yacían esas personas. En ciertos días, dependiendo del
viento y el calor, el olor de sangre y carne podrida podía esparcirse por cuadras
enteras.
Bryce caminaba al lado de Danika mientras el enorme lobo escaneaba la calle,
sus fosas nasales olfateando cada posible señal de amenaza. Bryce, siendo semi-Fae,
podía olfatear a la gente con más detalle que un humano normal. Entretenía a sus
padres sin fin cuando era niña al describir los aromas de cada una de las personas
en su pequeño pueblo de en una montaña, Nidaros. Los humanos no poseían forma
tal de interpretar al mundo. Pero sus habilidades no se comparaban a las de su
amiga.
Mientras Danika olfateaba la calle, su cola de agitó una vez, y no de felicidad.
—Relájate —dijo Bryce—. Harás saber tu opinión con los Líderes, y luego ellos
sabrán qué hacer al respecto.
Las orejas de Danika se agacharon.
—Todo está jodido, B. Todo.
Bryce frunció el ceño.
—¿Realmente me estás diciendo que cualquiera de los Líderes querrá a un
rebelde como Briggs libre? Encontrarán un error y mandarán su trasero de vuelta a
la prisión —agregó, porque Danika seguía sin poder mirarla—. No hay forma de que
la 33ra no esté monitoreando cada una de sus respiraciones. Si Briggs hace algo tan
simple como parpadear en la dirección equivocada, verá qué clase de dolor los
ángeles nos pueden causar. Hel, el Gobernador podría hasta enviar al Umbra Mortis
tras él. —El asesino personal de Micah, con el raro don del rayo en sus venas, podía
eliminar casi cualquier amenaza.
—Puedo controlar a Briggs yo misma —gruñó Danika, sus dientes brillando.
—Sé que puedes. Todos sabemos que puedes, Danika.
Danika estudió la calle frente a ella, echando un vistazo de reojo al póster
pegado a la pared de los seis Asteri en sus tronos, con un trono vacío para honrar a
su hermana caída, pero dejó escapar un suspiro.
Ella siempre tendría cargas y expectativas que cargar en sus hombros, las cuales
Bryce nunca tendría que soportar, y Bryce estaba demasiado agradecida por ese
privilegio. Cuando Bryce cometía un error, Jesiba usualmente le llamaba la atención
por unos cuantos minutos y eso era todo. Cuando Danika cometía un error, la noticia
se esparcía por los noticieros y a través de la interweb.
Sabine se encargaba de ello.
Bryce y Sabine se habían odiado la una a la otra desde el momento en que la Alfa
había hecho una mueca de desprecio a la compañera de habitación mestiza de su
hija aquel primer día en la UCC. Y Bryce había amado a Danika desde el momento en
que su compañera de cuarto le había ofrecido un estrechón de manos, habiendo
dicho después que Sabine estaba solo molesta porque esperaba a un vampiro
musculoso por el cual babear.
Danika rara vez dejaba que las opiniones de otros, especialmente de Sabine,
consumieran su arrogancia y alegría, pero en días duros como este… Bryce levantó
una mano y la pasó por la musculosa área de las costillas de Danika en una caricia
suave y reconfortante.
—¿Crees que Briggs vaya tras de ti o la manada? —preguntó Bryce, su estómago
dando vueltas. Danika no había atrapado a Briggs sola, él tenía cuentas que saldar
con todos ellos.
—No lo sé. —La nariz de Danika se arrugó.
Las palabras hicieron eco entre ellas. En combate mano-a-mano, Briggs nunca
sobreviviría contra Danika. Pero una de esas bombas podría cambiar todo. Si Danika
hubiera hecho el Descenso a la inmortalidad, probablemente sobreviviría. Pero dado
que no lo había hecho, ya que era la única de la Manada de Demonios quien no lo
había hecho aún… la boca de Bryce se secó.
—Ten cuidado —dijo Bryce quedamente.
—Lo tendré —contestó Danika, sus cálidos ojos todavía llenos de sombras. Pero
luego sacudió su cabeza, como si estuviera quitándose agua de encima, movimiento
meramente canino. Bryce a menudo se maravillaba con esto, que Danika pudiera
alejar sus miedos, o al menos enterrarlos lo suficiente para seguir adelante. En
efecto, Danika cambió de tema—. Tu hermano estará en la junta hoy.
Medio hermano. Bryce no se molestó en corregirla. Medio hermano y cerdo
completamente Fae.
—¿Y?
—Solo pensaba advertirte que lo voy a ver. —El rostro del lobo se suavizó
ligeramente—. Va a preguntarme cómo estás.
—Dile a Run que estoy ocupada haciendo mierda importante y que se vaya al
Hel.
Danika ahogó una risa.
—¿Dónde, exactamente, harás esta investigación sobre el paradero del Cuerno?
—En el templo —dijo Bryce con un suspiro—. Honestamente, he estado
buscando esta cosa por días enteros, y no he podido averiguar nada. Ni un
sospechoso, ni un rumor en el Mercado de Carne sobre que esté a la venta, ningún
motivo para siquiera molestarse con ello. Es lo suficientemente famoso como para
que quien lo tenga lo tenga bastante escondido. —Ella frunció el ceño hacia el cielo
despejado—. Me pregunto si el apagón estuvo ligado a ello… si alguien cortó la
electricidad de la ciudad para robarlo en medio del caos. Hay cerca de veinte
personas en esta ciudad capaces de hacer esa artimaña, y la mitad poseen los
recursos necesarios para lograrlo.
La cola de Danika se agitó.
—Si son capaces de hacer algo así, sugiero entonces que te mantengas alejada.
Mantén entretenida a Jesiba por un tiempo, hazla pensar que estás buscándolo, y
entonces abandona el caso. Para entonces el Cuerno saldrá de su escondite, o te hará
ir a otra estúpida búsqueda.
—Yo solo… creo que sería bueno encontrar el Cuerno —admitió Bryce—. Para
mi propio currículo. —Lo que fuera por Hel que eso podría ser. Un año trabajando
en la galería no había hecho nada más allá de generarle disgusto hacia las obscenas
cantidades de dinero que la gente despilfarraba en mierda antigua.
—Sí, lo sé. —Los ojos de Danika parpadearon.
Bryce se abrochó un pequeño pendiente de oro, un nudo de tres círculos
entrelazados, junto con la delicada cadena alrededor de su cuello.
Danika iba a patrullar equipada con garras, una espada y armas, pero la
armadura del día a día de Bryce consistía solamente en eso: un amuleto Arcano muy
apenas del tamaño de su pulgar, regalo de Jesiba en su primer día de trabajo.
Un traje de protección en un collar, Danika le había dicho maravillada cuando
Bryce le había mostrado las considerables protecciones del amuleto contra la
influencia de varios objetos mágicos. Los amuletos Arcanos no eran baratos, pero
Bryce no se molestaba en engañarse a sí misma sobre pensar en que el regalo de su
jefa fue dado de manera totalmente amable. Hubiera sido una pesadilla si Bryce no
tuviera uno.
Danika asintió hacia el collar.
—No te quites eso. Especialmente si estás buscando mierda como el Cuerno. —
Aunque los todopoderosos poderes del Cuerno hacía mucho tiempo que estaban
muertos, si había sido robado por alguien poderoso, ella necesitaría cada defensa
mágica posible con ello.
—Sí, sí —dijo Bryce, aunque Danika tenía razón. Nunca se había quitado el
collar desde que lo obtuvo. Si algún día Jesiba la corría del trabajo, sabía que tenía
que asegurarse de encontrar una forma de que el collar se fuera con ella. Danika
había dicho lo mismo varias veces, incapaz de detener ese instinto de Alpha de
proteger a toda costa. Era parte del por qué Bryce la amaba, y por qué se le hizo un
nudo en el pecho en ese momento con el mismo amor y gratitud.
El teléfono de Bryce vibró en su bolso, y ella lo sacó. Danika se asomó para ver,
notó quién era, y agitó su cola, sus orejas levantándose.
—No digas ni una palabra sobre Briggs —advirtió Bryce, y contestó la
llamada—. Hola, mamá.
—Hola, cariño. —La firme voz de Ember Quinlan sonó en su oído, generando
una sonrisa en el rostro de Bryce aún con más de trescientos kilómetros de distancia
entre ellas—. Quería volver a confirmar si la siguiente semana estaba bien para
visitarte.
—¡Hola, mami! —ladró Danika hacia el teléfono.
Ember soltó una risa. Ember siempre había sido mamá para Danika, inclusive
desde la primera vez que se conocieron. Y Ember, quien no había tenido más hijos
además de Bryce, había estado más que contenta de encontrarse a sí misma con una
segunda hija igual de traviesa y problemática.
—¿Danika está contigo?
Bryce rodó los ojos y sostuvo el teléfono hacia su amiga. Entre un paso y el
siguiente, Danika cambió de forma en un parpadeo, el enorme lobo reduciéndose a
la pequeña forma humana.
Quitando el teléfono de la mano de Bryce, Danika se lo puso sobre su oreja y
hombro mientras se ajustaba la blusa blanca de seda que Bryce le había prestado,
metiéndola en sus vaqueros. Había logrado quitar gran parte del mugre de aquel
caminante nocturno de sus pantalones y chaqueta de cuero, pero la camiseta
aparentemente había sido un caso perdido.
—Bryce y yo estamos tomando un paseo —respondió Danika en el teléfono.
Con las orejas puntiagudas de Bryce, podía escuchar a su madre perfectamente
mientras decía:
—¿A dónde?
Ember Quinlan hacía de la sobreprotección un deporte competitivo.
Mudarse aquí a Lunathion, había sido una prueba de voluntad. Ember había
aceptado solo cuando supo quién era la compañera de cuarto de primer año de Bryce
y luego le dio una charla a Danika sobre cómo hacer que Bryce se mantuviera a salvo.
Randall, el padrastro de Bryce, había piadosamente cortado la conversación de su
esposa después de treinta minutos sin parar.
Bryce sabe cómo protegerse a sí misma, le había recordado Randall a Ember. Nos
aseguramos de ello. Y Bryce mantendrá firme su entrenamiento mientras esté aquí,
¿verdad?
Bryce definitivamente lo había hecho. Había ido al campo de tiro justo unos días
atrás, yendo con los movimientos que Randall, su verdadero padre en lo que a ella
concernía, le había enseñado desde su niñez: armar un arma, apuntar a un objetivo,
controlar su respiración.
La mayoría de los días había descubierto que las armas podían ser brutalmente
mortales, y se sentía agradecida de que fueran altamente reguladas por la República.
Pero dado que ella tenía muy pocas formas de defenderse a sí misma salvo su
velocidad y unas cuantas buenas maniobras de posicionamiento, había aprendido
que para un humano, un arma podía hacer la diferencia entre vivir y ser asesinado.
Danika dijo una mentirilla.
—Nos estamos dirigiendo a un puesto ambulante en la Plaza Antigua,
queríamos un poco de kofta de cordero.
Antes de que Ember pudiera continuar con la interrogación, Danika agregó:
—Por cierto, B debió haber olvidado mencionar que de hecho iremos a Kalaxos
la siguiente semana. Ithan tiene un partido de sunball, así que iremos a apoyarlo.
Una verdad a medias. El partido iba a suceder, pero no había habido
conversación sobre ir a ver al hermano menor de Connor, el jugador estrella de la
UCC. Esta tarde, la Manada de Demonios se dirigiría al estadio de la UCC para apoyar
a Ithan, pero Bryce y Danika no se habían molestado en asistir a ningún partido
desde el segundo año, cuando Danika se estaba acostando con uno de los defensas.
—Que mal —dijo Ember. Bryce podía prácticamente escuchar el ceño fruncido
de su madre en el tono—. Realmente queríamos verlas.
Por Solas, esta mujer realmente era una maestra con la culpa. Bryce se encogió
de vergüenza y tomó de vuelta el teléfono.
—También nosotras, pero vamos a agendarlo al mes que viene.
—Pero eso es dentro de mucho…
—Mierda, un cliente se nos va a adelantar —mintió Bryce—. Me tengo que ir.
—Bryce Adelaide Quinlan…
—Adiós, mamá.
—¡Adiós, mamá! —repitió Danika, justo mientras Bryce colgaba.
Bryce suspiró hacia el cielo, ignorando los ángeles volando y aleteando, sus
sombras danzando sobre las calles bañadas de sol.
—Mensaje llegando en tres, dos…
Su teléfono vibró.
Ember había escrito, Si no te conociera, diría que nos estás evitando, Bryce. Tu
padre se sentirá mal por esto.
Danika dejó salir un silbido.
—Oh, ella es muy buena.
Bryce gruñó.
—No los voy a dejar venir a la ciudad si Briggs anda suelto por ahí.
La sonrisa de Danika se esfumó.
—Lo sé. Los seguiremos alejando hasta que hayamos resuelto todo. —Gracias a
Cthona por Danika, ella siempre tenía un plan para todo.
Bryce deslizó el celular en su bolso, dejando el mensaje de su madre sin
responder.
Ir a una cita con Connor en unos días no significaba que tuviera que
comportarse.
Entonces, en lo profundo del santuario del Cuervo Blanco, Bryce saboreó cada
deleite que se le ofrecía.
Fury conocía al dueño, Riso, ya sea por trabajo o por lo que sabía Hel hiciera son
su vida personal, y por eso, nunca tuvieron que esperar en la fila. El extravagante
cambiaformas mariposa siempre dejaba una cabina abierta para ellas.
Ninguno de los sonrientes camareros vestidos de colores que trajeron sus
bebidas siquiera parpadearon ante las líneas de polvo blanco brillante que Fury
cortó con un barrido de su mano o ante las columnas de humo que salieron de los
labios abiertos de Bryce mientras inclinaba la cabeza hacia el techo abovedado
cubierto de espejos y se echaba a reír.
Juniper tenía una clase al amanecer, así que se abstuvo del polvo y de fumar y
de beber. Pero eso no le impidió escapar durante unos veinte minutos con un macho
Fae de piel marrón oscura y pecho ancho, rostro exquisito y cabello negro rizado,
largas piernas terminadas en delicados cascos y prácticamente le rogó de rodillas a
la fauno para poder tocarlo.
Bryce se perdió en el ritmo palpitante de la música, en la euforia que llenaba su
sangre más rápido que un ángel cayendo del cielo, en el sudor deslizándose por su
cuerpo mientras se retorcía en la antigua pista de baile. Apenas podría caminar
mañana y tendría medio cerebro, pero santa mierda… más, más, más.
Riendo, se abalanzó sobre la mesa baja en su cabina privada entre dos columnas
medio desmoronadas; riendo, se arqueó, una uña roja soltó su agarre sobre una fosa
nasal mientras se hundía contra el banco de cuero oscuro; riendo, bebió agua y vino
de saúco y regresó tropezando con la multitud danzante.
La vida era buena. La vida era jodidamente buena, y dioses, no podía esperar a
hacer el Descenso con Danika y hacer esto hasta que la tierra se convirtiera en polvo.
Encontró a Juniper bailando en medio de una manada de sílfides celebrando el
exitoso Descenso de un amigo. Sus cabezas plateadas estaban adornadas con
círculos de palitos neón con los dotes designados a su amiga por su primera luz, que
se había generado cuando completó con éxito el Descenso. Juniper había logrado
conseguir un halo de palitos neón para ella, y su cabello brillaba con una luz azul
mientras extendía sus manos hacia Bryce, sus dedos uniéndose mientras bailaban.
La sangre de Bryce latía al ritmo de la música, como si ella hubiera sido creada
solo para esto: el momento en que se convirtió en las notas, el ritmo y el bajo, cuando
se convirtió en canción. Los ojos brillantes de Juniper le dijeron a Bryce que ella
entendía, que siempre había entendido la particular libertad, alegría y
desencadenamiento que provenía del baile. Como si sus cuerpos estuvieran tan
llenos de sonido que apenas podían contenerlo, apenas podían soportarlo, y solo
bailar podría expresarlo, aliviarlo, honrarlo.
Machos y hembras se reunieron para mirar, su lujuria cubriendo la piel de Bryce
como sudor. Todos los movimientos de Juniper coincidían con los de ella sin dudarlo,
como si fueran preguntas y respuestas, sol y luna.
Tranquila y hermosa, Juniper Andromeda, la exhibicionista. Incluso bailando en
el sagrado y antiguo corazón del Cuervo, era dulce y suave, pero brillaba.
O tal vez eso era por todo el polvo que Bryce había inhalado por la nariz.
Su cabello se aferraba a su cuello sudoroso, sus pies estaban completamente
entumecidos gracias al pronunciado ángulo de sus tacones, su garganta estaba
devastada por los gritos ante las canciones que resonaban en el club.
Se las arregló para enviar algunos mensajes a Danika, y un video, porque de
todos modos apenas podía leer los mensajes que le llagaban.
Estaría realmente jodida si apareciera mañana en el trabajo incapaz de leer.
El tiempo se ralentizó y sangró. Aquí, bailando entre los pilares y sobre las
piedras desgastadas por el tiempo del templo que había renacido, el tiempo no
existía.
Tal vez ella se quedaría a vivir aquí.
Renunciaría a su trabajo en la galería y viviría en el club. Podrían contratarla
para bailar en una de las jaulas de acero que colgaban del techo de cristal sobre las
ruinas del templo que formaban la pista de baile. Estaba segura de que no le dirían
estupideces sobre un tipo de cuerpo equivocado. No, le pagarían por hacer lo que
amaba, lo que la hacía sentirse viva como ninguna otra cosa.
Parecía un plan suficientemente razonable, pensó Bryce mientras tropezaba
por su calle más tarde sin recordar haber dejado el Cuervo, despedirse de sus
amigas, o de cómo Demonios había llegado allí. ¿Taxi? Ella se había gastado todo en
drogas. A menos que alguien hubiera pagado…
Como sea. Lo pensaría mañana. Si lograba a dormir. Quería mantenerse
despierta, bailar para siempre. Solo que… oh, le dolían sus jodidos pies. Y estaban
casi negros y pegajosos…
Bryce se detuvo frente a la puerta de su edificio y gimió mientras desabrochaba
sus tacones y los tomaba con una mano. Un código. Su edificio tenía un código para
entrar.
Bryce contempló el teclado como si un par de ojos fueran a abrirse y se lo fueran
a decir. Algunos edificios hacían eso.
Mierda. Mieeerda. Sacó su teléfono, la luz deslumbrante de la pantalla le quemó
los ojos. Entrecerrándolos, pudo distinguir unas cuantas docenas de notificaciones
de mensajes. Su vista se nubló, sus ojos intentaron y fallaron en enfocarse lo
suficiente como para leer una sola palabra coherente. Incluso si de alguna manera
lograra llamar a Danika, su amiga le arrancaría la cabeza.
El chirrido del timbre del edificio molestaría aún más a Danika. Bryce se
encogió, saltando de un pie a otro.
¿Cuál era el código? El código, el código, el cóoodigo…
Oh, ahí estaba. Metido en un bolsillo trasero de su mente.
Tecleó alegremente los números, luego escuchó el zumbido cuando la cerradura
se abrió con un leve sonido metálico.
Frunció el ceño ante el hedor de la escalera. Ese maldito conserje. Le patearía el
trasero. Lo empalaría con estos tacones baratos e inútiles que le habían destrozado
los pies.
Bryce puso un pie descalzo en la escalera e hizo una mueca. Esto iba a doler.
Dolor tipo caminata sobre vidrio.
Dejó que sus tacones cayeran al suelo de baldosas, susurrando una ferviente
promesa de buscarlos mañana, y se agarró a la barandilla de metal pintada de negro
con ambas manos. Tal vez podría sentarse en la barandilla y subir por ahí las
escaleras.
Dioses, apestaba aquí. ¿Qué comían las personas en este edificio? O, para el caso,
¿a quién se comieron? Esperaba que no fuera una estúpida hembra medio Fae que
no podía esperar a subir las escaleras.
Si Fury le hubiera dado el polvo con otra cosa, ella jodidamente la mataría.
Resoplando ante la idea de incluso intentar matar a la infame Fury Axtar, Bryce
se arrastró escaleras arriba, paso a paso.
Se debatió dormir en el rellano del segundo nivel, pero el hedor era abrumador.
Tal vez tendría suerte y Connor todavía estaría en el apartamento. Entonces
realmente tendría suerte.
Dioses, ella quería buen sexo. Sexo-sin-límites, gritar a todo pulmón. Sexo que
rompiera la cama. Ella sabía que Connor sería así. Más que eso. Iría mucho más allá
de lo físico con él. Honestamente, podría derretir lo que quedara de su mente
después de esta noche.
Era por eso que había sido una cobarde, por qué había evitado pensar en eso
desde el momento en que se apareció en su puerta hace cinco años, después de haber
venido a saludar a Danika y conocer a su nueva compañera de cuarto, y ellos
simplemente… se miraron.
Tener a Connor viviendo a cuatro puertas el primer año había sido la peor
tentación. Pero Danika le había dado la orden de mantenerse alejado hasta que
Bryce se le acercara a él, y aunque aún no habían sido parte de la Manada de
Demonios, Connor obedeció. Parecía que Danika había levantado la orden esta
noche.
La encantadora y malvada Danika. Bryce sonrió cuando casi se arrastró hasta el
rellano del tercer piso, encontró el equilibrio y sacó las llaves de su bolso, algo que
había logrado hacer por algún milagro. Dio unos pasos tambaleantes por el pasillo
que compartían con otro apartamento.
Oh, Danika iba a estar tan enojada. Tan enojada de que Bryce no solo se había
divertido sin ella, sino que se había drogado tanto que no podía recordar cómo leer.
O el código del edificio.
El parpadeo de la luz del pasillo le quemó los ojos lo suficiente como para
cerrarlos casi por completo y tambalearse por el pasillo. Debería ducharse, si podía
recordar cómo abrir manijas. Lavar sus pies sucios y entumecidos.
Especialmente después de que pisara un charco frío debajo de una tubería que
goteaba en el techo. Se estremeció, apoyando una mano en la pared, pero siguió
tambaleándose hacia adelante.
Mierda. Demasiadas drogas. Incluso su sangre Fae no podía eliminarlas lo
suficientemente rápido.
Pero allí estaba su puerta. Llaves. Cierto, ya las tenía en la mano.
Eran seis. ¿Cuál era la suya? Una abría la galería; una abría los diversos armarios
y cajones de los archivos; una abría la jaula de Syrinx; una era de la cadena de su
scooter; una era para su scooter… y otra era de la puerta. Esta puerta.
Las llaves tintinearon y se balancearon, brillando con la luz, luego mezclándose
con la pintura metálica del pasillo. Se deslizaron de sus dedos torpes, golpeando el
suelo de azulejos.
—Mieeerda. —La palabra salió en una larga exhalación.
Sosteniéndose con una mano en el marco de la puerta para evitar caerse sobre
su trasero, Bryce se agachó para recoger las llaves.
Algo fresco y húmedo se encontró con la punta de sus dedos.
Bryce cerró los ojos, deseando que el mundo dejara de girar. Cuando los abrió,
se enfocó en el piso delante de la puerta.
Rojo. Y el olor, no era el hedor de antes.
Era sangre.
Y la puerta del apartamento estaba abierta.
La cerradura había sido destrozada, la manija arrancada por completo.
Hierro, la puerta era de hierro y estaba encantada con los mejores hechizos que
el dinero podía comprar para mantener alejados a los invitados no deseados,
atacantes o magia. Esos hechizos eran lo único que Bryce había permitido que
Danika comprara en su nombre. No había querido saber cuánto costaron, no cuando
probablemente sería el doble del salario anual de sus padres.
Pero la puerta ahora parecía un trozo de papel arrugado.
Parpadeando furiosamente, Bryce se enderezó. A la mierda las drogas en su
sistema, a la mierda Fury. Había prometido que no tendría alucinaciones.
Bryce nunca, jamás volvería a beber o contaminar su cuerpo con esas drogas. Se
lo diría a Danika a primera hora de la mañana. No más. No más.
Se frotó los ojos, el rímel ensució sus dedos. Sus dedos empapados de sangre…
La sangre seguía ahí. La puerta destrozada también.
—¿Danika? —Si el atacante aún estaba adentro…—. ¿Danika?
Esa mano ensangrentada, su propia mano, empujó la puerta medio arrugada
para abrirla aún más.
La oscuridad la saludó.
El sabor cobrizo de la sangre y ese olor a pudrición la golpearon.
Su cuerpo entero se erizó, cada músculo se puso en alerta, cada instinto gritó
que corriera, corriera, corriera…
Pero sus ojos Fae se acostumbraron a la oscuridad, revelando el apartamento.
Lo que quedaba de él.
Lo que quedaba de ellos.
Ayuda, ella necesitaba buscar ayuda, pero…
Se tambaleó dentro del apartamento destrozado.
—¿Danika? —La palabra era un sonido crudo, roto.
Los lobos habían luchado. No había un mueble que estuviera intacto, que no
estuviera destrozado y astillado.
Tampoco había un cuerpo intacto. Pilas y más pilas eran todo lo que quedaba.
—DanikaDanikaDanika…
Necesitaba llamar a alguien, gritar por auxilio, buscar a Fury, o a su hermano, a
su padre, necesitaba a Sabine…
La puerta de la habitación de Bryce estaba destruida, el umbral pintado de
sangre. Los carteles de ballet colgaban en pedazos. Y en la cama…
Sabía en sus huesos que no era una alucinación, lo que había en esa cama, sabía
en sus huesos que lo que sangraba dentro de su pecho era su corazón.
Danika yacía allí. En pedazos.
Y al pie de la cama, ensuciando la rota alfombra, en pedazos aún más pequeños,
como si hubiera caído defendiendo a Danika… ella sabía que era Connor.
Conocía el bulto justo a la derecha de la cama, más cerca de Danika… ese era
Thorne.
Bryce los miró fijamente. Se quedó observando.
Tal vez el tiempo se había detenido. Tal vez estaba muerta. No podía sentir su
cuerpo.
Un ruido metálico y resonante sonó desde afuera. No del apartamento, sino del
pasillo.
Ella se movió. El apartamento se deformaba, encogía y expandía como si
estuviera respirando, los pisos subían con cada inhalación, pero ella logró moverse.
La pequeña mesa de la cocina estaba hecha pedazos. Sus dedos temblorosos y
manchados de sangre se envolvieron alrededor de una de sus patas de madera,
levantándola silenciosamente sobre su hombro. Miró por el pasillo.
Le tomó unos parpadeos aclarar su visión. Las malditas drogas, dioses…
El ducto de la basura estaba abierto. La sangre con olor a lobo cubría la oxidada
puerta de metal, y huellas que no pertenecían a un humano manchaban el piso de
baldosas, apuntando hacia las escaleras.
Era real. Parpadeó, una y otra vez, balanceándose contra la puerta.
Real. Lo que significaba…
Desde muy lejos, se vio a sí misma lanzarse hacia el pasillo.
Se vio a sí misma golpearse contra la pared opuesta y rebotar en ella, luego
corrió a toda velocidad hacia la escalera.
Lo que sea que los haya matado debió escucharla venir y se escondió dentro del
ducto de basura, esperando la oportunidad de saltar hacia ella o escabullirse sin ser
notado.
Bryce bajó las escaleras, una brillante neblina blanca se deslizó sobre su visión.
Ardiendo a través de cada inhibición, haciendo caso omiso de todas las campanas de
advertencia.
La puerta de cristal al pie de las escaleras ya estaba rota. La gente gritaba afuera.
Bryce saltó desde lo alto del rellano.
Sus rodillas la alzaron y se doblaron cuando bajó las escaleras, sus pies
descalzos se rasgaron con el vidrio que cubría el piso del vestíbulo. Luego se
desgarraron más cuando ella se precipitó por la puerta y salió a la calle,
observando…
Gente jadeaba a su derecha. Otros gritaban. Los autos se habían detenido, los
conductores y los pasajeros miraban hacia un callejón estrecho entre su edificio y el
vecino.
Sus rostros se volvieron borrosos y se estiraron, convirtiendo su terror en algo
grotesco, algo extraño y primordial y…
Esto no era una alucinación.
Bryce corrió por la calle, siguiendo los gritos, el hedor…
Su respiración desgarró sus pulmones mientras se precipitaba por el callejón,
esquivando montones de basura. Lo que sea que estaba persiguiendo solo había
tenido una breve ventaja.
¿Dónde estaba?, ¿dónde estaba?
Cada pensamiento lógico era una cinta flotando sobre su cabeza. Ella los leyó,
como si siguiera un delgado patrón pintado en el lado de un edificio en el DCC.
Un vistazo, incluso si no podía matarlo. Un vistazo, solo para identificarlo, por
Danika.
Bryce salió del callejón y avanzó a toda velocidad hacia la bulliciosa avenida
Central, a la calle llena de gente huyendo y de bocinazos de los autos. Saltó sobre los
capós y las escaló uno tras otro, cada movimiento tan suave como uno de sus pasos
de baile. Salta, gira, arquéate, su cuerpo no le falló. No mientras seguía el hedor
podrido de la criatura a otro callejón. Otro y otro.
Ya casi estaban en el Istros. Un gruñido y un rugido llenaron el aire por delante.
Había venido desde otro callejón conectado, más de un rincón sin salida entre dos
edificios de ladrillo.
Levantó la pata de la mesa, deseando haber agarrado la espada de Danika,
preguntándose si Danika había tenido tiempo de desenvainarla.
No. La espada estaba en la galería, donde Danika había ignorado la advertencia
de Jesiba y la había dejado en el armario de suministros. Bryce se lanzó a la vuelta
de la esquina del callejón.
Había sangre por todas partes. Por todas partes.
Y la cosa a mitad de camino por el callejón… no era un Vanir. No era nada con lo
que se hubiera encontrado antes.
¿Un demonio? Algo salvaje con piel gris lisa, casi translúcida. Se arrastró sobre
cuatro extremidades largas y delgadas, pero parecía vagamente humanoide. Y
estaba devorando a alguien más.
A un… a un malakh.
La sangre cubría el rostro del ángel, empapaba su cabello y cubría los rasgos
hinchados y maltratados que había debajo. Sus alas blancas estaban extendidas y
rotas, su poderoso cuerpo se arqueó en agonía cuando la bestia rasgó su pecho con
una boca llena de colmillos cristalinos que fácilmente se clavaron en la piel y los
huesos.
Ella no pensó, no sintió.
Se movió tan rápido como Randall le había enseñado, brutal como él le había
enseñado a ser.
Golpeó la pata de la mesa en la cabeza de la criatura con tanta fuerza que el
hueso y la madera se agrietaron.
La cosa fue arrancada del ángel y giró, sus patas traseras se retorcieron debajo
de sí mientras que sus patas delanteras, brazos, formaron líneas en los adoquines.
La criatura no tenía ojos. Solo planos lisos de hueso por encima de hendiduras
profundas, su nariz.
Y la sangre que goteaba de su sien… era clara, no roja.
Bryce jadeó, el macho malakh gimió una súplica sin palabras mientras la
criatura la olisqueaba.
Parpadeó y siguió parpadeando, deseando que el polvo y la raíz de rosas
salieran de su sistema, deseando que la imagen que tenía delante dejara de
empañarse.
La criatura arremetió. No hacia ella, sino hacia el ángel. De vuelta al pecho y al
corazón al que intentaba llegar. La presa más considerable.
Bryce se lanzó hacia adelante, la pata de la mesa se balanceó de nuevo. El golpe
contra el hueso mordió su palma. La criatura rugió, ciegamente lanzándose hacia
ella.
Ella lo esquivó, pero sus colmillos afilados y claros le abrieron el muslo cuando
se alejó.
Ella gritó, perdiendo el equilibrio, y se balanceó hacia adelante mientras esa
cosa saltaba de nuevo, esta vez hacia su garganta.
La madera se aplastó contra esos dientes. El demonio chilló, tan fuerte que sus
oídos Fae casi se rompieron, y ella se atrevió a parpadear.
Las garras rasparon, silbaron, y luego desapareció.
Ella se encontraba en el borde del edificio de ladrillos contra el que yacía el
malakh. Podía rastrearlo desde las calles, mantenerlo a la vista el tiempo suficiente
para que llegara el Aux o la 33ra.
Bryce se había atrevido a dar un paso cuando el ángel volvió a gemir. Su mano
estaba contra su pecho, empujando débilmente. No lo suficientemente fuerte como
para evitar que la sangre siguiera brotando de la mortal mordedura. Incluso con su
rápida curación, incluso si hubiera hecho el Descenso, la herida era lo
suficientemente importante como para ser fatal.
Alguien gritó en una calle cercana cuando la criatura saltó entre los edificios.
Ve. Ve. ¡Ve!
El rostro del ángel estaba tan maltratado que apenas era más que un pedazo de
carne hinchada.
La pata de la mesa cayó en un charco de sangre del ángel mientras ella se dirigió
hacia él, mordiendo su grito ante la herida ardiente en su muslo. Alguien había
vertido ácido sobre su piel, sus huesos.
Una insoportable e impenetrable oscuridad la atravesó, cubriéndolo todo.
Pero ella empujó su mano contra la herida del ángel, sin permitirse sentir la
carne húmeda y desgarrada, el hueso dentado del esternón cortado.
La criatura había estado comiendo su camino hacia su corazón.
—Teléfono —jadeó ella—. ¿Tienes un teléfono?
El ala blanca del ángel estaba tan destrozada que en su mayoría eran astillas
rojas. Pero se movió ligeramente para revelar el bolsillo de sus jeans negros. El bulto
cuadrado en ellos.
Cómo logró sacar el teléfono con una mano estaba más allá de su entendimiento.
El tiempo seguía enganchándose, acelerando y deteniéndose. El dolor recorría su
pierna con cada respiración.
Pero agarró el elegante dispositivo negro en sus manos destrozadas, sus uñas
rojas casi chasqueando por la fuerza mientras marcaba el número de emergencia.
Una voz masculina respondió al primer timbre.
—Servicio de emergencia de…
—Ayúdenos. —Su voz se quebró—. Ayúdenos.
Una pausa.
—Señorita, necesito que especifique dónde está, cuál es la situación.
—Plaza Antigua. En el río, cerca del río, por la calle Cygnet… —Pero allí vivía
ella. Estaba a muchas cuadras de allí. No conocía las demás calles—. Por favor, por
favor ayúdenos.
La sangre del ángel empapó su regazo. Le sangraban las rodillas, rasgadas hasta
quedar crudas.
Y Danika estaba…
Y Danika estaba…
Y Danika estaba…
—Señorita, necesito que me diga dónde está, podemos tener lobos en la escena
en un minuto.
Entonces comenzó a llorar, y los dedos flácidos del ángel rozaron su rodilla
raspada. Como reconfortándola.
—El teléfono. —Ella se las arregló para decir, interrumpiendo al otro lado de la
línea—. Su teléfono, rastréenlo, rastréenos. Encuéntrenos.
—Señorita, ¿está…?
—Rastree este número de teléfono.
—Señorita, necesito un momento para…
Ella levantó la pantalla principal del teléfono, haciendo clic en la pantalla
mientras buscaba hasta que encontró el número.
—112 03 0577.
—Señorita, los registros son…
—¡112 03 0577! —gritó en el teléfono. Una y otra vez—. ¡112 03 0577!
Era todo lo que podía recordar. Ese estúpido número.
—Señorita… por los dioses. —La línea crujió—. Ya están en camino —respiró el
interlocutor.
El hombre trató de preguntar por las heridas del hombre, pero ella dejó caer el
teléfono del ángel cuando las drogas la empujaron hacia atrás, tiraron de ella hacia
abajo y se tambaleó. El callejón se deformaba y ondulaba.
La mirada del ángel se encontró con la de ella, tan llena de agonía que pensó que
así debía ser su alma.
La sangre de él se derramó entre sus dedos. No se detuvo.
6
Traducido por Mayra S
Corregido por Lieve
Los escalones negros que rodeaban la costa neblinosa del Barrio de Huesos
golpearon las rodillas de Bryce mientras ella se arrodillaba frente a las imponentes
puertas blancas.
El Istros se extendía como un espejo gris detrás de ella, silencioso en la luz antes
del amanecer.
Tan callado y quieto como ella lo estaba, vacío y a la deriva.
La neblina se arremolinó a su alrededor, cubriendo todo menos los escalones
de obsidiana donde ella estaba arrodillada y las puertas de hueso talladas
elevándose por encima de ella. El podrido bote negro era su única compañía, su
cuerda mohosa y vieja descartada sobre las escaleras en lugar de un ancla. Ella había
pagado el pasaje, el bote se quedaría aquí hasta que ella hubiera terminado. Hasta
que hubiera dicho lo que tenía que decir.
El reino de los vivos se encontraba un mundo más allá, las torres y rascacielos
de la ciudad escondidos por esos bucles neblinosos, las bocinas de los autos y las
voces enmudecidas. Ella había dejado sus posesiones materiales. No tendrían valor
aquí, junto a las Parcas y los muertos.
Ella las había dejado alegremente, especialmente su teléfono, tan lleno de odio
e ira.
El último correo de voz de Ithan había llegado hacia solo una hora, sacudiéndola
del estupor insomne en el que se había encontrado las últimas seis noches, viendo
el oscuro techo del cuarto de hotel que compartía con su madre. Ignorando cada
llamada y mensaje.
Las palabras de Ithan habían permanecido con ella cuando se escabulló al baño
del hotel para escuchar.
No vengas a la Despedida mañana. No eres bienvenida aquí.
Lo había escuchado una y otra vez, las primeras palabras que hacían eco en su
silenciosa mente.
Su madre no se había levantado de la cama su lado cuando Bryce salió de la
habitación de hotel en pies tan silencios como los de un Fae, tomando el elevador
del personal y saliendo por la puerta trasera sin vigilancia que daba al callejón. Ella
no había dejado esa habitación por seis días, solo se sentaba a mirar vagamente el
papel tapiz floral del hotel. Y ahora, con el séptimo amanecer… solo para esto se iría.
Recordaría cómo mover su cuerpo, cómo hablar.
La Despedida de Danika comenzaría al amanecer, y las Despedidas del resto de
la manada le seguirían. Bryce no estaría ahí para ser testigo de ellos. Incluso si los
lobos se lo negaran, ella no hubiera podido soportarlo. Ver el bote negro ser
empujado del muelle con todo lo que quedaba de Danika en él, su alma dejada para
ser juzgada digna o no de poder entrar a la isla sagrada del otro lado del río.
Solo había silencio aquí. Silencio y niebla.
¿Era esto la muerte? ¿Silencio y niebla?
Bryce pasó su lengua sobre sus labios secos y partidos. No recordaba la última
vez que había bebido algo. Comido. Solo recordaba a su madre intentando hacer que
bebiera un poco de agua.
Una luz se había apagado en su interior. Una luz se había extinguido.
Ella bien podía estar observando su interior: oscuridad. Silencio. Neblina.
Bryce alzó su cabeza, mirando hacia las puertas de hueso, hechas de las costillas
de un leviatán muerto que había acechado los profundos mares del norte. La niebla
se puso más densa, la temperatura bajó. Anunciando la llegada de algo terrible.
Bryce se mantuvo de rodillas. Bajó la cabeza.
Ella no era bienvenida a la Despedida. Así que había venido aquí a decir adiós.
A darle a Danika esta última cosa.
La criatura que yacía en la niebla emergió, e incluso el río a sus espaldas tembló.
Bryce abrió sus ojos. Y lentamente levantó la mirada.
PARTE II
LA ZANJA
8
Traducido por Selkmanam
Corregido por Lieve
—Por favor.
El gemido del macho apenas era escuchable con la sangre llenando su boca, sus
fosas nasales. Pero aun así lo intentó de nuevo.
—Por favor.
La espada de Hunt Athalar goteó sangre sobre la alfombra empapada del
lúgubre apartamento en los Prados. Salpicaduras le cubrían la visera de su casco,
moteando su línea de visión mientras observaba al solitario macho de pie.
De rodillas, técnicamente.
Los amigos del hombre cubrían el piso de la sala de estar, uno de ellos aún
brotaba sangre de lo que ahora era su muñón de cuello. Su cabeza cortada yacía en
el sofá hundido, con boca abierta contra los cojines gastados por el tiempo.
—Te lo contaré todo —suplicó el macho, sollozando mientras apretaba su mano
contra el corte en su hombro—. No te lo han contado todo, pero yo sí puedo.
El terror del macho llenó la habitación, dominando el aroma de la sangre, su
olor era tan malo como la orina rancia en un callejón.
La mano enguantada de Hunt se apretó en su arma. El macho lo notó y comenzó
a temblar, una mancha más pálida que la sangre que se filtró por sus pantalones.
—Te diré más. —El hombre lo intentó de nuevo.
Hunt se preparó, juntó su fuerza y bajó con fuerza su espada.
Las entrañas del macho se derramaron sobre la alfombra con una bofetada
húmeda. Aun así, el macho siguió gritando.
Así que Hunt siguió trabajando.
Hunt llegó al cuartel del Comitium sin que nadie lo viera.
A esta hora, la ciudad al menos parecía dormida. También los cinco edificios que
formaban el complejo del Comitium. Pero las cámaras de los cuarteles de la 33ra
Legión, la segunda de las torres con cúpula del Comitium, lo veían todo. Escuchaban
todo.
Los pasillos de azulejos blancos estaban oscuros, sin indicios del ajetreo que los
llenaría al amanecer.
La visera de su casco lo ponía todo en claro relieve, sus receptores de audio
captaban los sonidos de detrás de las puertas cerradas de los dormitorios que se
alinean a ambos lados del pasillo: centinelas de bajo nivel que jugaban algún
videojuego, haciendo lo posible por mantener sus voces bajas mientras se maldecían
entre sí; una centinela hembra hablando por teléfono; dos ángeles follando; y varios
roncadores.
Hunt pasó por su propia puerta, apuntando al baño compartido en el centro del
largo pasillo, accesible solo a través de la sala común. Cualquier esperanza de un
retorno inadvertido se desvaneció al ver la luz dorada que se filtraba por debajo de
la puerta cerrada y el sonido de las voces más allá de ella.
Demasiado cansado, demasiado sucio, Hunt no se molestó en saludar cuando
entró en la sala común, merodeando entre la dispersión de sofás y sillas hacia el
baño.
Naomi estaba tumbada en el viejo sofá verde ante la televisión, con las alas
negras extendidas. Viktoria se recostaba en el sillón junto a ella, observando los
mejores momentos deportivos del día, y en el otro extremo del sofá estaba Justinian,
todavía con su armadura negro de legionario.
La conversación murió cuando Hunt entró.
—Hola —dijo Naomi, su trenza oscura colgaba sobre su hombro. Llevaba su
negro habitual, el negro habitual de los triarii, aunque no había rastro de sus armas
crueles o sus fundas.
Viktoria parecía contenta con dejar pasar a Hunt sin saludar. Era por eso que le
gustaba la espectro más que a casi cualquier otra persona en el círculo íntimo de
guerreros de Micah Domitus, le había gustado desde aquellos primeros días en la
18va legión, cuando había sido una de las pocas Vanir que no eran ángeles en unirse
a su causa. Vik nunca presionaba cuando Hunt no quería ser molestado. Pero
Justinian…
El ángel olfateó, oliendo la sangre en la ropa de Hunt, sus armas. A cuántas
personas diferentes pertenecía. Justinian soltó un silbido.
—Eres un maldito enfermo, ¿lo sabías?
Hunt continuó caminando hacia la puerta del baño. Su rayo no hizo más que
sisear dentro de él.
Justinian continuó hablando.
—Una pistola habría sido mucho más limpia.
—Micah no quería una pistola para esto —dijo Hunt, su voz hueca incluso a sus
oídos. Había sido así durante siglos; pero esta noche, esas muertes que había
cometido, lo que habían hecho para ganarse la ira del Arcángel…—. No merecían un
arma —corrigió. O el veloz relámpago de su rayo.
—No quiero saber —refunfuñó Naomi, subiendo el volumen del televisor.
Señaló con el control remoto a Justinian, el más joven de los triarii—. Y tú tampoco,
así que cállate.
No, realmente no querían saberlo.
Naomi, la única de los triarii que no era una Caída, le dijo a Hunt:
—Isaiah me dijo que Micah quiere que ustedes dos jueguen a ser investigadores
mañana por alguna mierda en la Plaza Antigua. Isaiah te llamará después del
desayuno con los detalles.
Las palabras apenas se registraron. Isaiah. Mañana. La Plaza Antigua.
Justinian resopló.
—Buena suerte, hombre. —Bebió de su cerveza—. Odio la Plaza Antigua;
siempre está llena de mocosos universitarios y turistas asquerosos. —Naomi y
Viktoria gruñeron su acuerdo.
Hunt no preguntó por qué estaban despiertos, o dónde estaba Isaiah, dado que
no pudo entregar el mensaje él mismo. El ángel probablemente estaba con cualquier
macho guapo con el que estuviera saliendo actualmente.
Como Comandante de la 33ra, adquirida por Micah para reforzar las defensas
de la Ciudad Crescent, Isaiah había disfrutado cada segundo aquí desde que había
llegado hace más de una década. En cuatro años, Hunt no había visto el atractivo de
la ciudad más allá de ser una versión más limpia y organizada de cualquier otra
metrópolis de Pangera, con calles en líneas limpias en lugar de curvas serpenteantes
que a menudo se doblaban sobre sí mismas, como si no tuvieran prisa por llegar a
ninguna parte.
Pero al menos no era Ravilis. Y al menos era Micah quien gobernaba, no
Sandriel.
Sandriel, Arcángel y Gobernadora del cuadrante noroeste de Pangera, y la
antigua dueña de Hunt antes de que Micah lo negociara con ella, deseando que Hunt
despejara a la Ciudad Crescent de cualquier enemigo. Sandriel, la hermana gemela
de su amante muerta.
Los documentos formales declaraban que los deberes de Hunt serían rastrear y
despachar demonios sueltos. Pero teniendo en cuenta que ese tipo de desastres
ocurrían solo una o dos veces al año, era muy obvio por qué realmente lo habían
traído. Había asesinado para Sandriel, la Arcángel que tenía el mismo rostro que su
amante durante los cincuenta y tres años que lo había poseído.
Una rara ocurrencia, que ambas hermanas llevaran el título y el poder de un
Arcángel. Un buen presagio, la gente había creído. Hasta que Shahar, hasta Hunt
liderando sus fuerzas, se rebeló contra todo lo que los ángeles representaban. Y
traicionara a su hermana en el proceso.
Sandriel había sido la tercera de sus dueños después de la derrota en el Monte
Hermon, y había sido lo suficientemente arrogante como para creer que a pesar de
los dos Arcángeles antes que ella que no lo habían hecho, ella podría ser la que lo
rompiera. Primero en su espectáculo de terror con una mazmorra. Luego, en su
arena empapada de sangre en el corazón de Ravilis, enfrentándolo contra guerreros
que nunca tuvieron una oportunidad. Luego, ordenándole que hiciera lo que mejor
hacía: meterse en una habitación y acabar vidas. Una tras otra tras otra, año tras año,
década tras década.
Sandriel ciertamente tenía motivación para romperlo. Durante esa batalla
demasiado corta en Hermon, fueron sus fuerzas las que Hunt había diezmado, su
rayo el que convirtió a soldado tras soldado en cáscaras carbonizadas antes de que
pudieran desenvainar sus espadas. Sandriel había sido el objetivo principal de
Shahar, y Hunt había recibido la orden de matarla. Sin importar qué.
Y Shahar tenía una buena razón para ir tras su hermana. Sus padres habían sido
Arcángeles, cuyos títulos habían pasado a sus hijas después de que un asesino
hubiera conseguido de alguna manera hacerlos pedazos.
Nunca olvidaría la teoría de Shahar: que Sandriel había matado a sus padres e
incriminado al asesino. Que lo había hecho por ella y por su hermana, para que
pudieran gobernar sin interferencias. Nunca hubo pruebas para culpar a Sandriel,
pero Shahar lo creyó hasta el día de su muerte.
Shahar, la Estrella del Día, se había rebelado contra sus compañeros Arcángeles
y los Asteri por eso. Ella había querido un mundo libre de jerarquías rígidas, sí,
habría llevado su rebelión directamente al palacio de cristal de los Asteri si hubiera
tenido éxito. Pero ella también quería que su hermana pagara. Así que Hunt había
sido desatado.
Tontos. Todos habían sido tontos.
No habría sido diferente si él hubiera admitido su locura. Sandriel creía que él
había atraído a su gemela a la rebelión, que había vuelto a Shahar contra ella. Que de
alguna manera, cuando la hermana había puesto la espada contra la otra hermana,
casi tan idénticas en rostro y constitución y técnica de lucha que era como ver a
alguien luchar contra su reflejo, era su maldita culpa que hubiera terminado con una
de ellas muerta.
Al menos Micah le había ofrecido la oportunidad de redimirse. Para demostrar
su total lealtad y sumisión a los Arcángeles, al imperio, y luego, un día, eliminar el
halo. Décadas a partir de ahora, posiblemente siglos, pero teniendo en cuenta que
los ángeles más viejos vivían cerca de ochocientos años… tal vez recuperaría su
libertad a tiempo para ser viejo. Podía potencialmente morir libre.
Micah le había ofrecido a Hunt el trato desde su primer día en la Ciudad Crescent
hace cuatro años: una muerte por cada vida que había tomado ese sangriento día en
el Monte Hermon. Debía pagar por cada ángel que había matado durante esa
condenada batalla. Con más muerte. Una muerte por una muerte, había dicho Micah.
Cuando hayas cumplido con la deuda, Athalar, discutiremos eliminar ese tatuaje en tu
frente.
Hunt nunca había sabido la cuenta, cuántos había matado ese día. Pero Micah,
que había estado en ese campo de batalla, que había visto mientras Shahar caía a
manos de su hermana gemela, tenía la lista. Habían tenido que pagar comisiones
para todos los legionarios. Hunt había estado a punto de preguntar cómo habían
podido determinar qué golpes mortales había hecho su espada y no la de alguien
más, cuando vio el número.
Dos mil doscientos diecisiete.
Era imposible él hubiera matado personalmente a tantos en una sola batalla. Sí,
su rayo había sido desatado; sí, había destrozado unidades enteras, pero ¿tantas?
Se había quedado boquiabierto. Eras el general de Shahar, dijo Micah.
Comandaste el 18va legión. Así que pagarás, Athalar, no por solo las vidas que tomaste,
sino también las que tu legión traidora tomó. Ante el silencio de Hunt, Micah había
añadido, Esta no es una tarea imposible. Algunas de mis misiones contarán para más
de una vida. Compórtate, obedece y podrás alcanzar este número.
Desde hace cuatro años, se había comportado. Había obedecido. Y esta noche lo
había puesto en un gran total de ochenta y dos jodidas muertes.
Era lo mejor que podía esperar. Todo por lo que trabajaba. Ningún otro Arcángel
le había ofrecido la oportunidad. Por eso había hecho todo lo que Micah le había
ordenado hacer esta noche. Por qué cada pensamiento se sentía distante, su cuerpo
arrancado de él, su cabeza llena de un rugido sordo.
Micah era un Arcángel. Un Gobernador designado por los Asteri. Era un rey
entre los ángeles, y una ley de por sí, especialmente en Valbara, tan lejos de las siete
colinas de la Ciudad Eternal. Si consideraba que alguien era una amenaza o
necesitaba justicia, entonces no habría investigación ni juicio.
Solo su orden. Normalmente a Hunt.
Llegaría en forma de archivo en el buzón de su cuartel, con el escudo imperial
al frente. No se mencionaría su nombre. Solo SPQM, y las siete estrellas que rodean
las letras.
El archivo contenía todo lo que necesitaba: nombres, fechas, delitos y una línea
de tiempo para que Hunt hiciera lo que mejor hacía. Además de cualquier solicitud
de Micah con respecto al método empleado.
Esta noche había sido bastante simple, sin armas. Hunt entendió las palabras
implícitas: hazlos sufrir. Así que lo hizo.
—Hay una cerveza con tu nombre cuando salgas —dijo Viktoria, sus ojos se
encontraron con los de Hunt incluso con el casco puesto. Nada más que una
invitación casual y genial.
Hunt continuó hacia el baño, las primeras luces cobraron vida mientras se abría
paso por la puerta y se acercaba a una de las duchas. Abrió el agua a lo más caliente
antes de regresar a la hilera de lavabos de pedestal.
En el espejo de arriba, el ser que le devolvía la mirada era tan malo como una
Parca. Peor.
La sangre salpicaba el casco, justo sobre la cara pintada en plata del cráneo.
Brillaba débilmente sobre las intrincadas escamas de cuero de su traje de batalla,
sus guantes negros, y las espadas gemelas que se asomaban por encima de sus
hombros. Algunas salpicaduras incluso manchaban sus alas grises.
Hunt se quitó el casco y puso las manos en el lavabo.
En las duras luces del baño, su piel marrón clara estaba pálida bajo la banda
negra de espinas en su frente. El tatuaje con el que había aprendido a vivir. Pero se
encogió ante la mirada en sus ojos oscuros. Vidriados. Vacíos. Como mirar a Hel.
Orion, su madre lo había nombrado. Cazador1. Dudaba que ella lo hubiera
llamado Hunt con tanto cariño, si hubiera sabido en qué se había convertido.
Hunt miró hacia donde sus guantes habían dejado manchas rojas en el
fregadero de porcelana.
Hunt se quitó los guantes con brutal eficiencia y merodeó hasta la ducha, donde
el agua había alcanzado temperaturas casi escaldantes. Se quitó las armas, luego el
traje de batalla, dejando más manchas de sangre en las baldosas.
Hunt se metió bajo el chorro y se sometió a su implacable ardor.
1Orión (Orion): juego de palabras, Hunter significa Cazador, Hunt para abreviar. El Cazador es una
constelación prominente, quizás la más conocida del cielo. Mas conocida como Orión.
10
Traducido por Isabella
Corregido por Lieve
Con el teléfono apretado con los nudillos blancos, Bryce escuchó el timbre. Dos
veces. Luego…
—Buenos días, Bryce.
Los latidos del corazón de Bryce latían en sus brazos, sus piernas, su estómago.
—Hay dos legionarios aquí. —Tragó saliva—. El Comandante de la 33ra y… —
Ella dejó escapar un suspiro—. El Umbra Mortis.
Ella había reconocido a Isaiah Tiberian ya que él adornaba las noticias
nocturnas y las columnas de chismes con la frecuencia suficiente para que nunca se
pasara por alto el hermoso Comandante de la 33ra.
Y también había reconocido a Hunt Athalar, aunque él nunca estuvo en la
televisión. Todos sabían quién era Hunt Athalar. Había oído hablar de él incluso
mientras crecía en Nidaros, cuando Randall hablaba sobre sus batallas en Pangera y
susurraba cuando mencionaba a Hunt. El Umbra Mortis. La Sombra de la Muerte.
En ese entonces, el ángel no había trabajado para Micah Domitus y su legión,
sino para la Arcángel Sandriel, había volado en su 45ta Legión. Cazando demonios,
se rumoreaba que ese era su trabajo. Y peor.
—¿Por qué? —siseó Jesiba.
Bryce apretó el teléfono.
—Maximus Tertian fue asesinado anoche.
—Solas ardiente…
—De la misma manera que Danika y la manada.
Bryce alejó todas las imágenes borrosas, respirando el brillo y la calma del
aroma de los vapores de menta saliendo del difusor en su escritorio. Había
comprado el estúpido cono de plástico dos meses después de que mataran a Danika,
pensando que no podía hacer daño probar un poco de aromaterapia durante las
largas y tranquilas horas del día, cuando sus pensamientos la plagaban y descendían,
comiéndola de adentro hacia afuera. Al final de la semana, había comprado tres más
y los colocó en toda su casa.
Bryce respiró profundo.
—Parece que Philip Briggs podría no haber matado a Danika.
Durante dos años, una parte de ella se había aferrado a eso; en los días
posteriores al asesinato, habían encontrado suficiente evidencia para condenar a
Briggs, que había querido que Danika muriera por desmantelar sus fabricaciones de
bombas. Briggs lo había negado, pero todo había cuadrado: había sido sorprendido
comprando sales de invocación negras en las semanas previas a su arresto inicial,
aparentemente para alimentar algún tipo de arma nueva y horrible.
Que Danika haya sido asesinada por un demonio del Foso, que habría requerido
la sal negra mortal para convocarlo a este mundo, no podría haber sido una
coincidencia. Parecía bastante claro que Briggs había sido liberado, puesto las
manos sobre la sal negra, convocó al demonio y lo desató sobre Danika y la Manada
de Demonios. Atacó al soldado de la 33ra que patrullaba el callejón, y cuando
terminó su trabajo, Briggs lo envió de regreso a Hel. Aunque nunca lo había
confesado, o qué tipo de demonio era, el hecho era que el demonio no había sido
visto nuevamente en dos años. Desde que Briggs había sido encerrado. Caso cerrado.
Durante dos años, Bryce se había aferrado a esos hechos. Que a pesar de que su
mundo se había desmoronado, la persona responsable estaba tras las rejas. Para
siempre. Merecedor de cada horror que sus carceleros le infligieran.
Jesiba dejó escapar un largo suspiro.
—¿Los ángeles te acusaron de algo?
—No. —No exactamente—. El Gobernador está de camino para acá.
Otra pausa.
—¿Para interrogarte?
—Espero que no.
Le gustaban las partes de su cuerpo donde estaban.
—Él quiere hablar contigo también.
—¿Sabe el padre de Tertian que está muerto?
—No lo sé.
—Necesito hacer algunas llamadas —dijo Jesiba, más para sí misma—. Antes de
que llegue el gobernador.
Bryce entendió su significado lo suficientemente bien: así el padre de Maximus
no se aparecería en la galería, exigiendo respuestas. Culpando a Bryce por su muerte.
Sería un desastre.
Bryce se limpió las palmas sudorosas en los muslos.
—El Gobernador estará aquí pronto.
Un leve golpeteo sonó en la puerta de hierro de los archivos antes de que
Lehabah susurrara:
—¿BB? ¿Estás bien?
Bryce puso una mano sobre la boquilla de su teléfono.
—Vuelve a tu puesto, Lele.
—¿Eran esos dos ángeles?
Bryce apretó los dientes.
—Sí. Baja la escalera. Mantén a Syrinx en silencio.
Lehabah dejó escapar un suspiro, audible a través de los quince centímetros de
hierro. Pero la duendecilla de fuego no habló más, sugiriendo que ella había
regresado a los archivos debajo de la galería o todavía estaba escuchando a
escondidas. A Bryce no le importaba, mientras ella y la quimera permanecieran en
silencio.
Jesiba preguntaba:
—¿Cuándo llega Micah?
—Ocho minutos.
Jesiba lo consideró.
—Está bien.
Bryce trató de no quedarse boquiabierta ante el hecho de que no presionara por
más tiempo, especialmente con la muerte de un cliente en juego.
Pero incluso Jesiba sabía que no debía joder con un Arcángel. O tal vez
finalmente encontró una pizca de empatía en lo concernía al asesinato de Danika.
Estaba segura como Hel que no lo había demostrado cuando le ordenó a Bryce
que volviera al trabajo o la convertiría en un cerdo dos semanas después de la
muerte de Danika.
—No necesito decirte que te asegures de que todo esté cerrado —dijo Jesiba.
—Comprobaré dos veces.
Pero se había asegurado antes de que los ángeles hubieran puesto un pie en la
galería.
—Entonces ya sabes qué hacer, Quinlan —dijo Jesiba, el sonido de susurros de
sábanas o ropa llenando el fondo. Dos voces masculinas se quejaron en protesta.
Luego se cortó la llamada.
Soltando la respiración, Bryce se puso en movimiento.
11
Traducido por Luneta
Corregido por Lieve
Bryce se paseó una vez por la sala de exposiciones, siseó ante el dolor de su
pierna y se sacó sus tacones de manera tan ruda que uno se estampó contra el muro,
haciendo que un florero antiguo se tambaleara.
—Cuando claves las bolas de Hunt Athalar en la pared, ¿me harías un favor y
tomarías una foto? —preguntó una voz fría detrás de ella.
Bryce fulminó con la mirada a la pantalla que se había vuelto a activar, y a la
hechicera al otro lado.
—¿Realmente quieres entrometerte en esto, jefa?
Jesiba se recostó en su silla de oro, como una reina.
—¿Acaso una buena venganza a la antigua no tiene su encanto?
—No tengo idea de quien querría a Danika y la manada muertos. Ninguna en lo
absoluto. —Había tenido sentido cuando parecía que Briggs había invocado al
demonio para hacerlo: había sido liberado ese día, Danika estaba estresada y
molesta por ello, y entonces había muerto. Pero si no había sido Briggs, y con
Maximus Tertian muerto… no sabía por dónde comenzar.
Pero lo haría. Encontraría a quien sea que haya hecho esto. Una pequeña parte
era para hacer que Micah Domitus se tragara sus palabras al insinuar que ella podría
ser de interés en este caso, pero… apretó sus dientes. Ella encontraría al responsable
y lo haría arrepentirse de siquiera haber nacido.
Bryce caminó hacia el escritorio, sofocando la cojera. Se apoyó en el borde.
—El Gobernador debe estar desesperado. —Y loco, si estaba pidiéndole ayuda.
—No me importa la agenda del Gobernador —dijo Jesiba—. Juega a la detective
vengativa todo lo que quieras, Bryce, pero recuerda que tienes un trabajo. Las
reuniones con los clientes no pasarán a segundo plano.
—Ya sé. —Bryce se mordió el interior de su mejilla—. Si quien sea que esté
detrás de esto es lo suficientemente fuerte para invocar un demonio así para hacer
su trabajo sucio, probablemente terminaré muerta, también. —Muy probable, dado
que aún no había decidido si o cuándo hacer el Descenso.
Esos brillantes ojos grises vagaron por su rostro.
—Entonces mantén a Athalar cerca.
Bryce se erizó. Como si ella fuera una pequeña mujer necesitada de un grande y
fuerte guerrero para cuidarla.
Incluso si era parcialmente verdad. Mayormente verdad.
Total, y definitivamente verdad si ese demonio había sido invocado de nuevo.
Pero sí debería hacer una lista de sospechosos. Y la otra tarea que él le había
dado, hacer una lista de los últimos paraderos de Danika… su cuerpo se tensó con
solo pensarlo.
Puede que aceptara la protección de Athalar, pero no necesitaba hacer todo fácil
para el imbécil fanfarrón.
El teléfono de Jesiba sonó. La mujer miró a la pantalla.
—Es el padre de Tertian. —Le dio a Bryce una mirada de advertencia—. Si
empiezo a perder dinero porque estás afuera jugando a la detective con el Umbra
Mortis, te convertiré en una tortuga. —Levantó el teléfono hacia su oído y su llamada
terminó.
Bryce suspiró largamente antes de presionar el botón para cerrar la pantalla en
el muro.
El silencio de la galería se enroscó a su alrededor, royendo sus huesos.
Lehabah, por una vez, parecía no estar escuchando a escondidas. Ningún sonido
al otro lado de la puerta de hierro llenó el atronador silencio. Ni un susurro de la
pequeña e incurablemente entrometida duendecilla de fuego.
Bryce apoyó el brazo sobre la superficie fría del escritorio, colocando su mano
en su frente.
Danika nunca había mencionado que conocía a Tartian. Nunca habían hablado
de él, incluso. Ni una vez. ¿Y era todo eso lo que tenía para empezar?
Sin Briggs como el asesino invocador, el asesinato no tenía sentido. ¿Por qué el
demonio había elegido su apartamento, cuando se encontraba a tres pisos de la calle
y ubicado en un edificio supuestamente vigilado? Tuvo que haber sido intencional.
Danika y los otros, incluido Tertian, tuvieron que haber sido objetivos, siendo la
conexión de Bryce con Tertian una coincidencia horrible.
Bryce jugueteó con el amuleto al final de su cadena de oro, moviéndolo arriba y
abajo.
Luego. Ya lo pensaría más tarde, porque… miró al reloj. Mierda.
Tenía a otro cliente en cuarenta y cinco minutos, lo que significaba que tenía
que ordenar el tsunami de papeles para la venta del tallado de madera de Svadgard,
que había sido comprado ayer.
O quizás debería trabajar en esa solicitud de trabajo que mantenía en secreto,
un archivo engañosamente nombrado en su computadora: Hojas de Cálculo de
Ventas.
Jesiba, quien la dejaba a cargo de todo: desde reponer papel de baño hasta
ordenar papel de impresora, jamás abriría el archivo. Nunca vería que entre los
documentos reales que Bryce había puesto ahí, había una carpeta, Facturas de
Suministros de Oficina de Marzo, que no contenía una hoja de cálculo. Contenía una
carta de presentación, un currículum vitae y solicitudes a medio completar para
puestos en unos diez lugares diferentes.
Algunos eran poco posibles. Curador Asociado del Museo de Arte de Ciudad
Crescent. Como si alguna vez pudiera tener ese trabajo, cuando no tenía ni una
licenciatura de arte o de historia. Y menos cuando muchos museos creían que
lugares como Antigüedades Griffin deberían ser ilegales.
Otros puestos, Asistente Personal de la Abogada Señorita Importante, sería más
de lo mismo. Diferente escenario y jefa, misma mierda.
Pero eran una salida. Sí, tendría que encontrar algún tipo de acuerdo con Jesiba
con respecto a sus deudas, y evitar descubrir si solo mencionar que quería irse la
convertiría en un animal feroz, pero teniendo esas solicitudes, retocando
constantemente su currículum, la hacía sentirse mejor, al menos. Algunos días.
Pero si el asesinato de Danika había resurgido, y si estar en este trabajo
estresante podía ayudar… esos currículums eran una pérdida de tiempo.
La pantalla oscura de su teléfono apenas reflejaba las luces muy, muy elevadas.
Suspirando de nuevo, Bryce tecleó su código de seguridad y abrió el hilo de
mensajes.
No te arrepentirás de esto. He tenido un largo tiempo para pensar todas las
formas en las que voy a mimarte. Toda la diversión que vamos a tener.
Podría haber recitado los mensajes de Connor de memoria, pero dolía más
leerlos. Dolían lo suficiente para sentir en cada parte de su cuerpo los oscuros restos
de su alma. Así que siempre los leía.
Ve y disfruta. Te veré en unos días.
La pantalla blanca quemaba sus ojos. Mándame un mensaje cuando estés a salvo
en casa.
Cerró esa ventana. Y no se atrevió a abrir su correo de voz. Usualmente tenía
que estar en unos de sus mensuales “espirales emocionales mortíferos” para hacer
eso. Para oír la voz risueña de Danika otra vez.
Bryce suspiró pesadamente una y otra y otra vez.
Encontraría a la persona detrás de esto. Por Danika, por la Manada de
Demonios, lo haría. Haría lo que sea.
Abrió su celular de nuevo y comenzó a escribir un mensaje grupal a Juniper y
Fury. No es que Fury contestara, no, era una conversación de dos entre Bryce y June.
Ya había escrito la mitad de su mensaje: Philip Briggs no mató a Danika. Los
asesinatos están comenzando nuevamente y yo… cuando lo eliminó. Micah había dado
la orden de mantener esto en secreto, y si su teléfono era hackeado… no se
arriesgaría a que la retiraran del caso.
Fury ya tenía que saberlo. Que su supuesta amiga no la haya contactado… Bryce
eliminó ese pensamiento. Se lo diría a Juniper cara a cara. Si Micah tenía razón y
había alguna conexión entre Bryce y cómo eran elegidas las víctimas, no podía
arriesgarse a dejar a Juniper desprevenida. No perdería a nadie más.
Bryce miró fijamente a la puerta de hierro bloqueada. Frotó el intenso dolor en
su pierna una vez antes de pararse.
El silencio la acompañó durante su viaje escaleras abajo.
14
Traducido por Irais
Corregido por Lieve
Ruhn Danaan se detuvo frente a las altas puertas de roble del estudio de su
padre y tomó un respiró vigorizante y refrescante.
No tenía nada que ver con la carrera de treinta cuadras que había realizado
desde su oficina no oficial sobre un bar de mala muerte en la Plaza Antigua hasta la
villa de mármol de su padre en el corazón de CiRo. Ruhn dejó escapar un suspiro y
tocó.
Sabía mejor que irrumpir.
—Entra. —La fría voz masculina se filtró a través de las puertas, a través de
Ruhn. Pero hizo a un lado cualquier indicio de su corazón estrepitoso y se entró a la
habitación, cerrando la puerta detrás de él.
El estudio personal del Rey de Otoño era más grande que la mayoría de las casas
unifamiliares. Las estanterías daban los dos pisos en cada pared, repletas de tomos
y artefactos antiguos y nuevos, mágicos y ordinarios. Un balcón dorado dividía el
espacio rectangular, accesible por cualquiera de las escaleras de caracol en la parte
delantera y trasera, y las pesadas cortinas de terciopelo negro bloqueaban la luz de
la mañana desde las altas ventanas que daban al patio interior de la villa.
El planetario en el fondo del espacio atrajo la atención de Ruhn: un modelo
funcional de sus siete planetas, lunas y sol. Hecho de oro macizo. Ruhn había
quedado hipnotizado cuando era niño, cuando había sido lo suficientemente
estúpido como para creer que a su padre realmente le importaba una mierda,
pasando horas aquí mirando al hombre hacer cualquier observación y cálculo que
anotara en sus cuadernos de cuero negro. Había preguntado solo una vez acerca de
lo que estaba buscando su padre, exactamente.
Patrones fue todo lo que dijo su padre.
El Rey de Otoño se sentó en una de las cuatro mesas de trabajo masivas, cada
una llena de libros y una serie de dispositivos de vidrio y metal. Experimentos para
cual sea la mierda que su padre hacía con esos patrones. Ruhn pasó junto a una de
las mesas, donde un líquido iridiscente burbujeaba dentro de un orbe de vidrio
sobre un quemador, la llama que probablemente estaba haciendo su padre, con
humo violeta flotando para salir del orbe.
—¿Debería estar usando un traje de materiales peligrosos? —preguntó Ruhn,
apuntando a la mesa de trabajo donde su padre miraba a través de un prisma de
treinta centímetros de largo instalado en un delicado artilugio plateado.
—Exponga sus asuntos, Príncipe —dijo su padre en breve, con un ojo ámbar fijo
en el aparato de visualización sobre el prisma.
Ruhn se abstuvo de comentar sobre cómo se sentirían los contribuyentes de
esta ciudad si supieran cómo uno de sus siete Jefes pasaba sus días. Los seis Jefes
inferiores fueron todos nombrados por Micah, no elegidos por ningún proceso
democrático. Había consejos dentro de los consejos, diseñados para dar a la gente la
ilusión de control, pero el orden principal de las cosas era simple: el Gobernador
gobernaba y los Jefes de la Ciudad dirigían sus propios distritos debajo de él. Más
allá de eso, la Legión 33ra respondía solo al Gobernador, mientras que el Aux
obedecía a los Líderes de la Ciudad, divididos en unidades basadas en distritos y
especies. Se hacía más oscuro a partir de ahí. Los lobos afirmaban que la manada de
los cambiaformas eran los comandantes de la Auxiliado, pero los Fae insistían en
que esta distinción les pertenecía a ellos. Hacía difícil dividir, reclamar,
responsabilidades.
Ruhn había estado dirigiendo la división Fae del Aux durante quince años. Su
padre había dado la orden y él había obedecido. Tenía pocas opciones. Es bueno que
haya entrenado toda su vida para ser un asesino letal y eficiente.
No es que le trajera ninguna alegría en particular.
—Algo de mierda importante se está viniendo abajo —dijo Ruhn, deteniéndose
al otro lado de la mesa—. Acabo de recibir una visita de Isaiah Tiberian. Maximus
Tertian fue asesinado anoche, exactamente de la misma manera que Danika y su
manada fueron asesinados.
Su padre ajustó un dial en el dispositivo del prisma.
—Recibí el informe más temprano esta mañana. Parece que Philip Briggs no es
el asesino.
Ruhn se puso rígido.
—¿Cuándo me lo ibas a decir?
Su padre levantó la vista del dispositivo del prisma.
—¿Estoy en deuda contigo, Príncipe?
El bastardo ciertamente no lo estaba, dejando a un lado su título. Aunque
estaban cerca en profundidad de poder, el hecho era que Ruhn, a pesar de su
condición de Nacido de la Estrella y en posesión de la espada Estrellada, siempre
tendría un poco menos que su padre. Nunca había decidido, después de haber
pasado por su Ordeal y haber hecho el Descenso hace cincuenta años, si era un alivio
o una maldición haber quedado corto en el ranking de poder. Por un lado, si hubiera
superado a su padre, el campo de juego se hubiera inclinado a su favor. Por otro lado,
lo habría establecido firmemente como un rival.
Habiendo visto lo que su padre les hacía a sus rivales, era mejor no estar en esa
lista.
—Esta información es vital. Ya hice una llamada a Flynn y Declan para
amplificar las patrullas en CiRo. Tendremos todas las calles vigiladas.
—Entonces no parece que necesitaba que te dijera, ¿verdad?
Su padre tenía casi quinientos años, había usado la corona de oro del Rey de
Otoño durante la mayor parte de ese tiempo, y había sido un imbécil durante todo
este. Y todavía no mostraba signos de envejecimiento, no como lo hacían los Fae, con
su gradual desaparición en la muerte, como una camisa lavada demasiadas veces.
Entonces serían otros pocos siglos de esto. Interpretar al príncipe. Tener que
tocar una puerta y esperar el permiso para entrar. Tener que arrodillarse y
obedecer.
Ruhn era uno de más o menos una docena de Príncipes Fae en todo el planeta
Midgard, y había conocido a la mayoría de los demás a lo largo de las décadas. Pero
resalta como el único Nacido de la Estrella entre ellos. Entre todos los Fae.
Al igual que Ruhn, los otros príncipes servían a reyes orgullosos y vanos en
varios territorios como Jefes de distritos de la ciudad o franjas de desierto. Algunos
de ellos habían estado esperando sus tronos durante siglos, contando cada década
como si fueran solo meses.
Le disgustaba. Siempre lo había hecho. Junto con el hecho de que todo lo que
tenía estaba financiado por el bastardo que tenía delante: la oficina sobre el bar de
mala muerte, la villa en Cinco Rosas adornada con antigüedades invaluables que su
padre le había regalado al ganar la espada Estrellada durante su prueba. Ruhn nunca
se quedaba en la villa, sino que decidió vivir en una casa que compartía con sus dos
mejores amigos cerca de la Plaza Antigua.
También comprada con el dinero de su padre.
Oficialmente, el dinero provenía del “salario” que Ruhn recibía por encabezar
las patrullas auxiliares de los Fae. Pero la firma de su padre autorizaba ese cheque
semanal.
El Rey de Otoño levantó el dispositivo del prisma.
—¿El Comandante de la 33ra dijo algo notable?
La reunión estuvo a un paso de un desastre.
Primero, Tiberian lo había interrogado sobre el paradero de Bryce la noche
anterior, hasta que Ruhn estuvo a un respiro de darle una paliza al ángel,
comandante de la 33ra o no. Entonces Tiberian tuvo las bolas para preguntar sobre
el paradero de Ruhn.
Ruhn se abstuvo de informar al comandante que golpear a Maximus Tertian por
agarrar la mano de Bryce había sido tentador.
Ella le habría mordido la cabeza por eso. Y había sido capaz de manejarlo por su
cuenta, ahorrándole a Ruhn la pesadilla política de desencadenar una pelea de
sangre entre sus dos Casas. No solo entre Cielo y Aliento, y Sombra y Llama, sino
entre los Danaan y los Tertian. Y así todos los Fae y vampiros que viven en Valbara
y Pangera. Los Fae no jodían con sus peleas de sangre. Tampoco los vampiros.
—No —dijo Ruhn—. Aunque Maximus Tertian murió unas horas después de
tener una reunión de negocios con Bryce.
Su padre dejó el prisma con los labios curvados.
—Te dije que le advirtieras a esa chica que se quedara callada.
Esa chica. Bryce siempre fue esa chica, o la chica, para su padre. Ruhn no había
escuchado al hombre decir su nombre en doce años. No desde su primera y última
visita a esta villa.
Todo había cambiado después de esa visita. Bryce había venido aquí por
primera vez, una niña de 13 años que estaba lista para finalmente conocer a su padre
y su gente. Para conocer a Ruhn, que había estado intrigado ante la perspectiva de
descubrir que tenía una medio hermana después de más de sesenta años de ser hijo
único.
El Rey de Otoño había insistido en que la visita fuera discreta, sin decir lo obvio:
hasta que la Oráculo susurre tu futuro. Lo que ocurrió fue un desastre no mitigado
no solo para Bryce, sino también para Ruhn. Todavía le dolía el pecho cuando la
recordaba salir de la villa con lágrimas de rabia, negándose a mirar por encima del
hombro ni una sola vez. El trato que le dio su padre a Bryce había abierto los ojos de
Ruhn a la verdadera naturaleza del Rey de Otoño… y el frío macho Fae ante él nunca
había olvidado eso.
Ruhn había visitado a Bryce con frecuencia en casa de sus padres durante los
siguientes tres años. Ella había sido un punto brillante, el punto más brillante, si él
quería ser honesto. Hasta esa pelea estúpida y vergonzosa entre ellos que había
dejado las cosas en tal confusión que Bryce todavía odiaba sus entrañas. No la
culpaba, no con las palabras que había dicho, de las que se había arrepentido de
inmediato tan pronto como salieron de él.
Ahora, Ruhn dijo:
—La reunión de Bryce con Maximus precedió a mi advertencia de comportarse.
Llegué justo cuando ella estaba terminando. —Cuando recibió la llamada de Riso
Sergatto, la voz risueña del cambiaformas de mariposa inusualmente grave, corrió
hacia el Cuervo Blanco, sin darse tiempo para pensarlo dos veces—. Soy su coartada,
según Tiberian, le dije que la acompañé a su casa y me quedé allí hasta mucho
después de la muerte de Tertian.
El rostro de su padre no reveló nada.
—Y, sin embargo, todavía no parece muy halagador que la chica estuviera en el
club ambas noches e interactuara con las víctimas horas antes.
—Bryce no tuvo nada que ver con los asesinatos. A pesar de la mierda de la
coartada, el Gobernador también debe creerlo, porque el Tiberian juró que Bryce
está siendo custodiada por la 33ra —dijo Ruhn con firmeza.
Podría haber sido admirable que se hubieran molestado en hacerlo, si todos los
ángeles no fueran sido imbéciles arrogantes. Afortunadamente, el más arrogante de
esos imbéciles no fue quien le hizo a Ruhn esa visita en particular.
—Esa chica siempre ha poseído un talento espectacular para estar donde no
debería.
Ruhn controló la ira que lo golpeó, su magia de sombra buscaba ocultarlo,
protegerlo de ser visto. Otra razón por la que su padre lo resentía: más allá de sus
regalos de Nacido de la Estrella, la mayor parte de su magia se inclinaba hacia los
parientes de su madre: los Fae que gobernaban Avallen, la isla envuelta en niebla en
el norte. El sagrado corazón de Faedom. Su padre habría quemado a Avallen hasta
las cenizas si hubiera podido. Que Ruhn no poseyera las llamas de su padre, las
llamas de la mayoría de los Fae de Valbara, que en cambio poseía habilidades de
Avallen, más de lo que Ruhn había demostrado alguna vez, para convocar y caminar
a través de las sombras, había sido un insulto imperdonable.
El silencio se extendió entre padre e hijo, interrumpido solo por el tictac del
metal en el otro extremo de la habitación mientras los planetas avanzaban alrededor
de su órbita.
Su padre levantó el prisma y lo sostuvo frente a las luces que parpadeaban en
una de las tres arañas de cristal.
—Tiberian dijo que el Gobernador quiere que estos asesinatos se mantengan en
silencio, pero me gustaría tu permiso para advertir a mi madre —dijo Ruhn
tensamente. Cada palabra irritándolo. Me gustaría tu permiso.
Su padre agitó una mano.
—Permiso concedido. Ella obedecerá la advertencia.
Así como la madre de Ruhn había obedecido a todos toda su vida.
Ella escucharía y mantendría un bajo perfil, y sin duda aceptaría con gusto los
guardias adicionales enviados a su villa, a una cuadra de la de él, hasta que se
resolviera esta mierda. Tal vez incluso se quedaría con ella esta noche.
Ella no era reina, ni siquiera era una consorte o compañera. No, su dulce y
amable madre había sido seleccionada para un propósito: reproducción. El Rey de
Otoño había decidido, después de algunos siglos de gobierno, que quería un
heredero. Como hija de una prominente casa noble que había desertado de la corte
de Avallen, había cumplido con su deber con gusto, agradecida por el eterno
privilegio que ofrecía. En los setenta y cinco años de vida de Ruhn, nunca la había
escuchado decir una sola palabra negativa sobre su padre. Sobre la vida a la que la
habían reclutado.
Incluso cuando Ember y su padre tuvieron su relación secreta y desastrosa, su
madre no había estado celosa. Hubo muchas otras mujeres antes y después de ella.
Sin embargo, ninguna había sido elegida formalmente, no como ella, para continuar
el linaje real. Y cuando Bryce llegó, las pocas veces que su madre la había conocido,
ella había sido amable. Adorable, incluso.
Ruhn no podía decir si admiraba a su madre por nunca haber cuestionado la
jaula dorada en la que vivía. Si algo estaba mal con él por resentir esa vida.
Puede que nunca entendiera a su madre, pero eso no detuvo el feroz orgullo que
tenía por su línea de sangre, que su caminar en las sombras lo separaba del imbécil
frente a él, un recordatorio constante y bienvenido de que no tenía que convertirse
en un cerdo dominante. Incluso si la mayoría de los parientes de su madre en Avallen
no eran mejores. Sus primos especialmente.
—Quizás deberías llamarla —dijo Ruhn—. Darle la advertencia tú mismo.
Agradecería tu preocupación.
—Estoy comprometido —dijo su padre con calma. Siempre había sorprendido
a Ruhn: lo frío que era su padre, cuando esas llamas ardían en sus venas—. Puedes
informarla tú. Y abstente de decirme cómo manejar mi relación con tu madre.
—No tienen una relación. La tomaste para procrear como una yegua y la
enviaste a pastar.
Ceniza chisporroteó en la habitación.
—Te has beneficiado bastante de eso, Nacido de la Estrella.
Ruhn no se atrevió a pronunciar las palabras que intentaron brotar de su boca.
A pesar de que mi estúpido jodido título te trajo más influencia en el imperio y entre
tus compañeros reyes, todavía te irrita, ¿no? Que tu hijo, no tú, recuperara la espada
Estrellada de la Cueva de los Príncipes en el oscuro corazón de Avallen. Que tu hijo, no
tú, se encontrara entre los príncipes Nacidos de la Estrella muertos hace mucho
tiempo, dormidos en sus sarcófagos y se considerara digno de sacar la espada de su
vaina. ¿Cuántas veces intentaste sacar la espada cuando eras joven? ¿Cuánta
investigación hiciste en este mismo estudio para encontrar formas de hacerlo sin ser
elegido?
Su padre curvó un dedo hacia él.
—Necesito tu don.
—¿Por qué? —Sus habilidades de Nacido de la Estrella eran poco más que un
destello de luz de estrellas en su palma. Sus talentos para las sombras eran el regalo
más interesante. Incluso los monitores de temperatura en las cámaras de alta
tecnología en esta ciudad no podían detectarlo cuando caminaba en las sombras.
Su padre levantó el prisma.
—Dirige un haz de tu luz a través de esto. —Sin esperar una respuesta, su padre
volvió a mirar el artilugio de metal que tenía sobre el prisma.
Por lo general, a Ruhn le tomaba una buena cantidad de concentración evocar
su luz de estrellas, y generalmente le dejaba un dolor de cabeza durante horas
después, pero… estaba lo suficientemente intrigado como para intentarlo.
Poniendo su dedo índice sobre el cristal del prisma, Ruhn cerró los ojos y se
concentró en su respiración. Dejó que el chasquido metálico del planetario lo guiara
hacia abajo, abajo, hacia el agujero negro dentro de sí mismo, más allá del agitado
pozo de sus sombras, hacia el pequeño hueco debajo de ellos. Allí, acurrucado sobre
sí mismo como una criatura hibernando, yacía la única semilla de luz iridiscente.
La acunó suavemente con una palma mental, agitándola despierta mientras la
levantaba con cuidado, como si llevara agua en las manos. A través de él, el poder
brillaba con anticipación, cálido y encantador, y casi era la única parte de sí mismo
que le gustaba. Ruhn abrió los ojos para encontrar la luz de las estrellas bailando a
su alcance, refractándose a través del prisma.
Su padre ajustó unos pocos discos en el dispositivo, tomando notas con la otra
mano.
La semilla de la luz de las estrellas se volvió resbaladiza y se desintegró en el
aire a su alrededor.
—Solo otro momento —ordenó el rey.
Ruhn apretó los dientes, como si de alguna manera evitara que la luz de las
estrellas se disolviera.
Otro clic en el dispositivo y otra nota anotada con una letra antigua y rígida. El
Antiguo Idioma Fae; su padre grabó todo en el idioma medio olvidado que su gente
había usado cuando llegaron a Midgard por la Grieta del Norte.
La luz de las estrellas tembló, brilló y se desvaneció en la nada. El Rey de Otoño
gruñó molesto, pero Ruhn apenas lo escuchó sobre su cabeza palpitante.
Él se había dominado lo suficiente como para prestar atención cuando su padre
terminó sus notas.
—¿Qué estás haciendo con esa cosa?
—Estudiar cómo se mueve la luz por el mundo. Cómo se puede moldear.
—¿No tenemos científicos en la UCC haciendo esta mierda?
—Sus intereses no son los mismos que los míos. —Su padre lo inspeccionó. Y
luego dijo, sin un indicio de advertencia—: Es hora de considerar mujeres para un
matrimonio apropiado.
Ruhn parpadeó.
—¿Para ti?
—No te hagas el tonto. —Su padre cerró su cuaderno y luego se recostó en su
silla—. Le debes a nuestra línea de sangre producir un heredero y expandir nuestras
alianzas. La Oráculo decretó que serías un rey justo y bondadoso. Este es el primer
paso en esa dirección.
Todos los Fae, hombres y mujeres, hacen una visita a la Oráculo de la ciudad a
la edad de trece años como uno de los dos Grandes Ritos para entrar en la edad
adulta: primero la Oráculo y luego el Ordeal, unos años o décadas después.
El estómago de Ruhn se revolvió al recordar ese primer Rito, mucho peor que
su terrible Ordeal en muchos sentidos.
—No me voy a casar.
—El matrimonio es un contrato político. Produce un heredero, luego vuelve a
follar a quien quieras.
Ruhn gruñó.
—No me voy a casar. Ciertamente no en un matrimonio arreglado.
—Harás lo que te dicen.
—Tú no estás jodidamente casado.
—No necesitábamos la alianza.
—¿Pero ahora sí?
—Hay una guerra en el extranjero, por si no lo sabías. Empeora cada día, y
puede muy bien extenderse hasta aquí. No planeo ingresar sin seguro.
Con su pulso martilleando, Ruhn miró a su padre. Él estaba completamente
serio.
—¿Planeas hacerme casar para que tengamos aliados sólidos en la guerra? ¿No
somos aliados de los Asteri? —Ruhn se las arregló para decir
—Lo somos. Pero la guerra es algo que puede percibirse. Las clasificaciones de
poder se pueden reorganizar fácilmente. Debemos demostrar cuán vitales e
influyentes somos.
Ruhn consideró las palabras.
—Estás hablando de un matrimonio con alguien que no sea Fae. —Su padre
tenía que estar preocupado, para incluso considerar algo tan raro.
—La reina Hecuba murió el mes pasado. Su hija, Hypaxia, ha sido coronada
como la nueva reina bruja de Valbara.
Ruhn había visto las noticias. Hypaxia Enador era joven, no más de veintiséis.
No existían fotos de ella, ya que su madre la había mantenido enclaustrada en su
fortaleza de la montaña.
Su padre continuó:
»Su reinado será reconocido oficialmente por los Asteri en la Cumbre el
próximo mes. La ataré a los Fae poco después de eso.
—Te estas olvidando de que Hypaxia tendrá algo que decir de esto. Ella bien
podría reírse de ti.
—Mis espías me dicen que prestará atención a la antigua amistad de su madre
con nosotros, y que estará lo suficientemente precavida como una nueva gobernante
para aceptar la mano amiga que ofrecemos.
Ruhn tenía la clara sensación de ser conducido a una trampa, el Rey de Otoño lo
acercaba aún más al corazón.
—No me voy a casar con ella.
—Eres el Príncipe Heredero de los Fae de Valbara. No tienes elección. —El frío
rostro de su padre se parecía tanto al de Bryce que Ruhn se giró, incapaz de
soportarlo. Era un milagro que nadie hubiera descubierto aún su secreto—. El
Cuerno de Luna sigue en perdido.
Ruhn se volvió hacia su padre.
—¿Y? ¿Qué tiene que ver el uno con el otro?
—Quiero que lo encuentres.
Ruhn miró los cuadernos, el prisma.
—Desapareció hace dos años.
—Y ahora tengo interés en localizarlo. El Cuerno perteneció primero a los Fae.
El interés público en recuperarlo ha disminuido; ahora es el momento adecuado
para lograrlo.
Su padre golpeteó un dedo en la mesa. Algo lo había irritado. Ruhn consideró lo
que había visto en el horario de su padre esta mañana cuando había hecho su
escaneo superficial como comandante de los Fae en el Auxiliado. Reuniones con la
nobleza Fae, una sesión de ejercicios con su guardia privada, y…
—Supongo que la reunión con Micah fue bien esta mañana.
El silencio de su padre confirmó sus sospechas. El Rey de Otoño lo inmovilizó
con sus ojos color ámbar, sopesando la postura de Ruhn, su expresión, todo. Ruhn
sabía que siempre se quedaba corto, pero su padre dijo:
—Micah deseaba discutir puntualmente las defensas de nuestra ciudad en caso
de que el conflicto en el extranjero se extendiera hasta aquí. Dejó en claro que los
Fae… no son como eran antes.
Ruhn se puso rígido.
—Las unidades Fae del Aux están en tan buena forma como los lobos.
—No se trata de nuestra fuerza con las armas, sino de nuestra fuerza como
pueblo. —La voz de su padre goteaba asco—. Los Fae se han desvanecido durante
mucho tiempo: nuestra magia disminuye con cada generación, como vino aguado.
—Frunció el ceño a Ruhn—. El primer Príncipe Nacido de la Estrella podría cegar a
un enemigo con un destello de su luz de estrellas. Tú apenas puedes invocar un brillo
por un instante.
Ruhn apretó la mandíbula.
—El Gobernador presionó tus botones. ¿Y qué?
—Insultó nuestra fuerza. —El cabello de su padre hervía a fuego lento, como si
los mechones se hubieran fundido—. Dijo que renunciamos al Cuerno en primer
lugar, y luego lo dejamos perder hace dos años.
—Fue robado del Templo de Luna. Joder, no lo perdimos nosotros. —Ruhn
apenas sabía algo sobre el objeto, ni siquiera le había importado cuando desapareció
hace dos años.
—Dejamos que un artefacto sagrado de nuestra gente usara como una atracción
turística barata —espetó su padre—. Y quiero que tú lo encuentres de nuevo. —Para
que su padre pudiera restregarlo en la cara de Micah.
Macho insignificante y frágil. Eso es todo lo que era su padre.
—El Cuerno no tiene poder —le recordó Ruhn.
—Es un símbolo, y los símbolos siempre ejercerán su propio poder. —El cabello
de su padre ardió más brillante.
Ruhn reprimió su impulso de encogerse, su cuerpo se tensó con el recuerdo de
cómo la mano ardiente del rey se había sentido envuelta alrededor de su brazo,
sofocando su carne. Ninguna sombra había sido capaz de esconderlo.
—Encuentra el cuerno, Ruhn. Si la guerra llega a estas costas, nuestro pueblo lo
necesitará en más de un sentido.
Los ojos ambarinos de su padre ardieron. Había más cosas que el hombre no le
estaba diciendo.
A Ruhn se le ocurrió otra cosa que podría causar tanta molestia: Micah
nuevamente sugirió que Ruhn reemplazara a su padre como Jefe de la Ciudad en
CiRo. Los susurros se habían arremolinado durante años, y Ruhn no tenía dudas de
que el Arcángel era lo suficientemente inteligente como para saber cuánto enojaría
al Rey de Otoño. Con la Cumbre acercándose, Micah sabía que enojar al Rey Fae con
una referencia a su poder desvaneciéndose era una buena manera de asegurarse de
que el Aux de los Fae estuviera listo antes que él, independientemente de cualquier
guerra.
Ruhn se guardó esa información.
—¿Por qué no buscas tú el cuerno?
Su padre soltó el aliento a través de su nariz larga y delgada, y el fuego en él se
convirtió en brasas. El rey asintió hacia la mano de Ruhn, donde había estado la luz
de estrellas.
—He estado buscando. Durante dos años. —Ruhn parpadeó, pero su padre
continuó—: El Cuerno fue originalmente la posesión de Pelias, el primer Príncipe
Nacido de la Estrella. Tal vez los iguales se llamen, simplemente investigarlo podría
revelarte cosas que estaban ocultas a los demás.
Ruhn apenas se molestaba en leer estos días más allá de las noticias y los
informes del Aux. La posibilidad de estudiar detenidamente tomos antiguos por si
algo se resaltaba para él mientras un asesino estaba libre…
—Tendremos muchos problemas con el gobernador si tomamos el Cuerno para
nosotros.
—Entonces mantenlo en silencio, Príncipe. —Su padre volvió a abrir su
cuaderno. Conversación terminada.
Sí, esto no era más que caricias políticas al ego. Micah se había burlado de su
padre, había insultado su fuerza, y ahora su padre le mostraría exactamente dónde
estaban los Fae.
Ruhn apretó los dientes. Necesitaba un trago. Una jodida bebida fuerte.
Su cabeza se revolvió mientras se dirigía hacia la puerta, el dolor de invocar la
luz de estrellas se agitaba con cada palabra lanzada a él.
Te dije que le advirtieras a esa chica que se quedara callada.
Encuentra el cuerno.
Los iguales se llaman.
Un matrimonio apropiado.
Produce un heredero.
Se lo debes a nuestro linaje.
Ruhn cerró la puerta detrás de él. Solo cuando había llegado a la mitad del
pasillo se rio, un sonido duro y áspero. Al menos el imbécil aún no sabía que había
mentido sobre lo que la Oráculo le había dicho todas esas décadas.
Con cada paso para salir de la villa de su padre, Ruhn podía escuchar una vez
más el susurro sobrenatural de la Oráculo, leyendo el humo mientras él temblaba en
su cámara de mármol:
El linaje real terminará contigo, Príncipe.
15
Traducido por Lia S
Corregido por Lieve
La raíz de risas que Ruhn había fumado hace diez minutos con Flynn tal vez era
más potente de lo que su amigo había dicho.
Acostado en su cama, con los auriculares especialmente hechos para los Fae
sobre las orejas puntiagudas, Ruhn cerró los ojos y dejó que los bajos y el
sintetizador de la música lo enviaran a la deriva.
Su pie golpeteaba el suelo a tiempo con el ritmo, los dedos que había
entrelazado sobre su estómago tamborileaban haciendo eco de cada nota alta. Cada
respiración lo alejaba más de la conciencia, como si su mente hubiera sido aventada
a unos pocos metros de donde normalmente descansaba como un capitán al timón
de un barco.
La relajación lo derritió, huesos y sangre transformándose en oro líquido. Cada
nota navegaba través de él. Cada palabra estresante y aguda se fue de él, se
deslizaron de la cama como una serpiente.
Ignoró esos sentimientos mientras se alejaban. Sabía muy bien las caladas de
raíz de risas de Flynn que había tomado fueron gracias a las horas que había pasado
meditando sobre las órdenes de mierda de su padre.
Su padre se podía ir a Hel.
La raíz de risas envolvió sus suaves y dulces brazos alrededor de su mente y lo
arrastró a una brillante piscina.
Ruhn se dejó ahogar en ella, demasiado desorientado para hacer otra cosa que
dejar que la música lo cubriera, su cuerpo se hundió en el colchón, hasta que se
encontró cayendo entre sombras y luz de estrellas. Las notas de la canción flotaban
alto, hilos dorados que brillaban con el sonido. ¿Seguía moviendo su cuerpo? Sus
párpados eran demasiado pesados para levantarlos y comprobarlo.
Un aroma a lila y nuez moscada llenó la habitación. Hembra, Fae…
Si una de las mujeres fiesteras en la planta baja se había metido a su habitación,
pensando que iba a tener una agradable y sudorosa revolcada con un Príncipe Fae,
estaría muy decepcionada. No estaba en estado para follar en este momento. Por lo
menos no una follada que valiera la pena.
Sus párpados eran tan increíblemente pesados. Debería abrirlos. ¿Dónde Hel
estaban el control de su cuerpo? Incluso sus sombras se habían alejado, demasiado
lejos para convocarlas.
El olor se hizo más fuerte. Él conocía ese olor. Lo conocía tan bien…
Ruhn se levantó bruscamente, con los ojos abiertos para encontrar a su
hermana de pie a los pies de su cama.
La boca de Bryce se movía, ojos color whiskey llenos de diversión seca, pero no
podía escuchar una palabra, ni una sola palabra…
Oh. Cierto. Los auriculares. Música estridente.
Parpadeando furiosamente, apretando los dientes contra la droga tratando de
arrastrarlo hacia abajo, abajo, abajo, Ruhn se quitó los auriculares y puso pausa en
su teléfono.
—¿Qué?
Bryce se apoyó contra el tocador de madera astillada. Al menos usaba ropa
normal por una vez. Incluso si los jeans estaban pintados y el suéter color crema
dejaba poco a la imaginación.
—Dije que te volarás los tímpanos escuchando música tan fuerte.
La cabeza de Ruhn giró cuando la miró, entrecerrando los ojos, parpadeando
ante el halo de luz de estrellas que bailaba alrededor de su cabeza, a sus pies.
Parpadeó nuevamente, empujando más allá las auras que nublaban su visión, y se
habían ido. Otro parpadeo, y ella seguía allí.
Bryce resopló.
—No estás alucinando. Estoy parada aquí.
Su boca estaba a mil kilómetros de distancia, pero se las arregló para preguntar:
—¿Quién te dejó entrar? —Declan y Flynn estaban abajo, junto con media
docena de sus mejores guerreros Fae. Algunos de ellos eran personas que no quería
a un metro de su hermana.
Bryce ignoró su pregunta, frunciendo el ceño hacia la esquina de su habitación.
Hacia la pila de ropa sucia y la espada Estrellada que había arrojado encima. La
espada también brillaba con luz de estrellas. Podría haber jurado que la maldita cosa
estaba cantando. Ruhn sacudió la cabeza, como si se hubiera aclarado las orejas, y
Bryce dijo:
—Necesito hablar contigo.
La última vez que Bryce había estado en esta habitación, ella tenía dieciséis años
y él había pasado horas antes limpiándola, y toda la casa. Cada bong y botella de
licor, cada par de ropa interior femenina que nunca había sido devuelta a su dueña,
cada rastro y aroma de sexo y drogas y toda la estúpida mierda que hizo aquí habían
sido ocultos.
Y ella se había parado justo allí, durante esa última visita. Se quedó allí mientras
se gritaban el uno al otro.
Entonces y ahora borrosa, la forma de Bryce se encogió y expandió, su rostro
adulto se mezcló con la suavidad adolescente, la luz de sus ojos ambarinos se calentó
y se enfrió, su visión recorrió la escena brillando con luz de estrellas, luz de estrellas,
luz de estrellas.
—Jodido Hel —murmuró Bryce, y se giró hacia la puerta—. Eres patético.
Se las arregló para decir.
—¿A dónde vas?
—A conseguirte agua. —Abrió la puerta de golpe—. No puedo hablar contigo
así.
Entonces se le ocurrió que esto tenía que ser importante si ella no solo estaba
ahí, sino también estaba ansiosa por hacer que se concentrara. Y que todavía podría
haber una posibilidad de que estuviera alucinando, pero no iba a dejar que ella se
aventurara en el laberinto del pecado sin compañía.
Con las piernas que sentía larguísimas y pies que pesaban una tonelada, se
tambaleó tras ella. El oscuro pasillo ocultaba la mayoría de las diversas manchas en
la pintura blanca, todo gracias a las diversas fiestas que él y sus amigos habían hecho
en cincuenta años de vivir juntos. Bueno, habían tenido esta casa durante veinte
años, y solo se habían mudado porque su primera casa literalmente había
comenzado a desmoronarse. Esta podría no durar otros dos años, si era honesto.
Bryce estaba a mitad de camino hacia la gran escalera curva, las luces de la
araña de cristal rebotaban en su cabello rojo con ese halo brillante. ¿Cómo no había
notado que el candelabro estaba torcido? Debe ser de cuando Declan había saltado
de la barandilla de la escalera, balanceándose y bebiendo de su botella de whiskey.
Se había caído un momento después, demasiado borracho para aguantar.
Si el Rey de Otoño supiera la mierda que hacían en esta casa, no habría forma
de que él o cualquier otro Jefe de la Ciudad les permitiera liderar la división Fae del
Aux. De ninguna manera Micah lo elegiría para tomar el lugar de su padre en el
consejo.
Pero emborracharse y divertirse era solo para las noches libres. Nunca cuando
estaba de servicio o de guardia.
Bryce golpeó el suelo de roble desgastado del primer nivel, rodeando la mesa
de cerveza-pong que ocupaba la mayor parte del vestíbulo. Unos cuantos vasos
cubrían la superficie manchada de madera, pintada por Flynn con lo que todos
habían considerado un arte de clase alta: una enorme cabeza de macho Fae
devorando un ángel, solo las alas deshilachadas eran visibles a través de los dientes
cerrados. Parecían ondular con el movimiento cuando Ruhn bajó las escaleras.
Podría haber jurado que la pintura le guiñó un ojo.
Sí, agua. Necesitaba agua.
Bryce avanzó a través de la sala de estar, donde la música sonaba tan fuerte que
hizo que los dientes de Ruhn resonaran en su cráneo.
Entró a tiempo para ver a Bryce pasar junto a la mesa de billar en la parte
trasera del largo y cavernoso espacio. Unos pocos guerreros del Aux la rodeaban,
hembras con ellos, inmersos en un juego.
Tristan Flynn, hijo de Lord Hawthorne, presidía desde un sillón cercano, una
hermosa dríada en su regazo. La luz en sus ojos marrones reflejaba los de Ruhn.
Flynn le dio a Bryce una sonrisa torcida mientras se acercaba.
Todo lo que usualmente tomaba era una mirada y las hembras se arrastrarían
al regazo de Tristan Flynn como la ninfa de árbol, o, si la mirada era más que
fulminante, cualquier enemigo saldría disparado de ahí.
Encantador como el Hel y letal como la mierda. Debería haber sido el lema de la
familia Flynn.
Bryce no se detuvo cuando pasó junto a él, imperturbable por su clásica belleza
Fae y sus considerables músculos, pero le preguntó por encima del hombro:
—¿Qué mierda le diste?
Flynn se inclinó hacia delante, liberando su corto cabello castaño de los dedos
de la dríada.
—¿Cómo sabes que fui yo?
Bryce caminó hacia la cocina al fondo de la habitación, accesible a través de un
arco.
—Porque también te ves igual de drogado.
Declan habló desde el sofá seccional en el otro extremo de la sala de estar, con
una computadora portátil en la rodilla y un muy interesado macho draki medio
tumbado sobre él, pasando los dedos con garras por el cabello rojo oscuro de Dec.
—Hola, Bryce. ¿A qué le debemos el placer?
Bryce señaló con el pulgar a Ruhn.
—Visito al Elegido. ¿Cómo va tu basura tecnológica, Dec?
Declan Emmet generalmente no apreciaba a nadie que menospreciara la
carrera lucrativa que había construido con piratear los sitios web de la República y
luego cobrar cantidades impías de dinero para revelar sus debilidades críticas, pero
sonrió.
—Me mantengo en el mercado.
—Genial —dijo Bryce, continuando hacia la cocina y fuera de la vista. Algunos
de los guerreros del Aux miraron hacia la cocina ahora, con evidente interés en sus
ojos. Flynn gruñó suavemente:
—Ella está fuera de límites, imbéciles.
Eso fue todo. Ni siquiera una pizca de la magia de tierra de Flynn, rara entre los
Fae de Valbara propensos al fuego. Los otros inmediatamente volvieron su atención
al juego de billar. Ruhn lanzó a su amigo una mirada agradecida y siguió a Bryce…
Pero ella ya estaba de vuelta en la puerta, con la botella de agua en la mano.
—Tu refrigerador esta peor que el mío —dijo, empujando la botella hacia él y
entrando de nuevo en la sala de estar. Ruhn sorbió mientras el estéreo soltaba las
notas iniciales de una canción, las gimientes guitarras, y ella inclinó la cabeza,
escuchando, sopesando.
Impulso Fae: sentirse atraído por la música y amarla. Quizás el lado de su
herencia no le importaba tener. La recordaba mostrándole sus rutinas de baile
cuando era una adolescente. Ella siempre se había visto tan increíblemente feliz.
Nunca había tenido la oportunidad de preguntarle por qué se detuvo.
Ruhn suspiró, obligándose a concentrarse y le dijo a Bryce:
—¿Por qué estás aquí?
Se detuvo cerca del pasillo.
—Te lo dije, necesito hablar contigo.
Ruhn mantuvo su expresión en blanco. No podía recordar la última vez que ella
se había molestado en contactarlo.
—¿Por qué tu prima necesitaría una excusa para hablar con nosotros? —
preguntó Flynn, murmurando algo en la delicada oreja de la dríada que la hizo
dirigirse hacia el grupo de sus tres amigos en la mesa de billar, sus caderas estrechas
moviéndose en un recordatorio de lo que se perdería si esperaba demasiado.
—Ella sabe que somos los machos más encantadores de la ciudad —dijo Flynn
arrastrando las palabras
Ninguno de sus amigos supuso la verdad, o al menos ninguno dieron voz a sus
sospechas. Bryce se echó el cabello sobre un hombro cuando Flynn se levantó de su
sillón.
—Tengo mejores cosas que hacer…
—Que pasar el rato con perdedores Fae —terminó Flynn por ella, dirigiéndose
a la barra incorporada contra la pared del fondo—. Sí, sí. Lo has dicho cientos de
veces. Pero mira: aquí estás, con nosotros y en nuestra humilde morada.
A pesar de su comportamiento despreocupado, Flynn algún día heredaría el
título de su padre: Lord Hawthorne. Lo que significaba que durante las últimas
décadas, Flynn había hecho todo lo posible para olvidar ese pequeño hecho, y los
siglos de responsabilidades que conllevaría. Se sirvió un trago y luego otro que le
entregó a Bryce.
—Bebe, pastelito.
Ruhn puso los ojos en blanco. Pero era casi medianoche, y ella estaba en su casa,
en una de las calles más peligrosas de la Plaza Antigua, con un asesino suelto.
—Se te dio la orden de mantener un bajo perfil… —siseó Ruhn.
Agitó una mano, y no tocó el whiskey en la otra.
—Mi escolta imperial está afuera. Asustando a todos, no te preocupes.
Sus dos amigos se quedaron quietos. El macho draki tomó eso como una
invitación para retirarse, uniéndose al juego de billar detrás de ellos mientras
Declan giraba para mirarla.
—¿Quién? —preguntó Ruhn.
—¿Esta casa es realmente apropiada para el Elegido? —preguntó Bryce con una
pequeña sonrisa y girando el whiskey en su vaso.
La boca de Flynn se torció. Ruhn le lanzó una mirada de advertencia,
desafiándolo a que mencionara la mierda de Nacido de la Estrella en este momento.
Fuera de la villa y la corte de su padre, todo lo que había conseguido Ruhn era una
vida de burlas de parte de sus amigos.
—Escuchemos lo que tienes que decir, Bryce. —Lo más probable era que ella
hubiera venido aquí solo para molestarlo.
Sin embargo, ella no respondió de inmediato. No, Bryce trazó un círculo en un
cojín, completamente imperturbable por los tres guerreros Fae que observaban
cada respiro que tomaba. Tristan y Declan habían sido los mejores amigos de Ruhn
desde que podía recordar, y siempre le protegían las espaldas, sin hacer preguntas.
El hecho de que fueran guerreros altamente entrenados y eficientes era irrelevante,
aunque se habían salvado el uno al otro más veces de las que Ruhn podía contar.
Pasar juntos por sus Ordeales solo había consolidado ese vínculo.
El Ordeal en sí variaba según la persona: para algunos, podría ser tan simple
como recuperarse de una enfermedad o un poco de lucha personal. Para otros,
podría ser matar un wyrm o un demonio. Cuanto mayor era el Fae, mayor era la
prueba.
Ruhn había estado aprendiendo a manejar sus sombras con sus odiosos primos
en Avallen, sus dos amigos con él, cuando todos habían pasado por su Ordeal, casi
muriendo en el proceso. Había culminado con la entrada de Ruhn en la Cueva de los
Príncipes envuelta en niebla y emergiendo con la espada Estrellada, y salvándolos a
todos.
Y cuando había hecho el Descenso semanas después, había sido Flynn, recién
salido de su propio Descenso, quien había sido su Ancla.
—¿Qué está pasando? —preguntó Declan, su profunda voz retumbando sobre
la música y la charla.
Por un segundo, la arrogancia de Bryce vaciló. Los miró: su ropa casual, los
lugares donde sabía que sus armas estaban escondidas incluso en su propia casa,
sus botas negras y los cuchillos escondidos dentro de ellas.
Los ojos de Bryce se encontraron con los de Ruhn.
—Sé lo que significa esa mirada —gruñó Flynn—. Significa que no quieres que
escuchemos.
—Síp. —Bryce no apartó los ojos de Ruhn cuando lo dijo.
Declan cerró de golpe su laptop.
—¿Realmente lo harás todo misterioso y esa mierda?
Ella miró entre Declan y Flynn, que habían sido inseparables desde su
nacimiento.
—Ustedes dos idiotas tienen las bocas más grandes de la ciudad.
—Pensé que te gustaba mi boca. —Flynn le guiñó un ojo.
—Sigue soñando, señorito. —Bryce sonrió de lado.
Declan se rio entre dientes, ganándose un codazo de Flynn y el vaso de whiskey
de Bryce.
Ruhn absorbió su agua, haciendo que su cabeza se despejara más.
—Suficiente de esta basura. —Toda esa raíz de risas amenazó con volverse
contra él mientras tiraba de Bryce hacia su habitación nuevamente.
Cuando llegaron, él tomó un lugar junto a la cama.
—¿Y bien?
Bryce se apoyó contra la puerta, la madera salpicada de agujeros de todos los
cuchillos que le había arrojado para practicar sus lanzamientos
despreocupadamente.
—Necesito que me digas si has oído algo sobre lo que ha estado haciendo la
Reina Víbora.
Esto no podía ser bueno.
—¿Por qué?
—Porque necesito hablar con ella.
—¿Estás jodidamente loca?
De nuevo, esa sonrisa molesta.
—Maximus Tertian fue asesinado en su territorio. ¿El Aux recibió alguna
información sobre sus movimientos esa noche?
—¿Tu jefe te puso en esto? —Apestaba a Roga.
—Tal vez. ¿Sabes algo? —Volvió a inclinar la cabeza, esa melena sedosa, la
misma que la de su padre, ondeaba con el movimiento.
—Sí. El asesinato de Tertian fue… igual que el de Danika y el de la manada.
Cualquier rastro de sonrisa desapareció de su rostro.
—Philip Briggs no lo hizo. Me gustaría saber en lo que la Reina Víbora estuvo
involucrada esa noche. Si el Aux tiene algún conocimiento de sus movimientos.
Ruhn sacudió la cabeza.
—¿Por qué estás involucrada en esto?
—Porque me pidieron que lo investigara.
—No jodas con este caso. Dile a tu jefe que no se meta. Esto es un asunto del
Gobernador.
—Y el Gobernador me ordenó que buscara al asesino. Él cree que soy el vínculo
entre ellos.
Excelente. Absolutamente fantástico. Isaiah Tiberian no había mencionado ese
pequeño hecho.
—Hablaste con el Gobernador.
—Solo responde mi pregunta. ¿El Aux sabe algo sobre el paradero de la Reina
Víbora en la noche de la muerte de Tertian?
Ruhn dejó escapar el aliento.
—No. He oído que ella sacó a su gente de las calles. Algo la asustó. Pero eso es
todo lo que sé. E incluso si supiera la coartada de la Reina Víbora, no te la diría.
Mantente alejada de esto. Llamaré al Gobernador para decirle que ya no eres su
investigador personal.
Esa mirada helada, la mirada de su padre, pasó por su rostro. El tipo de mirada
que le decía que había una tormenta salvaje y malvada desatada bajo ese frío
exterior. Y el poder y la emoción tanto para el padre como para la hija no estaban en
la fuerza, sino en el control sobre sí mismos, sobre esos impulsos.
El mundo exterior veía a su hermana como imprudente, sin control, pero sabía
que ella había sido la dueña de su destino desde antes de conocerla. Bryce era solo
una de esas personas que, una vez que ponía la mirada en lo que quería, no dejaban
que nada se interpusiera en su camino. Si ella quería acostarse con todos, lo hacía.
Si quería irse de fiesta durante tres días seguidos, lo hacía. Si quería atrapar al
asesino de Danika…
—Voy a encontrar a la persona detrás de esto —dijo con furia tranquila—. Si
intentas interferir con eso, haré de tu vida un Hel viviente.
—El demonio que usa el asesino es letal. —Había visto las fotos de la escena del
crimen. La idea de que Bryce se había salvado por solo unos minutos, por pura
estupidez borracha, todavía lo perturbaba. Ruhn continuó antes de que ella pudiera
responder—: El Rey de Otoño te dijo que mantuvieras un bajo perfil hasta la Cumbre,
esto es todo lo contrario a eso, Bryce.
—Bueno, ahora es parte de mi trabajo. Jesiba lo firmó. No puedo negarme,
¿verdad?
No. Nadie podía decir que no a esa hechicera.
Ruhn deslizó sus manos en los bolsillos traseros de sus jeans.
—¿Alguna vez te dijo algo sobre el Cuerno de Luna?
Las cejas de Bryce se levantaron ante el cambio de tema, pero teniendo en
cuenta el campo de trabajo de Jesiba Roga, ella sería la que preguntaría.
—Me hizo buscarlo hace dos años —dijo Bryce con cautela—. Pero fue un
callejón sin salida. ¿Por qué?
—No importa. —Miró el pequeño amuleto de oro alrededor del cuello de su
hermana. Al menos Jesiba le había dado protección. Costosa y poderosa protección.
Los amuletos arcanos no eran baratos, no cuando solo había pocos en el mundo. Él
asintió hacia el collar—. No te lo quites.
—¿Todos en esta ciudad piensan que soy tonta? —Bryce puso los ojos en
blanco.
—Lo digo en serio. Más allá de la mierda que tienes de trabajo, si estás buscando
a alguien lo suficientemente fuerte como para convocar a un demonio como ese, no
te quites ese collar. —Al menos podría recordarle que fuera inteligente.
Ella abrió la puerta.
—Si escuchas algo sobre la Reina Víbora, llámame.
Ruhn se puso rígido, su corazón tronando.
—No la provoques.
—Adiós, Ruhn.
Estaba tan desesperado que dijo:
—Iré contigo a…
—Adiós. —Luego bajó las escaleras, despidiéndose de Declan y Flynn de una
manera molesta como la jodida mierda, antes de pavonearse por la puerta principal.
Sus amigos lanzaron miradas curiosas hacia donde estaba Ruhn en el rellano
del segundo piso. El whiskey de Declan todavía estaba en sus labios.
Ruhn contó hasta diez, aunque solo fuera para evitar romper el objeto más
cercano por la mitad, y luego saltó sobre la barandilla, aterrizando tan fuerte que las
tablas de roble rasgadas se estremecieron.
Sintió, más que vio, que sus amigos cayeron en su lugar detrás de él, con las
manos al alcance de sus armas ocultas, las bebidas descartadas mientras leían la
furia en su rostro. Ruhn irrumpió por la puerta principal y salió a la noche.
Justo a tiempo para ver a Bryce pavonearse al otro lado de la calle. Hacia el
malnacido Hunt Athalar.
—Qué verdadero Hel —respiró Declan, deteniéndose junto a Ruhn en el porche.
El Umbra Mortis parecía enojado, con los brazos cruzados y las alas ligeramente
abiertas, pero Bryce pasó a su lado sin siquiera mirarlo. Haciendo que Athalar girara
lentamente, los brazos se aflojaron a sus costados, como si tal cosa nunca hubiera
sucedido en su larga y miserable vida.
Y no era eso suficiente para poner a Ruhn en un estado de ánimo mortal.
Ruhn despejó el porche y el jardín delantero y salió a la calle, extendiendo una
mano hacia el auto que se detuvo con un chirrido. Su mano golpeó el capó, los dedos
curvados. El metal se abolló debajo de ellos.
El conductor, sabiamente, no gritó.
Ruhn caminó entre dos sedanes estacionados, Declan y Flynn muy cerca, justo
cuando Hunt se volvió para ver por qué tanto alboroto.
La comprensión brilló en los ojos de Hunt, rápidamente reemplazada por una
media sonrisa.
—Príncipe.
—¿Qué mierda estás haciendo aquí?
Hunt levantó la barbilla hacia Bryce, que ya desaparecía calle abajo.
—Misión de protección.
—Como un Hel que la estas cuidando. —Isaiah Tiberian tampoco había
mencionado esto.
Un encogimiento de hombros.
—No es mi decisión. —El halo en su frente parecía oscurecerse mientras medía
a Declan y Flynn. La boca de Athalar se torció hacia arriba, los ojos color ónix
brillaron con un desafío tácito.
El creciente poder de Flynn hizo retumbar la tierra debajo del pavimento. La
sonrisa come mierda de Hunt solo se amplió.
—Dile al gobernador que ponga a alguien más en el caso —dijo Ruhn.
La sonrisa de Hunt se agudizó.
—No es una opción. No cuando se necesita mi experiencia.
Ruhn se erizó ante la arrogancia. Claro, Athalar era uno de los mejores
cazadores de demonios, pero mierda, incluso tomaría a Tiberian en este caso por
encima del Umbra Mortis.
Hace un año, el Comandante de la 33ra no había sido lo suficientemente tonto
como para interponerse entre ellos cuando Ruhn se había lanzado a Athalar,
habiendo tenido suficientes comentarios sarcásticos en la fiesta del Equinoccio de
Primavera que Micah hacía cada marzo. Había roto algunas costillas de Athalar, pero
el imbécil recibió un puñetazo que dejó la nariz de Ruhn destrozada y derramando
sangre por los suelos de mármol del salón de baile en el pent-house del Comitium.
Ninguno de los dos se había enojado lo suficiente como para desatar su poder en
medio de una habitación llena de gente, pero los puños habían funcionado bien.
Ruhn calculó cuántos problemas tendría si golpeaba al asesino personal del
Gobernador nuevamente. Tal vez sería suficiente para hacer que Hypaxia Enador se
negara a considerar el casarse con él.
—¿Has descubierto qué tipo de demonio lo hizo? —demandó Ruhn.
—Algo que come pequeños príncipes en el desayuno —canturreó Hunt.
—Pruébame, Athalar. —Ruhn mostró los dientes.
Un rayo bailaba sobre los dedos del ángel.
—Debe ser fácil abrir la boca cuando tu padre te paga todo. —Hunt señaló la
casa blanca—. ¿Él también te la compró?
Las sombras de Ruhn se alzaron para encontrarse con el rayo que ocultaba los
puños de Athalar, dejando a los autos estacionados detrás de él temblando. Había
aprendido de sus primos en Avallen cómo hacer que las sombras se solidificaran,
cómo manejarlas como látigos, escudos y tormento puro. Físico y mental.
Pero mezclar magia y drogas nunca era una buena idea. Puños tendría que ser
suficiente entonces. Y todo lo que necesitaría era un golpe, justo en la cara de
Athalar…
—Este no es el momento ni el lugar —gruñó Declan.
No, no lo era. Incluso Athalar parecía recordar a las personas boquiabiertas, los
teléfonos levantados grabando todo. Y la mujer pelirroja al final de la cuadra. Hunt
sonrió de lado.
—Adiós, imbéciles. —Siguió a Bryce, un rayo deslizándose sobre el pavimento
a su paso.
—No la dejes ir a la Reina Víbora —gruñó Ruhn a la espalda del ángel.
Athalar miró por encima de un hombro, sus alas grises se recogieron. Sus ojos
le dijeron a Ruhn que no había estado al tanto de la agenda de Bryce. Un escalofrío
de satisfacción recorrió a Ruhn. Pero Athalar continuó calle abajo, la gente
presionándose contra los edificios para darle un amplio espacio. La vista del
guerrero permaneció en el cuello expuesto de Bryce.
Flynn sacudió la cabeza como un perro mojado.
—Literalmente no puedo decir si estoy alucinando en este momento.
—Ojalá yo sí lo estuviera —murmuró Ruhn. Tendría que fumar otra montaña
de raíz de risas para relajarse nuevamente, por el Hel. Pero si Hunt Athalar estaba
cuidando a Bryce… había escuchado suficientes rumores para saber qué podía
hacerle Hunt a un oponente. Que él, además de ser un bastardo con gran fuerza, era
implacable, decidido y completamente brutal a la hora de eliminar amenazas.
Hunt tenía que obedecer la orden de protegerla. Sin importar qué.
Ruhn los estudió mientras se alejaban. Bryce aceleraría; Hunt coincidiría con su
ritmo. Ella volvería a bajar la velocidad; él haría lo mismo. Ella lo llevó a la derecha,
derecha, derecha, fuera de la acera y hacia el tráfico que se aproximaba; él logró
evitar por poco un auto que venía y regresó a la acera.
Ruhn estaba medio tentado a seguirlos, solo para ver la batalla de voluntades.
—Necesito un trago —murmuró Declan. Flynn concordó y los dos se dirigieron
hacia la casa, dejando a Ruhn solo en la calle.
¿Podría ser realmente una coincidencia que los asesinatos comenzaran de
nuevo al mismo tiempo que su padre había dado la orden de encontrar un objeto
que había desaparecido una semana antes de la muerte de Danika?
Se sentía… extraño. Como si Urd estuviera susurrando, empujándolos a todos.
Ruhn planeaba averiguar por qué. Comenzando por encontrar ese Cuerno.
17
Traducido por Paola V
Corregido por Lieve
Bryce había logrado empujar a Hunt hacia el tráfico que se aproximaba cuando
él preguntó:
—¿Podrías explicarme por qué he tenido que seguirte como un perro toda la
noche?
Bryce metió la mano en el bolsillo de sus jeans y sacó un trozo de papel. Luego
se lo entregó en silencio a Hunt quien con el sueño fruncido dijo:
—¿Qué es esto?
—Mi lista de sospechosos —dijo ella, dejando que mirara los nombres antes de
arrancarla de sus manos.
—¿Cuándo hiciste esto?
—Anoche. En el sofá —dijo ella dulcemente.
Un músculo en la mandíbula de Hunt se contrajo.
—¿Y me ibas a decir cuándo?
—Después de haber dejado que pasaras un día entero asumiendo que era una
mujer tonta y estúpida, más interesada en arreglarme las uñas que en resolver este
caso.
—Sí te hiciste las uñas.
Ella agitó sus bonitas uñas con degrado en su rostro. El parecía medio inclinado
a morderlas.
—¿Sabes qué más hice anoche? —Su silencio fue encantador—. Investigué un
poco más a Maximus Tertian. Porque a pesar de lo que dice el gobernador, no había
forma de que Danika lo conociera. ¿Y sabes qué? Yo tenía razón. ¿Y sabes cómo sé
que tengo razón?
—Cthona, jodidamente ayúdame —murmuró Hunt.
—Porque busqué su perfil en Spark.
—¿El sitio de citas?
—El sitio de citas. Resulta que incluso los vampiros asquerosos buscan amor,
en el fondo. Y mostraba que estaba en una relación. Lo que aparentemente no hizo
nada para evitar que coqueteara conmigo, pero eso no viene al caso. Entonces
investigué aún más. Y encontré a su novia.
—Mierda.
—¿No hay personas en la 33ra que deberían estar haciendo esta mierda? —
Cuando él se negó a responder, ella sonrió—. Adivina dónde trabaja la novia de
Tertian.
Los ojos de Hunt lanzaban llamas y dijo entre dientes:
—En el salón de manicura de Samson.
—¿Y adivina quién hizo mis uñas y comenzó a conversar sobre la terrible
pérdida de su novio rico?
Se pasó las manos por el cabello, tan incrédulo que ella se echó a reír.
—Detente con las jodidas preguntas y solo dímelo, Quinlan —gruñó él.
Ella examinó sus hermosas uñas nuevas.
—La novia de Tertian no sabía nada sobre quién podría haber querido
asesinarlo. Ella dijo que la 33ra la cuestionó vagamente, pero eso fue todo. Entonces
le dije que yo también había perdido a alguien. —Fue un esfuerzo mantener la voz
firme mientras recuerdos de ese maldito apartamento aparecían—. Ella me
preguntó quién, le dije, y se veía tan sorprendida que le pregunté si Tertian era
amigo de Danika. Ella me dijo que no. Ella dijo que habría sabido si Maximus lo era,
porque Danika era lo suficientemente famosa como para que él se hubiera jactado
de ello. Lo más cercano a Danika que ella o Tertian estuvieron fue a través de dos
rangos de separación, a través de la Reina Víbora. Cuyas uñas hace los domingos.
—¿Danika conocía a la Reina Víbora? —Bryce levantó la lista.
—El trabajo de Danika en el Aux la convirtió en amiga y enemiga de mucha
gente. La Reina Víbora fue una de ellas.
Hunt palideció.
—¿Honestamente crees que la Reina Víbora mató a Danika?
—Tertian fue encontrado muerto en una de sus fronteras. Ruhn dijo que recogió
a su gente anoche. Y nadie sabe qué tipo de poderes tiene. Ella podría haber
convocado a ese demonio.
—Esa es una gran jodida acusación.
—Por eso tenemos que investigarla. Esta es la única pista que tenemos para
continuar.
Hunt sacudió la cabeza.
—Está bien. Puedo aceptar esa posibilidad. Pero tenemos que pasar por los
canales correctos para contactarla. Pueden ser días o semanas antes que se digne a
reunirse con nosotros. Incluso más tiempo, si se entera que vamos a por ella.
Con alguien como la Reina Víbora hasta la ley era flexible.
—No seas tan estricto con las reglas —resopló Bryce.
—Las reglas están para mantenernos vivos. Las seguimos o no la investigamos
en absoluto.
Ella agitó una mano.
—Bien.
Un músculo volvió a marcarse en su mandíbula.
—¿Y qué hay de Ruhn? Tu solo… arrastraste a tu primo a nuestros asuntos.
—Mi primo —dijo con firmeza—, será incapaz de resistir el impulso de
informar a su padre que un miembro de la raza Fae ha sido comandado a realizar
una investigación imperial. Puede que valga la pena saber cómo reacciona y a quién
contacta.
—¿Qué? ¿Crees que el Rey de Otoño podría haber hecho esto?
—No. Pero Ruhn recibió la orden de advertirme que me mantuviera alejada de
problemas la noche del asesinato de Maximus, tal vez el viejo bastardo sabía algo
también. Sugeriría decirle a tu gente que lo vigilen. Mira lo que hace y a dónde nos
lleva.
—Dioses —respiró Hunt, dando zancadas y pasando a los peatones—. ¿Quieres
ponga espías al Rey de Otoño como si no fuera una violación de diez leyes diferentes?
—Micah dijo que hiciera lo que fuera necesario.
—El Rey de Otoño está autorizado para matar a cualquiera que se encuentre
siguiéndolo de esa manera.
—Entonces será mejor que le digas a tus espías que se mantengan ocultos.
Hunt crispó sus alas.
—No juegues juegos. Si sabes algo, dímelo.
—Te iba a contar todo esta mañana cuando salí del salón de manicura. —Se
puso las manos en las caderas—. Pero entraste en modo perra conmigo por ninguna
razón.
—Lo que sea, Quinlan. No lo vuelvas a hacer. Me dices antes de hacer cualquier
movimiento.
—Me estoy aburriendo de que me des órdenes y me prohíbas hacer cosas.
—Lo que sea —dijo él nuevo. Ella puso los ojos en blanco, pero ya habían
alcanzado el edificio. Ninguno de los dos se molestó en decir adiós antes de que Hunt
saltara al cielo, dirigiéndose al techo al otro lado, con un teléfono ya en la oreja.
Bryce subió en ascensor hasta su piso, reflexionando sobre todo en silencio.
Había querido decir lo que le dijo a Hunt: no creía que su padre estuviera detrás de
las muertes de Danika y de la manada. Tenía pocas dudas que hubiera matado a
otros. Y haría cualquier cosa para mantener su corona.
El Rey de Otoño era un título de cortesía en adición a la posición de su padre
como Cabeza de la Ciudad, al igual que para el resto de los siete reyes Fae. Ningún
reino era realmente suyo. Incluso Avallen, la isla verde gobernada por el Rey Ciervo,
se inclina ante la República.
Los Fae habían coexistido con la República desde su fundación, y respondido a
sus leyes, pero últimas, se gobiernan por su cuenta y se les ha dejado conservar sus
antiguos títulos de reyes, príncipes y similares. Aún respetados por todos… y
temidos. No tanto como los ángeles, con sus destructivos y terribles poderes de
tormenta y cielo, pero podrían infligir dolor si lo desearan. Ahogar el aire de tus
pulmones, congelarte o quemarte de adentro hacia afuera.
Solas sabía que Ruhn y sus dos amigos podían crear un Hel si se los provocaba.
Pero ella no estaba buscando crear un Hel esta noche. Estaba buscando
deslizarse en silencio a su equivalente de Midgard.
Precisamente fue por eso que esperó treinta minutos antes de meter un cuchillo
en sus botas de cuero negro hasta los talones, y colocó algo que parecía un gran bulto
en la parte trasera de sus jeans oscuros, escondido debajo de su chaqueta de cuero.
Mantuvo las luces y la televisión encendidas, las cortinas parcialmente cerradas;
justo lo suficiente para bloquear la vista de Hunt de su puerta principal al salir.
Escabulléndose por la escalera trasera de su edificio hacia el pequeño callejón
donde su scooter estaba encadenado, Bryce tomó un profundo y vigorizante respiro
antes de ponerse el casco en su cabeza.
El tráfico no se movía cuando desencadenó su Scooter Firebright 3500 color
marfil de la farola del callejón y lo llevó a los adoquines. Ella esperó a que otras
scooters, bici taxis y motocicletas pasaran rápidamente, luego se lanzó al tráfico, el
mundo se desvaneció a través de la visera de su casco.
Su madre todavía se quejaba del scooter y le rogaba que usara un auto hasta
después de su Descenso, pero Randall siempre había insistido en que Bryce estaría
bien. Por supuesto, ella nunca les habló de los diversos incidentes en este scooter,
pero… su madre tenía una vida mortal. Bryce no necesitaba quitarle más años de lo
necesario.
Bryce recorrió una de las arterias principales de la ciudad, perdiéndose en el
ritmo al pasar entre autos y alrededor de peatones. El mundo era un borrón de luz
dorada y sombras profundas con luces neón brillando arriba, todo acentuado por
estallidos y destellos de magia callejera. Incluso los pequeños puentes que cruzó,
atravesando los innumerables afluentes que llevaban al Istros, estaban llenos de
luces brillantes que bailaban en el tenue flujo de agua abajo.
Muy por encima de la calle principal, un brillo plateado llenaba el cielo
nocturno, iluminando las nubes donde los Malakim festejaban y cenaban. Solo una
llamarada de rojo interrumpía el brillo pálido, cortesía del letrero masivo de
Industrias Redner encima de su rascacielos en el corazón del DCC.
Pocas personas caminaban por las calles del DCC a esta hora, y Bryce se aseguró
de atravesar los callejones que se formaban entre los rascacielos lo más rápido
posible. Supo que había entrado al Mercado de Carne, no por ninguna calle o señal,
sino por el cambio en la oscuridad.
Ninguna luz iluminaba el cielo ni los bajos edificios de ladrillo abarrotados
juntos. Y aquí las sombras se volvieron permanentes, metidas en callejones y debajo
de los autos, los postes de luz hechos añicos y nunca fueron reparados.
Bryce bajó por una calle estrecha donde algunos camiones de entrega abollados
estaban en proceso de descargar cajas de frutas verde con púas y cajas con criaturas
de aspecto crustáceo que parecían demasiado conscientes de su cautiverio y muerte
próxima a través de ollas de agua hirviendo en uno de los establecimientos de
alimentos.
Bryce trató de no encontrarse con sus ojos negros saltones suplicándole a
través de las barras de madera mientras se detenía a unos metros de un anodino
almacén, se quitó el casco y esperó.
Los vendedores y compradores la miraron para identificar si estaba vendiendo
o a la venta. En las madrigueras de abajo, talladas profundamente en el útero de
Midgard, había tres niveles diferentes solo para carne. Principalmente humana;
mayormente viva, aunque ella había oído hablar de algunos lugares que se
especializan en ciertos gustos. Todo fetiche podía ser comprado; ningún tabú era
demasiado repulsivo. Los mestizos eran preciados: podían sanar más rápido y mejor
que los humanos completos. Una inteligente inversión a largo plazo. Y había
ocasionales Vanir que eran esclavizados y atados con tantos encantamientos que no
tenían esperanza de escapar. Solo los más ricos podían permitirse el lujo de pagar
unas horas con ellos.
Bryce verificó la hora en el reloj del tablero de su scooter. Con los brazos
cruzados se apoyó en el asiento de cuero negro.
El Umbra Mortis golpeó suelo, rompiendo los adoquines en un círculo
ondulante.
Los ojos de Hunt prácticamente brillaban cuando dijo, a la vista de aquellos
encogidos de miedo a lo largo de la calle:
—Te voy a matar.
18
Traducido por Freya
Corregido por Lieve
Dejaron el Mercado de Carne de una pieza, gracias a los cinco malditos dioses,
especialmente a la misma Urd. Hunt no estaba del todo seguro de cómo se las
arreglaron para alejarse de la Reina Víbora sin sus tripas llenas de balas
envenenadas, pero… frunció el ceño a la pelirroja que ahora inspeccionaba su
scooter blanco para ver si estaba dañado. Incluso el casco estaba intacto.
—Le creo —dijo Hunt. De ninguna manera en Hel vería el video en esa memoria.
Lo enviaría directamente a Viktoria—. No creo que ella tenga nada que ver con esto.
Quinlan y Roga, sin embargo… todavía no las había tachado de su lista mental.
Bryce le metió el casco en el hueco de su brazo.
—Estoy de acuerdo.
—Así que eso nos lleva de vuelta al punto de partida. —Suprimió el impulso de
caminar, imaginando que su número de muertes aún era de miles.
—No —respondió Bryce—. No lo hace. —Ató la bolsa de sal en el pequeño
compartimento de la parte trasera de su scooter—. Dijo que buscara respuestas
donde más doliera.
—Solo estaba escupiendo alguna mierda para meterse con nosotros.
—Probablemente —dijo Bryce, colocando el casco sobre su cabeza antes de
levantar la visera para revelar esos ojos color ámbar—. Pero tal vez ella sin querer,
tenía razón. Mañana… —Sus ojos se cerraron—. Tengo que pensar un poco mañana.
En la galería, o si no Jesiba tendrá un ataque.
Estaba tan intrigado que dijo:
—¿Crees que tienes una pista?
—Todavía no. Pero sí una dirección general. Es mejor que nada. —Sacudió su
barbilla hacia el compartimento de su scooter.
—¿Para qué es la sal de obsidiana? —Debía tener otro propósito para ello.
Aunque rezara para que no fuera tan tonta como para usarla.
—Sazonar mis hamburguesas —dijo Bryce simplemente.
Bien. Se él se lo buscó.
—¿Cómo pudiste pagar la sal, de todos modos? —Dudaba que tuviera diez de
las grandes en su cuenta bancaria.
Bryce subió la cremallera de su chaqueta de cuero.
—Lo puse en la cuenta de Jesiba. Ella gasta más dinero en productos de belleza
en un mes, así que dudo que se dé cuenta.
Hunt no tenía ni idea de cómo responder a nada de eso, así que apretó los
dientes y la examinó en su vehículo.
—Sabes, un scooter es una cosa jodidamente tonta para conducir antes de hacer
el Descenso.
—Gracias, mamá.
—Deberías tomar el autobús.
Ella solo soltó una risa, y se alejó en la noche.
20
Traducido por Brandy
Corregido por Lieve
Ruhn Danaan se apoyó contra uno de los pilares de mármol del santuario
interior del Templo de Luna y esperó a que llegara su hermana. Los turistas iban y
venían, tomando fotos, ninguno notaba su presencia, gracias al velo de sombras que
había puesto alrededor de sí mismo.
La habitación era grande, su techo era elevado. Tenía que serlo, para acomodar
la estatua en un trono en la parte de atrás.
Con diez metros de altura, Luna estaba en un tallado trono dorado, la diosa
cariñosamente rendida en piedra de luna brillante. Una tiara plateada de luna llena
sostenida por dos medias lunas adornaba su cabello rizado y recogido. A sus pies
con sandalias yacían lobos gemelos, sus ojos sombríos desafiaban a cualquier
peregrino a acercarse. En la parte posterior de su trono, un arco de oro sólido había
sido colgado, su carcaj lleno de flechas plateadas. Los pliegues de su túnica hasta el
muslo cubrían su regazo, ocultando los delgados dedos que descansaban allí.
Tanto los lobos como Fae reclamaron a Luna como su diosa patrona, ellos
habían ido a la guerra hace milenios para decidir quiénes eran sus favoritos. Y
aunque la conexión de los lobos con ella había sido tallada en la estatua con detalles
asombrosos, el toque Fae había estado perdido durante dos años. Tal vez el Rey de
Otoño tenía un punto sobre restaurar la gloria de los Fae. No de la manera arrogante
y burlona en la que pretendía hacerlo su padre, pero… la falta de herencia de los Fae
en la estatua erizó los nervios a Ruhn.
Unos pasos sonaron el patio más allá de las puertas del santuario, seguidos de
susurros emocionados y seguidos del clic de las cámaras.
—El patio en sí está inspirado en el de la Ciudad Eternal. —Decía una voz
femenina cuando un nuevo grupo de turistas ingresaba al templo, siguiendo a su
guía como bebés patos.
Y en la parte trasera del grupo había una cabellera de color rojo vino.
Y un par de alas grises demasiado reconocibles.
Ruhn apretó los dientes, ocultándose en las sombras. Al menos ella había
aparecido.
El grupo de turistas se detuvo en el centro del santuario, la guía habló en voz
alta mientras todos se dispersaban, los flashes de las cámaras se encendían como los
rayos de Athalar en la penumbra.
—Y aquí está, amigos: la estatua de la mismísima Luna. La diosa patrona de
Lunathion fue creada a partir de un solo bloque de mármol tallado en las famosas
Cerámicas de Caliprian por el río Melanthos hacia el norte. Este templo fue lo
primero construirse sobre los cimientos de la ciudad hace quinientos años; la
ubicación de esta ciudad fue seleccionada precisamente por la forma en que el río
Istros se curva a través de la tierra. ¿Alguien puede decirme qué forma tiene el río?
—¡Una media luna! —gritó Alguien, las palabras resonaron en los pilares de
mármol, pasando a través del rizado humo del cuenco de incienso colocado entre los
lobos a los pies de la diosa.
Ruhn vio a Bryce y Hunt escanear el santuario en busca de él, y dejó que las
sombras se dispersaran lo suficiente para que ellos pudieran encontrar su ubicación.
El rostro de Bryce no reveló nada. Athalar solo sonrió.
Jodidamente fantástico.
Con todos los turistas centrados en su guía, nadie notó la inusual pareja
cruzando el espacio. Ruhn mantuvo a raya a las sombras hasta que Bryce y Hunt lo
alcanzaron, y luego hizo que también los cubrieran.
Hunt solo dijo:
—Un buen truco.
Bryce no dijo nada. Ruhn trató de no recordar cuán encantada había estado una
vez cada vez que había demostrado cómo funcionaban sus sombras y luz de
estrellas; ambas mitades de su poder funcionando como uno solo.
—Pedí que vinieras tú. No él —dijo Ruhn.
Bryce entrelazó su brazo con el de Athalar, el retrato que montaban era ridículo:
Bryce con su elegante vestido de trabajo y tacones, el ángel con su traje de batalla
negro.
—Ahora estamos unidos por la cadera, desafortunadamente para ti. Somos los
mejores, mejores amigos.
—Los mejores —repitió Hunt, su sonrisa firme en su lugar.
Que Luna lo matara. Esto no terminaría bien.
Bryce asintió al grupo de turistas que seguía a su líder por el templo.
—Este lugar puede no tener ninguna cámara, pero ellos las tienen.
—Están enfocados en su guía —dijo Ruhn—. Y el ruido que están haciendo
enmascarará cualquier conversación que tengamos. —Las sombras solo podían
ocultarlos de la vista, no del sonido.
A través de finas ondas en las sombras, pudieron distinguir a una joven pareja
que rodeaba la estatua, tan ocupados tomando fotos que no notaron la oscuridad
más densa en la esquina más alejada. Pero Ruhn hizo silencio, y Bryce y Athalar
hicieron lo mismo.
Mientras esperaban que la pareja pasara, la guía continuó:
—Nos sumergiremos más en las maravillas arquitectónicas del interior del
santuario en un minuto, pero dirijamos nuestra atención a la estatua. El carcaj, por
supuesto, es oro real, las flechas hechas de plata pura con puntas de diamante.
Alguien dejó escapar un silbido apreciativo.
»Sí —dijo la guía—. Fueron donados por el Arcángel Micah, que es un
patrocinador e inversor en diversas organizaciones benéficas, fundaciones y
empresas innovadoras. —La guía continuó—: Desafortunadamente, hace dos años,
el tercero de los tesoros de Luna fue robado de este templo. ¿Alguien puede decirme
qué fue?
—El Cuerno —dijo alguien—. Estuvo en todas las noticias.
—Fue un robo terrible. Un artefacto que no se puede reemplazar fácilmente.
La pareja siguió adelante y Ruhn descruzó los brazos.
—Bueno, Danaan. Ve al grano. ¿Por qué le pediste a Bryce que viniera? —dijo
Huny
Ruhn hizo un gesto hacia donde los turistas estaban tomando fotos de la mano
de la diosa. Específicamente, los dedos que ahora se curvaban alrededor del aire,
donde una vez había estado un cuerno de caza de marfil agrietado.
—Porque el Rey de Otoño me encargó encontrar el Cuerno de Luna.
Athalar inclinó la cabeza, pero Bryce resopló.
—¿Es por eso que lo preguntaste anoche?
Fueron interrumpidos nuevamente por la guía turística que dijo, mientras se
movía hacia la parte trasera de la habitación:
—Si me siguen, se nos ha otorgado un permiso especial para ver la habitación
donde se preparan los sacrificios de ciervos para quemarlos en honor a Luna. —A
través de las turbias sombras, Bryce pudo distinguir una pequeña puerta que se
abría en la pared.
Cuando se fueron, Hunt preguntó, entrecerrando los ojos:
—¿Qué es exactamente el Cuerno?
—Un montón de basura de cuentos de hadas —murmuró Bryce—. ¿Realmente
me arrastraste aquí por esto? ¿Para qué… ayudarte a impresionar a tu papi?
Gruñendo, Ruhn sacó su teléfono, asegurándose de que las sombras los
rodearan, y sacó las fotos que había sacado en los archivos Fae anoche.
Pero no las compartió, no antes de decirle a Athalar:
—El cuerno de Luna era un arma empuñada por Pelias, el primer Príncipe
Nacido de la Estrella, durante las Primeras Guerras. Los Fae lo forjaron en su mundo
natal, lo nombraron por la diosa en su nuevo mundo y lo usaron para luchar contra
las hordas de demonios una vez que hicieron el Cruce. Pelias empuñó el Cuerno
hasta que murió. —Ruhn puso una mano sobre su pecho—. Mi antepasado, cuyo
poder fluye por mis venas. No sé cómo funcionó, cómo Pelias lo usó con su magia,
pero el Cuerno se convirtió en una molestia suficiente para los príncipes demonios
que hicieron todo lo posible para recuperarlo de él.
Ruhn extendió su teléfono, la imagen del manuscrito brillaba intensamente en
las espesas sombras. La ilustración del cuerno tallado levantado a los labios de un
macho Fae con casco era tan prístina como lo había sido cuando se entintó hace
milenios. Sobre la figura brillaba una estrella de ocho puntas, el emblema de los
Nacidos por la Estrella.
Bryce se quedó completamente quieta. La quietud de los Fae era como un ciervo
que se detiene en un bosque.
Ruhn continuó:
—El mismo Devorador de Estrellas engendró un nuevo horror solo para cazar
al Cuerno, usando un poco de sangre que logró derramar del Príncipe Pelias en un
campo de batalla y su propia esencia terrible. Una bestia salió de la colisión entre la
luz y la oscuridad. —Ruhn pasó su teléfono y apareció la siguiente ilustración. La
razón por la que la había hecho venir, por la que hecho tomado esta apuesta.
Bryce retrocedió ante el cuerpo grotesco y pálido, con los dientes claros al
descubierto en un rugido.
—Lo reconoces —dijo Ruhn suavemente.
Bryce se sacudió, como para volver a la realidad, y se frotó el muslo
distraídamente.
—Ese es el demonio que encontré atacando al ángel en el callejón esa noche.
Hunt le dirigió una mirada aguda.
—¿El que te atacó también?
Bryce asintió levemente.
—¿Qué es?
—Habita en las profundidades más oscuras del Foso —respondió Ruhn—. Tan
falto de luz que el Devorador de Estrellas lo llamó kristallos, por su sangre y dientes
claros.
—Nunca he oído hablar de ese —dijo Athalar.
Bryce contempló el dibujo.
—En… nunca hubo una mención de un jodido demonio en la investigación que
hice sobre el Cuerno. —Ella se encontró con su mirada—. ¿Nadie juntó esa
información hace dos años?
—Creo que ha tomado dos años juntar todo —dijo Ruhn cuidadosamente—.
Este volumen estaba en lo profundo de los archivos Fae, junto con cosas que no están
permitidas escanear. Ninguna de tus investigaciones lo habría encontrado. Toda la
maldita cosa estaba en el Antiguo Idioma Fae. —Y le había llevado la mayor parte de
la noche traducirlo. Y con la persistente niebla de la raíz de risas no había ayudado.
Bryce frunció el ceño.
—Pero el Cuerno estaba roto, era básicamente inútil, ¿verdad?
—Verdad —dijo Ruhn—. Durante la batalla final de las Primeras Guerras, el
Príncipe Pelias y el Príncipe del Foso se enfrentaron. Los dos lucharon durante tres
jodidos días, hasta que el Devorador de Estrellas dio el golpe fatal. Pero no antes de
que Pelias pudiera reunir todas las fuerzas del Cuerno y desterrar al Príncipe del
Foso, sus hermanos y ejércitos de regreso a Hel. Él selló la Grieta del Norte para
siempre, por lo que solo pequeñas grietas o invocaciones con sal pueden traerlos
ahora.
Athalar frunció el ceño.
—¿Entonces quieres decirme que este artefacto mortal, que el Príncipe del Foso
literalmente produjo una nueva especie de demonio para cazarlo, estaba aquí? ¿En
este templo? ¿Y nadie de este mundo o Hel intentó tomarlo hasta ese apagón? ¿Por
qué?
Bryce se encontró con la mirada incrédula de Hunt.
—El Cuerno se partió en dos cuando Pelias selló la Grieta del Norte. Su poder
estaba roto. Los Fae y los Asteri intentaron durante años renovarlo a través de la
magia y los hechizos y toda esa basura, pero no tuvieron suerte. Se le otorgó un lugar
de honor en los Archivos Asteri, pero cuando establecieron Lunathion unos milenios
después, lo dedicaron al templo aquí.
Ruhn sacudió la cabeza.
—El hecho de que los Fae entregaran el artefacto sugiere que habían descartado
su valor, que incluso mi padre podría haber olvidado su importancia. —Hasta que
fue robado, y se le había metido en la cabeza que sería un símbolo de poder de
levantamiento durante una posible guerra.
Bryce agregó:
—Pensé que era solo una réplica hasta que Jesiba me hizo comenzar a buscarlo.
—Se giró hacia Ruhn—. ¿Entonces crees que alguien ha estado convocando a este
demonio para cazar al Cuerno? ¿Pero por qué, cuando ya no tiene poder? ¿Y cómo
explica las muertes? ¿Crees que las víctimas de alguna manera… tuvieron contacto
con el Cuerno, y eso trajo al kristallos directo a ellos? —Ella continuó antes de que
cualquiera de ellos pudiera responder—: ¿Y por qué la brecha de dos años?
—Tal vez el asesino esperó hasta que las cosas se calmaran lo suficiente para
reanudar la búsqueda —reflexionó Hunter.
—Tu suposición es tan buena como la mía —admitió Ruhn—. Sin embargo, no
parece una coincidencia que el Cuerno desapareciera justo antes de que este
demonio apareciera, y que los asesinatos comenzaran de nuevo…
—Podría significar que alguien está buscando el Cuerno una vez más —terminó
Bryce, frunciendo el ceño.
—La presencia del kristallos en Lunathion sugiere que el Cuerno todavía está
dentro de los muros de la ciudad —dijo Hunt.
Bryce le dio a Ruhn una mirada.
—¿Por qué el Rey de Otoño de repente lo quiere?
Ruhn eligió sus palabras con cuidado.
—Llámalo orgullo. Quiere que sea devuelto a los Fae. Y quiere que yo lo
encuentre en silencio.
—¿Pero por qué pedirte a ti que busques el Cuerno? —preguntó Athalar.
Las sombras que los ocultaban se ondularon.
—Porque el poder del Príncipe Pelias Nacido de la Estrella estaba entretejido
en el propio Cuerno. Y está en mi sangre. Mi padre cree que yo podría tener algún
tipo de don sobrenatural para encontrarlo —admitió—. Cuando estaba hojeando los
Archivos anoche, este libro… saltó hacia mí.
—¿Literalmente? —preguntó Bryce con las cejas levantadas.
—Simplemente sentía que… él brillaba. No lo sé. Todo lo que sé es que estuve
allí durante horas, y luego sentí el libro, y cuando vi esa ilustración del Cuerno… ahí
estaba. La basura que traduje lo confirmó —dijo Ruhn.
—Así que el kristallos puede rastrear el Cuerno —dijo Bryce, con los ojos
brillantes—. Pero tú también puedes.
La boca de Athalar se curvó en una sonrisa torcida, captando la idea de Bryce.
—Encontramos al demonio, encontramos quién está detrás de esto. Y si
tenemos el Cuerno…
Ruhn hizo una mueca.
—El kristallos vendrá a por nosotros.
Bryce miró la estatua con las manos vacías detrás de ellos.
—Será mejor que te pongas a investigar, Ruhn.
Hunt se apoyó contra los pilares de entrada sobre los escalones que conducían
al Templo de Luna, con su teléfono al oído. Había dejado a Quinlan adentro con su
primo, necesitando hacer esta llamada telefónica antes de que pudieran resolver el
plan. Habría hecho la llamada allí mismo, pero en el momento en que abrió su lista
de contactos, se ganó un comentario de Bryce sobre teléfonos móviles en espacios
sagrados.
Que Cthona lo ayude. Negándose a decirle que se fuera a la mierda, decidió
evitarles una escena pública y salió por el patio bordeado de cipreses y hacia los
escalones de la entrada.
Cinco acólitas del templo emergieron de la villa en expansión detrás del templo,
llevando escobas y mangueras para limpiar los escalones del templo y las losas más
allá para lavarlas al mediodía.
Innecesario, quería decirles a las jóvenes hembras. Con la llovizna que
nuevamente adornaba la ciudad, las mangueras eran innecesarias.
Con los dientes apretados, escuchó el teléfono sonar y sonar.
—Contesta el maldito teléfono —murmuró.
Una acólita del templo de piel oscura, de cabello negro, túnica blanca y no más
de doce años, lo miró boquiabierta mientras pasaba, agarrando una escoba contra
su pecho. Casi hizo una mueca al darse cuenta del retrato de ira que ahora
presentaba, y comprobó su expresión.
La chica Fae aún se mantenía atrás, la luna creciente dorada colgando de una
delicada cadena en su frente brillando a la luz gris. Una luna creciente, hasta que se
convirtiera en sacerdotisa en pleno derecho al alcanzar la madurez, cuando
cambiara la media luna por el círculo completo de Luna. Y cuando su cuerpo
inmortal comenzaba a envejecer y desvanecerse, su ciclo se desvaneciéndose con él,
otra vez cambiaría el colgante, esta vez por una media luna menguante.
Todas las sacerdotisas tenían sus propias razones para ofrecerse a Luna. Para
abandonar sus vidas más allá de los terrenos del templo y abrazar la eterna doncella
de la diosa. Así como Luna no tuvo pareja ni amante, así vivirían ellas.
Hunt siempre había pensado que el celibato parecía aburrido. Hasta que Shahar
lo había arruinado para alguien más.
Hunt le ofreció a la acólita encogida su mejor intento de una sonrisa. Para su
sorpresa, la chica Fae le ofreció una pequeña de vuelta. La chica tenía coraje.
Justinian Gelos respondió al sexto timbre.
—¿Cómo está el trabajo de niñera?
Hunt se enderezó.
—No suenes tan divertido.
Justinian soltó una carcajada.
—¿Estás seguro de que Micah no te está castigando?
Hunt había considerado mucho la pregunta en los últimos dos días. Al otro lado
de la calle vacía, las palmeras salpicaban los pastos suaves de lluvia en el Parque de
la Oráculo brillaban a la luz gris, el edificio con cúpula de ónice del Templo del
Oráculo estaba oculto en las nieblas rodaban sobre el río.
Incluso al mediodía, el Parque de la Oráculo estaba casi vacío, salvo por las
formas encorvadas y dormidas de los desesperados Vanir y los humanos que
deambulaban por los senderos y jardines, esperando su turno para entrar en los
pasillos llenos de incienso.
Y si las respuestas que buscaban no eran lo que esperaban… bueno, el templo
de piedra blanca en cuyos escalones ahora se encontraba Hunt podría ofrecer algo
de consuelo.
Hunt miró por encima del hombro hacia el oscuro interior del templo, visible a
través de las imponentes puertas de bronce. A la luz de una hilera de braseros
relucientes, apenas podía distinguir el brillo del cabello rojo en la penumbra
silenciosa al interior del santuario, brillando como metal fundido mientras Bryce
hablaba animadamente con Ruhn.
— No —dijo Hunt al fin—. No creo que esta tarea fuera un castigo. Estaba sin
opciones y sabía que causaría más problemas si me dejaba en guardia cerca de
Sandriel . —Y Pollux.
No mencionó el trato que había hecho con Micah. No cuando Justinian también
llevaba el halo y Micah nunca había mostrado mucho interés en él más allá de su
popularidad con las tropas de la 33ra. Si había algún tipo de trato para ganar su
libertad, Justinian nunca había dicho una palabra.
Justinian dejó escapar un suspiro.
—Sí, la mierda se está poniendo intensa por aquí ahora mismo. La gente está
nerviosa y ella aún no ha llegado. Estás mejor donde estás.
Un macho Fae de ojos vidriosos tropezó al pasar los escalones del templo, echó
un buen vistazo a quién impedía la entrada al templo mismo y apuntó a la calle,
tambaleándose hacia el Parque de la Oráculo y el edificio abovedado en su corazón.
Otra alma perdida buscando respuestas en humo y susurros.
—No estoy tan seguro de eso —dijo Hunt—. Necesito que busques algo para mí,
un demonio de la vieja escuela. El kristallos. Simplemente busca en las bases de
datos y mira si aparece algo. —Le habría preguntado a Vik, pero ella ya estaba
ocupada revisando la coartada de la Reina Víbora.
—Me ocuparé de ello —dijo Justinian—. Enviaré un mensaje sobre cualquier
resultado —añadió—. Buena suerte.
—La necesitaré —admitió Hunt. De cien jodidas maneras.
—Aunque no hace daño que tu pareja sea agradable a la vista —dijo Justinian a
sabiendas.
—Me tengo que ir.
—Nadie recibe una medalla por sufrir más, ya sabes —presionó Justinian, su
voz deslizándose en una seriedad inusual—. Han pasado dos siglos desde que
Shahar murió, Hunt.
—Lo que sea. —No quería tener esta conversación. No con Justinian ni con
nadie.
—Es admirable que todavía la estés esperando, pero seamos realistas con…
Hunt colgó. Debatiendo arrojar su teléfono contra un pilar. Tenía que llamar a
Isaiah y Micah y comentarse sobre el Cuerno. Mierda. Cuando desapareció hace dos
años, los mejores inspectores de la 33ra y el Aux buscaron en este templo. No
encontraron nada. Y dado que no se permitían cámaras dentro de las paredes del
templo, no había ninguna pista de quién podría haberlo tomado. No había sido más
que una estúpida broma, todos habían afirmado.
Todos, excepto el Rey de Otoño, al parecer.
Hunt no había prestado mucha atención al robo del Cuerno, y seguro que no
había escuchado durante las lecciones de historia cuando era niño sobre las
Primeras Guerras. Y después de los asesinatos de Danika y la Manada de Demonios,
tenían cosas más importantes por las que preocuparse.
No podía decir qué era peor: el Cuerno posiblemente siendo una pieza vital de
este caso, o el hecho de que ahora tendría que trabajar junto a Ruhn Danaan para
encontrarlo.
22
Traducido por Ravechelle
Corregido por Lieve
Bryce esperó hasta que la musculosa espalda de Hunt y sus hermosas alas
desaparecieran por las puertas interiores del santuario antes de girarse hacia Ruhn.
—¿El Rey de Otoño lo hizo?
Los ojos azules de Ruhn brillaban en su nido de sombras o como sea que lo
llamara.
—No. Es un monstruo en muchos sentidos, pero no mataría a Danika.
Había llegado a esa conclusión la otra noche, pero preguntó.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? No tienes idea de cuál Hel es su agenda a
largo plazo.
Ruhn se cruzó de brazos.
—¿Por qué me pediría que buscara el Cuerno si está convocando al kristallos?
—¿Dos rastreadores son mejores que uno? —Su corazón retumbó.
—Él no está detrás de esto. Solo está tratando de aprovecharse de la situación,
para restaurar a los Fae a su antigua gloria. Ya sabes cómo le gusta engañarse a sí
mismo con ese tipo de basura.
Bryce arrastró sus dedos sobre la pared de sombras, la oscuridad recorriendo
su piel como niebla.
—¿Sabe que viniste a reunirte conmigo?
—No.
Ella sostuvo la mirada de su hermano.
—¿Por qué…? —Ella luchó con las palabras—. ¿Por qué molestarte?
—Porque quiero ayudarte. Porque esta mierda pone en riesgo a toda la ciudad.
—¡Cuán Elegido de tu parte!
El silencio se extendió entre ellos, tan tenso que tembló.
—El hecho de que trabajemos juntos no significa que nada cambie entre
nosotros. Tú encontrarás el Cuerno, y yo encontraré quién esté detrás de esto. Fin
de la historia —soltó ella.
—Bien —dijo Ruhn, sus ojos fríos—. De todas formas, no esperaba que
consideraras escucharme.
—¿Por qué debería escucharte? —dijo ella enfurecida—. Soy solo una puta
mestiza, ¿verdad?
Ruhn se puso rígido, ruborizándose.
—Sabes que fue una pelea tonta y no quise decirlo enserio.
—Sí, jodidamente lo hiciste —escupió, y giró sobre sus talones—. Puedes
vestirte como un rebelde punk contra las reglas de papi, pero en el fondo, no eres
mejor que el resto de los imbéciles Fae que besan tu Elegido trasero.
Ruhn gruñó, pero Bryce no esperó antes de moverse a través de las sombras,
parpadear ante el torrente de luz que la besó y girar hacia donde Hunt se había
detenido en la puerta.
—Vamos —dijo ella. No le importaba lo que él hubiera escuchado.
Hunt se quedó en el lugar, sus ojos negros parpadearon mientras miraba hacia
la sombra en el fondo de la habitación, donde su supuesto primo estaba nuevamente
velado en la oscuridad. Pero el ángel, por suerte, no dijo nada cuando se puso a su
lado, y ella no le dijo nada más.
Bryce prácticamente corrió de regreso a la galería. En parte para comenzar a
investigar de nuevo sobre el Cuerno, pero también gracias a la gran cantidad de
mensajes de Jesiba, que exigían saber dónde estaba, si todavía quería su trabajo y si
prefería ser convertida en rata o paloma. Y luego una orden para volver ahora a
recibir a un cliente.
Cinco minutos después de que Bryce llegara, el cliente de Jesiba, un furioso
idiota leopardo cambiaformas que creía que tenía derecho a poner sus patas sobre
su trasero, entró y compró una pequeña estatua de Solas y Cthona, retratado como
un sol con rasgos masculinos enterrando su rostro en un par de senos en forma de
montaña. La imagen sagrada se conocía simplemente como el Abrazo. Su madre
incluso llevaba su símbolo simplificado, un círculo ubicado sobre dos triángulos,
como un colgante de plata. Pero Bryce siempre había encontrado el Abrazo cursi y
cliché en cada encarnación. Treinta minutos y dos flagrantes rechazos a sus viciosas
invitaciones después, Bryce estaba afortunadamente sola de nuevo.
Pero en las horas que pasó buscando en las bases de datos de la galería por el
Cuerno de Luna no revelaron nada más allá de lo que ya sabía y de lo que su hermano
había dicho esa mañana. Incluso Lehabah, la extraordinaria reina del chisme no
sabía nada sobre el Cuerno.
Con Ruhn revisando los Archivos Fae para ver si alguna información era atraída
por su don de Nacido de la Estrella, supuso que tendría que esperar una
actualización.
Hunt había ido a monitorear el techo, aparentemente necesitando llamar a su
jefe, o lo que sea que Micah pretendiera ser, y a Isaiah con respecto al Cuerno. No
había intentado volver a la biblioteca, como si sintiera que ella necesitaba espacio.
Mira donde más duele. Siempre es ahí donde están las respuestas.
Bryce se encontró mirando la lista a medio terminar que había comenzado esa
mañana.
Es posible que no pueda encontrar mucho sobre el Cuerno en sí, pero tal vez
podría descubrir cómo Hel Danika estaba metida en todo eso.
Con manos temblorosas, se obligó a terminar la lista de los lugares donde había
estado Danika, hasta donde ella sabía.
Para cuando el sol se estaba poniendo, y Syrinx estaba listo para ser llevado a
casa, Bryce habría cambiado lo que quedaba de su alma a una Parca solo por la
comodidad de su cama. Había sido un día jodidamente largo, lleno de información
que necesitaba procesar y una lista que había dejado en el cajón de su escritorio.
También debió ser un largo día para Athalar, porque los siguió a ella y a Syrinx
desde los cielos sin decir una palabra.
Estaba en la cama a las ocho y ni siquiera recordaba haberse quedado dormida.
23
Traducido por Luneta
Corregido por Lieve
Todo el cuerpo de Bryce estaba tenso hasta el punto de casi temblar cuando
ella y Hunt se acercaron a las pantallas mágicas que bloqueaban el callejón a pocas
cuadras de la Puerta de la Plaza Antigua.
Ella trató de respirar, probó todas las técnicas sobre las que había leído y
escuchado para controlar su temor, esa sensación repugnante y repulsiva en su
estómago. Nada funcionó.
Ángeles, Fae y cambiaformas deambulaban por el callejón, algunos hablando en
radios o teléfonos.
—Un corredor encontró los restos —dijo Hunt mientras la gente se separaba
para dejarlo pasar—. Creen que sucedió en algún momento de anoche —agregó
cuidadosamente—. La 33ra todavía está trabajando para obtener una identificación,
pero por la ropa, parece una acólita del Templo de Luna. Isaiah ya está preguntando
a las sacerdotisas del templo quién podría estar desaparecido.
Todos los sonidos se convirtieron en un zumbido a todo volumen. No recordaba
haber llegado aquí.
Hunt rodeó la pantalla mágica bloqueando la vista de la escena del crimen, echó
un vistazo a lo que había allí y juró. Se giró hacia ella, como si se diera cuenta de
hacia qué la estaba arrastrando, pero era demasiado tarde.
La sangre había salpicado los ladrillos del edificio, acumulada sobre las piedras
agrietadas del piso en el callejón, salpicada a los lados del contenedor de basura. Y
al lado de ese contenedor de basura, como si alguien los hubiera lanzado de un cubo,
había grupos de pulpa roja. Una túnica desgarrada yacía al lado de la carnicería.
El zumbido se convirtió en un rugido. Su cuerpo se alejó más.
Danika aullando de risa, Connor guiñándole un ojo, Bronson y Zach y Zelda y
Nathalie y Thorne, todos soltando risas histéri…
Entonces no había nada más que pulpa roja. Todos ellos, todo lo que habían sido,
todo lo que ella había pasado con ellos, se convirtieron en montones de pulpa roja.
Ido ido ido…
Una mano le agarró el hombro. Pero no la mano de Athalar. No, Hunt se quedó
donde estaba, con el rostro ahora duro como una piedra.
Ella se encogió cuando Ruhn le dijo al oído:
—No necesitas ver esto.
Este era otro asesinato. Otro cuerpo. Otro año.
Una medwitch incluso se arrodilló ante el cuerpo, una varita zumbando con luz
en sus manos, tratando de reconstruir el cadáver, una niña.
Ruhn tiró de ella, hacia la pantalla y al aire libre más allá… el movimiento la
sacudió. Rompió el zumbido en sus oídos.
Ella liberó su cuerpo de su agarre, sin importarle si alguien más los veía, sin
importarle que él, como jefe de las unidades Fae del Aux, tuviera derecho a estar
aquí.
—Joder, no me toques —dijo ella.
La boca de Ruhn se apretó. Pero él miró por encima del hombro a Hunt.
—Eres un imbécil —dijo Ruhn.
Los ojos de Hunt brillaron.
—Le advertí en el camino sobre lo que vería. —Luego agregó un toque con
pesar—: No me di cuenta de que sería un desastre. —Él le había advertido, ¿verdad?
Se había alejado tanto dentro de sí que apenas había escuchado a Hunt en el camino.
Tan aturdida como si hubiera inhalado un montón de droga—. Ella es una mujer
adulta. No necesita que decidas lo que puede manejar —agregó Hunt. Asintió hacia
la salida del callejón—. ¿No deberías estar investigando? Te llamaremos si eres
necesitado, principito.
—Jódete —replicó Ruhn, con sombras cruzando su cabello. Otros lo estaban
notando ahora—. ¿No crees que es más que una coincidencia que una acólita haya
muerto justo después de que fuimos al templo?
Sus palabras no se registraron. Nada de eso se registró.
Bryce se apartó del callejón, del montón de investigadores.
—Bryce… —dijo Ruhn.
—Déjame en paz —dijo en voz baja, y siguió caminando. No debería haber
dejado que Athalar la intimidara para que viniera, no debería haber visto esto, no
debería haber tenido que recordar.
Una vez, ella podría haber ido directamente al estudio de baile. Habría bailado
y movido su cuerpo hasta que el mundo volviera a tener sentido. Siempre había sido
su refugio, su manera de descifrar el mundo. Iba al estudio cada vez que tenía un día
de mierda.
Habían pasado dos años desde que había puesto un pie en uno. Había tirado
toda su ropa y zapatos de baile. Sus bolsos. De todos modos, el que estaba en el
apartamento había estado salpicado de sangre. La de Danika, Connor y Thorne
estaban las sábanas de la habitación, y la Zelda y Bronson en su bolso de repuesto,
que había quedado colgado junto a la puerta. Patrones de sangre como…
Un aroma a lluvia inundó su nariz mientras Hunt se hacía al lado de ella. Y ahí
estaba. Otro recuerdo de esa noche.
—Oye —dijo Hunt.
Oye, le había dicho él, hace mucho tiempo. Ella había sido un desastre, un
fantasma, y luego él había estado allí, arrodillado a su lado, esos ojos oscuros
ilegibles mientras él decía “Oye”.
Ella no le había dicho que recordaba aquella noche en la sala de interrogatorios.
Estaba segura por Hel que no tenía ganas de decírselo ahora.
Si tuviera que hablar con alguien, explotaría. Si tuviera que hacer algo en este
momento, ella se hundiría en una de esas iras sin fondo de los Fae y…
La neblina comenzó a deslizarse sobre su visión, sus músculos se apretaron
dolorosamente, sus dedos se curvaron como si se imaginara estar destrozando a
alguien.
—Aléjate y despeja tu cabeza —murmuró Hunt.
—Déjame en paz, Athalar.
Ella no lo miraría. No podía soportarlo a él ni a su hermano ni a nadie. Si el
asesinato de la acólita había sido por su presencia en el templo, ya sea como una
advertencia o porque la niña podría haber visto algo relacionado con el Cuerno, si
accidentalmente ellos habían provocado su muerte… sus piernas seguían
moviéndose, más y más rápido. Hunt no titubeó ni por un segundo.
Ella no lloraría. No se disolvería en un desastre hiperventilante en la esquina de
la calle. No gritaría ni vomitaría o…
—Estuve allí esa noche —dijo Hunt después de otra cuadra.
Ella siguió caminando, sus pies devorando el pavimento.
—¿Cómo sobreviviste al kristallos? —preguntó Hunt.
Sin duda él había mirado el cuerpo ahora y se preguntó justo esto. ¿Cómo
sobrevivió ella, una mestiza patética, cuando los Vanir purasangre no lo habían
hecho?
—No sobreviví —murmuró ella, cruzando una calle y rodeando un auto en
movimiento en la intersección—. Escapé.
—Pero el kristallos atrapó a Micah, le abrió el pecho…
Ella casi tropezó con sus pasos y se giró para mirarlo boquiabierto.
—¿Ese era Micah?
24
Traducido por Reshi
Corregido por Lieve
Hunt sabía que la había jodido. Y tendría serios problemas con Micah… si Micah
se enteraba que había revelado la verdad acerca de esa noche.
Dudaba que Quinlan hubiera hecho esa llamada, ya fuera a la hechicera o a la
oficina de Micah, y se aseguraría de que no la hiciera. Tal vez la sobornaría con un
nuevo par de zapatos o algún bolso o cualquier mierda que fuera lo suficientemente
atractivo para mantener su boca cerrada. Un error, un paso en falso, y tenía pocas
ilusiones acerca de cómo reaccionaría Micah.
Permitió que Quinlan corriera por la ciudad, siguiéndola desde la Plaza Antigua
hacia el oscuro páramo de los Prados de Asphodel, luego hacia el DCC y de vuelta a
la Plaza Antigua otra vez.
Hunt voló por encima de ella, escuchando la sinfonía de bocinazos de los autos,
y el fresco viento de abril susurrar a través de las palmeras y cipreses. Brujas en
escobas se elevaban por las calles, algunas lo suficientemente bajo para tocar el
techo de los autos mientras pasaban. Tan diferentes a los ángeles, Hunt consideró,
que siempre se mantenían por encima de los edificios cuando volaban. Como si las
brujas quisieran formar parte del bullicio por el que los ángeles se definían por
evitar.
Mientras seguía a Quinlan, Justinian lo había llamado con la información acerca
del kristallos, lo que había aportado un montón de nada. Algunos mitos que
coincidían con lo que ya sabían. Vik había llamado cinco minutos después de eso: la
coartada de la Reina Víbora había sido verificada.
Entonces había llamado Isaiah, confirmando que la víctima del callejón era en
efecto una acólita desaparecida. Sabía que las sospechas de Danaan eran correctas:
no podía ser coincidencia que habían estado en el templo ayer, hablando acerca del
Cuerno y el demonio que había asesinado a Danika y la Manada de Demonios, y
ahora una de sus acólitas había muerto en las garras del kristallos.
Una Fae. Apenas era una niña. Ácido quemó por su estómago al pensarlo.
No debió haber llevado a Quinlan a la escena del asesinato. No debió haberla
presionado para ir, estaba tan cegado por su maldita necesidad de resolver esta
investigación rápidamente que no había pensado dos veces en la vacilación de ella.
No se había dado cuenta sino hasta que la vio mirar el cuerpo hecho puré, hasta
que su rostro se puso pálido como la muerte, que su silencio no era calma en lo
absoluto. Era conmoción. Trauma. Horror. Y él la había empujado hacia ello.
La había jodido, y Ruhn había tenido razón al reprocharle eso, pero… mierda.
Había echado un vistazo al rostro ceniciento de Quinlan y había sabido que ella
no estaba detrás de esos asesinatos, o incluso remotamente involucrada. Y él era un
gigante y jodido imbécil por tan siquiera considerar esa idea. Por tan siquiera decirle
que ella había estado en su lista.
Frotó su rostro. Deseó que Shahar estuviera aquí, volando a su lado. Ella
siempre lo dejaba hablar de diversas estrategias o problemas durante los cinco años
que había estado con su 18va, siempre escuchaba, y hacia preguntas. Lo retaba de
una manera que nadie más lo había hecho.
Para cuando había pasado una hora y comenzado a llover, Hunt había planeado
todo un discurso. Dudaba que Quinlan quisiera oírlo, o que admitiera lo que había
sentido hoy, pero le debía una disculpa. Había perdido tantas partes esenciales de sí
mismo a lo largo de estos siglos de esclavitud y guerra, pero le gustaba pensar que
no había perdido su decencia básica. Al menos no todavía.
Después de completar esos más de dos mil asesinatos, que aún debía cometer
si fracasaba al resolver este caso, no podía imaginarse que aún la conservara. Si la
persona en la que se convertiría en ese punto merecería libertad, no lo sabía. No
quería pensar en eso.
Pero entonces Bryce recibió una llamada, recibió, no hizo, gracias a la mierda, y
no detuvo su carrera para contestarla. Estando demasiado elevado para escuchar,
solo podía observarla cambiar de dirección otra vez y dirigirse, se dio cuenta diez
minutos después, a la calle Archer.
Justo cuando la lluvia aumentaba, ella pausó afuera del Cuervo Blanco y pasó
unos minutos en su teléfono. Pero a pesar de tener una vista tan aguda como la de
un águila, no podía distinguir qué estaba haciendo. Así que observó desde el tejado
adyacente, y debió haber checado su propio teléfono una docena de veces en esos
cinco minutos, como un patético y jodido fracasado, esperando que ella le enviara
un mensaje.
Y justo cuando la lluvia se convirtió en un aguacero, ella guardó su teléfono,
caminó más allá de los porteros con un pequeño saludo, y desapareció en el Cuervo
Blanco sin siquiera mirar hacia arriba.
Hunt aterrizó, haciendo que Vanir y humanos se deslizaran por la acera. Y el
portero mitad lobo, mitad daemonaki tuvo el coraje de en realidad extender una
mano.
—La fila está a la derecha —gruñó el macho a su derecha.
—Estoy con Bryce —dijo él.
—Te jodes. La fila está a la derecha —dijo el otro guardia.
La fila, a pesar de aún ser temprano, ya daba la vuelta a la calle.
—Estoy aquí por asuntos de la legión —dijo Hunt, buscando su placa,
dondequiera que la había jodidamente puesto.
La puerta se entreabrió, y una impresionante mesera Fae se asomó.
—Riso dice que él puede entrar, Crucius.
El guardia que habló primero se limitó a sostener la mirada de Hunt.
Hunt sonrió burlonamente.
—En otra ocasión. —Y entró siguiendo a la hembra.
El aroma a sexo, licor y sudor que lo golpeó incrementó cada uno de sus
instintos con una velocidad vertiginosa mientras cruzaban el patio encercado en
vidrio y subían los escalones. Los pilares medianamente abollados estaban
iluminados por luces moradas.
Nunca había puesto un pie en el club, siempre obligaba a Isaiah o a alguno de
los otros a que lo hiciera. Mayormente porque sabía que no era mejor a los palacios
y villas de campo de los Arcángeles de Pangera, donde los festines se convertían en
orgías que duraban días. Todo esto mientras la gente moría de hambre a meros
pasos de distancia de aquellas villas, tanto humanos como Vanir hurgaban las pilas
de basura en busca de cualquier cosa que llenara el vientre de sus hijos. Él conocía
su temperamento y detonadores lo suficientemente bien como para mantenerse
jodidamente lejos.
Algunas personas murmuraron cuando él pasaba por su lado. Él solo mantuvo
su mirada en Bryce, quien ya estaba en una cabina entre dos pilares tallados,
bebiendo de una copa con algún líquido transparente, vodka o ginebra. Con todos
los aromas aquí, no podía distinguirlo.
Sus ojos se elevaron hacia él sobre el borde de su copa mientras sorbía.
—¿Cómo tú entraste aquí?
—Es un lugar público, ¿verdad?
Ella no respondió. Hunt suspiró, y estaba a punto de sentarse para ofrecerle esa
disculpa cuando percibió el olor a jazmín, vainilla y…
—Disculpe, señor… oh. Uhm. Erm.
Se encontró mirando a una adorable fauno, vestida con una camiseta blanca y
falda lo suficientemente corta para mostrar sus largas piernas desnudas y delicadas
pezuñas. El arco suave de sus cuernos estaba casi oculto en un enrollado moño de
cabello rizado, su piel morena espolvoreada con dorado que brillaba bajo las luces
del club. Dioses, era hermosa.
Juniper Andromeda: la amiga de Bryce en el ballet. Había leído su expediente
también. La bailarina miró entre Hunt y Quinlan.
—Yo… yo… espero no estar interrumpiendo nada…
—Él ya se estaba yendo —dijo Bryce, vaciando su copa.
Él finalmente se deslizó dentro de la cabina.
—Justo estaba llegando. —Extendió una mano en dirección a la fauno—. Es un
placer conocerte. Soy Hunt.
—Sé quién eres —dijo la fauno, su voz ronca.
El apretón de Juniper fue ligero pero firme. Bryce rellenó su copa con una
garrafa de un líquido claro y bebió profundamente.
—¿Ordenaste comida? —preguntó Juniper—. Acabo de terminar el ensayo y
muero de hambre.
Aunque la fauno era delgada, tenía una firme musculatura, era fuerte como Hel
debajo de esa agraciada apariencia.
Bryce elevó su bebida.
—Estoy teniendo una cena líquida.
Juniper frunció el ceño. Pero le pregunto a Hunt:
—¿Quieres comida?
—Hel, sí.
—Puedes ordenar lo que quieras… lo conseguirán para ti. —Levantó una mano,
haciendo una seña a una mesera—. Yo quiero una hamburguesa vegetariana, sin
queso, con papas fritas a un lado, aceite vegetal únicamente para cocinarlas, y dos
pedazos de pizza… usando queso a base de plantas, por favor. —Mordió su labio,
entonces le explicó a Hunt—: No consumo productos de origen animal.
Para un fauno, la carne y los lácteos eran abominaciones. La leche se usaba
únicamente para alimentar a los bebés recién nacidos.
—Entiendo —dijo él—. ¿Te incomoda si yo lo hago?
Había combatido junto a faunos a lo largo de los siglos. Algunos no eran capaces
de soportar la visión de la carne. A algunos no les importaba. Siempre valía la pena
preguntar.
Juniper parpadeo, pero sacudió su cabeza.
Le ofreció una sonrisa a la camarera mientras decía:
—Quiero… un ojo de costilla con hueso y judías verdes asadas.
¿Qué Hel? Él miró a Bryce, que engullía su licor como si fuera un batido de
proteína.
Ella todavía no había cenado, y aunque él había estado distraído esa mañana
cuando ella había emergido de su habitación vistiendo únicamente un sujetador rosa
brillante de encaje y ropa interior a juego, había notado a través de la ventana de la
sala de estar que tampoco había desayunado, y dado a que no había llevado nada
para almorzar ni había encargado nada, estaba dispuesto a apostar que tampoco
había almorzado.
Así que Hunt dijo:
—Ella tendrá kofta de cordero con arroz, garbanzos asados y pepinillos a un
lado. Gracias.
La había observado ir a comprar el almuerzo algunas veces, y había olfateado
precisamente qué había dentro de sus bolsas para llevar. Bryce abrió la boca, pero
la mesera ya se había ido. Juniper los contempló nerviosamente. Como si supiera
exactamente lo que Bryce estaba a punto de…
—¿También cortarás mi comida?
—¿Qué?
—El hecho de que seas un grande y fuerte imbécil, no significa que tengas el
derecho a decidir cuándo debo comer, o cuándo no estoy cuidando mi cuerpo. Soy
yo la que vive en él, y yo sé cuándo jodidamente quiero comer. Así que mantén tu
posesiva y agresiva mierda para ti mismo.
El trago de Juniper fue audible por encima de la música.
—¿Fue un largo día de trabajo, Bryce?
Bryce extendió la mano para tomar su copa otra vez. Pero Hunt se movió
rápidamente, envolviendo con su mano la muñeca de Bryce y fijándola en la mesa
antes de que pudiera engullir más licor.
—Quítame tu jodida mano de encima —gruñó ella.
Hunt le lanzó una media sonrisa.
—No seas tan cliché. —Sus ojos hervían—. ¿Tienes un día duro y vienes a
ahogarte en vodka? —resopló, soltando su muñeca y tomando la copa. La llevó a sus
labios, manteniendo su mirada por encima el borde mientras decía—: Al menos
dime que tienes buen gusto en… —Olfateó el licor. Lo probó—. Esto es agua.
Ella cerró sus manos formando puños sobre la mesa.
—No bebo alcohol.
—Yo invité a Bryce esta noche —dijo Juniper—. Hace mucho que no nos vemos,
y tengo que reunirme con algunos de los miembros de la compañía aquí en un rato,
así que…
—¿Por qué no bebes? —preguntó Hunt a Bryce.
—Tú eres el Umbra Mortis. Estoy segura de que puedes descifrarlo. —Bryce se
deslizo fuera de la cabina, forzando a Juniper a levantarse—. Aunque considerando
que pensaste que había matado a mi mejor amiga, tal vez no puedas. —Hunt se erizó,
pero Bryce solo declaró—: Voy al baño.
Entonces caminó directamente hacia la multitud en la antiquísima pista de
baile, la multitud la engulló mientras serpenteaba hacia la distante puerta en medio
de dos pilares en la parte trasera del espacio.
El rostro de Juniper estaba tenso.
—Iré con ella.
Y entonces se fue, moviéndose ágil y velozmente, dos machos la miraron
boquiabiertos mientras pasaba. Juniper los ignoró. Alcanzó a Bryce en medio de la
pista de baile, deteniéndola con una mano en el brazo. Juniper sonrió, tan radiante
como las luces a su alrededor, y comenzó a hablar, señalando a la cabina, el club. La
expresión de Bryce permaneció fría como la piedra. Aún más fría.
Machos se acercaron, vieron esa expresión, y no se atrevieron a acercarse más.
—Bueno, sí está molesta contigo, me hará lucir mejor. —Una voz masculina
arrastró las palabras a su lado.
Hunt no se molestó en lucir agradable.
—Dime que encontraste algo.
El Príncipe Heredero de los Fae de Valbara se apoyó en el borde de la cabina,
sus impresionantes ojos azules deteniéndose en su prima. Sin duda había usado esas
sombras suyas para escabullirse sin que Hunt lo notara.
—Negativo. Recibí una llamada del dueño del Cuervo para decirme que ella
estaba aquí. Ella estaba en tan mal estado cuando se fue de la escena del crimen que
quería asegurarme de que estaba bien.
Hunt no podía discutir con eso. Así que no dijo nada.
Ruhn asintió hacia donde estaban las hembras inmóviles en medio del mar de
bailarines.
—Ella solía bailar, sabes. Si hubiera podido, habría ido al ballet como Juniper.
Él no lo sabía, no realmente. Esos datos habían sido anomalías en su expediente.
—¿Por qué lo dejó?
—Tendrías que preguntárselo. Pero dejó de bailar completamente después de
la muerte de Danika.
—Y de beber, o así parece.
Hunt miró hacia su abandonado vaso de agua.
Ruhn siguió la dirección de su mirada. Si estaba sorprendido, el príncipe no lo
dejó mostrar.
Hunt tomó un sorbo del agua de Bryce y sacudió su cabeza. No era una chica
fiestera después de todo, solo estaba satisfecha con dejar que el mundo creyera lo
peor de ella.
Incluyéndolo. Hunt movió sus hombros, sus alas moviéndose con él, mientras la
miraba en la pista de baile. Sí, la había jodido. Magníficamente.
Bryce miró hacia la cabina y cuando vio a su primo allí… había trincheras en Hel
más cálidas que la mirada que le dio a Ruhn.
Juniper siguió su mirada.
Bryce dio un paso en dirección a la cabina cuando el club explotó.
26
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve
Hunt no se opuso cuando Ruhn les dio una dirección cercana y les dijo que lo
esperaran allí. Estaba más cerca que el apartamento de ella, pero francamente, Hunt
no estaba seguro de que Bryce lo dejara entrar y si ella entraba en shock y él no
podía pasar de esos encantos… bueno, Micah clavaría su cabeza en las puertas del
Comitium si ella moría bajo su vigilancia.
Podría muy bien hacerlo solo por no sentir que el ataque estaba a punto de
ocurrir.
Quinlan no pareció darse cuenta de que la llevaba en brazos. Ella era más pesada
de lo que parecía, su piel bronceada cubría más músculo de lo que él pensaba.
Hunt encontró la casa familiar con columnas a unas pocas cuadras de distancia;
la llave que Ruhn le había dado abrió una puerta pintada de verde. El vestíbulo
cavernoso estaba lleno de dos olores masculinos que no eran los del príncipe. Un
toque al interruptor de luz reveló una gran escalera que parecía haber atravesado
una zona de guerra, suelos de roble rayados y una araña de cristal colgando
precariamente.
Debajo de ella, una mesa de cerveza-pong pintada con notable habilidad, que
representaba a un gigantesco macho Fae tragándose un ángel entero.
Ignorando ese particular jódete a su especie, Hunt se dirigió a la sala de estar a
la izquierda de la entrada. Una sección manchada yacía contra la pared más alejada
de la larga habitación, y Hunt dejó a Bryce allí mientras se apresuraba hacia la barra
húmeda igualmente desgastada a mitad de la pared lejana. Agua, ella necesitaba un
poco de agua.
No había habido un ataque en la ciudad desde hace años, desde Briggs. Había
sentido el poder de la bomba cuando se extendió por el club, destrozando el antiguo
templo y sus habitantes. Dejaría a los investigadores ver qué era exactamente,
pero…
Ni siquiera su rayo había sido lo suficientemente rápido como para detenerlo,
no es que hubiera sido una protección contra una bomba, no con una emboscada
como esa. Él había causado suficiente destrucción en los campos de batalla para
saber cómo interceptarlos con su poder, cómo combinar la muerte con la muerte,
pero esto no había sido un misil de largo alcance disparado desde un tanque.
La bomba había sido plantada en algún lugar del club y detonó en un momento
predeterminado. Había un puñado de personas que podrían ser capaces de tal cosa,
y en la parte superior de la lista de Hunt… estaba Philip Briggs nuevamente. O sus
seguidores, al menos, el propio Briggs seguía en la prisión de Adrestia. Pensaría en
eso más tarde, cuando su cabeza dejara de girar y su rayo no fuera un crujido en su
sangre, ansioso por buscar un enemigo para destruir.
Hunt dirigió su atención a la mujer que estaba sentada en el sofá, mirando a la
nada.
El vestido verde de Bryce estaba destrozado, su piel estaba cubierta de yeso y
la sangre de otra persona, su rostro pálido, a excepción de la marca roja en su
mejilla.
Hunt agarró una bolsa de hielo de la nevera debajo del mostrador del bar y un
paño de cocina para envolverla. Puso el vaso de agua en la mesa de café de madera
manchada, y luego le tendió el hielo a ella.
—Ella te dio un buen golpe.
Esos ojos ámbar se elevaron lentamente hacia él. La sangre seca estaba
incrustada dentro de sus oídos.
Un momento de búsqueda en el lamentable gabinete de la cocina y el baño
reveló más toallas y un botiquín de primeros auxilios.
Él se arrodilló en la desgastada alfombra gris ante ella, recogiendo sus alas para
evitar que tocaran las latas de cerveza que llenaban la mesa de café.
Ella no dejaba de mirar a la nada mientras él le limpiaba sus orejas sangrientas.
No tenía magia médica como una bruja, pero sabía lo suficiente sobre la
curación en el campo de batalla para evaluar sus orejas arqueadas. La audición Fae
habría hecho que esa explosión fuera horrorosa… su sangre humana retrasando el
proceso de curación. Afortunadamente, no encontró signos de hemorragia o daños
graves.
Empezó en la oreja izquierda. Y cuando terminó, notó que sus rodillas estaban
raspadas, con fragmentos de piedra incrustados en ellas.
—Juniper tiene la posibilidad de ser promovida a directora —dijo Bryce
roncamente—. La primer fauno de la historia. La temporada de verano comienza
pronto. Es suplente para los papeles principales en dos de los ballets. Solista en los
cinco. Esta temporada es crucial. Si se lesiona, podría interferir en eso.
—Ella hizo el Descenso. Se habría recuperado rápidamente. —Sacó un par de
pinzas del kit.
—No importa.
Ella siseó mientras él cuidadosamente sacaba algunos fragmentos de metal y
piedra de su rodilla. Ella golpeó el suelo con fuerza. Incluso con el club explotando,
él la había visto moverse.
Se había lanzado sobre Juniper, protegiéndola de la explosión.
—Esto picará —dijo él, frunciendo el ceño a la botella de solución curativa.
Cosas lujosas y de alto precio. Era sorprendente que estuviera aquí, dado que el
príncipe y sus compañeros de cuarto habían hecho el Descenso—. Pero evitará que
deje cicatrices.
Ella se encogió de hombros, estudiando la enorme y oscura pantalla de
televisión sobre su hombro.
Hunt roció su pierna con la solución, y ella se sacudió. Él le agarró la pantorrilla
lo suficientemente fuerte como para mantenerla abajo, incluso mientras maldecía.
—Te lo advertí.
Ella dio un respiro entre dientes apretados. El dobladillo de su ya corto vestido
se había subido con sus movimientos, y Hunt se dijo a sí mismo que solo miraba para
evaluar si había otras lesiones, pero…
La gruesa y enojada cicatriz atravesaba un muslo que de otra manera sería
elegante y desconcertantemente perfecto.
Hunt se quedó quieto. Nunca se había curado.
Y cada cojera que a veces la sorprendía tendiendo por el rabillo del ojo… no era
por sus malditos tacones. Sino por esto. Por él. Por sus torpes instintos en el campo
de batalla para coserla como a un soldado.
—Cuando los machos se arrodillan entre mis piernas, Athalar —dijo ella—. No
suelen hacer muecas.
—¿Qué? —Pero sus palabras se registraron, justo en el momento en que se dio
cuenta de que su mano aún se agarraba a su pantorrilla, la piel sedosa debajo de los
callos de sus palmas. Justo cuando se dio cuenta de que estaba arrodillado entre sus
muslos, y se había inclinado más cerca en su regazo para ver la cicatriz.
Hunt se echó atrás, incapaz de evitar que el calor se le subiera a la cara. Quitó
su mano de su pierna.
—Lo siento —dijo él tensamente.
Cualquier diversión se desvaneció de sus ojos cuando ella dijo:
—¿Quién crees que lo hizo? ¿Lo del club?
El calor de su suave piel todavía lo sentía en la palma de su mano.
—Ni idea.
—¿Podría tener algo que ver con que investiguemos este caso? —La culpa ya
humedecía sus ojos, y supo que el cuerpo de la acólita pasó por su mente.
Él sacudió la cabeza.
—Probablemente no. Si alguien quisiera detenernos, una bala en la cabeza es
mucho más precisa que volar un club. Podría haber sido fácilmente algún rival del
dueño del club. O el resto de los miembros de Keres buscando empezar más mierda
en esta ciudad.
—¿Crees que tendremos una guerra aquí? —preguntó Bryce.
—Algunos humanos quieren que la tengamos. Algunos Vanir también. Para
deshacerse de los humanos, dicen.
—Han destruido partes de Pangera con la guerra de ahí —murmuró ella—. He
visto las imágenes. —Lo miró, dejando que su pregunta tácita colgara entre ellos.
¿Qué tan malo fue?
—Magia y máquinas. Nunca es una buena mezcla —dijo Hunt simplemente.
Las palabras se ondulaban entre ellos.
—Quiero irme a casa —dijo ella. Él se quitó la chaqueta y la colocó alrededor de
los hombros de ella. Casi la devoró—. Quiero ducharme y quitarme todo esto de
encima. —Señaló la sangre en su piel desnuda.
—Bueno. —Pero la puerta principal del vestíbulo se abrió. Un par de pies con
botas entró.
Hunt sacó su arma, escondida contra su muslo al girarse, cuando Ruhn entró,
con sombras a su paso.
—Esto no te va a gustar —dijo el príncipe.
Las calles estaban llenas de Vanir que venían del todavía caótico Cuervo Blanco,
todos buscando respuestas sobre lo que había sucedido. Varios legionarios, Fae y
miembros de la manada del Auxiliado habían erigido una barricada alrededor del
sitio, un muro mágico vibrante y opaco, pero la multitud aún convergía.
Hunt miró hacia donde Bryce caminaba a su lado, silenciosa, con los ojos
vidriosos. Descalza, se dio cuenta.
¿Cuánto tiempo había estado descalza? Ella debió haber perdido sus zapatos en
la explosión.
Se debatió ofrecerle cargarla de nuevo, o sugerirle llevarlos volando a su
apartamento, pero ella mantuvo sus brazos tan apretados a su alrededor que tuvo
la sensación de que una palabra la enviaría a un espiral de ira sin fondo.
La mirada que le dirigió a Ruhn antes de salir… Hunt se alegró de ella no fuera
una víbora escupe ácido. El rostro del macho estaría derretido.
Que los dioses los ayuden cuando el príncipe llegara a la galería mañana.
El portero de Bryce saltó de su asiento cuando entraron en el vestíbulo
inmaculado, preguntando si estaba bien, si había estado en el club. Murmuró que
estaba bien, y el cambiaformas osuno examinó a Hunt con el foco de un depredador.
Al darse cuenta de esa mirada, ella agitó una mano hacia él, presionando el botón
del elevador y los presentó. Hunt, este es Marrin; Marrin, este es Hunt, quien
lamentablemente se quedará conmigo en el futuro previsible. Luego se metió en el
elevador, donde tuvo que apoyarse contra el riel cromado a lo largo de la parte
posterior, como si estuviera a punto de colapsar.
Hunt entró mientras las puertas se cerraban. El compartimiento era demasiado
pequeño, demasiado apretado con sus alas, y las mantuvo cerca mientras subían al
pent-house.
La cabeza de Bryce se hundió y sus hombros se curvaron hacia adentro.
—¿Por qué no has hecho el Descenso? —soltó Hunt.
Las puertas del ascensor se abrieron y ella se desplomó contra ellas antes de
entrar en el elegante pasillo color crema y cobalto. Pero ella se detuvo en la puerta
de su apartamento. Luego se giró hacia él.
—Mis llaves estaban en mi bolso.
Su bolso estaba ahora en las ruinas del club.
—¿El portero tiene un repuesto?
Ella gruñó su confirmación, mirando el elevador como si fuera una montaña
para escalar.
Marrin reventó las bolas de Hunt por un buen minuto, comprobando que Bryce
estaba viva en el pasillo, preguntando desde la sala de video si ella lo aprobaba, a lo
que él levantó el pulgar.
Cuando Hunt regresó, la encontró sentada contra su puerta, con las piernas
levantadas y extendidas lo suficiente como para mostrar un par de bragas rosas.
Afortunadamente, las cámaras no podían ver en ese ángulo, pero no tenía dudas de
que el cambia formas vigilaba mientras Hunt la ayudaba a ponerse de pie y le
entregaba las llaves de repuesto.
Ella lentamente deslizó la llave, luego apoyó la palma de la mano en la
almohadilla para los dedos junto a la puerta.
—Estaba esperando —murmuró cuando las cerraduras se abrieron y las tenues
luces del apartamento parpadearon—. Se suponía que íbamos a hacer el Descenso
juntas. Elegimos dos años a partir de ahora.
Él sabía a quién se refería. La razón por la que ya no bebía, bailaba o parecía
vivir su vida. La razón por la que debía mantener esa cicatriz en su muslo bonito y
elegante. Ogenas y todos sus Misterios sagrados sabían que Hunt se había castigado
a sí mismo durante mucho tiempo después del fracaso colosal que había sido la
Batalla del Monte Hermon. Incluso mientras había sido torturado en las mazmorras
de los Asteri, se había castigado a sí mismo, desollando su propia alma de una
manera que ningún interrogador imperial jamás podría.
Entonces, tal vez fue una pregunta estúpida, pero la hizo de todos modos cuando
entraron al apartamento.
—¿Por qué molestarse en esperar ahora?
Hunt entró y echó un buen vistazo al lugar que Quinlan llamaba hogar. El
apartamento de concepto abierto se veía bien desde afuera de las ventanas, pero por
dentro…
O ella o Danika lo había decorado sin escatimar en gastos: un sillón blanco y
acolchado en el tercio en la gran sala, ubicado frente a una mesa de centro de madera
nueva y el televisor masivo sobre una consola de roble tallado. Una mesa de
comedor de vidrio borroso con sillas de cuero blanco ocupaba el tercio izquierdo del
espacio, y el tercio central se dirigía a la cocina: gabinetes blancos,
electrodomésticos de cromo y mostradores de mármol blanco. Todo
impecablemente limpio, suave y acogedor.
Hunt lo miró todo, él estaba de pie como una pieza de equipaje junto a la isla de
la cocina mientras Bryce caminaba por un pasillo de roble pálido para liberar a
Syrinx de donde aullaba desde su jaula.
Estaba a mitad de camino por el pasillo cuando ella dijo sin mirar atrás:
—Sin Danika… se suponía que íbamos a hacer el Descenso juntas —dijo de
nuevo—. Connor y Thorne iban a ser nuestras Anclas.
La elección de Anclas durante el Descenso era fundamental, y una elección
profundamente personal. Pero Hunt apartó los pensamientos del empleado del
gobierno con rostro de mal humor que le habían asignado, ya que estaba seguro de
que no le quedaban familiares o amigos para Anclarlo. No cuando su madre había
muerto solo unos días antes.
Syrinx se arrojó a través del apartamento, sus garras haciendo clic en los pisos
de madera clara y aullando mientras saltaba sobre Hunt, lamiendo sus manos. Cada
uno de los pasos Bryce la arrastraban hacia el mostrador de la cocina.
El silencio lo presionó lo suficiente como para preguntar:
—¿Tú y Danika eran amantes?
Le habían dicho hace dos años que no lo eran, pero las amigas no llevaban el
luto como Bryce, que parecía haber cerrado tan completamente cada parte de sí
misma. Como él lo había hecho con Shahar.
El golpeteo de comida en un tazón llenó el apartamento antes de que Bryce lo
bajara, y Syrinx, abandonando a Hunt, medio se arrojó al tazón mientras tragaba.
Hunt giró en su lugar mientras Bryce recorría el otro extremo de la isla de la
cocina, abriendo la enorme nevera de metal para examinar su escaso contenido.
—No —dijo ella, su voz plana y fría—. Danika y yo no éramos así. —Su agarre
en el mango de la nevera se tensó, sus nudillos se pusieron blancos—. Connor y yo,
quiero decir Connor Holstrom. Él y yo… —Ella se fue apagando—. Era complicado.
Cuando Danika murió, cuando todos murieron… una luz se apagó en mí.
Recordaba los detalles sobre ella y el mayor de los hermanos Holstrom. Ithan
tampoco había estado allí esa noche, y ahora era Segundo en la manada de Amelie
Ravenscroft. Un lamentable reemplazo de lo que había sido la Manada de Demonios.
Esta ciudad también había perdido algo esa noche.
Hunt abrió la boca para decirle a Quinlan que entendía. No solo la complicada
relación, sino la pérdida. Despertarse una mañana rodeado de amigos y su amante,
y luego terminar el día con todos ellos muertos. Comprendía cómo roía los huesos,
la sangre y el alma de una persona. Cómo nada nunca podía corregirlo.
Cómo cortar el alcohol y las drogas, cómo negarse a hacer lo que más amaba, el
baile, todavía no podía corregirlo. Pero las palabras se atoraron en su garganta. No
había tenido ganas de hablar de eso hace doscientos años, y seguro como el infierno
no tenía ganas de hablar de eso ahora.
Un teléfono en algún lugar de la casa comenzó a sonar, y una agradable voz
femenina dijo:
—Llamada de… Casa.
Bryce cerró los ojos, como si se estuviera recuperando, luego recorrió el oscuro
pasillo que conducía a su habitación. Un momento después, dijo con una alegría que
debería haberle valido un premio al Mejor Jodido Actor en Midgard:
—Hola, mamá. —Un chillido ahogado sonó en el teléfono—. No, no estaba allí.
Mi teléfono cayó al baño en el trabajo, sí, totalmente muerto. Conseguiré uno nuevo
mañana. Sí, estoy bien. June tampoco estaba allí. Estamos bien. —Una pausa—. Lo
sé, fue solo un largo día de trabajo. —Otra pausa—. Mira, tengo compañía. —Una
risa áspera—. No de ese tipo. No te hagas ilusiones. Lo digo en serio. Sí, lo dejé entrar
a mi casa de buena gana. Por favor no llames a recepción. ¿Su nombre? No te voy a
decir. —Solo la más mínima vacilación—. Mamá. Te llamaré mañana. No le diré hola.
Adiós… adiós, mamá. Te amo.
Syrinx había terminado su comida y miraba expectante a Hunt, suplicando en
silencio por más, meneando su cola de león.
—No —siseó él a la bestia justo cuando Bryce regresaba a la sala principal.
—Oh —dijo ella, como si hubiera olvidado que él estaba allí—. Voy a darme una
ducha. La habitación de invitados es tuya. Usa lo que necesites.
—Voy a pasar por el Comitium mañana para buscar más ropa. —Bryce solo
asintió como si su cabeza pesara mil libras—. ¿Por qué mientes? —La dejaría decidir
cuál mentira quería explicar.
Ella hizo una pausa, Syrinx trotando por el pasillo hasta la habitación de ella.
—Mi mamá solo se preocuparía y vendría a visitarme. No la quiero cerca si las
cosas se ponen mal. Y no le dije quién eras porque eso también llevaría a preguntas.
Es más fácil de esta manera.
Más fácil no permitirse disfrutar de la vida, más fácil mantener a todos a un
brazo de distancia.
La marca en su mejilla por la bofetada de Juniper apenas se había desvanecido.
Es más fácil arrojarse encima de un amigo cuando explota una bomba, en lugar de
arriesgarse a perderlos.
—Necesito encontrar quién hizo esto, Hunt —dijo ella en voz baja.
Él se encontró con su mirada cruda y dolorida.
—Lo sé.
—No —dijo ella con voz ronca—. No lo haces. No me importa cuáles son los
motivos de Micah, si no encuentro a esta jodida persona, me va a comer viva. —No
el asesino o el demonio, sino el dolor y la pena que estaba empezando a darse cuenta
que habitaban en ella—. Necesito encontrar quién hizo esto.
—Lo haremos —prometió.
—¿Cómo puedes saber eso? —Ella sacudió su cabeza.
—Porque no tenemos otra opción. Yo no tengo otra opción.
Ante su mirada confusa, Hunt dejó escapar un suspiro y dijo:
—Micah me ofreció un trato.
Los ojos de ella se volvieron cautelosos.
—¿Qué tipo de trato?
Hunt apretó la mandíbula. Ella le ofreció una parte de sí misma, para que él
pudiera hacer lo mismo. Especialmente si ahora eran malditos compañeros de
cuarto.
—Cuando llegué aquí por primera vez, Micah me ofreció una ganga: si podía
compensar cada vida que la 18va tomó ese día en el Monte Hermon, recuperaría mi
libertad. Dos mil doscientas diecisiete vidas. —Se armó de valor, deseando que
escuchara lo que no podía decir.
Se mordió el labio.
—Supongo que compensar significa…
—Sí —soltó—. Significa hacer eso en lo que soy bueno. Una muerte por una
muerte.
—¿Micah tiene más de dos mil personas para asesinar?
Hunt dejó escapar una risa áspera.
—Micah es Gobernador de todo un territorio, y vivirá por al menos otros
doscientos años. Probablemente tendrá el doble de ese número de personas en su
lista de mierda antes de que él llegue ahí. —El horror se deslizó en sus ojos, y él
buscó una forma de deshacerse de él, sin saber por qué—. Viene con el trabajo. Su
trabajo y el mío. —Se pasó una mano por el cabello—. Mira, es horrible, pero al
menos me ofreció una salida. Y cuando los asesinatos comenzaron de nuevo, me
ofreció una oferta diferente: encontrar al asesino antes de la Cumbre, y reduciría mi
deuda a diez.
Esperó su juicio, su disgusto con él y Micah. Pero ella ladeó la cabeza.
—Es por eso que has sido un gran dolor en el trasero.
—Sí —dijo él con firmeza—. Sin embargo, Micah me ordenó que no dijera nada.
Así que si respiras una palabra al respecto…
—Su oferta será inválida.
Hunt asintió, escaneando su rostro maltratado. Ella no dijo nada más. Después
de un latido, él exigió:
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? —Ella nuevamente comenzó a caminar hacia su habitación.
—¿No vas a decir que soy una mierda egoísta?
Ella se detuvo nuevamente, un débil rayo de luz entró en sus ojos.
—¿Por qué molestarse, Athalar, cuando lo acabas de decir por mí?
Entonces no pudo evitarlo. A pesar de que estaba ensangrentada y cubierta de
escombros, él la miró. Cada centímetro y curva. Intentó no pensar en la ropa interior
rosa debajo de ese apretado vestido verde. Pero él dijo:
—Lo siento, pensé que eras sospechosa. Y más que eso, lamento haberte
juzgado. Pensé que eras solo una chica fiestera, y actué como un imbécil.
—No hay nada malo en ser una chica fiestera. No entiendo por qué el mundo
piensa que lo hay. —Pero ella consideró sus palabras—. Es más fácil para mí cuando
la gente asume lo peor de mí. Me permite ver quiénes son realmente.
—¿Entonces estás diciendo que piensas que soy un imbécil? —Una esquina de
su boca se curvó.
Pero los ojos de ella estaban mortalmente serios.
—He conocido y tratado con muchos imbéciles, Hunt. Tú no eres uno de ellos.
—No estabas cantando esa canción antes.
Ella solo apuntó a su habitación una vez más. Entonces Hunt preguntó:
—¿Quieres que consiga comida?
De nuevo, se detuvo. Parecía que estaba a punto de decir que no, pero luego
soltó:
—Una hamburguesa con queso y papas fritas. Y un batido de chocolate.
Hunt sonrió.
—Entendido.
Micah Domitus podía ser un idiota, pero al menos daba a sus triarii el fin de
semana libre, o el equivalente a eso si algún deber en particular les obligaba a
regresar al trabajo.
Jesiba Roga, no es de extrañar, no parecía creer en los fines de semana. Y como
se esperaba que Quinlan estuviera en el trabajo, Hunt había decidido que irían al
cuartel del Comitium durante el almuerzo, mientras la mayoría de la gente estaba
distraída.
Los gruesos velos de niebla de la mañana no se habían disipado cuando Hunt
siguió a Bryce de camino al trabajo. No se le habían entregado nuevas
actualizaciones sobre el atentado, y no mencionaron ningún ataque adicional que
coincidiera con los métodos habituales del kristallos.
Pero Hunt se mantenía completamente alerta, evaluando a cada persona que
pasaba al lado de la pelirroja. La mayoría de las personas veían a Syrinx, brincando
al final de su correa, y le daban un saludo amable. Las quimeras eran mascotas
volátiles, propensas a pequeños ataques mágicos y mordeduras. No importaba que
Syrinx pareciera más interesado en cualquier alimento que pudiera robarle a la
gente.
Bryce llevaba un pequeño vestido negro hoy, su maquillaje era sutil, más pesado
en los ojos, más ligero en sus labios… armadura, se dio cuenta cuando ella y Syrinx
pasaron a otros viajeros y turistas, esquivando autos que ya tocaban la bocina con
impaciencia en el habitual tráfico de la Plaza Antigua. La ropa, el cabello, el
maquillaje… eran como el cuero, acero y armas que él vestía todos los días.
Excepto que él no usaba lencería fina debajo de todo eso.
Por alguna razón, se encontró cayendo sobre los adoquines detrás de ella. Ella
ni siquiera se estremeció, sus tacones negros altísimos ni siquiera vacilaron. Era
impresionante como Hel la manera en que ella podía caminar por las calles sin
romperse un tobillo. Syrinx resopló su saludo y siguió trotando, orgulloso como un
caballo de desfile imperial.
—¿Tu jefa te da un día libre?
Ella tomó un sorbo del café que se balanceaba en su mano libre. Seguramente
bebía una cantidad ilegal de esa cosa durante todo el día. Comenzando con no menos
de tres tazas antes de que salieran del apartamento.
—Tengo libres los domingos —dijo. Las hojas de palma silbaron con la fría brisa
sobre ellos. La piel bronceada de sus piernas se erizó con el frío—. Muchos de
nuestros clientes están lo suficientemente ocupados como para no poder asistir
durante la semana laboral. El sábado es su día de ocio.
—¿Al menos tienes vacaciones?
—La tienda está cerrada los principales días festivos. —Tocó ociosamente el
amuleto de tres nudos alrededor de su cuello.
Un hechizo Arcano como ese tenía que costar… Solas ardiente, tenía que costar
una maldita tonelada de monedas. Hunt pensó en la pesada puerta de hierro de los
archivos. Tal vez no estaba allí para mantener a los ladrones fuera… sino para
mantener cosas adentro.
Tenía el presentimiento de que ella no le diría ningún detalle sobre por qué el
arte requería que ella usara un amuleto, así que, en su lugar, le preguntó:
—¿Qué pasa contigo y tu primo? —El cual llegaría a la galería en algún momento
esta mañana.
Bryce tiró suavemente de la correa de Syrinx cuando se lanzó hacia una ardilla
que corría hacia una palmera.
—Ruhn y yo fuimos cercanos por unos años cuando yo era una adolescente, y
luego tuvimos una gran pelea. Dejé de hablar con él después de eso. Y las cosas han
estado… bueno, ya viste cómo están las cosas ahora.
—¿Por qué pelearon?
La neblina de la mañana los cubría mientras ella se mantenía en silencio, como
si debatiera qué revelar.
—Comenzó como una pelea sobre su padre. Sobre el pedazo de mierda que es
el Rey de Otoño, y cómo Ruhn estaba envuelto alrededor de su dedo. Se convirtió en
una pelea a gritos sobre los defectos del otro. Me fui cuando Ruhn dijo yo que estaba
coqueteando con sus amigos como una prostituta desvergonzada y que me
mantuviera alejada de ellos.
Ruhn había dicho algo mucho peor que eso, recordó Hunt. En el Templo de Luna,
había escuchado a Bryce recordarle que la había llamado puta mestiza.
—Siempre he sabido que Danaan era un imbécil, pero eso es bajo, incluso para
él.
—Lo fue —admitió ella suavemente—, pero… sinceramente, creo que él me
estaba protegiendo. De eso se trataba la discusión, en realidad. Estaba actuando
como cualquier otro idiota macho Fae dominante. Igual que mi padre.
—¿Alguna vez has tenido contacto con él? —preguntó Hunt. Había unas pocas
docenas de nobles Fae que podrían ser lo suficientemente monstruosos como para
haber hecho huir a Ember Quinlan hace todos esos años.
—Solo cuando no puedo evitarlo. Creo que lo odio más que a nadie en Midgard.
Excepto por Sabine. —Ella suspiró hacia el cielo, mirando a los ángeles y las brujas
pasar por encima de los edificios a su alrededor—. ¿Quién es el número uno en tu
maldita lista de mierda?
Hunt esperó hasta que pasaron frente a un Vanir de aspecto reptiliano
escribiendo en su teléfono antes de responder, consciente de cada cámara montada
en los edificios o escondida en árboles o botes de basura.
—Sandriel.
—Ah. —Solo el primer nombre de Sandriel era necesario para alguien en
Midgard—. Por lo que he visto en la televisión, ella parece… —Bryce hizo una mueca.
—Lo que sea que hayas visto en la versión es agradable. La realidad es diez
veces peor. Ella es un monstruo sádico. —Por decir lo menos. Y agregó—: Me vi
obligado a… trabajar para ella durante más de medio siglo. Hasta Micah. —No podía
decir la palabra: propiedad. Nunca dejaría que Sandriel tuviera ese tipo de poder
sobre él—. Ella y el comandante de sus triarii, Pollux, llevan la crueldad y el castigo
a nuevos niveles. —Apretó la mandíbula, sacudiéndose los recuerdos empapados de
sangre—. No son historias para contar en una calle concurrida. —O para contar en
absoluto.
—Si alguna vez quieres hablar de eso, Athalar, estoy aquí.
Lo dijo casualmente, pero él podía leer la sinceridad en su rostro. Él asintió con
la cabeza.
—Igualmente.
Pasaron por la Puerta de la Plaza Antigua, los turistas ya hacían fila para
tomarse fotos o tocar el disco, entregando alegremente una gota de su poder
mientras lo hacían. Ninguno parecía estar al tanto del cuerpo que había sido
encontrado a pocas cuadras de distancia. Con la niebla a su alrededor, la Puerta de
cuarzo era casi etérea, como si hubiera sido tallada en antiguo hielo. Ningún arcoíris
adornaba los edificios a su alrededor, no con la niebla.
Syrinx olfateó un bote de basura rebosante de desperdicios de comida de los
puestos alrededor de la plaza.
—¿Alguna vez has tocado el disco y pedido un deseo? —preguntó Bryce.
—Pensé que era algo que solo los niños y los turistas hacían. —Él sacudió la
cabeza.
—Lo es. Pero es divertido. —Se echó el cabello sobre un hombro, sonriendo
para sí misma—. Pedí un deseo aquí cuando tenía trece años, cuando visité la ciudad
por primera vez. Ruhn me trajo.
Hunt levantó una ceja.
—¿Qué deseaste?
—Que mis senos se agrandaran.
Una risa salió de él, ahuyentando cualquier sombra persistente que la charla
sobre Sandriel le trajeron. Pero Hunt evitó mirar el pecho de Bryce cuando dijo:
—Parece que tu deseo valió la pena, Quinlan. —Eso era una subestimación. Una
subestimación grande, jodida y cubierta de encaje.
Ella se rio entre dientes.
—Ciudad Crescent: lugar donde los sueños se hacen realidad.
Hunt le codeó las costillas, incapaz de evitar hacer contacto físico.
Ella lo alejó.
—¿Qué desearías si supieras que se hará realidad?
Que su madre estuviera viva, segura y feliz. Que Sandriel y Micah y todos los
Arcángeles y los Asteri estuvieran muertos. Que se terminara su trato con Micah y
se pudiera quitar el halo y los tatuajes de esclavo. Que las rígidas jerarquías de los
malakim fueran destruidas.
Pero no pudo decir nada de eso. No estaba listo para decir esas cosas en voz alta.
Así que Hunt dijo:
—Como estoy perfectamente contento con el tamaño de mis atributos, desearía
que dejaras de ser un dolor en mi trasero.
—Idiota. —Pero Bryce sonrió y que lo parta un rayo si el sol de la mañana no
apareció al verla.
Sandriel se giró hacia Hunt, Bryce e Isaiah en el mismo momento en que Micah
lo hizo. El reconocimiento brilló en los ojos de la mujer de cabello oscuro cuando esa
mirada aterrizó en Hunt, omitió a Bryce por completo y notaba Isaiah.
Bryce la reconoció, por supuesto. Estaba en la televisión con la frecuencia
suficiente para que nadie en el planeta no la reconociera.
Un paso por delante, Hunt se encontraba temblando como un cable
electrificado. Ella nunca lo había visto así.
—Arrodíllate —murmuró Isaiah, y se arrodilló.
Hunt no se movió. Bryce se dio cuenta de que no lo haría. La gente miraba sobre
sus hombros mientras permanecían de rodillas.
Isaiah murmuró:
—Pollux no está con ella. Solo jodidamente arrodíllate. —Pollux: el martillo.
Algo de la tensión salió de Hunt, pero permaneció de pie.
Él lucía perdido, varado en algún lugar entre la ira y el terror. Ni un destello de
su rayo en la punta de sus dedos. Bryce se acercó a su lado y se pasó la cola de caballo
por encima de un hombro. Sacó su nuevo teléfono de su bolsillo, asegurándose de
que el sonido estuviera activado.
Para que todos pudieran escuchar el fuerte clic, clic, clic, mientras tomaba fotos
de los dos Arcángeles, luego se giró, apuntando el teléfono hacia sí misma, para
tomar una foto de ella con los Gobernadores en el fondo.
La gente murmuró en estado de shock. Bryce inclinó la cabeza hacia un lado,
sonriendo ampliamente, y tomó otra foto.
Luego ella se giró hacia Hunt, que todavía temblaba, y habló con la mayor
ligereza que pudo reunir.
—Gracias por traerme a verlos. ¿Nos vamos?
No le dio a Hunt la oportunidad de hacer nada mientras pasaba su brazo por el
de él, les daba la vuelta para tomar una foto con él y los Arcángeles con rostro de
piedra y la multitud desconcertada en el fondo, y luego tiró de él hacia el elevador.
Era por eso que algunos legionarios se apresuraban a subir. A huir.
Tal vez había otra salida más allá de la pared de puertas de vidrio. La multitud
se puso de pie.
Ella apretó el botón, rezando que le diera acceso a cualquier piso de la torre.
Hunt seguía temblando. Bryce agarró su brazo con fuerza, golpeando su pie en las
baldosas mientras…
—Explícate. —Micah se paró detrás de ellos, bloqueando a la multitud del
ascensor.
Hunt cerró los ojos.
Bryce tragó saliva y se volvió, casi golpeando a Hunt otra vez en la cara con su
cabello.
—Bueno, escuché que tenías una invitada especial, así que le pedí a Hunt que
me trajera para poder tomarme unas fotos.
—No mientas.
Hunt abrió los ojos y luego se giró lentamente hacia el gobernador.
—Tuve que recoger suministros y ropa. Isaiah me dio el visto bueno para traerla
aquí.
Como si pronunciar su nombre lo hubiera convocado, el Comandante de la 33ra
empujó a través de la línea de guardias.
—Es verdad, Su Gracia. Hunt estaba atendiendo algunas necesidades y no
quería arriesgarse a dejar sola a la señorita Quinlan mientras lo hacía —dijo Isaiah.
El Arcángel miró a Isaiah, luego a Hunt. Luego a ella.
La mirada de Micah recorrió su cuerpo. Su rostro. Ella conocía esa mirada, ese
lento estudio.
Era demasiado jodidamente malo que Micah fuera tan cálido como un pez en el
fondo de un lago congelado debajo de una montaña.
Demasiado jodidamente malo que hubiera usado a Hunt como un arma,
convirtiendo su libertad en una recompensa para perros.
Demasiado jodidamente malo que a menudo trabajara con su padre en asuntos
de la ciudad y en asuntos de Casas, era demasiado malo que le recordara a su padre.
Bu. Jodido. Ju.
—Fue agradable verle de nuevo, Su Gracia —dijo ella a Micha. Entonces se las
puertas del ascensor abrieron, como si algún dios les hubiera ordenado que hicieran
una buena salida.
Ella empujó a Hunt adentro y lo estaba siguiendo cuando una mano fría y fuerte
la agarró del codo. Alzó las pestañas hacia Micah cuando él la detuvo en las puertas
del ascensor. Hunt no parecía estar respirando.
Como si estuviera esperando que el gobernador revocara su trato.
Pero Micah ronroneó:
—Me gustaría llevarte a cenar, Bryce Quinlan.
Ella salió de su agarre, uniéndose a Hunt en el ascensor. Y cuando las puertas se
cerraron, miró al Arcángel de Valbara a los ojos.
—No estoy interesada —dijo ella.
Hunt sabía que Sandriel vendría, pero encontrarse con ella hoy… debió haber
querido sorprenderlos a todos, si hasta Isaiah no lo sabía. Quería pillar
desprevenidos al Gobernador y a la legión y ver cómo era este lugar antes de que la
pompa y las circunstancias hicieran que sus defensas parecieran más fuertes, su
riqueza más profunda. Antes de que Micah pudiera llamar a una de sus otras legiones
para que parecieran mucho más impresionantes.
Qué jodida mala suerte que se hubieran encontrado con ella.
Pero al menos Pollux no había estado allí. Aún no.
El elevador se movió nuevamente y Bryce permaneció en silencio. Abrazándose.
No estoy interesada.
Él dudaba que Micah Domitus hubiera escuchado esas palabras antes.
Dudaba que Sandriel alguna vez hubiera dejado que alguien le tomara fotos así.
Todo lo que había podido pensar mientras contemplaba a Sandriel era el peso
de su cuchillo a su lado. Todo lo que podía oler era el olor de su arena, sangre,
mierda, orina y esa arena…
Entonces Bryce hizo su jugada. Interpretó a esa irreverente y viciosa chica
fiestera que quería que creyeran que era, que él había creído que era, sacando esas
fotos y dándole a él una salida…
Hunt colocó su mano contra el disco al lado del panel de botones y presionó un
piso diferente, ignorando el lugar donde el elevador los había estado llevando.
—Podemos irnos desde el rellano. —La voz de él era como grava. Siempre se
olvidaba de cuán parecidas se veían Sandriel y Shahar. No gemelas idénticas, pero
su color y constitución habían sido casi iguales—. Aunque tendré que llevarte.
Ella enredó el sedoso largo de su cola de caballo alrededor de una muñeca, sin
darse cuenta de que le mostró la dorada línea de su garganta con el movimiento.
No estoy interesada.
Ella había sonado segura. No alegre, no regodeándose, sino… firme.
Hunt no se atrevió a considerar cómo este rechazo podría afectar su trato con
Micah, o preguntarse si Micah lo culparía de alguna manera por ello.
—¿No hay puerta trasera? —preguntó Bryce.
—La hay, pero tendríamos que bajar de nuevo.
Él podía sentir las preguntas de ella burbujeando, y antes de que pudiera
preguntar, él dijo:
—El Segundo de Sandriel, Pollux, es aún peor que ella. Cuando él llegue aquí,
evítalo a toda costa.
No podía sacar a relucir la lista de horrores que Pollux había infligido a
inocentes.
Bryce chasqueó la lengua.
—Mi camino nunca se cruzará con el de ellos sí puedo evitarlo.
Después de ese espectáculo en el vestíbulo, podría ser verdad. Pero Hunt no le
dijo que Sandriel no estaba por encima de pequeñas venganzas por desaires y
ofensas menores. No le dijo que Sandriel probablemente nunca olvidaría el rostro
de Bryce. Puede que ya le hubiera preguntado a Micah quién era ella.
Las puertas se abrieron en un nivel superior tranquilo. Los pasillos estaban
oscuros, silenciosos, y él la condujo a través un laberinto de equipos de gimnasia. Un
amplio camino pasaba a través del equipo directamente a la pared de las ventanas y
al balcón de despegue más allá. No había barandilla, solo un espacio abierto. Ella se
detuvo.
—Nunca he dejado caer a nadie —prometió él.
Ella lo siguió afuera con cautela. El viento seco los azotaba. Muy por debajo, la
calle de la ciudad estaba llena de ojos curiosos y furgonetas de noticias. Por encima
de ellos, los ángeles volaban, algunos huían directamente, otros rodeaban las cinco
torres del Comitium para vislumbrar a Sandriel desde lejos.
Hunt se inclinó, deslizó una mano debajo de las rodillas de Bryce, apoyó otra en
la espalda y la levantó. Su aroma llenó sus sentidos, quitando el último recuerdo de
esa mazmorra apestosa.
—Gracias —dijo él, encontrándose con la mirada de ella—. Por rescatarme.
Ella se encogió de hombros lo mejor que pudo con su agarre, pero hizo una
mueca cuando él se acercó al borde.
»Eso fue pensar rápido —continuó él—. Ridículo en muchos niveles, pero te lo
debo.
Ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello, su agarre casi estrangulándolo.
—Tú me ayudaste anoche. Estamos a mano.
Hunt no le dio la oportunidad de cambiar de opinión cuando batió sus alas en
un poderoso empujón y saltó del borde. Ella se aferró a él, lo suficientemente fuerte
como para lastimarlo, y él la abrazó con firmeza, la lona atada a su pecho golpeando
torpemente contra su muslo.
—¿Al menos estás mirando? —preguntó él mientras el viento los enviaba
navegando fuerte y rápido, volando hacia arriba y hacia arriba, hacia el costado del
rascacielos adyacente en el DCC.
—Absolutamente no —dijo ella en su oído.
Él se rio entre dientes mientras se nivelaban, cruzando por encima de los
pináculos del DCC, el Istros con un brillo sinuoso a su derecha, la isla envuelta en
niebla del Barrio de Huesos se cernía detrás de ellos. A la izquierda, podía distinguir
los muros de la ciudad y luego tierra abierta más allá de la Puerta de los Ángeles. No
había casas o edificios o carreteras por ahí. Nada más que el puerto aéreo. Pero en
la Puerta a su derecha, la Puerta de los Comerciantes en el Mercado de Carne, la línea
ancha y pálida de la Carretera Oeste se abalanzaba hacia las onduladas colinas
salpicadas de cipreses.
Una ciudad agradable y hermosa, en medio de un paisaje agradable y hermoso.
En Pangera, las ciudades eran poco más que corrales para los que Vanir cazaran
y se alimentaran de los humanos y sus hijos. No es de extrañar que los humanos se
hubieran revelado. No es de extrañar que destruyeran ese territorio con sus bombas
químicas y máquinas.
Un escalofrío de ira le recorrió la espalda al pensar en esos niños, y se obligó a
mirar hacia la ciudad de nuevo. El Distrito Central de Comercio estaba separado de
la Plaza Antigua por la línea divisoria de la avenida Ward. La luz del sol brillaba en
las piedras blancas del Templo de Luna, y, como en un espejo reflejándose
directamente frente a él, parecía ser absorbida por el Templo de la Oráculo con su
cúpula negra. Su destino mañana por la mañana.
Pero Hunt miró más allá de la Plaza Antigua, hacia donde el verde del Cinco
Rosas brillaba en la bruma húmeda. Se alzaban cipreses y palmeras, junto con
brillantes destellos de magia. En Moonwood, más robles, menos adornos mágicos.
Hunt no se molestó en buscar en otro lado. Los Prados de Asphodel no tenían mucho
para contemplar. Sin embargo, los Prados eran un complejo de lujo en comparación
con los distritos humanos en Pangera.
—¿Por qué quieres vivir en la Plaza Antigua? —preguntó él después de varios
minutos de volar en silencio, con solo la canción del viento para escuchar.
Ella seguía sin mirar, y él comenzó un suave descenso hacia su pequeña sección
de la Plaza Antigua, a solo una cuadra del río y a pocas cuadras de la Puerta Corazón.
Incluso desde esa distancia, podía verlo, el cuarzo claro brillaba como una lanza
helada en el cielo gris.
—Es el corazón de la ciudad —dijo ella—, ¿por qué no estar allí?
—CiRo es más limpio.
—Y está lleno de pavos reales Fae que hacen muecas de desprecio a los mestizos.
—Ella escupió el término.
—¿Moonwood?
—¿El territorio de Sabine? —Una risa áspera, y ella se apartó para mirarlo. Su
puñado de pecas se arrugó cuando ella arrugó la nariz—. Honestamente, la Plaza
Antigua es el único lugar seguro para alguien como yo. Además, está cerca del
trabajo y tengo mi selección de restaurantes, salas de música y museos. Nunca
necesito salir de ahí.
—Pero lo haces, vas por toda la ciudad en tus carreras matutinas. ¿Por qué usas
una ruta diferente tan a menudo?
—Mantiene todo fresco y divertido.
Su edificio se hizo más claro, el techo estaba vacío. Una hoguera, algunas
tumbonas y una parrilla ocupaban la mayor parte. Hunt se inclinó, giró en círculos y
aterrizó suavemente, bajándola con cuidado. Ella se aferró a él el tiempo suficiente
para mantener las piernas firmes, luego dio un paso atrás.
Ajustó la bolsa de lona y se dirigió a la puerta del techo. La mantuvo abierta para
ella, las luces iluminaron la escalera más allá.
—¿Fue en serio lo que le dijiste a Micah?
Ella bajó las escaleras y la cola de caballo se balanceó.
—Por supuesto que era en serio. ¿Por qué Hel querría salir con él?
—Es el Gobernador de Valbara.
—¿Y? Solo porque le salvé la vida no significa que esté destinada a ser su novia.
Sería como estar con una estatua de todos modos.
Hunt sonrió de lado.
—Para ser justos, las mujeres que han estado con él dicen lo contrario.
Ella abrió la puerta torciendo la boca.
—Como dije, no estoy interesada.
—Segura que no es porque estás evitando…
—¿Ves?, ahí está el problema. Tú y el resto del mundo parecen pensar que existo
solo para encontrar a alguien como él. Que por supuesto no puedo estar realmente
no interesada, porque ¿por qué no querría que un macho grande y fuerte me proteja?
Seguramente si soy bonita y soltera, en el momento en que cualquier poderoso Vanir
muestre interés, estoy obligada a quitarme las bragas. Que de hecho, ni siquiera tuve
una vida hasta que él se apareció, nunca tuve buen sexo, nunca me sentí viva.
Oscuro Hel, esta mujer.
—Realmente eres una joyita, ¿sabías?
Bryce rio por lo bajo.
—Realmente lo haces jodidamente fácil, ¿sabías?
Hunt se cruzó de brazos. Ella cruzó los suyos.
Esa jodida cola de caballo pareció cruzar sus proverbiales brazos también.
—Entonces —dijo Hunt entre dientes mientras arrojaba su bolsa al suelo, la
ropa y las armas golpearon el piso con fuerza—. ¿Vendrás conmigo a ver la Oráculo
mañana o qué?
—Oh no, Athalar. —Sus ronroneantes palabras corrieron por su piel, y su
sonrisa era pura maldad. Hunt se preparó para lo que estaba a punto de salir de su
boca. Incluso mientras se encontraba esperando las palabras—. Tendrás que tratar
con ella tú solo.
32
Traducido por Ravechelle
Corregido por Lieve
—Por favor.
Siempre era la misma palabra. La única palabra que la gente solía decir cuando
la Sombra de la Muerte se paraban frente a ellos.
A través de la sangre salpicada en su casco, Hunt miró al macho puma
cambiaformas encogido ante él. Sus manos con garras temblaron cuando las levantó.
—Por favor —sollozó.
Cada ruego arrastraba a Hunt más lejos. Hasta que el brazo que extendió estaba
distante, hasta que el arma que apuntó a la cabeza del macho era solo un poco de
metal.
Una muerte por una muerte.
—Por favor.
El macho había hecho cosas horribles. Cosas indescriptibles. Se lo merecía.
Merecía algo peor.
—Porfavorporfavorporfavor.
Hunt no era más que una sombra, una brizna de vida, un instrumento de muerte.
No era nada y nadie en absoluto.
—Por…
El dedo de Hunt se apretó el gatillo.
Bryce y Ruhn habían esperado al borde del Parque de la Oráculo por Hunt, cada
minuto que pasaba. Y cuando emergió de nuevo, sus ojos buscaron cada centímetro
de su rostro… Bryce sabía que era malo. Lo que sea que haya descubierto.
Hunt esperó hasta que caminaron por un tranquilo bloque residencial que
bordeaba el parque antes de contarles lo que la Oráculo había dicho sobre el Cuerno.
Sus palabras aún colgaban en el brillante aire de la mañana a su alrededor
cuando Bryce dejó escapar el aliento. Hunt hizo lo mismo a su lado y luego dijo:
—Si alguien sabe cómo reparar el Cuerno después de tanto tiempo, entonces
pueden hacer lo contrario de lo que hizo el Príncipe Pelias. Pueden abrir la Grieta
del Norte. Parece un Hel de motivo para matar a cualquiera que pueda delatarlos.
Ruhn pasó una mano sobre un lado de su cabello.
—Como la acólita en el templo, ya sea como advertencia para que nos
mantengamos alejados del Cuerno o para que no dijera nada, si se enteró de alguna
manera.
Hunt asintió.
—Isaiah interrogó a los demás en el templo y dijeron que la chica era la única
acólita de guardia la noche que robaron el Cuerno, y fue entrevistada en ese
momento, pero afirmaron que no sabía nada al respecto.
La culpa se retorció dentro de Bryce.
—Tal vez tenía miedo de decir algo. Y cuando aparecimos… —dijo Ruhn.
—Quien esté buscando el Cuerno no nos quiere cerca. Podrían haber sabido que
ella estuvo de guardia esa noche e ido a extraer información de ella. Hubieran
querido asegurarse de que no revelara lo que sabía a nadie más, asegurarse de que
permaneciera en silencio. Permanentemente —terminó Hun.
Bryce agregó la muerte de la niña a la lista de otras personas que ella pagaría
antes de que esto terminara.
Luego preguntó:
—Si esa marca en la caja realmente era el Cuerno, tal vez el Ophion, o incluso la
secta Keres, está buscando el Cuerno para ayudar en su rebelión. Para abrir un portal
a Hel y traer a los príncipes demoníacos de vuelta aquí en una especie de alianza
para derrocar a los Asteri. —Ella se estremeció—. Millones morirían. —Ante su
silencio helado, ella continuó—: Quizás Danika se dio cuenta de sus planes sobre el
Cuerno, y fue asesinada por eso. Y la acólita también.
Hunt se frotó la nuca con el rostro pálido.
—Necesitarían la ayuda de un Vanir para convocar a un demonio como ese, pero
es una posibilidad. Hay algunos Vanir comprometidos con su causa. O tal vez una de
las brujas lo convocó. La nueva bruja reina podría estar probando su poder, o algo
así.
—Es improbable que haya una bruja involucrada —dijo Ruhn con un tono
tenso, los aretes su oreja brillando con el sol—. Las brujas obedecen a los Asteri, han
tenido milenios de lealtad ininterrumpida.
—Pero el Cuerno solo puede ser usado por un Fae Nacido por la Estrella, por ti,
Ruhn —dijo Bryce
Las alas de Hunt crujieron.
—Así que tal vez están buscando alguna forma de evitar la mierda de Nacido de
la Estrella.
—Honestamente —dijo Ruhn—, no estoy seguro de poder usar el Cuerno. El
Príncipe Pelias poseía lo que era básicamente un océano de luz de estrellas a su
disposición. —El ceño de su hermano se frunció, y un poquito de luz apareció en la
punta de su dedo—. Esto es prácticamente lo que puedo convocar.
—Bueno, no vas a usar el Cuerno, incluso si lo encontramos, así que no
importará —dijo Bryce.
Ruhn se cruzó de brazos.
—Si alguien puede reparar el Cuerno… ni siquiera sé cómo eso sería posible. Leí
algunas menciones de que el Cuerno tenía una especie de sensibilidad en él, casi
como si estuviera vivo. ¿Tal vez un poder curativo de algún tipo podría ser aplicable?
Una medwitch podría tener alguna idea.
—Curan personas, no objetos. Y el libro que encontraste en la biblioteca de la
galería decía que el Cuerno solo podía repararse con luz que no es luz, magia que no
es magia —respondió Bryce.
—Leyendas —dijo Hunt—. No verdad.
—Vale la pena investigarlo —dijo Ruhn, y se detuvo, mirando a Bryce y Hunt,
quien la miraba a ella con cautela por el rabillo del ojo. Lo que sea que eso
signifique—. Buscaré unas cuantas medwitch y haré algunas visitas discretas —dijo
Ruhn.
—Bien —dijo ella. Cuando él se puso rígido, ella corrigió—: Eso suena bien.
Incluso si nada más sobre este caso lo hacía.
Bryce se desconectó del sonido de Lehabah viendo uno de sus dramas e intentó
concentrarse en el mapa de las ubicaciones de Danika. Intentó, pero fracasó, ya que
podía sentir los ojos de Hunt mirándola desde el otro lado de la mesa de la biblioteca.
Por centésima vez solo en esa hora. Ella se encontró con su mirada, y él apartó la
mirada rápidamente.
—¿Qué?
Él sacudió la cabeza y volvió a su investigación.
—Me has estado mirando raro toda la tarde —dijo ella.
Él tamborileó con los dedos sobre la mesa y luego soltó:
—¿Quieres decirme por qué la Oráculo me advirtió que mantuviera el Hel lejos
de ti?
Bryce dejó escapar una breve carcajada.
—¿Es por eso que parecías en pánico cuando saliste del templo?
—Ella dijo que había revelado su visión para ti, como si tuviera un maldito
hueso para recoger contigo.
Un escalofrío recorrió la columna de Bryce ante eso.
—No la culpo si todavía está enojada.
Hunt palideció, pero Bryce dijo:
—En la cultura Fae, hay una costumbre: cuando las niñas tienen su ciclo por
primera vez, o cuando cumplen trece años, van a un Oráculo. La visita ofrece una
idea del tipo de poder al que podrían ascender cuando maduran, para que sus padres
puedan planificar uniones años antes del Descenso. Los niños también van a los
trece años. En estos días, si los padres son progresivos, es una vieja tradición
descubrir una carrera para sus hijos. Soldados o curanderos o lo que sea que hagan
los Fae si no pueden permitirse descansar comiendo uvas todo el día.
—Los Fae y los Malakim pueden odiarse, pero tienen muchas tonterías en
común.
Bryce tarareó su acuerdo.
—Mi ciclo comenzó cuando me faltaban unas trece semanas para mis trece. Y
mi mamá tuvo esta… no lo sé. ¿Crisis? Este repentino temor de que ella me hubiera
alejado de una parte de mi herencia. Ella se puso en contacto con mi padre biológico.
Dos semanas después, aparecieron los documentos, declarándome una civitas
completa. Sin embargo, vino con una trampa: tenía que reclamar Cielo y Aliento
como mi Casa. Me negué, pero mi madre realmente insistió en que lo hiciera. Ella lo
veía como una especie de… protección. No lo sé. Aparentemente, estaba lo
suficientemente convencida de la intención de él de protegerme que ella le preguntó
si quería conocerme. Por primera vez. Y eventualmente me relajé lo suficiente con
todo el rollo de la lealtad de la Casa para darme cuenta de que también quería
conocerlo.
Hunt leyó su latido de silencio.
—No terminó bien.
—No. En esa misma visita fue la primera vez que conocí a Ruhn también. Vine
aquí, me quedé en CiRo durante el verano. Conocí al Rey de Otoño. —La mentira fue
fácil—. También conocí a mi padre —agregó—. En los primeros días, la visita no fue
tan mala como mi madre había temido. Me gustó lo que vi. Incluso si algunos de los
otros niños Fae susurraran que yo era una mestiza, yo sabía lo que era. Nunca he
estado no orgullosa de ello, quiero decir, ser humana. Y sabía que mi padre me había
invitado, así que al menos me quería allí. No me importaba lo que pensaran los
demás. Hasta la Oráculo.
Él hizo una mueca.
—Tengo un mal presentimiento sobre esto.
—Fue catastrófico. —Ella tragó saliva ante el recuerdo—. Cuando la Oráculo
miró su humo, ella gritó. Se arañó los ojos. —No tenía sentido ocultarlo. El evento se
había conocido en algunos círculos—. Más tarde escuché que quedó ciega durante
una semana.
—Mierda.
Bryce se rio para sí misma.
—Aparentemente, mi futuro es así de malo.
Hunt no sonrió.
—¿Qué pasó?
—Regresé a la antecámara de los peticionarios. Todo lo que podías oír era a la
Oráculo gritando y maldiciéndome, las acólitas apresurándose por todo el lugar.
—Me refería a tu padre.
—Me llamó desgracia inútil, salió por la salida VIP del templo para que nadie
supiera quién era él para mí, y cuando lo alcancé, había tomado el auto y se había
ido. Cuando regresé a su casa, encontré mis maletas en la acera.
—Idiota. ¿Danaan no tuvo nada que decir sobre él echando a su prima hasta la
calle?
—El rey prohibió a Ruhn interferir. —Se examinó las uñas—. Créeme, Ruhn
trató de pelear. Pero el rey le ató las manos. Así que tomé un taxi hasta la estación
de tren. Ruhn logró poner dinero en mi mano para pagar el boleto.
—Tu mamá debe haberse vuelto balística.
—Lo hizo. —Bryce se detuvo un momento y luego dijo—: Parece que la Oráculo
todavía está enojada.
Él le lanzó una media sonrisa.
—Lo consideraría una insignia de honor.
Bryce, a pesar de sí misma, le devolvió la sonrisa.
—Probablemente eres el único que piensa eso. —Sus ojos se posaron en su
rostro nuevamente, y ella supo que no tenía nada que ver con lo que la Oráculo había
dicho.
Bryce se aclaró la garganta.
»¿Encontraste algo?
Al captar su solicitud de dejar el tema, Hunt giró la laptop hacia ella.
—He estado mirando esta mierda antigua durante días, y esto es todo lo que he
encontrado.
El jarrón de terracota databa de hace casi quince mil años. Después del Príncipe
Pelias por alrededor de un siglo, pero el kristallos aún no se había desvanecido de la
memoria común. Ella leyó la breve copia del catálogo y dijo:
—Está en una galería en Mirsia. —Lo que lo ponía a un mar y mil kilómetros
más allá de Lunathion. Acercó la laptop a ella e hizo clic en la miniatura—. Pero estas
fotos deberían ser suficientes.
—Puede que yo haya nacido antes que las computadoras, Quinlan, pero sé cómo
usarlas.
—Solo estoy tratando de evitar que arruines aún más tu imagen de rudo como
el Umbra Mortis. No podemos dejar que se sepa que eres un nerd de las
computadoras.
—Gracias por tu preocupación. —Sus ojos se encontraron con los de ella, la
esquina de su boca se alzó.
Los dedos de sus pies podrían haberse curvado en sus tacones. Ligeramente.
Bryce se enderezó.
—Está bien. Dime qué estoy mirando.
—Una buena señal. —Hunt señaló la imagen, representada en pintura negra
contra el naranja quemado de la terracota, del demonio kristallos rugiendo cuando
un guerrero con casco atravesaba su cabeza con una espada.
Se inclinó hacia la pantalla.
—¿Qué cosa?
—Que los kristallos pueden ser asesinados a la antigua. Por lo que puedo decir,
no hay magia o artefactos especiales que se usen para matarlo aquí. Simplemente
fuerza bruta.
Su intestino se tensó.
—Este jarrón podría ser una interpretación artística. Esa cosa mató a Danika y
a la Manada de Demonios, y también pateó el trasero de Micah. ¿Y quieres decirme
que un antiguo guerrero lo mató con solo una espada en la cabeza?
Aunque el programa de Lehabah seguía sonando, Bryce sabía que la duendecilla
estaba escuchando cada palabra.
—Tal vez el kristallos tuvo el elemento sorpresa de su lado esa noche —dijo
Hunt
Ella trató y falló en bloquear las pilas rojas hechas pulpa, la sangre salpicada en
las paredes, la forma en que todo su cuerpo parecía desplomarse incluso mientras
estaba quieta mientras y lo que quedaba de sus amigos.
—O tal vez esto es solo una representación de mierda de un artista que escuchó
una canción adornada alrededor de un fuego e hizo su propia interpretación. —Ella
comenzó a golpetear su pie debajo de la mesa, como si de alguna manera calmara
sus latidos de corazón.
Él sostuvo su mirada, sus ojos negros eran claros y honestos.
—Está bien. —Esperó a que él presionara, que la hiciera hablar, pero Hunt
deslizó la laptop a su lado de la mesa. Él entrecerró los ojos—. Extraño. Dice que el
jarrón es originario de Parthos. —Él ladeó la cabeza—. Pensé que Parthos era un
mito. Un cuento de hadas humano.
—¿Porque los humanos no eran mejores que los animales que se golpeaban
contra rocas hasta que llegaron los Asteri?
—Dime que no crees que la basura de conspiración sobre una biblioteca antigua
en el corazón de una civilización humana preexistente. —Cuando ella no respondió,
Hunt desafió—: Si existiera algo así, ¿dónde está la evidencia?
Bryce agarró su amuleto a lo largo de su cadena y asintió con la cabeza hacia la
imagen en la pantalla.
—Ese jarrón fue hecho por una ninfa —dijo ella—. No por un humano mítico
iluminado. Tal vez Parthos no había sido borrado del mapa por completo en ese
momento.
Hunt la miró por debajo de las cejas fruncidas.
—¿En serio, Quinlan? —Cuando ella nuevamente no respondió, él sacudió la
barbilla hacia su tablet—. ¿Dónde estás con los datos sobre las ubicaciones de
Danika?
El teléfono de Hunt sonó antes de que pudiera responder, pero Bryce dijo,
recuperándose mientras esa imagen del kristallos asesinados sangraba con lo que le
habían hecho a Danika, lo que le quedaba de ella:
—Todavía descarto las cosas que estaban probablemente desconectadas,
pero… en realidad, lo único atípico aquí es el hecho de que Danika estaba de guardia
en el Templo de Luna. A veces era ubicada en el área general, pero nunca
específicamente en el templo. Y de alguna manera, días antes de morir, ¿hizo guardia
allí? Y los datos muestran que ella estuvo allí cuando el Cuerno fue robado. La acólita
también estuvo allí esa noche. Todo tiene que estar conectado de alguna manera.
Hunt bajó el teléfono.
—Quizás Philip Briggs nos ilumine esta noche.
La cabeza de ella se levantó de golpe.
—¿Esta noche?
Lehabah dejó de mirar su programa por completo.
—Acabo de recibir el mensaje de Viktoria. Lo transfirieron de Adrestia. Nos
reuniremos con él en una hora en una celda debajo el Comitium. —Inspeccionó los
datos difundidos ante ellos—. Él va a ser difícil.
—Lo sé.
Se recostó en la silla.
—No va a tener cosas buenas que decir sobre Danika. ¿Estás segura de que
puedes soportar escuchar su tipo de veneno?
—Estoy bien.
—¿De verdad? Porque ese jarrón te detonó, y dudo que enfrentarte cara a cara
con este tipo vaya a ser más fácil.
Las paredes comenzaron a cerrarse a su alrededor.
—Vete de aquí. —Las palabras de ella cortaron el aire entre ellos—. El hecho de
que trabajemos juntos no significa que tengas derecho a presionar mis asuntos
personales.
Hunt simplemente la miró. Miró todo. Pero dijo bruscamente:
—Quiero ir al Comitium en veinte. Te espero afuera.
Bryce siguió a Hunt, asegurándose de que no tocara ninguno de los libros y que
ellos no lo agarraran a él, luego cerró la puerta antes de saliera a la calle más allá.
Ella se dejó caer contra el hierro hasta que se sentó en la alfombra y apoyó los
antebrazos sobre las rodillas.
Se habían ido, todos ellos. Gracias a ese demonio pintado en un jarrón antiguo.
Se habían ido, y no habría más lobos en su vida. No más pasar el rato en el
apartamento. No más bailes borrachos y estúpidos en las esquinas de las calles, ni
música a las tres de la mañana hasta que sus vecinos amenazaran con llamar a la
33ra.
Ningún amigo que dijera te amo y decirlo en serio. Syrinx y Lele vinieron
lentamente, la quimera se acurrucó bajo sus piernas dobladas, la duendecilla yacía
boca abajo sobre el antebrazo de Bryce.
—No culpes a Athie. Creo que quiere ser nuestro amigo.
—Me importa una mierda lo que Hunt Athalar quiera.
—June está ocupada con el ballet, y Fury está tan bien como desaparecida. Tal
vez es hora de más amigos, BB. Pareces triste otra vez. Como si fueras la de hace dos
inviernos. Bien un minuto, luego no bien al siguiente. No bailas, no sales con nadie,
no…
—Cuidado, Lehabah.
—Hunt es agradable. Y el Príncipe Ruhn es amable. Pero Danika nunca fue
amable conmigo. Siempre mordiendo y gruñendo. O me ignoraba.
—Cuidado.
La duendecilla salió de su brazo y flotó frente a ella, con los brazos envolviendo
su vientre redondo.
—Puedes ser fría como una Parca, Bryce. —Luego se fue, zumbando para evitar
que un grueso tomo encuadernado en cuero se arrastrara por las escaleras.
Bryce dejó escapar un largo suspiro, tratando de unir el agujero en su pecho.
Veinte minutos, había dicho Hunt. Tenía veinte minutos antes de ir a interrogar
a Briggs. Veinte minutos para arreglar su mierda. O al menos fingir que lo había
hecho.
35
Traducido por Freya
Corregido por Lieve
—Así que Briggs y sus seguidores están fuera de la lista —dijo Bryce, doblando
sus pies por debajo de ella en el sofá de su sala. Syrinx ya estaba roncando a su lado—
. ¿A menos que pienses que estaba mintiendo?
Hunt, sentado al otro extremo del mueble, frunció el ceño hacia el partido de
sunball que estaba empezando en la TV.
—Estaba diciendo la verdad. He tratado con suficientes… prisioneros para
saber cuándo alguien está mintiendo.
Las palabras eran cortantes. Él había estado tenso desde que abandonaron el
Comitium a través de la misma puerta en blanco por la que habían entrado. De esa
manera no hubo ninguna posibilidad de encontrarse con Sandriel.
Hunt apuntó a los papeles que Bryce había traído de la galería, notando algunos
de los movimientos de Danika y la lista de nombres que había recopilado.
—¿Recuérdame quién es el siguiente sospechoso en tu lista?
Bryce no contestó mientras ella observaba su perfil, la luz de la pantalla se
movía en sus mejillas, profundizando la sombra debajo de su fuerte mandíbula.
Él era realmente guapo. Y realmente parecía estar de mal humor.
—¿Qué está mal? —preguntó ella.
—Nada.
—Lo dice el tipo que está rechinando los dientes tan fuerte que puedo
escucharlos.
Hunt le lanzó una mirada fulminante y extendió un musculoso brazo a lo largo
del respaldo del sofá. Se había cambiado cuando llegaron hace treinta minutos,
después de haber dado unos rápidos bocados a unos tallarines y dumplings de un
carrito de comida que estaba al final de la manzana, y ahora vestía una suave
camiseta gris, pantalones deportivos negros, y una gorra blanca de sunball volteada
hacia atrás.
Era la gorra lo que había resultado ser lo más desconcertante, tan ordinaria y…
juvenil, a falta de una mejor palabra, había estado mirándolo de reojo por los últimos
quince minutos. Mechones de su oscuro cabello se rizaban en los bordes, la banda
ajustable casi cubría el tatuaje sobre su frente, y no tenía idea de por qué, pero todo
era tan… asquerosamente distractor.
—¿Qué? —preguntó él, notando su mirada.
Bryce se estiró, su larga trenza cayendo sobre su hombro, y tomó el teléfono de
Hunt de la mesa de café. Le tomó una foto y se envió una copia a sí misma,
principalmente porque dudaba que alguien fuera a creerle que el mismísimo Hunt
Athalar estuvo sentado en su sofá usando ropa casual, una gorra de sunball al revés,
viendo televisión y bebiendo cerveza.
Damas y caballeros, la Sombra de la Muerte.
—Eso es molesto —dijo él entre dientes.
—Al igual que tu cara —contestó ella dulcemente, aventándole el teléfono.
Hunt lo atrapó, tomó una foto de ella, y luego lo bajó a la mesa, ojos en el juego
otra vez.
Ella se permitió mirarlo por un minuto más antes de decirle:
—Has estado pensativo desde lo de Briggs.
La boca de él se torció hacia un lado.
—Lo siento.
—¿Por qué te disculpas?
Sus dedos trazaron un círculo a lo largo del cojín del sofá.
—Desenterró algunas cosas malas. Sobre… sobre la manera en la que ayudé a
dirigir la rebelión de Shahar.
Lo consideró, replegando cada horrible palabra e intercambio en esa celda
debajo del Comitium.
Oh. Oh.
—No te pareces en nada a Briggs, Hunt —dijo ella cuidadosamente.
Sus ojos oscuros se deslizaron en su dirección.
—No me conoces lo suficientemente bien como para decir eso.
—¿Arriesgaste voluntaria y felizmente vidas inocentes para promover tu
rebelión?
Su boca se estrechó.
—No.
—Bueno, ahí lo tienes.
De nuevo, su mandíbula se tensó. Y entonces dijo:
—Pero estaba cegado. Acerca de muchas cosas.
—¿Como cuáles?
—Muchas —dijo en todo evasivo—. Al mirar a Briggs, lo que le estamos
haciendo… no sé por qué me molestó esta vez. He estado ahí lo suficiente con otros
prisioneros que… quiero decir… —Balanceó la rodilla. Habló sin mirarla—. Sabes la
clase de mierda debo hacer.
—Sí —dijo ella suavemente.
—Pero por la razón que fuera, ver a Briggs de esa manera hoy, solo me hizo
recordar mi propia… —No terminó la frase de nuevo y bebió de su cerveza.
Gélido y aceitoso terror llenó el estómago de ella, retorciéndose junto a los
tallarines que había aspirado hace treinta minutos.
—¿Por cuánto tiempo te hicieron eso después del Monte Hermon?
—Siete años.
Bryce cerró los ojos a medida que el peso de esas palabras la recorría.
»También perdí la noción del tiempo —dijo Hunt—. Las mazmorras de los
Asteri están bajo tierra, son tan oscuras que los días se vuelven años y los años se
vuelven días y… cuando me dejaron salir, fui directamente al Arcángel Ramuel. Mi
primer… encargado. Continuó ese patrón por dos años, se aburrió, y se dio cuenta
de que sería de mayor utilidad despachando demonios y haciendo su voluntad que
pudriéndome en sus celdas de tortura.
—Solas ardiente, Hunt —susurró ella.
Seguía sin mirarla.
—Para el momento en que Ramuel decidió dejarme servir como su asesino,
habían pasado nueve años desde que había visto la luz del sol. Desde que había oído
el viento u olido la lluvia. Desde que había visto el pasto, o un río, o una montaña.
Desde que había volado.
Las manos de Bryce temblaban tanto que cruzó los brazos, manteniendo
firmemente sus dedos contra su cuerpo.
—Lo… lo siento mucho.
Los ojos de él se volvieron distantes, vidriosos.
—El odio era lo único que me impulsó durante todo eso. El tipo de odio de
Briggs. No esperanza, no amor. Solo implacable y embravecido odio. Hacia los
Arcángeles. Hacia los Asteri. Hacia todo lo qué pasó. —Finalmente la miró, sus ojos
tan vacíos como lo habían estado los de Briggs—. Así que sí. Puede que nunca haya
estado dispuesto a matar inocentes para ayudar a la rebelión de Shahar, pero esa es
la única diferencia entre Briggs y yo. Aún lo es.
Bryce no se permitió reconsiderar antes de tomar su mano.
No se había dado cuenta de cuán grande era la mano de Hunt hasta que envolvió
la suya a su alrededor. No había notado cuántos callos había en sus palmas y dedos
hasta que rasparon contra su piel.
Hunt bajo la mirada hacia sus manos, uñas pintadas de degradado contrastando
con el dorado profundo de su piel. Bryce se encontró conteniendo el aliento,
esperando a que alejara de golpe su mano.
—¿Aún sientes que el odio es lo que te impulsa en el día a día? —preguntó ella.
—No —dijo, sus ojos se elevaron de sus manos para escanear su rostro—. A
veces, con algunas cosas, sí, pero… no, Quinlan.
Ella asintió, pero él seguía mirándola, así que ella se estiró para tomar las hojas
esparcidas con una mano libre.
—¿No tienes más nada que decir? —La boca de a Hunt se torció hacia un lado—
. Tú, la persona que tiene una opinión acerca de todo y todos, ¿no tienes nada más
que decir acerca de lo que te acabo de contar?
Ella empujó su trenza por encima de su hombro.
—No eres como Briggs —dijo ella simplemente.
Hunt frunció el ceño. Y comenzó a sacar su mano de la de ella.
Bryce apretó el agarre de sus dedos.
—Puede que te veas de esa manera, pero yo también te veo, Athalar. Veo tu
amabilidad y tu… lo que sea. —Apretó su mano con énfasis—. Veo toda la mierda
que tú ignoras convenientemente. Briggs es una mala persona. Puede que alguna vez
se haya metido en la rebelión humana por las razones correctas, pero él es una mala
persona. Tú no lo eres. Nunca lo serás. Fin de la historia.
—Este trato que tengo con Micah sugiere lo contrario…
—No eres como él.
El peso de su mirada pulsaba contra su piel, calentaba su rostro.
Ella retrajo su mano tan casualmente como pudo, tratando de no notar como
sus dedos parecían reacios a dejarla ir. Pero se inclinó hacia adelante, estiró su
brazo, y golpeó su gorra.
—¿Qué hay con esto, por cierto?
Él la empujó.
—Es una gorra.
—No combina con tu imagen de depredador nocturno.
Por un instante, se quedó completamente callado. Entonces se rio, inclinando
su cabeza. La fuerte columna bronceada que era su garganta se estiró con el
movimiento, y Bryce cruzó los brazos otra vez.
—Ah, Quinlan —dijo, sacudiendo la cabeza. Se quitó la gorra de la cabeza y la
puso en la cabeza de ella—. Eres implacable.
Ella sonrió, girando la gorra hacia atrás de la misma manera en la que él la
llevaba, y solemnemente barajeó los papeles.
—Vamos a examinar esto otra vez. Dado que Briggs fue un fracaso, y la Reina
Víbora está fuera… quizás hay algo relacionado con Danika en el Templo de Luna la
noche en que el Cuerno fue robado que no estamos viendo.
Él se acercó, su muslo rozando su flexionada rodilla, y echó un vistazo a los
papeles en su regazo. Ella observó cómo sus ojos recorrían los papeles y estudiaban
la lista de locaciones. Y trató de no pensar en el calor de ese muslo contra su pierna.
Su sólida musculatura.
Entonces levantó la cabeza.
Estaba tan cerca que se dio cuenta de que sus ojos no eran negros después de
todo, más bien un tono marrón oscuro.
—Somos idiotas.
—Al menos dijiste somos.
Él se rio, pero no retrocedió. No movió esa poderosa pierna suya.
—El templo tiene cámaras en el exterior. Debieron haber grabado la noche en
que el Cuerno fue robado.
—Lo haces sonar como si la 33ra no hubieran revisado eso hace dos años.
Dijeron que el apagón volvió cualquier grabación esencialmente inútil.
—Tal vez no hicimos las pruebas adecuadas en la grabación. Mirar los campos
correctos. Pedir a la gente adecuada que las examinara. Si Danika estuvo allí esa
noche, ¿por qué nadie lo sabía? ¿Por qué ella no dio la cara acerca de estar en el
templo cuando el Cuerno fue robado? ¿Por qué la acólita no dijo nada de su
presencia?
Bryce mordió su labio. Los ojos de Hunt descendieron ahí. Juraría que se
oscurecieron. Que su muslo se presionó con más fuerza contra el suyo. Cómo en un
desafío… un desafío para ver si ella retrocedería.
No lo hizo, pero su voz se volvió ronca al decir:
—Crees que Danika pudo haber sabido quién tomó el Cuerno… ¿y trató de
ocultarlo? —Ella sacudió la cabeza—. Danika no lo hubiera hecho. Apenas y parecía
que le importara que el Cuerno haya sido robado en lo absoluto.
—No lo sé —dijo él—. Pero comencemos con mirar la grabación, incluso si es
un montón de nada. Y luego la envías a alguien que pueda darnos un análisis más
comprensible.
Quitó su gorra de la cabeza de Bryce, y la volvió a poner en su propia cabeza, de
nuevo hacia atrás, de nuevo con esos pequeños mechones de cabello rizado
asomándose por los bordes. Como en buena medida, él jaló el extremo de su trenza,
y luego cruzó sus manos detrás de su cabeza mientras volvía a observar el partido.
La ausencia de su pierna contra la de ella fue como una fría cachetada.
—¿Qué tienes en mente?
La boca de él simplemente se curvó hacia arriba.
36
Traducido por Katia G
Corregido por Lieve
Bryce sabía que Hunt estaba haciendo un esfuerzo grande para mantener la
boca cerrada cuando finalmente regresaron a su apartamento una hora más tarde.
Ella tuvo que agarrar la puerta para mantenerse en pie.
Los ojos de él se entrecerraron, pero no dijo nada. No mencionó que su cojera
había sido tan mala que apenas había podido correr las últimas diez cuadras. Bryce
sabía que la cojera y el dolor empeorarían por la mañana. Cada paso traía un grito a
su garganta los cuáles ella se tragó, tragó y tragó.
—¿Todo bien? —preguntó él con voz tensa, levantando su camisa para
limpiarse el sudor del rostro. Ella tuvo una breve visión de esos ridículos músculos
de su estómago brillando de sudor. Él había estado a su lado todo el tiempo, no se
había quejado ni hablado. Solo mantuvo su ritmo.
Bryce hizo un punto al no apoyarse en la pared mientras caminaba hacia su
habitación.
—Estoy bien —dijo ella sin aliento—. Solo necesitaba salir a correr.
Él se estiró a por su pierna, un músculo en su mandíbula se tensó.
—¿Eso pasa a menudo?
—No —mintió ella.
Hunt solo la miró.
Ella no pudo detener su siguiente paso cojo.
—A veces —corrigió ella, haciendo una mueca—. Le pondré hielo. Estará bien
por la mañana. —Si hubiera sido Fae de pura sangre, se habría curado en una o dos
horas. Por otra parte, si ella fuera Fae de pura sangre, la lesión no habría
permanecido de esta manera.
La voz de él fue ronca cuando preguntó:
—¿Alguna vez la revisaron?
—Síp —mintió de nuevo, y se frotó el cuello sudoroso. Antes de que él pudiera
decir algo más, ella dijo—: Gracias por acompañarme.
—Sí. —No era una respuesta, pero piadosamente, Hunt no dijo nada más
mientras ella cojeaba por el pasillo y cerraba la puerta de su habitación.
39
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve
A Viktoria le tomó dos días encontrar algo inusual en las cámaras de la ciudad y
en la red eléctrica. Pero cuando lo hizo, no llamó a Hunt. No, envió un mensajero.
—Vik me dijo que llevara tu culo a su oficina, la del laboratorio —dijo Isaiah a
modo de saludo mientras aterrizaba en el tejado de la galería.
Apoyándose en la puerta que llevaba abajo, Hunt miró a su comandante. El brillo
habitual de Isaiah se había atenuado, y las sombras estaban bajo sus ojos.
—¿Tan malo es con Sandriel allí?
Isaiah dobló sus alas. Tensas.
—Micah la mantiene bajo control, pero yo estuve despierto toda la noche
tratando con gente petrificada.
—¿Soldados?
—Soldados, personal, empleados, residentes cercanos… ella los ha puesto
nerviosos a todos. —Isaiah sacudió la cabeza—. Están manteniendo en silencio el
momento de la llegada de Pollux también, para ponernos a todos al límite. Ella sabe
qué tipo de miedo crea él.
—Tal vez tengamos suerte y ese pedazo de mierda se quede en Pangera.
—Nunca tenemos tanta suerte, ¿verdad?
—No. No la tenemos. —Hunt soltó una risa amarga—. La Cumbre está todavía
a un mes de distancia. —Un mes de soportar la presencia de Sandriel—. Yo… si
necesitas algo de mí, házmelo saber.
Isaiah parpadeó, mirando a Hunt desde la cabeza hasta la punta de las botas. No
debería haberle avergonzado, esa sorpresa en el rostro del comandante ante su
oferta. La mirada de Isaiah se dirigió al techo debajo de sus botas, como si
contemplara qué o quién podría ser el responsable de su giro hacia lo altruista. Pero
Isaiah solo preguntó:
—¿Crees que Roga realmente convierte a sus ex y enemigos en animales?
Habiendo observado las criaturas en los pequeños tanques de la biblioteca,
Hunt solo pudo decir:
—Espero que no. —Especialmente por el bien de la asistente que había estado
fingiendo que no se estaba durmiendo en su escritorio cuando llamó para
registrarse hace veinte minutos.
Desde que Declan soltó la bomba de Sabine, ella había estado muy pensativa.
Hunt le había aconsejado que tuviera cuidado al ir tras la futura Prime, y parecía
inclinada a esperar a que Viktoria encontrara cualquier indicio de los patrones del
demonio, cualquier prueba de que Sabine estaba usando el poder de las líneas ley
para invocarlo, ya que sus propios niveles de poder no eran lo suficientemente
fuertes. La mayoría de los poderes de los cambiaformas no lo eran, aunque Danika
había sido una excepción. Otra razón para los celos de su madre… y motivo.
No habían oído nada de Ruhn, solo un mensaje ayer sobre la investigación del
Cuerno. Pero si Vik había encontrado algo…
—¿Vik no puede venir con las noticias? —preguntó Hunt.
—Quería mostrártelo en persona. Y dudo que Jesiba esté contenta si Vik viene
aquí.
—Qué considerado de ti.
Isaiah se encogió de hombros.
—Jesiba nos está ayudando, necesitamos sus recursos. Sería estúpido empujar
sus límites. No tengo interés en verlos a ninguno de ustedes convertidos en cerdos
si la presionamos demasiado.
Y ahí estaba. La mirada significativa, demasiado larga. Hunt levantó las manos
con una sonrisa.
—No hay necesidad de preocuparse por mí.
—Micah te caerá encima como un martillo si pones esto en peligro.
—Bryce ya le dijo a Micah que no estaba interesada.
—Y él no lo olvidará pronto. —Joder, Hunt ciertamente lo sabía. El asesinato
que Micah ordenó la semana pasada como castigo por Hunt y Bryce avergonzándolo
en el vestíbulo del Comitium… se había prolongado—. Pero no me refiero a eso. Me
refiero a que si no averiguamos quién está detrás de esto, si resulta que te equivocas
con Sabine, no solo tu sentencia reducida estará fuera de la mesa, sino que Micah te
encontrará a ti responsable.
—Por supuesto que lo hará. —El teléfono de Hunt sonó, y lo sacó de su bolsillo.
Se ahogó. No sólo por el mensaje de Bryce:
El techo de la galería no es un palomar, ya sabes.
Sino porque ella había cambiado su nombre de contacto, presumiblemente
cuando él fue al baño a ducharse o simplemente dejó su teléfono en la mesa de café.
Decía Bryce Rockea Mis Medias.
Y allí, debajo del ridículo nombre, ella había añadido una foto a su contacto: la
que se había tomado en la tienda de teléfonos, sonriendo de oreja a oreja.
Hunt suprimió un gruñido de irritación y le respondió.
¿No deberías estar trabajando?
Bryce Rockea Mis Medias respondió un segundo después.
¿Cómo puedo trabajar cuando ustedes dos están dando vueltas por ahí?
Él contestó.
¿Cómo conseguiste mi contraseña?
No la había necesitado para activar la función de la cámara, pero para meterse
en sus contactos habría necesitado la combinación de siete dígitos.
Presté atención. Y luego añadió un segundo más tarde: Y pude haberte observado
escribiéndola unas cuantas veces mientras veías un tonto juego de sunball.
Hunt rodó los ojos y metió en el bolsillo su teléfono sin responder. Bueno, al
menos ella estaba saliendo de esa nube silenciosa en la que había estado durante
días.
Él encontró a Isaiah observándolo cuidadosamente.
—Hay destinos peores que la muerte, ya sabes.
Hunt miró hacia el Comitium, la hembra Arcángel acechando en él.
—Lo sé.
La lluvia no se detuvo.
Hunt no podía decidir si era una bendición, ya que mantenía las calles casi vacías
de todo excepto de los Vanir de agua, o si era una suerte de mierda, ya que
ciertamente eliminaba cualquier posibilidad de un olor del demonio que merodeaba
por las calles.
—Vamos… muévete —gruñó Bryce.
Apoyado contra la pared junto a la puerta principal de la galería, a pocos
minutos de la puesta de sol, Hunt debatió sacar su teléfono para grabar la escena
que tenía delante: Syrinx con sus garras incrustadas en la alfombra, gritando como
un loco, y Bryce tratando de arrastrarlo por las patas traseras hacia la puerta.
— Es. Solo. ¡Agua! —gritó ella, tirando de nuevo.
—¡Eeettzzz! —chilló Syrinx en respuesta.
Bryce había declarado que iban a dejar a Syrinx en su apartamento antes de ir
a CiRo a investigar.
Ella gruñó de nuevo, con las piernas estiradas mientras tiraba de la quimera.
—¡Nos. Vamos. A. Casa!
La alfombra verde comenzó a levantarse, las garras salieron mientras Syrinx se
aferraba a la vida.
Que Cthona lo ayude. Riéndose, Hunt le hizo un favor a Jesiba Roga antes de que
Syrinx comenzara con los paneles de madera, y envolvió la quimera con una brisa
fresca. Con la frente fruncida en concentración, él levantó a Syrinx de la alfombra y
lo hizo flotar con el viento de la tormenta hasta los brazos abiertos de Hunt.
Syrinx parpadeó hacia él, luego se erizó, con sus dientes blancos descubiertos.
—Nada de eso, bestia —dijo Hunt tranquilamente.
Syrinx hizo un sonido de indignación y se quedó quieto.
Hunt también encontró a Bryce parpadeando. Le lanzó una sonrisa.
»¿Algún otro chillido de parte tuya?
Ella refunfuñó, sus palabras amortiguadas por la lluvia de la noche. Syrinx se
tensó en los brazos de Hunt mientras salían a la húmeda noche, Bryce cerró la puerta
detrás ellos. Cojeó ligeramente. Como si su tira y afloja con la quimera hubiera
tensado su muslo otra vez.
Hunt mantuvo la boca cerrada mientras le entregaba a Syrinx, la quimera
prácticamente haciendo agujeros en el vestido de Bryce. Sabía que su pierna le
molestaba. Sabía que él había sido la causa con sus puntadas de soldado. Pero si ella
iba a ser estúpida y no conseguir que la miraran, entonces bien. Bien.
Él no dijo nada de eso mientras Bryce abrazaba a Syrinx, con el cabello ya
pegado a su cabeza, y se acercaba a él. Hunt estaba muy consciente de cada parte del
cuerpo de él que se encontraba con cada parte del de ella mientras la tomaba en sus
brazos, agitaba sus alas y los disparaba hacia los cielos tormentosos, Syrinx
resoplando y silbando.
Syrinx los perdonó a ambos cuando lo bajaron goteando agua en la cocina, y
Bryce ganó puntos de redención por la comida adicional que ella arrojó en su tazón.
Un cambio de ropa para Bryce en el equipo atlético, y treinta minutos más tarde,
estaban de pie frente a la Puerta Rosa. Sus rosas, glicinias e innumerables flores que
brillaban con la lluvia de la primera luz de las farolas que flanqueaban la rotonda
que había más allá. Unos pocos autos pasaron para dispersarse por las calles de la
ciudad o por la avenida Central, que se cruzaba con la Puerta y se convertía en la
larga y oscura extensión de la Carretera Este.
Hunt y Bryce entrecerraron los ojos bajo la lluvia para ver la plaza, la Puerta, la
rotonda.
No había indicios del demonio que se había estado arrastrando por los planos
de Vik.
Por el rabillo del ojo, él miró a Bryce frotarse la parte superior del muslo,
conteniendo un gesto de dolor. Él rechinó los dientes, pero contuvo la reprimenda.
No le apetecía recibir otro sermón sobre el comportamiento dominante de los
alfaimbéciles.
—Bien —dijo Bryce, las puntas de su cola de caballo estaban curvadas con la
humedad—. Ya que eres el enfermo con las docenas de fotos de escenas del crimen
en tu teléfono, te dejaré hacer la investigación.
—Qué chistosa. —Hunt sacó su teléfono, tomó una foto de ella parada bajo la
lluvia y con aspecto enfadado, y luego abrió una foto que había tomado de los planos
que Vik había hecho.
Bryce se acercó para estudiar la foto en su teléfono, el calor de su cuerpo una
canción que pedía atención. Se mantuvo perfectamente quieto, negándose a
prestarle atención, mientras ella levantaba la cabeza.
—Esa cámara de ahí —dijo ella, señalando a una de las diez montadas en la
propia Puerta—. Esa es la que captó el pequeño borrón.
Hunt asintió, estudiando la Puerta Rosa y sus alrededores. No hay señales de
Sabine. No es que esperara que la futura Prime destacara a la vista, convocando al
demonio como un charlatán de plaza de ciudad. Especialmente no en un lugar tan
público y normalmente lleno de turistas.
En los siglos transcurridos desde que los Fae decidieron cubrir su Puerta con
flores y plantas trepadoras, la Puerta Rosa se ha convertido en uno de los mayores
atractivos turísticos, con miles de personas acudiendo al lugar cada día para dar una
gota de poder y pedir un deseo en su disco, casi oculto bajo la hiedra, y para tomar
fotos de las impresionantes pequeñas criaturas que ahora hacen sus nidos y hogares
dentro de la maraña de verde. Pero a esta hora, con este clima, incluso la Puerta Rosa
estaba tranquila. Oscura.
Bryce se frotó el maldito muslo otra vez. Él se tragó su molestia y preguntó:
—¿Crees que el demonio se fue de la ciudad?
—Estoy rezando para que no lo hiciera. —El amplio paso de la Carretera Este
se adentraba en oscuras y ondulantes colinas y cipreses. Unas pocas primeras luces
doradas brillaban entre ellos, la única indicación de las granjas y villas intercaladas
en los viñedos, pastizales y olivares. Todos buenos lugares para esconderse.
Bryce se mantuvo cerca mientras cruzaban la calle, hacia el corazón del
pequeño parque en el centro del tráfico. Ella escudriñó los árboles cubiertos de
lluvia que los rodeaban.
—¿Logras ver algo?
Hunt comenzó a sacudir la cabeza, pero se detuvo. Vio algo al otro lado del
círculo de mármol sobre el que estaba la Puerta. Él sacó su teléfono, la luz de la
pantalla rebotando en los fuertes planos de su rostro.
—Tal vez nos equivocamos. Sobre las líneas ley.
—¿Qué quieres decir?
Él le mostró el mapa de la ciudad que había sacado, pasando un dedo por la
avenida Ward. Luego la Central. Después la Principal.
—El kristallos apareció cerca de todas estas calles. Pensamos que era porque
estaban cerca de las líneas ley. Pero olvidamos lo que hay debajo de las calles,
permitiéndole al demonio aparecer y desaparecer sin que nadie lo vea. El lugar
perfecto para que Sabine invoque algo y le ordene moverse por la ciudad. —Señaló
hacia el otro lado de la Puerta. Una rejilla de alcantarilla.
Bryce gimió.
—Tienes que estar bromeando.
—Dioses, apesta —siseó Bryce por encima de la corriente de agua de abajo,
presionando su rostro contra el hueco de su codo mientras se arrodillaba junto a
Hunt y miraba a la cloaca abierta—. Qué mierda.
Empapado por la lluvia y arrodillado en Ogenas sabía qué en la acera, Hunt
escondió su sonrisa mientras el rayo de su linterna rozaba los resbaladizos ladrillos
del túnel debajo de ellos en un cuidadoso barrido, y luego sobre el nublado y oscuro
río, surgiendo gracias a las cascadas de lluvia que entraban por las rejas.
—Es una alcantarilla —dijo—. ¿Qué esperabas?
Ella le dio la vuelta.
—Eres el guerrero-investigador o lo que sea. ¿No puedes ir allí y encontrar
algunas pistas?
—¿De verdad crees que Sabine dejó un rastro así de fácil?
—Tal vez haya marcas de garras o yo qué sé. —Ella examinó la piedra antigua.
Hunt no sabía por qué se molestaba. Había marcas de garras y arañazos por todas
partes. Probablemente de cualquier delincuente que haya vivido y cazado aquí
durante siglos.
—Esto no es un drama de investigación de crímenes, Quinlan. No es tan fácil.
—A nadie le gusta un imbécil condescendiente, Athalar.
La boca de él se curvó hacia arriba. Bryce estudió la penumbra de abajo, su boca
tensándose como si fuera a hacer que el kristallos o Sabine aparecieran. Ya él le
había enviado un mensaje a Isaiah y a Vik para que pusieran cámaras adicionales en
la Puerta y en la rejilla de la alcantarilla, junto con cualquier otra por todo el lugar.
Si una se moviera un centímetro, lo sabrían. No se atrevió a pedirles que siguieran a
Sabine. Todavía no.
—Deberíamos ir allí —declaró Bryce—. Tal vez podamos captar su olor.
—No has hecho el Descenso —dijo él cuidadosamente.
—Ahórrate la mierda protectora.
Oscuro Hel, esta mujer.
—No voy a bajar allí a menos que tengamos una jodida tonelada más de armas
encima. —Solo tenía dos pistolas y un cuchillo—. Demonio aparte, si Sabine está ahí
abajo… —Puede que supere a Sabine en términos de poder, pero con los hechizos
de las brujas reteniendo la mayor parte de su poder a través de la tinta de su halo,
tenía sus proverbiales manos atadas.
Así que se reducía a la fuerza bruta, y aunque tenía la ventaja en eso también,
Sabine era letal. Motivada. Y mala como una víbora.
Bryce frunció el ceño.
—Puedo arreglármelas sola. —Después del campo de tiro, ciertamente lo sabía.
—No se trata de ti, cariño. Se trata de que yo no quiero terminar muerto.
—¿No puedes usar tu cosa de rayos para protegernos? —Él suprimió otra
sonrisa ante el cosa de rayos, pero dijo:
—Hay agua ahí abajo. Añadir un rayo a la mezcla no parece prudente.
Ella le lanzó una mirada. Hunt se la devolvió.
Hunt tuvo la sensación de que había pasado alguna prueba cuando ella sonrió
ligeramente. Evitando esa pequeña sonrisa, Hunt escudriñó el río de inmundicia que
corría por debajo.
—Todas las alcantarillas conducen al Istros. Tal vez la gente de Muchas Aguas
haya visto algo.
Las cejas de Bryce se levantaron.
—¿Por qué lo harían?
—Un río es un buen lugar para tirar un cadáver.
—Pero el demonio dejó restos. No parece que a Sabine le interese esconderlos.
No si quiere hacerlo como parte de un plan para poner en peligro la imagen de
Micah.
—Eso es solo una teoría ahora mismo —respondió Hunt—. Tengo un contacto
en Muchas Aguas que podría tener información.
—Vamos a los muelles entonces. De todas formas, es menos probable que nos
noten por la noche.
—Pero el doble de probabilidades encontrar un depredador en busca de
comida. Esperaremos hasta la luz del día. —Los dioses sabían que ya se habían
arriesgado bastante al venir aquí. Hunt colocó la tapa metálica de nuevo en la
alcantarilla con un golpe seco. Le echó una mirada al rostro sucio y molesto de ella
y se rio. Antes de que pudiera reconsiderarlo, dijo—: Me divierto contigo, Quinlan.
A pesar de lo terrible que es este caso, a pesar de todo, hace tiempo que no me
divierto así. —Desde hace una eternidad.
Podría jurar que ella se ruborizó.
—Pasa el rato conmigo, Athalar —dijo ella, tratando de limpiar la suciedad de
sus piernas y manos por arrodillarse en la entrada de la reja—, y podrías deshacerte
de ese palo en tu trasero después de todo.
No respondió. Solo hubo un clic.
Ella se giró hacia él solo para encontrar su teléfono levantado hacia ella. Con él
tomándole una foto.
La sonrisa de Hunt era blanca en la penumbra de la lluvia.
—Prefiero tener un palo en el trasero que parecer una rata ahogada.
Bryce usó el grifo del techo para lavarse los zapatos y las manos. No tenía ningún
deseo de llevar la suciedad de la calle a su casa. Llegó a hacer que Hunt se quitara las
botas en el pasillo, y no miró para ver si planeaba ducharse antes de que ella corriera
a su propia habitación y tuviera el agua andando en segundos.
Dejó su ropa en un montón en un rincón, subió la temperatura lo más que pudo
tolerar y comenzó un proceso de restregado y hacer espuma y luego un poco más de
restregado. Recordando cómo se había arrodillado en la sucia calle y respirado aire
de alcantarilla, se restregó de nuevo.
Hunt llamó a la puerta veinte minutos después.
—No te olvides de limpiar entre los dedos de los pies.
Incluso con la puerta cerrada, ella se cubrió.
—Vete a la mierda.
Su risa le retumbó con el sonido del agua.
—El jabón de la habitación de invitados está acabado. ¿Tienes otra barra? —
dijo él.
—Hay en el armario de toallas del pasillo. Solo toma lo que sea.
Él gruñó su agradecimiento, y se fue un latido más tarde. Bryce se lavó y se
enjabonó de nuevo. Qué asco. Esta ciudad era tan asquerosa. La lluvia solo la
empeoraba.
Entonces Hunt tocó de nuevo.
—Quinlan.
El tono grave de él la hizo cerrar el agua.
—¿Qué pasa?
Ella se rodeó con una toalla, deslizándose por las baldosas de mármol al llegar
a la puerta. Hunt estaba sin camisa, apoyado en el marco de la puerta de su
dormitorio. Podría haber mirado los músculos que el tipo tenía al descubierto si su
rostro no hubiera estado tan serio como el Hel.
—¿Quieres decirme algo?
Ella tragó, escaneándolo de pies a cabeza.
—¿Qué cosa?
—¿Qué mierda es esto? —Él extendió su mano. Abrió su gran puño.
Un unicornio púrpura brillante yacía en él.
Ella le arrebató el juguete. Los ojos oscuros de él se iluminaron con diversión
mientras Bryce exigía:
—¿Por qué estás husmeando en mis cosas?
—¿Por qué tienes una caja de unicornios en tu armario?
—Este es un unicornio-pegaso. —Acarició la melena color lila—. Gelatina Feliz.
Él la miró fijamente. Bryce pasó a su lado en el pasillo, donde la puerta del
armario de toallas estaba todavía entreabierto, su caja de juguetes ahora en uno de
los estantes inferiores. Hunt la siguió. Todavía sin camisa.
—El jabón está justo ahí —dijo ella, señalando la pila directamente frente a
ella—. ¿Y aun así sacaste una caja del estante más alto?
Podría jurar que el color manchó sus mejillas.
—Vi un brillo púrpura.
Ella parpadeó.
—Pensaste que era un juguete sexual, ¿no?
Él no dijo nada.
»¿Crees que guardo mi vibrador en mi armario de toallas?
Él cruzó los brazos.
—Lo que quiero saber es por qué tienes una caja de estas cosas.
—Porque los amo. —Ella suavemente puso a Gelatina Feliz en la caja, pero sacó
un juguete naranja y amarillo—. Este es mi pegaso, Duraznos y Sueños.
—Tienes veinticinco años.
—¿Y? Son brillantes y blandos. —Le dio a D&S un pequeño apretón, luego la
puso de nuevo en la caja y sacó el tercero, un unicornio de patas delgadas con un
pelaje verde menta y melena color rosa—. Y esta es la Princesa Cremapuff. —Ella
casi se rio de la yuxtaposición mientras sostenía el juguete brillante frente al Umbra
Mortis.
—Ese nombre ni siquiera coincide con su color. ¿Qué tienes con los nombres de
la comida?
Ella pasó un dedo sobre la brillantina púrpura rociada en la melena del muñeco.
—Es porque son tan lindos que podrías comerlos. Lo cual hice cuando tenía seis
años.
La boca de él se movió.
—No lo hiciste.
—Se llamaba Brillitos de Piña y sus piernas eran todas blandas y brillantes y no
pude resistirme y simplemente… le di un mordisco. Resulta que su interior es
realmente gelatinoso. Pero no del tipo comestible. Mi mamá tuvo que llamar a
control de venenos.
Él miró la caja.
—¿Y todavía tienes estos porque…?
—Porque me hacen feliz. —Ante su mirada todavía aturdida añadió—: Está
bien. Si quieres profundizar en el tema, Athalar, jugar con ellos fue la primera vez
que los otros niños no me trataban como un completo bicho raro. Los caballos de
Fantasías Brillantes fueron el juguete número uno en la lista de deseos de todas las
niñas del Solsticio de Invierno cuando tenía cinco años. Y no todos fueron hechos
iguales. La pobre Princesa Cremapuff era tan común como un sapo. Pero Gelatina
Feliz… —Ella sonrió al unicornio-pegaso púrpura, el recuerdo que le trajo—. Mi
mamá dejó Nidaros por primera vez en años para comprarla en una de las grandes
ciudades a dos horas de distancia. Fue la última conquista de Fantasías Brillantes.
No solo un unicornio, no solo un pegaso, sino ambos. Mostré este bebé en la escuela
y fui aceptada al instante.
Los ojos de él brillaron cuando ella colocó suavemente la caja en el estante alto.
—Nunca más me reiré de ellos de nuevo.
—Bien. —Ella se giró hacia él, recordando que aún estaba en toalla, y él aún
estaba sin camisa. Agarró una caja de jabón y la empujó hacia él—. Aquí. La próxima
vez que quieras ver mis vibradores, solo pregunta, Athalar. —Ella inclinó la cabeza
hacia la puerta de su dormitorio y guiñó un ojo—. Están en la mesita de noche de la
izquierda en mi habitación.
De nuevo, las mejillas de él se enrojecieron.
—No estaba… eres un dolor en el culo, ¿sabes?
Ella cerró la puerta del armario de toallas con la cadera y se movió hacia su
dormitorio.
—Prefiero ser un dolor en el culo —dijo ella astutamente sobre su hombro
desnudo—, que un pervertido fisgón.
Su gruñido la siguió de regreso hasta el baño.
42
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve
A la luz de la media mañana, el río Istros brillaba con un azul profundo, sus
aguas eran lo suficientemente claras como para ver los desechos esparcidos entre
las rocas pálidas y los pastos ondulados. Siglos de artefactos de la Ciudad Crescent
se oxidaban allí abajo, recogidos una y otra vez por las diversas criaturas que se
ganaban la vida escarbando la basura arrojada al río.
Se rumoreaba que los funcionarios de la ciudad habían intentado una vez
imponer fuertes multas a cualquiera que se encontrara tirando cosas al río, pero los
chatarreros se habían enterado y armaron tanto alboroto que la Reina del Río no
tuvo más remedio que quitar las multas cuando se repartieron oficialmente.
En lo alto, ángeles, brujas y cambiaformas alados se elevaban, manteniéndose
alejados de la brumosa oscuridad del Barrio de Huesos. La lluvia de anoche se había
despejado en un agradable día primaveral, sin rastro de las luces parpadeantes que
a menudo se deslizaban bajo la superficie del río, visibles solo una vez que caía la
noche.
Bryce frunció el ceño ante un crustáceo, un tipo de cangrejo color azul mamut,
que se abría camino por el suelo junto al bloque de piedra del muelle, moviéndose
entre una pila de botellas de cerveza. Los restos de las fiestas de borrachos de
anoche.
—¿Alguna vez has estado en la ciudad de los mer?
—No. —Hunt agitó sus alas, una rozando el hombro de ella—. Soy feliz de
permanecer en la superficie. —La brisa del río pasó a la deriva, fría a pesar del día
caluroso—. ¿Y tú?
Ella frotó las manos en los brazos a lo largo del suave cuero de la vieja chaqueta
de Danika, tratando de calentarlas.
—Nunca recibí una invitación.
La mayoría nunca lo haría. La gente del río era notoriamente reservada, su
ciudad bajo la superficie, la Corte Azul, un lugar que pocos de los que vivían en tierra
firme verían. Un submarino de cristal entraba y salía cada día, y los que iban en él
viajaban solo por invitación. E incluso si poseían la capacidad pulmonar o medios
artificiales, nadie era tan estúpido como para nadar hacia allá abajo. No con lo que
merodeaba por estas aguas.
Una cabeza castaña rojiza salió a la superficie a metros y metros de distancia, y
un brazo parcialmente escamado y musculoso se agitó antes de desaparecer, los
dedos con las puntas en uñas grises afiladas brillaron al sol.
Hunt echó un vistazo a Bryce.
—¿Conoces algún mer?
Bryce levantó una esquina de su boca.
—Una vivía al final del pasillo en mi primer año en la UCC. Ella se divertía más
que todos nosotros juntos.
La mer podía transformarse a un cuerpo totalmente humano durante cortos
períodos de tiempo, pero si lo prolongaba demasiado, el cambio sería permanente,
sus escamas se secarían y se convertirían en polvo, sus branquias se reducirían a
nada. A la mer al final del pasillo se le había concedido una bañera de gran tamaño
en su dormitorio, así que no necesitaba interrumpir sus estudios para volver al
Istros una vez al día.
Al final del primer mes de escuela, la mer había convertido su dormitorio en una
suite para fiestas. Fiestas a las que Bryce y Danika asistían alegremente, con Connor
y Thorne a la cabeza. Al final de ese año, todo su piso había estado tan destrozado
que cada uno de ellos fue multado por daños y perjuicios.
Bryce se aseguró de interceptar la carta antes de que sus padres la sacaran del
buzón y pagó tranquilamente la multa con las monedas que se ganó ese verano
vendiendo helados en la recepción de la ciudad.
Sabine recibió la carta, pagó la multa, e hizo que Danika pasara todo el verano
recogiendo basura en los Prados.
Actúa como basura, Sabine le había dicho a su hija, y puedes pasar tus días con la
basura.
Naturalmente, el otoño siguiente, Bryce y Danika se habían vestido de
basureros para el Equinoccio de Otoño.
El agua del Istros era lo suficientemente clara como para que Bryce y Hunt
vieran el poderoso cuerpo masculino nadar más cerca, las escamas marrón-rojizas
de su larga cola atrapando la luz como cobre bruñido. Rayas negras las atravesaban,
el patrón continuaba por su torso y a lo largo de sus brazos. Como una especie de
tigre acuático. La piel desnuda de la parte superior de sus brazos y pecho estaba muy
curtida, lo que sugiere que pasaba horas cerca de la superficie o tomando el sol en
las rocas de alguna cala escondida a lo largo de la costa.
La cabeza del macho salió el agua, y sus manos con garras alejaron el cabello
castaño hasta la mandíbula mientras le mostraba una sonrisa a Hunt.
—Mucho tiempo sin vernos.
Hunt sonrió al macho mer en el agua.
—Me alegro de que no estuvieras demasiado ocupado con tu nuevo título como
para venir a saludar.
El mer agitó una mano, y Hunt hizo una seña a Bryce para que avanzara.
—Bryce, este es Tharion Ketos. —Ella se acercó al borde de hormigón del
muelle—. Un viejo amigo.
Tharion le sonrió a Hunt otra vez.
—No tan viejo como tú.
Bryce le dio al macho una media sonrisa.
—Encantada de conocerte.
Los ojos marrón claro de Tharion brillaron.
—El placer, Bryce, es todo mío.
Que los dioses lo ayuden. Hunt aclaró la garganta.
—Estamos aquí en una misión oficial.
Tharion nadó los pocos metros restantes hasta el borde del muelle, golpeando
al crustáceo azul a la deriva con un descuidado roce de su cola. Plantando sus manos
con la punta de una garra en el hormigón, sacó fácilmente su enorme cuerpo del
agua, las branquias bajo sus orejas se cerraron al cambiar el control de su
respiración a su nariz y boca. Él dio una palmadita al hormigón ahora húmedo a su
lado y le guiñó un ojo a Bryce.
—Siéntate, Piernas, y cuéntamelo todo.
Bryce se rio a carcajadas.
—Eres problemas.
—Es mi segundo nombre, en realidad.
Hunt puso los ojos en blanco. Pero Bryce se sentó al lado del macho,
aparentemente sin importarle que el agua seguramente le empapara en el vestido
verde que llevaba debajo de la chaqueta de cuero. Ella se quitó los tacones beige y
sumergió los pies en el agua, salpicando suavemente. Normalmente, él la habría
arrastrado lejos de la orilla del río, y dicho que tendría suerte si perdía solo una
pierna si ponía un pie en el agua. Pero con Tharion a su lado, ninguno de los
habitantes del río se atrevería a acercarse.
—¿Estás en la 33ra o en el Auxiliado? —preguntó Tharion a Bryce.
—Ninguno. Estoy trabajando con Hunt como consultora en un caso.
Tharion tarareó.
—¿Qué piensa tu novio de que trabajes con el famoso Umbra Mortis?
Hunt se sentó en el otro lado del macho.
—Muy sutil, Tharion.
Sin embargo, la boca de Bryce floreció en una completa sonrisa.
Era un casi gemela a la que ella le había dado esta mañana, cuando él se metió
en su habitación para ver si estaba lista para irse. Por supuesto, los ojos de él habían
ido directamente a la mesita de noche a la izquierda. Y luego esa sonrisa se había
vuelto salvaje, como si supiera exactamente lo que él se estaba preguntando.
Él ciertamente no había estado buscando ninguno de sus juguetes sexuales
cuando abrió el armario de toallas anoche. Pero había visto un destello púrpura, y…
bueno, tal vez el pensamiento había cruzado su mente, bajó la caja antes de que
pudiera pensar realmente.
Y ahora que sabía dónde estaban, no podía evitar mirar esa mesita de noche e
imaginarla allí, en esa cama. Apoyándose en las almohadas y…
Puede que haya dormido un poco incómodo anoche.
Tharion se recostó sobre sus manos, mostrando su musculoso abdomen
mientras preguntaba inocentemente:
—¿Qué dije?
Bryce se rio, sin hacer ningún intento de ocultar su descarada mirada abierta
hacia el cuerpo del mer.
—No tengo novio. ¿Quieres el trabajo?
Tharion sonrió con suficiencia.
—¿Te gusta nadar?
Y eso fue todo lo que Hunt podía aguantar con una sola taza de café en su
sistema.
—Sé que estás ocupado, Tharion —dijo él entre dientes con la suficiente fuerza
como para que el mer quitara su atención de Bryce—, así que hagamos esto rápido.
—Oh, tómense tu tiempo —dijo Tharion, sus ojos bailando con puro desafío
masculino—. La Reina del Río me dio la mañana libre, así que soy todo suyo.
—¿Trabajas para la Reina del Río? —preguntó Bryce.
—Soy un humilde peón en su corte, pero sí.
Hunt se inclinó hacia adelante para captar la mirada de Bryce.
—Tharion acaba de ser ascendido a su Capitán de Inteligencia. No dejes que el
encanto y la irreverencia te engañen.
—El encanto y la irreverencia son mis dos rasgos favoritos —dijo Bryce con un
guiño a Tharion esta vez.
La sonrisa del mer se profundizó.
—Cuidado, Bryce. Puede que decida que me gustas y te lleve a Debajo.
Hunt le dio a Tharion una mirada de advertencia. Algunos de los mer más
oscuros habían hecho eso hace mucho tiempo. Llevaban a las novias humanas a sus
cortes submarinas y las mantenían allí, atrapadas en las enormes burbujas de aire
que contenían partes de sus palacios y ciudades, sin poder llegar a la superficie.
Bryce desestimó la horrible historia.
—Tenemos algunas preguntas para ti, si te parece bien.
Tharion hizo un gesto perezoso con una mano palmeada y puntas de garra. Las
marcas en los mer eran variadas y vibrantes, diferentes colores, rayas o manchas,
sus colas largas o cortas o rizadas. Su magia involucraba principalmente el elemento
en el que vivían, aunque algunos podían convocar tempestades. La Reina del Río,
parte mer, parte espíritu de río, decían que podía invocar algo mucho peor.
Posiblemente arrasar con todo Lunathion, si se le provoca.
Era hija de Ogenas, según la leyenda, nacida del poderoso río que circula por el
mundo, y hermana de la Reina del Océano, la solitaria gobernante de los cinco
grandes mares de Midgard. Había un cincuenta por ciento de posibilidades de que
lo de la diosa fuera cierto para la Reina del Río, supuso Hunt. Pero a pesar de ello,
los residentes de esta ciudad hacían lo posible por no hacerla enojar. Incluso Micah
mantenía una relación saludable y respetuosa con ella.
—¿Has visto algo inusual últimamente? —preguntó Hunt.
La cola de Tharion se agitó ociosamente el agua espumosa.
—¿Qué clase de caso es este? ¿Asesinato?
—Sí —dijo Hunt. El rostro de Bryce se tensó.
Las garras de Tharion hicieron clic en el hormigón.
—¿Asesino en serie?
—Solo responde a la pregunta, imbécil.
Tharion miró a Bryce.
—Si te habla así, espero que le des una patada en las pelotas.
—Ella lo disfrutaría —murmuró Hunt.
—Hunt ha aprendido la lección sobre hacerme enojar —dijo Bryce dulcemente.
La sonrisa de Tharion era astuta.
—Esa es una historia que me gustaría escuchar.
—Por supuesto que sí —refunfuñó Hunt.
—¿Esto tiene algo que ver con la Reina Víbora recogiendo su gente la otra
semana?
—Sí —dijo Hunt con cuidado.
Los ojos de Tharion se oscurecieron, un recordatorio de que el macho podía ser
letal cuando el estado de ánimo le golpeaba, y que había una buena razón por la que
las criaturas del río no jodían con el mer.
—Algo malo está pasando, ¿no es así?
—Estamos tratando de detenerlo —dijo Hunt.
El mer asintió gravemente.
—Déjame preguntar por ahí.
—Bajo perfil, Tharion. Cuanta menos gente sepa que algo está pasando, mejor.
Tharion se deslizó de nuevo al agua, molestando de nuevo al pobre cangrejo que
se había abierto camino hasta el muelle. La poderosa cola del mer golpeó,
manteniéndolo sin esfuerzo en su lugar mientras observaba a Hunt y Bryce.
—¿Le digo a mi reina que recoja a nuestra gente también?
—Hasta ahora no encaja en el patrón —dijo Hunt—. Pero no estaría de más dar
una advertencia.
—¿De qué debería advertirle?
—Un demonio de la vieja escuela llamado kristallos —dijo Bryce en voz baja—
. Un monstruo que viene directamente del Pozo, criado por el propio Devorador de
Estrellas.
Por un momento, Tharion no dijo nada, su rostro bronceado se puso pálido.
Luego dijo:
—Joder. —Se pasó una mano por su cabello mojado—. Preguntaré alrededor y
veré qué encuentro —prometió otra vez. A lo largo del río, el movimiento atrajo la
atención de Hunt. Un bote negro se dirigió hacia la niebla del Barrio de Huesos.
En el Muelle Negro sobresaliendo de la brillante costa de la ciudad como una
espada oscura, un grupo de dolientes se apiñaba bajo los arcos de tinta, rezando para
que el barco llevara con seguridad el ataúd velado a través del agua.
Alrededor de la embarcación de madera, anchas espaldas escamadas rompían
la superficie del río, retorciéndose y dando vueltas. Esperando el juicio final… y el
almuerzo.
Tharion siguió su línea de visión.
—Cinco monedas a que se voltea.
—Eso es asqueroso —siseó Bryce.
Tharion movió su cola, salpicando juguetonamente las piernas de Bryce con
agua.
—No apostaré por tu Despedida, Piernas. Lo prometo. —Tiró un poco de agua
hacia Hunt—. Y ya sabemos que tu barco va volcar hacia la derecha antes de dejar la
orilla.
—Qué chistoso.
Detrás de ellos, una nutria con un chaleco amarillo reflectante pasó de largo, un
tubo de cera para mensajes sellado en su boca con colmillos. Apenas les echó un
vistazo antes de saltar al río y desaparecer. Bryce se mordió el labio, un chillido
agudo salió de ella.
Los intrépidos y peludos mensajeros eran difíciles de resistir, incluso para Hunt.
Aunque eran verdaderos animales y no cambiaformas, poseían un nivel de
inteligencia asombroso, gracias a la vieja magia en sus venas. Habían encontrado su
lugar en la ciudad transmitiendo comunicación libre de tecnología entre los que
vivían en los tres reinos que componían Ciudad Crescent: los mer en el río, las Parcas
en el Barrio de Huesos, y los residentes de Lunathion propiamente.
Tharion se rio del desnudo deleite en el rostro de Bryce.
—¿Crees que las Parcas también se derriten por ellas?
—Apuesto a que hasta el mismo InfraRey chilla cuando las ve —dijo Bryce—.
Fueron parte de la razón por la que quise mudarme aquí en primer lugar.
Hunt levantó una ceja.
—¿En serio?
—Las veía cuando era niña y pensé que eran la cosa más mágica que jamás había
visto. —Se emocionó—. Todavía lo hago.
—Considerando tu línea de trabajo, eso es decir algo.
Tharion inclinó su cabeza hacia ellos.
—¿Qué clase de trabajo es ese?
—Antigüedades —dijo Bryce—. Si alguna vez encuentras algo interesante en
las profundidades, házmelo saber.
—Enviaré una nutria directamente a ti.
Hunt se puso de pie, ofreciendo una mano para ayudar a Bryce a levantarse.
—Mantennos informados.
Tharion le dio un saludo irreverente.
—Te veré cuando te vea —dijo él, con sus branquias abiertas, y se sumergió
bajo la superficie. Lo vieron nadar hacia el corazón profundo del río, siguiendo el
mismo camino que la nutria, y luego se sumergió hacia esas lejanas y centelleantes
luces.
—Él es un encanto —murmuró Bryce mientras Hunt la ponía en sus pies, su
otra mano agarrando su codo.
La mano de Hunt se mantuvo ahí, el calor de su mano quemó más allá del cuero
de la chaqueta.
—Solo espera a que lo veas en su forma humana. Causa disturbios.
Ella se rio.
—¿Cómo lo conociste?
—Tuvimos una serie de asesinatos entre los mer el año pasado. —Los ojos de
ella se oscurecieron en reconocimiento. Había salido en todas las noticias—. La
hermana pequeña de Tharion fue una de las víctimas. Fue lo suficientemente
importante como para que Micah me asignara para ayudar. Tharion y yo trabajamos
juntos en el caso durante las pocas semanas que duró.
Micah le había cambiado tres deudas por eso.
Ella hizo una mueca.
—¿Fueron ustedes dos los que atraparon al asesino? Nunca lo dijeron en las
noticias, solo que había sido capturado. Nada más, ni siquiera quién fue.
Hunt le soltó el codo.
—Lo hicimos. Un pantera cambiaformas desertor. Se lo entregué a Tharion.
—Supongo que la pantera no llegó a la Corte Azul.
Hunt observó la brillante extensión de agua.
—No, no lo hizo.
La Guarida de los lobos en Moonwood ocupaba diez cuadras enteras, una villa
en expansión construida alrededor de una maraña salvaje de bosque y hierba que,
según la leyenda, había crecido ahí desde antes de que alguien hubiera tocado estas
tierras. A través de las puertas de hierro construidas en los imponentes arcos de
piedra caliza, Bryce podía ver el parque privado, donde la luz del sol de la mañana
atraía a las flores somnolientas para que se abrieran durante el día. Los cachorros
de lobo saltaban, atacándose entre sí, persiguiendo sus colas, vigilados por ancianos
de orejas grises cuyos brutales días en el Aux habían quedado atrás.
Su estómago se retorció, lo suficiente como para agradecer que hubiera
olvidado desayunar. Apenas había dormido anoche, mientras consideraba y
reconsideraba este plan. Hunt se ofreció a hacerlo él mismo, pero ella se negó. Tenía
que venir aquí, tenía que dar un paso adelante. Por Danika.
Con su traje de batalla habitual, Hunt estaba a un paso de distancia, silencioso
como lo había estado en la caminata hasta aquí. Como si supiera que ella apenas
podía evitar que le temblaran las piernas. Deseó haber usado zapatillas de
deporte. El ángulo pronunciado de sus tacones había irritado la herida en su
muslo. Bryce apretó la mandíbula contra el dolor cuando se pararon frente a la
Guarida.
Hunt mantuvo sus ojos oscuros fijos en los cuatro centinelas estacionados en
las puertas.
Tres hembras, un macho. Todos en forma humanoide, todos en negro, todos
armados con pistolas y espadas envainadas en sus espaldas. Un tatuaje de una rosa
color ónix con tres marcas de garras cortadas a través de sus pétalos adornados a
los lados de sus cuellos, marcándolos como miembros de la Manada de la Rosa
Negra.
Su estómago se revolvió por las empuñaduras que se asomaban sobre sus
hombros blindados. Pero apartó el recuerdo de una trenza de cabello rubio plateado
con mechas púrpura y rosa enganchándose constantemente en la empuñadura de
una antigua e invaluable espada.
Aunque jóvenes, la Manada de Demonios había sido venerada, los lobos más
talentosos en generaciones. Dirigidos por la Alfa más poderosa en tocar el suelo de
Midgard.
La Manada de la Rosa Negra estaba muy lejos de eso. A jodidos años luz.
Sus ojos se iluminaron con deleite depredador cuando vieron a Bryce.
A ella se le secó la boca. Y se volvió positivamente árida cuando un quinto lobo
apareció en el vestíbulo de seguridad de cristal a la izquierda de la puerta.
El cabello oscuro de la Alfa había sido recogido en una trenza apretada,
acentuando los ángulos agudos de su rostro mientras miraba con desdén a Bryce y
Hunt. La mano de Athalar se deslizó casualmente hacia el cuchillo en su muslo.
—Hola, Amelie —dijo Bryce tan casualmente como pudo.
Amelie Ravenscroft mostró los dientes.
—¿Qué mierda quieres?
Hunt enseñó los dientes de vuelta.
—Estamos aquí para ver al Prime. —Él mostró su placa de la legión, el oro
centelleando al sol—. En nombre del Gobernador.
Amelie dirigió sus ojos dorados hacia Hunt, sobre su halo tatuado. Sobre su
mano en el cuchillo y el SPQM que ella seguramente sabía estaba tatuado en el otro
lado de su muñeca. Su labio se curvó.
—Bueno, al menos elegiste una compañía interesante, Quinlan. Danika lo habría
aprobado. Maldición, incluso podrían haberlo hecho juntas. —Amelie apoyó un
hombro contra el costado del vestíbulo—. Solías hacer eso, ¿verdad? Escuché sobre
ustedes y esos dos daemonaki. Clásico.
Bryce sonrió suavemente.
—Fueron tres daemonaki, en realidad.
—Estúpida zorra —gruñó Amelie.
—Cuidado —gruñó Hunt de vuelta.
Los miembros de la manada de Amelie se quedaron detrás de ella, mirando a
Hunt y retrocediendo. Era el beneficio de pasar el rato con el Umbra Mortis,
aparentemente.
Amelie se echó a reír, un sonido lleno de odio. Bryce se dio cuenta de que no
solo era odio hacia ella. Sino hacia los ángeles. Las Casas de Tierra y Sangre y de Cielo
y Aliento eran rivales en un buen día, enemigos en uno malo.
—¿O qué? ¿Usarás tu rayo sobre mí? —dijo ella a Hunt—. Si lo haces, estarás en
una mierda tan profunda que tu maestro te enterrará vivo en ella. —Una pequeña
sonrisa ante el tatuaje en su frente.
Hunt se quedó quieto. Y tan interesante como hubiera sido ver finalmente cómo
Hunt Athalar mataba, tenían una razón para estar aquí. Entonces Bryce dijo a la líder
de la manada:
—Eres un amor, Amelie Ravenscroft. Comunícale a tu jefa que estamos aquí
para ver al Prime. —Ella frunció el ceño enfatizando el despido que sabía que haría
que la Alfa viera rojo.
—Cierra esa boca tuya —dijo Amelie—, antes de que te arranque la lengua.
Un lobo macho de cabello castaño parado detrás de Amelie bufó.
—¿Por qué no vas a follar a alguien en el baño otra vez, Quinlan?
Ella bloqueó cada palabra. Pero Hunt soltó una carcajada que prometía huesos
rotos.
—Dije que tuvieran cuidado.
—Adelante, ángel —resopló Amelie—. Veamos qué puedes hacer.
Bryce apenas pudo moverse por el pánico y el miedo en ella, apenas podía
respirar, pero Hunt dijo en voz baja:
—Hay seis cachorros jugando a la vista de esta reja. ¿De verdad quieres
exponerlos al tipo de pelea que tendríamos, Amelie?
Bryce parpadeó. Hunt ni siquiera la miró mientras seguía dirigiéndose a una
furiosa Amelie.
»No te voy a sacar la mierda a golpes delante de los niños. Entonces, o nos dejas
entrar, o volveremos con una orden judicial. —Su mirada no vaciló—. No creo que
Sabine Fendyr esté particularmente feliz con la Opción B.
Amelie sostuvo su mirada, incluso cuando los demás se tensaron. Esa
arrogancia había hecho que Sabine la eligiera como Alfa de la Manada de la Rosa
Negra, incluso por encima de Ithan Holstrom, ahora el Segundo de Amelie. Pero
Sabine había querido a alguien como ella, independientemente de la clasificación de
mayor poder de Ithan. Y tal vez también a alguien un poco menos Alfa, para que
tenerlos firmemente bajo sus garras.
Bryce esperó a que Amelie insultara a Hunt sobre la orden judicial. Esperó un
comentario sarcástico o la aparición de colmillos.
Sin embargo, Amelie sacó la radio de su cinturón y dijo:
—Hay invitados aquí para el Prime. Ven a buscarlos.
Una vez había pasado por estas puertas más allá de la cabeza oscura de Amelie,
había pasado horas jugando con los cachorros en la hierba y los árboles más allá
cada vez que a Danika le habían dado la tarea de cuidar niños.
Dejó el recuerdo de cómo había sido: ver a Danika jugando con los cachorros o
los niños gritando, todos adoraban el suelo sobre el que ella caminaba. Su futura
líder, su protectora, la que llevaría a los lobos a nuevas alturas.
El pecho de Bryce se contrajo hasta el punto del dolor. Hunt la miró en ese
momento, alzando las cejas.
Ella no podía hacer esto. Estar aquí. Entrar en este lugar.
Amelie sonrió, como si se diera cuenta de eso. Oliendo su temor y dolor.
Y la vista de la puta perra de pie allí, donde Danika había estado una vez... rojo
cubrió la visión de Bryce mientras arrastraba las palabras:
—Es bueno ver que el crimen ha disminuido tanto, si todo lo que tienes que
hacer con tu día, Amelie, es jugar a hacer guardia en la puerta principal.
Amelie sonrió lentamente. Unos pasos sonaron al otro lado de la puerta, justo
antes de que se abrieran, pero Bryce no se atrevió a mirar. No mientras Amelie decía:
—Sabes, a veces creo que debería agradecerte. Dicen que, si Danika no hubiera
estado tan distraída al enviarte mensajes sobre tu mierda borracha, podría haber
anticipado el ataque. Y entonces yo no estaría donde estoy, ¿verdad?
Las uñas de Bryce cortaron sus palmas. Pero su voz, gracias a los dioses, era
firme cuando dijo:
—Danika era mil veces el lobo que eres. No importa dónde estés, nunca estarás
donde ella estaba.
Amelie se puso blanca de ira, su nariz se arrugó, sus labios se apartaron para
exponer sus dientes ahora alargados.
—Amelie —gruñó una voz masculina desde las sombras del arco de la puerta.
Oh, dioses. Bryce curvó sus dedos en puños para evitar temblar mientras
miraba hacia el joven lobo macho.
Pero los ojos de Ithan Holstrom se movieron entre ella y Amelie mientras él se
acercaba a su Alfa.
—No vale la pena. —Las palabras no pronunciadas hervían en sus ojos. Bryce
no vale la pena.
Amelie resopló, volviéndose hacia el vestíbulo, una mujer más baja y de cabello
castaño la seguía. La Omega de la manada, si la memoria no le fallaba.
—Vuelve al contenedor de basura del que te saliste —bufó Amelie por encima
del hombro hacia Bryce.
Luego cerró la puerta. Dejando a Bryce de pie ante el hermano menor de
Connor.
No había nada amable en el rostro bronceado de Ithan. Su cabello castaño
dorado era más largo que la última vez que lo había visto, pero en ese entonces había
sido un estudiante de segundo año jugando sunball para la UCC.
Este imponente y musculoso macho ante ellos había hecho el Descenso. Se había
puesto en los zapatos de su hermano y se había unido a la manada que había
reemplazado a la de Connor.
El roce de las suaves alas aterciopeladas de Hunt contra su brazo la hizo
caminar. Cada paso hacia el lobo aumentaba los latidos de su corazón.
—Ithan. —Bryce logró decir.
El hermano menor de Connor no dijo nada cuando se giró hacia los pilares que
flanqueaban la pasarela.
Ella iba a vomitar. Encima de todo: los azulejos de piedra caliza, los pilares
pálidos, las puertas de vidrio que se abrían al parque en el centro de la villa.
No debería haber dejado venir a Athalar. Debería haberlo hecho quedarse en el
techo en algún lugar para que no pudiera presenciar el espectacular colapso que ella
estaba a tres segundos de tener.
Los pasos de Ithan Holstrom no tenían prisa, su camiseta gris atravesaba la
considerable extensión de su musculosa espalda. Había sido un engreído de veinte
años cuando Connor murió, un estudiante de historia como Danika y la estrella del
equipo de sunball de su universidad, se rumoreaba que se convertiría en profesional
tan pronto como su hermano lo dijera. Podría haberse hecho profesional justo
después de la secundaria, pero Connor, que había criado a Ithan desde que sus
padres murieron cinco años antes, había insistido en que un título era lo primero, el
deporte lo segundo. Ithan, que había idolatrado a Connor, siempre había cedido, a
pesar de las súplicas de Bronson a Connor para que dejara al chico irse a lo
profesional.
La Sombra de Connor, se habían burlado de Ithan.
Él había llenado ese lugar desde entonces. Por fin comenzó a parecerse
realmente a su hermano mayor, incluso la sombra de su cabello castaño dorado era
como un pico a través de su pecho.
Estoy loco por ti. No quiero a nadie más. No lo he hecho por mucho tiempo.
Ella no podía respirar. No podía dejar de ver, escuchar esas palabras, sentir el
jodido desgarro gigante en el continuo espacio-tiempo donde debería haber estado
Connor, en un mundo en el que nada malo podría pasar...
Ithan se detuvo ante otro juego de puertas de vidrio. Abrió una, los músculos de
su largo brazo ondularon mientras la sostenía para ellos.
Hunt fue primero, sin duda escaneando el espacio en un abrir y cerrar de ojos.
Bryce logró mirar a Ithan cuando pasó.
Sus dientes blancos brillaron cuando los descubrió.
Se había ido el chico arrogante con el que ella había bromeado; se había ido el
chico que había intentado coquetear con ella para poder usar las técnicas con
Nathalie, quien se había reído cuando Ithan la invitó a salir pero le dijo que esperara
unos años más; se había ido el chico que le había preguntado implacablemente a
Bryce sobre cuándo finalmente comenzaría a salir con su hermano y no aceptaría un
nunca como respuesta.
Un depredador afilado ahora estaba en su lugar. Quien seguramente no había
olvidado los mensajes que ella había enviado y recibido esa horrible noche. Que ella
había estado follando al azar en el baño del club mientras Connor, Connor, que
acababa de derramar su corazón ante ella, era asesinado.
Bryce bajó los ojos, odiando, odiando cada segundo de esta visita jodida.
Ithan sonrió, como saboreando su vergüenza.
Él había abandonado la universidad después de que Connor había muerto. Dejó
de jugar sunball. Lo sabía porque había visto un juego en la televisión una noche dos
meses después y los comentaristas aún lo habían estado discutiendo. Nadie, ni sus
entrenadores, ni sus amigos, ni sus compañeros de manada, pudieron convencerlo
de que regresara. Se había alejado del deporte y nunca miró atrás, al parecer.
No lo había visto desde los días previos a los asesinatos. Su última foto de él era
la que Danika había tomado en su juego en segundo plano. Con la que se había
torturado a sí misma la noche anterior durante horas mientras se preparaba para lo
que traería el amanecer.
Antes de eso, sin embargo, había habido cientos de fotos de los dos
juntos. Todavía estaban en su teléfono como una canasta llena de serpientes,
esperando para morder si ella abría la tapa.
La cruel sonrisa de Ithan no vaciló cuando cerró la puerta detrás de ellos.
—El Prime está tomando una siesta. Sabine se reunirá contigo.
Bryce miró a Hunt, quien le dio un asentimiento superficial. Precisamente como
lo habían planeado.
Bryce estaba consiente de cada respiro de Ithan a su espalda mientras
caminaban a las escaleras que Bryce sabía que los llevarían a un nivel superior a la
oficina de Sabine. Hunt también parecía consciente de Ithan, y dejó que un rayo
suficiente le cubriera las manos y las muñecas para que el joven lobo se alejara un
paso.
Al menos los alfaimbéciles eran buenos para algo.
La tormenta vino cuando ellos estaban a dos cuadras del edificio de Bryce,
empapándolos en segundos. El dolor atravesó el antebrazo y el hombro de Hunt
cuando aterrizaron en el techo, pero se lo tragó. Bryce seguía temblando, su rostro
lo suficientemente distante como para que él no la soltara de inmediato cuando la
dejó sobre los azulejos empapados de lluvia.
Ella lo miró cuando sus brazos permanecieron alrededor de su cintura.
Hunt no pudo evitar el movimiento de su pulgar cuando le rozó las costillas. No
pudo evitar hacerlo por segunda vez.
Ella tragó saliva y él siguió cada movimiento de su garganta. La gota de lluvia
que corría sobre su cuello, su pulso latía delicadamente debajo de él.
Antes de que él pudiera reaccionar, ella se inclinó hacia adelante y lo abrazó. Lo
sostuvo con fuerza.
—Esta noche apestó —dijo ella contra su pecho empapado.
Hunt deslizó sus brazos alrededor de ella, deseando que su calor entrara en su
cuerpo tembloroso.
—Lo hizo.
—Me alegro de que no estés muerto.
Hunt se rio entre dientes y se permitió enterrar el rostro en el cuello de ella.
—Yo también.
Los dedos de Bryce se movieron contra su espalda, exploradores y
gentiles. Cada uno de sus sentidos se redujo a ese toque. Rugieron a la vida.
—Deberíamos salir de la lluvia —murmuró ella.
—Deberíamos —respondió él. Y no hizo ningún movimiento.
—Hunt.
No podía decir si su nombre era una advertencia o una solicitud o algo más. No
le importó cuando rozó su nariz contra la columna de su cuello, que estaba
resbaladiza por la lluvia. Joder, ella olía bien.
Lo hizo de nuevo, incapaz de evitarlo o de tener suficiente olor. Ella levantó un
poco la barbilla. Solo lo suficiente para exponer más su cuello.
Hel, sí. Hunt casi gruñó las palabras mientras se dejaba acariciar ese cuello
suave y delicioso, tan codicioso como un maldito vampiro por estar allí, olerla,
saborearla.
Sobrepasó cada instinto, cada recuerdo doloroso, cada voto que él había jurado.
Los dedos de Bryce se apretaron en su espalda y luego lo comenzaron a
acariciar. Él casi ronroneó.
No se permitió pensar, no mientras pasaba los labios por el lugar donde había
olfateado. Ella se arqueó ligeramente contra él. Hacia la dureza que dolía detrás del
cuero reforzado de su traje de batalla.
Tragando otro gemido contra su cuello, Hunt apretó sus brazos alrededor del
cálido y suave cuerpo de ella, y deslizó sus manos hacia abajo, hacia ese perfecto y
dulce trasero que lo había torturado desde el primer día, y…
La puerta de metal al techo se abrió. Hunt ya tenía su arma desenfundada y
apuntando hacia ella cuando Sabine salió y gruñó:
—Jodidamente retrocede.
48
Traducido por Lieve
Corregido por Catt
—Danika no robó nada —susurró Bryce, frío sacudiéndose a través de ella. Solo
el brazo de Hunt alrededor de su cintura la mantenía erguida, el cuerpo de él era una
cálida pared a su espalda.
Los ojos marrón claro de Sabine, del mismo tono que los Danika habían sido,
pero carentes de su calor, eran despiadados.
—¿Por qué crees que cambié el video? Ella pensó que el apagón la ocultaría,
pero fue demasiado tonta para considerar que podría haber un audio que continuara
grabando cada uno de sus pasos mientras dejaba su puesto para robar el Cuerno,
luego reapareció un minuto después, volviendo a patrullar, como si no hubiera
escupido en la cara de nuestra diosa. Si ella causó el apagón para robarlo o si
aprovechó la oportunidad para otra cosa, no lo sé.
—¿Por qué lo tomaría? —Bryce apenas podía pronunciar las palabras.
—Porque Danika era una mocosa que quería ver con qué podía salirse con la
suya. Tan pronto como recibí la alerta de que el Cuerno había sido robado, miré los
videos e intercambié las imágenes en cada base de datos. —La sonrisa de Sabine era
cruel—. Limpié su desastre, tal como lo hice durante toda su vida. Y ustedes dos, al
hacer sus preguntas, han amenazado la pizca de legado que ella dejará.
Las alas de Hunt se abrieron ligeramente.
—Enviaste a ese demonio a por nosotros esta noche…
Las pálidas cejas de Sabine se juntaron.
—¿Qué demonio? He estado esperándolos aquí toda la noche. Pensé en su
estúpida visita a mi Guarida, y decidí que necesitaban un recordatorio real para que
se queden un Hel fuera de este caso. —Ella enseñó los dientes—. Amelie Ravenscroft
está de pie al otro lado de la calle, esperando hacer la llamada si te sales de línea,
Athalar. Ella dice que ustedes dos estaban haciendo todo un espectáculo hace un
momento. —Les dio una sonrisa viciosa y conocedora.
Bryce se sonrojó y dejó que Hunt mirara para confirmar. Por la forma en que se
tensó, ella sabía que era verdad.
»Y en cuanto a lo que dije la noche que ella murió: Danika no podía mantener la
boca cerrada, sobre nada. Yo sabía que había robado el Cuerno, y sabía que
probablemente alguien la había matado por eso porque ella no podía mantenerse
callada —dijo Sabine y soltó otra risa fría—. Todo lo que hice fue para proteger a mi
hija. Mi imprudente y arrogante hija. Todo lo que tú hiciste fue alentar lo peor de
ella.
El gruñido de Hunt aquietó la noche.
—Cuidado, Sabine.
Pero la Alfa solo resopló.
—Te arrepentirás de haberte metido conmigo. —Caminó hacia el borde del
techo, su poder vibraba con un leve resplandor a su alrededor mientras evaluaba el
mismo salto que Bryce había considerado tan estúpidamente hace un año y
medio. Solo que Sabine podría aterrizar con gracia en el pavimento. Sabine miró
hacia atrás sobre un hombro delgado, sus dientes alargados brillaban mientras
decía—: No maté a mi hija. Pero si pones en peligro su legado, te mataré.
Y luego saltó, cambiando con un suave destello de luz a medida que
avanzaba. Hunt corrió hacia el borde, pero Bryce sabía lo que vería: un lobo
aterrizando ligeramente en el pavimento y alejándose en la oscuridad.
50
Traducido por Andie
Corregido por Catt
Hunt no se dio cuenta de lo mal que la bomba de Sabine había golpeado a Bryce
hasta la mañana siguiente. Ella no corrió. Casi no se levantó a tiempo para el trabajo.
Bebió una taza de café, pero rechazó los huevos que él hizo. Apenas le dijo tres
palabras. Sabía que ella no estaba enojada con él. Sabía que solo estaba... procesando.
Si ese procesamiento también tenía que ver con lo que habían hecho en el techo,
no se atrevió a preguntar. No era el momento. A pesar de que tuvo que tomar una
fría, fría ducha después. Y tomar el asunto en sus propias manos. Fue con el rostro
de Bryce, el recuerdo de su olor y ese gemido que hizo cuando se arqueó contra él,
con lo que él se había corrido lo suficientemente fuerte como para haber visto
estrellas.
Pero era la menor de sus preocupaciones, esta cosa entre ellos. Lo que sea que
fuera.
Afortunadamente, nada se había filtrado a la prensa sobre el ataque en el
parque.
Bryce apenas habló después del trabajo. Él le había hecho la cena y ella movió
en el plato, luego se había ido a dormir antes de las nueve. Estaba seguro como la
mierda de que no hubo más abrazos que los llevaran a acariciarse.
El día siguiente fue igual. Y el siguiente.
Estaba dispuesto a darle espacio. Los dioses sabían que a veces él lo necesitaba.
Cada vez que mataba por Micah, él lo necesitaba.
Sabía mejor que sugerir que Sabine podría estar mintiendo, ya que no había una
persona más fácil de acusar que una muerta. Sabine era un monstruo, pero Hunt
nunca la había conocido por ser mentirosa.
La investigación estaba llena de callejones sin salida, y Danika había muerto,
¿por qué? Por un artefacto antiguo que no funcionaba. Que no había funcionado en
quince mil años y nunca lo volvería a hacer.
¿La propia Danika había querido reparar y usar el Cuerno? Aunque por qué, no
tenía idea.
Sabía que esos pensamientos pesaban en Bryce. Durante cinco malditos días,
apenas comió. Simplemente fue a trabajar, dormir y volver a trabajar.
Todas las mañanas le preparaba el desayuno. Todas las mañanas ella ignoraba
el plato que él le había tendido.
Micah llamó solo una vez, para preguntar si habían obtenido pruebas de Sabine.
Hunt simplemente había dicho:
—Era un callejón sin salida. —Y el Gobernador había colgado, su rabia por el
caso sin resolver era palpable.
Eso había sido hace dos días. Hunt seguía esperando que cayera el otro zapato.
—Pensé que la caza de armas antiguas y mortales sería emocionante —dijo
Lehabah quejándose desde donde estaba sentada en su pequeño diván, medio
mirando televisión realmente aburrida.
—Yo también —murmuró Bryce.
Hunt levantó la vista del informe de evidencia que había estado leyendo y
estaba a punto de responder cuando sonó el timbre de la puerta. El rostro de Ruhn
en el monitor conectado a la cámara, y Bryce dejó escapar un suspiro muy largo
antes de dejarlo entrar silenciosamente.
Hunt giró su rígido hombro. Su brazo todavía latía un poco, un eco del veneno
letal que había arrancado su magia directamente de su cuerpo.
Las botas negras del príncipe aparecieron en los escalones alfombrados verdes
segundos después, aparentemente dando con su ubicación gracias a la puerta
abierta de la biblioteca. Lehabah cruzó el espacio instantáneamente, dejando
chispas en su estela, mientras sonreía y decía:
—¡Su Alteza!
Ruhn le ofreció una media sonrisa, sus ojos dirigiéndose directamente a
Quinlan. No se perdieron nada del cansancio tranquilo y melancólico. O el tono en la
voz de Bryce cuando dijo:
—¿A qué debemos este placer?
Ruhn se sentó frente a ellos en la mesa cubierta de libros. La espada Estrellada
que cubría su espalda no reflejó las luces de la biblioteca.
—Quería ponerme en contacto. ¿Algo nuevo?
Ninguno de los dos le había contado sobre Sabine. Y aparentemente Declan
tampoco.
—No —dijo Bryce—. ¿Algo sobre el Cuerno?
Ruhn ignoró su pregunta.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Ella se enderezó.
Ruhn parecía listo para discutir con su prima, por lo que Hunt les hizo un favor
a ambos, y a él mismo, si era honesto, y dijo:
—Hemos estado esperando un contacto de Muchas Aguas para que nos reporte
sobre un posible patrón con los ataques del demonio. ¿Has encontrado alguna
información sobre los kristallos que anulan la magia? —Días después, no podía dejar
de pensar en eso, cómo había sentido su poder solo chisporrotear y morir en sus
venas.
—No. Todavía no he encontrado nada sobre la creación de los kristallos, excepto
que fue hecho de la sangre del primer Príncipe Nacido de la Estrella y de la esencia
del mismo Devorador de Estrellas. Nada que diga que anula la magia. —Ruhn
asintió—. ¿Nunca te has encontrado con un demonio que pueda hacer eso?
—Ni uno. Los hechizos de brujas y las piedras gorsianas anulan la magia, pero
esto fue diferente. —Él había tratado con ambos. Antes de atarlo usando la tinta de
brujas en su frente, lo habían encadenado con esposas talladas con piedras gorsianas
de las montañas Dolos, un metal raro cuyas propiedades adormecían el acceso a la
magia.
Eran utilizadas en enemigos de alto perfil del imperio; la propia Hind era
particularmente aficionada a usarlas cuando ella y sus interrogadores quebraban a
los Vanir de los espías y líderes rebeldes. Pero durante años, los rumores se habían
arremolinado en el cuartel de la 33ra, que los rebeldes estaban experimentando con
formas de convertir el metal en un aerosol que podría desatarse sobre los guerreros
Vanir en los campos de batalla.
Ruhn señaló el antiguo libro que había dejado sobre la mesa días atrás, todavía
abierto en un pasaje sobre el Fae Nacido de la Estrella.
—Si el Devorador de Estrellas puso su esencia en los kristallos, eso es
probablemente lo que le dio al demonio la capacidad de comer magia. Así como la
sangre del Príncipe Pelias le dio la capacidad de buscar el Cuerno.
Bryce frunció el ceño.
—¿Entonces ese sentido tuyo del Elegido no ha detectado un rastro del Cuerno?
Ruhn tiró del anillo plateado a través de su labio inferior.
—No. Pero esta mañana recibí un mensaje de una medwitch que conocí el otro
día, la que atendió a Hunt en el jardín nocturno. Es poco probable, pero ella
mencionó que hay un medicamento relativamente nuevo en el mercado que está
empezando a usarse. Es una magia curativa sintética. —Hunt y Bryce se
enderezaron—. Puede tener algunos efectos secundarios perversos si no se controla
cuidadosamente. No tenía acceso a su fórmula exacta ni a los ensayos, pero dijo que
la investigación demostró que es capaz de curar a tasas casi el doble que las de
primera luz.
—¿Crees que algo así podría reparar el Cuerno? —preguntó Bryce.
—Es una posibilidad. Encajaría con ese estúpido acertijo sobre la luz que no es
luz, magia que no es magia para reparar el Cuerno. Eso es más o menos lo que es un
compuesto sintético.
Ella parpadeó.
—¿Y está... disponible?
—Al parecer, entró al mercado en algún momento de los últimos años. Nadie lo
ha probado en objetos inanimados, pero ¿quién sabe? Si la magia real no puede
curarlo, tal vez un compuesto sintético podría.
—Nunca he oído hablar de magia sintética —dijo Hunt.
—Yo tampoco —admitió Ruhn.
—Entonces tenemos una manera potencial de reparar el Cuerno —reflexionó
Bryce —, pero no el Cuerno en sí. —Ella suspiró—. Y todavía no sabemos si Danika
robó el Cuerno como una broma o con algún propósito real.
Ruhn se sobresaltó.
—¿Danika hizo qué?
Bryce hizo una mueca y luego le contó al príncipe todo lo que habían aprendido.
Cuando terminó, Ruhn se recostó en su silla, con la conmoción escrita en cada línea
de su rostro.
—Independientemente de si Danika robó el Cuerno por diversión o para hacer
algo con él, el hecho es que lo robó —dijo Hunt en el silencio del lugar.
—¿Crees que ella lo quería para sí misma? ¿Para repararlo y usarlo? —preguntó
Ruhn con cuidado.
—No —dijo Bryce en voz baja—. No, Danika podría haberme ocultado cosas,
pero yo conocía su corazón. Nunca habría buscado un arma tan peligrosa como el
Cuerno, algo que pudiera poner en peligro el mundo de esa manera. —Se pasó las
manos por el rostro—. Su asesino todavía está ahí afuera. Danika debe haber tomado
el Cuerno para evitar que lo consiguieran. La mataron por eso, pero no deben
haberlo encontrado, si todavía están usando al kristallos para buscarlo. —Ella agitó
una mano hacia la espada de Ruhn—. ¿Esa cosa no puede ayudarte a encontrarlo?
Todavía creo que atraer al asesino con el Cuerno es probablemente la forma más
segura de encontrarlos.
Ruhn sacudió la cabeza.
—La espada no funciona así. Además de ser exigente con quien la desenvaina,
la espada no tiene poder sin el cuchillo.
—¿El cuchillo? —preguntó Hunt.
Ruhn desenvainó la espada, el metal quejumbroso, y la dejó sobre la mesa entre
ellos. Bryce se echó hacia atrás, lejos de ella, mientras un rayo de luz de estrellas
cantaba y centelleaba en la punta.
—Genial —dijo Hunt, ganándose una mirada de Ruhn, que había alzado una ceja
a Bryce, sin duda esperando algún tipo de reverencia de ella por una espada que era
más antigua que esta ciudad, más antigua que el primer paso de los Vanir en
Midgard.
—La espada era parte de un par —dijo Ruhn—. Se forjó un cuchillo de hoja larga
a partir del iridio extraído del mismo meteorito, el cual cayó sobre nuestro viejo
mundo. —El mundo que los Fae habían dejado para viajar a través de la Grieta del
Norte y llegar a Midgard—. Pero perdimos el cuchillo hace eones. Incluso los
archivos de Fae no tienen registro de cómo podría haberse perdido, pero parece
haber sido en algún momento durante las primeras guerras.
—Es otra de las innumerables profecías tontas de los Fae —murmuró Bryce—.
Cuando el cuchillo y la espada se reúnan, también lo hará nuestra gente.
—Está literalmente tallado sobre la entrada de los Archivos Fae, lo que sea que
esa mierda signifique —dijo Ruhn. Bryce dio una pequeña sonrisa ante eso.
Hunt sonrió. Esa pequeña sonrisa era como ver el sol después de días de lluvia.
Bryce fingió no notar su sonrisa, pero Ruhn le dirigió una mirada aguda a él.
Como si supiera cada cosa sucia que Hunt había pensado sobre Bryce, todo lo
que había hecho para complacerse a sí mismo mientras imaginaba que era su boca
alrededor de él, sus manos, su cuerpo suave.
Mierda, estaba en una mierda tan profunda e interminable.
Ruhn solo resopló, como si él también lo supiera, y volvió a envainar la espada.
—Me gustaría ver los archivos de Fae —suspiró Lehabah—. Piensa en toda esa
historia antigua, todos esos objetos gloriosos.
—Encerrados, solo para que lo vean sus herederos de sangre pura —terminó
Bryce con una mirada aguda a Ruhn.
Ruhn levantó las manos.
—He tratado de hacer que cambien las reglas —dijo—. No he tenido suerte.
—Dejaban entrar a los visitantes en las principales fiestas —dijo Lehabah.
—Solo de una lista aprobada —dijo Bryce—. Y los duendecillos de fuego no
están en ella.
Lehabah rodó sobre su costado, levantando la cabeza con una mano ardiente.
—Me dejarían entrar. Soy descendiente de la Reina Ranthia Drahl.
—Sí, y yo soy la séptima Asteri —dijo Bryce secamente.
Hunt tuvo cuidado de no reaccionar ante el tono. La primera chispa que había
visto en días.
—Lo soy —insistió Lehabah, volviéndose hacia Ruhn—. Era mi bisabuela de
hace seis generaciones, destronada en las Guerras Elementales. Nuestra familia fue
expulsada en favor a...
—La historia cambia cada vez —dijo Bryce a Hunt, cuyos labios se torcieron.
—No lo hace —dijo Lehabah quejándose. Ruhn también estaba sonriendo
ahora—. Tuvimos la oportunidad de recuperar nuestro título, pero mi tatarabuela
fue arrancada de la Ciudad Eternal por…
—Arrancada.
—Sí, arrancada. Por una acusación completamente falsa de tratar de robar el
consorte real de la reina impostora. Se revolvería en sus cenizas si supiera lo que fue
de su último vástago. Poco más que un pájaro en una jaula.
Bryce tomó un sorbo de su agua.
—Este es el punto, muchachos, donde ella les solicita dinero en efectivo para
comprar su libertad.
Lehabah se volvió carmesí.
—Eso no es verdad. —Apuntó con su dedo a Bryce—. Mi bisabuela luchó con
Hunt contra los ángeles, y ese fue el fin de la libertad de toda mi gente.
Las palabras resquebrajaron a Hunt. Todos lo miraron ahora.
—Lo siento. —No tenía otras palabras en su cabeza.
—Oh, Athie —dijo Lehabah, acercándose a él y volviéndose color rosa—. No
quise... —Ella se ahuecó las mejillas en sus manos—. No te culpo a ti.
—Lideré a todos a la batalla. No veo cómo hay alguien más a quien culpar por
lo que le pasó a tu gente a causa de eso. —Sus palabras sonaban tan huecas como se
sentían.
—Pero Shahar te lideró a ti —dijo Danaan, sus ojos azules no perdiéndose nada.
Hunt se erizó ante el sonido de su nombre en los labios del príncipe. Pero se
encontró mirando a Quinlan, para torturarse a sí mismo con el condenado acuerdo
que encontraría en su rostro.
Solo había tristeza allí. Y algo así como comprensión. Como si ella lo viera, así
como él la había visto en esa galería de tiro, marcando cada fragmento roto y sin
importarle los pedazos irregulares. Debajo de la mesa, la punta de su tacón alto rozó
su bota. Una pequeña confirmación de que sí, ella veía su culpa, el dolor, y no le daba
miedo. Su pecho se apretó.
Lehabah se aclaró la garganta y le preguntó a Ruhn:
—¿Alguna vez has visitado los archivos de Fae en Avallen? Escuché que son más
grandiosos que los que trajeron aquí. —Ella hizo girar su rizo de llamas alrededor
de un dedo.
—No —dijo Ruhn. —Pero los Fae en esa isla brumosa son aún menos
acogedores que los de aquí.
—A ellos les gusta acumular toda su riqueza, ¿no? —dijo Lehabah, mirando a
Bryce—. Igual que tú, BB. Solo gastas en ti misma, y nunca en nada lindo para mí.
Bryce quitó el pie.
—¿No te compro shisha de fresa algunas veces?
Lehabah se cruzó de brazos.
—Eso es apenas un regalo.
—Dice la duendecilla que se encierra en esa pequeña cúpula de cristal y la
quema toda la noche y me dice que no la moleste hasta que termine. —Ella se reclinó
en su silla, presumida como un gato, y Hunt casi sonrió de nuevo ante la chispa en
sus ojos.
Bryce tomó su teléfono de la mesa y tomó una foto de él antes de que pudiera
objetar. Entonces una de Lehabah. Y otra de Syrinx.
Si Ruhn notó que no se molestó con una foto de él, no dijo nada. Aunque Hunt
podría haber jurado que las sombras en la habitación se profundizaron.
—Todo lo que quiero, BB —dijo Lehabah—, es un poco de aprecio.
—Que los Dioses me ayuden —murmuró Bryce. Incluso Ruhn sonrió ante eso.
El teléfono del príncipe sonó, y él contestó antes de que Hunt pudiera ver quién
era.
—Flynn.
Hunt escuchó la voz de Flynn débilmente.
—Te necesitan en el cuartel. Estalló una pelea de mierda por la novia de alguien
que se acostó con otra persona y honestamente no me importan dos mierdas, pero
se golpearon bastante bien.
Ruhn suspiró.
—Estaré allí en quince —dijo, y colgó.
—¿Realmente tienes que moderar pequeñas peleas como esa? —preguntó
Hunt.
Ruhn pasó una mano por la empuñadura de la espada Estrellada.
—¿Por qué no?
—Eres un príncipe.
—No entiendo por qué haces que suene como un insulto —gruñó Ruhn.
—¿Por qué no hacer... mierda más grande? —preguntó Hunt.
Bryce respondió por él.
—Porque su papi le tiene miedo.
Ruhn le lanzó una mirada de advertencia.
—Me supera en cuanto a poder y título.
—Y, sin embargo, se aseguró de tenerte bajo su pulgar lo antes posible, como si
fueras una especie de animal para ser domesticado. —Ella dijo las palabras
suavemente, pero Ruhn se tensó.
—Todo iba bien —dijo Ruhn con firmeza—, hasta que llegaste.
Hunt se preparó para la tormenta formándose.
—Estaba vivo la última vez que apareció un Príncipe Nacido de la Estrella, ya
sabes. ¿Alguna vez preguntaste qué le pasó? ¿Por qué murió antes de hacer el
Descenso? —dijo Bryce.
Ruhn palideció.
—No seas estúpida. Eso fue un accidente durante su Ordeal.
Hunt mantuvo su rostro neutral, pero Bryce simplemente se recostó en su silla.
—Si tú lo dices.
—¿Sigues creyendo esta mierda que trataste de venderme de niña?
Ella se cruzó de brazos.
—Quería que tus ojos estuvieran abiertos a lo que realmente es él antes de que
sea demasiado tarde para ti también.
Ruhn parpadeó, pero se enderezó, sacudiendo la cabeza mientras se levantaba
de la mesa.
—Confía en mí, Bryce, he sabido por un tiempo lo que es. Tuve que vivir con él.
—Ruhn asintió hacia la mesa desordenada—. Si escucho algo nuevo sobre el Cuerno
o esta magia curativa sintética, se los haré saber.
Se encontró con la mirada de Hunt y agregó:
—Ten cuidado.
Hunt le dirigió una media sonrisa que le dijo al príncipe que sabía exactamente
de qué se trataba ese ten cuidado. Y que no le importaba una mierda.
Dos minutos después de que Ruhn se fuera, la puerta principal volvió a sonar.
—¿Qué quiere él ahora? —murmuró Bryce, agarrando la tableta que Lehabah
había estado usando para mirar su televisión basura y sacando la transmisión de
video de las cámaras frontales.
Se le escapó un chillido. Una nutria con un chaleco amarillo reflectante estaba
de pie sobre sus patas traseras, una pequeña pata en el timbre inferior que había
hecho instalar a Jesiba para clientes más bajos.
Con la esperanza de que algún día, de alguna manera, encontrara a un
mensajero pequeño y bigotudo parado en la puerta.
Bryce salió disparada de su silla un segundo después, sus tacones comiéndose
la alfombra mientras corría escaleras arriba.
El mensaje que la nutria llevaba de Tharion fue breve y dulce.
Creo que encontrarás esto de interés. Besos, Tharion
—¿Besos? —preguntó Hunt.
—Son para ti, obviamente —dijo Bryce, todavía sonriendo sobre la nutria. Ella
le había entregado una moneda de plata, por lo que se había ganado un tic de sus
bigotes y una pequeña sonrisa con colmillos.
Fácilmente lo mejor de su día. Semana. Año.
Honestamente, de toda su vida.
En el escritorio de la sala de exposiciones, Bryce retiró la carta de Tharion de la
parte superior de la pila, mientras Hunt comenzó a hojear algunas de las páginas
debajo.
La sangre salió de su rostro al ver una fotografía en la mano de Hunt.
—¿Es eso un cuerpo?
—Es lo que queda de uno después de que Tharion lo saca de la guarida de un
sobek —gruñó Hunt.
Bryce no pudo evitar el estremecimiento que le recorrió la espalda. Con más de
ocho metros de grande y casi tonelada y media de músculo cubierto de escamas, los
sobeks estaban entre los peores depredadores que merodeaban por el río.
Malvados, fuertes y con dientes que podrían romperte en dos, un sobek macho
adulto podría hacer retroceder a la mayoría de los Vanir.
—Está loco.
Hunt se echó a reír.
—Oh, ciertamente lo está.
Bryce frunció el ceño ante la horrible foto, luego leyó las notas de Tharion.
—Él dice que las marcas de mordida en el torso no son consistentes con los
dientes de un sobek. Esta persona ya estaba muerta cuando fue arrojada al Istros. El
sobek debe haber visto una comida fácil y la llevó a su guarida para comerlo más
después. —Ella tragó la sequedad de la boca y volvió a mirar el cuerpo. Una hembra
dríada. Le habían rasgado la cavidad torácica, le habían extirpado el corazón y los
órganos internos, y estaba salpicada de mordidas…
—Estas heridas se parecen a las que recibiste del kristallos. Y el laboratorio de
los mer pensó que este cuerpo tenía probablemente cinco días, a juzgar por el nivel
de descomposición.
—La noche que fuimos atacados.
Bryce estudió el análisis.
—Había un veneno claro en las heridas. Tharion dice que podía sentirlo dentro
del cadáver incluso antes de que el mer hiciera pruebas. —La mayoría de los que
están en la Casa de Muchas Aguas podían sentir lo que fluía en el cuerpo de alguien:
enfermedades y debilidades y, aparentemente, veneno—. Pero cuando le hicieron
pruebas... —Ella dejó escapar un suspiro—. Anulaba la magia. —Tenía que ser el
kristallos. Bryce se encogió y siguió leyendo—: Buscó en los registros de todos los
cuerpos no identificados que los mer habían encontrado en los últimos dos años.
Encontraron dos con heridas idénticas y este veneno alrededor del... —Ella tragó
saliva—. Alrededor del tiempo que Danika y la manada murieron. Una dríada y un
zorro cambiaformas macho. Ambos reportados desaparecidos. Este mes, han
encontrado cinco con estas marcas y el veneno. Todos reportados desaparecidos,
pero unas pocas semanas después del hecho.
—Entonces son personas que podrían no haber tenido muchos amigos o
familiares cercanos —dijo Hunt.
—Tal vez. —Bryce volvió a estudiar la fotografía. Se obligó a mirar las heridas.
El silencio cayó, interrumpido solo por los sonidos distantes del show de Lehabah
en la planta baja.
—Esa no es la criatura que mató a Danika —dijo ella en voz baja.
Hunt se pasó una mano por el cabello.
—Podría haber habido múltiples kristallos.
—No —insistió ella, dejando los papeles—. Un kristallos no es lo que mató a
Danika.
Hunt frunció el ceño.
—Pero estabas en la escena. Lo viste.
—Lo vi en el pasillo, no en el apartamento. Danika, la manada y las otras tres
víctimas recientes estaban en pilas. —Apenas podía soportar decirlo, pensarlo de
nuevo.
Estos últimos cinco días habían sido... no fáciles. Poner un pie delante del otro
había sido lo único que la ayudó a superarlo después del desastre con Sabine.
Después de la bomba que dejó caer sobre Danika. Y si hubieran estado buscando la
maldita cosa equivocada todo este tiempo...
Bryce levantó la foto.
—Estas heridas no son lo mismo. El kristallos quería llegar a tu corazón, a tus
órganos. No convertirte en un... un montón de nada. Danika, la Manada de Demonios,
Tertian, la acólita y el guardia del templo, ninguno de ellos tenía heridas como esta.
Y ninguno tenía este veneno en su sistema. —Hunt solo parpadeó hacia ella. La voz
de Bryce se quebró—. ¿Qué pasa si algo más vino? ¿Qué pasa si el kristallos fue
convocado para buscar el Cuerno, pero algo peor también estaba allí esa noche? Si
tuvieras el poder de convocar al kristallos, ¿por qué no convocar a múltiples tipos
de demonios?
Hunt lo consideró.
—Pero no puedo pensar en un demonio que derribe a sus víctimas así. A menos
que sea otro antiguo horror directamente del Pozo. —Él se frotó el cuello—. Si el
kristallos mató a esta dríada, mató a estas personas cuyos cuerpos fueron
arrastrados al río a través de las alcantarillas, entonces ¿por qué convocar a dos tipos
de demonios? El kristallos ya es letal como el Hel. —Literalmente.
Bryce levantó las manos.
—No tengo idea. Pero si todo lo que sabemos sobre la muerte de Danika está
equivocado, entonces tenemos que averiguar cómo murió. Necesitamos a alguien
que pueda aportar algo.
Él se frotó la mandíbula.
—¿Alguna idea?
Ella asintió lentamente, con miedo en sus entrañas.
—Prométeme que no te enfurecerás.
51
Traducido por Andie
Corregido por Catt
Ella había perdido su jodida cabeza. Él la mataría por esto, si no los mataban a
ambos en los próximos segundos.
—¿Quién es ese? —Hielo se formó en la habitación. Ninguna ropa podría
protegerlos contra el frío que este demonio trajo consigo. Atravesó cada capa,
arrebatando el aliento del pecho de Hunt con dedos en garras. Una inhalación
estremecedora fue la única señal de la incomodidad de Bryce mientras permanecía
frente al círculo al otro lado de la habitación. El macho ahora contenido dentro de su
borde oscuro.
—Aidas —dijo ella en voz baja.
Hunt siempre había imaginado que el Príncipe del Precipicio era similar a los
demonios de nivel inferior que había cazado a lo largo de los siglos: escamas,
colmillos o garras, músculos brutos y gruñidos de furia animal ciega.
No este sujeto delgado y de piel pálida... un chico bonito.
El cabello rubio de Aidas cayó sobre sus hombros en ondas suaves, sueltas, pero
bien cortadas alrededor de su rostro finamente formado. Sin duda, para mostrar los
ojos como ópalos azules, enmarcados por pestañas gruesas y doradas. Esas pestañas
se movieron una vez en un parpadeo superficial. Luego, su boca llena y sensual se
abrió en una sonrisa para revelar una hilera de dientes demasiado blancos.
—Bryce Quinlan.
La mano de Hunt se dirigió hacia su arma. El Príncipe del Precipicio conocía el
nombre de ella, su rostro. Y la forma en que había pronunciado su nombre era tanto
en saludo como en pregunta, su voz suave como el terciopelo.
Aidas ocupaba el quinto nivel de Hel: el Precipicio. Rendía cuentas solo a otros
dos: el Príncipe del Abismo y el Príncipe del Foso, el séptimo y más poderoso de los
príncipes demoníacos. El mismo Devorador de Estrellas, cuyo nombre nunca se
pronunciaba en este lado de la Grieta del Norte.
Nadie se atrevería a decir su nombre, no después de que el Príncipe del Foso se
convirtiera en el primer y único ser en matar a un Asteri. Su carnicería de la séptima
estrella sagrada, Sirius, la Estrella de Lobo, durante las Primeras Guerras siguió
siendo una balada favorita en torno a los fuegos de los campamentos de guerra. Y lo
que le había hecho a Sirius después de matarla le había valido ese horrible título:
Devorador de Estrellas.
—Apareciste como un gato la última vez. —Fue todo lo que dijo Bryce.
Todo. Lo. Que. Dijo.
Hunt se atrevió a apartar los ojos del Príncipe del Precipicio para encontrar a
Bryce inclinando la cabeza.
Aidas deslizó sus manos delgadas en los bolsillos de su chaqueta y pantalón muy
ajustados, el material más negro que el Precipicio en el que residía.
—Eras muy joven entonces.
Hunt tuvo que plantar los pies para no balancearse. Ella había conocido al
príncipe antes, ¿cómo?
Su sorpresa debe haber estado escrita en su rostro porque ella le lanzó una
mirada que él solo podía interpretar como Mantén la jodida calma, pero dijo:
—Tenía trece años, no tan joven.
Hunt contuvo su gruñido que habría sugerido lo contrario.
Aidas inclinó la cabeza hacia un lado.
—Estabas muy triste en ese entonces también.
Hunt tardó un momento en procesarlo, las palabras. Un poco de historia y un
poco del ahora.
Bryce se frotó las manos.
—Hablemos de ti, Su Alteza.
—Siempre estoy feliz de hacerlo.
El frío quemó los pulmones de Hunt. Podrían durar solo unos minutos a esta
temperatura antes de que sus habilidades curativas comenzaran a fallar. Y a pesar
de la sangre Fae de Bryce, había una buena posibilidad de que no se recuperara en
absoluto. Sin haber hecho el Descenso, la congelación sería permanente para Bryce.
Como con cualquier dedo o extremidades perdidas.
—Tú y tus colegas parecen estar inquietos en la oscuridad —dijo ella al príncipe
demonio.
—¿Sí? —Aidas frunció el ceño ante sus zapatos de cuero pulido como si pudiera
ver todo el camino hasta el Foso—. Quizás convocaste al príncipe equivocado,
porque esta es la primera vez que oigo hablar de ello.
—¿Quién está convocando al kristallos para cazar en esta ciudad? —Palabras
planas y cortantes—. ¿Y qué fue lo que mató a Danika Fendyr?
—Ah, sí, escuchamos sobre eso, cómo Danika gritó cuando fue destrozada.
El latido de silencio de Bryce le dijo a Hunt lo suficiente sobre la herida interna
que Aidas había presionado.
Por la sonrisa que adornaba el rostro de Aidas, el Príncipe del Precipicio
también lo sabía.
Ella continuó:
—¿Sabes qué demonio lo hizo?
—A pesar de lo que afirman tus mitologías, no estoy al tanto de los movimientos
de todos los seres en Hel.
—¿Pero lo sabes? ¿O sabes quién lo convocó? —dijo ella con firmeza.
Sus pestañas doradas brillaron mientras parpadeaba.
—¿Crees que yo lo envié?
—No estarías parado allí si lo hubieses hecho.
Aidas se rio suavemente.
—No hay lágrimas de tu parte esta vez.
Bryce sonrió levemente.
—Me dijiste que no dejara que me vieran llorar. Tomé el consejo en serio.
¿Qué demonios había sucedido durante esa reunión hace doce años?
—La información no es gratis.
—¿Cuál es tu precio? —Un tinte azulado se deslizaba sobre sus labios. Tendrían
que cortar la conexión pronto.
Hunt permaneció perfectamente quieto mientras Aidas la estudiaba. Entonces
sus ojos registraron a Hunt.
Él parpadeó una vez. Como si realmente no hubiera marcado su presencia hasta
este momento. Como si no le hubiera importado darse cuenta, con Bryce delante de
él. Hunt escondió ese hecho, justo cuando Aidas murmuraba:
—Quién eres.
Una orden.
—Él es un placer para los ojos —dijo Bryce, pasando su brazo por el de Hunt y
presionándose cerca. Por calidez o estabilidad, él no lo sabía. Ella estaba
temblando—. Y no está en venta. —Señaló el halo en la frente de Hunt.
—A mis mascotas les gusta arrancar plumas, sería un buen negocio.
Hunt dirigió una mirada al príncipe. Bryce lanzó a Hunt una mirada de soslayo,
cuyo efecto fue anulado por sus dientes castañeantes.
Aidas sonrió y lo miró de nuevo.
—Un guerrero Caído con el poder de... — Las cejas arregladas de Aidas se
alzaron de sorpresa. Sus ojos azules de ópalo se redujeron a hendiduras, y luego
ardieron como llamas calientes—. ¿Qué estás haciendo con una corona negra
alrededor de tu frente?
Hunt no se atrevió a dejar que se mostrara su sorpresa a la pregunta. Nunca
había escuchado que lo llamaran así, una corona negra. Halo, tinta de bruja, marca
de vergüenza, pero nunca eso.
Aidas miró entre ellos ahora. Cuidadosamente. No se molestó en dejar que Hunt
respondiera a su pregunta antes de que esa horrible sonrisa volviera.
—Los siete príncipes habitan en la oscuridad y no se mueven. No tenemos
ningún interés en tu reino.
—Lo creería si usted y sus hermanos no hubieran estado haciendo ruido en la
Grieta del Norte durante las últimas dos décadas —dijo Hunt—. Y yo si no hubiera
estado limpiando después de eso.
Aidas tomó una respiración, como si probara el aire en el que las palabras de
Hunt le habían sido entregadas.
—¿Te das cuenta de que podría no ser mi gente? La Grieta del Norte se abre a
otros lugares, otros reinos, sí, pero también otros planetas. ¿Qué es Hel sino un
planeta distante unido al suyo por una onda en el espacio y el tiempo?
—¿Hel es un planeta? —Las cejas de Hunt bajaron. La mayoría de los demonios
que había matado y con los que había lidiado no habían podido ni se habían
inclinado a hablar.
Aidas encogió un solo hombro.
—Es un lugar tan real como Midgard, aunque la mayoría de nosotros haría que
creyeras que no lo es. —El príncipe lo señaló—. Ustedes, Caídos, fueron hechos en
Midgard por los Asteri. Pero los Fae, los cambiaformas y muchos otros vinieron de
sus propios mundos. El universo es masivo. Algunos creen que no tiene fin. O que
nuestro universo podría ser uno en una multitud, tan vasto como las estrellas en el
cielo o la arena en una playa.
Bryce lanzó a Hunt una mirada que le dijo que ella también se preguntaba qué
Hel estaba fumando el príncipe demonio en el Precipicio.
—Estás tratando de distraernos —dijo Bryce, cruzando los brazos. La escarcha
se deslizó por los pisos—. ¿No estás sacudiendo la Grieta del Norte?
—Los príncipes menores hacen eso, niveles del uno al cuatro —dijo Aidas,
volviendo la cabeza—. Aquellos de nosotros en la verdadera oscuridad no tenemos
necesidad ni interés en el sol. Pero ellos no enviaron los kristallos. Nuestros planes
no involucran tales cosas.
—Tu especie quería vivir aquí una vez. ¿Por qué cambiaría eso? —gruñó Hunt.
Aidas se rio entre dientes.
—Es terriblemente divertido escuchar las historias que los Asteri han creado
para ustedes. —Él le sonrió a Bryce—. ¿Qué ciega a una oráculo?
Todo el color desapareció del rostro de Bryce ante la mención de su visita a la
Oráculo. Cómo Aidas sabía al respecto, Hunt solo podía adivinar, pero ella respondió:
—¿Qué clase de gato visita a una Oráculo?
—Ganadoras primeras palabras. —Aidas volvió a meterse las manos en los
bolsillos—. No sabía qué preferirías ahora que eres adulta. —Una sonrisa hacia
Hunt—. Pero puedo lucir más así, si te agrada, Bryce Quinlan.
—Mejor aún: no vuelvas a aparecer —dijo Hunt al príncipe demonio.
Bryce le apretó el brazo. Él pisó su pie lo suficientemente fuerte como para que
ella lo soltara.
Pero Aidas se echó a reír.
—Tu temperatura baja. Me iré.
—Por favor —dijo Bryce—. Solo dime si sabes lo que mató a Danika. Por favor.
Una risa suave
—Haz las pruebas de nuevo. Encuentra lo que está en el medio.
Él comenzó a desvanecerse, como si una llamada telefónica se estuviera
rompiendo.
—Aidas —soltó ella, caminando directamente hacia el borde de su círculo. Hunt
reprimió el impulso de arrojarla a su lado. Especialmente cuando la oscuridad
deshilachó los bordes del cuerpo de Aidas—. Gracias. Por ese día.
El Príncipe del Precipicio hizo una pausa, como si se aferrase a este mundo.
—Haz el Descenso, Bryce Quinlan. —Él parpadeó—. Y encuéntrame cuando
hayas terminado.
Aidas casi se había desvanecido en nada cuando agregó, las palabras de un
fantasma deslizándose por la habitación:
—La Oráculo no vio. Pero yo sí lo hice.
El silencio latió en su estela mientras la habitación se descongelaba, la escarcha
se desvanecía.
Hunt se giró hacia Bryce.
—En primer lugar —dijo él—, jódete por esa sorpresa.
Ella se frotó las manos, devolviéndoles calor.
—Nunca me hubieras dejado convocar a Aidas si te lo hubiera dicho primero.
—¡Porque deberíamos estar jodidamente muertos ahora mismo! —Él la miró
boquiabierto—. ¿Estás loca?
—Sabía que no me haría daño. O a cualquiera que estuviera conmigo.
—¿Quieres decirme cómo conociste a Aidas cuando tenías trece años?
—Yo... te dije lo mal que terminaron las cosas entre mi padre biológico y yo
después de mi visita a la Oráculo. —Su ira se detuvo ante el dolor persistente en su
rostro—. Entonces, cuando estaba llorando con todo mi pequeño corazón en uno de
los bancos del parque fuera del templo, este gato blanco apareció a mi lado. Tenía
los ojos azules más antinaturales. Sabía, incluso antes de que hablara, que no era un
gato, y que no era un cambiaformas.
—¿Quién lo convocó esa vez?
—No lo sé. Jesiba me dijo que los príncipes pueden escabullirse a través de las
rasgaduras en cualquier Grieta, tomando la forma de animales comunes. Pero están
limitados a esas formas, sin su poder, salvo la capacidad de hablar. Y solo pueden
quedarse unas pocas horas.
Un estremecimiento descendió por sus alas grises.
—¿Qué dijo Aidas?
—Me preguntó: ¿qué ciega a una oráculo? Y yo respondí: ¿Qué clase de gato
visita a una Oráculo? Había escuchado los gritos al entrar. Supongo que lo intrigó.
Me dijo que dejara de llorar. Dijo que solo satisfaría a los que me habían hecho daño.
Que no debería darles el regalo de mi dolor.
—¿Por qué estaba el Príncipe del Precipicio en el Parque de la Oráculo?
—Nunca me lo dijo. Pero se sentó conmigo hasta que tuve el valor de caminar
de regreso a la casa de mi padre. Cuando recordé darle las gracias, él ya se había ido.
—Extraño. —Y, bueno, él podía entender por qué ella no se había resistido a
convocarlo, si él había sido amable con ella en el pasado.
—Tal vez algo del cuerpo felino se desvaneció de él y simplemente tenía
curiosidad por mí.
—Aparentemente, te ha extrañado. —Una pregunta capciosa.
—Aparentemente —respondió ella—. Aunque apenas nos dio algo para seguir.
Su mirada se volvió distante mientras miraba el círculo vacío delante de ellos,
luego sacó su teléfono del bolsillo. Hunt vislumbró a quién llamaba: Declan Emmet.
—Hola, B. —En el fondo, la música golpeaba y la risa masculina rugía.
Bryce no se molestó con las sutilezas.
—Se nos informó que deberíamos realizar varias pruebas nuevamente.
Supongo que eso significa las de las víctimas y las escenas del crimen hace unos años.
¿Puedes pensar en algo que deba ser reexaminado?
En el fondo, Ruhn preguntó: ¿Es Bryce? Pero Declan dijo:
—Definitivamente haría un diagnóstico de aroma. Necesitarás ropa.
—Debieron haber hecho un diagnóstico de aroma hace dos años —dijo Bryce.
—¿El diagnóstico común o el Mimir? —dijo Declan.
El estómago de Hunt se apretó. Especialmente cuando Bryce dijo:
—¿Cuál es la diferencia?
—El Mimir es mejor. Es relativamente nuevo.
Bryce miró a Hunt y él sacudió la cabeza lentamente. Ella dijo en voz baja por
teléfono:
—Nadie hizo una prueba Mimir.
Declan vaciló.
—Bueno... es tecnología Fae principalmente. La prestamos a la legión para sus
casos principales. —Una pausa—. Alguien debería haber dicho algo.
Hunt se preparó.
—¿Tuvieron acceso a este tipo de cosas hace dos años? —preguntó Bryce.
Declan hizo otra pausa.
—Ah, mierda…
Entonces Ruhn entró en la línea.
—Bryce, se dio una orden directa de no seguir esos canales. Se consideró un
asunto en el que los Fae deberían mantenerse al margen.
Devastación, ira, dolor, todo explotó en su rostro. Sus dedos se curvaron a los
costados.
Hunt dijo, sabiendo que Ruhn podía oírlo:
—El Rey de Otoño es un verdadero imbécil, ¿lo sabías?
—Voy a decirle exactamente eso —gruñó Bryce y colgó.
—¿Qué? —exigió Hunt.
Pero ella ya se estaba corriendo fuera del apartamento.
52
Traducido por Lili-ana
Corregido por Catt
La sangre de Bryce rugió mientras corría por la Plaza Antigua, bajando por
calles empapadas de lluvia, hasta llegar a Cinco Rosas. Las villas brillaban bajo la
lluvia, casas palaciegas con césped e inmaculados jardines, todos cercados con
hierro forjado. Fae con rostros de piedra o centinelas cambiaformas del Auxiliado
estaban puestos en cada esquina.
Como si los residentes aquí vivieran en absoluto terror que los peregrini y los
pocos esclavos de Ciudad Crescent estuvieran a punto de saquearlos en cualquier
momento.
Ella pasó junto al mastodonte de mármol que eran los Archivos Fae, el edificio
cubierto de velos de flores que corrían por sus numerosas columnas. Rosas, jazmín,
glicinias, todas perpetuamente florecientes, sin importar la estación.
Corrió todo el camino hasta la extensa villa blanca cubierta de rosas rosadas, y
hacia la puerta de hierro forjado a su alrededor custodiada por cuatro guerreros Fae.
Estos se interpusieron en su camino cuando se detuvo, la calle adoquinada
cubierta de lluvia.
—Déjenme entrar —dijo ella entre dientes, jadeando.
Ellos ni siquiera parpadearon.
—¿Tiene cita con Su Majestad? —preguntó uno.
—Déjenme entrar —dijo ella de nuevo.
Él lo había sabido. Su padre sabía que había pruebas para evaluar lo que había
matado a Danika y no había hecho nada. Deliberadamente se había mantenido al
margen.
Tenía que verlo. Tenía que escucharlo de él. No le importaba qué hora era.
La pulida puerta negra estaba cerrada, pero las luces estaban encendidas. Él
estaba en casa. Tenía que estar.
—No sin una cita —dijo el mismo guardia.
Bryce dio un paso hacia ellos y rebotó, duro. Un muro de calor rodeaba el
complejo, sin duda generado por los hombres Fae ante ella. Uno de los guardias se
rio. Su rostro se calentó, sus ojos picaban.
—Vayan a decirle a su rey que Bryce Quinlan necesita una palabra. Ahora.
—Regresa cuando tengas una cita, mestiza —dijo uno de los centinelas.
Bryce golpeó su mano contra su escudo. Ni siquiera onduló.
—Díganle…
Los guardias se pusieron rígidos mientras un poder oscuro y poderoso, latía
detrás de ella. Los relámpagos se deslizaron sobre los adoquines. Las manos de los
guardias fueron a sus espadas.
—La dama quiere una audiencia con Su Majestad —dijo Hunt con voz de trueno.
—Su Majestad no está disponible. —El guardia que habló había notado
claramente el halo en la frente de Hunt. La sonrisa burlona que se extendió por su
rostro fue una de las cosas más horribles que Bryce había visto—. Especialmente
para escoria Caída y zorrillos medio humanos.
Hunt dio un paso hacia ellos.
—Repítelo.
La burla del guardia se mantuvo.
—¿Una vez no fue suficiente?
La mano de Hunt se apretó a su lado. Él lo haría, ella se dio cuenta. Él golpearía
a esos imbéciles hasta hacerlos polvo por ella, se abriría camino dentro de las
puertas para que ella pudiera conversar con el rey.
Al final de la manzana, apareció Ruhn, envuelto en sombras, con el cabello negro
pegado a la cabeza. Flynn y Declan lo seguían de cerca.
—Apártense —ordenó Ruhn a los guardias—. Jodidamente apártense.
No hicieron tal cosa.
—Incluso usted, Príncipe, no está autorizado para ordenar eso.
Las sombras de Ruhn se arremolinaban en sus hombros como un par de alas
fantasmales, pero le dijo a Bryce:
—Hay otras batallas que valen la pena pelear con él. Esta no es una de ellas.
Bryce se alejó unos metros de la puerta, a pesar de que los guardias
probablemente podían escuchar cada palabra.
—Él decidió deliberadamente no ayudar con lo que le sucedió a Danika.
—Algunos podrían considerar eso como una interferencia con una
investigación imperial —dijo Hunt.
—Vete a la mierda, Athalar —gruñó Ruhn. Él alcanzó el brazo de Bryce, pero
ella dio un paso atrás. Apretó la mandíbula—. Tú eres considerada miembro de esta
corte, y lo sabes. Estuviste involucrada en un desastre colosal. Él decidió que lo
mejor para tu seguridad era dejar el caso, no profundizar más.
—Como si alguna vez a él le hubiera importado dos mierdas mi seguridad.
—Le importó la suficiente mierda como para querer que yo sea tu guardia. Pero
querías que Athalar hiciera del sexy compañero de cuarto.
—Él quiere el Cuerno para sí mismo —espetó ella—. Eso no tiene nada que ver
conmigo. —Ella señaló la casa más allá de la cerca de hierro—. Entra y dile a ese
pedazo de mierda que no olvidaré esto. Nunca. Dudo que le importe, pero díselo.
Las sombras de Ruhn se calmaron, cayendo de sus hombros.
—Lo siento, Bryce. Sobre Danika...
—No —dijo ella—. Nunca me digas su nombre. Nunca vuelvas a decir su
nombre.
Podría haber jurado que vio dolor en el rostro de su hermano que incluso las
sombras de él no pudieron esconder, pero se giró y vio a Hunt mirando con los
brazos cruzados.
—Te veré en el apartamento —dijo ella a él, y no se molestó en decir más antes
de volver a correr.
Había sido jodido no advertir a Hunt a quién estaba invocando. Ella admitía eso.
Pero no tan jodido como las pruebas Fae a las que su padre se había negado a
proporcionar acceso.
Bryce no fue a su casa. A mitad de camino, decidió que iría a otro lado. El Cuervo
Blanco estaba cerrado, pero su antiguo bar de whiskey favorito funcionaría bien.
Lethe estaba abierto y sirviendo. Lo cual era bueno, porque su pierna palpitaba
sin piedad y sus pies estaban ampollados por correr en sus estúpidos zapatos planos.
Se los quitó en el momento en que saltó al taburete de cuero en el bar y suspiró
cuando sus pies descalzos tocaron el frío reposapiés de latón extendiéndose a lo
largo del mostrador de madera oscura.
Lethe no había cambiado en los dos años desde la última vez que había puesto
un pie en el suelo que se prestaba a una ilusión óptica, pintada con cubos negros,
grises y blancos. Los pilares de madera de cerezo todavía se alzaban como árboles
para formar el techo arqueado y tallado en lo alto, que se cernía sobre una barra
hecha de vidrio empañado y metal negro, completado con líneas limpias y bordes
cuadrados.
Le había enviado un mensaje a Juniper hace cinco minutos, invitándola a tomar
una copa. Ella todavía no había recibido respuesta. Así que vio las noticias en la
pantalla sobre la barra, mostrando los campos de batalla fangosos en Pangera, las
cáscaras de los trajes mecánicos arrojándolos como juguetes rotos, cuerpos
humanos y Vanir extendidos por kilómetros, los cuervos ya dándose un festín.
Incluso el lavaplatos humano se detuvo a mirar, su rostro tenso mientras
contemplaba la carnicería. Una orden ladrada del cantinero lo mantuvo en
movimiento, pero Bryce vio el brillo en los ojos marrones del joven. La furia y la
determinación.
—Qué Hel —murmuró ella, y tomó un trago del whiskey delante de ella.
Sabía a acre y pésimo como lo recordaba, quemando hasta el fondo.
Precisamente lo que quería. Bryce tomó otro trago.
Una botella de algún tipo de tónico púrpura cayó junto a su vaso.
—Es para tu pierna —dijo Hunt, deslizándose en el taburete al lado de ella—.
Bébelo todo.
Ella miró el frasco de vidrio.
—¿Fuiste a una medwitch?
—Hay una clínica a la vuelta de la esquina. Supuse que no te irías de aquí pronto.
Bryce sorbió su whiskey.
—Supusiste bien.
Él empujó el tónico más cerca.
—Bébelo antes de terminar el resto.
—¿No hay reprimenda sobre romper mi regla de No Beber?
Se apoyó en la barra, recogiendo sus alas.
—Es tu regla, puedes romperla cuando quieras.
Lo que sea. Ella alcanzó el tónico, abriéndolo y tomándolo. Hizo una mueca.
—Sabe a soda de uva.
—Le dije que lo hiciera dulce.
Ella pestañeó coquetamente.
—¿Porque soy tan dulce, Athalar?
—Porque sabía que no lo beberías si sabía a alcohol clínico.
Ella levantó su whiskey.
—Siento disentir.
Hunt le hizo una señal al cantinero, ordenó agua y le dijo a Bryce:
—Esta noche salió bien.
Ella se rio entre dientes, bebiendo el whiskey de nuevo. Dioses, sabía horrible.
¿Por qué alguna vez había engullido esta cosa?
—Espléndidamente.
Hunt bebió de su agua. La miró por un largo momento antes de que dijera:
—Mira, me sentaré aquí mientras te emborrachas estúpidamente si eso es lo
que quieres, pero solo diré esto primero: hay mejores formas de lidiar con todo.
—Gracias, mamá.
—Lo digo en serio.
El cantinero puso otro whiskey delante de ella, pero Bryce no bebió.
—No eres la única persona que ha perdido a alguien que ama —dijo Hunt
cuidadosamente.
Ella apoyó su cabeza en una mano.
—Cuéntame todo sobre ella, Hunt. Escuchemos por fin la historia sentimental
completa sin censura.
Él sostuvo su mirada.
—No seas imbécil. Estoy tratando de hablar contigo.
—Y yo estoy tratando de beber —dijo ella, levantando su vaso para hacerlo.
Su teléfono sonó, y ambos lo miraron. Juniper finalmente respondió.
No puedo, lo siento. Práctica. Luego otro zumbido de Juniper. Espera, ¿por qué
estás bebiendo en Lethe? ¿Estás bebiendo de nuevo? ¿Qué pasó?
—Quizás tu amiga también esté tratando de decirte algo —dijo Hunt en voz
baja.
Los dedos de Bryce se cerraron en puños, pero colocó su teléfono boca abajo
sobre el cristal brillante y empañado.
—¿No ibas a contarme tu desgarradora historia sobre tu increíble novia? ¿Qué
pensaría ella de la forma en que me tocaste y prácticamente me devoraste el cuello
la otra noche?
Ella lamentó las palabras en el momento en que salieron. Por muchas razones,
se arrepintió de ellas, la menor de las cuales era que no podía dejar de pensar en ese
momento de locura en el techo, cuando su boca estuvo en su cuello y ella había
comenzado a derretirse por completo.
Qué bien se había sentido eso… sentido él.
Hunt la miró por un largo momento. El calor subió al rostro de ella.
Pero todo lo que él le dijo fue:
—Te veré en casa. —Las palabras resonaron entre ellos mientras ponía otro
tónico púrpura en el mostrador—. Bebe este en treinta minutos.
Luego se fue, merodeando por el bar vacío y hacia la calle más allá.
Todavía estaba lloviendo a la mañana siguiente, lo cual Bryce decidió que era
mal augurio.
Hoy apestaría. Anoche había apestado.
Syrinx se negó a salir de debajo de las sábanas, a pesar de que Bryce trató de
convencerlo con la promesa de desayunar antes de su paseo, y para cuando Bryce
finalmente lo sacó a la calle, Hunt vigilaba desde las ventanas, y la lluvia había
pasado de un agradable golpeteo a un diluvio.
Un sapo gordo estaba en la esquina de la puerta del edificio, bajo la ligera
saliente, esperando a que cualquier pequeño y desafortunado Vanir pasara. Miró a
Bryce y Syrinx mientras pasaban por su lado, ganándose un resoplido de este último,
y se hizo más cerca del lado del edificio.
—Asqueroso —murmuró ella por encima de la lluvia tamborileando en la
capucha de su abrigo, sintiendo el sapo verlos por la cuadra. Para una criatura no
más grande que su puño, encontraban maneras de ser amenazantes.
Específicamente para todo tipo de duendecillos. Incluso estar confinada a la
biblioteca, Lehabah los detestaba y les temía.
A pesar de su impermeable azul marino, sus leggins negros y su camiseta blanca,
estaba empapada. Como si la lluvia de alguna manera viniera del suelo. También se
había acumulado en sus botas de lluvia verde, chillando con cada paso que daba a
través del golpeteo de la lluvia, las palmeras balanceándose y silbando por encima.
La primavera más lluviosa registrada, había dicho la noticia anoche. Ella no lo
dudaba.
El sapo todavía estaba allí cuando regresaron, Syrinx habiendo completado su
rutina matutina en tiempo récord, y Bryce podría o no haberse salido del camino de
pisotear un charco cercano.
El sapo le había sacado la lengua, pero se alejó.
Hunt estaba de pie frente a la estufa, cocinando algo que olía a tocino. Miró por
encima de su hombro mientras ella se quitaba el impermeable, goteando por todo el
suelo.
—¿Tienes hambre?
—Estoy bien.
Los ojos de él se estrecharon.
—Deberías comer algo antes de irnos.
Ella le ondeó la mano, sacando comida en el tazón de Syrinx.
Cuando se puso de pie, encontró a Hunt extendiendo un plato hacia ella. Tocino
y huevos y tostadas marrones gruesas.
—Te vi picoteando tu comida durante cinco días la semana pasada —dijo
bruscamente—. No iremos por ese camino de nuevo.
Ella puso los ojos en blanco.
—No necesito que un macho me diga cuándo comer.
—¿Qué tal un amigo que te diga que tuviste una noche comprensiblemente
dura, y te vuelves mala cuando tienes hambre?
Bryce frunció el ceño. Hunt seguía sosteniendo el plato.
»Está bien estar nerviosa, ya sabes —dijo él. Señaló hacia la bolsa de papel que
había dejado por la puerta con la ropa de Danika, doblada y lista para el análisis.
Había oído a Hunt llamar a Viktoria hace treinta minutos, y pedirle que buscara al
técnico Mimir de los Fae. Dijo que Declan ya lo envió.
—No estoy nerviosa. Es solo ropa —dijo Bryce y miró fijamente la bolsa con
ropa. Luego dijo gruñendo—: No lo estoy. Que se pierda en Evidencia o lo que sea.
—Entonces come.
—No me gustan los huevos.
La boca de él se estremeció hacia arriba.
—Te he visto comer alrededor de tres docenas de ellos.
Sus miradas se encontraron y se mantuvieron ahí.
—¿Quién te enseñó a cocinar, de todos modos? —Seguro que él era un Hel mejor
cocinero que ella. La lamentable cena que le había hecho anoche era una prueba de
ello.
—Me enseñé a mí mismo. Es una habilidad útil para un soldado. Te convierte en
una persona popular en cualquier campamento de legión. Además, tengo dos siglos
de vida. Sería patético no saber cocinar a estas alturas. —Él sostuvo el plato más
cerca—. Come, Quinlan. No dejaré que nadie pierda esa ropa.
Ella debatió lanzar el plato a su cara, pero finalmente lo tomó y se desplomó en
el asiento a la cabeza de la mesa del comedor. Syrinx trotó hacia ella, dándole una
mirada expectante al tocino.
Una taza de café apareció en la mesa un latido más tarde, la crema todavía
arremolinado en el interior.
Hunt sonrió.
—No querría que te salieras al mundo sin las disposiciones adecuadas.
Bryce le sacó el dedo medio, tomó su teléfono de donde lo había dejado en la
mesa, y tomó algunas fotos: el desayuno, el café, el estúpido rostro sonriente de él,
Syrinx sentado a su lado, y su propio ceño fruncido. Pero ella bebió el café de todos
modos.
Para cuando puso su taza en el fregadero, Hunt terminó su comida en la mesa
detrás de ella, encontró sus pasos sintiéndose más ligeros de lo que se habían
sentido en un tiempo.
Viktoria notificó a Hunt esa noche que todavía estaba haciendo el diagnóstico.
La tecnología Mimir de los Fae era lo suficientemente exhaustiva como para que
tardara un buen tiempo en terminar.
Rezaba para que los resultados no fueran tan devastadores como esperaba.
Había mensajeado a Bryce al respecto mientras ella terminaba el trabajo, riendo
cuando vio que ella había cambiado de nuevo su información de contacto en su
teléfono: Bryce Es Una Reina.
Permanecieron hasta la medianoche viendo un reality show sobre un grupo de
jóvenes Vanir que trabajan en un club de playa en las Islas Coronal. Él se había
negado a verlo al principio, pero al final de la primera hora, él había sido el que
presionó el botón de reproducir para ver el siguiente episodio. Luego el siguiente.
No había dolido que hubieran pasado de sentarse en extremos opuestos del sofá
a estar lado a lado, su muslo presionado contra el de ella. Podría haber jugueteado
con su trenza. Ella podría haberlo dejado.
A la mañana siguiente, Hunt estaba siguiendo a Bryce hacia el ascensor del
apartamento cuando sonó su teléfono. Miró el número e hizo una mueca antes de
contestar.
—Hola, Micah.
—Mi oficina. Quince minutos.
Bryce apretó el botón del ascensor, pero Hunt señaló la puerta del techo. La
llevaría a la galería y luego se dirigiría al DCC.
—Muy bien —dijo él cuidadosamente—. ¿Quieres que la señorita Quinlan se
una a nosotros?
—Solo tú. —La línea se cortó.
54
Traducido por Jessmddx
Corregido por Catt
Hunt tomó una entrada trasera a la torre, con cuidado de evitar cualquier área
que Sandriel pudiera estar frecuentando. Isaiah no había contestado, y sabía mejor
que seguir llamando hasta que lo hiciera.
Micah estaba mirando por la ventana cuando él llegó, su poder ya era una
tormenta en la habitación.
—¿Por qué… —preguntó el Arcángel—… estás haciendo pruebas Fae en
antiguas muestras de laboratorio?
—Tenemos buenas razones para pensar que el demonio que identificamos no
es el que está detrás de la muerte de Danika Fendyr. Si podemos encontrar lo que
realmente la mató, podría llevarnos a quién lo convocó.
—La Cumbre es en dos semanas.
—Lo sé. Estamos trabajando tan duro como podemos.
—¿Lo están? ¿Beber en un bar de whiskey con Bryce Quinlan cuenta cómo
trabajar?
Imbécil.
—Estamos en ello. No te preocupes.
—Sabine Fandyr llamó a mi oficina, sabes. Para arrancarme la cabeza sobre ser
sospechosa. —No había nada humano detrás de esos ojos. Solo un depredador frío.
—Fue un error, y lo reconoceremos, pero teníamos motivos suficientes para
creer…
—Haz. El. Trabajo.
—Lo haremos —gruñó Hunt.
Micah lo examinó fríamente. Luego dijo:
—Sandriel ha estado preguntando por ti, también por la señorita Quinlan. Ella
me hizo algunas generosas ofertas para volver a comerciar. —El estómago de Hunt
se volvió pesado—. La he rechazado hasta ahora. Le dije que eres demasiado valioso
para mí.
Micah arrojó un archivo sobre la mesa, luego se giró hacia la ventana.
—No me hagas reconsiderarlo, Hunt.
Hunt leyó el archivo, la orden silenciosa que transmitía. Su castigo. Por Sabine,
por tomarse demasiado tiempo, solo por existir. Una muerte por una muerte.
Se detuvo en el cuartel para recoger su casco.
Micah había escrito una nota al margen de la lista de sus crímenes. Sin armas.
Así que Hunt agarró algunas más de sus dagas de empuñadura negra y también
su cuchillo largo de mango.
Cada movimiento era cuidadoso. Deliberado. Cada cambio de su cuerpo
mientras se ponía su traje de batalla negro tranquilizaba su mente, alejándolo más
y más de sí mismo.
Su teléfono sonó en su escritorio, y lo miró solo el tiempo suficiente para ver
que Bryce Es Una Reina le había escrito: ¿Todo bien?
Hunt se puso los guantes negros.
Su teléfono volvió a sonar.
Voy a pedir sopa de albóndigas para el almuerzo. ¿Quieres un poco?
Hunt dio la vuelta al teléfono, bloqueando la vista de la pantalla. Como si de
alguna manera le impidiera descubrir lo que estaba haciendo. Reunió sus armas con
siglos de eficiencia. Y luego se puso el casco.
El mundo descendió a fríos cálculos, sus colores se atenuaron.
Solo entonces levantó su teléfono y le escribió a Bryce: Estoy bien. Te veo más
tarde.
Ella le había respondido cuando llegó a la plataforma de aterrizaje de los
cuarteles. Había visto aparecer la burbuja de mensaje, desaparecer y volver a
aparecer. Como si hubiera escrito diez respuestas diferentes antes de decidirse por:
Está bien.
Hunt apagó su teléfono mientras se abría paso a través de las puertas y salía al
aire libre.
Él era una mancha contra el brillo. Una sombra de pie contra el sol.
Un aleteo de sus alas lo tenía en el cielo. Y no miró hacia atrás.
No podía soportarlo.
No podía soportar la expresión de ella de puro alivio que podrían haberle hecho
temblar las rodillas cuando entró en el apartamento. Regresó aquí después de haber
terminado porque pensó que ella estaría dormida y que él podría lavarse la sangre
sin tener que regresar al cuartel del Comitium primero, pero ella solo estaba en la
sala de estar. Esperándolo.
Y cuando entró en el apartamento y ella vio y olió la sangre…
Tampoco podía soportar el horror y el dolor en su rostro.
¿Ves lo que esta vida me ha hecho? Quería preguntarle. Pero él había estado más
allá de las palabras. Solo había habido gritos hasta ahora. De los tres hombres que
había pasado horas matando, todo hecho según las especificaciones de Micah.
Hunt se dirigió al baño y abrió la ducha en agua hirviendo. Se quitó el casco, las
luces brillantes picaron en sus ojos sin los tonos refrescantes del visor. Luego se
quitó los guantes.
Ella había lucido tan horrorizada. No era una sorpresa. Ella no podría haber
entendido realmente lo que era, quién era, no hasta ahora. Por qué la gente rehuía
de él. No lo miraban a los ojos.
Hunt se quitó el traje, su piel magullada ya estaba sanando. Los traficantes de
droga que había matado esta noche habían dado algunos golpes antes de que él los
sometiera. Antes de haberlos clavado al suelo y empalado en sus cuchillas.
Y los dejó allí, chillando de dolor, durante horas.
Desnudo, entró en la ducha, las baldosas blancas ya sudaban vapor.
El agua hirviendo le golpeó la piel como ácido.
Él se tragó su grito, su sollozo, su gemido y no se resistió al torrente hirviendo.
No hizo nada mientras dejaba que lo quemara todo.
Micah lo había enviado a una misión. Había ordenado a Hunt que matara a
alguien. Varias personas, por los diferentes aromas sobre él. ¿Cada una de esas vidas
contaba para su horrible deuda?
Era su trabajo, su camino hacia la libertad, lo que hacía por el Gobernador y, sin
embargo… sin embargo, Bryce nunca lo había considerado realmente. Lo que le
hacía a él. Cuáles eran las consecuencias.
No era un camino hacia la libertad. Era un camino hacia Hel.
Bryce se quedó un rato en la sala de estar, esperando que terminara de
ducharse. El agua seguía corriendo. Veinte minutos. Treinta. Cuarenta.
Cuando el reloj pasó a una hora, ella se encontró llamando a su puerta.
—¿Hunt?
Sin respuesta. El agua continuaba corriendo.
Ella abrió la puerta y se asomó al oscuro dormitorio. La puerta del baño estaba
abierta, vapor salía. Tanto vapor que la habitación se había vuelto borrosa.
»¿Hunt? —Ella se movió hacia adelante, estirando el cuello para ver el brillante
baño. Sin señales de él en la ducha…
Un indicio de un ala gris empapada se levantó detrás del cristal de la ducha.
Ella se movió, sin pensar. Sin importarle.
Estaba en el baño en un instante, su nombre en sus labios, preparándose para
lo peor, deseando haber agarrado su teléfono del mostrador de la cocina…
Pero allí estaba él, sentado desnudo en el suelo de la ducha, con la cabeza
inclinada entre las rodillas. El agua golpeaba su espalda, sus alas, goteando de su
cabello. Su piel como polvo dorado y marrón brillaba con un rojo furioso.
Bryce dio un paso en la ducha y siseó. El agua estaba hirviendo. Hirviendo bien
caliente.
—Hunt —dijo ella. Él no parpadeó.
Ella miró entre él y la ducha. Su cuerpo estaba curando las quemaduras, curando
y luego escaldando, curando y escaldando. Tenía que ser una tortura.
Ella retuvo el grito cuando se metió en la ducha, el agua casi hirviendo empapó
su camisa, sus pantalones y bajó la temperatura.
Él no se movió. Ni siquiera la miró. Él había hecho esto muchas veces, se dio
cuenta. Por cada vez que Micah lo había enviado a matar, y por todos los Arcángeles
a los que él había servido antes de eso.
Syrinx vino a investigar, olisqueó la ropa ensangrentada, luego se tumbó sobre
la alfombra de baño, con la cabeza sobre las patas delanteras.
Hunt no dio ninguna indicación de que él sabía que ella estaba allí.
Pero su respiración se hizo más profunda. Se hizo más fácil.
Y no podía explicar por qué lo hizo, pero agarró una botella de champú y la
botella de jabón de lavanda del rincón de las baldosas. Luego se arrodilló ante él.
—Voy a limpiarte —dijo ella en voz baja—. Si eso está bien.
Un leve pero terriblemente claro asentimiento fue su única respuesta. Como si
las palabras aún fueran demasiado difíciles.
Entonces Bryce vertió el champú en sus manos y luego entrelazó sus dedos en
el cabello de él. Los gruesos mechones eran pesados, y ella frotó suavemente,
inclinando su cabeza hacia atrás para enjuagarla. Sus ojos se levantaron por fin.
Encontraron los de ella, mientras su cabeza se inclinaba hacia la corriente de agua.
—Luces de la manera en que me siento —susurró ella con la garganta
apretada—, todos los días.
Él parpadeó, su única señal de que la había escuchado.
Ella retiró las manos de su cabello y tomó la barra de jabón. Estaba desnudo, se
dio cuenta, de alguna manera lo había olvidado. Completamente desnudo. No se
permitió contemplarlo cuando comenzó a enjabonar su cuello, sus poderosos
hombros, sus musculosos brazos.
—Dejaré tu mitad inferior para que la disfrutes —dijo ella con el rostro
calentándose.
Él solo la estaba mirando con esa cruda mirada. Más íntimo que cualquier toque
de sus labios en su cuello. Como si él realmente viera todo lo que ella era y había sido
y podría ser.
Ella frotó la parte superior de su cuerpo lo mejor que pudo.
—No puedo limpiar tus alas contigo sentado contra la pared.
Hunt se puso de pie en un poderoso y elegante movimiento.
Ella mantuvo sus ojos apartados de lo que, exactamente, ese movimiento trajo
a su línea de visión directa. Algo muy considerable que él no parecía notar o
importarle.
Así que a ella tampoco le importaría. Se puso de pie, salpicando agua, y
gentilmente lo giró. Tampoco se permitió admirar la vista desde atrás. Los músculos
y la perfección de él.
Tu trasero es perfecto, le había dicho él.
Igualmente, ahora ella podía dar fe de ello.
Ella enjabonó sus alas, ahora gris oscuro por el agua.
Él se alzaba sobre ella, lo suficiente como para que tuviera que ponerse de
puntillas para alcanzar el ápice de sus alas. En silencio, ella lo lavó, y Hunt apoyó las
manos contra los azulejos, con la cabeza colgando. Necesitaba descansar y la
comodidad del olvido. Entonces Bryce enjuagó el jabón, asegurándose de que todas
y cada una de las plumas estuvieran limpias, y luego rodeó al ángel para cerrar la
ducha.
Solo el goteo de agua que se arremolinaba en el desagüe llenaba el baño
humeante.
Bryce agarró una toalla y mantuvo los ojos en alto cuando Hunt se giró para
mirarla. Ella la envolvió de sus caderas, agarró una segunda toalla de la baranda
justo afuera de la ducha y la pasó por su piel bronceada. Suavemente, ella acarició
sus alas para secarlas. Luego le frotó el cabello.
—Vamos —murmuró ella—. A la cama.
Su rostro se puso más alerta, pero no se opuso cuando ella lo sacó de la ducha,
goteando agua de su ropa y cabello empapados. No se opuso cuando ella lo condujo
al dormitorio, a la cómoda donde había puesto sus cosas.
Sacó un par de bóxeres negros y se agachó, con los ojos clavados en el suelo
mientras estiraba de la cinturilla.
—Entra aquí.
Hunt obedeció, primero un pie y luego el otro. Ella se levantó, deslizando la
prenda por sus poderosos muslos y soltando la cinturillaa elástica con un chasquido
suave. Bryce tomó una camiseta blanca de otro cajón, frunció el ceño ante los
complicados cortes en la parte posterior para ajustar sus alas, y la dejó nuevamente.
—En ropa interior será —declaró ella, tirando hacia atrás la manta en la cama
que tan obedientemente él hacía cada mañana. Ella acarició el colchón—. Duerme
un poco, Hunt.
Una vez más, obedeció, deslizándose entre las sábanas con un suave gemido.
Apagó la luz del baño, oscureció el dormitorio y regresó a donde él yacía, todavía
mirándola. Atreviéndose a quitarle el cabello húmedo de la frente, los dedos de
Bryce rozaron el odioso tatuaje. Los ojos de él se cerraron.
—Estaba preocupada por ti —susurró ella, acariciando su cabello
nuevamente—. Yo… —Ella no pudo terminar la oración. Así que dio un paso atrás
para salir de la habitación, se pondría ropa seca y tal vez dormiría un poco.
Pero una mano cálida y fuerte se apoderó de su muñeca. La detuvo.
Miró hacia atrás y encontró a Hunt mirándola de nuevo.
—¿Qué?
Un ligero tirón en su muñeca le dijo todo.
Quédate.
Su pecho se apretó hasta el punto del dolor.
—Bueno. —Ella respiró hondo—. Bien, está bien.
Y por alguna razón, la idea de ir hasta su habitación, de dejarlo por un momento,
parecía demasiado arriesgado. Como si él pudiera desaparecer nuevamente si ella
se fuese a cambiar.
Entonces agarró la camiseta blanca que tenía la intención de ponerle a él y se
apartó, quitándose su propia camisa y sujetador y arrojándolos al baño. Aterrizaron
de golpe en las baldosas, ahogando el susurro de la suave camisa cuando ella se la
deslizó sobre sí misma. Colgaba hasta sus rodillas, proporcionando suficiente
cobertura para que se quitara los pantalones mojados y la ropa interior y también
los arrojara al baño.
Syrinx había saltado a la cama, acurrucado a los pies de ésta. Y Hunt se había
movido, dándole un amplio espacio.
—Está bien —dijo ella de nuevo, más para sí misma.
Las sábanas estaban calientes y olían a cedro besado por la lluvia. Ella trató de
no respirar demasiado, obviamente, mientras se sentaba contra la cabecera. Y ella
trató de no parecer demasiado sorprendida cuando él apoyó la cabeza sobre su
muslo, su brazo atravesándola para descansar sobre la almohada.
Un niño recostando su cabeza sobre el regazo de su madre. Un amigo en busca
cualquier tipo de contacto tranquilizador para recordarle que era un ser vivo. Una
buena persona, sin importar lo que le hicieran hacer.
Bryce volvió a apartarle el cabello de la frente tentativamente.
Los ojos de Hunt se cerraron, pero se inclinó ligeramente al tacto. Una petición
silenciosa.
Entonces Bryce continuó acariciando su cabello, una y otra vez, hasta que su
respiración se profundizó y se estabilizó, hasta que su poderoso cuerpo se debilitó
junto al de ella.
Los rayos dorados del amanecer despertaron a Bryce. Las mantas estaban
calientes, y la cama suave, y Syrinx seguía roncando...
Su habitación. Su cama.
Se sentó, despertando a Syrinx con un empujón. Él gruñó de molestia y se
deslizó más profundamente debajo de las sábanas, pateándola en las costillas con
las patas traseras por si acaso.
Bryce lo dejó, deslizándose fuera de la cama y saliendo de su habitación en
segundos. Hunt debe haberla movido en algún momento. Él no estaba en forma para
hacer algo así, y si de alguna manera se hubiera visto obligado a volver a salir...
Ella suspiró cuando vislumbró un ala gris sobre la cama de la habitación de
invitados. La piel marrón dorada de una espalda musculosa. Subiendo y bajando.
Todavía dormido.
Gracias a los dioses. Frotándose el rostro con las manos, dormir era una causa
perdida; se dirigió a la cocina y comenzó a preparar café. Necesitaba una taza fuerte,
luego una carrera rápida. Dejó que la memoria muscular se hiciera cargo, y mientras
la cafetera zumbaba y vibraba, levantó su teléfono del mostrador.
Los mensajes de Ruhn ocupaban la mayoría de sus notificaciones. Los leyó dos
veces.
Él hubiera dejado todo para venir. Puesto a sus amigos en la tarea de encontrar
a Hunt. Lo hubiera hecho sin dudarlo. Ella lo sabía, pero se había hecho olvidarlo.
También sabía por qué. Era plenamente consciente de que su reacción a su
argumento años atrás estaba justificada, pero exagerada. Él trató de disculparse, y
ella solo lo usó contra él. Y él debe haberse sentido lo suficientemente culpable como
para nunca haber cuestionado por qué ella lo sacó de su vida. Que él nunca se daría
cuenta que no era solo por un ligero dolor que la forzó a apartarlo de su vida, sino el
miedo. El terror absoluto.
La hirió, y le asustó que él tuviera tanto poder. Que había querido tantas cosas
de él, imaginado tantas cosas con su hermano (aventuras, vacaciones y momentos
ordinarios) y él tenía la capacidad de quitárselo todo.
Los pulgares de Bryce se cernían sobre el teclado de su teléfono, como si
buscara las palabras correctas. Gracias estaría bien. O incluso un Te llamaré más
tarde sería suficiente, ya que tal vez debería decir esas palabras en voz alta.
Pero sus pulgares permanecieron en alto, las palabras se deslizaron y cayeron.
Entonces cerró esos mensajes, y se volvió hacia el otro mensaje que recibió, de
Juniper.
Madame Kyrah me dijo que nunca apareciste en su clase. ¿Qué demonios, Bryce?
Tuve que rogarle para que guardara ese lugar para ti. Ella estaba realmente enojada.
Bryce apretó los dientes. Ella le respondió: Lo siento. Dile que estoy trabajando
en algo para el Gobernador y me llamaron.
Bryce dejó el teléfono y se volvió hacia la cafetera. Su teléfono sonó un segundo
después. Juniper tenía que estar en camino a la práctica de la mañana entonces.
Esta mujer no acepta excusas. Trabajé duro para agradarle, Bryce.
June definitivamente estaba enojada si la llamaba Bryce en lugar de B.
Bryce respondió: Lo siento, ¿de acuerdo? Te dije que era un tal vez. No deberías
haberla dejado pensar que estaría allí.
Juniper respondió: Lo que sea. Me tengo que ir.
Bryce dejó escapar el aliento y se obligó a soltar los dedos del teléfono. Ella
acunó su taza de café caliente.
—Hola.
Se dio la vuelta para encontrar a Hunt apoyando una cadera contra la isla de
mármol. Para alguien muy musculoso y con alas, el ángel era sigiloso, tenía que
admitirlo. Se había puesto una camisa y pantalones, pero su cabello todavía estaba
despeinado por el sueño.
Ella habló con voz ronca, sus rodillas tambaleándose ligeramente:
—¿Cómo te sientes?
—Bien.
La palabra no tenía dolor, solo una tranquila resignación y una solicitud de no
presionar. Entonces, Bryce sacó otra taza, la colocó en la máquina de café y presionó
algunos botones para prepararla.
La mirada de él recorrió cada parte de ella como un toque físico. Se miró a sí
misma y se dio cuenta de por qué.
—Lo siento, tomé una de tus camisas —dijo, empuñando la tela blanca en una
mano. Dioses, no llevaba ropa interior. ¿Él lo sabía?
Sus ojos se centraron en sus piernas desnudas y se oscurecieron un poco.
Definitivamente lo sabía.
Hunt se alejó de la isla, avanzando hacia ella, y Bryce se preparó. Para qué, no lo
sabía, pero...
Él solo pasó de largo. Directo a la nevera, donde sacó huevos y tocino.
—A riesgo de sonar como un cliché alfaimbécil —dijo él sin mirarla mientras
ponía la sartén en la estufa—, me gusta verte en mi camisa.
—Un total cliché alfaimbécil —dijo ella, incluso cuando sus dedos de los pies se
curvaron en el piso de madera pálida.
Hunt partió los huevos en un tazón.
—Siempre parecemos terminar en la cocina.
—No me importa —dijo Bryce, tomando un sorbo de café—, mientras tú
cocines.
Hunt resopló, luego guardo silencio.
—Gracias —dijo él en voz baja—. Por lo que hiciste.
—Ni lo menciones —dijo ella, tomando otro sorbo de café. Recordando el café
que le preparó para él, tomó la taza ahora llena.
Hunt se apartó de la estufa mientras ella le extendía el café. Miró entre la taza
extendida y su rostro.
Y mientras su gran mano envolvía la taza, él se inclinó, cerrando el espacio entre
ellos. La boca de él rozó su mejilla. Breve, ligero y dulce.
—Gracias —dijo él de nuevo, retrocediendo y volviendo a la estufa. Como si no
se diera cuenta de que ella no podía mover un solo músculo, no podía encontrar una
sola palabra para pronunciar.
La necesidad de agarrarlo, de bajar su rostro hacia el de ella y probar cada parte
de él prácticamente la cegó. Sus dedos se movieron a sus costados, casi capaces de
sentir esos músculos duros debajo de ellos.
Él tenía un amor perdido hace mucho tiempo por el que aún tenía una
esperanza. Y ella había pasado demasiado tiempo sin sexo. Por las tetas de Cthona,
habían pasado semanas desde ese ligue con el león cambiaformas en el baño del
Cuervo. Y con Hunt aquí, no se había atrevido a abrir su mesita de noche a su
izquierda para ocuparse de sí misma.
Sigue diciéndote todo eso, dijo una pequeña voz.
Los músculos de la espalda de Hunt se tensaron. Sus manos pausaron lo que sea
que estuvieran haciendo.
Mierda, él podía oler este tipo de cosas, ¿no? La mayoría de los machos Vanir
podían. Los cambios en el olor de una persona: el miedo y la excitación son los dos
más grandes.
Él era el Umbra Mortis. Fuera de límites en diez millones de maneras diferentes.
Y el Umbra Mortis no tenía citas… no, sería todo o nada con él.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Hunt con voz grave.
No se apartó de la estufa.
En ti. Como una maldita idiota, estoy pensando en ti.
—Hay una venta de muestras en una de las tiendas de diseñador hoy por la
tarde —mintió ella.
Hunt miró por encima del hombro. Joder, sus ojos estaban oscuros.
—¿De verdad?
¿Era eso un ronroneo en su voz?
Ella no pudo evitar retroceder un paso, chocando con la isla de la cocina.
—Sí —dijo ella, incapaz de apartar la mirada.
Los ojos de Hunt se oscurecieron aún más. Él no dijo nada.
No podía respirar adecuadamente con esa mirada fija en ella. Esa mirada que le
dijo que él olía todo lo que sucedía en su cuerpo.
Sus pezones se endurecieron bajo esa mirada.
Hunt se quedó sobrenaturalmente quieto. Sus ojos bajaron. Vio sus senos. Los
muslos que ahora apretaba, como si con eso frenase el latido entre ellos que
comenzaba a torturarla.
El rostro de él se volvió positivamente salvaje. Un gato de montaña listo para
saltar.
—No sabía que las ventas de ropa te ponían tan caliente y molesta, Quinlan.
Ella casi gimió. Se obligó a quedarse quieta.
—Son las pequeñas cosas de la vida, Athalar.
—¿En eso piensas cuando abres la mesita de noche a tu izquierda? ¿Ventas de
ropa? —Él la enfrentó completamente ahora. Ella no se atrevió a alejar su mirada.
—Sí. —Respiró—. Toda esa ropa por todo mi cuerpo.
No tenía idea de qué mierda salía de su boca.
¿Cómo era posible que todo el aire en el apartamento, la ciudad, hubiera sido
absorbido?
—Tal vez deberías comprar ropa interior nueva —murmuró, asintiendo hacia
sus piernas desnudas—. Parece que te hace falta.
Ella no pudo evitarlo, la imagen que brilló en sus sentidos: Hunt poniendo esas
grandes manos en su cintura y alzándola sobre el mostrador presionándole la
espalda, empujando su camiseta sobre su estómago (camiseta de él, en realidad) y
abriéndole las piernas de par en par. Follándola con su lengua, luego con su polla,
hasta que sollozara de placer o gritara, no le importaba mientras él la tocara, dentro
de ella...
—Quinlan. —Él parecía estar temblando ahora. Como si solo un hilo de pura
voluntad lo mantuviera en su lugar. Como si hubiera visto la misma imagen ardiente
y estuviera esperando su confirmación.
Eso lo complicaría todo. La investigación, lo que sea que él sintiera por Shahar,
su propia vida...
Al jodido Hel con todo eso. Lo descubrirían más tarde. Ellos...
Humo ardiente llenaba el aire entre ellos. Asqueroso y punzante humo.
—Joder —siseó Hunt, girando hacia la estufa y los huevos que había dejado en
la estufa.
Como si un hechizo de bruja se hubiera roto, Bryce parpadeó, el calor
vertiginoso desapareció. Oh, dioses. Las emociones de él tenían que estar por todas
partes después de anoche, y las de ella eran un desastre en un buen día, y...
—Tengo que vestirme para el trabajo. —Logró decir ella, y se apresuró hacia su
habitación antes de que él pudiera apartarse del desayuno en llamas.
Viktoria estaba en el bar cuando llegaron, con un vaso de whiskey frente a ella.
Les ofreció a ambos una sonrisa grave, luego deslizó un archivo hacia ellos mientras
se sentaban a su izquierda.
—¿Qué encontraste? —preguntó Bryce, abriendo la carpeta de color crema.
—Léelo —dijo Viktoria, luego miró hacia las cámaras en el bar. Grabando todo.
Bryce asintió, captando la advertencia, y Hunt se inclinó más cerca mientras su
cabeza se inclinaba para leer, incapaz de evitar estirar su ala, muy ligeramente,
alrededor de su espalda.
Sin embargo, lo olvidó cuando vio los resultados de la prueba.
—Esto no puede ser correcto —dijo él en voz baja.
—Eso es lo que dije —dijo Viktoria, su delgado rostro impasible.
Allí, en la revisión Mimir de los Fae, se encuentran los resultados: pequeños
trozos de algo sintético. No orgánico, no tecnológico, no mágico, sino una
combinación de los tres.
Encuentra lo que está en el medio, había dicho Aidas.
—Danika trabajó de independiente para Industrias Redner —dijo Bryce—. Ahí
hacen todo tipo de experimentos. ¿Eso explicaría esto?
—Puede que sí —dijo Viktoria—. Pero haré el Mimir en todas las muestras que
tenemos de los demás. Las pruebas iniciales también dieron positivo en la ropa de
Maximus Tertian. —El tatuaje en la frente de Viktoria se arqueó cuando frunció el
ceño—. No es magia pura, ni tecnológica, ni orgánica. Es un híbrido, con sus otros
rastros que hacen que se anule en las otras categorías. Casi un dispositivo de
camuflaje.
Bryce frunció el ceño.
—¿Qué es exactamente?
Hunt conocía a Viktoria lo suficientemente bien como para leer la precaución
en los ojos de la espectro.
—Es una especie de... droga. Por lo que pude encontrar, parece que se usa
principalmente para fines médicos en dosis muy pequeñas, pero podría haberse
filtrado a las calles, lo que condujo a dosis que está lejos de ser segura —dijo ella a
Bryce.
—Danika no habría tomado una droga como esa.
—Por supuesto que no —dijo Viktoria rápidamente—. Pero ella estuvo
expuesta a eso, toda su ropa. Pero si eso fue después de su muerte o antes, no está
claro. Estamos a punto de hacer la prueba con las muestras que tomamos de la
Manada de Demonios y las dos víctimas más recientes.
—Tertian estaba en el Mercado de Carne —murmuró Hunt—. Él pudo haberla
tomado.
Pero Bryce preguntó:
—¿Cómo se llama? ¿Esta cosa?
Viktoria señaló los resultados.
—Exactamente cómo suena. Sintetizador, o sinte.
Bryce giró la cabeza para mirar a Hunt.
—Ruhn dijo que la medwitch mencionó un compuesto curativo sintético que
posiblemente podría reparar... —No terminó la declaración.
Los ojos de Hunt estaban oscuros como el Foso con una mirada atormentada en
ellos.
—Podría ser lo mismo.
Viktoria levantó las manos.
—Una vez más, todavía estoy examinando a las otras víctimas, pero... solo pensé
que deberían saberlo.
Bryce saltó del taburete.
—Gracias.
Hunt la dejó llegar a la puerta principal antes de murmurarle al espectro:
—Mantenlo en secreto, Vik.
—Ya borré los archivos de la base de datos de la legión —dijo Vik.
Treinta minutos después, Bryce se había puesto sus pantalones cortos para
dormir y estaba enfurruñada en su cama cuando llamaron a su puerta.
—Eres un jodido traidor, Athalar —dijo ella.
Hunt abrió la puerta y se apoyó contra su marco.
—No es de extrañar que te hayas mudado aquí si tú y tu madre pelean tanto.
El instinto de estrangularlo fue abrumador, pero ella dijo:
—Nunca he visto a mi madre retroceder de una pelea. Lo heredé, supongo. —
Ella lo miró con el ceño fruncido—. ¿Qué quieres?
Hunt empujó la puerta y se acercó. La habitación se hizo demasiado pequeña
con cada paso más cerca. Se quedó sin aire. Él se detuvo al pie de su cama.
—Iré a la cita de la medwitch contigo.
—No voy a ir.
—¿Por qué?
Ella contuvo el aliento. Y luego soltó todo.
—Porque una vez que esa herida se vaya, una vez que deje de doler, entonces
Danika se irá. La Manada de Demonios se irá. —Ella echó las mantas hacia atrás,
dejando al descubierto sus piernas desnudas, y se subió los pantalones para dormir
de seda para que él viera toda la cicatriz retorcida—. Todo será un recuerdo, un
sueño que sucedió por un instante y luego desapareció. Pero esta cicatriz y todo el
dolor… —Sus ojos picaron—. No puedo dejar que se borre. No puedo dejar que ellos
se borren.
Hunt se sentó lentamente a su lado en la cama, como si le diera tiempo a ella
para objetar. Su cabello rozó su frente, el tatuaje, mientras estudiaba la cicatriz. Y
pasó un dedo calloso sobre ella.
El toque dejó su piel erizada a su paso.
—No vas a borrar a Danika y a la manada si te ayudas.
Bryce sacudió la cabeza, mirando hacia la ventana, pero los dedos de él se
cerraron alrededor de su barbilla. Suavemente giró su rostro hacia el suyo. Sus ojos
oscuros y profundos eran suaves. Comprensivos.
¿Cuántas personas habían visto alguna vez esos ojos de esta manera? ¿Alguna
vez lo habían visto a él de esta manera?
—Tu madre te ama. Ella no puede, literalmente a nivel biológico, Bryce,
soportar la idea de que tengas dolor. —Él soltó su barbilla, pero sus ojos
permanecieron en los de ella—. Tampoco yo.
—Apenas me conoces.
—Somos amigos. —Las palabras colgaban entre ellos. La cabeza de él volvió a
bajar, como si pudiera ocultar la expresión de su rostro mientras se corregía—: Si
quieres que lo seamos.
Por un momento, ella lo miró fijamente. La oferta lanzada ahí. La silenciosa
vulnerabilidad. Borró toda molestia que ella aún tenía en las venas.
—¿No lo sabías, Athalar? —La tentativa esperanza en su rostro casi la
destruyó—. Hemos sido amigos desde el momento en que pensaste que Gelatina era
un consolador.
Él echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, y Bryce se recostó en la cama. Se
apoyó las almohadas y encendió el televisor. Ella palmeó el espacio a su lado.
Sonriendo, con los ojos llenos de luz de una manera que nunca había visto, él se
sentó a su lado. Luego sacó su teléfono y tomó una foto de ella.
Bryce dejó escapar el aliento y su sonrisa se desvaneció, mientras lo
inspeccionaba.
—Mi madre pasó por mucho. Sé que no es fácil tratar con ella, pero gracias por
ser tan amable.
—Me gusta tu madre —dijo Hunt, y ella le creyó—. ¿Cómo se conocieron ella y
tu padre?
Bryce sabía que se refería a Randall.
—Mi madre huyó de mi padre biológico antes de que descubriera que estaba
embarazada. Terminó en un templo de Cthona en Korinth, y sabía que las
sacerdotisas allí la acogerían, la protegerían, ya que era un santo recipiente
embarazada o lo que sea. —Bryce resopló—. Ella me dio a luz allí, y pasé los
primeros tres años de mi vida enclaustrada en las paredes del templo. Mi madre
lavaba la ropa para ganarse la vida. En pocas palabras, mi padre biológico escuchó
el rumor de que ella tuvo un hijo y envió matones para cazarla. —Apretó los
dientes—. Les dijo que, si había un niño que sin duda era suyo, me llevarán a él. A
cualquier costo.
La boca de Hunt se apretó.
—Mierda.
—Tenían ojos en cada lugar, pero las sacerdotisas nos sacaron de la ciudad, con
la esperanza de llevarnos hasta la sede de la Casa de Tierra y Sangre en Hilene, donde
mi madre podría pedir asilo. Ni siquiera mi padre se atrevería a infringir ese
territorio. Pero es un viaje de tres días, y ninguna de las sacerdotisas de Korinth
tenía la capacidad de defendernos de los guerreros Fae. Así que manejamos las cinco
horas hasta el Templo de Solas en Oia, en parte para descansar, pero también para
buscar nuestro guardia sagrado.
—Randall. —Hunt sonrió. Pero él arqueó una ceja—. Espera, ¿Randall era un
sacerdote de Solas?
—No exactamente. Había vuelto del frente un año antes, pero las cosas que hizo
y vio mientras servía… lo dejaron hecho un desastre. Uno muy malo. Él no quería ir
a casa, no podía enfrentar a su familia. Así que se había ofrecido como acólito a Solas,
con la esperanza de que de alguna manera expiara su pasado. Estaba a dos semanas
de hacer sus votos cuando el Sumo Sacerdote le pidió que nos escoltara a Hilene.
Muchos de los sacerdotes son guerreros entrenados, pero Randall era el único
humano, y el Sumo Sacerdote supuso que mi madre no confiaría en un macho Vanir.
Justo antes de llegar a Hilene, la gente de mi padre biológico nos alcanzó. Esperaban
encontrar una mujer indefensa e histérica. —Bryce sonrió de nuevo—. Lo que
encontraron fue un francotirador legendario y una madre que movería cielo y tierra
por mantener a su hija.
Hunt se enderezó.
—¿Qué pasó?
—Lo que podrías esperar. Mis padres lidiaron con el desastre después. —Ella lo
miró—. Por favor, no se lo digas a nadie. Esto… nunca hubo preguntas sobre los Fae
que no regresaron a Ciudad Crescent. No quiero que se diga nada ahora.
—No diré una palabra.
Bryce sonrió sombríamente.
—Después de eso, la Casa de Tierra y Sangre literalmente consideró a mi madre
un recipiente para Cthona y Randall un recipiente para Solas, y bla, bla, basura
religiosa, pero básicamente fue una orden oficial de protección con la que mi padre
no se atrevió a joder. Y Randall finalmente se fue a casa, llevándonos con él, y
obviamente no juró sus votos a Solas. —Su sonrisa se calentó—. Se le propuso para
el final del año. Han estado repugnantemente enamorados desde entonces.
Hunt le devolvió la sonrisa.
—Es bueno escuchar que a veces las cosas funcionan para las buenas personas.
—Sí. A veces. —Un tenso silencio se extendió entre ellos. En su cama, estaban
en su cama, y justo esta mañana, había fantaseado con él comiéndola en la encimera
de la cocina. Bryce tragó duro—. Colmilladas y Folladas comenzará en cinco minutos.
¿Quieres mirar?
Hunt sonrió lentamente, como si supiera con precisión por qué había tragado
duro, pero él se recostó sobre las almohadas, con las alas extendidas debajo de él.
Un depredador contento de esperar a que su presa viniera a él.
Jodido Hel. Pero Hunt le guiñó un ojo, metiendo un brazo detrás de su cabeza.
El movimiento hizo que los músculos de sus bíceps resaltaran. Los ojos de él
brillaron, como si también fuera consciente de eso.
—Hel, sí.
—Deberíamos ordenar los hechos —dijo Hunt mientras Bryce salía enojada de
los muelles del Mercado de Carne—. Antes de correr a los mer, acusándolos de ser
traficantes de drogas.
—Demasiado tarde —dijo Bryce.
No había sido capaz de detenerla de enviar un mensaje a través de una nutria a
Tharion hace veinte minutos, y seguro como Hel que no había sido capaz de
detenerla de dirigirse a la orilla del río para esperar.
Hunt agarró su brazo, el muelle a pocos pasos de distancia.
—Bryce, los mer no se toman amablemente a ser acusados falsamente…
—¿Quién dijo que es falso?
—Tharion no es un traficante de drogas, y seguro que como la mierda que no
está vendiendo algo tan malo como el sinte parece ser.
—Puede que conozca a alguien que lo venda. —Ella salió de su agarre—. Hemos
estado jodiendo por ahí durante mucho tiempo. Quiero respuestas. Ahora. —Ella
estrechó los ojos—. ¿No quieres terminar con esto? ¿Para que te reduzcan la
sentencia?
Claro que sí, pero él dijo:
—El sinte probablemente no tiene nada que ver con esto. No deberíamos…
Pero ella ya había llegado al muelle, no atreviéndose a mirar en el remolino de
agua por debajo. Los muelles del Mercado de Carne eran terrenos de notoria basura.
Y vertederos para carroñeros acuáticos.
Agua salpicó, y luego un poderoso cuerpo masculino estaba sentado en el
extremo del muelle.
—Esta parte del río es asquerosa —dijo Tharion a modo de saludo.
Bryce no sonrió. No dijo otra cosa que:
—¿Quién está vendiendo sinte en el río?
La sonrisa desapareció del rostro de Tharion. Hunt comenzó a objetar, pero el
mer dijo:
—No en, Piernas. —Él negó con la cabeza—. Al río.
—Entonces es verdad. ¿Eso es… es qué? ¿Un medicamento curativo que se filtró
de un laboratorio? ¿Quién está detrás de eso?
Hunt se acercó a su lado.
—Tharion…
—Danika Fendyr —dijo Tharion con los ojos suaves. Como si supiera quién
había sido Danika para ella—. La información llegó un día antes de su muerte. Ella
fue vista haciendo un trato en un barco por aquí.
59
Traducido por LittleCatNorth
Corregido por Lieve
—Es una exageración —dijo Hunt una hora más tarde desde su lugar junto a
ella en el sofá. Ella le había contado sobre su última teoría, sus cejas se alzaban con
cada palabra que salía de su boca.
Bryce hizo clic en las páginas del sitio web de Industrias Redner.
—Danika trabajó a tiempo parcial en Redner. Rara vez hablaba de la mierda que
hacía para ellos. Solo de algún tipo de cosas de seguridad. —Ella abrió la página de
inicio de sesión—. Tal vez su antigua cuenta de trabajo todavía tenga información
sobre sus asignaciones.
Sus dedos temblaron ligeramente mientras escribía el nombre de usuario de
Danika, habiéndolo visto tantas veces en su teléfono en el pasado: dfendyr.
DFendyr… defensor. Nunca se había dado cuenta hasta ahora. Las duras
palabras de Fury sonaron en su cabeza. Bryce las ignoró.
Tecleó una de las contraseñas habituales de Danika: 1234567. Nada.
—De nuevo —dijo Hunt con cautela—, es una exageración. —Se recostó contra
los cojines—. Es mejor unirnos a Danaan para buscar el Cuerno, no perseguir esta
droga.
—Danika estuvo involucrada en esta cosa del sinte y nunca dijo una palabra.
¿No crees que es raro? ¿No crees que podría haber algo más aquí? —replicó Bryce.
—Ella tampoco te dijo la verdad sobre Philip Briggs —dijo Hunt
cuidadosamente—. O que robó el Cuerno. No decirte cosas podría haber sido común
para ella.
Bryce acababa de escribir otra contraseña. Luego otra. Y otra.
—Necesitamos la imagen completa, Hunt —dijo ella, intentando de nuevo. Ella
necesitaba la imagen completa—. Todo está unido de alguna manera.
Pero cada contraseña falló. Todas las combinaciones habituales de Danika.
Bryce cerró los ojos y el pie rebotó en la alfombra mientras decía:
—El sinte podría curar el cuerno con una dosis lo suficientemente grande. La
magia sintética tiene sal de obsidiana como uno de sus ingredientes. Los kristallos
pueden ser convocados con sal de obsidiana... —Hunt permaneció en silencio
mientras lo pensaba—. Los kristallos fueron creados para rastrear el Cuerno. El
veneno de los kristallos puede comer magia. La medwitch quiere un poco de veneno
para probar si es posible crear un antídoto para sintetizar con su magia o algo así.
—¿Qué?
Los ojos de ella se abrieron.
—Ruhn me lo dijo. —Ella le contó la solicitud medio en broma de Ruhn de darle
más veneno a la medwitch.
Los ojos de Hunt se oscurecieron.
—Interesante. Si el sinte está a punto de convertirse en una droga callejera
mortal... deberíamos ayudarla a obtener el veneno.
—¿Y el Cuerno?
Su mandíbula se apretó.
—Seguiremos buscando. Pero si esta droga explota, no solo en esta ciudad sino
en todo el territorio, en el mundo... ese antídoto es vital. —Él escaneó el rostro de
ella—. ¿Cómo podemos conseguir un poco de veneno para ella?
Bryce respiró.
—Si convocamos a un kristallos…
—No corremos ese riesgo —gruñó Hunt—. Descubriremos cómo obtener el
veneno de otra manera.
—Yo puedo arreglármelas sola…
—Yo no puedo jodidamente arreglármelas solo, Quinlan. No si puedes estar en
peligro.
Sus palabras ondularon entre ellos. La emoción brillaba en los ojos de él, si ella
se atrevía a leer lo que había allí.
Pero el teléfono de Hunt sonó, y levantó las caderas del sofá para sacarlo del
bolsillo trasero de sus pantalones. Echó un vistazo a la pantalla y sus alas se
movieron ligeramente.
—¿Micah? —Ella se atrevió a preguntar.
—Solo una mierda de la legión —murmuró él, y se puso de pie—. Tengo que
salir por un tiempo. Naomi te vigilará. —Él hizo un gesto hacia la laptop—. Sigue
intentando si quieres, pero pensemos, Bryce, antes de hacer algo drástico para
conseguir ese veneno.
—Sí, sí.
Aparentemente fue suficiente aceptable para que Hunt se fuera, pero no antes
de que él le revolviera el cabello y se agachara para susurrarle, sus labios rozando la
curva de su oreja:
—GF estaría orgullosa de ti. —Los dedos de sus pies se curvaron en sus
zapatillas y se quedaron así mucho tiempo después de que él se fuera.
Después de probar otras opciones de contraseña, Bryce suspiró y apagó la
computadora. Se estaban acercando a la verdad. Ella podía sentirlo.
¿Pero estaría lista para eso?
Lehabah suspiró.
—Estás siendo mala hoy, BB. Y no culpes a tu ciclo.
Sentada a la mesa en el corazón de la biblioteca de la galería, Bryce se masajeó
las cejas con el pulgar y el índice.
—Lo siento.
Su teléfono estaba oscuro y silencioso en la mesa junto a ella.
—No invitaste a Athie a comer aquí.
—No necesitaba la distracción. —La mentira salió fluida. Hunt tampoco la había
regañado por la otra mentira: que Jesiba estaba mirando las cámaras de la galería
hoy, así que debería quedarse en el techo.
Pero a pesar de necesitarlo a él, necesitarlos a todos, a un brazo de distancia
hoy, y a pesar de afirmar que no podía buscar el Cuerno, había estado revisando
varios libros al respecto durante horas. No había nada en ellos sino la misma
información, una y otra vez.
Un leve sonido de arañazo se extendió por toda la biblioteca. Bryce detuvo la
tablet de Lehabah y subió el volumen de los altavoces, haciendo sonar la música por
el espacio.
Sonó un fuerte golpe enojado. Por el rabillo del ojo, ella vio al nøkk nadar, su
cola translúcida cortando a través del agua oscura.
Música pop; ¿quién hubiera pensado que era un disuasivo tan fuerte para la
criatura?
—Quiere matarme —susurró Lehabah—. Puedo sentirlo.
—Dudo que seas una merienda muy satisfactoria —dijo Bryce—. Ni siquiera
eres un bocadito.
—Él sabe que si soy sumergida en el agua, estoy muerta en un instante.
Bryce se había dado cuenta desde el principio de que era otra forma de tortura
para la duendecilla. Una manera de Jesiba para mantener a Lehabah en línea,
enjaulada dentro de una jaula, tan segura como todos los demás animales en todo el
espacio. No hay mejor manera de intimidar a una duendecilla de fuego que tener un
tanque de cien mil galones de agua sobre ella.
—Él también quiere matarte —susurró Lehabah—. Lo ignoras, y él odia eso.
Puedo ver la ira y el hambre en sus ojos cuando te mira, BB. Ten cuidado cuando lo
alimentes.
—Lo tengo. —La escotilla de alimentación era demasiado pequeña para que él
pudiera atravesarla de todos modos. Y como el nøkk no se atrevería a llevar su
cabeza sobre el agua por miedo al aire, solo sus brazos eran una amenaza si se abría
la escotilla y se bajaba la plataforma de alimentación al agua. Pero él se mantenía en
el fondo del tanque, escondiéndose entre las rocas cada vez que ella arrojaba los
filetes, dejándolos flotar perezosamente.
Quería cazar. Quería algo grande, jugoso y asustado.
Bryce miró hacia el oscuro tanque, iluminado por tres focos integrados.
—Jesiba se aburrirá de él pronto y lo regalará a un cliente —mintió ella a
Lehabah.
—¿Por qué siquiera nos colecciona? —susurró la duendecilla—. ¿No soy una
persona también? —Ella señaló el tatuaje en su muñeca—. ¿Por qué insisten en esto?
—Porque vivimos en una república que ha decidido que las amenazas a su
orden tienen que ser castigadas, y castigadas tan a fondo que hacen que otros duden
en rebelarse también. —Sus palabras fueron planas. Frías.
—¿Alguna vez has pensado en cómo sería, sin los Asteri?
Bryce le lanzó una mirada.
—Cállate, Lehabah.
—Pero, BB…
—Cállate, Lehabah. —Había cámaras por todas partes en esta biblioteca, todas
con audio. Eran exclusivas para Jesiba, sí, pero hablar de eso aquí...
Lehabah se dirigió a su pequeño sofá.
—Athie me hablaría de eso.
—Athie es un esclavo con poco que perder.
—No digas esas cosas, BB —siseó Lehabah—. Siempre queda algo que perder.
Bryce estaba de mal humor. Tal vez había pasado algo con Ruhn o Juniper. Hunt
la había visto revisar su teléfono con frecuencia esta mañana, como si esperara una
llamada o un mensaje. Ninguno había llegado. Al menos, por lo que pudo ver en el
camino a la galería. Y, a juzgar por la mirada distante aún en su rostro cuando se fue
justo antes del atardecer, tampoco había llegado durante el día.
Pero ella no se fue a casa. Fue a una panadería.
Hunt se mantuvo cerca de los tejados, observando mientras ella entraba al
interior pintado de aguamarina y salía tres minutos después con una caja blanca en
las manos.
Luego giró sus pasos hacia el río, esquivando a los trabajadores, turistas y
compradores, todos disfrutando del final del día. Si ella sabía que él la seguía, a ella
no parecía importarle. Ni siquiera levantó la vista una vez mientras se dirigía a un
banco de madera a lo largo de la pasarela del río.
El sol poniente doraba las brumas que cubrían el Barrio de Huesos. A unos
metros por el camino pavimentado, se alzaban los oscuros arcos del Muelle Negro.
No había familias de luto ahí en ese momento, esperando que el bote de ónix tomara
su ataúd.
Bryce se sentó en el banco con vistas al río y a la Ciudad Durmiente, con la caja
blanca de la panadería a su lado, y volvió a mirar su teléfono.
Cansada de esperar hasta que ella se dignara a hablar con él sobre lo que sea
que la estaba carcomiendo, Hunt aterrizó en silencio antes de deslizarse sobre las
tablas de madera del banco con la caja entre ellos.
—¿Qué sucede?
Bryce miró hacia el río. Lucía agotada. Como aquella primera noche que la había
visto en el centro de detención de la legión.
Todavía no lo miraba cuando ella le dijo:
—Danika habría cumplido veinticinco hoy.
Hunt se quedó quieto.
»Hoy... hoy es el cumpleaños de Danika.
Miró a su teléfono, descartado a su lado.
—Nadie lo recordó. Ni Juniper ni Fury, ni siquiera mi madre. El año pasado, lo
recordaron, pero... supongo que fue una cosa de una vez.
—Podrías haberles preguntado.
—Sé que están ocupadas. Y... —Se pasó una mano por el cabello—… la verdad
es que pensé que lo recordarían. Quería que lo recordaran. Incluso un mensaje que
dijera algo tonto, como la extraño o lo que sea.
—¿Qué hay en la caja?
—Cruasanes de chocolate —dijo ella con voz ronca—. Danika siempre los
quería en su cumpleaños. Eran sus favoritos.
Hunt miró de la caja hacia ella, luego al inminente Barrio de Huesos al otro lado
del río. ¿Cuántos cruasanes la había visto comer en estas semanas? Quizás en parte
porque la conectaban con Danika de la misma manera que la cicatriz en su muslo.
Cuando volvió a mirarla, su boca era una línea apretada y temblorosa.
—Es una mierda —dijo ella con voz gruesa—. Es una mierda que todos
simplemente... sigan adelante y lo olviden. Esperan que yo lo olvide. Pero no puedo
hacerlo. —Ella se frotó el pecho—. No puedo olvidar. Y tal vez es jodidamente
extraño que le haya comprado a mi amiga muerta un montón de cruasanes de
cumpleaños. Pero el mundo siguió adelante. Como si ella nunca hubiera existido.
Él la observó por un largo momento. Luego dijo:
—Shahar era eso para mí. Nunca había conocido a nadie como ella. Creo que la
amé desde el momento en que la vi en su palacio, a pesar de que estaba tan por
encima de mí que bien ella podría haber sido la luna. Pero ella también me vio. Y de
alguna manera, me eligió. De todos ellos, ella me eligió a mí. —Él sacudió la cabeza,
las palabras salieron de él mientras se arrastraban fuera de esa caja en la que las
había encerrado todo este tiempo—. Hubiera hecho cualquier cosa por ella. Hice de
todo por ella. Cualquier cosa que ella pidiera. Y cuando todo se fue al Hel, cuando me
dijeron que había terminado, me negué a creerlo. ¿Cómo ella podía haberse ido? Fue
como decir que el sol se había ido. Simplemente... no quedaba nada si ella no estaba
allí. —Él se pasó una mano por el cabello—. Esto no será un consuelo, pero me llevó
unos cincuenta años antes de que realmente lo creyera. Que todo había terminado.
Sin embargo, incluso ahora...
—¿Todavía la amas de todas formas?
Él sostuvo su mirada, inquebrantable.
—Después de que mi madre murió, básicamente caí en mi dolor. Pero Shahar,
ella me sacó de ahí. Me hizo sentir vivo por primera vez. Consciente de mí mismo, de
mi potencial. Siempre la amaré, aunque solo sea por eso.
Ella miró hacia el río.
—Nunca me di cuenta —murmuró ella—. Que tú y yo somos espejos.
Él tampoco lo había hecho. Pero una voz flotó hacia él. Luces de la manera en que
me siento todos los días, había susurrado ella cuando lo limpió después de la última
misión de Micah.
—¿Eso es algo malo?
Una media sonrisa tiró de una esquina de la boca de ella.
—No. No, no lo es.
—¿No hay problema con que el Umbra Mortis sea tu gemelo emocional?
Pero el rostro de ella se puso serio otra vez.
—Así es cómo te llaman, pero no es quién eres.
—¿Y quién soy?
—Un dolor en mi trasero. —Su sonrisa era más brillante que la puesta de sol en
el río. Él se rio, pero ella agregó—: Eres mi amigo. El que mira televisión basura
conmigo y aguanta mi mierda. Eres la persona a la que no necesito explicarme, no
cuando importa. Ves todo lo que soy y no te alejas.
Él le sonrió, dejó que transmitiera todo lo que brillaba dentro de él ante sus
palabras.
—Me gusta eso.
El color llenó las mejillas de ella, pero dejó escapar un suspiro cuando se giró
hacia la caja.
—Bueno, Danika —dijo ella—. Feliz cumpleaños.
Quitó la cinta y abrió la tapa.
Su sonrisa se desvaneció. Cerró la tapa antes de que Hunt pudiera ver lo que
había dentro.
—¿Qué es?
Ella sacudió la cabeza, tratando de agarrar la caja, pero Hunt la agarró primero,
tirando de ella sobre su regazo y abriendo la tapa.
Dentro había media docena de cruasanes, cuidadosamente dispuestos en una
pila. Y en el primero de arriba, ingeniosamente escrito con una llovizna de chocolate,
había una palabra: Basura.
No fue la palabra de odio lo que lo atravesó. No, fue la forma en que las manos
de Bryce temblaron, la forma en que su rostro se puso rojo y su boca se convirtió en
una delgada línea.
—Solo bótalos —susurró ella.
Sin indicio de su leal desafío e ira. Solo había un agotador y humillado dolor.
Su cabeza se quedó silenciosa. Terriblemente, terriblemente silenciosa.
—Solo bótalos, Hunt —susurró ella de nuevo. Las lágrimas brillaron en sus ojos.
Entonces Hunt tomó la caja. Y se puso de pie.
Tenía una buena idea de quién lo había hecho. ¿Quién había alterado el
mensaje? Quien había gritado esa misma palabra, basura, a Bryce la otra semana,
cuando salían de la Guarida.
—No —suplicó Bryce. Pero Hunt ya estaba en el aire.
Amelie Ravenscroft se reía con sus amigos, bebiendo una cerveza, cuando Hunt
explotó en el bar de Moonwood. La gente gritó y retrocedió, la magia ardiendo.
Pero Hunt solo la vio ella. Vio cómo se formaban sus garras mientras ella le
sonreía. Puso la caja de pastelería en la barra de madera con cuidadosa precisión.
Una llamada telefónica al Auxiliado le había dado la información que necesitaba
sobre el paradero de la cambiaformas. Y Amelie parecía haber estado esperándolo,
o al menos a Bryce, cuando se recostó contra la barra y se bufó:
—Bueno, ¿no es esto...?
Hunt la inmovilizó contra la pared por el cuello.
Los gruñidos e intentos de ataque de su manada contra la pared de relámpagos
ondulantes que él lanzó eran ruido de fondo. El miedo brilló en los ojos abiertos y
conmocionados de Amelie cuando Hunt gruñó en su cara.
Pero él dijo suavemente:
—No le hables, no te le acerques, ni siquiera pienses en ella de nuevo. —Envió
suficiente de su rayo a través de su toque que sabía que el dolor azotaba su cuerpo.
Amelie se atragantó—. ¿Entiendes?
La gente estaba hablando por teléfono, llamando a la 33ra Legión o al Auxiliado.
Amelie arañó sus muñecas, sus botas pateando sus espinillas. Él solo apretó su
agarre. Relámpagos envueltos alrededor de su garganta.
—¿Entiendes? —Su voz era glacial. Completamente tranquila. La voz del Umbra
Mortis.
Un macho se acercó a su periferia. Ithan Holstrom.
Pero los ojos de Ithan estaban en Amelie mientras respiraba.
—¿Qué hiciste, Amelie?
—No te hagas el tonto, Holstrom —dijo Hunt, gruñendo de nuevo en el rostro
de Amelie.
Entonces Ithan notó la caja de pasteles en la barra. Amelie se movió, pero Hunt
la mantuvo quieta cuando su Segundo abrió la tapa y miró dentro. Ithan preguntó
suavemente.
—¿Qué es esto?
—Pregúntale a tu Alfa —dijo Hunt mecánicamente.
Ithan se quedó completamente quieto. Pero lo que sea que él estaba pensando
no era asunto de Hunt, no cuando se encontró con la ardiente mirada de Amelie
nuevamente.
—Déjala en paz. Para siempre. ¿Entendido? —dijo Hunt.
Parecía que Amelie habría escupido sobre él, pero él le envió otro golpe de
poder casual, hiriéndola de adentro hacia afuera. Ella hizo una mueca, siseando y
atragantándose. Pero asintió.
Hunt la soltó de inmediato, pero su poder la mantuvo atrapada contra la pared.
Él la examinó, luego a su manada. Entonces Ithan, cuyo rostro había pasado del
horror a algo cercano al dolor, ya que debía haberse dado cuenta de qué día era y
había juntado lo suficiente, pensado en quién siempre había querido cruasanes de
chocolate en ese día en particular.
—Todos ustedes son patéticos —dijo Hunt.
Y luego se fue. Se tomó un buen rato volando a casa.
Bryce lo estaba esperando en el techo. Un teléfono en su mano.
—No. —Decía a alguien en la línea—. No, ya regresó.
—Bien. —Escuchó decir a Isaiah, y parecía que el macho estaba a punto de
agregar algo más cuando ella colgó.
Bryce se abrazó a sí misma.
—Eres un jodido idiota.
Hunt no lo negó.
»¿Amelie está muerta? —Había miedo, miedo real, en su rostro.
—No. —La palabra retumbó de él, un relámpago siseando a su paso.
—Tú... —Ella se frotó el rostro—. Yo no...
—No me digas que soy un alfaimbécil, o posesivo y agresivo o cualquier otro
término que uses.
Ella bajó las manos, su rostro estaba lleno de miedo.
—Te meterás en tantos problemas por esto, Hunt. No hay forma de que no...
Era miedo por él. Terror por él.
Hunt cruzó la distancia entre ellos. Tomó sus manos.
—Eres mi espejo. Tú misma lo dijiste.
Él estaba temblando. Por alguna razón, estaba temblando mientras esperaba
que ella respondiera.
Bryce miró sus manos, agarradas en las suyas, y ella respondió:
—Sí.
Treinta minutos después, Bryce estaba sentada, con el brazo y el ala de Hunt a
su alrededor, ambos observando mientras la pálida y brillante magia de la bruja
envolvía el veneno en el vial, volviéndolo un hilo delgado.
—Me perdonarán si mi método de prueba para el antídoto falla al calificar como
un experimento médico apropiado —declaró ella, mientras caminaba hacia donde
una ordinaria píldora blanca yacía en una caja de plástico transparente. Levantando
la tapa, dejó caer dentro el hilo de veneno. Se agitó como una cinta, cerniéndose
sobre la píldora antes de que la bruja cerrara la tapa de nuevo—. Lo que está siendo
usado en las calles es una versión mucho más potente de esto —dijo ella—, pero
quiero ver si esta cantidad de mi magia curativa, manteniendo el veneno en su sitio
y fusionándose con él, hará que funcione contra el sinte.
La bruja permitió, cuidadosamente, que el hilo de veneno descendiera en la
píldora. Se desvaneció en un parpadeo, siendo succionado en la píldora. Pero el
rostro de la bruja permaneció fruncido en concentración. Como si se enfocara en
cualquier cosa que estuviera pasando dentro de la píldora.
—Entonces, ¿tu magia está estabilizando el veneno en esa pastilla? ¿Haciendo
detener el sinte? —preguntó Bryce.
—Esencialmente —dijo la bruja, distante, aún enfocada en la píldora—. Toma
la mayor parte de mi concentración mantenerlo estable el tiempo suficiente para
detener el sinte. La cual es la razón por la que me gustaría hallar una forma de
quitarme del procedimiento; así puede ser usada por cualquiera, incluso sin mí.
Bryce se quedó en silencio luego de eso, dejando que la bruja trabajara en paz.
Nada pasó. La píldora simplemente yacía ahí.
Un minuto pasó. Dos. Y justo cuando iban a pasar tres minutos...
La píldora se volvió gris. Y luego, se disolvió a nada, excepto partículas
minúsculas que luego también se desvanecieron. Hasta que no había nada.
—¿Funcionó? —dijo Hunt en voz baja.
La bruja parpadeó hacia la caja ahora vacía.
—Parece que así fue. —Ella se giró hacia Bryce con algo de sudor brillando en
su ceño—. Me gustaría continuar estudiando esto, y tratar de hallar una forma de
que el antídoto funcione sin mi magia estabilizando el veneno. Pero puedo enviarte
un vial cuando termine, si gustas. Algunas personas quieren mantener recuerdos de
sus luchas.
Bryce asintió en blanco. Y se dio cuenta de que ella no tenía ni la más remota
idea de qué hacer a continuación.
62
Traducido por Catt
Corregido por Lieve
Mientras él se vestía con su traje de batalla y reunía su casco y sus armas, Hunt
se debatió en decirle a Bryce que se subiera a un tren y se fuera de la ciudad. Sabía
que esta reunión con Micah no iba a ser agradable.
Bryce estaba cojeando, su herida todavía lo suficientemente sensible como para
que él agarrara un par de pantalones sueltos y la ayudara a ponérselos en el medio
de la sala. Ella se había registrado para una cita de seguimiento en un mes, y solo
ahora se le ocurrió a Hunt que él podría no estar allí para ir con ella.
Ya sea porque este caso se hubiera terminado, o por lo que sea que estaba a
punto de suceder en el Comitium.
Bryce trató de dar un paso antes de que Hunt la levantara, llevándola fuera del
apartamento y hacia el cielo. Ella apenas habló, y él también. Después de esta
mañana, ¿de qué servían las palabras? Ese beso demasiado breve que él le había
dado ya había dicho suficiente. Así como la luz que él podría haber jurado que brilló
en los ojos de ella mientras se había alejado.
Habían cruzado una línea, una de la cual no había forma de alejarse.
Hunt aterrizó en un balcón de capitel del Gobernador, el centro de los cinco del
Comitium. El habitualmente bullicioso salón de su oficina pública estaba en
silencio. Mala señal. Llevó a Bryce hacia la recámara. Si la gente hubiera corrido, o
Micah les hubiera ordenado salir…
Si él veía a Sandriel en este momento, si ella veía que Bryce estaba herida…
El temperamento de Hunt se convirtió en algo vivo y mortal. Su rayo empujó
contra su piel, enroscándose a través de él como una cobra preparándose para
atacar.
Suavemente él dejó a Bryce ante las puertas cerradas de vidrio empañado de la
oficina. Se aseguró de que ella se mantuviera firme antes de que él la soltara,
retrocediendo para estudiar cada centímetro de su rostro.
La preocupación brillaba en sus ojos, lo suficiente como para que él se inclinara,
rozando un beso sobre su sien.
—Levanta la cabeza, Quinlan —murmuró él contra su piel suave—. Veamos
cómo haces ese truco elegante en el que de alguna manera miras por debajo de la
nariz a las personas un metro más altas que tú.
Ella se rio entre dientes, golpeándolo ligeramente en el brazo. Hunt se apartó
con una sonrisa a medias antes de abrir las puertas y guiar a Bryce con una mano en
su espalda. Sabía que probablemente sería la última sonrisa de él por mucho
tiempo. Pero que lo parta un rayo si le haría saber a Quinlan eso. Incluso mientras
contemplaban quién estaba en la oficina de Micah.
A la izquierda del escritorio del Gobernador estaba Sabine, con los brazos
cruzados y la espalda rígida, el retrato de fría furia. Amelie con el rostro tenso estaba
a su lado.
Sabía exactamente de qué se trataba esta reunión.
Micah estaba de pie junto a la ventana, su rostro glacial con disgusto. Isaiah y
Viktoria flanqueaban su escritorio. Los ojos del primero brillaron con advertencia.
Bryce los miró a todos y vaciló.
—Quinlan no necesita estar aquí para esto —dijo Hunt en voz baja a Micah, a
Sabine.
El cabello rubio plateado de Sabine brillaba en las lámparas de primera luz
mientras decía:
—Oh, lo hace. La quiero aquí en cada segundo de ello.
—No me molestaré en preguntar si es verdad —dijo Micah a Hunt mientras él y
Bryce se detenían en el centro de la habitación. Las puertas se cerraron detrás de
ellos. Con seguro.
Hunt se preparó.
—Había seis cámaras en el bar. Todas capturaron lo que hiciste y le dijiste a
Amelie Ravenscroft. Ella informó tu comportamiento a Sabine, y Sabine me lo trajo
directamente —dijo Micah.
Amelie se sonrojó.
—Solo se lo mencioné —corrigió—. No me quejé como un cachorro al respecto.
—Es inaceptable —siseó Sabine a Micah—. ¿Crees que puedes desatar a tu
asesino sobre una miembro de una de mis manadas? ¿Mi heredera?
—Te lo diré de nuevo, Sabine —dijo Micah, aburrido—. No desaté a Hunt
Athalar sobre ella. Actuó por voluntad propia. —Dio una mirada a Bryce—. Actuó
en nombre de su acompañante.
—Bryce no tuvo nada que ver con esto. Amelie hizo una broma de mierda y yo
decidí hacerle una visita —dijo Hunt rápidamente y le enseñó los dientes a la joven
Alfa, que tragó saliva.
—Asaltaste a mi capitán —espetó Sabine.
—Le dije a Amelie que se mantuviera jodidamente alejada —dijo Hunt—. Que
la dejara en paz. —Ladeó la cabeza, incapaz de detener las palabras—. ¿O no sabes
que Amelie ha estado atacando a Bryce desde que murió tu hija? ¿Burlándose de ella
al respecto? ¿Llamándola basura?
El rostro de Sabine no cambió.
—¿Qué importa si es verdad?
La cabeza de Hunt se llenó de rugidos. Pero Bryce solo se quedó allí. Y bajó los
ojos.
»Esto no puede quedar impune. Te equivocaste en la investigación del asesinato
de mi hija. Permitiste que estos dos metieran la nariz en eso y me acusaran de
matarla. Y ahora esto. Estoy a un respiro de decirle a esta ciudad cómo
tus esclavos ni siquiera pueden permanecer en línea. Estoy segura de que tu invitada
actual estará muy interesada en ese pequeño hecho —dijo Sabine a Micah.
El poder de Micah retumbó ante la mención de Sandriel.
—Athalar será castigado.
—Ahora. Aquí. —El rostro de Sabine era positivamente lupino—. Donde yo
pueda verlo.
—Sabine —murmuró Amelie. Sabine le gruñó a su joven capitán.
Sabine había estado esperando este momento, había usado a Amelie como
excusa. Sin duda arrastró a la lobo aquí. Sabine había jurado que pagarían por
acusarla de asesinar a Danika. Y Sabine era, supuso Hunt, una mujer de palabra.
—Tu posición entre los lobos —dijo Micah con una calma aterradora—, no te
da derecho a decirle a un Gobernador de la República qué hacer.
Sabine no retrocedió. En lo absoluto.
Micah solo soltó una larga respiración. Se encontró con los ojos de Hunt,
decepcionado.
—Actuaste tontamente. Pensé que, al menos, lo sabrías mejor.
Bryce estaba temblando. Pero Hunt no se atrevió a tocarla.
—La historia indica que un esclavo que ataca a un ciudadano libre debería
perder automáticamente su vida.
Hunt reprimió una risa amarga ante sus palabras. ¿No era eso lo que él había
estado haciendo por los Arcángeles durante siglos?
—Por favor —susurró Bryce.
Y tal vez era simpatía lo que suavizó el rostro del Arcángel cuando Micah dijo:
—Esas son tradiciones antiguas. Para Pangera, no Valbara. —Sabine abrió la
boca, objetando, pero Micah levantó una mano—. Hunt Athalar será castigado. Y él
morirá, de la forma en que mueren los ángeles.
Bryce dio un paso cojeando hacia Micah. Hunt la agarró por el hombro y la
detuvo.
—La Muerte Viviente —dijo Micah.
La sangre de Hunt se heló. Pero él inclinó la cabeza. Había estado listo para
enfrentar las consecuencias desde que se había disparado hacia los cielos ayer, con
la caja de pasteles en sus manos.
Bryce miró a Isaiah, cuyo rostro era sombrío, en busca de una explicación. El
comandante le dijo a ella, a la confundida Amelie:
—La Muerte Viviente es cuando se cortan las alas de un ángel.
Bryce sacudió la cabeza.
—No, por favor…
Pero Hunt se encontró con la mirada de Micah, sólida como una roca, leyó la
justicia en ella. Se puso de rodillas y se quitó la chaqueta y luego la camisa.
—No necesito presentar cargos —insistió Amelie—. Sabine, no quiero esto.
Déjalo estar.
Micah caminó hacia Hunt, una brillante espada de doble filo apareció en su
mano.
Bryce se arrojó en el camino del Arcángel.
—Por favor, por favor. —El olor de sus lágrimas llenó la oficina.
Viktoria apareció instantáneamente a su lado. Reteniéndola. El susurro de la
espectro era tan silencioso que Hunt apenas lo oyó.
—Volverán a crecer. En varias semanas, sus alas volverán a crecer.
Pero dolería como el Hel. Dolería tanto que Hunt ahora tomó un respiro de
manera estable y vigorizante. Se sumergió en sí mismo, en ese lugar donde estaba
todo lo que le habían hecho, cada tarea que le habían asignado, cada vida que le
habían ordenado que tomara.
—Sabine, no —insistió Amelie—. Esto ha ido lo suficientemente lejos.
Sabine no dijo nada. Solo se quedó allí.
Hunt extendió sus alas y las levantó, sosteniéndolas sobre su espalda para que
el corte fuera limpio.
Bryce comenzó a gritar algo, pero Hunt solo miró a Micah.
—Hazlo.
Micah ni siquiera asintió antes de que su espada se moviera.
Dolor, como Hunt no había experimentado en doscientos años, corrió a través
de él, cortando cada...
Bryce se aferró a la cintura de Tharion con tanta fuerza que era una maravilla
que él no tuviera dificultades para respirar. Debajo de ellos, la moto acuática
silenciosa se mecía en la corriente del río. Solo el ocasional brillo pasajero bajo la
oscura superficie indicaba que había algo o alguien alrededor de ellos.
Ella dudó cuando el mer llegó al muelle hace un rato, la moto color negro mate
estaba quieta. Es esto o nadar, Piernas. Le había informado él.
Ella se decidió por la moto, pero pasó los últimos cinco minutos
arrepintiéndose.
—Por ahí —murmuró el mer, interrumpiendo el transporte ya silencioso. Debía
ser un vehículo robado del almacén de la Reina del Río. O del mismo Tharion, como
su Capitán de Inteligencia.
Bryce observó la pequeña barcaza en el río. La niebla se amontonaba alrededor
de ellos, convirtiendo las pocas luces de la barcaza en orbes meciéndose.
—Cuento seis personas —dijo Tharion.
Ella echó un vistazo a la zona oscura en frente.
—No puedo ver qué son. Están en formas humanoides.
El cuerpo de Tharion zumbó, y la moto acuática se deslizó al frente, llevando
una corriente hecha por él.
—Bien truco —murmuró ella.
—Siempre me consigue chicas —murmuró él en respuesta.
Bryce pudo haberse reído si no estuvieran tan cerca de la barcaza.
—Sigue yendo en dirección del viento para que no puedan sentirnos.
—Sé cómo pasar desapercibido, Piernas. —Pero él obedeció.
Las personas en el bote estaban con impermeables, por la lluvia y neblina, pero
mientras se deslizaban más cerca...
—Es la Reina Víbora —dijo Bryce, su voz silenciosa. Nadie más en esta ciudad
sería tan presumido como para usar ese ridículo impermeable morado—. Imbécil
mentirosa. Ella dijo que no negociaba con el sinte.
—No es de sorprenderse —gruñó Tharion—. Ella siempre está metida en
mierdas raras.
—Sí, pero ¿está comprando o vendiendo esta vez?
—Solo hay una forma de averiguarlo.
Se deslizaron más cerca. La barcaza, notaron, estaba pintada con un par de ojos
de serpiente. Y las cajas apiladas en el extremo de la barcaza...
—Vendiendo —comentó Tharion. Sacudió su mentón hacia una figura alta
enfrentando a la Reina Víbora, aparentemente en una acalorada discusión con
alguien junto a ellos—. Esos son los compradores. —Un cabeceo a la persona medio
escondida en las sombras, discutiendo con la figura alta—. Discutiendo sobre cuánto
vale, probablemente.
La Reina Víbora estaba vendiendo el sinte. ¿Realmente había sido ella todo este
tiempo? ¿Detrás de la muerte de Danika y de la manada, a pesar de esa coartada? ¿O
apenas acaba de poner sus manos en la sustancia una vez que se filtró del
laboratorio?
El comprador que discutía sacudió su cabeza con claro disgusto. Pero su socio
pareció ignorar lo que decía y le tiró a la Reina Víbora algo que lucía como un saco
oscuro. Ella miró dentro, y sacó algo. El oro brilló en la niebla.
—Esa es una maldita tonelada de dinero —murmuró Tharion—. Apuesto a que
es suficiente para todo ese cargamento.
—¿Puedes acercarte más para que podamos escuchar?
Tharion asintió, y se movieron de nuevo. La barcaza se acercó, la atención de
todos a bordo fija en el trato sucediendo en lugar de las sombras detrás de ellos.
La Reina Víbora estaba diciéndoles:
—Creo que encontrarán que esto es suficiente para sus metas.
Bryce sabía que debía llamar a Hunt y Ruhn, y traer a cada legionario y miembro
Auxiliado de aquí para detener esto antes de que más sinte inunde las calles o
termine en peores manos. En las manos de fanáticos, como Philip Briggs y su clase.
Ella sacó su teléfono del bolsillo de la chaqueta, apretando un botón para evitar
que la pantalla se iluminara. Presionó otro botón e hizo que la función de la cámara
apareciera. Tomó varias fotos del bote, la Reina Víbora y la figura alta y oscura que
la enfrentaba. Humano, cambiaforma, o Fae, no podía ubicarlo con el impermeable
y la chaqueta.
Bryce presionó el número de Hunt.
La Reina Víbora dijo a los compradores:
—Creo que este es el comienzo de una hermosa amistad, ¿no creen?
El comprador más alto no respondió. Solo giró su espalda tensamente hacia sus
acompañantes, el disgusto escrito en cada movimiento mientras las luces
iluminaban el rostro bajo el impermeable.
—Santa mierda —susurró Tharion.
Cada pensamiento salió de la cabeza de Bryce.
No quedaba nada en ella más que un silencio ardiente mientras el rostro de
Hunt se volvía claro.
66
Traducido por Andie
Corregido por Catt
Bryce no sabía cómo terminó en la barcaza. Qué le dijo a Tharion para hacer que
se detuviera. Cómo salió de la moto acuática y se subió al bote.
Pero sucedió rápido. Lo suficientemente rápido como para que Hunt hubiera
dado solo tres pasos antes de que Bryce estuviera allí, empapada y preguntándose
si vomitaría.
Las pistolas hicieron clic y la apuntaron. Ella no los vio.
Solo vio a Hunt girando hacia ella, con los ojos muy abiertos.
Por supuesto que ella no lo había reconocido desde la distancia. No tenía alas.
Pero la contextura poderosa, la altura, el ángulo de su cabeza... eso era todo él.
Y su colega detrás de él, el que había entregado el dinero: Viktoria. Justinian
emergió de las sombras más allá de ellos, sus alas pintadas de negro para ocultarlas
de la luz de la luna.
Bryce estaba distantemente consciente de Tharion detrás de ella, diciéndole a
la Reina Víbora que estaba bajo arresto en nombre de la Reina del Río.
Distantemente consciente de la risa de la Reina Víbora.
Pero todo lo que escuchó fue a Hunt respirar.
—Bryce.
—¿Qué en Hel es esto? —susurró ella. La lluvia le cubrió el rostro. No podía
escuchar, no podía respirar, no podía pensar mientras decía otra vez, su voz
rompiéndose—. ¿Qué mierda es esto, Hunt?
—Es exactamente lo que parece —dijo una voz fría y profunda detrás de ella.
En una tormenta de alas blancas, Micah emergió de las brumas y aterrizó,
flanqueado por Isaiah, Naomi y otros seis ángeles, todos armados hasta los dientes
y en el negro de la legión. Pero no hicieron ningún movimiento para capturar a la
Reina Víbora o sus compinches.
No, todos se enfrentaron a Hunt y sus compañeros. Apuntaron sus armas hacia
ellos.
Hunt miró al Gobernador y luego a la Reina Víbora.
—Maldita perra —gruñó él suavemente.
La Reina Víbora se rio entre dientes.
—Ahora me debes un favor, Gobernador —dijo ella a Micah.
Micah sacudió la barbilla en confirmación.
Viktoria le siseó, su halo arrugándose en la frente.
—Nos engañaste.
La Reina Víbora se cruzó de brazos.
—Sabía que valdría la pena ver quién vendría husmeando por esta mierda
cuando se filtró la noticia de que tenía en mis manos un envío —dijo, señalando el
sinte. Su sonrisa era puro veneno mientras miraba a Hunt—. Esperaba que fueras
tú, Umbra Mortis.
El corazón de Bryce tronó.
—¿De qué estás hablando?
Hunt se giró hacia ella, con el rostro sombrío en los reflectores.
—No se suponía que iba a suceder así, Bryce. Tal vez al principio, pero vi ese
video esta noche y traté de detenerlo, detenerlos a ellos, pero jodidamente no me
escuchaban...
—Estos tres pensaron que el sinte sería una manera fácil de recuperar lo que
les fue quitado —dijo la Reina Víbora. Una pausa viciosa—. El poder de derrocar a
sus amos.
El mundo se movió debajo de ella.
—No te creo —dijo ella.
Pero el destello de dolor en los ojos de Hunt le dijo que su fe ciega y estúpida en
su inocencia lo había destripado.
—Es verdad —dijo Micah, su voz como hielo—. Estos tres se enteraron del sinte
hace días, y desde entonces han estado buscando una forma de comprarlo y
distribuirlo entre sus posibles rebeldes. Para tocar sus poderes el tiempo suficiente
para romper sus halos y terminar lo que Shahar comenzó en el Monte Hermon.
Él asintió hacia la Reina Víbora.
»Ella tuvo la gentileza de informarme sobre este plan, después de que Justinian
intentara reclutar a una mujer bajo su... influencia.
Bryce sacudió la cabeza. Estaba temblando tanto que Tharion la agarró por la
cintura.
—Te dije que conseguiría tu precio de venta, Athalar —dijo la Reina Víbora.
Bryce comenzó a llorar. Odiaba cada lágrima, cada tembloroso, estúpido jadeo.
Odiaba el dolor en los ojos de Hunt mientras la miraba, solo a ella, y le decía:
—Lo siento.
Pero Bryce solo preguntó:
—¿Hace días?
Silencio.
»¿Sabías del sinte hace días? —dijo ella de nuevo.
Su corazón, era su estúpido y jodido corazón el que se estaba agrietando,
agrietando y agrietando...
—Micah me asignó algunos objetivos. Tres señores de la droga. Me dijeron que
hace dos años, una pequeña cantidad de sinte se filtró desde el laboratorio Redner a
las calles. Pero se acabó rápido, demasiado rápido. Dijeron que finalmente, después
de dos años de intentar replicarlo, alguien había descubierto la fórmula por fin, y
ahora se estaba haciendo, y sería capaz de amplificar nuestro poder. No pensé que
tuviera nada que ver con el caso, no hasta hace poco. No sabía la verdad de qué Hel
podía hacer hasta que vi ese video de los ensayos —dijo Hunt.
—Cómo. —Su palabra cortó la lluvia—. ¿Cómo se filtró?
Hunt sacudió la cabeza.
—No importa.
—Danika Fendyr —dijo Micah.
Bryce retrocedió un paso en manos de Tharion.
—Eso no es posible.
—Danika lo vendió, Bryce. Es por eso que fue vista en ese bote con la caja. Lo
descubrí hace casi una semana. Ella robó la fórmula, vendió el contenido y... —dijo
Hunt con una suavidad que la debilitó por completo y luego se detuvo.
—¿Y qué? —susurró Bryce—. ¿Y qué, Hunt?
—Y Danika lo usó ella misma. Era adicta.
Ella iba a estar enferma.
—Danika nunca hubiera hecho eso. Ella nunca habría hecho nada de esto.
Hunt sacudió la cabeza.
—Lo hizo, Bryce.
—No.
Cuando Micah no los interrumpió, Hunt dijo:
—Mira la evidencia. —Su voz era filosa como cuchillos—. Mira los últimos
mensajes entre ustedes. Las drogas que encontramos en tu sistema esa noche, eso
era una mierda estándar para ustedes dos. Entonces, ¿qué era un tipo más de droga?
¿Una que en pequeñas dosis podría dar un subidón aún más intenso? ¿Una que
podría relajar a Danika después de un largo día, después de que Sabine la hubiera
destrozado una vez más? ¿Que le diera una probada de lo que sería ser la Prime de
los lobos, le diera ese poder, ya que la estaba esperando al hacer el Descenso
contigo?
—No.
La voz de Hunt se quebró.
—Ella la tomó, Bryce. Todos los indicios apuntan a que ella mató a esos dos
estudiantes de la UCC la noche en que robaron el Cuerno. La vieron robar el Cuerno
y los persiguió y los mató.
Bryce recordó la palidez de Danika cuando le contó sobre la muerte de los
estudiantes, sus ojos atormentados.
—No es verdad.
Hunt sacudió la cabeza. Como si pudiera deshacerlo, desaprenderlo.
—Esos señores de la droga que maté dijeron que Danika fue vista alrededor del
Mercado de Carne. Hablando del sinte. Así era como Danika conocía a Maximus
Tertian, él era un adicto como ella. Su novia no tenía idea.
—No.
Pero Hunt miró a Micah.
—Supongo que nos vamos ahora. —Extendió las muñecas. Para las esposas. De
hecho, esas eran piedras gorsianas, gruesas esposas que mataban la magia, lo que
brillaban en las manos de Isaiah.
—¿No le vas a decir el resto? —dijo el Arcángel.
Hunt se quedó quiero.
—No es necesario. Vámonos.
—Decirme qué —susurró Bryce. Las manos de Tharion se apretaron en sus
brazos a modo de advertencia.
—Que ya sabes la verdad sobre el asesinato de Danika —dijo el Arcángel con
frialdad. Aburrido. Como si hubiera hecho esto mil veces, en mil variaciones. Como
si ya lo hubiera adivinado.
Bryce miró a Hunt y lo vio en sus ojos. Ella comenzó a sacudir la cabeza,
llorando.
—No.
—Danika tomó sinte la noche que murió. Tomó demasiado. La sacó de su mente.
Ella asesinó a su propia manada. Y luego a sí misma —dijo Hunt.
Solo el agarre de Tharion la mantenía erguida.
—No, no, no…
—Es por eso que nunca hubo audio del asesino, Bryce —dijo Hunt.
—Ella estaba rogando por su vida...
—Se rogaba a sí misma que parara —dijo Hunt—. Los únicos gruñidos en la
grabación fueron de ella.
Danika. Danika había matado a la manada. Mató a Thorne. Mató a Connor.
Y luego se hizo pedazos.
—Pero el Cuerno…
—Debe haberlo robado solo para enojar a Sabine. Y luego probablemente lo
vendió en el mercado negro. No tenía nada que ver con nada de esto. Siempre se
trató del sinte para ella.
—Tengo de buena fuente que Danika robó imágenes de los ensayos del sinte del
laboratorio de Redner —interrumpió Micah.
—Pero el kristallos…
—Un efecto secundario del sinte, cuando se usa en dosis altas —dijo Micah—.
La oleada de magia poderosa que otorga al que lo usa también la capacidad de abrir
portales, gracias a la sal de obsidiana en su fórmula. Danika hizo exactamente eso,
invocó accidentalmente al kristallos. La sal negra en el sinte puede tener mente
propia. Una conciencia. Su medida en la fórmula del sinte coincide con el número de
los kristallos. Con altas dosis de sinte, el poder de la sal gana el control y puede
invocarlo. Es por eso que los hemos estado viendo recientemente: la droga ahora
está en las calles, en dosis a menudo más altas de lo recomendado. Como
sospechaba, los kristallos se alimentan de órganos vitales, utilizando las
alcantarillas para depositar cuerpos en la vía fluvial. Las dos víctimas de asesinato
recientes, la acólita y el guardia del templo, fueron las desafortunadas víctimas de
alguien con el sinte en su sistema.
El silencio volvió a caer. Y Bryce se giró una vez más hacia Hunt.
—Tú sabías.
Él sostuvo su mirada.
—Lo siento.
Su voz se elevó a un grito.
—¡Lo sabías!
Hunt se abalanzó, dando un paso hacia ella.
Una pistola brilló en la oscuridad, presionada contra su cabeza, y lo detuvo en
seco.
Bryce conocía esa pistola. Las alas plateadas grabadas en el barril negro.
—Te mueves, ángel, y jodidamente te mueres.
Hunt levantó las manos. Pero sus ojos no dejaron a Bryce mientras Fury Axtar
emergía de las sombras más allá de las cajas de sinte.
Bryce no cuestionó cómo Fury había llegado sin que Micah se diera cuenta o
cómo ella sabía que tenía que venir. Fury Axtar era noche líquida, se había hecho
famosa por conocer los secretos del mundo.
Fury rodeó a Hunt, retrocediendo hasta estar al lado de Bryce. Se guardó la
pistola en la funda del muslo, con su traje negro ceñido y reluciente con la lluvia y su
cabello negro hasta la barbilla goteando, pero le dijo a la Reina Víbora:
—Quítate de mí vista.
Una sonrisa astuta.
—Es mi bote.
—Entonces ve a un lugar donde no pueda verte la cara.
Bryce no tenía nada en ella para estar conmocionada de que la Reina Víbora
obedeciera la orden de Fury.
No tenía nada más que hacer que mirar a Hunt.
—Lo sabías —dijo ella de nuevo.
Los ojos de Hunt escanearon los de ella.
—Nunca quise que te lastimaras. Nunca quise que supieras...
—¡Lo sabías, lo sabías, lo sabías! —Había descubierto la verdad y, durante casi
una semana, no le había dicho nada. La había dejado seguir y seguir sobre cuánto
amaba a su amiga, lo grandiosa que había sido Danika, y la había llevado en jodidos
círculos—. Toda tu charla sobre el sinte siendo una pérdida de mi tiempo para
investigar... —Apenas podía pronunciar las palabras—. Era porque ya te habías dado
cuenta de la verdad. Porque mentiste. —Ella extendió un brazo hacia las cajas de
drogas—. ¿Porque aprendiste la verdad y luego te diste cuenta de que querías el
sinte para ti? Y cuando querías ayudar a la medwitch a encontrar un antídoto... era
para ti. ¿Y todo esto para qué, para rebelarte de nuevo?
Hunt se puso de rodillas, como si le suplicara perdón.
—Al principio, sí, pero todo se basó en un rumor de lo que podía hacer. Luego,
esta noche, vi ese material que encontraste y quise retirarme del trato. Sabía que no
estaba bien, nada de eso. Incluso con el antídoto, era demasiado peligroso. Me di
cuenta de que todo esto iba por el camino equivocado. Pero tú y yo, Bryce... tú eres
donde quiero terminar. Una vida, contigo. Eres mi maldito camino. —Él señaló a
Justinian y Viktoria, con rostros de piedra y esposados—. Les envié un mensaje de
que se había acabado, pero no escucharon, contactaron a la Reina Víbora e
insistieron en que iba a suceder esta noche. Lo juro, vine aquí solo para detenerlo,
para ponerle fin antes de que se convirtiera en un desastre. Yo nunca…
Ella tomó el ópalo blanco de su bolsillo y se lo arrojó.
Lo arrojó con tanta fuerza que se estrelló contra la cabeza de Hunt. La sangre
fluía de su sien. Como si el halo mismo estuviera sangrando.
—Nunca quiero volver a verte —susurró ella mientras Hunt miraba el ópalo
salpicado de sangre en la cubierta.
—Eso no será un problema —dijo Micah, e Isaiah dio un paso adelante, las
esposas de piedra gorsiana brillaban como fuego de amatista. Las mismas que
aquellas alrededor de las muñecas de Viktoria y Justinian.
Bryce no podía dejar de temblar cuando se recostó en Tharion, Fury una fuerza
silenciosa a su lado.
—Bryce, lo siento —dijo Hunt mientras un Isaiah de aspecto sombrío lo
esposaba—. No podía soportar la idea de tú...
—Eso es suficiente —dijo Fury—. Has dicho y hecho suficiente. —Ella miró a
Micah—. Ella ha terminado contigo. Con todos ustedes.
Tiró de Bryce hacia su moto acuática al lado de la de Tharion, el mer macho
protegiendo sus espaldas.
—La molestas de nuevo y te haré una visita, Gobernador.
Bryce no se dio cuenta cuándo fue conducida a la moto acuática. Cuándo Fury
se puso delante de ella y aceleró el motor. Cuándo Tharion se deslizó sobre la suya
y las siguió, para proteger el camino de regreso a la orilla.
—Bryce —intentó decir Hunt nuevamente mientras ella envolvía sus brazos
alrededor de la pequeña cintura de Fury—. Tu corazón ya estaba tan roto, y lo último
que quería hacer era...
Ella no lo miró hacia atrás mientras el viento le azotaba el cabello y la moto se
lanzaba a la lluvia y la oscuridad y las olas.
—¡BRYCE! —rugió Hunt.
Ella no miró hacia atrás.
67
Traducido por Catt
Corregido por Lieve
Hunt comió solo porque su cuerpo lo exigía, durmió porque no había nada más
que hacer, y miró la pantalla de televisión en el pasillo más allá de las rejas de su
celda porque se habían buscado esto, él, Vik y Justinian, y no había forma de
deshacerlo.
Micah había dejado exhibido el cuerpo de este último. Justinian pasaría allí siete
días completos y luego lo sacarían del crucifijo y lo arrojarían al Istros. No hay
Despedidas para traidores. Solo los vientres de las bestias marinas.
La caja de Viktoria ya había sido arrojada a la Fosa de Melinoë.
La idea de ella atrapada en el fondo marino, el lugar más profundo de Midgard,
sin nada más que oscuridad y silencio y en ese espacio apretado, oprimido...
Los sueños de su sufrimiento habían lanzado a Hunt al baño, vomitando sus
entrañas.
Y entonces comenzó la picazón. Profunda en su espalda, irradiando a través de
lo que ahora comenzaba a volver a crecer, picaba y picaba y picaba. Sus alas
incipientes permanecían lo suficientemente doloridas como para que rascarlas
provocara un dolor casi cegador, y a medida que pasaban las horas, cada nuevo
crecimiento lo hizo apretar la mandíbula contra ello.
Era un desperdicio, le dijo silenciosamente a su cuerpo. Un gran y jodido
desperdicio el volver a crecer sus alas, cuando probablemente estaba a horas o días
de una ejecución.
No había recibido visitas de Isaiah en seis días. Había pasado el tiempo
observando cómo cambiaba la luz del sol en el atrio en el canal de televisión.
Ni un susurro de Bryce. No es que se atreviera a esperar que de alguna manera
ella encontrara una manera de verlo, aunque solo fuera para dejar que él suplicara
de rodillas por su perdón. Para decirle lo que necesitaba decir.
Quizás Micah lo dejaría pudrirse aquí abajo. Dejarlo enloquecer como Vik,
enterrado bajo tierra, incapaz de volar, incapaz de sentir aire fresco en su rostro.
Las puertas del pasillo silbaron, y Hunt parpadeó, levantándose de su silencio.
Incluso sus alas miserablemente picantes detuvieron su tortura.
Pero el aroma femenino que lo golpeó un instante después no era el de Bryce.
Era un aroma que él conocía muy bien, nunca lo olvidaría mientras viviera. Un
aroma que acechaba sus pesadillas, que hacía que su ira se convirtiera en algo que
le hacía imposible pensar.
La Arcángel del noroeste de Pangera sonrió cuando apareció ante su celda.
Nunca se acostumbraría a eso, a cuánto se parecía a Shahar.
—Esto parece familiar —dijo Sandriel. Su voz era suave, hermosa. Como la
música. Su rostro también lo era.
Y sin embargo, sus ojos, del color de la tierra recién labrada, la delataron. Eran
afilados, perfeccionados por milenios de crueldad y poder casi sin control. Ojos que
se deleitaban en dolor, derramamiento de sangre y desesperación. Esa siempre
había sido la diferencia entre ella y Shahar: sus ojos. Calidez en una; muerte en la
otra.
—Escuché que quieres matarme, Hunt —dijo el Arcángel, cruzando sus
delgados brazos. Ella chasqueó la lengua—. ¿Realmente volvemos a ese viejo juego?
Él no dijo nada. Solo se sentó en su catre y sostuvo su mirada.
—Sabes, cuando confiscaron tus pertenencias, encontraron algunas cosas
interesantes que Micah tuvo la amabilidad de compartir. —Ella sacó un objeto de su
bolsillo. Su teléfono—. Esto en particular
Agitó una mano y la pantalla de su teléfono apareció en el televisor detrás de
ella, su conexión inalámbrica mostraba cada movimiento de sus dedos a través de
los diversos programas.
»Tu correo electrónico, por supuesto, era aburrido como la suciedad. ¿Nunca
borras nada? —Ella no esperó su respuesta antes de continuar—. Pero tus
mensajes... —Sus labios se curvaron, e hizo clic en el chat más reciente.
Bryce había cambiado su nombre de contacto por última vez, al parecer.
Bryce Piensa Que Hunt Es El Mejor había escrito:
Sé que no vas a ver esto. Ni siquiera sé por qué te escribo.
Ella había enviado un mensaje un minuto después de eso: Yo solo...
Luego otra pausa.
No importa. Quien sea que esté revisando esto, no importa. Ignora esto.
Entonces nada. Su cabeza se volvió tan, tan callada.
—¿Y sabes lo que encontré absolutamente fascinante? —dijo Sandriel,
alejándose de los mensajes y mirando sus fotos—. Estas. —Ella se rio entre
dientes—. Mira todo esto. ¿Quién sabía que podrías actuar tan... comúnmente?
Ella presionó la función de presentación de diapositivas. Hunt se quedó allí
sentado cuando las fotos comenzaron a aparecer en la pantalla.
Nunca las había mirado. Las fotos que él y Bryce habían tomado estas semanas.
Allí estaba él, bebiendo una cerveza en su sofá, acariciando a Syrinx mientras
veía un partido de sunball.
Allí estaba él, preparándole el desayuno porque había disfrutado saber que
podía cuidarla así. Ella había tomado otra foto de él trabajando en la cocina: de su
trasero. Con la mano de ella en primer plano, dando el pulgar arriba en aprobación.
Él podría haberse reído, podría haber sonreído, si la siguiente foto no hubiese
aparecido. Una foto que él había tomado esta vez, ella en la mitad de una oración.
Luego, una de él y ella en la calle, Hunt parecía notablemente molesto porque le
tomaran una foto, mientras ella sonreía desagradablemente.
La foto que él había tomado de ella cuando estaba sucia y empapada por la
alcantarilla, escupiendo y maldiciendo con locura.
Una foto de Syrinx durmiendo boca arriba, con las extremidades extendidas.
Una foto de Lehabah en la biblioteca, posando como una modelo en su pequeño sofá.
Luego, una foto que había tomado del río al atardecer mientras volaba por encima.
Una foto del tatuaje de Bryce en el espejo del baño, mientras le guiñaba un ojo por
encima del hombro. Una foto que había tomado de una nutria en su chaleco amarillo,
luego una que había logrado tomar un segundo más tarde del rostro encantado de
Bryce.
No escuchó lo que Sandriel estaba diciendo.
Las fotos habían comenzado como una broma continua, pero se habían vuelto
reales. Agradables. Había más en ellos dos. Y más fotos que Hunt también había
tomado. De la comida que habían comido, grafitis interesantes a lo largo de los
callejones, nubes y cosas que normalmente nunca se molestaba en notar pero que
de repente había querido capturar. Y luego en las que él miraba a la cámara y
sonreía.
Unas donde el rostro de Bryce parecía brillar más, su sonrisa más suave.
Las fechas se acercaron al presente. Allí estaban, en su sofá, con la cabeza de ella
sobre su hombro, sonriendo ampliamente mientras él rodaba los ojos. Pero su brazo
la rodeaba. Sus dedos casualmente se enredaron en su cabello. Luego una foto que
le había tomado con su gorra de sunball. Luego, una foto ridícula que había tomado
de Gelatina Feliz, Duraznos y Sueños, y Princesa Cremapuff metidas en su cama. En
su tocador. En su baño.
Y luego algunas del río otra vez. Tenía un vago recuerdo de ella pidiéndole a un
turista que pasaba que tomara algunas. Una por una, las diversas fotos se mostraron.
Primero, una foto con Bryce todavía hablando y él haciendo una mueca.
Luego una con ella sonriendo y Hunt mirándola.
La tercera era de ella todavía sonriendo, y Hunt todavía la miraba. Como si ella
fuera la única persona en el planeta. En la galaxia.
Su corazón estalló. En las siguientes, el rostro de ella se giró hacia él. Sus ojos se
encontraron. Su sonrisa había vacilado.
Como si se diera cuenta de cómo la estaba mirando.
En la siguiente, ella estaba sonriendo al suelo, los ojos de él aún sobre ella. Una
sonrisa secreta y suave. Como que ella lo supiera, y no le importara en lo más
mínimo.
Y luego, en la última, ella apoyó su cabeza contra su pecho y envolvió sus brazos
alrededor de su cintura. Él la rodeó con el brazo y el ala. Y ambos habían sonreído.
Verdaderas y amplias sonrisas. Pertenecientes a las personas que podrían
haber sido sin el tatuaje en su frente y el dolor en su corazón y todo este estúpido
mundo a su alrededor.
Una vida. Estas fueron las fotos de alguien con una vida, y una buena. Un
recordatorio de lo que se sintió tener un hogar y alguien a quien le importaba si vivía
o moría. Alguien que lo hacía sonreír con solo entrar en una habitación.
Nunca había tenido eso antes. Con nadie.
La pantalla se oscureció, y luego las fotos comenzaron de nuevo.
Y pudo verlo, esta vez. Cómo sus ojos habían estado tan fríos al principio. Cómo
incluso con sus fotos y poses ridículas, esa sonrisa no había llegado a sus ojos. Pero
con cada foto, más luz se había filtrado en ellos. Los iluminó. También iluminó los
ojos de ella. Hasta esas últimas fotos. Cuando Bryce estaba casi radiante de alegría.
Ella era lo más hermoso que había visto en su vida.
Sandriel estaba sonriendo como un gato.
—¿Es esto realmente lo que querías al final, Hunt? —Hizo un gesto hacia las
fotos. Al rostro sonriente de Bryce—. ¿Ser liberado algún día, casarte con la chica,
vivir una vida básica y corriente? —Ella se rio entre dientes—. ¿Qué diría Shahar?
Su nombre no resonó. Y la culpa que creía que lo quemaría no era ni siquiera
una chispa.
Los labios carnosos de Sandriel se curvaron hacia arriba, una burla de la sonrisa
de su gemela.
»Simples y dulces deseos, Hunt. Pero no es así como funcionan estas cosas. No
para personas como tú.
Su estómago se retorció. Las fotos eran tortura, se dio cuenta. Para recordarle
la vida que podría haber tenido. Lo que había probado en el sofá con Bryce la otra
noche. Lo que él había jodido.
—Sabes —dijo Sandriel—, si hubieras jugado al perro obediente, Micah habría
solicitado tu libertad. —Las palabras lo bombardearon—. Pero no podías ser
paciente. No podías ser inteligente. No podías elegir esto —Ella señaló hacia las
fotos—, por encima de tu mezquina venganza. —Otra sonrisa de serpiente—. Así
que aquí estamos. Aquí estás. —Ella estudió una foto que Hunt había tomado de
Bryce con Syrinx, los pequeños dientes puntiagudos de la quimera descubiertos en
algo terriblemente cercano a una sonrisa—. La chica probablemente llorará su
pequeño corazón por un tiempo. Pero luego te olvidará y encontrará a alguien más.
Tal vez haya algún macho Fae que pueda soportar ser un compañero inferior.
Los sentidos de Hunt se erizaron, su temperamento se agitó.
Sandriel se encogió de hombros.
—O terminará en un contenedor de basura con otras mestizas.
Sus dedos se curvaron en puños. No había amenaza en las palabras de Sandriel.
Solo la terrible practicidad de cómo su mundo trataba a las personas como Bryce.
—El punto es —continuó Sandriel—, que ella seguirá adelante. Y tú y yo
seguiremos adelante, Hunt.
Por fin, por fin, él apartó los ojos de Bryce y de las fotos de la vida, el hogar que
habían hecho. La vida que todavía deseaba tan desesperadamente, estúpidamente.
Sus alas reanudaron su picazón.
—Qué.
La sonrisa de Sandriel se agudizó.
—¿No te lo dijeron?
El temor se acurrucó mientras miraba su teléfono en sus manos. Al darse cuenta
de por qué lo habían dejado vivo y por qué a Sandriel se le había permitido tomar
las pertenencias de él.
Eran las pertenencias de ella ahora.
Bryce entró en el bar casi vacío justo después de las once. La falta de una
presencia masculina melancólica protegiéndole la espalda era como una extremidad
fantasma, pero ella lo ignoró, se hizo olvidar al ver a Ruhn sentado en el mostrador,
sorbiendo su whiskey.
Solo Flynn se había unido a él, el hombre estaba demasiado ocupado seduciendo
a la mujer que actualmente jugaba billar con él para darle a Bryce más que un gesto
de cautela y lástima. Ella lo ignoró y se deslizó en el taburete al lado de Ruhn, su
vestido rechinando contra el cuero.
—Hola.
Ruhn la miró de soslayo.
—Hola.
El camarero se acercó con las cejas arqueadas en una pregunta silenciosa. Bryce
sacudió la cabeza. Ella no planeaba estar aquí el tiempo suficiente para tomar una
copa, agua u otra cosa. Quería terminar con esto lo más rápido posible para poder
volver a casa, quitarse el sostén y ponerse la pijama.
—Quería venir a decir gracias —dijo Bryce. Ruhn solo la miró fijamente. Ella vio
el juego de sunball en la televisión sobre la barra—. Por el otro día. Noche. Por
cuidarme.
Ruhn miró hacia el techo.
»¿Qué? —preguntó ella.
—Solo estoy verificando si el cielo se está cayendo, ya que me estás
agradeciendo por algo.
Ella empujó su hombro.
—Imbécil.
—Podrías haber llamado o enviado un mensaje. —Él tomó un sorbo de su
whiskey.
—Pensé que sería más adulto hacerlo cara a cara.
Su hermano la inspeccionó cuidadosamente
—¿Cómo estás?
—He estado mejor —admitió ella—. Me siento como una jodida idiota.
—No lo eres.
—¿Oh, sí? Media docena de personas me advirtieron, incluido tú, que estuviera
en guardia alrededor de Hunt, y me reí en todas tus caras. —Ella dejó escapar un
suspiro—. Debería haberlo visto.
—En su defensa, no pensé que Athalar todavía fuera tan despiadado. —Sus ojos
azules ardieron—. Pensé que sus prioridades habían cambiado últimamente.
Ella puso los ojos en blanco.
—Sí, tú y querido papá.
—¿Te visitó?
—Sí. Me dijo que soy un pedazo de mierda tan grande como él mismo. De tal
palo tal astilla. Los dioses los hacen y ellos se juntan o algo parecido.
—No eres como él.
—No le mientas a un mentiroso, Ruhn. —Ella tocó la barra—. En fin, eso es todo
lo que vine a decir. —Notó que la espada Estrellada colgaba a su lado, su
empuñadura negra no reflejaba las luces de la habitación—. ¿Estás de guardia esta
noche?
—No hasta la medianoche. —Con su metabolismo Fae, el whiskey estaría fuera
de su sistema mucho antes.
—Bueno, buena suerte. —Ella saltó del taburete, pero Ruhn la detuvo con una
mano sobre su codo.
—Voy a tener a algunas personas en mi casa en un par de semanas para ver el
partido de sunball. ¿Por qué no vienes?
—Paso.
—Solo ven para el primer tiempo. Si no es lo tuyo, no hay problema. Vete cuando
quieras.
Ella escaneó su rostro, sopesando la oferta allí. La mano extendida.
—¿Por qué? —preguntó ella en voz baja—. ¿Por qué seguir preocupándote?
—¿Por qué seguir alejándome, Bryce? —Su voz se tensó—. No se trata solo de
esa pelea.
Ella tragó saliva, con la garganta espesa
—Eras mi mejor amigo —dijo ella—. Antes de Danika, eras mi mejor amigo. Y
yo... ya no importa. —En ese entonces se había dado cuenta de que la verdad no
importaba, ella no dejaría que importara. Se encogió de hombros, como si eso
ayudara a aligerar el peso aplastante en su pecho.
»Quizás podríamos comenzar de nuevo. Solo a modo de prueba.
Ruhn comenzó a sonreír.
—¿Entonces vendrás a ver el partido?
—Se suponía que Juniper vendría ese día, pero veré si ella quiere. —Los ojos
azules de Ruhn brillaron como estrellas, pero Bryce interrumpió—: Pero no
prometo nada.
Él seguía sonriendo cuando ella se levantó de su taburete.
—Te guardaré un asiento.
70
Traducido por ElenaTroy
Corregido por Lieve
Fury estaba sentada en el sofá cuando Bryce regresó del bar. En el lugar exacto
en donde solía ver a Hunt.
Bryce arrojó sus llaves en la mesa a un lado de la puerta principal, soltó a Syrinx
sobre su amiga, y dijo:
—Hola.
—Hola. —Fury le dio a Syrinx una mirada que lo detuvo. Eso lo hizo sentar su
esponjoso trasero en la alfombra, la cola de león balanceándose, y esperando a que
ella se dignara a saludarlo a él. Fury lo hizo después de un latido, sobando sus orejas
terciopelo dobladas.
—¿Qué sucede? —Bryce se quitó los zapatos, giró sus adoloridos pies un par de
veces, y llevó la mano atrás para tirar del cierre de su vestido. Dioses, era increíble
no tener dolor en su pierna, ni siquiera un asomo de nada. Ella se fue a su habitación
antes de que Fury pudiera responder, sabiendo que habría escuchado de todas
formas.
—Tengo algunas noticias —dijo Fury casualmente.
Bryce se desnudó de su vestido, suspirando mientras se sacaba el sostén, y se
cambiaba a un par de sudaderas y una vieja camiseta antes de recoger su cabello en
una cola de caballo.
—Déjame adivinar —dijo ella desde la habitación, metiendo sus pies en
zapatillas cómodas—. ¿Finalmente te diste cuenta de que el negro todo el tiempo es
aburrido y quieres que te ayude a encontrar algo de ropa para personas reales?
Una risa tranquila.
—Listilla. —Bryce emergió de la habitación, y Fury la ojeó con esa rápida
mirada asesina. Tan diferente de la de Hunt.
Incluso cuando ella y Fury habían salido de fiesta, Fury nunca realmente perdió
ese frío brillo. Ese cálculo y distancia. Pero la mirada de Hunt…
Ella alejó el pensamiento. La comparación. Ese gruñido de fuego estallando en
sus venas.
—Mira —dijo Fury, poniéndose de pie—. Me voy algunos días antes a la
Cumbre. Así que solo pensé que deberías saberlo antes de irme.
—¿Me amas y me escribirás a menudo?
—Dioses, eres la peor —dijo Fury, pasando una mano a través de su peinado
bob elegante. Bryce extrañaba la larga cola de caballo que su amiga había usado
durante la escuela. La nueva imagen de Fury parecía incluso más letal de alguna
manera—. Incluso desde que te conocí en esa tonta clase, has sido la peor.
—Sí, pero lo encuentras encantador. —Bryce fue al refrigerador.
Un suspiro.
—Mira, te voy a decir esto, pero quiero que primero me prometas que no harás
nada estúpido.
Bryce se congeló con los dedos agarrando el mango de la puerta del
refrigerador.
—Como me has dicho tan seguido, estúpido es mi segundo nombre.
—Lo digo en serio esta vez. Ni siquiera creo que se puedas hacer algo, pero
necesito que lo prometas.
—Lo prometo.
Fury estudió su rostro, luego se apoyó contra el mostrador de la cocina.
—Micah entregó a Hunt.
Ese fuego en sus venas se marchitó en cenizas.
—¿A quién?
—¿A quién crees? A la jodida Sandriel, a ese quien.
Ella no podía sentir sus brazos, sus piernas.
—Cuándo.
—Dijiste que no harías nada estúpido.
—¿Preguntar por detalles es estúpido?
Fury negó con la cabeza.
—Esta tarde. Ese bastardo sabía que regresar Hunt a Sandriel era un mayor
castigo que crucificarlo públicamente o meter su alma en una caja y arrojarlo al mar.
Lo era. Por muchas razones.
Fury siguió hablando.
—Ella y los otros ángeles irán a la Cumbre mañana en la mañana. Y tengo de
buena fuente que una vez que el encuentro se termine la siguiente semana, ella
podrá regresar a Pangera para seguir lidiando con los rebeldes de Ophion. Con Hunt
a cuestas.
Y él nunca volvería a ser libre. Lo que Sandriel le haría… se lo merecía. Él
jodidamente se lo merecía todo.
—Si estás tan preocupada de que haga algo estúpido, ¿por qué decírmelo? —
dijo ella.
Los ojos oscuros de Fury la escanearon de nuevo.
—Porque… solo pensé que deberías saberlo.
Bryce se giró hacia el refrigerador. Lo abrió del golpe.
—Hunt cavó su propia tumba.
—Entonces ustedes dos no estaban…
—No.
—Sin embargo, su aroma está en ti.
—Vivimos en este apartamento juntos durante un mes. Diría que estaría en mí.
Ella gastó una espantosa cantidad de monedas de plata para remover su sangre
del sofá. Junto con todos los rastros de lo que ellos habían hecho allí.
Una pequeña y fuerte mano cerró de golpe la puerta del refrigerador. Fury la
miró.
—No me des mierda, Quinlan.
—No lo hago. —Bryce dejó que su amiga viera su verdadero rostro. Del que su
padre le había hablado. El que no reía y no le importaba nadie ni nada—. Hunt es un
mentiroso. Él me mintió.
—Danika si hizo algunas cosas jodidas, Bryce. Lo sabes. Siempre lo supiste y te
reíste de eso, miraste a otro lado. No estoy tan segura de que Hunt estuviera
mintiendo acerca de eso.
Bryce mostró los dientes.
—Estoy cansada de eso.
—¿De qué?
—De todo. —Ella abrió de golpe el refrigerador de nuevo, empujando a Fury
fuera del camino. Para su sorpresa, Fury la dejó—. ¿Por qué no regresas a Pangera y
me ignoras por otros dos años?
—No te ignoré.
—Jodidamente lo hiciste —escupió Bryce—. ¿Hablabas con June todo el tiempo,
y sin embargo, ignoras mis llamadas y apenas respondes mis mensajes?
—June es diferente.
—Sí, lo sé. Es la especial.
Fury parpadeó.
—Tú casi mueres esa noche, Bryce. Y Danika murió. —La garganta de la asesina
se sacudió—. Te di drogas…
—Yo compré esa raíz de risas.
—Y yo compré la droga para que la inhalaras. Jodidamente no me importa,
Bryce. Me acerqué mucho a ustedes, y cosas malas suceden cuando hago eso con las
personas.
—¿Y sin embargo todavía puedes hablar con Juniper? —La garganta de Bryce
se cerró—. ¿Yo no valía la pena el riesgo?
Fury siseó.
—Juniper y yo tenemos algo que no es de tu maldita incumbencia. —Bryce se
abstuvo de mirarla boquiabierta. Juniper nunca lo había insinuado, nunca lo había
sugerido—. No podía dejar de hablarle y arrancar mi propio maldito corazón en el
proceso, ¿de acuerdo?
—Lo entiendo, lo entiendo —dijo Bryce. Soltó un largo suspiro—. El amor
triunfa por encima de todo.
Qué jodidamente mal que Hunt no se haya dado cuenta de eso. O lo había hecho,
pero simplemente eligió a la Arcángel que aún sostenía su corazón y su causa. Qué
jodidamente mal que Bryce a pesar de eso había sido lo suficientemente estúpida
como para creer el sinsentido del amor, y dejar que la cegara.
La voz de Fury se quebró.
—Tú y Danika eran mis amigas. Joder, ustedes eran estas dos estúpidas
cachorras que vinieron saltando a mi vida perfectamente en orden, y luego una de
ustedes fue asesinada. —Fury apretó los dientes—. Y. Yo. Jodidamente. No. Podía.
Lidiar. Con. Eso.
—Te necesitaba. Te necesitaba aquí, Danika murió, pero fue como si también te
hubiera perdido a ti. —Bryce no luchó con sus ojos quemando—. Te alejaste como
si nada.
—No lo era. —Fury sopló una respiración—. Mierda, ¿acaso Juniper no te dijo
nada? —Con el silencio de Bryce, ella maldijo de nuevo—. Mira, ella y yo hemos
estado trabajando a través de mucha de mi mierda, ¿de acuerdo? Sé que la jodí al
irme de esa forma. —Bryce pasó sus dedos por su cabello—. Simplemente todo es…
más jodido de lo que tú piensas, Bryce.
—Lo que sea.
Fury ladeó la cabeza.
—¿Tengo que llamar a Juniper?
—No.
—¿Esta es una repetición de hace dos inviernos?
—No. —Juniper le debía haber contado acerca de esa noche en el techo. Ellas se
dicen todo, aparentemente.
Bryce agarró un tarro de mantequilla de almendras, desenroscó la tapa, y
hundió una cuchara.
—Bueno, diviértete en la Cumbre. Te veo en otros dos años.
Fury no sonrió.
—No me hagas arrepentirme de decirte todo esto.
Ella se encontró con la oscura mirada de su amiga.
—Ya lo superé —dijo ella de nuevo.
Fury suspiró.
—Está bien. —Su teléfono zumbó y ella miró la pantalla antes de decir—. Estaré
de regreso en una semana. Saldremos entonces, ¿está bien? Tal vez sin gritarnos.
—Seguro.
Fury caminó hacia la puerta, pero hizo una pausa en el umbral.
—Mejorará, Bryce. Sé que los últimos dos años han sido una mierda, pero
mejorará. He estado allí, y te prometo que lo hará.
—Está bien —dijo Bryce, porque la preocupación real brilló en el normalmente
frío rostro de Fury—. Gracias.
Fury tenía el teléfono al oído antes de cerrar la puerta.
—Sí, estoy en camino —dijo ella—. Bueno, ¿por qué no cierras la jodida boca y
me dejas conducir así puedo llegar allí a tiempo, imbécil?
A través de la mirilla, Bryce la vio subir al elevador. Luego atravesó la sala y
miró desde la ventana cómo Fury se subía en un elegante auto deportivo negro,
encendía el motor, y salía a las calles.
Bryce miró a Syrinx. La quimera meneó su pequeña cola de león.
Hunt había sido dado. Al monstruo que él odiaba y temía por encima de todos
los demás.
—Ya lo superé —dijo ella a Syrinx.
Ella miró el sofá, y casi podía ver a Hunt sentado allí, con esa gorra de sunball
hacia atrás, mirando el juego en la TV. Casi podía verlo sonreír mientras la miraba
por encima del hombro.
Ese rugiente fuego en sus venas se detuvo, y se redireccionó. No perdería otro
amigo.
Especialmente no a Hunt. Nunca a Hunt.
Sin importar lo que él hubiera hecho, qué y a quién haya escogido, incluso si esta
era la última vez que ella podría verlo… no dejaría que esto sucediera. Él se podía ir
al Hel después, pero ella haría esto. Por él.
Syrinx se contrajo de dolor, caminando en círculos, las garras sonando en el piso
de madera.
—Le prometí a Fury que no haría nada estúpido —dijo Bryce, sus ojos fijos en el
tatuaje de Syrinx—. No dije que no haría algo inteligente.
71
Traducido por beckysHR
Corregido por Lieve
La última Cumbre a la que Hunt había asistido había sido en un antiguo palacio
en Pangera, adornado con las riquezas del imperio: tapices de seda y decoraciones
de oro puro, copas centelleantes con piedras preciosas y suculentas carnes
sazonadas con las especias más raras.
Esta se llevaba a cabo en un centro de conferencias.
El espacio de vidrio y metal era enorme, su diseño le recordaba a Hunt un
montón de cajas de zapatos apiladas una encima de la otra. Su sala central se elevaba
tres pisos de altura, las escaleras en la parte posterior del espacio estaban adornadas
con las pancartas carmesí de la República, el largo camino estaba alfombrado en
blanco.
Cada territorio en Midgard realizaba su propia Cumbre cada diez años, a la que
asistían varios líderes dentro de sus fronteras, junto con un representante de los
Asteri y algunos dignatarios visitantes relevantes para cualquier tema que se
discutiera. Esta no era diferente, excepto por su alcance más pequeño. Aunque
Valbara era mucho más pequeño que Pangera, Micah celebraba cuatro reuniones
diferentes en la Cumbre, cada una para una facción separada de su reino. Esta, para
las propiedades del sudeste con los líderes de Lunathion en su corazón, era la
primera.
El sitio, ubicado en el corazón del desierto de Psamathe, a unas cinco horas en
auto de la Ciudad Crescent, una hora para un ángel a velocidades máximas de vuelo
o solo media hora en helicóptero, tenía sus propias celdas de detención para Vanir
peligrosos.
Él había pasado los últimos cinco días allí, marcándolos por el cambio en su
comida: desayuno, almuerzo, cena. Al menos Sandriel y Pollux no habían venido a
burlarse de él. Al menos tuvo ese pequeño indulto. Apenas había escuchado los
intentos del Martillo para provocarlo durante el viaje. Apenas había sentido o
escuchado algo en absoluto.
Sin embargo, esta mañana, un conjunto de ropa negra había llegado con su
bandeja de desayuno. Sin armas, pero el uniforme era lo suficientemente
claro. También el mensaje: estaba a punto de ser exhibido, una burla en un desfile
imperial de Triumphus, para que Sandriel se regodeara de recuperar su propiedad.
Pero él se vistió obedientemente y dejó que los guardias de Sandriel le pusieran
las esposas gorsianas, dejando su poder nulo y sin efecto.
Siguió a los guardias en silencio, subió por el ascensor y entró en el gran
vestíbulo, adornado con atuendos imperiales.
Los Vanir de cada Casa llenaba el espacio, la mayoría vestidos con ropa de
negocios o lo que alguna vez se conoció como vestimenta cortesana. Ángeles,
cambiaformas, Fae, brujas... las delegaciones flanqueaban a ambos lados del
corredor rojo que conducía hacia las escaleras. Fury Axtar estaba entre la multitud,
vestida con sus cueros habituales de asesina, observando todo. Ella no miró en su
dirección.
Hunt fue conducido hacia una delegación de ángeles cerca de la escalera,
miembros de la 45ta Legión de Sandriel. Sus triarii. Pollux estaba frente a ellos, su
estado de comandante marcado por su armadura dorada, su capa color cobalto y su
rostro sonriente.
Esa sonrisa solo creció cuando Hunt tomó su posición cerca, encajado entre sus
guardias.
Sus otros triarii eran casi tan malos como el Martillo. Hunt nunca olvidaría a
ninguno de ellos: la hembra delgada de piel pálida y cabello oscuro conocida como
la Arpía; el macho con rostro de piedra y alas negras llamado Sabueso de Hel; y el
altivo ángel de ojos fríos llamado Águila. Pero ellos lo ignoraron. Lo cual, había
aprendido, era mejor que su atención.
No había signo de la Hind, el último miembro de los triarii, aunque tal vez su
trabajo como rompe-espías en Pangera era demasiado valioso para los Asteri como
para que Sandriel pudiera arrastrarla aquí.
Al otro lado del corredor estaban Isaiah y la 33ra. Lo que quedaba de sus
triarii. Naomi estaba deslumbrante en su uniforme, con la barbilla en alto y la mano
derecha sobre la empuñadura de su espada de legión formal, su armadura alada
brillaba a la luz de la mañana.
Los ojos de Isaiah se desviaron hacia los suyos. Hunt, con su armadura negra,
estaba prácticamente desnudo en comparación con el uniforme completo del
Comandante de la 33ra: coraza de bronce, las hombreras, armadura en las piernas y
demás protecciones... Hunt aún recordaba lo pesado que era. Lo estúpido que
siempre se había sentido vestido con todos los atuendos del Ejército Imperial. Como
un premio en forma de caballo de guerra.
Las fuerzas del Auxiliado del Rey de Otoño estaban a la izquierda de los ángeles,
su armadura más ligera pero no menos ornamentada. Frente a ellos estaban los
cambiaformas con sus mejores ropas. Amelie Ravenscroft no se atrevió a mirar en
su dirección. Grupos más pequeños de Vanir llenaron el resto del espacio: mer y
daemonaki. Sin señales de ningún humano. Ciertamente tampoco había nadie con
herencia mixta.
Hunt trató de no pensar en Bryce. En lo que había pasado en el vestíbulo.
Princesa de los Fae. Princesa bastarda era más adecuado, pero seguía siendo la
única hija del Rey de Otoño.
Ella podría haber estado furiosa con él por mentir, pero ella también le había
mentido en abundancia.
Los bateristas, maldito Hel, los bateristas tocaron el ritmo. Los trompetistas
comenzaron un momento después. El himno rodante y despreciable de la República
llenó el cavernoso espacio de cristal. Todos se enderezaron cuando una caravana de
autos se detuvo más allá de las puertas.
Hunt contuvo el aliento cuando Jesiba Roga emergió primero, vestida con un
vestido negro hasta el muslo cortado a la medida de su cuerpo curvilíneo, oro
antiguo brillando en sus oídos y garganta, una capa diáfana de medianoche que fluía
detrás de ella en un viento fantasma. Incluso con tacones altos, ella se movía con la
misteriosa suavidad de la Casa de Sombra y Llama.
Tal vez ella fue quien le dijo a Bryce cómo vender su alma al gobernante de la
Ciudad Durmiente.
La hechicera rubia mantuvo sus ojos grises en las tres banderas que colgaban
sobre las escaleras mientras se movía hacia ellas: a la izquierda, la bandera de
Valbara; a la derecha, la insignia de Lunathion con su arco de luna creciente y
flecha. Y en el centro, el SPQM y sus ramas gemelas de estrellas: la bandera de la
República.
Las brujas vinieron después, sus pasos resonando. Una joven mujer de piel
morena vestida con túnicas azules se deslizó por la alfombra, su cabello negro
trenzado brillaba como la noche.
La Reina Hypaxia. Llevaba apenas tres meses usando la corona de moras
doradas y rojas de su madre, y aunque su rostro estaba sin arrugas y hermoso, había
un cansancio en sus ojos oscuros que hablaban mucho sobre su dolor persistente.
Se rumoreaba que la reina Hecuba la había criado en el bosque boreal de las
montañas Heliruna, lejos de la corrupción de la República. Hunt podría haber
esperado que ese tipo de persona estuviera recelosa de la multitud reunida y el
esplendor imperial, o al menos se quedara boquiabierta, pero su barbilla
permanecía alta, sus pasos inquebrantables. Como si hubiera hecho esto una docena
de veces.
Debía ser reconocida formalmente como Reina de las Brujas de Valbara cuando
comenzara oficialmente la Cumbre. Su último boato antes de verdaderamente
heredar su trono. Pero…
Hunt la miró su rostro mientras se acercaba.
La conocía: la medwitch de la clínica. Ella reconoció a Hunt con una rápida
mirada de reojo al pasar.
¿Ruhn lo había sabido? ¿Con quién se había encontrado, quién lo había
informado sobre el sinte?
Luego llegaron los líderes mer, Tharion en un traje color carbón junto a una
mujer con un vestido de color turquesa de gasa fluyente. No era la Reina del Río; ella
rara vez salía del Istros. Pero la bella mujer de piel oscura bien podría haber sido su
hija. Probablemente era su hija, de la forma en que todo mer reclamaba a la Reina
del Río como su madre.
El cabello castaño rojizo de Tharion estaba peinado hacia atrás, con algunos
mechones escapados colgando sobre su frente. Había cambiado las aletas por
piernas, pero no vacilaron cuando sus ojos se deslizaron hacia Hunt. La simpatía
brilló allí.
Hunt lo ignoró. No había olvidado quién había llevado a Bryce a la barcaza esa
noche.
Tharion, para su crédito, no vaciló ante la mirada de Hunt. Él solo le dedicó una
sonrisa triste y miró hacia adelante, siguiendo a las brujas hasta el entresuelo y
abriendo las puertas de la sala de conferencias.
Luego vinieron los lobos. Sabine caminaba junto a la figura encorvada del
Prime, ayudando al viejo macho. Sus ojos marrones estaban lechosos con la edad, su
cuerpo una vez fuerte estaba inclinado sobre su bastón. Sabine, vestida con un traje
gris paloma, miró a Hunt con desdén, dirigiendo al anciano Prime hacia la escalera
mecánica en lugar de los escalones.
Pero el Prime se detuvo al ver dónde planeaban llevarlo. Él la dirigió hacia los
escalones. Y comenzó el ascenso, paso doloroso a paso doloroso.
Bastardo orgulloso.
Los Fae dejaron sus autos negros, caminando sobre la alfombra. El Rey de Otoño
emergió con una corona de ónix sobre su cabello rojo, la piedra antigua como un
pedazo de noche incluso a la luz de la mañana.
Hunt no sabía cómo no lo había visto antes. Bryce se parecía más a su padre que
Ruhn. Claro, muchos Fae tenían ese color, pero la frialdad en el rostro del Rey de
Otoño... había visto a Bryce usar esa expresión innumerables veces.
El Rey de Otoño, no un simple imbécil, había sido quien la llevó a la Oráculo ese
día. El que echó a una niña de trece años a la calle.
Los dedos de Hunt se curvaron a sus costados. No podía culpar a Ember Quinlan
por huir en el momento en que había visto al monstruo bajo de la superficie. En el
momento en que había sentido su fría violencia.
Y se dio cuenta de que llevaba a su bebé. Un potencial heredero al trono, uno
que podría complicar las cosas para su hijo Elegido de pura sangre. No es de extrañar
que el Rey de Otoño las hubiera cazado tan implacablemente.
Ruhn, un paso detrás de su padre, fue una sorpresa para los sentidos. En su
vestimenta principesca, con la espada Estelar a su lado, podría haber sido uno de los
primeros Nacidos de la Estrella con esos tonos. Podría haber sido uno de los
primeros en la Grieta del Norte, hace mucho tiempo.
Pasaron junto a Hunt, y el rey ni siquiera miró en su dirección. Pero Ruhn lo
hizo.
Ruhn miró los grilletes en las muñecas de Hunt, los triarii de la 45ta alrededor
de él. Y sacudió sutilmente la cabeza. Para cualquier observador, era de disgusto, de
reprimenda. Pero Hunt vio el mensaje.
Lo siento.
Hunt mantuvo su rostro inmóvil, neutral. Ruhn siguió adelante, el círculo de
hojas de abedul dorado brillaba sobre su cabeza.
Y luego el atrio pareció inhalar. Detenerse.
Los ángeles no llegaron en autos. No, cayeron del cielo.
Cuarenta y nueve ángeles de la Guardia Asteriana, vestidos de blanco y dorado,
entraron en el vestíbulo, con lanzas en sus manos enguantadas y alas blancas
brillantes. Cada uno había sido criado, seleccionado a mano, para esta vida de
servicio. Solo las alas más blancas y puras servirían. Sin una mota de color en ellas.
Hunt siempre había pensado que eran unos imbéciles presumidos.
Ocuparon lugares a lo largo de la alfombra, parados en alerta, con las alas en
alto y las lanzas apuntando al techo de cristal, sus capas nevadas cayendo al
suelo. Las plumas blancas de crin en sus cascos dorados brillaban como si estuvieran
recién cepilladas, y las viseras permanecían bajas.
Habían sido enviados desde Pangera como un recordatorio para todos ellos,
incluidos los Gobernadores, de que los que tenían sus correas aún vigilaban todo.
Micah y Sandriel llegaron después, uno al lado del otro. Cada en la armadura de
Gobernador.
Los Vanir se arrodillaron ante ellos. Sin embargo, la Guardia Asteriana, quienes
se inclinaban solo ante sus seis maestros, permanecieron de pie, sus lanzas como
muros gemelos de espinas entre los cuales desfilaban los gobernadores.
Nadie se atrevió a hablar. Nadie se atrevió a respirar cuando los dos Arcángeles
pasaron.
Todos eran unos jodidos gusanos a sus pies.
La sonrisa de Sandriel chamuscó a Hunt mientras ella pasaba. Casi tanto como
la total decepción y cansancio de Micah.
Micah había elegido bien su método de tortura, Hunt le daría eso. No había
forma de que Sandriel lo dejara morir rápidamente. El tormento cuando regresara a
Pangera duraría décadas. No había posibilidad de un nuevo acuerdo de muerte o una
compra.
Y si él se salía de línea, ella sabría dónde golpear primero. A quién atacar.
Los Gobernadores subieron las escaleras, sus alas casi tocándose. Por qué esos
dos no se habían convertido en una pareja apareada estaba más allá de Hunt. Micah
era lo suficientemente decente como para encontrar a Sandriel tan aborrecible como
todos los demás. Pero todavía era una maravilla que los Asteri no hubieran
ordenado la fusión de las líneas de sangre. No hubiera sido inusual. Sandriel y
Shahar habían sido el resultado de tal unión.
Aunque quizás el hecho de que Sandriel probablemente había matado a sus
propios padres para tomar el poder para ella y su hermana había hecho que los
Asteri detuvieran eso.
Solo cuando los Gobernadores llegaron a la sala de conferencias, los reunidos
en el vestíbulo se movieron, primero los ángeles se alejaron por las escaleras, el
resto de la asamblea se alineó detrás de ellos.
Hunt se mantuvo atrapado entre dos de los triarii de la 45ta, Sabueso del Hel y
Águila, que lo miraban con desdén, y tomó tantos detalles como pudo cuando
entraron en la sala de reuniones.
Era cavernoso, con anillos de mesas que bajaban a un piso central y una mesa
redonda donde se sentaban los líderes.
El Foso de Hel. Eso es lo que era. Era una maravilla que ninguno de sus príncipes
estuviera allí.
El Prime de los Lobos, el Rey de Otoño, los dos Gobernadores, la bella hija de la
Reina del Río, la Reina Hypaxia, y Jesiba, todos se sentaron en esa mesa central. Sus
segundos, Sabine, Ruhn, Tharion, una bruja de aspecto más viejo, todos reclamaron
puntos en el círculo de mesas a su alrededor. Nadie más de la Casa de Sombra y
Llama había venido con Jesiba, ni siquiera un vampiro. Las filas cayeron en su lugar
más allá de eso, cada anillo de mesas se hizo más y más grande, siete en total. La
Guardia Asteriana se alineó en el nivel superior, de pie contra la pared, dos en cada
una de las tres salidas de la habitación.
Los siete niveles del Hel.
Las pantallas de video estaban intercaladas por toda la habitación, dos colgando
del techo, y las computadoras alineadas en las mesas, presumiblemente por
referencias. Fury Axtar, para su sorpresa, tomó un lugar en el tercer círculo,
recostándose en su silla. Nadie más la acompañó.
Hunt fue llevado a un lugar contra la pared, ubicado entre dos Guardias
Asterianos que lo ignoraron por completo. Gracias a la mierda que el ángulo
bloqueaba su visión de Pollux y del resto de los triarii de Sandriel.
Hunt se preparó mientras las pantallas de video se encendían. La sala quedó en
silencio ante lo que apareció.
Conocía esos pasillos de cristal, antorchas de primera luz que bailaban sobre los
pilares de cuarzo tallados que se alzaban hacia los techos arqueados de
arriba. Conocía los siete tronos de cristal dispuestos en una curva en el estrado
dorado, el único trono vacío en su extremo más alejado. Conocía la centelleante
ciudad más allá de ellos, las colinas que se alejaban hacia la tenue luz, el Tiber era
una banda oscura que se extendía entre ellos.
Todos se levantaron de sus asientos cuando los Asteri aparecieron a la vista. Y
todos se arrodillaron.
Incluso a casi seis mil kilómetros de distancia, Hunt podría haber jurado que sus
poderes entraron en el lugar. Podría haber jurado que absorbieron el calor, el aire,
la vida.
La primera vez que había estado ante ellos, pensó que nunca había
experimentado algo peor. La sangre de Shahar todavía cubría su armadura, su
garganta aún estaba devastada por los gritos durante la batalla y, sin embargo,
nunca había encontrado algo tan horrible. Tan sobrenatural. Como si toda la
existencia de él no fuera más que una mosca, el poder de él no era más que una brisa
frente al huracán de ellos. Como si lo hubieran arrojado al espacio profundo.
Cada uno de ellos poseía el poder de una estrella sagrada, cada uno podía llevar
este planeta a las cenizas, sin embargo, no había luz en sus ojos fríos.
A través de las pestañas bajas, Hunt marcó quién más se atrevió a levantar los
ojos de la alfombra gris cuando los seis Asteri los examinaron: Tharion y
Ruhn. Declan Emmet. Y la Reina Hypaxia.
Nadie más. Ni siquiera Fury o Jesiba.
Ruhn se encontró con la mirada de Hunt. Y una voz masculina tranquila dijo en
su cabeza: Movimiento audaz.
Hunt contuvo su shock. Sabía que había telépatas ocasionales entre los Fae,
especialmente los que habitaban en Avallen. Pero nunca había tenido una
conversación con uno. Ciertamente no dentro de su cabeza.
Buen truco.
Un regalo de los parientes de mi madre, uno que he mantenido silencio.
¿Y confías en mí con este secreto?
Ruhn guardó silencio por un momento.
No puedo ser visto hablando contigo. Si necesitas algo házmelo saber. Haré lo que
pueda por ti.
Otra sorpresa, tan física como su relámpago, lo atravesó.
¿Por qué me ayudarías?
Porque hubieras hecho todo lo posible para evitar que Bryce se intercambiara a
Sandriel. Pude verlo en tu rostro. Ruhn vaciló, luego agregó, un tono incierto: Y
porque no creo que seas tan imbécil ahora.
La esquina de la boca de Hunt se levantó. Igualmente.
¿Eso es un cumplido? Otra pausa. ¿Cómo estás, Athalar?
Bien. ¿Cómo está ella?
De vuelta al trabajo, según los ojos que tengo sobre ella.
Bien. No creía que pudiera soportar más hablar de Bryce sin desmoronarse por
completo, por lo que dijo: ¿Sabías que esa medwitch era la Reina Hypaxia?
No, no lo sabía.
Ruhn podría haber continuado, pero los Asteri comenzaron a hablar. Como uno,
como siempre hacían. Telépatas en su propio mundo.
—Han convergido para discutir asuntos relacionados con su región.
Concedemos nuestro permiso. —Miraron a Hypaxia.
Impresionantemente, la bruja no se inmutó, ni siquiera tembló mientras los seis
Asteri la miraron, el mundo mirando con ellos y dijeron:
»Te reconocemos formalmente como la heredera de la difunta Reina Hecuba
Enador, y con su fallecimiento, ahora te ungimos como Reina de las Brujas de
Valbara.
Hypaxia inclinó su cabeza, su rostro grave. El rostro de Jesiba no reveló nada. Ni
siquiera un indicio de tristeza o enojo por la herencia de la que se había
alejado. Entonces Hunt se atrevió a mirar a Ruhn, que fruncía el ceño.
Los Asteri inspeccionaron nuevamente la habitación, ninguno más altivamente
que Rigelus, la Mano Brillante. El delgado cuerpo del adolescente era una burla del
monstruoso poder que poseía. Como uno, los Asteri continuaron:
—Pueden comenzar. Que las bendiciones de los dioses y todas las estrellas en
los cielos brillen sobre ustedes.
Las cabezas se inclinaron aún más, en agradecimiento por el simple hecho de
que se les permitiera existir en su presencia.
»Esperamos que discutan una forma de poner fin a esta guerra sinsentido. La
Gobernadora Sandriel será una valiosa testigo de su destrucción. —Palabras
seguidas por una exploración lenta y horrible en la habitación. Y Hunt sabía que sus
ojos estaban sobre él cuando dijeron—: Y hay otros aquí que también pueden dar su
testimonio.
Solo había un testimonio que ofrecer: que los humanos eran derrochadores y
tontos, y que la guerra era culpa de ellos, de ellos, de ellos, y debía terminar. Debe
evitarse aquí a toda costa. No debía haber simpatía por la rebelión humana, ni
escuchar la difícil situación de los humanos. Solo estaba el lado Vanir, el lado bueno,
y ningún otro.
Hunt sostuvo la mirada muerta de Rigelus en la pantalla central. Una ráfaga de
viento helado recorrió su cuerpo, cortesía de Sandriel, advirtiéndole que desviara la
mirada. No lo hizo. Podría haber jurado que la Cabeza de los Asteri sonrió. La sangre
de Hunt se convirtió en hielo, no solo por el viento de Sandriel, y bajó los ojos.
Este imperio había sido construido para durar toda la eternidad. En más de
quince mil años, no se había quebrado. Esta guerra no sería lo que lo terminara.
Los Asteri dijeron en una sola voz:
—Adiós.
Otra pequeña sonrisa de todos ellos, la peor siendo la de Rigelus, aún dirigida a
Hunt. Las pantallas se oscurecieron.
Todos en el lugar, incluidos los dos Gobernadores, quedaron sin aliento. Alguien
vomitó, por el sonido, y apestaba desde el rincón más alejado. Efectivamente, un
leopardo cambiaformas atravesó las puertas con una mano sobre su boca.
Micah se reclinó en su silla, sus ojos en la mesa de madera delante de él. Por un
momento, nadie habló. Como si todos necesitaran volver a sí mismos. Incluso
Sandriel.
Entonces Micah se enderezó, sus alas crujieron, y declaró en un voz profunda y
clara:
—Por la presente, comienzo esta Cumbre de Valbara. Que vivan los Asteri y las
estrellas que poseen.
La sala hizo eco de las palabras, aunque a medias. Como si todos recordaran que
incluso en esta tierra al otro lado del mar de Pangera, muy lejos de los fangosos
campos de batalla y el brillante palacio de cristal en una ciudad de siete colinas,
incluso aquí, no había escapatoria.
74
Traducido por LittleCatNorth
Corregido por Lieve
Bryce intentó no obsesionarse con el hecho de que Hunt y el mundo sabían qué
y quién era ella realmente. Al menos, la prensa no había escuchado ese rumor, lo que
era un poco de piedad para ella.
Como si ser una princesa bastarda significara algo. Como si dijera algo de ella
como persona. La sorpresa en el rostro de Hunt fue precisamente la razón por la que
no le dijo.
Hizo trizas la cuenta de Jesiba, y con ella, los siglos de deudas.
De cualquier forma, nada de eso importaba ahora. Hunt se había ido.
Sabía que estaba vivo. Ella vio el metraje de las noticias del desfile de apertura
de la Cumbre. Hunt lucía igual que antes de que todo se fuera a la mierda. Otro poco
de piedad.
Apenas notó a los otros llegando: Jesiba, Tharion, su padre, su hermano... no,
ella mantuvo su mirada en ese punto en la multitud, en esas alas grises que ahora se
habían regenerado.
Patética. Ella era bastante patética.
Lo habría hecho. Habría cambiado de lugar con Hunt, con mucho gusto, incluso
sabiendo lo que Sandriel le haría a ella. Lo que Pollux le haría.
Quizás eso la hacía una idiota, como Ruhn dijo. Ingenua.
Quizás tuvo suerte al poder salir del vestíbulo del Comitium respirando.
Quizás ser atacada por ese kristallos fue la paga por sus cagadas.
Había pasado los últimos días leyendo las leyes, para ver si había algo que hacer
por Hunt. No lo había. Hizo las únicas dos cosas que podrían haberle garantizado su
libertad: ofrecerse a comprarlo, y ofrecerse a sí misma en su lugar.
No creía las falsas últimas palabras de Hunt hacia ella. Ella le habría dicho lo
mismo de estar en su lugar. Habría sido tan desagradable como pudiera, si eso lo
pusiera a salvo.
Bryce se sentó en el escritorio principal de la sala de exposiciones, mirando en
blanco la pantalla de la computadora. La ciudad ha estado tranquila estos últimos
dos días. Como si la atención de todos estuviera en la Cumbre, incluso cuando solo
algunos líderes y ciudadanos de Ciudad Crescent habían asistido.
Observó el resumen de noticias, solo para tener otro vistazo de Hunt; no hubo
suerte.
Dormía en la habitación de él cada noche. Se puso una de sus camisetas y se
arrastró entre las sábanas que olían a él, y fingió que él estaba ahí, acostado a su
lado, en la oscuridad.
Hace tres días, un sobre con el Comitium listado como su remitente llegó a la
galería. Su corazón había palpitado tanto mientras lo abría, preguntándose si él fue
capaz de enviarle un mensaje...
El ópalo blanco había caído al escritorio. Isaiah había escrito una nota
reservada, como si fuera consciente de que cada pieza de correo era leída:
Naomi encontró esto en la barcaza. Pensamos que podrías quererlo de regreso.
Luego añadió como si fuera un segundo pensamiento: Él lo lamenta.
Deslizó la piedra en el cajón de su escritorio.
Suspirando, Bryce lo abrió ahora, mirando la gema lechosa. Pasó sus dedos
sobre la fría superficie.
—Athie luce miserable —dijo Lehebah, flotando junto a la cabeza de Bryce.
Señaló la tablet, donde Bryce había pausado su tercera repetición del desfile de
apertura, en el rostro de Hunt—. Igual que tú, BB.
—Gracias.
A sus pies, Syrinx se estiró, bostezando. Sus garras curvadas destellaron.
—Entonces, ¿qué haremos ahora?
El ceño de Bryce se frunció.
—¿A qué te refieres?
Lehabah envolvió sus brazos alrededor de sí misma, flotando en pleno vuelo.
—¿Solo volvemos a la normalidad?
—Sí.
Sus ojos parpadeantes encontraron los de Bryce.
—De todas formas, ¿qué es normal?
—Parece aburrido para mí.
Lehabah sonrió ligeramente, volviéndose de un color rosa suave.
Bryce le ofreció una en respuesta.
—Eres una buena amiga, Lele. Una amiga realmente buena. —Suspiró de nuevo,
haciendo parpadear la flama de la duendecilla—. Lamento no haber sido una buena
amiga para ti a veces.
Lehabah agitó una mano, volviéndose roja.
—Superaremos esto, BB. —Se acomodó sobre el hombro de Bryce, su calidez
filtrándose en la piel de Bryce, haciéndola notar que estaba muy fría—. Tú, yo, y
Syrie. Juntos, superaremos esto.
Bryce levantó un dedo, dejando que Lehabah lo tomara con sus manos
diminutas y brillantes.
—Trato hecho.
75
Traducido por Catt
Corregido por Lieve
Hunt estaba tan aburrido que sinceramente pensó que su cerebro se iba a
desangrar por sus orejas.
Pero trató de saborear estos últimos días de calma y relativa comodidad, incluso
con Pollux monitoreando todo desde el otro lado de la habitación. Esperando hasta
que pudiera dejar de parecer civilizado. Hunt sabía que Pollux estaba contando las
horas hasta que lo desataran sobre él.
Así que cada vez que el imbécil le sonreía, Hunt le devolvía la sonrisa.
Las alas de Hunt, al menos, se habían curado. Las había estado probando tanto
como podía, estirándolas y flexionándolas. Si Sandriel le permitía volar, sabía que lo
cargarían. Probablemente.
De pie contra la pared, absorbiendo cada palabra hablada, era su propia forma
de tortura, pero Hunt escuchó. Prestó atención, incluso cuando parecía que muchos
otros estaban luchando contra el sueño.
Esperaba que las delegaciones que aguantaban, los Fae, los mer, las brujas,
duraran hasta el final de la Cumbre antes de recordar que el control era una ilusión
y que los Asteri simplemente podían emitir una orden sobre las nuevas leyes
comerciales. Tal como lo hicieron con la actualización de la guerra.
Unos días más, eso era todo lo que Hunt quería. Eso se dijo a sí mismo.
76
Traducido por Andie
Corregido por Lieve
Bryce sabía que había pocas posibilidades de que esto terminara bien.
Pero si Jesiba hubiera visto sus mensajes, tal vez no sería en vano. Quizás todos
sabrían lo que le había pasado. Tal vez podrían salvar los libros, si los hechizos
protectores sobre ellos resistieran la ira de un Arcángel. Incluso si los
encantamientos de la galería no lo hubieran hecho.
—No tengo idea de dónde está el Cuerno —dijo Bryce suavemente a Micah.
Su sonrisa no vaciló.
—Inténtalo de nuevo.
—¿No tengo idea de dónde está el Cuerno, Gobernador?
Él apoyó sus poderosos antebrazos sobre la mesa.
—¿Quieres saber lo que pienso?
—No, ¿pero me vas a decir de todos modos? —Su corazón se aceleró.
Micah se rio entre dientes.
—Creo que lo descubriste. Probablemente al mismo momento que yo hace unos
días.
—Estoy halagada de que creas que soy tan lista.
—No tú. —Otra risa fría—. Danika Fendyr fue la inteligente. Ella robó el Cuerno
del templo, y la conociste lo suficiente como para finalmente darte cuenta de lo que
hizo con él.
—¿Por qué Danika querría el Cuerno? —preguntó Bryce inocentemente—. Está
roto.
—Está agrietado. Y supongo que ya sabes qué podría repararlo. —Su corazón
tronó cuando Micah gruñó—: Sinte.
Ella se puso de pie, sus rodillas temblaron solo un poco.
—Gobernador o no, esto es propiedad privada. Si quieres quemarme en la
hoguera con todos estos libros, necesitarás una orden judicial.
Bryce llegó a los escalones. Sin embargo, Syrinx y Lehabah no se habían movido.
—Entrégame el cuerno.
—Te lo dije, no sé dónde está.
Ella puso un pie en los escalones, y luego Micah estaba allí, su mano en el cuello
de su camisa.
—No mientas —siseó él.
Hunt se tambaleó todo un paso por las escaleras antes de que Sandriel lo
detuviera, su viento empujándolo contra la pared. Se deslizó por su garganta,
apretando sus cuerdas vocales. Haciéndolo callar para ver lo que se desarrollaba en
las pantallas.
Micah gruñó al oído de Bryce, más animal que ángel.
—¿Quieres saber cómo lo descubrí?
Ella tembló cuando el Gobernador pasó una mano posesiva por la curva de su
espalda.
Hunt vio rojo ante ese toque, la autoridad en él, el puro temor que ensanchó los
ojos de ella.
Bryce no era lo suficientemente estúpida como para intentar huir mientras
Micah le recorría la espalda con los dedos, con intención de cada toque.
La mandíbula de Hunt se apretó con tanta fuerza que le dolió, su aliento salió en
grandes bocanadas. Lo mataría. Encontraría una manera de liberarse de Sandriel y
mataría a Micah por ese toque…
Micah arrastró sus dedos sobre la delicada cadena de su collar. Uno nuevo, se
dio cuenta Hunt.
—Vi las imágenes tuyas en el vestíbulo del Comitium —ronroneó Micah, sin
darse cuenta de la cámara a solo unos metros de distancia—. Le diste tu amuleto
Arcano a Sandriel. Y ella lo destruyó. —Su amplia mano se cerró alrededor de su
cuello, y Bryce cerró los ojos con fuerza—. Así fue cómo me di cuenta. Cómo tú te
diste cuenta de la verdad también.
—No sé de qué estás hablando —susurró Bryce.
La mano de Micah se apretó, y bien podría haber sido su mano sobre la garganta
de Hunt por toda la dificultad que él tenía para respirar.
—Durante tres años, usaste ese amuleto. Todos los días, cada hora. Danika lo
sabía. También sabía que no tenías ambición y que nunca tendrías el impulso de
dejar este trabajo. Y nunca te quitaste el amuleto.
—Estás loco. —Bryce logró decir.
—¿Lo estoy? Entonces explícame por qué, casi una hora después de que te
quitaras el amuleto, ese demonio kristallos te atacó.
La cabeza se quedó quieto. ¿Un demonio la había atacado ese día? Encontró la
mirada de Ruhn, y el príncipe asintió, su rostro mortalmente pálido.
Llegamos a ella a tiempo, fue todo lo que Danaan le dijo mentalmente.
—¿Mala suerte? —dijo Bryce.
Micah no sonrió, su mano todavía estaba apretada en su cuello.
—No solo tienes el Cuerno. Eres el cuerno. —Su mano nuevamente recorrió la
espalda de ella—. Te convertiste en su portador la noche en que Danika lo molió en
un polvo fino, lo mezcló con tinta de bruja y luego te emborrachaste tanto que no
hiciste preguntas cuando te lo tatuó en la espalda.
—¿Qué? —espetó Fury Axtar.
Santos jodidos dioses. Hunt descubrió los dientes, todavía no podía hablar.
Pero Bryce dijo:
—Tan genial como suena eso, Gobernador, este tatuaje dice...
—El lenguaje está más allá del de este mundo. Es el lenguaje de los universos. Y
habla una orden directa para activar el Cuerno a través de una explosión de poder
puro sobre el tatuaje. Tal como lo hizo una vez el Príncipe Nacido de la Estrella.
Puede que no poseas sus dones como tu hermano, pero creo que tu línea de sangre
y el sinte lo compensarán cuando use mi poder sobre ti. Para llenar el tatuaje, para
llenarte, con poder que es, en esencia, tocar el Cuerno.
Las fosas nasales de Bryce se dilataron.
—Chúpame la polla, imbécil. —Ella echó la cabeza hacia atrás lo suficientemente
rápido como para que ni siquiera Micah pudiera detener la colisión de su cráneo con
su nariz. Él tropezó, dándole tiempo para retorcerse y huir…
Pero su mano no la soltó.
Y con un empujón, su camisa desgarrándose de su espalda, Micah la arrojó al
suelo.
El grito de Hunt se alojó en su garganta, pero el de Ruhn resonó por la sala de
conferencias cuando Bryce se deslizó por la alfombra.
Lehabah gritó cuando Syrinx rugió, y Bryce logró decir:
—Escóndanse.
Pero el Arcángel se detuvo, observando a la mujer tendida en el suelo delante
de él.
El tatuaje en su espalda. El cuerno de Luna en su tinta oscura.
Bryce se puso de pie, como si hubiera un lugar a donde ir, un lugar donde
esconderse del Gobernador y su terrible poder. Ella cruzó la habitación, subió los
escalones hasta el entrepiso…
Micah se movió rápido como el viento. Envolvió una mano alrededor de su
tobillo y la arrojó a través de la habitación.
El grito de Bryce cuando chocó con la mesa de madera y se hizo añicos debajo
de ella fue el peor sonido que Hunt había escuchado.
Ruhn respiró.
—La va a matar.
Bryce se arrastró hacia atrás a través de los escombros de la mesa, la sangre
corría de su boca mientras le susurraba a Micah:
—Tú mataste a Danika y a la manada.
Micah sonrió.
—Disfruté cada segundo.
La sala de conferencias se sacudió. O tal vez solo era Hunt.
Y entonces el Arcángel se apoderó de ella, y Hunt no podía soportarlo, verlo
agarrar a Bryce por el cuello y arrojarla de nuevo al otro lado de la habitación, hacia
esos estantes.
—¿Dónde está el maldito Aux? —gritó Ruhn a Flynn. A Sabine
Pero sus ojos estaban muy abiertos. Aturdidos.
Muy lentamente, Bryce se arrastró hacia atrás, subió las escaleras del entrepiso
nuevamente, arañando los libros para levantarse. Una herida brotaba sangre sobre
sus leggins, un hueso reluciente debajo de un fragmento de madera que sobresalía.
Ella jadeó, medio sollozando.
—¿Por qué?
Lehabah se arrastró hasta la puerta de metal del baño en la parte trasera de la
biblioteca y logró abrirla, como si le indicara en silencio a Bryce que llegara, para
que pudieran encerrarse hasta que llegara la ayuda.
—¿Te enteraste, en toda tu investigación, que soy un inversionista en Industrias
Redner? ¿Que tengo acceso a todos sus experimentos?
—Oh, mierda —dijo Isaiah desde el otro lado del pozo.
—¿Y alguna vez supiste —continuó Micah—, lo que Danika hizo por Industrias
Redner?
Bryce todavía se arrastraba escaleras arriba. Sin embargo, no había a dónde ir.
—Ella hizo trabajo de seguridad a tiempo parcial.
—¿Eso fue lo que ella te dijo? —Él sonrió de lado—. Danika localizaba gente que
Redner quería que ella encontrara. Gente que no quería ser encontrada. Incluyendo
un grupo de rebeldes de Ophion que habían estado experimentando con una
fórmula de magia sintética, para ayudar en la traición de los humanos. Indagaron en
historia olvidada hace mucho tiempo y aprendieron que el veneno de los demonios
kristallos anulaba la magia, nuestra magia. Entonces, estos rebeldes inteligentes
decidieron investigar por qué, aislando las proteínas de ese veneno. La fuente de la
magia. Los espías humanos de Redner lo alertaron, y Danika traía la investigación y
las personas detrás de ella.
Bryce contuvo el aliento, aun lentamente arrastrándose hacia arriba. Nadie
habló en la sala de conferencias cuando ella dijo:
—Los Asteri no aprueban la magia sintética. ¿Cómo se las arregló Redner para
hacer la investigación al respecto?
Hunt se sacudió. Ella se estaba comprando tiempo.
Micah parecía muy feliz de complacerla.
—Porque Redner sabía que los Asteri cerrarían cualquier investigación de
magia sintética, que yo cerraría sus experimentos, hicieron ver los experimentos del
sinte como una droga para curación. Redner me invitó a invertir. Las primeras
pruebas fueron un éxito: con eso, los humanos podían sanar más rápido que con
cualquier medwitch o poder Fae. Pero las pruebas después de esas no salieron según
el plan. Los Vanir, supimos, se volvían locos cuando se les administraba. Y los
humanos que tomaban demasiado sinte... oh, bueno. Danika usó su autorización de
seguridad para robar imágenes de las pruebas, y sospecho que ella te las dejó, ¿no?
Solas ardiente. Arriba y arriba, Bryce se arrastró a lo largo de las escaleras, con
los dedos arañando esos libros antiguos y preciosos.
—¿Cómo se enteró ella de lo que estabas haciendo realmente?
—Ella siempre metía la nariz donde no debía. Siempre queriendo proteger a los
sumisos.
—De monstruos como tú —escupió Bryce, aun avanzando lentamente. Todavía
se estaba comprando tiempo.
La sonrisa de Micah fue horrible.
—Ella no ocultó que estaba pendiente de las pruebas con el sinte, porque estaba
ansiosa por encontrar una manera de ayudar a su amiga débil, vulnerable y mitad
humana. Tú, que no heredarías ningún poder, se preguntó si podría darte una
oportunidad de luchar contra los depredadores que gobiernan este mundo. Y
cuando vio los horrores que podía provocar el sinte, se preocupó por los sujetos de
prueba. Se preocupó por lo que les haría a los humanos si se filtrara al mundo. Pero
los empleados de Redner dijeron que Danika también tenía su propia investigación.
Nadie sabía qué era, pero ella pasaba tiempo en sus laboratorios fuera de sus
propios horarios.
Todo tenía que estar en la memoria USB que Bryce había encontrado. Hunt rezó
para que ella la hubiera puesto en un lugar seguro. Se preguntó qué otras bombas
podrían estar en ella.
—Ella nunca vendió el sinte en ese barco, ¿verdad? —preguntó ella
—No. En ese momento, me di cuenta de que necesitaba a alguien con acceso al
templo para tomar el Cuerno; yo hubiese sido fácil de notar. Así que cuando ella robó
el video de pruebas con el sinte, tuve la oportunidad de usarla.
Bryce dio otro paso más.
—Tú pusiste el sinte a las calles.
Micah continuó siguiéndola.
—Sí. Sabía que la constante necesidad de Danika de ser la héroe la enviaría a
cazarlo, para salvar a la Chusma de Lunathion de destruirse a sí mismos con él. Ella
consiguió agarrar la mayoría del sinte, pero no todo. Cuando le dije que la había visto
en el río, cuando le dije que nadie creería que la Princesa de las Fiestas estaba
tratando de sacar la droga de las calles, sus manos estaban atadas. Le dije que me
olvidaría de eso si ella me hacía un pequeño favor, justo en el momento indicado.
—Causaste el apagón esa noche que ella robó el Cuerno.
—Lo hice. Pero subestimé a Danika. Había desconfiado de mi interés en el sinte
mucho antes de que lo filtrara a las calles, y cuando la chantajeé para que robara el
Cuerno, ella debió darse cuenta de la conexión entre los dos. Que el Cuerno podría
ser reparado por sinte.
—¿Entonces la mataste por eso? —Otro paso, otra pregunta para comprarse
tiempo.
—La maté porque escondió el Cuerno antes de que pudiera repararlo con el
sinte. Y así ayudar a mi gente.
—Creo que solo tu poder sería suficiente para eso —dijo Bryce, como si
intentara halagarlo para salvarse.
El Arcángel lució realmente triste por un momento.
—Incluso mi poder no es suficiente para ayudarlos. Para mantener la guerra en
las costas de Valbara. Para eso, necesito ayuda más allá de nuestro propio mundo. El
Cuerno abrirá un portal y me permitirá convocar a un ejército para diezmar a los
rebeldes humanos y poner fin a su destrucción sin sentido.
—¿Cuál mundo? —preguntó Bryce, palideciendo—. ¿Hel?
—Hel se resistiría a arrodillarse ante mí. Pero la tradición antigua susurra que
existen otros mundos que se inclinarían ante un poder como el mío... y se inclinarían
ante el Cuerno. —Él sonrió, frío como un pez de aguas profundas—. El que posea el
Cuerno a pleno poder puede hacer cualquier cosa. Quizás establecerse como un
Asteri.
—Su poder es nacido, no hecho —espetó Bryce, incluso cuando su rostro estaba
tan pálido.
—Con el Cuerno, no necesitarías heredar el poder de una estrella para gobernar.
Y los Asteri lo reconocerían. Me darían la bienvenida como uno de ellos. —Otra risa
suave.
—Mataste a esos dos estudiantes de la UCC.
—No. Fueron asesinados por un sátiro con alto contenido de sinte mientras
Danika estaba ocupada robando el Cuerno esa noche. Estoy seguro de que la culpa
se la comió.
Bryce estaba temblando. Hunt también.
—¿Entonces fuiste al departamento y la mataste a ella y a la Manada de
Demonios?
—Esperé hasta que Philip Briggs fue liberado.
—Él tenía la sal negra en su laboratorio que lo incriminaría —murmuró Bryce.
—Sí. Una vez que él estuvo suelto, fui al apartamento de Danika, tu
apartamento, inmovilicé a la Manada de Demonios con mi poder e inyecté el sinte a
ella. Y observé cómo los destrozaba antes de matarse a sí misma.
Bryce estaba llorando en serio ahora.
—Pero ella no te lo dijo. Dónde estaba el Cuerno.
Micah se encogió de hombros.
—Ella aguantó.
—¿Y qué… convocaste al kristallos para cubrir tus huellas? ¿Dejar que te atacara
en el callejón para evitar que tus triarii sospecharan de ti? ¿O simplemente para
darte una razón para controlar este caso tan de cerca sin levantar sospechas? ¿Y
luego esperaste dos jodidos años?
Él frunció el ceño.
—He pasado estos últimos dos años buscando el Cuerno, convocando kristallos
para que lo rastrearan, pero no pude encontrar rastro de él. Hasta que me di cuenta
de que yo no tenía que hacer el trabajo duro. Porque tú, Bryce Quinlan, fuiste la clave
para encontrar el Cuerno. Ya sabía que Danika lo había escondido en alguna parte, y
tú, si te diera una oportunidad de venganza, me llevarías a él. Todo mi poder no pudo
encontrarlo, pero tú… la amabas. Y el poder de tu amor me daría el Cuerno.
Alimentaría tu necesidad de justicia y te llevaría directamente a él. —Micah
resopló—. Pero había una posibilidad de que no llegaras tan lejos, no sola. Así que
planté una semilla en la mente del Rey de Otoño.
Todos en la sala miraron al macho Fae con rostro de piedra.
—Él te usó como un jodido violín —gruñó Ruhn a su padre.
Los ojos ambarinos del Rey de Otoño brillaron con una furia candente. Pero
Micah continuó antes de que él pudiera hablar.
—Sabía que un poco de burla sobre el poder menguante de los Fae, sobre la
pérdida del Cuerno, irritaría su orgullo solo lo suficiente como para ordenarle a su
hijo Nacido de la Estrella que lo buscara.
Bryce dejó escapar un largo suspiro.
—Entonces, si yo no podía encontrarlo, entonces Ruhn podría.
Ruhn parpadeó.
—Yo, cada vez que salía a buscar el Cuerno... —Él palideció—. Siempre tuve la
necesidad de ir a Bryce. —Se giró en su asiento para encontrarse con la mirada de
Hunt y le dijo mentalmente: Pensé que era la galería, algo del conocimiento allí, pero...
mierda, era ella.
Tu conexión de Nacido de la Estrella con ella y el Cuerno debe haber superado
incluso el poder del amuleto Arcano, respondió Hunt. Eso es un gran vínculo, Príncipe.
—¿Invocar al kristallos estos meses? ¿Los asesinatos? —exigió Bryce.
—Invoqué al kristallos para darles un empujón a ustedes dos, para asegurarme
de que se mantuviera lo suficientemente fuera del alcance de la cámara, sabiendo
que su conexión con el Cuerno los conduciría hacia él. Inyectar a Tertian, la acólita y
el guardia del templo con el sinte, dejarlos destrozarse, también fue para incitarlos
a los dos. A Tertian, para darnos la excusa de acudir a ti para esta investigación, y a
los demás para seguir dirigiéndote hacia el Cuerno. Tomé a dos personas del templo
que estaban de guardia la noche que Danika lo robó —dijo Micah arrastrando las
palabras.
—¿Y el bombardeo en el Cuervo Blanco con una imagen del Cuerno en la caja?
¿Otro empujón?
—Sí, y para levantar sospechas de que los humanos estaban detrás de todo.
Planté bombas en toda la ciudad, en lugares donde pensé que irías. Cuando la
ubicación del teléfono de Athalar estuvo en el club, supe que los dioses me estaban
ayudando. Así que la detoné remotamente.
—Pude haber muerto.
—Tal vez. Pero estaba dispuesto a apostar que Athalar te protegería. ¿Y por qué
no causar un poco de caos para provocar más resentimiento entre los humanos y los
Vanir? Solo facilitaría convencer a otros de la sabiduría de mi plan para poner fin a
este conflicto. Especialmente a un costo que la mayoría consideraría demasiado alto.
La cabeza de Hunt se sentía ligera. Nadie en la sala habló.
Bryce desaceleró su retirada mientras hacía una mueca de dolor.
—¿Y el edificio? Pensé que había sido Hunt, pero no fue así, ¿verdad? Fuiste tu.
—Sí. La solicitud de tu arrendador fue a todos mis triarii. Y a mí. Sabía que
Danika no había dejado nada allí. Pero para entonces, Bryce Quinlan, estaba
disfrutando de verte retorcerte. Sabía que el plan de Athalar para adquirir el sinte
pronto quedaría expuesto, y supuse que estarías dispuesta a creer lo peor de él. Que
había usado el rayo en sus venas para poner en peligro a personas inocentes. Es un
asesino. Pensé que podrías necesitar un recordatorio. Que jugara con la culpa de
Athalar fue una bendición inesperada.
Hunt ignoró los ojos que miraban en su dirección. El jodido imbécil nunca había
planeado honrar su trato. Si hubiera resuelto el caso, Micah lo habría matado.
Matado a los dos. Lo habían usado como un jodido tonto.
Bryce preguntó, con voz cruda.
—¿Cuándo comenzaste a pensar que era yo?
—Esa noche que el demonio atacó a Athalar en el jardín. Más tarde me di cuenta
de que probablemente había entrado en contacto con uno de los artículos
personales de Danika, que debió haber estado en contacto con el Cuerno.
Hunt había tocado la chaqueta de cuero de Danika ese día. Sacó su aroma de él.
—Una vez que saqué a Athalar de las calles, volví a convocar al kristallos, y fue
directo a ti. Lo único que había cambiado era que finalmente, finalmente, te quitaste
el amuleto. Y entonces… —Él se rio entre dientes—. Miré las fotos de Hunt Athalar
de su tiempo juntos. Incluyendo esa de tu espalda. El tatuaje que había sido
entintado ahí días antes de la muerte de Danika, según la lista de las últimas
ubicaciones de Danika que Ruhn Danaan te envió a ti y a Athalar, cuya cuenta es
fácilmente accesible para mí.
Los dedos de Bryce se curvaron en la alfombra, como si hubiera brotado garras.
—¿Cómo sabes que el Cuerno funcionará ahora que está en mi espalda?
—La forma física del cuerno no importa. Ya sea que esté diseñado como un
cuerno, un collar o un polvo mezclado con tinta de bruja, su poder es el mismo.
Hunt maldijo en silencio. Él y Bryce nunca habían visitado el salón de tatuajes.
Bryce había dicho que sabía por qué Danika estaba allí.
Micah continuó hablando.
»Danika sabía que el amuleto Arcano te escondería de cualquier detección,
mágica o demoníaca. Con ese amuleto, eras invisible para los kristallos, criados para
cazar el Cuerno. Sospecho que ella sabía que Jesiba Roga tiene encantamientos
similares en esta galería, y tal vez Danika colocó algunos en sus apartamentos, el
antiguo y el que le te dejó, para asegurarse de que estuvieras aún más oculta.
Hunt escaneó las imágenes de la cámara de la galería desde la calle. ¿Dónde
mierda estaba el Aux?
—¿Y pensaste que nadie resolvería esto? ¿Qué hay del testimonio de Briggs? —
escupió Bryce.
—Briggs es un fanático delirante que fue atrapado por Danika antes de un
bombardeo planeado. Nadie escucharía sus súplicas de inocencia. —Especialmente
cuando su abogado había sido provisto por Micah.
Bryce levantó la vista hacia la cámara. Como si estuviera comprobando que
estaba encendida.
—Ella ha estado haciéndolo hablar para obtener una confesión completa —
susurró Sabine
A pesar del terror que apretaba su cuerpo, el orgullo estalló en Hunt.
—Y aquí estamos. —Micah sonrió de nuevo.
—Eres un pedazo de mierda —dijo Bryce.
Pero entonces Micah buscó algo en el bolsillo de su chaqueta. Sacó una jeringa.
Llena de líquido claro.
—Llamarme así no me va a impedir que use el Cuerno.
El aliento de Hunt le atravesó el pecho.
Micah avanzó hacia ella.
»Los restos del Cuerno ahora están incrustados en tu carne. Cuando te inyecte
sinte, las propiedades curativas en él se enfocarán y arreglarán lo que se encuentre
roto. Y el Cuerno volverá a estar completo. Listo para yo saber si funciona.
—Te arriesgarías a abrir un portal a otro jodido mundo en medio de Ciudad
Crescent —escupió ella, avanzando lentamente—. ¿Solo para saber si funciona?
—Si estoy en lo cierto, los beneficios superarán con creces cualquier número de
víctimas —respondió Micah suavemente mientras una gota de líquido brillaba en la
punta de la jeringa—. Lástima que no sobrevivirás a los efectos secundarios del sinte
para verlo por ti misma.
Bryce se lanzó a buscar un libro en un estante bajo a lo largo de las escaleras,
pero Micah la detuvo con una correa de viento.
Su rostro se arrugó cuando el Arcángel se arrodilló sobre ella.
—No.
Esto no pudo suceder; Hunt no podía permitir que esto sucediera.
Pero Bryce no podía hacer nada, Hunt no podía hacer nada, mientras Micah
clavaba la aguja en el muslo de ella. Vaciándola hasta la empuñadura. Ella gritó,
sacudiéndose, pero Micah dio un paso atrás.
Su poder debe haber disminuido su control sobre ella, porque ella se hundió en
los escalones alfombrados.
El bastardo miró el reloj. Evaluando cuánto tiempo quedaba hasta que se
desgarrara a sí misma. Y lentamente, las heridas en su cuerpo maltratado
comenzaron a sanar. Su labio partido se curó por completo, aunque la herida
profunda hasta los huesos en su muslo se unía mucho más lentamente.
Sonriendo, Micah buscó el tatuaje en su espalda expuesta.
—¿Lo hacemos?
Pero Bryce se movió de nuevo, y esta vez el poder de Micah no la atrapó antes
de que ella tomara un libro del estante y lo agarrara con fuerza.
La luz dorada surgió del libro, una burbuja contra la cual la mano de Micah
rebotó. Él empujó. La burbuja no cedería.
Gracias a los dioses Si pudiera comprarse solo unos minutos más hasta que
llegara la ayuda... pero ¿qué podría hacer una manada del Auxiliado contra un
Arcángel? Hunt se tensó contra sus ataduras invisibles. Recorrió su memoria por
cualquier cosa que pudiera hacerse, cualquiera que quedara en esa jodida ciudad
que pudiera ayudarlo...
—Muy bien —dijo Micah, esa sonrisa permaneció en su lugar mientras volvía a
probar la barrera dorada—. Hay otras formas de lograr que cedas.
Bryce estaba temblando en su burbuja dorada. El corazón de Hunt se detuvo
cuando Micah bajó los escalones del entrepiso. Dirigiéndose directamente hacia
donde Syrinx se encogía detrás del sofá.
—No. —Bryce respiró—. No…
La quimera se sacudió y mordió al Arcángel, quien lo agarró por el cuello.
Bryce dejó caer el libro. La burbuja dorada se desvaneció. Pero cuando ella trató
de levantarse sobre su pierna que aún estaba sanando, se derrumbó. Incluso el sinte
no pudo sanarla lo suficientemente rápido como para soportar peso.
Micah estaba moviendo a Syrinx. Hacia el tanque.
—POR FAVOR —gritó Bryce. De nuevo, ella trató de moverse. Otra vez, otra vez,
otra vez.
Pero Micah ni siquiera titubeó cuando abrió la puerta de las pequeñas escaleras
que conducían a la parte superior del tanque del nøkk. Los gritos de Bryce fueron
interminables.
Declan cambió el video a una cámara encima del tanque, justo cuando Micah
abrió la escotilla de alimentación. Y arrojó Syrinx al agua.
78
Traducido por Andie
Corregido por Lieve
Él no podía nadar.
Syrinx no podía nadar. No tenía ninguna posibilidad de salir, liberarse del
nøkk...
Desde su ángulo inferior, Bryce solo podía vislumbrar el fondo de las frenéticas
y desesperadas piernas de Syrinx mientras luchaba por mantenerse en la superficie.
Ella dejó caer el libro, la burbuja dorada se rompió e intentó ponerse de pie.
Micah bajó de la escalera del tanque. Su poder la golpeó un momento después.
La giró, sujetándola boca abajo en las escaleras alfombradas. Exponiéndola a él.
Ella se retorció, el dolor menguante en su pierna secundario al entumecimiento
hormigueante arrastrándose por su sangre. Syrinx se estaba ahogando, él estaba...
Micah se cernía sobre ella. Estiró el brazo hacia el estante. Sus hormigueantes
dedos rozaron los títulos. En el Número Divino; La Muerte Caminante; El Libro de los
Respiros; La Reina con Muchas Caras…
Syrinx estaba golpeando y golpeando, todavía luchando tan duro...
Y luego Micah envió una explosión de llamas al rojo vivo directamente a su
espalda. Al Cuerno.
Ella gritó, incluso cuando el fuego no ardía, sino que fue absorbido por la tinta,
la energía bruta la llenó, la llama se convirtió en hielo y se rompió en su sangre como
glaciares cambiantes.
El aire en la habitación parecía absorberse a sí mismo, más y más y más y más...
Se expulsó hacia afuera en una violenta onda. Bryce gritó, la escarcha en sus
venas chisporroteaba en una agonía ardiente. Arriba, el vidrio se rompió. Y entonces
nada.
Nada. Ella se estremeció en el suelo, hormigueante hielo y llamas ardientes
recorriéndola.
Micah miró a su alrededor. Esperado.
Bryce apenas podía respirar, temblando mientras esperaba que se abriera un
portal, que apareciera algún agujero en otro mundo. Pero no ocurrió nada.
La decepción parpadeó en los ojos de Micah antes de decir:
—Interesante.
La palabra le dijo lo suficiente: volvería a intentarlo. Y otra vez. No importaría
si estaba viva o era un montón de pulpa autodestruida. Su cuerpo aún llevaría la
tinta del Cuerno, el mismísimo Cuerno. Él se arrastraría con su cadáver si fuera
necesario hasta que encontrara la manera de abrir un portal a otro mundo.
Ella lo había descubierto en las horas posteriores al ataque de los kristallos en
el muelle, cuando se había visto en el espejo. Y comenzó a sospechar que el tatuaje
en su espalda no estaba en ningún alfabeto que ella conociera porque no era un
alfabeto. No uno de Midgard. Había vuelto a mirar todos los lugares que Danika
había visitado la semana pasada, y vio que solo la tienda de tatuajes había quedado
sin revisar. Entonces se dio cuenta de que el amuleto había desaparecido y había
sido atacada. Al igual que Hunt había sido atacado por el kristallos en el parque,
después de tocar la chaqueta de Danika en la galería. Llena del aroma de Danika,
impregnada del Cuerno.
Bryce se esforzó, empujándose contra el agarre invisible del poder de Micah.
Los dedos de ella rozaron un lomo de libro púrpura oscuro.
Syrinx, Syrinx, Syrinx…
—Quizás tallar el Cuerno de ti sea más efectivo —murmuró Micah. Un cuchillo
zumbó libre de la vaina en su muslo—. Me temo que esto dolerá.
El dedo de Bryce se enganchó en el borde de la columna del libro. Por favor.
No se movió. Micah se arrodilló sobre ella.
Por favor, le rogó al libro. Por favor.
Se deslizó hacia sus dedos.
Bryce sacó el libro de su estante y abrió las páginas.
Una luz verdosa salió de él. Justo al pecho de Micah.
Lo envió disparado volando al otro lado de la biblioteca, justo a la entrada
abierta al baño.
Hacia donde Lehabah esperaba en las sombras de la puerta del baño, un
pequeño libro en sus propias manos, cuyas páginas abrió para desatar otra
explosión de poder contra la puerta, impulsando el cierre.
El poder del libro siseó sobre la puerta del baño, sellándola bien. Encerrando al
Arcángel adentro.
Hunt no podía respirar cuando el nøkk estrelló a Bryce contra el vidrio del
tanque con tanta fuerza que se agrietó.
El impacto la sacó de su aturdido estupor, justo cuando el nøkk le golpeó el
rostro.
Ella esquivó a la izquierda, pero todavía tenía sus garras en los hombros,
cortándole la piel. Ella se estiró para agarrar el cuchillo que había atado a su muslo…
El nøkk le quitó el cuchillo de las manos y lo arrojó a la penumbra acuosa.
Esto era todo. Así era como ella moriría. No por la mano de Micah, no por el sinte
en su cuerpo, sino al ser destrozada por el nøkk.
Hunt no podía hacer nada, nada, nada, cuando el nøkk de nuevo golpeó el rostro
de ella…
Bryce se movió de nuevo. Lanzándose no en busca de un arma oculta, sino por
otro tipo de ataque.
Golpeó su mano derecha en el abdomen bajo del nøkk y cavó dentro del pliegue
frontal casi invisible. Sucedió tan rápido que Hunt no estaba seguro de lo que ella
había hecho. Hasta que ella retorció su muñeca y el nøkk se arqueó de dolor.
Las burbujas se filtraron de la boca de Bryce cuando ella le retorció las bolas
con más fuerza…
Cada macho en el Foso se estremeció.
El nøkk la soltó, cayendo hacia el fondo. Era la apertura que Bryce necesitaba.
Ella retrocedió contra el cristal roto, apoyó las piernas y empujó.
Se lanzó hacia las amplias aguas. La sangre de la herida de su cabeza fluyó a su
paso, incluso cuando el sinte curó la herida y evitó que el golpe la dejara
inconsciente.
La plataforma volvió a caer al agua. Lehabah la había enviado. Una línea de vida
final. Bryce dio una patada de delfín con los brazos apuntando frente a ella. La sangre
se arremolinaba con cada movimiento ondulante.
En el fondo rocoso del tanque, el nøkk se había recuperado, y ahora mostró los
dientes a la hembra que huía. Ira fundida brillaba en sus ojos lechosos.
—Sigue nadando, Bryce —gruñó Tharion—. No mires atrás.
La plataforma alcanzó su nivel más bajo. Bryce nadó con los dientes apretados.
El instinto de respirar tenía que ser horrible.
Vamos, rezó Hunt. Vamos.
Los dedos de Bryce se envolvieron alrededor de la parte inferior de la
plataforma. Luego el borde. El nøkk cargó desde las profundidades, furia y muerte
ardiendo en su monstruoso rostro.
—No te detengas, Bryce —advirtió Fury Axtar en la pantalla.
Bryce no lo hizo. Mano a mano, trepó la cadena ascendente, luchando con cada
pie moviéndola hacia la superficie.
A tres metros de la superficie. El nøkk se lanzó hacia la base de la plataforma.
A metro y medio. El nøkk subió por la cadena, acercándose los talones de ella.
Bryce salió a la superficie con un jadeo, sus brazos agarrando lo que fuera,
arrastrándose, arrastrándose…
Ella sacó su pecho. Su estómago. Sus piernas.
Las manos del nøkk salieron del agua, estirándose a por ella.
Pero Bryce había salido de su alcance. Y ahora jadeaba, goteando agua en el piso.
Su cabeza curada sin rastro de daño.
El nøkk, incapaz de soportar el toque del aire, cayó debajo de la superficie justo
cuando la plataforma de alimentación se detuvo, sellando el acceso al agua.
—Jodido Hel —susurró Fury, pasando sus manos temblorosas sobre su
rostro—. Jodido Hel.
Bryce corrió hacia un Syrinx que no respondía y le preguntó a Lehabah:
—¿Nada?
—No, está…
Bryce comenzó las compresiones en su pecho, dos dedos en el centro del pecho
empapado de la quimera. Ella cerró la mandíbula de él y sopló en sus fosas nasales.
Lo hizo de nuevo. De nuevo. De nuevo.
Ella no hablo. No le rogó a ninguno de los dioses mientras intentaba resucitarlo.
En una pantalla que tenía un video del otro lado de la habitación, la puerta del
baño crujió bajo los golpes de Micah. Ella tenía que salir de ahí. Tenía que correr
ahora, o la romperían hasta ser fragmentos de hueso…
Bryce se quedó. Seguí luchando por la vida de la quimera.
—¿Puedes hablar a través del audio? —preguntó Ruhn a Declan y Jesiba—.
¿Puedes comunicarnos con ella? —Señaló la pantalla—. Díganle que se vaya
jodidamente de ahí.
Jesiba habló en voz baja, con el rostro ceniciento.
—Es solo unidireccional.
Bryce mantuvo las compresiones en el pecho de Syrinx, su cabello empapado
goteaba, su piel era azulada bajo la luz del tanque, como si fuera un cadáver. Y luego
arañó su espalda, cubierta solo por su sostén deportivo negro. El Cuerno.
Incluso si saliera de la galería, si de alguna manera sobreviviera al sinte, Micah...
Syrinx se sacudió, vomitando agua. Bryce dejó escapar un sollozo, pero le dio la
vuelta a la quimera, dejándolo toser. Él medio convulsionó, vomitando agua de
nuevo, jadeando con cada respiración.
Lehabah había arrastrado una camisa por los escalones desde uno de los
cajones del escritorio. Se la entregó y Bryce la cambió por su camisa arruinada antes
de recoger al todavía débil Syrinx en sus brazos e intentar ponerse de pie.
Ella gimió de dolor, casi dejando caer Syrinx mientras su pierna soltaba sangre
en el agua debajo.
Hunt había estado tan concentrado en la herida en la cabeza que no había visto
al nøkk cortarle la pantorrilla, donde la carne visible a través de sus leggins estaba
medio desmenuzada.
Todavía sanando lentamente. El nøkk debe haber clavado sus garras hasta el
hueso si la lesión era tan severa que el sinte todavía lo estaba uniendo.
—Tenemos que correr. Ahora. Antes de que él salga —dijo Bryce. No esperó a
que Lehabah respondiera mientras lograba ponerse de pie, cargando Syrinx.
Ella cojeaba… muy mal. Y se movió muy, muy lentamente hacia las escaleras.
La puerta del baño se calentó de nuevo, el metal al rojo vivo cuando Micah
intentó derretirla.
Bryce jadeó entre dientes, un siseo salía con cada paso. Tratando de dominar el
dolor que el sinte aún no había quitado. Tratando de arrastrar una quimera de trece
kilos con una pierna destrozada.
La puerta del baño pulsaba con luz, chispas volando de sus grietas. Bryce llegó
a la biblioteca, dio un paso cojeando hacia las escaleras principales hasta la sala de
exposición y gimió.
—Déjalo —gruñó el Rey de Otoño—. Deja la quimera.
Hunt sabía, incluso antes de que Bryce diera otro paso, que no lo haría. Que
preferiría que un Arcángel le desollara la espalda antes que dejar atrás a Syrinx. Y
pudo ver que Lehabah también lo sabía.
Bryce estaba a un tercio de las escaleras, con chispas volando desde la puerta
del baño al otro lado de la biblioteca detrás de ellos, cuando se dio cuenta de que
Lehabah no estaba con ella.
Bryce se detuvo, jadeando por el dolor en su pantorrilla que incluso el sinte no
podía opacar, y miró hacia la base de las escaleras de la biblioteca.
—Olvida los libros, Lehabah —suplicó ella.
Si sobrevivían, mataría a Jesiba por hacer dudar a la duendecilla. La mataría.
Sin embargo, Lehabah no se movió.
»Lehabah —dijo Bryce, su nombre era una orden.
—No llegarás a tiempo, BB —dijo Lehabah suavemente, tristemente.
Bryce dio un paso adelante, el dolor le ardía en la pantorrilla. Cada movimiento
seguía abriéndola, una batalla cuesta arriba contra el sinte que intentaba curarla.
Antes de que destrozara su cordura. Se tragó el grito y dijo:
—Tenemos que intentarlo.
—No nosotros —susurró Lehabah—. Tú.
Bryce sintió que su rostro se drenaba de cualquier color restante.
—No puedes. —Su voz se quebró.
—Sí puedo —dijo Lehabah—. Los encantamientos no lo retendrán por mucho
más tiempo. Déjame comprarte tiempo.
Bryce siguió moviéndose, apretando los dientes.
—Podemos resolver esto. Podemos salir juntos...
—No.
Bryce miró hacia atrás para encontrar a Lehabah sonriendo suavemente.
Todavía en la base de las escaleras.
—Déjame hacer esto por ti, BB. Por ti y por Syrinx.
Bryce no pudo evitar el sollozo que se le escapó.
—Eres libre, Lehabah.
Las palabras recorrieron la biblioteca mientras Bryce lloraba.
»Cambié tu libertad con Jesiba la semana pasada. Tengo los papeles en mi
escritorio. Quería organizar una fiesta para sorprenderte. —La puerta del baño
comenzó a doblarse, doblarse. Bryce sollozó—: Te compré, y ahora te liberé,
Lehabah.
La sonrisa de Lehabah no vaciló.
—Lo sé —dijo—. Revisé tu cajón.
Y a pesar de que el monstruo intentaba liberarse detrás de ellos, Bryce se ahogó
en una carcajada antes de rogarle:
—Eres libre, no tienes que hacer esto. Eres libre, Lehabah.
Sin embargo, Lehabah permaneció al pie de las escaleras.
—Entonces hazle saber al mundo que mi primer acto de libertad fue ayudar a
mis amigos.
Syrinx se movió en los brazos de Bryce, un sonido bajo y doloroso salió de él.
Bryce pensó que podría ser el sonido que estaba haciendo su propia alma mientras
susurraba, incapaz de soportar esta elección, en este momento:
—Te amo, Lehabah.
Las únicas palabras que alguna vez importaron.
—Y yo siempre te amaré, BB. —La duendecilla del fuego respiró—. Vete.
Y Bryce lo hizo. Con los dientes apretados y un grito que se le escapó, Bryce se
levantó a ella y a Syrinx subió las escaleras. Hacia la puerta de hierro en la parte
superior. Y hacia cualquier momento que les comprara si el sinte no la destruía
primero.
La puerta del baño gimió.
Bryce miró hacia atrás, solo una vez. A la amiga que se había quedado con ella
cuando nadie más lo había hecho. Quien se había negado a ser cualquier cosa menos
alegre, incluso frente a la oscuridad que se había tragado a Bryce por completo.
Lehabah quemó de un color rubí profundo y firme y comenzó a moverse.
Primero, un movimiento de sus brazos hacia arriba. Luego un arco hacia abajo.
Un giro, el cabello giró en espiral sobre su cabeza. Un baile, para invocar su poder.
Cualquiera que sea el núcleo que pueda tener un duendecillo de fuego.
Un resplandor se extendió por el cuerpo de Lehabah.
Entonces Bryce subió. Y con cada doloroso paso hacia arriba, podía escuchar a
Lehabah susurrar, casi cantando:
—Soy descendiente de Ranthia Drahl, Reina de las Ascuas. Ella está conmigo
ahora y no tengo miedo.
Bryce llegó a lo alto de la escalera.
»Mis amigos están detrás de mí, y los protegeré —susurró Lehabah.
Gritando, Bryce empujó la puerta de la biblioteca. Hasta que se cerró de golpe,
los encantamientos sellaron, cortaron la voz de Lehabah y Bryce se apoyó contra
ella, deslizándose al suelo mientras sollozaba entre dientes.
Bryce había llegado a la sala de exposición y cerró la puerta de hierro detrás de
ella. Gracias a los dioses por eso, gracias a los malditos dioses.
Sin embargo, Hunt no podía apartar la vista del video de la biblioteca, donde
Lehabah todavía se movía, aún convocaba su poder, repitiendo las palabras una y
otra vez.
—Soy descendiente de Ranthia Drahl, Reina de las Ascuas. Ella está conmigo
ahora y no tengo miedo.
Lehabah brillaba, brillante como el corazón de una estrella.
»Mis amigos están detrás de mí, y los protegeré.
La parte superior de la puerta del baño comenzó a abrirse.
Y Lehabah desató su poder. Tres golpes. Perfectamente dirigidos.
No a la puerta del baño y al Arcángel detrás de ella. No, Lehabah no podría frenar
a Micah.
Pero cien mil galones de agua lo harían.
Las brillantes ráfagas de poder de Lehabah se estrellaron contra el tanque de
vidrio. Justo encima de la grieta que Bryce había hecho cuando el nøkk la estrelló
contra ella.
La criatura, sintiendo la conmoción, se levantó de las rocas. Y retrocedió
horrorizado cuando Lehabah atacó de nuevo. De nuevo. El cristal se quebró aún más.
Y luego Lehabah se arrojó contra la grieta. Empujó su pequeño cuerpo contra el
vidrio.
Ella seguía susurrando las palabras una y otra vez. Se transformaron en una sola
frase, una oración, un desafío.
—Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.
Hunt tomó el control suficiente de su cuerpo como para poder poner una mano
sobre su corazón. El único saludo que podía hacer cuando las palabras de Lehabah
susurraron a través de los altavoces.
—Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.
Uno por uno, los ángeles en la 33ra se pusieron de pie. Entonces Ruhn y sus
amigos. Y ellos también pusieron sus manos en sus corazones mientras la más
pequeña de su Casa se empujaba y empujaba contra el vidrio, ardiendo de color oro
mientras el nøkk intentaban huir a cualquier lugar donde pudiera sobrevivir a lo que
estaba por venir.
Una y otra vez, Lehabah susurró:
—Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.
Se formó una tela de araña en el cristal.
Todos en la sala de conferencias se pusieron de pie. Solo Sandriel, su atención
fija en la pantalla, no lo notó. Todos se pusieron de pie, y dieron testimonio de la
duendecilla que llevó su muerte sobre ella, sobre el nøkk, para salvar a sus amigos.
Era todo lo que podían ofrecerle, este respeto y honor final.
Lehabah todavía se empujaba contra el vidrio. Todavía temblaba de terror. Sin
embargo, ella no se detuvo. Ni por un latido.
—Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.
La puerta del baño se abrió, el metal se hizo a un lado para revelar a Micah,
brillando como si acabara de nacer, como si hubiera desgarrado este mundo.
Inspeccionó la biblioteca, con los ojos fijos en Lehabah y la pared del tanque
agrietada.
La duendecilla se giró, su espalda presionada contra el cristal. Ella siseó a Micah:
—Esto es por Syrinx.
Ella golpeó su pequeña palma ardiente contra el cristal.
Y cien mil galones de agua explotaron en la biblioteca.
80
Traducido por Catt
Corregido por Lieve
Hunt sabía que Lehabah fue asesinada al instante, tan seguramente como una
antorcha hundiéndose en un cubo de agua.
La ola arrojó al nøkk sobre el entrepiso, donde se sacudió, ahogándose en aire
mientras se comía su piel. Incluso arrojó a Micah de vuelta al baño.
Hunt solo miraba y miraba. La duendecilla se había ido.
—Mierda. —Ruhn estaba susurrando.
—¿Dónde está Bryce? —preguntó Fury.
El piso principal de la galería estaba vacío. La puerta principal estaba abierta,
pero...
—Santa mierda —susurró Flynn.
Bryce estaba corriendo por las escaleras. A la oficina de Jesiba. Solo el sinte
alimentaba esa carrera corta. Solo esa droga podría anular el dolor. Y la razón.
Bryce dejó a Syrinx en el suelo cuando entró en la oficina, y luego saltó sobre el
escritorio. A la pistola desmontada y colgada en la pared encima de ella.
El Rifle Matadioses.
—Ella lo va a matar —susurró Ruhn—. Ella lo va a matar por lo que le hizo
a Danika y a la manada. —Antes de sucumbir al sinte, Bryce le ofrecería a sus amigos
nada menos que esto. Sus últimos momentos de claridad. De su vida.
Sabine guardó silencio como la muerte. Pero temblaba salvajemente.
Las rodillas de Hunt cedieron. No podía ver esto. No miraría esto.
El poder de Micah retumbó en la biblioteca. Separó el agua mientras él surcaba
el espacio.
Bryce agarró las cuatro partes del Rifle Matadioses montado en la pared y las
arrojó al escritorio. Abrió la puerta de la caja fuerte y metió la mano. Sacó un frasco
de vidrio y tragó algún tipo de poción, ¿otra droga? ¿quién sabía lo que la hechicera
guardaba allí?, y luego sacó una delgada bala dorada.
Tenía quince centímetros de largo, su superficie grabada con un cráneo
sonriente y alado en un lado. Por el otro lado, dos palabras simples:
Memento Mori.
Recuerda que morirás. Ahora parecían más una promesa que el leve
recordatorio del Mercado de Carne.
Bryce apretó la bala entre sus dientes mientras arrastraba la primera pieza del
rifle hacia ella. Ajustó la segunda.
Micah subió las escaleras, era la muerte encarnada.
Bryce se giró hacia la ventana interior abierta. Extendió una mano y la tercera
pieza del rifle, el cañón, voló del escritorio a sus dedos extendidos, gracias a la magia
que no poseía naturalmente, gracias al sinte que corría por sus venas. Unos pocos
movimientos la hicieron ponerlo en su lugar.
Corrió hacia la ventana rota, armando el rifle a medida que avanzaba,
convocando la pieza final del escritorio con un viento invisible, esa bala dorada aún
apretada en sus dientes.
Hunt nunca había visto a nadie armar un arma sin mirarla, corriendo hacia un
objetivo. Como si lo hubiera hecho mil veces.
Ella lo había hecho, recordó Hunt.
Bryce podría haber sido concebida por el Rey de Otoño, pero ella era la hija
de Randall Silago. Y el legendario francotirador le había enseñado bien.
Bryce colocó la última pieza en su lugar y se dejó caer, finalmente cargando la
bala. Se detuvo frente a la ventana abierta, poniéndose de rodillas mientras apoyaba
al Matadioses contra su hombro.
Y en los dos segundos que le tomó a Bryce alinear su tiro, en los dos segundos
que le tomó soltar una respiración estable, Hunt sabía que esos segundos eran
de Lehabah. Sabía que eso era lo que la vida de la duendecilla le había comprado a
su amiga. Lo que Lehabah le había ofrecido a Bryce, y Bryce había aceptado,
comprendiendo.
Sin oportunidad de correr. No, nunca habría escapatoria de Micah.
Lehabah le había ofrecido a Bryce los dos segundos adicionales necesarios para
matar a un Arcángel.
Micah explotó por la puerta de hierro. Metal incrustado en los paneles de
madera de la galería. El Gobernador giró hacia la puerta principal abierta. A la
trampa que Bryce había puesto al abrirla.
Para que él no levantara la vista. Así no tenía tiempo de siquiera mirar en
dirección a Bryce antes de que su dedo tirara del gatillo.
Y ella disparó esa bala a través de la jodida cabeza de Micah.
81
Traducido por Jessmddx
Corregido por Lieve
Bryce sabía que era una estúpida suerte lo que la mantenía viva. Y pura
adrenalina lo que la hizo enfocar su puntería tan claramente. Tranquilamente.
Pero con cada cuadra que despejaba a medida que el atardecer se hacía más
profundo, más lentamente se movían sus piernas. Sus reacciones se retrasaron. Le
dolían los brazos, volviéndose plomo. Cada vez que apretaba el gatillo requería un
poco más de esfuerzo.
Solo un poco más, eso era todo lo que necesitaba. Solo un poco más, hasta que
pudiera asegurarse de que todos en los Prados de Asphodel se metieran en un
refugio antes de que cerraran. No pasaría mucho tiempo.
El refugio a mitad de la cuadra permanecía abierto, las figuras mantenían la
línea frente a él mientras las familias humanas se apresuraban. La Puerta Mortal
yacía unas pocas cuadras hacia el norte, todavía abierta hacia el Hel.
Entonces Bryce se plantó en la intersección, envainando la espada de Danika
mientras levantaba nuevamente el rifle de Hunt sobre su hombro. Le quedaban seis
rondas.
Ithan estaría aquí pronto. En cualquier momento.
Un demonio surgió de una esquina y los dedos en forma de garra clavaron líneas
en los adoquines.
El rifle le mordió el hombro mientras disparaba. El demonio seguía cayendo,
deslizándose por el suelo, cuando ella apuntó el rifle y disparó nuevamente. Otro
demonio cayó.
Quedan cuatro balas.
Detrás de ella, los humanos gritaban órdenes. ¡Rápido! ¡Entren al refugio! ¡Suelta
la bolsa y corre!
Bryce disparó a un demonio que se elevaba a través de la intersección, justo al
refugio. El demonio bajó a seis metros de la entrada. Los humanos lo remataron.
Dentro de la boca abierta del refugio, los niños chillaron, los bebés lloraron.
Bryce volvió a disparar. De nuevo. De nuevo.
Otro demonio corrió a la vuelta de la esquina, corriendo hacia ella. El gatillo hizo
clic.
Fuera. Terminado. Vacío.
El demonio saltó, con las fauces abiertas para revelar hileras gemelas de dientes
afilados. Apuntando a su garganta. Bryce apenas tuvo tiempo de levantar el rifle y
meterlo entre esas fauces abiertas. El metal gruñó, y el mundo se inclinó con el
impacto.
Ella y el demonio se estrellaron contra los adoquines, sus huesos ladraron de
dolor. El demonio sujetó el rifle. Se partió en dos.
Bryce logró arrojarse hacia atrás por debajo del demonio mientras escupía las
piezas del rifle. Con sus fauces goteando saliva en las calles ensangrentadas, avanzó
hacia ella. Parecía saborear cada paso.
Con su espada envainada clavada debajo de ella, Bryce alcanzó el cuchillo en su
muslo. Como si fuera a hacer algo, como si pudiera detener esto...
El demonio se hundió sobre sus patas, preparándose para la matanza.
El suelo se sacudió detrás de ella cuando Bryce inclinó su muñeca, la hoja se
inclinó hacia arriba…
Una espada atravesó la cabeza gris del demonio.
Una espada masiva, de al menos poco más de un metro y medio de largo, llevada
por una imponente figura masculina blindada. Luces azules brillaban a lo largo de la
hoja. Y más luces fulminaron la elegante armadura negra y el casco a juego. Y en el
pecho del macho brillaba el emblema de una cobra llamativa.
Uno de los guardaespaldas Fae de la Reina Víbora.
Otros seis corrieron más allá de él, los adoquines temblaban bajo sus pies,
armas y espadas desenvainadas. No se veía ningún estupor por veneno. Solo
precisión letal.
Y junto con los guardias Fae de la Reina Víbora, llegaron lobos, zorros y caninos
de todas las razas, lanzándose a la pelea.
Bryce se puso de pie y asintió con la cabeza al guerrero que la había salvado. El
macho Fae solo se giró, sus manos revestidas de metal agarraron a un demonio por
los hombros y lo separaron con un grito poderoso. Rompió al demonio en dos.
Pero más de los peores del Hel chillaron y se dispararon a por ellos. Entonces
Bryce liberó la espada de Danika nuevamente de su espalda.
Ella convocó fuerza en su brazo, apoyándose en sus pies mientras otro demonio
galopaba calle abajo lanzándose a ella. Los cambiaformas caninos se enfrentaron a
demonios por todas partes, formando una barrera de pelaje, dientes y garras entre
la horda que se aproximaba y el refugio detrás de ellos.
Bryce corrió a su izquierda, deslizando su espada hacia arriba mientras el
demonio se alzaba sobre ella. Pero la cuchilla no atravesó el hueso ni los órganos
blandos y vulnerables que se encontraban debajo. La criatura rugió, giró y se lanzó
de nuevo. Ella apretó los dientes y levantó la espada en desafío, el demonio estaba
demasiado frenético como para darse cuenta de que se había dejado distraer.
Mientras el enorme lobo gris atacaba por detrás.
Ithan despedazó al demonio en una explosión de dientes y garras, tan rápido y
brutal que la aturdió momentáneamente. Había olvidado lo enorme que era él en
esta forma: todos los cambiaformas tenían al menos tres veces el tamaño de los
animales normales, pero Ithan siempre había sido más grande. Exactamente como
su hermano.
Ithan escupió la garganta del demonio y se movió, el lobo se convirtió en un
hombre alto en un destello de luz.
La sangre cubría su camiseta azul marino y sus jeans tanto como lo hacía con la
ropa de ella, pero antes de que pudieran hablar, sus ojos marrones brillaron con
alarma. Bryce se retorció, se encontró con el aliento rancio de un demonio que iba a
abalanzar sobre ella.
Ella se agachó y empujó la espada hacia arriba, el chillido del demonio casi le
rompió las orejas mientras dejaba que la bestia arrastrara su vientre por la hoja.
Destripándolo.
Sangre salpicó sus zapatillas deportivas y sus leggins rotos, pero se aseguró de
que la cabeza del demonio rodara antes de girarse hacia Ithan. Justo cuando él
sacaba una espada de una vaina en su espalda y mataba a otro demonio.
Sus miradas se mantuvieron, y todas las palabras que ella necesitaba decir
colgaban allí. Ella también las veía en los ojos de él cuando notó la chaqueta y espada
de quién tenía ella.
Pero ella le ofreció una sonrisa sombría. Después. Si de alguna manera
sobrevivían a esto, si pudieran durar unos minutos más y entrar al refugio...
hablarían entonces.
Ithan asintió, entendiendo.
Bryce sabía que no era solo la adrenalina lo que la impulsaba cuando volvía a la
carnicería.
Cada decisión, cada orden fluía desde un lugar que había estado demasiado
tiempo en silencio dentro de Hunt.
Él chisporroteaba con poder, el relámpago en sus venas rugía por liberarse en
el mundo, arder y desgarrar. Lo suprimió, prometió que permitiría que fluyera sin
control tan pronto como llegaran a la ciudad, pero primero tenían que llegar a la
ciudad.
Fury tembló ligeramente, como si incluso ella hubiera olvidado lo que él podía
hacer. Lo que le había hecho a Sandriel con satisfacción salvaje, hundiéndose en un
lugar de tanta ira que solo estaba su rayo y su enemigo y la amenaza que ella
representaba para Bryce. Pero Fury dijo:
—El helicóptero está aterrizando en el techo ahora.
Hunt asintió y ordenó a los ángeles restantes sin mirarlos:
—Nos moveremos.
Ninguno de ellos objetó su orden. No le había importado una mierda que se
hubieran inclinado, lo que sea que eso significara. Solo le importaba que volaran a
Lunathion tan rápido como pudieran.
Fury ya estaba en la salida, con el teléfono en la oreja. Hunt caminó detrás de
ella, a través de la habitación llena de alas susurrantes y pies pisando fuerte, pero
miró por encima del hombro.
—Danaan, Ketos, ¿vienen? —Los necesitaba a ellos.
Ruhn se puso de pie sin dudar; Tharion esperó hasta que recibió el visto bueno
de la hija de la Reina del Río antes de levantarse. Amelie Ravenscroft se adelantó,
ignorando la mirada de Sabine, y dijo:
—Yo también voy contigo. —Hunt asintió nuevamente.
Flynn ya se estaba moviendo, sin necesidad de expresar que se uniría a su
príncipe, para salvar a su princesa. Declan señaló las pantallas.
—Seré tus ojos en el campo.
—Bien —dijo Hunt, dirigiéndose a la puerta.
El Rey de Otoño y el Prime de los lobos, las únicas Cabezas de la Ciudad
presentes, permanecieron en el foso, junto con Sabine. Jesiba e Hypaxia tendrían que
mantenerlos a raya. Ninguna de las hembras reconoció a la otra, pero tampoco había
animosidad entre ellas. A Hunt no le importaba.
Silenciosamente subió las escaleras hacia el techo, con sus acompañantes detrás
de él. Estaban a treinta minutos en helicóptero de la ciudad. Tanto podría salir mal
antes de que llegaran. Y cuando finalmente lo hicieran... sería pura matanza.
El viento del helicóptero azotó el cabello negro de Fury mientras cruzaban la
plataforma de aterrizaje. Flynn los siguió de cerca, midiendo su transporte y dejó
escapar un silbido impresionado.
No era un transporte de lujo. Era un helicóptero de grado militar. Completado
con dos artilleros en cada puerta y un alijo de una variedad de pistolas y armas en
bolsas de lona atadas al suelo de él.
Fury Axtar no había venido a esta reunión esperando que fuera amigable.
Agarró los auriculares del piloto antes de lanzar su esbelto cuerpo a la cabina.
—Iré contigo —dijo Hunt, señalando al helicóptero mientras los ángeles
despegaban a su alrededor—. Mis alas aún no pueden soportar el vuelo.
Ruhn saltó al helicóptero detrás de Flynn y Amelie, y Tharion reclamó al
artillero izquierdo. Hunt permaneció en el techo, gritando órdenes a los ángeles que
partían. Establezcan un perímetro alrededor de la ciudad. Equipo Scout: investiguen
el portal. Envíen a los sobrevivientes al protocolo de intervención al menos a seis
kilómetros más allá de los muros de la ciudad. No se permitió pensar en lo fácil que
era volver al papel de comandante. Entonces Hunt estaba en el helicóptero, tomando
al artillero derecho. Fury movió interruptor tras otro en el panel de control. Hunt le
preguntó con voz ronca:
—¿Sabías lo que sucedió en el techo con Bryce y Juniper?
Lo había destrozado al escuchar a Bryce aludir a eso, que había considerado
saltar. Escuchar que había estado tan cerca de perderla incluso antes de conocerla.
Ruhn se giró hacia ellos, su rostro agonizante confirmó que él sentía lo mismo.
Fury no detuvo sus movimientos.
—Bryce fue un fantasma durante mucho tiempo, Hunt. Ella fingió que no lo era,
pero lo era. —El helicóptero finalmente se elevó en el aire—. La trajiste de vuelta a
la vida.
90
Traducido por Andie
Corregido por Lieve
—Declan dice que Bryce todavía está en la Puerta de la Plaza Antigua —informó
Fury por encima del hombro.
Hunt solo mantuvo sus ojos en el horizonte lleno de estrellas. La ciudad era una
sombra oscura, interrumpida solo por un tenue resplandor en su corazón. La Plaza
Antigua. Bryce.
—Hypaxia dice que Bryce apenas puede moverse —agregó Fury, una nota de
sorpresa en su voz plana.
—Parece que está agotada. No va a poder llegar a la próxima Puerta sin ayuda.
—¿Pero la luz de la Puerta la mantiene a salvo? —dijo Ruhn por encima del
viento.
—Hasta que los demonios dejen de temer a la luz Nacida de la Estrella. —Fury
cambió la llamada a los altavoces del helicóptero—. Emmet, el radar está captando
tres máquinas de guerra del oeste. ¿Tienes algo de eso?
Gracias a la mierda. Alguien más venía a ayudar después de todo. Si pudieran
llevar a Bryce a cada Puerta y ella pudiera reunir suficiente luz de estrellas para usar
el Cuerno, detendrían la carnicería.
Declan se tomó un momento para responder, su voz crujió a través de los
altavoces encima de Hunt.
—Se están registrando como tanques imperiales. —Su pausa hizo que Hunt
apretara más al artillero.
—Son de la Guardia Asteriana. Tienen lanzadores de misiles de azufre —aclaró
Hypaxia. Su voz se agudizó cuando le habló al Rey de Otoño y a la Prime de los
lobos—: Saquen sus fuerzas de la ciudad.
La sangre en las venas de Hunt se enfrió.
Los Asteri habían enviado a alguien para tratar con los demonios. Y con Bryce.
Iban a destruir la ciudad hasta hacerla polvo.
Los misiles de azufre no eran bombas ordinarias de productos químicos y metal.
Eran magia pura, hechos por la Guardia Asteriana: una combinación de sus poderes
angelicales de viento, lluvia y fuego en una entidad hiperconcentrada, entrelazados
con primera luz y disparados a través de maquinaria. Donde golpearan, destrucción
les seguiría.
Para hacerlos aún más mortales, eran mezclados con hechizos para retrasar la
curación. Incluso para los Vanir. El único consuelo para cualquiera en su extremo
receptor era que los misiles tardaban un tiempo en producirse, ofreciendo un
respiro entre golpes. Una pequeña comodidad para tontos.
Fury movió los botones en la pantalla de mando.
—Hablo a las Unidades Asterianas Uno, Dos y Tres, habla Fury Axtar.
Retrocedan. —No hubo respuesta—. Repito, retrocedan. Abortar la misión.
Nada.
—Son la Guardia Asteriana. No te responderán —dijo Declan.
La voz del Rey de Otoño crujió por los altavoces.
—Nadie en el Comando Imperial está respondiendo nuestras llamadas.
Fury inclinó el helicóptero, barriendo hacia el sur. Hunt los vio entonces. Los
tanques negros aproximándose por el horizonte, cada uno tan grande como una
pequeña casa. La insignia imperial pintada en sus flancos. Los tres moviéndose hacia
Ciudad Crescent.
Se detuvieron a las afueras de su frontera. Los lanzadores de metal encima de
ellos se posicionaron. Los misiles de azufre se dispararon desde los lanzadores y se
arquearon sobre los muros, ardiendo con luz dorada. Cuando el primero golpeó,
rezó para que Bryce hubiera salido de la Puerta en busca de refugio.
Bryce se atragantó con el polvo y los escombros, su pecho agitado. Ella trató de
moverse, y falló. Su columna…
No, esa era su pierna, atrapada en una maraña de concreto y hierro. Había
escuchado la explosión hace un minuto, reconoció el color dorado del azufre gracias
a la cobertura de noticias de las guerras de Pangera, y ella había corrido a través de
la plaza, apuntando hacia la puerta abierta del auditorio de ladrillo allí, esperando
que hubiera un sótano cuando golpearan.
Sus orejas rugían, zumbando. Chillando.
La puerta seguía en pie, todavía la protegía con su luz. Luz de ella, técnicamente.
Al parecer, el misil de azufre más cercano había alcanzado un barrio. Había sido
suficiente para destruir la plaza, reducir algunos edificios a escombros, pero no lo
suficiente como para diezmar el lugar.
Moverse. Ella tenía que moverse. Las otras Puertas aún estaban abiertas. Tenía
que encontrar alguna forma de llegar allí; cerrarlas también.
Ella tiró de su pierna. Para su sorpresa, las heridas menores ya se estaban
curando, mucho más rápido de lo que nunca había experimentado. Quizás el Cuerno
en su espalda ayudaba a acelerar la curación.
Estiró la mano para quitarse la losa de hormigón de encima. No se movió.
Ella jadeó entre dientes, intentando de nuevo. Habían lanzado azufre sobre la
ciudad. La Guardia Asteriana lo había disparado a ciegas sobre los muros para
destruir las Puertas o matar a los demonios.
Pero habían disparado contra su propia gente, sin importarles a quién
golpearan.
Bryce respiró hondo y constante. No hizo nada para calmarla.
Lo intentó de nuevo, con las uñas rotas por el hormigón. Pero a menos que se
cortara el pie, no se liberaría.
—Está pasando el nivel de Ruhn —respiró Declan, sin creerlo. Que la hermana
fiestera de su amigo había superado al príncipe. Que superara al jodido Ruhn
Danaan.
El rey de Declan seguía tan quiero como la muerte cuando Bryce superó el nivel
de Ruhn. Esto podría cambiar su propio orden. Una poderosa princesa mitad
humana con luz de estrellas en sus venas... jodido Hel.
Bryce comenzó a detenerse finalmente. Acercándose al nivel del Rey de Otoño.
Declan tragó saliva.
La ciudad estaba inundada de su luz. Los demonios huían de ella, corriendo a
través de los vacíos, optando por desafiar a las puertas brillantes en lugar de quedar
atrapados en Midgard.
La luz se disparó desde las puertas, siete rayos se convirtieron en uno en el
corazón de la ciudad, sobre la Puerta de la Plaza Antigua. Una calle llena de poder.
Llena de la voluntad de Bryce.
Los vacíos entre Midgard y el Hel comenzaron a encogerse. Como si la luz misma
fuera aborrecible. Como si esa primera luz pura y sin restricciones pudiera sanar al
mundo.
Y lo hizo. Los edificios destrozados por el azufre volvieron a su lugar. Los
escombros se acumularon en paredes, calles y fuentes. Las personas heridas se
recuperaron nuevamente.
Bryce redujo la velocidad aún más.
Declan apretó los dientes. Los vacíos dentro de las puertas se hicieron cada vez
más pequeños.
Los demonios se apresuraron a regresar al Hel a través de las puertas cada vez
más pequeñas. Más y más de la ciudad fue sanando cuando el Cuerno cerró los
portales. Cuando Bryce cerró los portales, el poder del Cuerno fluyó a través de ella,
amplificado por la primera luz que estaba generando.
—Santos dioses —susurró alguien.
Los vacíos entre mundos se convirtieron en astillas. Entonces fueron nada en
absoluto.
Las Puertas estaban vacías. Los portales se fueron.
Bryce se detuvo finalmente. Declan estudió el número preciso de su poder, solo
un punto decimal por encima del nivel del Rey de Otoño.
Declan dejó escapar una risa suave, deseando que Ruhn estuviera aquí para ver
la expresión de asombro del hombre.
El rostro del Rey de Otoño se tensó y le gruñó a Declan:
—Yo que tú no estaría tan presumido, muchacho.
Declan se tensó.
—¿Por qué?
—Porque esa chica puede haber usado el poder de las Puertas para caer a
niveles imprevistos, pero no será capaz de hacer el Ascenso —siseó el Rey del Otoño.
Los dedos de Declan se detuvieron en las teclas de su computadora.
El Rey de Otoño se rio sin alegría. No por malicia, se dio cuenta Declan, sino por
algo así como dolor. Nunca había sabido que el imbécil podía sentir algo así.
Bryce se dejó caer sobre las piedras al lado de la Puerta. Declan no necesitaba
monitores médicos para saber que el corazón de ella se había detenido.
Su cuerpo mortal había muerto.
Un reloj en la computadora del sistema Eleusian comenzó a contar desde un
marcador de seis minutos. El indicador de cuánto tiempo se tenía para hacer la
Búsqueda y el Ascenso, para dejar que su cuerpo mortal muriera, para enfrentar lo
que yacía dentro de su alma, y volver a la vida con todo su poder. Y emerger como
inmortal.
Si ella hacía el Ascenso, el sistema Eleusian lo registraría, lo rastrearía.
—Ella hizo el Descenso sola. Danika Fendyr está muerta, no es una verdadera
Ancla. Bryce no tiene camino de regreso a la vida —dijo el Rey de Otoño con voz
ronca.
93
Traducido por LittleCatNorth & Andie
Corregido por Lieve
Declan no podía creer lo que estaba viendo cuando el Rey de Otoño cayó de
rodillas. Mientras Bryce se alzaba, levantando una oleada de poder.
Ella despejó los niveles más profundos.
—No es... —respiró el Rey de Otoño—. No es posible. Ella está sola.
Las lágrimas corrían por el rostro duro de Sabine mientras susurraba:
—No, no lo está.
La fuerza que era Danika Fendyr, la fuerza que le había dado a Bryce ese impulso
hacia arriba, se desvaneció en la nada.
Declan sabía que nunca regresaría, a este mundo o a una isla velada por la
niebla.
Todavía podría haber pasado demasiado tiempo como para que el cerebro de
Bryce tuviera oxígeno incluso si pudiera regresar a la vida. Pero su princesa luchaba
por cada avance hacia arriba, su poder cambiaba, las huellas de todos los que se lo
habían entregado: mer, cambiaformas, draki, humano, ángel, duencedillos, Fae...
—Cómo. —El Rey del Otoño no le preguntó a nadie en particular—. ¿Cómo?
Fue el anciano Prime de los lobos quien respondió, su voz marchita elevándose
por encima del sonido del gráfico.
—Por la fuerza más poderosa del mundo. Una fuerza más poderosa en cualquier
reino. —Señaló la pantalla—. Lo que lleva la lealtad más allá de la muerte, la
inmortalidad a pesar de los años. Lo que permanece inquebrantable frente a la
desesperanza.
El Rey de Otoño se giró hacia el anciano Prime, sacudiendo la cabeza. No
entendiendo.
Bryce estaba ahora al nivel de las brujas comunes. Pero aún muy lejos de la vida.
Un movimiento llamó la atención de Declan, y él se giró hacia la entrada de la
Plaza Antigua.
Envuelto en su rayo, curado y completo, Hunt Athalar estaba arrodillado sobre
el cadáver de Bryce. Bombeando su torso con sus manos, haciéndole compresiones
en el pecho.
Hunt siseaba a Bryce a través de sus dientes apretados, el trueno crujió sobre
él.
—Escuché lo que dijiste. —Empuje, empuje, y empuje fueron dados de sus
brazos poderosos—. Lo que esperaste para admitir hasta que estuve casi muerto,
jodida cobarde. —Su relámpago golpeó en ella, haciendo que su cuerpo se arqueara
del suelo mientras intentaba hacer latir su corazón. Él gruñó al oído de ella—: Ahora
ven y dímelo en mi cara.
Sabine susurró una frase a la habitación, al Rey de Otoño, y el corazón de Declan
se alzó al escucharla.
Era la respuesta a las palabras del anciano Primer. A la pregunta del Rey de
Otoño a cómo, contra cada estadística resonando en la computadora de Declan,
presenciaban a Hunt Athalar pelear como el Hel para hacer latir el corazón de Bryce
Quinlan.
A través del amor, todo es posible.
94
Traducido por Catt
Corregido por Lieve
Ella era mar y cielo y piedra y sangre y alas y tierra y estrellas y oscuridad y luz
y huesos y llamas.
Danika se había ido. Había entregado lo que quedaba de su alma, su poder, para
sacar a Bryce de esa calle y hacer ese vertiginoso Ascenso.
—Te amo. —Había susurrado Danika antes de desvanecerse en la nada, su
mano se deslizó de la de Bryce.
Y no había destruido a Bryce, decir ese último adiós.
El rugido que ella había soltado no era de dolor. Sino de desafío.
Bryce corrió más alto. Podía sentir la superficie cerca. El delgado velo entre este
lugar y la vida. Su poder cambió, bailando entre formas y dones. Empujó hacia arriba
con el empujón de una poderosa cola. Se retorció y se levantó con un barrido de
enormes alas. Ella era todo y, sin embargo, era ella misma.
Y entonces lo escuchó a él. Su voz. Su desafío en respuesta a sus palabras.
Él estaba ahí. Esperándola.
Luchando por hacer latir su corazón. Estaba lo suficientemente cerca del velo
como para verlo ahora.
Incluso antes de que ella llegara a estar muerta ante él, él había luchado por
mantener su corazón en marcha.
Bryce sonrió, en este lugar en el medio, y por fin corrió hacia Hunt.
Hunt tomó una ducha rápida y helada y se cambió a una ropa diferente,
sonriendo un poco para sí mismo mientras la ducha de Bryce se cerraba y ella seguía
hablando a su madre.
—Sí, Hunt está aquí. —Sus palabras flotaban por el pasillo, a través de la gran
habitación, y en su propia habitación—. No, no lo hice, mamá. Y no, él tampoco lo
hizo. —Un cajón se cerró—. Eso no es de tu incumbencia, y por favor nunca me
preguntes nada como eso otra vez.
Hunt tenía una buena idea de lo que Ember le había preguntado su hija. Y vete
tú a saber, él había estado a punto de hacer eso con Bryce cuando ella llamó.
No le había importado que una ciudad entera estuviera mirando: él había
querido besarla cuando la luz de su poder se había desvanecido, cuando Hunt había
bajado sus alas para encontrarla en sus brazos, mirándolo como si fuera digno de
algo. Como si fuera todo lo que ella necesitaba. Fin de la historia.
Nadie lo había mirado así.
Y cuando habían regresado aquí, y la había tenido en su regazo en su cama y vio
la forma en que sus mejillas se volvieron rosadas mientras ella miraba su boca, él
había estado listo para cruzar ese puente final con ella. Pasar todo el día y la noche
haciéndolo.
Teniendo en cuenta cómo su primera luz lo había curado, definitivamente diría
que estaba autorizado para tener sexo. Dolía por ello, por ella.
Bryce gimió.
—Eres una pervertida, mamá. ¿Lo sabes? —Ella gruñó—. Bueno, si estás tan
jodidamente comprometida en ello, ¿por qué me llamaste? ¿No pensaste que podría
estar ocupada?
Hunt sonrió, ya estaba medio duro de nuevo ante el descarado en su tono. Podía
escucharla gruñir de esa manera todo el maldito día. Se preguntó cuánto de ella
haría una aparición cuando él la tuviera desnuda de nuevo. Gimiendo.
La primera vez, ella se había corrido en su mano. Esta vez... esta vez tenía planes
para todas las otras maneras en que la haría hacer ese sonido hermoso y sin aliento
mientras ella llegaba al orgasmo.
Dejando a Bryce para tratar con su madre, dispuesto a calmar su jodida polla,
Hunt agarró un celular desechable de su cajón de ropa interior y marcó a Isaiah, uno
de los pocos números que había memorizado.
—Gracias a los malditos dioses —dijo Isaiah cuando escuchó la voz de Hunt.
Hunt sonrió ante el alivio poco característico del macho.
—¿Qué está pasando por esos lados?
—¿Estos lados? —Isaiah soltó una risa—. ¿Qué mierda está pasando por esos
lados?
Era demasiado pedir.
—¿Estás en el Comitium?
—Sí, y es un maldito manicomio. Me acabo de dar cuenta de que estoy a cargo
ahora.
Con Micah siendo un montón de cenizas en el vacío y Sandriel no mucho mejor,
Isaiah, como comandante de Micah de la 33ra, estaba a cargo.
—Felicidades por la promoción, hombre.
—Promoción y un culo. No soy un Arcángel. Y estos idiotas lo saben. —Isaiah le
gritó a alguien en el fondo—: Entonces llama al maldito mantenimiento para
limpiarlo. —Él suspiró.
—¿Qué pasó con los imbéciles de los Asteri que lanzaron su azufre sobre el
muro? —Tenía pesando volar y empezar a desatar su relámpago en esos tanques.
—Se fueron. Ya se fueron. —El tono oscuro de Isaiah le dijo a Hunt que también
se animaría a hacer una buena retribución a la antigua.
—¿Naomi? —preguntó Hunt, preparándose a sí mismo.
—Viva. —Hunt dio una oración silenciosa de agradecimiento a Cthona por esa
misericordia. Entonces Isaiah dijo—: Mira, sé que estás exhausto, pero ¿puedes
venir aquí? Me vendría bien tu ayuda para ordenar esta mierda. Todos estos
molestos concursos de mierda terminarán muy rápido si nos ven a los dos a cargo.
Hunt trató de no enojarse. Bryce y él desnudándose, al parecer, tendría que
esperar.
Debido a que el tatuaje de esclavo en su muñeca significaba que todavía tenía
que obedecer a la República, todavía pertenecía a alguien que no era él mismo. La
lista de posibilidades no era buena. Tendría suerte si lograba quedarse en Lunathion
como la posesión de quien tomara el lugar de Micah, y tal vez ver a Bryce en
momentos robados. Si le permitirían salir del Comitium.
Joder, si le permitirían vivir después de lo que le había hecho a Sandriel.
Las manos de Hunt comenzaron a temblar. Cualquier rastro de excitación
desapareció.
Pero se puso una camisa sobre su cabeza. Encontraría alguna manera de
sobrevivir, alguna manera de volver a esta vida con Quinlan que apenas había
comenzado a saborear. Incapaz evitarlo, miró a su muñeca.
Parpadeó una vez. Dos veces.
Bryce estaba diciendo adiós a su pervertida madre cuando el teléfono sonó con
otra llamada. Era de un número desconocido, lo que significaba que era
probablemente Jesiba, por lo que Bryce prometió a Ember que hablarían mañana y
contestó la otra llamada.
—Hola.
Una voz joven y masculina preguntó:
—¿Es así como saludas a todos los que te llaman, Bryce Quinlan?
Ella conocía esa voz. Conocía el cuerpo desgarbado adolescente a la que
pertenecía, una cáscara de hogar para un antiguo gigante. Un Asteri. Lo había visto
y oído en la televisión tantas veces había perdido la cuenta.
—Hola, Su Brillantez —susurró ella.
96
Traducido por Andie
Corregido por Lieve
Rigelus, la Mano Brillante de los Asteri, había llamado a su casa. Las manos de
Bryce temblaban tanto que apenas podía mantener el teléfono cerca de su oído.
—Observamos tus acciones hoy y deseamos extender nuestra gratitud —dijo la
voz melodiosa.
Ella tragó saliva, preguntándose si el más poderoso de los Asteri sabía de alguna
manera que estaba envuelta en una toalla, con el cabello goteando sobre la alfombra.
—¿De nada?
Rigelus se rio suavemente.
—Has tenido un buen día, señorita Quinlan.
—Sí, Su Brillantez.
—Fue un día lleno de muchas sorpresas para todos nosotros.
Sabemos lo que eres, lo que hiciste.
Bryce obligó sus piernas a moverse, a dirigirse a la gran sala. Hacia donde Hunt
estaba de pie en la puerta de su habitación, con el rostro pálido. Sus brazos flojos a
los costados.
—Para mostrarte cuán profunda es nuestra gratitud, nos gustaría otorgarte un
favor.
Se preguntó si el azufre también había sido un favor. Pero ella dijo:
—Eso no es necesario.
—Ya está hecho. Confiamos en que lo encontrarás satisfactorio.
Sabía que Hunt podía oír la voz en la línea mientras se acercaba.
Pero él simplemente extendió su muñeca. La cual estaba tatuada, con una C
estampada sobre la marca del esclavo.
Liberado.
—Yo... —Bryce agarró la muñeca de Hunt, luego escaneó su rostro. Pero no era
alegría lo que vio allí, no cuando escuchó la voz en la línea y entendió quiénes le
habían otorgado su libertad.
—También confiamos en que este favor servirá como un recordatorio para ti y
Hunt Athalar. Es nuestro mayor deseo que permanezcas en la ciudad y vivas tus días
en paz y satisfacción. Que uses el don de tus antepasados para alegrarte. Y
abstenerte de usar el otro don entintado en ti.
Usa tu luz de estrellas como un truco de fiesta y nunca, jamás, uses el Cuerno.
La convirtió en la idiota más grande de Midgard, pero ella dijo:
—¿Qué pasa con Micah y Sandriel?
—El Gobernador Micah se volvió deshonesto y amenazó con destruir a
ciudadanos inocentes de este imperio con su enfoque de alto nivel sobre el conflicto
rebelde. La Gobernadora Sandriel obtuvo lo que se merecía por ser tan laxa con su
control sobre sus esclavos.
El miedo brillaba en los ojos de Hunt. En los de ella también, Bryce estaba
segura. Nada era así de fácil, así de simple. Tenía que haber una trampa.
»Estos son, por supuesto, temas delicados, señorita Quinlan. Temas que, si se
anuncian públicamente, causarían muchos problemas a todos los involucrados.
A ti. Te destruiremos.
»Todos los testigos de ambos eventos han sido notificados de las posibles
consecuencias.
—Está bien —susurró Bryce.
—Y en cuanto a la desafortunada destrucción de Lunathion, aceptamos toda la
responsabilidad. Fuimos informados por Sandriel que la ciudad había sido evacuada,
y enviamos a la Guardia Asteriana a eliminar la infestación de demonios. Los misiles
de azufre eran un último recurso, destinados a salvarnos a todos. Fue increíblemente
afortunado que encontraras una solución.
Mentiroso. Viejo y horrible mentiroso. Había elegido el chivo expiatorio
perfecto: uno muerto. La ira que apareció en el rostro de Hunt le dijo que compartía
su opinión.
—Tuve mucha suerte. —Logró decir Bryce.
—Sí, quizás por el poder en tus venas. Tal don puede tener tremendas
consecuencias, si no se maneja con prudencia. —Una pausa, como si estuviera
sonriendo—. Confío en que aprenderás a manejar tanto tu fuerza inesperada como
la luz dentro de ti con… discreción.
Mantente en tu línea.
—Lo haré —murmuró Bryce.
—Bien —dijo Rigelus—. ¿Y crees que es necesario que me comunique con tu
madre, Ember Quinlan, para pedirle su discreción también? —La amenaza brilló,
afilada como un cuchillo.
Un paso fuera de línea, y sabían dónde golpear primero. Las manos de Hunt se
cerraron en puños.
—No —dijo Bryce—. Ella no sabe acerca de los Gobernadores.
—Y ella nunca lo hará. Nadie más lo sabrá, Bryce Quinlan.
Bryce tragó de nuevo.
—Claro.
Una risa suave.
—Entonces tú y Hunt Athalar tienen nuestra bendición.
Se cortó la comunicación. Bryce miró el teléfono como si fuera a brotar alas y
volar por la habitación.
Hunt se dejó caer en el sofá y se frotó el rostro.
—Vive tranquila y normalmente, mantén la boca cerrada, nunca uses el Cuerno,
y no te mataremos a ti ni a todos los que amas.
Bryce se sentó en el brazo enrollado del sofá.
—Mata a algunos enemigos, gana el doble a cambio. —Hunt gruñó. Ella ladeó la
cabeza—. ¿Por qué llevas las botas puestas?
—Isaiah me necesita en el Comitium. Está hasta el cuello con los ángeles que
quieren desafiar su autoridad y necesita respaldo. —Él arqueó una ceja—. ¿Quieres
jugar al Imbécil Aterrador conmigo?
A pesar de todo, a pesar de la observación de los Asteri y todo lo que había
sucedido, Bryce sonrió.
—Tengo el atuendo adecuado para eso.
Bryce y Hunt dieron dos pasos hacia el techo antes de que ella captara el olor
familiar. Miró por encima del borde y vio quiénes corrían calle abajo. Una mirada a
Hunt, y él la tomó en sus brazos y la llevó a la acera. Ella puede que haya inhalado
profundamente, su nariz rozando la fuerte columna del cuello de él.
La caricia de Hunt que le recorrió la espalda un momento antes de bajarla le dijo
que él había notado esa olfateada. Pero entonces Bryce estaba de pie frente a Ruhn.
Frente a Fury y Tristan Flynn.
Fury apenas le dio un momento antes de saltar sobre Bryce, abrazándola con
tanta fuerza que sus huesos gruñeron.
—Eres una idiota suertuda —dijo Fury, riendo suavemente—. Y una perra
inteligente.
Bryce sonrió, su risa atrapada en su garganta cuando Fury se apartó. Pero un
pensamiento la golpeó, y Bryce fue a buscar su teléfono, no, lo dejó en algún lugar de
esta ciudad.
—Juniper…
—Ella está a salvo. Iré a verla ahora. —Fury le apretó la mano y luego asintió
hacia Hunt—. Bien hecho, ángel. —Y entonces su amiga se fue corriendo,
mezclándose en la noche.
Bryce se giró hacia Ruhn y Flynn. Este último simplemente la miró boquiabierto.
Pero Bryce miró a su hermano, completamente quieto y silencioso. Su ropa lo
suficientemente rasgada como para decirle que antes de que su primera luz hubiera
curado todo, él había estado en mal estado. Probablemente había matado su camino
a través de esta ciudad.
Entonces Ruhn comenzó a balbucear.
—Tharion se fue para ayudar a sacar a los evacuados de la Corte Azul, y Amelie
se fue a la Guarida para asegurarse de que los cachorros estuvieran bien, pero
estábamos casi... estábamos a casi un kilómetro de distancia cuando escuché la
Puerta de Moonwood. Te escuché hablar, quiero decir. Había tantos demonios que
no pude llegar allí, pero luego escuché a Danika, y toda esa luz estalló y... —Él se
detuvo y tragó saliva. Sus ojos azules brillaban en las farolas, el amanecer aún estaba
lejos. Una brisa del Istros revolvió su cabello negro. Y fueron las lágrimas las que
llenaron sus ojos, la maravilla en ellos, las que hicieron que Bryce se lanzara hacia
adelante. Que abrazara a su hermano y lo abrazara con fuerza.
Ruhn no dudó antes de que sus brazos la rodearan. Él se sacudió tanto que ella
supo que estaba llorando.
Unos pasos le dijeron que Flynn les estaba dando privacidad; una brisa con olor
a cedro que pasaba rápidamente sugirió que Hunt estaba en el aire para esperarla.
—Pensé que estabas muerta —dijo Ruhn, su voz temblando tanto como su
cuerpo—. Como diez jodidas veces, pensé que estabas muerta.
Ella se rio entre dientes.
—Me alegra decepcionarte.
—Cállate, Bryce. —Examinó su rostro, sus mejillas húmedas—. ¿Estás... estás
bien?
—No lo sé —admitió ella. La preocupación estalló en el rostro de él, pero ella
no se atrevió a dar detalles, no después de la llamada de Rigelus. No con todas las
cámaras alrededor. Ruhn le dio una mueca de complicidad. Sí, hablarían sobre esa
extraña y antigua luz de estrellas en sus venas más tarde. Lo que sea que significara
para los dos—. Gracias por venir por mí.
—Eres mi hermana. —Ruhn no se molestó en mantener la voz baja. No, había
orgullo en su voz. Y maldita sea si eso no la golpeó en el corazón—. Por supuesto que
iría a salvarte el culo.
Ella golpeó su brazo, pero la sonrisa de Ruhn se volvió tentativa.
—¿De verdad quisiste decir lo que le dijiste a Athalar? ¿Sobre mí? —Dile a Ruhn
que lo perdono.
—Sí —dijo ella sin dudarlo un momento—. Lo quise decir todo.
—Bryce. —Su rostro se puso grave—. ¿Realmente pensaste que me importaría
más la mierda de Nacido de la Estrella que tú? ¿De verdad crees que me importa cuál
de nosotros es?
—Somos los dos —dijo—. Esos libros que leíste dijeron que esas cosas una vez
sucedieron.
—Me importa una mierda —dijo él sonriendo levemente—. No me importa si
me llaman Príncipe o Nacido de la Estrella o Elegido o nada de eso. —Él agarró su
mano—. Lo único que quiero que me llamen ahora es tu hermano. —Él agregó
suavemente—: Si quieres.
Ella guiñó un ojo, incluso cuando su corazón se apretó insoportablemente.
—Lo pensaré.
Ruhn sonrió antes de que su rostro se volviera serio una vez más.
—Sabes que el Rey de Otoño querrá reunirse contigo. Estate lista.
—¿No se supone que tener un montón de poder extravagante significa que no
tengo que obedecer a nadie? Y solo porque te perdono no significa que lo perdone a
él. —Ella nunca haría eso.
—Lo sé. —Los ojos de Ruhn brillaron—. Pero debes estar en guardia.
Ella arqueó una ceja, apartando la advertencia y dijo:
—Hunt me habló sobre lo de leer la mente. —Él lo había mencionado
brevemente, junto con un resumen de la Cumbre y todo lo que se había venido abajo,
cuando iban subiendo al techo.
Ruhn fulminó con la mirada la azotea adyacente donde estaba Hunt.
—Athalar tiene una gran boca de mierda.
Una que a ella le gustaría tener en varias partes de su cuerpo, pero no dijo eso.
No necesitaba que Ruhn vomitara sobre su ropa limpia.
Ruhn continuó:
—Y no es leer la mente. Es solo... hablar mentalmente. Telepatía.
—¿El viejo papi lo sabe?
—No. —Y luego su hermano le dijo a la cabeza: Y me gustaría mantenerlo así.
Ella se enderezó. Espeluznante. Mantente amablemente fuera de mi cabeza,
hermano.
Felizmente lo haré.
Sonó el teléfono y él miró la pantalla antes de hacer una mueca.
—Tengo que contestar esto.
Verdad, porque todos tenían trabajo que hacer para que esta ciudad se
arreglara, comenzando por atender a los muertos. El gran número de Despedidas
sería... ella no quería pensar en eso.
Ruhn dejó que el teléfono volviera a sonar.
—¿Puedo venir mañana?
—Sí —dijo ella, sonriendo—. Voy a agregar tu nombre a la lista de invitados.
—Sí, sí, eres una jodida celebridad. —Él puso los ojos en blanco y respondió a
la llamada—. Hola, Dec.
Caminó por la calle hacia donde Flynn esperaba, lanzando a Bryce una sonrisa
de despedida.
Bryce miró a la azotea al otro lado de la calle. Donde el ángel todavía la esperaba,
una sombra contra la noche.
Pero ya no era la Sombra de la Muerte.
97
Traducido por Catt
Corregido por Lieve
Hunt se quedó en el cuartel del Comitium esa noche. Bryce había perdido la
noción de las horas que habían trabajado, primero durante la noche, luego en el día
sin nubes, y finalmente al atardecer ella había lucido tan cansada que él le había
ordenado a Naomi que la llevara a casa. Y presumiblemente que la vigilara, ya que
una figura con alas oscuras aún estaba en la azotea adyacente en la luz gris antes del
amanecer, y un vistazo a la habitación de Hunt reveló que su cama seguía hecha.
Pero Bryce no se preocupó por todo el trabajo que habían hecho ayer, ni en todo
lo que tenía por delante. Reorganizando el liderazgo de la ciudad, las Despedidas
para los muertos, y esperando el gran anuncio: qué Arcángel sería puesto por los
Asteri para gobernar Valbara.
Las probabilidades de que fuera decente eran escasas o nulas, pero Bryce
tampoco se preocupó por eso, mientras se deslizaba por las calles aún a media luz,
Syrinx tirando de su correa mientras metía su nuevo teléfono en el bolsillo. Ella
había desafiado las probabilidades ayer, así que tal vez los dioses les arrojarían otro
hueso y convencerían a los Asteri de enviar a alguien que no fuera un psicópata.
Por lo menos no habría más tratos de muerte para Hunt. Nada más para
expiar. No, él sería un miembro libre y verdadero de los triarii, si así él lo deseaba.
Aún tenía que decidir.
Bryce saludó a Naomi y el ángel le devolvió el saludo. Ayer había estado
demasiado cansada para objetar a tener un guardia, ya que Hunt no confiaba en los
Asteri, su padre o cualquier otro agente de poder para mantenerse un Hel alejado de
ella. Después de dejar que Syrinx se ocupara de sus asuntos, ella sacudió la cabeza
cuando la quimera se giró hacia el apartamento.
—Todavía no hay desayuno, amigo —dijo ella, dirigiéndose al río.
Syrinx aulló con disgusto, pero trotó, olisqueando todo a su paso hasta
que apareció la banda ancha del Istros, la pasarela junto al río vacía a esta hora
temprana. Tharion la había llamado ayer, prometiéndole el apoyo total de la Reina
del Río para cualquier recurso que necesitara.
Bryce no tuvo el descaro de preguntar si ese apoyo se debía a que era la hija
bastarda del Rey de Otoño, una Fae de Nacida de la Estrella o la portadora del
Cuerno de Luna. Quizás por todo eso.
Bryce se acomodó en uno de los bancos de madera a lo largo del muelle, el
Barrio de Huesos una pared giratoria y brumosa sobre el agua. Los mer habían
llegado, habían ayudado a muchos a escapar. Incluso las nutrias habían agarrado al
más pequeño de los residentes de la ciudad y los habían llevado a la Corte Azul. La
Casa de Muchas Aguas había estado a la altura de las circunstancias. Los
cambiaformas se habían puesto a la altura.
Pero los Fae... CiRo había sufrido el menor daño. Los Fae habían sufrido la
menor cantidad de bajas. No era una sorpresa cuando sus escudos habían sido los
primeros en levantarse. Y no se habían abierto para dejar entrar a nadie.
Bryce bloqueó el pensamiento cuando Syrinx saltó al banco junto a ella,
clavando las uñas en la madera, y dejó caer su trasero peludo junto a ella. Bryce sacó
su teléfono del bolsillo y le escribió a Juniper: Dile a Madame Kyrah que iré a su
próxima clase de baile.
June respondió casi de inmediato. La ciudad fue atacada y esto es en lo que estás
pensando. Unos segundos más tarde agregó, Pero lo haré.
Bryce sonrió. Durante largos minutos, ella y Syrinx se sentaron en silencio,
observando cómo la luz se desvanecía a gris, luego al azul más pálido. Y luego
apareció un hilo dorado de luz a lo largo de la superficie tranquila del Istros.
Bryce desbloqueó su teléfono. Y leyó los últimos y felices mensajes de Danika
por última vez.
La luz se construía sobre el río, dorando su superficie.
Los ojos de Bryce picaron mientras sonreía suavemente, luego leyó las últimas
palabras de Connor para ella.
Envíame un mensaje cuando estés a salvo en casa.
Bryce comenzó a escribir. La respuesta que le había llevado dos años, casi hasta
ahora, en escribir.
Estoy en casa.
Ella envió el mensaje al éter, deseó que cruzara el río dorado y llegara a la
brumosa isla más allá.
Y luego borró la conversación. Eliminado los mensajes de Danika también. Cada
desliz de su dedo aligeraba su corazón, elevándose con el sol naciente.
Cuando se fueron, cuando los liberó, se puso de pie y Syrinx saltó al pavimento
a su lado. Intentó volver a casa, pero un destello de luz al otro lado del río llamó su
atención.
Por un instante, solo uno, el amanecer separó las brumas del Barrio de
Huesos. Revelando una orilla cubierta de hierba. Con colinas serenas y ondulantes
más allá. No una tierra de piedra y oscuridad, sino verde y de luz. Y de pie en esa
hermosa orilla, sonriéndole...
Un regalo del InfraRey por salvar la ciudad.
Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro mientras contemplaba las
figuras casi invisibles. Todos seis de ellos, la séptima ida para siempre, habiendo
cedido su eternidad. Pero el más alto de ellos, de pie en medio de todos con la mano
levantada en señal de saludo...
Bryce se llevó la mano a la boca y lanzó un suave beso.
Tan rápido como se abrieron, las brumas se cerraron. Pero Bryce siguió
sonriendo, todo el camino de regreso al apartamento. Su teléfono sonó y un mensaje
de Hunt apareció. Estoy en casa. ¿Dónde estás?
Apenas podía escribir mientras Syrinx la arrastraba. Caminando con Syrinx.
Estaré allí en un minuto.
Bueno. Estoy haciendo el desayuno.
La sonrisa de Bryce casi le partió el rostro en dos mientras apresuraba sus
pasos, Syrinx se lanzaba a toda velocidad. Como si él también supiera lo que les
esperaba. Quién los esperaba.
Había un ángel en su apartamento. Lo que significaba que debía ser cualquier
maldito día de la semana. Lo que significaba que tenía alegría en su corazón, y sus
ojos puestos en el camino abierto por venir.
EPILOGO
Traducido por Catt
Corregido por Lieve
El gato blanco con ojos como ópalos azules se sentó en un banco en el Parque
de la Oráculo y se lamió la pata delantera.
—Sabes que no eres un verdadero gato, ¿verdad? —Jesiba Roga chasqueó la
lengua—. No necesitas lamerte.
Aidas, Príncipe del Precipicio, levantó la cabeza.
—¿Quién dice que no me gusta lamerme?
La diversión tiró de la delgada boca de Jesiba, pero ella desvió la mirada hacia
el tranquilo parque, los cipreses altísimos aún brillaban con rocío.
—¿Por qué no me contaste sobre Bryce?
Él flexionó sus garras.
—No confiaba en nadie. Ni siquiera en ti.
—Pensé que la luz de Theia se había extinguido para siempre.
—Yo también. Pensé que se habían asegurado de que ella y su poder murieran
en ese último campo de batalla bajo la espada del Príncipe Pelias. —Los ojos de él
brillaban con una antigua ira—. Pero Bryce Quinlan tiene su luz.
—¿Puedes notar la diferencia entre la luz de estrella de Bryce y la de su
hermano?
—Nunca olvidaré el brillo y el matiz exactos de la luz de Theia. Todavía es una
canción en mi sangre.
Jesiba lo estudió por un largo momento, luego frunció el ceño.
—¿Y Hunt Athalar?
Aidas se quedó en silencio cuando un peticionario tropezó con la esperanza de
vencer a las multitudes que habían llenado el Parque de la Oráculo y el Templo de
Luna desde que los portales al mundo de él se habían abierto dentro de las Puertas
de cuarzo y las bestias del Pozo lo habían aprovechado al máximo. Todos los que
habían logrado regresar estaban siendo castigados por uno de los hermanos de
Aidas. Él regresaría pronto para unírsele.
—Creo que el padre de Athalar habría estado orgulloso —dijo Aidas al fin.
—Cuán sentimental de tu parte.
Aidas se encogió de hombros lo mejor que su cuerpo felino le permitía.
—Siéntete libre de estar en desacuerdo, por supuesto —dijo él, saltando del
banco—. Conocías mejor al hombre. —Sus bigotes se crisparon mientras inclinaba
la cabeza—. ¿Qué hay de la biblioteca?
—Ya se ha movido.
Él sabía mejor que preguntar dónde la había escondido. Así que simplemente
dijo:
—Bien.
Jesiba no volvió a hablar hasta que el quinto Príncipe de Hel se alejó a unos
metros.
—No nos jodas esta vez, Aidas.
—No planeo hacerlo —dijo él, desvaneciéndose en el espacio entre reinos, Hel
siendo una canción oscura que lo llamaba a casa—. No cuando las cosas están a
punto de ponerse tan interesantes.
TI & MD
STAFF MD
MODERACIÓN
Lieve
TRADUCCIÓN
lili-ana
Jessmddx
ElenaTroy
Catt
LittleCatNorth
beckysHR
Andie
Candy20
Lieve
CORRECCIÓN
Lieve & Catt
REVISIÓN
Lieve
DISEÑO
Lieve & Catt
STAFF TRADUCCIONES
INDEPENDIENTES
MODERACIÓN
Reshi
TRADUCCIÓN
Vaughan
Reshi
Freya
Irais A
Ravechelle
Mayra S
Mafer T
Selkmanam
Daniel B
Isabella
Luneta
Sandra A
Stefani U
Lia S
Paola V
Brandy
Katia G